Guanches             

 

Menceyatos de Tenerife:
En Tenerife, una de las islas más puras desde el punto de vista cultural, los guanches se dividieron con el tiempo en nueve grupos, que se establecieron en regiones mas o menos separadas por la propia conformación orográfica. Esta división la atribuyeron los cronistas antiguos a móviles políticos, concretamente a la revuelta que los nueve hijos de Tinerfe el Grande contra la centralización que este ejercía desde Adeje. Pero los modernos investigadores atribuyen esta división a causas más bien económicas y geográficas, sin que ello signifique la negación de una revuelta de carácter político. Lo cierto es que, a la llegada de los españoles, gobernaba un mencey, nombre dado al monarca o rey de los guanches de Tenerife, que regía un menceyato, en cada una de estas regiones, como atestiguan muchos documentos. Un menceyato es, en resumen, una extensión de tierra enclavada dentro de una comarca natural bien definida, o bien, incluye dentro del mismo comarcas vecinas. Cuando menceyato y comarca natural coinciden, quiere decir que en aquel territorio encuentra satisfechas, el grupo humano que lo puebla, todas sus necesidades, entre las que están, después del agua, los pastos. La sociedad guanche para llegar a esas soluciones tan practicas, poseían un sólido orden interno que les permitía la discusión primero y el acuerdo después, acuerdo aceptado y respetado por las demás partes. Demostrando un profundo conocimiento de la geografía, la más intima identificación entre el hombre y la tierra, manifiesta en tan sabia distribución del suelo, dando origen a los menceyatos. Los nueve menceyatos eran: Tacoronte, Güimar,Taoro, Güimar, Abona, Adeje, Daute, Icod. Tacoronte, Tegueste. Anaga. Menceyato de Abona: Hoy son los municipios de Fasnia, Arico, Arona, San Miguel de Abona y Granadilla de Abona. Limitaba con el Menceyato de Güímar al NE, con el de Adeje al SO, al N. con Las Cañadas del Teide y al S. con el mar. Menceyato de Adeje: Su extensión eran los actuales municipios de Guía de Isora, Adeje y Vilaflor, en el suroeste de Tenerife. Fue el único menceyato y corte de los menceyes hasta la división de la isla en nueve menceyatos. Menceyes de Adeje fueron: Betzenuriya, Pelinor, Sunta o Ventor y Tinerfe el Grande. Menceyato de Anaga: Hoy son los municipios de Santa Cruz de Tenerife y San Cristóbal de La Laguna, ocupaba la extensión del macizo de Anaga y opuso una gran resistencia ante los conquistadores, siendo su mencey en esa época Beneharo. Anaga era el menceyato aborigen más oriental de la isla. En esta zona se han hallado restos arqueológicos como la Momia de San Andrés, hoy expuesta en las vitrinas del Museo de la Naturaleza y el Hombre en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife. También en la Cueva Vegeril se encontraron varias momias destruidas, además de en las "Laderas de Icorbo" y en "Roque de Tierra" se han encontrado varias momias. Además de cuevas con algunos restos de animales momificados y una piedra con grabados guanches, la llamada "Piedra de Anaga". Menceyato de Daute: Anterior a la conquista de las islas por parte de la Corona de Castilla, ocupaba la extensión de los actuales municipios de El Tanque, Los Silos, Buenavista del Norte y Santiago del Teide y sus menceyes fueron Cocanaymo y Romen. Menceyato de Güimar: Tenía una extensión superior a la del actual municipio de Güímar, incluyendo parte de Santa Cruz de Tenerife, El Rosario, Candelaria, Arafo, Fasnia, el propio Güímar y quizá también una pequeña parte del municipio de Arico. No hay suficiente información de los menceyes del reino, se cree que el primer Mencey de Güímar pudo haber sido Acaymo (el moreno), sucediéndole posteriormente su hijo Añaterve (el listo o el ligero). Sería este último quien reinaría en tiempos de la conquista de Tenerife por Alonso Fernández de Lugo. La economía en el menceyato de Güímar, radicaba fundamentalmente en la ganadería (cabras, ovejas, cerdos), también se desarrollaba la agricultura (cebada) y la explotación de los recursos marinos y forestales. El menceyato de Güímar era, de entre todos, el que mayor actividad evangelizadora había recibido por parte de los castellanos, previamente a la conquista de la isla. Cabe destacar a razón de lo anterior, la repercusión histórica del hallazgo por los guanches de Güímar de la imagen de la Virgen de Candelaria (Patrona de Canarias). La talla fue trasladada a la residencia invernal del mencey de este reino guanche, la Cueva de Chinguaro, donde durante muchos años recibió ya la veneración de los guanches. Esta actividad evangelizadora de la que fue testigo la comarca, junto con la conflictividad que existía entre el mencey de Güímar y otros menceyes de la isla, especialmente el mencey de Taoro, influyó de gran manera en las relaciones amistosas que el mencey de Güímar estableció con los conquistadores castellanos. No hay que olvidar que los menceyatos de Güímar, Abona, Adeje y Anaga conformaron los bandos de paz, aliados de las tropas castellanas, y que tuvieron una clave colaboración en las diferentes batallas que se libraron en la isla a fin de doblegar las fuerzas de los bandos de guerra (Tegueste, Tacoronte, Taoro, Icod y Daute) y concluir de ese modo la conquista de la isla. A pesar de la colaboración prestada, muy pocos indígenas del menceyato de Güímar recibieron algún trozo de tierra a cambio, e incluso una vez ya anexionada Tenerife a la Corona de Castilla, muchos guanches procedentes de los bandos de paz fueron convertidos en esclavos por los conquistadores y trasladados a otras tierras. Menceyato de Icode: Icod o Icode ocupaba parte de la extensión de los actuales municipios de San Juan de la Rambla, La Guancha y Icod de los Vinos y parte de Garachico. Su último mencey fue Pelicar. Según la leyenda en este menceyato habitó Amarca, una joven doncella, envidiada por otras y pretendida por muchos jóvenes. Muchos fueron los que se enamoraron de ella, destacando sobre todos el pastor Gariraiga quién ante el desprecio de ésta, cayó en la locura lanzándose al vacío desde un precipicio, enloquecido por el dolor. La noticia del trágico suceso pronto alcanzó todo el reino, siendo culpada por todos de la muerte de Gariraiga. Presa de la culpa, ésta, tomó el mismo fin para su vida. Menceyato de Tegueste: Tegueste (Tegueste I) fue el octavo hijo del mencey Tinerfe el Grande. El dominio ejercido por el menceyato, ocupaba toda la extensión del actual municipio de Tegueste junto con otros enclaves que hoy en día forman parte del municipio de San Cristóbal de La Laguna como son: Bajamar, Tejina, Valle de Guerra, y llegaba incluso a ocupar la zona de La Vega Lagunera, Los Rodeos y el barrio de Santa María de Gracia. Sus menceyes fueron Tegueste I, Tegueste II y Teguaco. En el momento de la conquista el Mencey Tegueste II y su hijo menor Teguaco, formaron parte de la lucha activa frente a los castellanos, encabezada por el mencey Bencomo. Menceyato de Tacoronte: Una superficie considerablemente superior a la del actual municipio de Tacoronte, incluyendo Santa Úrsula, La Victoria de Acentejo, La Matanza de Acentejo, El Sauzal y el propio Tacoronte, era la extensión de este Menceyato. Se cree que el primer Mencey de Tacoronte pudo haber sido Rumén, sucediéndole posteriormente su hijo Acaymo. Sería este último quien reinaría en tiempos de la conquista de Tenerife por Alonso Fernández de Lugo. La economía en el menceyato de Tacoronte, radicaba fundamentalmente en la ganadería (cabras, ovejas, cerdos), también se desarrollaba la agricultura y la explotación de los recursos marinos y forestales. El menceyato de Tacoronte fue uno de los integrantes de los bandos de guerra junto con los menceyatos de Tegueste, Taoro, Icod y Daute. Los bandos de guerra se opusieron ferozmente a las tropas castellanas librando cruentas batallas con ellas a fin de evitar la conquista de la isla. Dos de esas batallas, con distinto balance final, tuvieron lugar dentro del territorio de este menceyato, hablamos de la batalla de la Matanza de Acentejo y la batalla de la Victoria de Acentejo. Tras concluir esta segunda batalla de Acentejo, finaliza la conquista de Tenerife, meses después sería anexionada a la Corona de Castilla. Menceyato de Taoro:Ocupaba la extensión de los actuales municipios de Puerto de la Cruz, La Orotava, Los Realejos, La Victoria de Acentejo, La Matanza de Acentejo y Santa Úrsula. Era el menceyato más rico y poderoso de los existentes en la isla. Aquí terminó la conquista de Tenerife y, por lo tanto también la de Canarias, al suicidarse el valeroso Bentor ante la derrota frente a las tropas de Alonso Fernández de Lugo. Si bien el mencey más conocido y afamado fue Bencomo, muerto en la batalla de Aguere, y líder de la resistencia aborigen frente a las tropas invasoras castellanas. También se le denomina Taoro al Valle de la Orotava, así como a esta comarca. Nombres de grandes menceyes guanches: Mencey Tinerfe, el último gran mencey de Tenerife, se le debe el nombre de la isla. Mencey Bencomo el más poderoso y valiente de los menceyes guanches, del valle de Arautapala en Taoro, llevo a cabo la batalla de la matanza de Acentejo. Mencey Behenaro, conocido por los españoles como el rey loco, que se lanzo desde los acantilados de Anaga gritando el nombre de sus dioses, para no rendirse después de la Masacre de Aguere, ante la mirada atónita de los españoles. Archimencey Zebensui, gobernaba El Cantón de la Punta, hoy llamada Punta del Hidalgo, esta zona era el territorio o menceyato más pequeño y uno de los más pobres de la isla, los castellanos bautizaron el lugar como La punta del Hidalgo pobre Zebensui y posteriormente se llamo la Punta del Hidalgo. Durante las batallas contra los colonizadores, destacaron Sigoñes o capitanes, la mayoría pertenecían al menceyato de Taoro, probablemente por el recuerdo de las batallas de Acentejo y Agüere, sus nombres eran: Afur, Arafo, Badayco, Ancor, Bentor, Guimigema, Leocoldo, Sañugo, Tauco, Teguaico, Tigayga y Tinguaro en Taoro, Guañon en Guimar , Hayuelo en Tacoronte, Rayco en Anaga. (Fuente:isladetenerifevivela.com)


NAVEGACIÓN DE LOS ANTIGUOS CANARIOS. BARCAS DE ODRES DE PIEL HINCHADOS:
(...) Un tercer tipo de referencias hace mención a la navegación interinsular utilizando odres de piel hinchados, de las que tenemos varias leyendas que mantuvo la tradición oral por el carácter excepcional de algunos de estos hechos. Estos odres inflados no sólo podrían servir como flotadores, atados a la cintura, sino probablemente también se podrían unir varios de ellos con cuerdas hechas de junco o palmera, a modo de balsas que podrían ser válidas en las calmas o épocas con la mar echada. De un informante de Los Cristianos y otros del Sur de Tenerife, Bethencourt Alfonso (1912/1991: 65, n. 8 y 1912/1994:472-473) recogió la referencia a la construcción de balsas “potala” con 7 u 8 odres inflados unidos por correas de malvas, hojas de drago o de palmera, que podían transportar dos o tres personas, una vela cuadrada de pieles entre dos varas verticales paralelas y paletas de madera a modo de remos las cuales, más que para avanzar, servían para enderezar el rumbo o modo de timones, balsas que fueron utilizadas para pescar o escapar de la justicia. Los odres de piel inflados o “foles henchidos de aire”, se obtenían de la piel de machos cabríos grandes, que degollaban y extraían huesos, carne, vísceras por el cuello. Posteriormente lo adobaban a modo de zurrón de piel, impermeabilizándolo con resina blanca de pino, sangre de drago y otros productos. Finalmente, los inflaban y ataban sus bocas con cordeles hechos con fibras de malva. Otro tipo de balsa se preparaba con troncos de tabaiba dulce de 2-3 m. de longitud y 0.50m. de diámetro, que podían utilizarse bien individualmente, a modo de tronco flotante para pescar, varias entrelazadas como una balsa, o una versión más sofisticada con 2 o 3 “emparillados” de troncos de tabaiba dulce superpuestos en sentido inverso. Finalmente, menciona una tercera variante de balsa, combinando troncos de tabaiba dulce a los que se le añadían odres de piel inflados para facilitar su flotación. (…). “Del canal que divide las dos islas de Lanzarote y Fuerteventura (…) en su punto más estrecho, que está en frente de Montaña Roja y de la Punta de Mascona, tiene nueve millas; y en el más ancho, frente al Papagayo, tiene diez (…) No es muy agitado, ni tiene mucho fondo (…) y es de tan pacífica navegación (por más que corra mucho), que hace pocos años, una mujer lo pasó a nado, con ayuda de odres atadas juntas”. (L. Torriani, 1592/1978: 66). Una mención a un hecho más antiguo, coetáneo con Maciot de Bethencourt durante el siglo XV, que no parece corresponderse con el “hace pocos años” que se menciona a fines del siglo XVII, “algunas mujeres hubo, que pasaron de una ysla a otra en dos odres llenos de aire atados, y puesta de pechos encima. Governando Maciot de Bethencourt en Lanzarote, passo a Fuerteventura una madre para que el obispo rogase por un hijo, y librase de la horca como lo consiguió dando dos o tres viages llevando las cartas dentro del odre; En Hierro, y Gomera hubo otras nadadoras”. Marín de Cubas. (…) Los indígenas “por muchos años no supieron hazer fuego, enseñoles el fuego ludiendo entre dos palos secos una muger Gomera que vino al Hierro nadando sobre dos odres llenos de aire, y enseño otras muchas cosas que ellos dicen”. Marín de Cubas “Cuentan que una joven de la nobleza de tagoro de Archacha, reino de Adeje, llamada Guilda, en vísperas de casarse murió repentinamente su prometido y pasado algún tiempo descubrió con horror que era madre. Desesperada, porque según la ley la arrojarían viva al mar, confiose a un siervo pescador, y convinieron en que la única probabilidad de salvación era ganar la isla de La Gomera sobre una balsa de foles o zurrones. Todo preparado, una noche de tiempo favorable embarcó con gran sigilo por la playa de Troya, no sin ofrecer a su cómplice de que haría una gran hoguera si lograba escapar, pues creían que La Gomera, Palma y Hierro desde la catástrofe, porque nunca vieron fuego en ellas. Por primera vez se vio a la siguiente noche brillar una luz en La Gomera, dando testimonio de que la fugitiva había abordado la isla. Al año, acompañada de su esposo, retornó Guilda a Tenerife en otra balsa de foles para ver a su familia. Fue muy festejada y perdonada porque se salvó del mar”. Bethencourt Alfonso Sin embargo, la sorpresa de Bethencourt Alfonso fue grande cuando comprobó una leyenda muy similar en La Gomera, “lo más curioso de dicha tradición tinerfeña es que se completa con otra que hemos recogido en La Gomera. Existe en esta isla, cerca de San Sebastián, la aún llamada Playa de la guancha, porque en tiempos muy remotos apareció por allí una joven de Tenerife embarcada en zUrrones. El acontecimiento conmovió la isla, y llevada ante el rey contó sus desventuras y la causa que le obligó a huir de su tierra: añadiendo que no esperaba encontrar gente porque nunca habían visto fuego. Como los indígenas ignoraban el modo de obtenerlo, les enseñó frotando dos trozos de madera; y fue tal el entusiasmo que el príncipe la tomó por esposa prohijando al ser que llevaba en las entrañas. Pasado algún tiempo los esposos fueron a Tenerife, saltando por la Aguja de Teno”. Bethencourt Alfonso Es importante señalar que las corrientes marinas favorecen este tipo de contactos. Un buen ejemplo lo conoció directamente G. Glas en la segunda mitad del siglo XVIII, “Recuerdo haber visto a un hombre en la Orotava, que unos años antes había vivido en La Gomera, en donde había cortejado a una chica y conseguido su consentimiento para casarse con él, pero súbitamente arrepentido de lo que había hecho, aprovecho el primer viento oeste y temerariamente se embarcó en un bote abierto, sin remos, sin velas, ni timón, y se lanzó mar adentro; fue llevado por el viento y los mares durante dos días y dos noches, cuando finalmente llegó cerca de la rocosa playa de Adeje, en Tenerife, en donde habría perecido si no hubiera sido por unos pescadores que al ver su bote fueron a él y lo trajeron a un abrigo seguro”. (muscartk.blogspot.com)

EMBARCACIONES DE TRONCO DE DRAGO:
(…) Pescaban con cuerdas de cuero y con anzuelos de huesos de cabras; y hacían las redes de yerbas y de palmas, parecidas a las que usan en los ríos de Lombardía, que son cuadradas y cuelgan de una percha larga. También hacían barcos del árbol drago, que cavaban entero, y después le ponían lastre de piedra, y navegaban con remos y con vela de palma alrededor de las costas de la isla; y también tenían por costumbre pasar a Tenerife y a Fuerteventura y robar. Por esta navegación llegaron a parecerse con los demás isleños, tanto en el lenguaje como en algunas costumbres, como se dijo de los de Fuerteventura, los cuales imitaron a los canarios en su modo de hacer justicia. L. Torriani.


Papas y guanches esclavizados:
La presencia de piratas y mercenarios portugueses y franceses en el proceso de conquista de Canarias era objeto de gran preocupación por parte de la Iglesia. Además de los testimonios que existen por parte de los militares de aquella época, los religiosos que enviados a Canarias detallaban casos horribles de esclavitud contra los isleños. La unidad de acción política de la Iglesia ayudó a proteger a los canarios de los ataques que recibían a su integridad física y moral de la sociedad insular. Hablamos de 1434. Esta práctica la impulsaron en las islas los piratas franceses. Hubo dos personas que expresaron y realizaron cientos o miles de gestiones para ayudar a los canarios, secuestrados de forma permanente por piratas y militares sin escrúpulos. El obispo Calvetos vino a las islas en sustitución de Mendo de Viedma. Viera y Clavijo destaca de Calvetos "su amor por el ser humano" y, por su estancia en Lanzarote, se convirtió en un entusiasta defensor de las islas. Un obispo que se pateaba cada uno de los rincones de aquella Lanzarote de 1431. Era tal la pasión que tenía por Canarias que Calvetos tuvo la cara de presentarse en Gran Canaria, que no estaba conquistada entonces, y tutear a los jerarcas prehispánicos. Muchos de ellos se pasaron al cristianismo por su influencia. El obispo viajero llegó a visitar La Gomera y ahí fue donde se derrumbó. Pudo ver a los gomeros esclavizados en contra del decreto suyo que prohibía esta criminal práctica comercial contra los antiguos canarios. Viera y Clavijo ya entonces dejó escrito: "Este abuso de la barbarie y de la violencia había llegado entonces a tal exceso, que se hacía un comercio considerable de esclavos isleños, se ponía en arrendamiento la ganancia y se pagaban derechos de aduana y señorío, igualmente que de los cueros de las cabras, de la orchilla y el sebo". Pero como los mercenarios pasaban de la autoridad religiosa, Calvetos hizo saber al Papa Eugenio IV el lío de las islas Canarias con los esclavos. El Santo Padre escuchó de fray Alonso de Idubaren, que era natural de Gran Canaria, un nativo de las islas, su testimonio. El religioso canario fue a Roma a explicarle en persona las miserables prácticas comerciales que se hacían con su propia gente. El Papa no dudó ni un minuto. Meditó y emitió una bula en octubre del año 1434 en la que se establecía prohibición total de tener canarios cautivos. A esa bula papal se añadió la orden a los obispos de Badajoz, Cádiz y Córdoba "para que exhortasen a los príncipes cristianos, nobles, capitanes, etc., para que devuelvan a su libertad y a sus islas a los tan injustamente cautivados bajo pena de excomunión". La Santa Sede destinó una partida presupuestaria para comprar en Sevilla a aquellos antiguos canarios que pudieron caer en manos de comerciantes sin escrúpulos. El dinero se consignó en la Cámara Apostólica ubicada en Sevilla. Estos portugueses Eugenio IV firmó en Florencia de 1435 la encíclica Sicut Dudum, que condena las incursiones para capturar esclavos por portugueses en las islas Canarias. Cuarenta años después, el Papa Sixto IV debió volverla a repetir en su bula 'Regimini Gregis' que amenazaba la excomunión de todos los capitanes o piratas que esclavizaron a los cristianos. Y es que en Canarias se estaba produciendo un fenómeno interesante: no dejaba de crecer la cantidad de isleños que se hacían católicos desde 1430. Pero como el suelo estaba en discusión entre Portugal y Castilla, el personal militar portugués y los piratas franceses estaban descontrolados. Llegaban los mercenarios y arrasaban haciendo redadas por los municipios canarios. El malestar de la Santa Sede llega a tal punto que el 17 de diciembre 1434, Eugenio IV anula el permiso a Portugal para conquistar las islas. Pero a los portugueses y franceses les daba igual y, de ahí, que en 1435 que se emitiera formalmente la bula papal. Los canarios pidieron protección al Papa en octubre de 1434 y en enero de 1435 ya estaba firmada. El texto dice: "Ordenamos y mandamos todos y cada uno de los fieles de cada sexo, en el plazo de quince días siguientes a la publicación de estas cartas en el lugar donde viven, que se restauran a su anterior toda libertad y cada persona de cualquier sexo que una vez fueron residentes de dichas islas Canarias, e hicieron cautivos desde el momento de su captura, y que se han sometido a la esclavitud. Estas personas deben ser totalmente y perpetuamente libre, y han de ser dejar ir sin la imposición o recepción de dinero". Punto pelota. La orden papal añade: "Si esto no se realiza cuando los quince días han pasado, incurren en la pena de excomunión por el acto en sí mismo, de la que no pueden ser absueltos, excepto en el punto de la muerte, incluso por la Santa Sede o por cualquier obispo español, o por el ya mencionado Fernando (Lanzarote), a menos que hayan dado primera libertad a estas personas cautivas y restaurado sus bienes". En 1476 Sixto IV reiteró las preocupaciones expresadas en 'Sicut Dudum' en otra bula papal, Regimini Gregis, donde amenazó con excomulgar a todos los capitanes o piratas que esclavizaron a los cristianos a su paso por las islas Canarias. (ABC) Si quiere un conquistador civilizado y bondadoso, ni galos, ni lusos, elija a la católica España. Conquistadores católicos españoles, más güenos que nadien. Esclavizamos sólo lo justo.


LA COMPLEJIDAD DE LO BEREBER:
Pero el concepto de «bereber» es muy difuso y requiere de alguna precisión. Bien se sabe que esa denominación se la dieron los romanos con el significado de ‘bárbaros, gentes no romanizadas’, con aplicación a todos los pueblos autóctonos del norte de África o del «África blanca», y que tal denominación fue aceptada también por los árabes, en donde el término significa ‘hablar a gritos, balbucear, hablar con media lengua’, muy próximo a lo que en el castellano significa algarabía ‘hablar a gritos, hacer un ruido confuso’, que también es palabra árabe. Pero los bereberes no se dicen a sí mismos bereberes, sino amazihes, que significa ‘hombres libres’. El caso es que «lo bereber» no es una unidad ni de etnias, ni de razas, ni siquiera de lenguas. Lo bereber dice Rafael Muñoz— es un concepto antropológico que se define por negación: «Son bereberes los que no son ni púnicos, ni latinos, ni árabes, ni bizantinos, ni europeos y que viven en el inmenso territorio que va desde el Nilo hasta el Níger. Su unidad les viene de una lengua, de la que el líbico es la forma arcaica del beréber, que pertenece a la familia lingüística camito-semítica » (1994: 194). Es posible que el único elemento definitorio de lo bereber, al menos en la actualidad, sea la lengua. Pero ni siquiera esta es una unidad, una única lengua; como no podría serlo nunca estando asentada en una geografía tan vasta y siendo el medio de comunicación de pueblos de culturas tan diversas, y en la actualidad de tantos países que además tienen una lengua oficial dominante, el árabe. El llamado bereber pervive en la actualidad en tres amplias zonas de Marruecos: en el Rif (el rifeño), en el Atlas (el tamazit) y en el Antiatlas (el chelja); en Argelia: en la Kabilia (el kabilio); en Túnez: en la isla de Djerba y en la región de Matmata (el sílja); en Libia: en Nefusa (el choviah); en Egipto: en Aswan (el siwah); en el Sahara (el tuareg); en zonas de Níger y de Mali (el tuareg) y en la ciudad española de Melilla (el tarifit); etc. En Mauritania no hay hablantes estables de bereber, solo los que llegan en migraciones estacionales desde Níger y Mali. Como puede comprenderse, en esa inmensa geografía no puede sino configurarse un mapa lingüístico con isoglosas de muy grueso y vago trazado. Hay berberólogos que hablan de miles de dialectos actuales de bereber, mientras que otros hablan de una treintena de lenguas y de cientos de dialectos. El caso es que dos hablantes de bereber de un mismo país, por ejemplo Marruecos, el uno del sur, hablante del chelja, y el otro del norte, hablante del rifeño, no se entenderían entre sí hablando cada uno de ellos su propia «lengua».Y siendo esto así, como lo es, a esas modalidades lingüísticas particulares, comparadas entre sí, no pueden llamárseles «dialectos», sino verdaderas «lenguas»; seguramente con mayores distancias que las que podrían encontrarse entre las varias lenguas romances de la Península Ibérica. Parece ser cierto que las estructuras morfológicas y sintácticas del bereber se mantienen de manera bastante uniforme en todos los dialectos, y eso se manifiesta muy claramente en la escritura, pero el bereber ha sido siempre una lengua (o mejor un conjunto de lenguas) esencialmente oral(es), y el sistema fonético y sobre todo el vocabulario cambia mucho de lugar en lugar. De ahí que esos dos hablantes del «bereber» marroquí no puedan entenderse tan fácilmente. Porque ha de saberse que el registro de la lengua bereber, tanto en la antigüedad como en la modernidad, sobre todo de su toponimia, se ha hecho siempre a través de una lengua de ocupación: en la antigüedad o desde el púnico o desde el latín; a partir de la islamización del norte de África, desde el árabe; y en los tiempos modernos de ocupación colonial desde el español y sobre todo desde el francés. Nosotros mismos vivimos experiencias ejemplares a este respecto recorriendo Túnez en busca de sus huellas bereberes. Se ha promovido recientemente en Túnez una especie de prestigio en torno a lo bereber, pero más con objetivos turísticos que otra cosa: se han organizado «rutas bereberes», a determinados hoteles de estas rutas se les ha puesto el nombre de «Bereber», y a los turistas —en la región de Matmata— se les muestran cuevas excavadas en la roca que sirven de casa y que en la entrada tienen letreros que dicen «Maison Berber», porque así se pronuncia: /berbér/ o /barbár/. Pero nadie de ellos, ni los guías turísticos, ni los camareros de los hoteles, ni siquiera el dueño de la casa-cueva hablan bereber.Y respecto a la toponimia, si el turista se guía por cualquiera de las guías disponibles leerá nombres escritos a la francesa o con formas árabes, como Douz, Tamerzat, Tozeur, Kairouan, Djerba, Tamerza, Matmata, Toujane, etc., pero tendrá que esperar a oír pronunciar esos nombres a los nativos para descubrir que, en efecto, se trata de nombres bereberes: respectivamente /dús/, /tamásara/, /tosér/, /keruán/, /yérba/, /tamársa/, /magmáta/, /tuyán/, etc. (Maximiano Trapero | El Legado)


EL BEREBER Y EL GUANCHE
Así que la comparación que en cualquier caso ha de hacerse entre el guanche y el bereber está llena de problemas. Primero, por parte del guanche, porque es una lengua perdida, y segundo, por parte del bereber, porque más que una lengua, como hemos dicho, es un complejo de lenguas, inconexas entre sí, y repartidas por un inmenso territorio sobre el que se ha impuesto otra lengua de superestrato, el árabe, que lleva influyendo sobre ellas durante trece siglos. Del guanche lo desconocemos casi todo: sus sistemas fonético y fonológico, su morfología, su sistema gramatical...; lo único que nos ha quedado pertenece al dominio del léxico: un conjunto de términos aislados que en ningún caso forman sistema, y del que al menos un 90% son topónimos, la inmensa mayoría de ellos, a su vez, sin significado conocido. Y aun esto, hay que considerar que este léxico está fuertemente acomodado a las leyes de otra lengua, el español hablado en las islas. Y a todo ello hay que añadir el no menor problema de si la lengua aborigen que se habló en las Islas antes de la Conquista castellana fue una sola, incluso reconociendo la diversidad dialectal interinsular, o fueron varias, justificadas estas por la diversidad de origen de los pobladores traídos a las Islas, e incluso en diversos momentos, a lo largo de una dilatada cronología. Y respecto del bereber, hay que considerar que para establecer una correcta correspondencia entre los términos comparativos, deberíamos saber con qué «bereber» comparar el guanche, pues esta cuestión está reservada a dos incógnitas todavía sin resolver, una histórica y la otra geográfica: saber en qué tiempo se produjo el poblamiento de las Islas y saber de qué lugares (del inmenso «norte de África») procedían sus pobladores. De ellas se podrá deducir el tipo de bereber del que el guanche fue manifestación insular. Porque todos los berberólogos que se han puesto a la tarea de poder interpretar el guanche desde el bereber actual han llegado a la conclusión de que quedan grandes lagunas sin resolver. Estos mismos berberólogos hablan de un estadio protobereber, de origen muy remoto y oscuro, que podría identificarse con el temehu o líbico, del que derivarían las diversas lenguas bereberes, primero en un estadio líbico-bereber y finalmente ya en el pleno bereber.Y desde ese panorama, el guanche podría interpretarse como una de estas tres manifestaciones respecto del bereber, según Pichler (2003: 155-156): a) que el guanche sea, como el egipcio respecto del bereber, una lengua líbica (protobereber), b) que el guanche sea una lengua antigua del ámbito mediterráneo, entremezclada con el bereber, y c) que el guanche sea uno de los estratos del bereber, pero no el bereber pleno. A ellas cabría añadir una cuarta, que es la que predomina en los ámbitos no especializados: que el guanche es simplemente una rama del bereber; o dicho de otra forma: que el guanche es el bereber hablado en las Islas por los guanches. Estas hipótesis están formuladas, principalmente, sobre la base de las inscripciones rupestres que dejaron los indígenas canarios en las diversas islas y por las que los líbico-bereberes o los bereberes han ido dejando por muchos lugares del noroeste africano. Los yacimientos con inscripciones líticas más famosos de las islas (El Julan y La Candia en El Hierro, Balos y Bandama en Gran Canaria, El Cabuquero en Tenerife,Tajodeque en La Palma, etc.) representan un tipo de escritura que se ha identificado como «líbico-bereber», pero mucho más modernamente se ha descubierto otro tipo de yacimientos, especialmente en las islas de Fuerteventura y Lanzarote, en donde las inscripciones en la piedra están hechas con un alfabeto considerado como «lineal-canario o latino-canario», con rasgos esencialmente lineales, muy difíciles de leer con precisión, por lo débil de su incisión (Pichler 2003). Pero a estos dos sistemas básicos podrían añadirse otros dos: el de la «escritura logográfica megalítica», descrita por Wölfel a partir de algunas inscripciones de La Palma y El Hierro, y el «tifinagh», descrito por Pallarés en el yacimiento de Sonsamas en Lanzarote (Pichler 2003: 276-277). (Maximiano Trapero | El Legado)


Romanos en las Islas Canarias:
Recientemente parece reverdecer la teoría de que los primeros habitantes de las Islas Canarias fueron deportados procedentes del norte de África por parte de los romanos que los trajeron a las Islas (¿cuestiones demográficas? ¿miedo a una rebelión de zonas que estaban empezando a controlar?), formando con el tiempo una sociedad aparte que duraría milenios (eso explicaría el cómo es posible que procediendo indudablemente del norte africano, llegaran a las islas un grupo importante de personas desconociendo el arte de la navegación). Por las islas pasaron fenicios o mallorquines, pero poco o nada se sabe sobre el posible pasó de los romanos por las Canarias que indudablemente las conocían y actualmente se habla de que pudieron tener asentamientos estacionales en las islas más occidentales (incluyendo a la Isla de Lobos), algo que ha generado cierto debate entre los investigadores. Lo que es evidente que los romanos dieron un nombre a cada una de las isla: Nivaria (Tenerife), Canaria (la Gran Canaria), Pluvialia (Lanzarote), Ombrion (La Palma), Planasia (Fuerteventura), Iunonia (El Hierro) y Capraria (La Gomera). El naturalista romano Plinio el Viejo (Siglo I) en su "Naturalis Historia" fue el primero en dar testimonio escrito sobre las Insulae Hesperidum (las Islas Hespérides en latín), asociadas desde el punto de vista grecolatino con las Islas Afortunadas o las Islas de los Bienaventurados donde iban las Almas virtuosas (generalmente los héroes) y que ellos creyeron que eran las Islas Canarias por su clima benigno. Más allá de posibles asentamientos en las Islas, es seguro que en algún momento de la historia las visitaron (El geógrafo natural de Hispania Pomponio Mela las situó por primera vez en un mapa) y es muy probable que estacionaran de forma ocasional en las Islas sobre todo debido a la expansión imperial en el norte de África. Los restos que se han encontrado hasta el momento (ánforas y poco más) son muy escasos para hablar de una estancia prolongada de los mismos. Poco o nada dejaron para la historia de las Islas Canarias. (josecarlosrincon.blogspot.com)


UNA LENGUA PARECIDA A LA DE LOS AFRICANOS
No son muy explícitas las fuentes historiográficas primarias en el asunto de la lengua de los indígenas, como sí lo son en otros aspectos de su cultura y costumbres. Y aún las noticias que se dan sobre la lengua están vinculadas en todos los casos al propósito de saber cuál fuera el origen y procedencia de los primeros habitantes de las islas. Y eso que, como diría Humboldt, una vez que conoció a su paso por Canarias la naturaleza de las Islas y las historias que en ellas se habían sucedido, «el único monumento vivo para esparcir un poco de luz sobre el origen de los guanches es su lengua, pero por desgracia solo nos ha quedado de ella cerca de 150 voces, de las que algunas expresan idénticos objetos según el dialecto de las diferentes islas» (Humboldt 1816: 170). Cuentan los historiadores de aquellos primeros momentos y los viajeros que pasaron por las islas a lo largo del siglo XIV, que trataron de saber de los nativos sobre su procedencia y sobre el tiempo en que habían llegado a las islas, que la respuesta fue en todos los casos muy confusa porque la memoria de los antepasados se había roto. El primero de estos testimonios es del açoriano Gaspar Frutuoso, que escribió sus capítulos sobre Canarias hacia 1580, bien fuera a partir de las visiones directas que él había tenido de su estancia en las islas o de las notas que pudo tomar en su isla de San Miguel de quienes habiendo estado en las Canarias se lo relataron, que es cuestión esa que ofrece debate. En lo concerniente a esta información, dice expresamente Frutuoso que se lo contó un compatriota suyo de la isla de San Miguel, llamado Andrés Martins, que había residido durante muchos años en Tenerife y que había tenido amistad con un natural de Gran Canaria, llamado Antón Delgado. Extrañábase el açoriano de que no tuviesen memoria los naturales de aquellas islas de dónde procedían. «Y preguntándole si tenía de esto alguna noticia —escribe Frutuoso—, le respondió Antón Delgado, sonriéndose, que de dónde podían proceder sino de esta Berbería, que estaba allí tan cerca. Y le replicó Andrés Martins que no podía así ser, porque si fuesen de allí tendrían la ley y secta de los moros y la misma lengua. A lo que respondió Antón Delgado: Parece que en el tiempo cuando los habitantes de Canarias de la tierra de África vinieron a parar aquí, todavía no había la secta de Mahoma, que ahora siguen los moros; porque yo entiendo tres lenguas, a saber, la de Canaria, la de Tenerife y la de La Gomera, y todas se parecen mucho a la lengua de los moros. Y aun decía Antón Delgado que bien podía esto ser así, pues los canarios tienen todas las maneras de los moros y parece que aunque cambiaron el lenguaje que traían, no cambiaron algunas costumbres de su tierra, que habían visto con sus ojos y practicaban entre ellos allá. Y aunque los canarios tengan variedad, sus lenguajes casi todos tiran al de los moros» (Frutuoso 2004: 52-53). El segundo testimonio es el de Alonso de Espinosa (hacia 1590), el autor que con tanto empeño buscó entre los guanches viejos noticias de sus antepasados. Esto es lo que nos dice que logró saber: «En otro tiempo fue habitada esta isla [Tenerife] de los naturales que llamamos guanches, cuyo origen, ni de dónde hayan venido a ella, no he podido descubrir, porque, como los naturales no tenían letras, aunque de padres a hijos hubiese alguna memoria, como ésta es deleznable y falta, faltó la ciencia de su origen y descendencia» (Espinosa 1980: 32). Y añade en párrafos posteriores que su opinión personal es «que ellos son africanos y de allá traen su descendencia, así por la vecindad de las tierras, como por lo mucho que frisan en costumbres y lengua, tanto que el contar es el mismo de unos a otros» (ibid.: 33). El tercer testimonio es el de Leonardo Torriani, el ingeniero italiano que estuvo varios años en Canarias con el encargo de Felipe II de asegurar la fortificación de las islas y a quien debemos una inestimable Descripción de las islas Canarias, posiblemente concluida hacia 1592. Recoge Torriani a este respecto la famosa leyenda de las lenguas cortadas, y de ella hace derivar sus conclusiones. Ocurrió que un pueblo de africanos que era súbdito de Roma, en ausencia de los jefes, mató a los delegados, y en venganza los romanos después de matar a los caudillos de la rebelión cortaron las lenguas de sus seguidores y metiéndolos en barcos los mandaron a poblar estas islas. Y sigue Torriani: «De donde resultó, según la opinión de éstos, que los descendientes de estos africanos usaron un lenguaje diferente de todos los demás; y, a pesar de que siguiese pareciéndose mucho más al africano que a cualquier otro, dicen que los hijos que nacieron de padres y madres mudos dieron nombres a las cosas, así como la naturaleza se los inspiraba; de modo que tanto creció entre ellos la confusión de las lenguas, que (casi como los de la torre de Babilonia), un pueblo no comprendía al otro» (Torriani 1978: 20). Finalmente, el cuarto testimonio es el de Abreu Galindo, contemporáneo de Espinosa y de Torriani en la escritura de su Historia, aunque esta no fuera publicada hasta 1632, y el más prolijo de los tres en la acumulación de noticias relativas al poblamiento de las islas y a la identidad de la lengua de sus pobladores primitivos. Dice Abreu que halló en la catedral de Las Palmas un libro que hablaba de los orígenes de los canarios y que decía que eran provenientes de África, por razón de la rebelión que tuvieron con Roma y del castigo que los romanos les hicieron de cortarles la lengua, «por que —dice literalmente Abreu— do quiera que aportasen, no supiesen referir ni jactarse que en algún tiempo fueron contra el pueblo romano. Y así, cortadas las lenguas, hombres y mujeres y hijos los metieron en navíos con algún proveimiento, y pasándolos a estas islas, los dejaron con algunas cabras y ovejas para su sustentación. Y así quedaron estos gentiles africanos en estas siete islas, que se hallaron pobladas» (Abreu 1977: 31). A esta noticia que daba el libro de la catedral de Santa Ana, añade Abreu, de su propia cosecha por la observación que tenía del hablar de los isleños lo siguiente: «También me da a entender hayan venido de África, ver los muchos vocablos en que se encuentran los naturales destas islas con las tres naciones que había en aquellas partes africanas, que son berberiscos y azanegues y alárabes» (ibid.: 31) 2. Y cita el nombre de Telde como ejemplo, que tanto nombra a una ciudad de la isla de Gran Canaria como a unas huertas que están en el Cabo de Aguer (actual Marruecos) «no muchas leguas —dice Abreu— de la ciudad de Tegaste, donde estuvo enterrado el cuerpo de San Agustín 3 [...] De manera —sigue diciendo Abreu Galindo— que en los nombres propios parece conformar, y en muchos vocablos apelativos, los de estas islas con los africanos. Y dello se puede colegir qué nación haya venido a cada isla, conforme a la consonancia de los vocablos» (ibid.: 32). En ello tiene Abreu mucha razón, tanto por lo que se refiere a los topónimos (los «nombres propios» que dice), por ser el caudal incomparablemente mayor que quedaba del léxico guanche, como a los «vocablos apelativos». Como prueba de que la lengua de los indígenas, por sus similitudes y diferencias insulares, podría dar cuenta del origen de los guanches de cada isla, pone Abreu el siguiente ejemplo: «Parece que a Lanzarote, Fuerteventura y Canaria arribó la nación de los alábares, entre los africanos estimada en más; porque en estas islas llamaban los naturales a la leche aho, al puerco ylfe, a la cebada tomosen, y ese mismo nombre tienen los alárabes y berberiscos» (ibid.: 32-33). De la misma manera, en la descripción de las costumbres de los aborígenes de Tenerife, dice que «su habla era diferente de las otras islas; hablaban con el buche, como los africanos» (ibid.: 295). Y para concluir el capítulo del origen de los canarios, hace Abreu dos observaciones personales relativas al carácter de la lengua que hablaban, de lo que parece deducirse que verdaderamente Abreu los oyó hablar. En la primera dice que «en su lenguaje comienzan muchos nombres de cosas con t» (ibid.: 34), lo cual es absolutamente cierto, y es observación que repetirán después otros muchos autores (como nosotros mismos, no ya por haberlo oído de los indígenas sino porque se constata de manera abrumadora en las palabras de origen indígena que perviven en el español actual de Canarias, sobre todo en los topónimos). Hoy sabemos la razón, que entonces desconocía Abreu, y es que en la lengua bereber, de la que procedía el guanche, todos los nombres llevan un elemento morfológico fusionado a la raíz léxica, equivalente a nuestro artículo, con su género y número correspondientes, y el femenino empieza siempre por t-. La segunda observación se refiere no a un elemento particular, sino a un aspecto general, a la forma tan peculiar y tan extraña con que la lengua de los indígenas debía sonar en los oídos de quien los tenía acomodados a una lengua románica. Y así dice Abreu que la pronunciación del común de los isleños «era hiriendo con la lengua en el paladar, como suelen hablar los que no tienen lengua libre, a quien llaman tartamudos», que explica desde la leyenda el hecho de que «los romanos les hubiesen cortado las lenguas, por haber sido rebeldes al senado romano» (ibidem.). Lo cual, a su vez, ayudaba a comprender las razones por las que el lenguaje de los isleños era en parte tan diferente al de los africanos. Y concluye Abreu: «Ayuda por esta razón el que todos los isleños hayan venido de África, para que, no semejándose su lengua con la de los africanos en todo, hayamos de creer que, no teniendo lenguas para expresar sus vocablos ni darlos a entender a sus hijos, inventasen nuevo lenguaje para que se entendiesen, salvo aquellas palabras que con poca lengua pudieron pronunciar; que algunas semejan con las de los africanos (de donde habemos inferido ser de su nación), y otras que con el discurso del tiempo se mudarían y corromperían, como cada día se hace» (ibidem.). Estos cuatro testimonios de Frutuoso, Espinosa, Torriani y Abreu sobre la lengua de los aborígenes coinciden en lo esencial, como que era una lengua africana y que del tiempo y del porqué de la arribada de sus antepasados a las islas quedaba una memoria muy débil, ya totalmente legendaria. Pero la información de cada uno de ellos ofrece matices diferentes que, sumados esos matices, nos ofrecen una visión muy interesante de aquella realidad observada directamente por ellos. Del testimonio de Frutuoso destacamos dos observaciones: la de que la lengua de los canarios se diferenciaba de la de los africanos porque aquellos arribaron a las islas en tiempos anteriores a «la secta de Mahoma, que ahora siguen los moros», y la de que el indígena Antón Delgado le confesaba al açoriano Andrés Martins que él hablaba «tres lenguas», las de Gran Canaria, Tenerife y La Gomera, lo que apunta a la grandes diferencias lingüísticas que debían existir entre las islas. Del testimonio de Espinosa destacamos que, puesto que los canarios no tenían escritura, la noticia que sobrellegó al tiempo de la conquista fue transmitida oralmente de padres a hijos, y que «el contar» (los números cardinales) era el mismo de unos a otros (no sabemos si quiere decir entre todas las islas, o si entre estas y África). Del testimonio de Torriani destacamos el hecho de que los descendientes de los que arribaron a las islas con las lenguas cortadas tuvieron que inventar nuevas palabras para nombrar las nuevas cosas, de forma que se originó entre ellos una verdadera confusión de lenguas. Es decir, que para Torriani la diversidad lingüística del archipiélago canario se explicaría no por las diferencias de origen de sus habitantes, sino por la necesidad que tuvieron estos de crear un nuevo lenguaje, cada uno acomodado «a la naturaleza» de cada isla. Y del testimonio de Abreu, destacamos la semejanza que encuentra de los nombres canarios con los africanos, especialmente de «los nombres propios» (aquí específicamente de los topónimos), y que de ellos «se puede colegir qué nación haya venido a cada isla, conforme a la consonancia de los vocablos», como es el caso de que las tres islas orientales pudieran provenir de una misma lengua, pues en ellas tres hay una serie de palabras que se decían igual: ‘leche’, ‘puerco’ y ‘cebada’; que muchas de sus palabras empiezan por t; y que la lengua común de los indígenas tenía un acentuado sonido palatal (como la de los tartamudos), derivado del corte de la lengua, y que por esta misma causa, al no poder hablar con plenitud, sus hijos tuvieron que inventar un nuevo lenguaje para entenderse, coincidiendo en esta interpretación con Torriani; de donde se puede deducir (como han hecho tantos autores) que aquel libro sobre las cosas de los canarios antiguos que dice Abreu haber visto en la catedral de Las Palmas debió ser la fuente común de la que bebieron tanto Abreu como Torriani. (Maximiano Trapero)


Alonso Fernández de Lugo:
Alonso Fernández de Lugo conquistó las islas de La Palma y Tenerife, y dio con ello fin a la conquista de las Islas Canarias. El primer encuentro armado fue la célebre primera batalla de Acentejo que tuvo lugar en el barranco de Acentejo, en el municipio de La Matanza. Una tropa invasora de más de dos mil hombres se adentró por el norte de la isla en dirección al valle de Taoro (valle de La Orotava). El objetivo era doblegar a los guanches en el núcleo de su resistencia. Los guanches esperaron emboscados a los castellanos que, sorprendidos sufrieron un grave descalabro, perdiendo en la batalla el ochenta por ciento de sus fuerzas. Alonso Fernández de Lugo pudo escapar hacia Gran Canaria, donde preparó un nuevo asalto con tropas mejor adiestradas y más recursos financieros aportados por comerciantes genoveses y nobles castellanos. Los guanches, dueños de la situación, destruyeron el fortín construido por los castellanos. Tras esto, con un ejército mejor armado y entrenado, Alonso de Lugo retornó a Tenerife. Tras reconstruir el fortín de Añazo, se dirigió hacia los llanos de Aguere (La Laguna), donde en noviembre derrotó a Bencomo en la conocida como batalla de La Laguna, durante la cual el líder guanche cometió el error de presentar batalla en una zona llana. La caballería y los refuerzos aportados por Fernando Guanarteme fueron decisivos para la victoria castellana. 1.700 guanches, entre ellos Bencomo y su hermano Tinguaro, quedaron muertos en el campo de batalla. Al parecer, una epidemia posterior diezmó a los isleños, dejando a la mayoría que sobrevivieron enfermos o débiles, lo que se conoce como la modorra guanche, aunque su exacta dimensión e importancia en el resultado de la batalla permanece controvertida por algunos historiadores. Acerca de la gran modorra, el historiador y médico Juan Bethencourt Alfonso escribió: ...En las condiciones de vida de los guanches las epidemias de modorra necesariamente tenían poco poder difusivo, siendo su radio de acción muy limitado. Hoy que se conoce el germen de la enfermedad y los medios más adecuados de su propagación, cuando se considera que los guanches no contaban con una sola población, ni el más modesto caserío, sino que las familias moraban aisladas unas de otras separándolas 3 ó 4 kilómetros, en chozas ventiladas, y que no conocían los estercoleros, ni los alcantarillados, ni pozos negros, ni letrinas, ni lavaderos públicos, ni otros elementos o factores que pudieran dar lugar a la intoxicación del subsuelo o contribuir a la creación y multiplicación de poderosos focos infecciosos, hay que convenir en que las tales epidemias tenían que ser muy poco expansivas. Ni siquiera se puede alegar como foco de origen los cadáveres de Acentejo, porque es bien sabido fueron quemados por orden del rey Bencomo[10] En diciembre de 1495, tras un largo periodo de guerrilla, saqueos y parálisis bélica, los castellanos volvieron a penetrar, esta vez desde el norte de la isla, en dirección a Taoro. Varios cientos de guanches los esperaban en un barranco cerca del actual municipio de La Victoria de Acentejo, no lejos de donde se produjo la primera batalla de Acentejo. La victoria castellana en la segunda batalla de Acentejo facilitó el hundimiento de la resistencia aborigen y el acceso al valle de Taoro quedó abierto. La batalla decidió la conquista de la isla de Tenerife y el punto final de la conquista de las islas Canarias. NOTAS (10) “Historia del Pueblo Guanche”, Tomo III, página 110, Juan Bethencourt Alfonso


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