Judíos tras la expulsión             

 

Toma de Jerusalén. Arco de Tito Judíos:
La tolerancia islámica:
El nacimiento del islam no provocó gran alteración en las comunidades judías de Babilonia. Los ejércitos árabes conquistaron Mesopotamia en el 637 y la religión islámica se transformó allí en oficial. El califa Umar I promulgó el código que lleva su nombre y que establecía una serie de medidas contra los judíos, a quienes se les prohibía desempeñar cargos políticos, tener sirvientes musulmanes, ir armados, construir o reparar sus sinagogas o incluso rezar en voz alta. También estaban obligados a llevar parches amarillos en las mangas como marca distintiva. A pesar de ello, los califas de Bagdad no se sintieron sujetos a este código y permitieron a los judíos mantener una cierta autonomía. La importancia histórica de estas restricciones radica en que los cristianos las llevaron a Europa y se las impusieron a la comunidad judía europea durante siglos. El periodo de tolerancia islámica estuvo marcado por una importante cooperación entre musulmanes y judíos. Como resultado de este intercambio, se desarrolló una rica cultura basada en la conjunción de enseñanzas griegas, persas e indias que musulmanes y judíos tradujeron y estudiaron en la España medieval, en un periodo dominado en el resto de Europa por el oscurantismo cultural.

España medieval:
A mediados del siglo X, el centro del saber, tanto secular como religioso, se desplazó de Mesopotamia a al-Andalus, en la península Ibérica. Allí existían comunidades de judíos mucho antes de la llegada de las legiones romanas; durante largo tiempo habían sido víctimas de persecuciones, sobre todo bajo el reinado de los visigodos, que se convirtieron al cristianismo en el siglo VI. La llegada de los musulmanes trajo la paz para los hispanojudíos, quienes pasaron a ocupar importantes cargos como hombres de estado, médicos, banqueros o eruditos. Los estudiosos judíos contribuyeron al posterior desarrollo del renacimiento en Europa, gracias a las traducciones que, en unión con los musulmanes, realizaron de los clásicos griegos, persas e hindúes. A través de ellos estas obras llegaron al resto de la Europa occidental. Este periodo constituye realmente la edad de oro de la literatura y el pensamiento judíos. Con la decadencia del dominio musulmán en la península Ibérica, a mediados del siglo XIII terminó ese pacífico periodo. Bajo el reinado de la monarquía católica, los judíos fueron degradados al nivel en que lo estaban los demás judíos europeos. Durante la edad media, las persecuciones de judíos en los países cristianos fueron sistemáticas, muchas de ellas desencadenadas por el pueblo, espoleado por algunos predicadores religiosos, con la benevolencia de los dirigentes políticos. Durante las Cruzadas, en medio del fervor religioso de la época, cientos de judíos fueron asesinados. En 1215, el Concilio de Letrán, convocado por el papa Inocencio III, proclamó una política oficial de restricciones inspirada en el código de Umar, y ordenó que todos los judíos usaran insignias distintivas. Los judíos fueron objetos de desprecio en toda Europa. En algunas ciudades fueron obligados a vivir en áreas especiales, llamadas juderías, y privados de libertad de movimiento. Durante los siglos XIII y XIV, muchos monarcas europeos llenaron sus arcas después de confiscar las propiedades de los judíos y de echar de ellas a sus dueños. En 1290, el rey Eduardo I de Inglaterra redujo a la miseria y expulsó de la isla a los judíos ingleses. El rey Carlos VI de Francia siguió su ejemplo en 1394, terminando prácticamente así con la presencia de los judíos en este país hasta la Revolución Francesa. Durante el periodo de expansión de la peste negra (siglo XIV), las masacres de judíos se hicieron comunes por toda Europa, al culpárseles de haber causado la plaga mediante el envenenamiento de los pozos de agua. En la península Ibérica los judíos sufrieron persecuciones periódicas, que en ocasiones dieron lugar a conversiones masivas. En muchos casos estas conversiones eran meramente externas; surgió una clase de conversos llamados marranos, que si bien profesaban la religión cristiana en público, seguían fieles al judaísmo en secreto. La Inquisición, creada en 1478, persiguió a estos conversos; y en 1492 todos los judíos que no aceptaron el bautismo fueron expulsados de España. También fueron expulsados de Portugal en 1497. Los judíos exiliados del oeste europeo se refugiaron en la Europa oriental y central. Cientos de hispanojudíos (sefardíes) emigraron a los territorios europeos del Imperio otomano, que aún mantenía la política islámica de tolerancia. En el siglo XVI, Constantinopla se convirtió en el hogar de la comunidad judía más importante de Europa. La mayoría de los expulsados de Inglaterra, Francia, Alemania y Suiza se estableció en Polonia y en Rusia. En 1648 la comunidad judía polaca contaba con más de 500.000 individuos y llegó a tener una administración autónoma dentro del reino de Polonia, que se convirtió en el centro de la cultura judía de aquel entonces. Pero pronto llegarían las persecuciones, entre 1648 y 1658, lideradas por los seguidores de Bohdan Khmelnytsky (c. 1595-1657), jefe de los cosacos de Ucrania. Estos ataques llevaron a la destrucción de muchísimas comunidades de judíos, y con ellos comenzó la decadencia de las juderías de la Europa oriental. Los judíos se vieron privados del derecho a ejercer profesiones liberales, pertenecer a gremios de artesanos, explotar propiedades agrícolas y poseer grandes empresas, y fueron obligados a vivir del pequeño comercio.

Los judíos en la Edad Moderna:
Hacia finales del siglo XVI, en Europa occidental sólo quedaban pequeños restos de las antiguas comunidades judías. 6.1 La Reforma protestante y la Revolución Francesa Con la Reforma protestante, el progreso de las libertades políticas y sociales contribuyó a restablecer la tolerancia hacia los judíos en Occidente. Este nuevo periodo llegó primero a Inglaterra, donde desde 1650 Oliver Cromwell alentó la migración judía. También se animó a los judíos para que se establecieran en las colonias inglesas de América; para ello recibieron el apoyo de hombres muy influyentes, como John Locke y el predicador de las colonias Roger Williams. En Francia, en 1791, la Asamblea Nacional concedió a los judíos el derecho a voto y a la ciudadanía, como parte de los conceptos democráticos de la Revolución Francesa. Durante sus campañas, Napoleón I Bonaparte, a medida que iba avanzando por Europa, fue otorgando la igualdad de derechos a las comunidades judías. La opresión contra los judíos renació después de 1815, cuando los estados sometidos al poder de Napoleón se negaron a aceptar su política de tolerancia. Esta reacción duró unas décadas, hasta que ya en 1860 la libertad de que gozaban los judíos se hizo efectiva en toda Europa occidental.

La persecución en Europa oriental:
En Europa central y oriental predominó la hostilidad al liberalismo. Polonia y Rusia institucionalizaron la persecución contra los judíos. El acoso de que éstos fueron víctimas no fue menor que el que habían tenido que sufrir los judíos de la época medieval, especialmente después de la división de Polonia y de la incorporación de su zona oriental al Imperio Ruso entre 1772 y 1796. La mayor parte de los judíos polacos quedaron en territorio ruso, bajo restricciones muy severas: les estaba prohibido vivir fuera de las áreas que tenían asignadas y también tenían muy restringido su acceso a la educación y al ejercicio de determinadas profesiones. Además, el gobierno imperial respaldó e incluso financió los pogromos (ataques que se llevaban a cabo periódicamente contra las comunidades judías), con el fin último de desviar a otros cauces el descontento y el rechazo popular del sistema feudal que aún imperaba en Rusia a finales del siglo XIX. El gobierno institucionalizó severas medidas contra los judíos y trató de impedir la posible influencia de éstos entre el resto de la población. Eran ellos quienes estaban importando a Rusia conocimientos e ideas procedentes de la Europa occidental. Esta violenta persecución duró hasta la Revolución Rusa, que puso fin al régimen zarista en 1917. Como resultado de los pogromos, unos 2 millones de judíos emigraron desde las zonas bajo dominio ruso a Estados Unidos entre 1890 y finales de la I Guerra Mundial. Otros grupos de judíos emigraron desde la Europa oriental y se establecieron en Canadá, Sudamérica (especialmente en Argentina), Sudáfrica y Palestina.

América:
La migración judía a América se realizó en forma casi simultánea a la fundación de las primeras colonias americanas. Muchos judíos sefardíes (descendientes de españoles o de portugueses) se establecieron primero en Brasil. Sin embargo, la persecución a la que les sometió la Inquisición volvió a obligarles a huir. La primera comunidad de judíos en Norteamérica fue fundada en 1654 por algunos de los que habían abandonado Brasil, en la colonia holandesa de Nueva Amsterdam (actual Nueva York). En el periodo de la lucha por la independencia de Estados Unidos, hacía 1780, llegaba a 2.000 el número de judíos que vivían en las colonias. Durante gran parte del siglo XIX, la mayoría de los inmigrantes que llegaron a Estados Unidos después de 1815 provenían de Alemania, huyendo del antisemitismo surgido después de la caída de Napoleón y la fallida revolución de 1848. Hacia 1880, la comunidad judía en Estados Unidos alcanzaba los 250.000 individuos, y esta cifra aumentó considerablemente durante los siguientes 40 años, cuando casi tres millones de inmigrantes judíos llegaron a este país procedentes del este de Europa. Esta emigración a gran escala cesó en 1924, cuando entraron en vigor las restricciones impuestas por un sistema de cupos de entrada. En Argentina los primeros grupos de judíos surgieron hacia 1868. Más tarde (1912-1917), debido a la desintegración del Imperio otomano y a la persecución musulmana, llegaron nuevos contingentes tanto a territorio argentino como mexicano, particularmente a la zona de Puebla y Yucatán. Hacia 1941 se produciría una nueva oleada en todo el continente americano de gentes que huían de la persecución nazi.

La vida en Europa:
La emancipación de los judíos tuvo importantísimos efectos religiosos, culturales y políticos. Lentamente, a medida que se creaban su propio espacio en el mundo moderno, el poderoso muro creado para proteger a la comunidad judía dentro del seno del judaísmo tradicional comenzó a derrumbarse. Moses Mendelssohn (1729-1786) ejerció una fuerte influencia gracias a sus esfuerzos por adecuar el judaísmo al mundo moderno, tanto en el ámbito religioso como en el modo de vida. Tradujo la Torá al alemán y enseñando la importancia de establecer una relación cultural entre los judíos y el entorno no judío. Mendelssohn insistió en la necesidad de introducir también las materias profanas en la educación judía, y abrió así la vía para el intercambio intelectual y cultural entre el judaísmo y el resto del mundo, especialmente el cristiano. Uno de los resultados del esfuerzo de Mendelssohn fue el nacimiento del judaísmo reformista, movimiento iniciado por los judíos alemanes. Muchas familias de judíos se convirtieron al cristianismo para aumentar así sus oportunidades cívicas y culturales, sin que ello provocase la conmoción que habría causado sólo un siglo antes. El propio nieto de Mendelssohn, Felix Mendelssohn, famoso compositor alemán, se convirtió al cristianismo, al igual que el poeta Heinrich Heine, quien a pesar de ello siempre conservó un gran amor por su primer judaísmo. Benjamin Disraeli, uno de los más importantes estadistas británicos, era también hijo de un judío converso. La comunidad judía experimentó durante el siglo XIX un renacimiento cultural conocido como Haskalá (Ilustración). Comenzó en Europa oriental; y una vez más los judíos empezaron a escribir en hebreo, a interesarse por la nueva ciencia de Darwin y de Thomas Huxley y también a estudiar la Biblia, para poder dar una interpretación científica a la Sagrada Escritura. Se publicaron novelas, poesías e historia en hebreo, que volvió a ser una lengua viva. Se dignificó el uso del yidis entre los judíos de Europa oriental, debido a que había sido usada como lengua literaria en los trabajos de importantes escritores como Mendele Mokher Sefarim, Shalom Aleichem, Isaac Leib Peretz y Sholem Asch. El renacimiento cultural de la Haskalá, que era específicamente judío, fue muy importante para el resurgimiento de la esperanza en un retorno a lo que consideraban su propia tierra, Palestina, guiándose por lo que indicaban sus estudios de la herencia judía.

Antisemitismo:
A finales del siglo XIX, especialmente en Alemania y en Francia, surgieron movimientos hostiles a los judíos que se designaron con el nombre de antisemitismo, porque sus seguidores no basaban su oposición en la religión judía, sino en lo que ellos consideraban la raza judía: los semitas. En Alemania, Francia, Austria y Hungría se reformaron los partidos políticos para evitar que los judíos ocuparan cargos de importancia en ellos. En Francia, el llamado caso Dreyfus, que comenzó con el juicio, basado en pruebas falsas, de un oficial del Ejército, el judío Alfred Dreyfus, se transformó en un asunto de gran trascendencia política. Uno de los asistentes al juicio de Dreyfus, el escritor austriaco Theodor Herzl, llegó a la convicción de que la única solución al problema del antisemitismo estaba en la creación de un Estado nacional judío. En 1896, Herzl se convirtió en el fundador del sionismo político. Durante los siguientes 50 años, la organización sionista planificó un programa de acción y luchó para lograr sus objetivos, lo que finalmente se materializó en la creación del Estado de Israel. Durante la primera mitad del siglo XX, en especial durante el periodo de entreguerras, el antisemitismo se convirtió en una fuerza importante en la política europea, sobre todo en Alemania. Se inscribió rápidamente en muchas legislaciones nacionales, como por ejemplo las leyes de Núremberg, en Alemania (1935), donde los judíos se vieron privados de la nacionalidad alemana, así como de los derechos más elementales; o las leyes antisemitas francesas de 1940. El desarrollo del nacionalsocialismo y otras formas de totalitarismo, primero en Alemania y después en buena parte del resto de Europa occidental, amenazó a todos aquellos con orígenes judíos y se tradujo en una política de exterminio sistemático que llevó al asesinato de 6 millones de judíos europeos. Este periodo de persecución, de deportación a campos de concentración y asesinato en masa, o genocidio, de judíos europeos recibe el nombre de Holocausto.

Creación del estado de Israel:
Los supervivientes del Holocausto siguieron múltiples caminos. Muchos de ellos marcharon hacia Palestina, donde la comunidad judía había ido creciendo constantemente desde el primer asentamiento de 1880. En 1947, la oleada de judíos supervivientes del nazismo elevó su número a 600.000. En noviembre de este mismo año, la Organización de Naciones Unidas (ONU) votó la partición de la zona en dos estados, uno árabe y otro judío. Dicho plan fue aceptado por los judíos y rechazado por los árabes, quienes en la lucha posterior resultaron derrotados. El Estado de Israel fue establecido el 14 de mayo de 1948. Actualmente continúan llegando a Israel oleadas de inmigrantes judíos procedentes de todo el mundo, sobre todo de Rusia. La presencia masiva de refugiados, y la consiguiente demanda de recursos para poder absorberlos, ha llevado en ocasiones a tensiones sociales importantes. Por otro lado, a pesar de la euforia inicial, la seguridad, que requiere del empleo de una enorme energía, sigue siendo el principal problema del Estado de Israel, así como el objetivo de la actividad de una buena parte de la comunidad judía en la diáspora.


Israel-USA:
El difunto diplomático norteamericano George Ball alguna vez dijo que Israel necesitaba ser salvado de sus políticas suicidas “a pesar de sí mismo”. En un artículo de Foreign Affairs de 1977, exigió un esfuerzo imparcial por parte de Estados Unidos a favor de un acuerdo de paz árabe-israelí. Pero, si bien la postura realista de Ball sobre el conflicto palestino-israelí no es inusual entre los funcionarios del Departamento de Estado, sigue siendo un tabú para el establishmentpolítico de Estados Unidos, que desde hace mucho tiempo viene defendiendo un consenso casi sagrado sobre Israel. Hasta ahora. Está claro que, hasta cierto punto, la postura de Ball sigue representando un clamor en el desierto. Después de todo, EE UU no ha vacilado en su compromiso de mantener la “ventaja militar cualitativa” de Israel. De hecho, la Administración del presidente norteamericano, Barack Obama, ha superado todos los récords históricos en su ayuda militar a Israel, aun si el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, no ha manifestado ninguna voluntad de usar esa ventaja militar financiada por los contribuyentes norteamericanos para asumir riesgos calculados por la paz. En este sentido, EE UU al día de hoy sigue suscribiendo las políticas anexionistas desafiantes de Israel. Pero algo definitivamente cambió. Las cuestiones referidas a Palestina hoy están sumamente polarizadas en la política estadounidense. Las generaciones más jóvenes están mucho más afectadas por las imágenes de un Israel intolerante que tiraniza a una nación palestina privada de derechos que por el recuerdo cada vez más débil de la épica sionista original. Para ellos, el conflicto palestino-israelí se ha convertido en una cuestión de derechos humanos. Y de por sí, muy polémica. Los defensores de Israel enfrentan hoy un activismo pro-Palestina en los predios universitarios a un nivel nunca visto en Estados Unidos desde que los estudiantes manifestaban en protesta por la guerra de Vietnam. Una encuesta de Gallup de 2014 reveló que, si bien una estrecha mayoría de los norteamericanos justificaba el ataque de Israel en Gaza en ese año, esta postura solo era respaldada por el 25% de la gente menor de 30 años, mientras que el 51% de las personas menores de 30 años consideraba injustificadas las acciones de Israel. Según una encuesta de la Brookings Institution de 2014, un abrumador 84% de los demócratas y un 60% de los republicanos estaban a favor de una solución de un solo Estado, en el cual un Gobierno democrático único garantiza iguales derechos para todos los ciudadanos, israelíes y palestinos. Una encuesta de diciembre de 2015 de la misma organización indicaba que el 66% de los norteamericanos apoyaba una política estadounidense más imparcial en el conflicto palestino-israelí; entre los demócratas de menos de 35 años, ese porcentaje ascendía al 80%. Los políticos estadounidenses están prestando atención. En los últimos meses, los legisladores demócratas, encabezados por el senador Patrick Leahy de Vermont, han solicitado una investigación de las “graves violaciones de los derechos humanos” por parte de Israel, incluida la tortura y las ejecuciones extrajudiciales, contra los palestinos. Y Dan Shapiro, embajador de EE UU ante Israel, encendió al establishment israelí el pasado mes de enero cuando sugirió en un discurso que Israel, esencialmente, estaba imponiendo el apartheid en Cisjordania. El senador Bernie Sanders, en su campaña en las primarias presidenciales estadounidenses, rompió el molde cuando exigió revisar la postura del Partido Demócrata sobre el conflicto palestino-israelí. Al resaltar la difícil situación de los palestinos, Sanders puso de relieve no solo su visión del mundo centrada en la moralidad —que, sin duda, puede rayar en el idealismo—, sino también que entiende el humor de un electorado importante. El Partido Republicano también está amenazando con volverse en contra de Israel, pero de una manera mucho más dañina. Donald Trump, el candidato del partido para la elección presidencial, ha indicado en la precampaña que no respaldaría el apoyo automático a Israel por parte de Estados Unidos, sugiriendo que piensa que Israel tiene más responsabilidad en el fracaso de la solución de dos Estados. Por el contrario, dice, sería “una suerte de tipo neutral” en el conflicto palestino-israelí. Esto parece caerle bien a sus seguidores, muchos de los cuales simpatizan con Trump por su postura antiestablishment. Si los políticos del establishment que ellos desprecian apoyan a Israel, dice la lógica, debe de haber algo que está mal con esa política. El peligro reside en el hecho de que Trump ha apelado a un elemento abiertamente xenófobo de la base electoral conservadora. Por cierto, ha recibido el apoyo de los supremacistas blancos, entre ellos David Duke, exlíder del Ku Klux Klan. En vistas de esto, el ascenso de Trump es una muy mala noticia para los judíos norteamericanos y, de hecho, para todos los grupos minoritarios de Estados Unidos. Para peor, el impacto de Trump puede extenderse más allá de EE UU, con líderes de extrema derecha en otras partes, como Norbert Hofer de Austria, que emulan sus tácticas para atizar y capitalizar el nativismo atávico. Para Israel, una presidencia de Trump claramente sería una pérdida importante, no solo porque Israel ha contado desde hace mucho tiempo con los legisladores republicanos para impulsar su agenda. En 2011, por ejemplo, los republicanos llegaron a organizar, sin informar a la Casa Blanca, una presentación de Netanyahu ante el Congreso, en un esfuerzo por bloquear el acuerdo nuclear que Obama había venido negociando desde hacía mucho tiempo con Irán. El problema va mucho más allá. Una cosa es un aliado menos servicial en la Casa Blanca; otra muy distinta es tener allí a Trump poniendo en práctica su filosofía de “EE UU primero” en el terreno de la política exterior. Si bien la idea de asignarle la mayor prioridad a los intereses del propio país no es descabellada en sí misma, el discurso particular de Trump recuerda los reclamos pronunciados por grupos aislacionistas y antisemitas antes de la Segunda Guerra Mundial para que EE UU apaciguara a Hitler. Para Trump y millones de sus seguidores, “Estados Unidos primero” significa el fin de la misión global iluminada de Estados Unidos. Los poderes extranjeros, sean quienes fueren, deberían pagar por los servicios de EE UU. Al ignorar la protesta de la opinión pública europea en contra de su política palestina, el Gobierno de Israel ha perdido definitivamente el respaldo de Europa. Ahora, su ciudadela alguna vez invulnerable en Estados Unidos está bajo amenaza. Con certeza debe darse cuenta de que ignorar este desafío equivaldría a saltar al vacío. (Shlomo Ben-Ami, 27/08/2016)


Cifras del Holocausto:
El Holocausto es uno de los genocidios mejor documentados de la Historia, pero disponemos de muy pocos datos que hablen de cifras, incluso aunque se trate de sucesos de una importancia capital. Es más, este episodio de la historia a menudo es explicado en cifras tan extensas que resultan muy difíciles de asimilar. Un número tan grande como los infames seis millones de asesinatos opacan el significado de las operaciones clave que dieron forma al genocidio, convirtiendo un devastador acontecimiento masivo en una vaga caracterización. En la era digital en la que vivimos, las matemáticas, la ciencia de datos y las herramientas de visualización de las que disfrutamos pueden ayudar a dotar de sentido a este tipo de sucesos para las generaciones venideras. Al examinar un conjunto de datos desordenados y erróneos de la época acerca de las deportaciones de personas, comencé a descubrir la verdadera magnitud de la matanza. Se puede comprobar en el estudio que realicé y que fue publicado el 2 de enero. Mi investigación se centra en un período de 1942 en el que tuvo lugar la conocida como Operación Reinhard, durante la cual los nazis transportaron alrededor de 1,7 millones de víctimas (entre ellas comunidades judías al completo) a través de la red europea de ferrocarriles con destino a Treblinka, Bełżec y Sobibor. Casi todas las personas trasladadas a los campos de exterminio fueron asesinadas en cámaras de gas, normalmente tan solo unas horas después de su llegada. Debido a que los nazis destruyeron prácticamente todos los registros de la masacre, es importante intentar descubrir qué ocurrió realmente. Durante la elaboración del estudio me fijé en la “tasa de crímenes”, es decir, en los asesinatos llevados a cabo cada día. Este índice revela una repentina masacre tras la orden de “acelerar las acciones”, emitida el 23 de julio de 1942 por Hitler, tal y como aseguró un oficial de las SS. Aproximadamente 1,5 millones de judíos fueron asesinados en solo 100 días, tanto en la cámara de gas como en fusilamientos fuera de los campos de exterminio. En agosto, septiembre y octubre se perpetraron alrededor de 500.000 asesinatos cada mes, es decir, unas 15.000 muertes al día. La matanza terminó poco después, ya que apenas quedaban judíos en la zona. El alcance completo de esta masacre genocida parece no estar documentado en la historia. La información de la que disponíamos antes del estudio fue reconstruida en su mayoría de manera indirecta en base a conjeturas parciales y en una escala de tiempo anual, en lugar de diaria o mensual, lo que propiciaba que se pasase por alto esta aniquilación de tres meses de duración. Mi análisis se apoya en los registros de trenes cuidadosamente recopilados y reunidos en un libro escrito por el historiador del Holocausto Yitzhak Arad, publicado en el año 1987. Arad documenta aproximadamente 500 traslados con origen en unas 400 comunidades judías de Polonia, clasificados por días según la ubicación, el número de víctimas de cada traslado y los campos de exterminio a los que fueron a parar. Mi investigación requirió una clasificación pormenorizada de los diferentes documentos, así como la inclusión de datos que habían sobrevivido al paso del tiempo. Además, creé un vídeo en el que expongo un mapa espacio-temporal en el cual sitúo las 400 comunidades judías en el territorio polaco e indico la secuencia cronológica de las deportaciones a campos de exterminio durante todo el año 1942. Si bien la Operación Reinhard es considerada la mayor campaña de exterminio del Holocausto, se ha subestimado el vertiginoso ritmo al que los nazis operaron para eliminar al pueblo judío. La mayoría de la población mundial desconoce que esta masacre sin precedentes se desarrolló en tan solo tres meses, y solo gracias al conjunto de datos recopilados por Arad tenemos ahora un conocimiento más aproximado de lo que realmente ocurrió. Este corto espacio de tiempo indica la increíble coordinación de una maquinaria estatal que respondía a la avidez del Führer por erradicar a todo un pueblo. Los registros de los trenes muestran cómo zonas enteras fueron vaciadas de comunidades judías una por una de manera organizada, y cómo las cifras de los asesinatos fueron creciendo hasta que no quedaba prácticamente nadie más a quién eliminar. El gráfico a continuación resalta el ritmo y el frenesí con los que se ejecutaron masivamente a cientos de miles de personas a lo largo de 1942. A pesar de más de 70 años de investigación sobre el Holocausto, este parece el primer intento de dibujar en un gráfico datos adicionales sobre el genocidio de manera cronológica y espacial. Mi enfoque basado en los datos retrata la Operación Reinhard desde una perspectiva diferente a la que se puede encontrar en los volúmenes de informes históricos. A menudo, los expertos en genocidios comparan los datos de exterminios recientes con los del Holocausto nazi, considerando este último el punto de referencia para establecer la gravedad de un genocidio. Así las cosas, muchos científicos sociales defienden que el genocidio de Ruanda fue “el más grande” del siglo XX: en el país africano, sostienen, el ritmo de los asesinatos en masa fue de tres a cinco veces mayor que en el Holocausto. Sin embargo, mi estudio muestra que mientras en Ruanda los crímenes produjeron 8.000 víctimas al día durante un período de 100 días, el Holocausto duplicó estas cifras en el mismo período de tiempo durante la Operación Reinhard. Estos datos sugieren que la tasa de asesinatos del Holocausto se ha subestimado en una proporción de seis a 10 veces. En mi opinión, este tipo de comparaciones tienen una utilidad limitada y degradan la importancia histórica del exterminio del pueblo judío. El Holocausto es el ejemplo más esclarecedor de cómo la maquinaria eficiente de un gobierno se volvió contra el pueblo de manera irracional. Traspasó todos los límites de crueldad y se erigió como un sistema eficaz. Esta es la lección clave del Holocausto que creo que no debemos olvidar. (Lewi Stone, 2019) Aproximadamente 1,5 millones de judíos fueron asesinados en sólo 100 días, tanto en cámara de gas como en fusilamientos fuera de los campos de exterminio, tras la orden de "acelerar las acciones". En agosto, septiembre y octubre de 1942 se perpetraron alrededor de 500.000 asesinatos cada mes, es decir, unas 15.000 muertes al día.


La lista de Schindler: Reacciones:
Fue aclamada tanto por la crítica especializada como por el público. En Rotten Tomatoes cuenta con un 96% de reseñas positivas de un total de 85 y el consenso crítico de este sitio web dice que «La lista de Schindler combina el horror abyecto del Holocausto con el humanismo de Steven Spielberg para crear la obra maestra dramática del director». Estadounidenses como la presentadora Oprah Winfrey y el entonces presidente Bill Clinton instaron a sus compatriotas a verla. Muchos líderes mundiales también la vieron y algunos se reunieron en persona con Spielberg. CinemaScore informó que los espectadores le habían otorgado la nota más alta, A+. Stephen Schiff de The New Yorker la definió como el mejor drama histórico sobre el Holocausto, una película que «ocupará su lugar en la historia cultural y ahí se quedará». Roger Ebert del Chicago Sun-Times la describió como la mejor de Spielberg, «brillantemente interpretada, escrita y dirigida», además de situarla entre sus diez películas favoritas de 1993. Terrence Rafferty, también en The New Yorker, admiró su «audacia narrativa y visual, así como su emocionalidad directa». Destacó las actuaciones de Neeson, Fiennes, Kingsley y Davidtz, que en su opinión merecían un elogio especial, y señaló la escena de la ducha en Auschwitz como «la secuencia más terrorífica jamás filmada». En su guía cinematográfica publicada en 2013, Leonard Maltin distinguió el filme con cuatro estrellas, el máximo, por ser «una asombrosa adaptación de la novela de Keneally, que luce y se siente como algo que Hollywood no había hecho antes». Asimismo, la describe como «la película más intensa y personal rodada por Spielberg hasta la fecha». 80 James Verniere del Boston Herald señaló la contención y falta de sensacionalismo del largometraje y la definió como «una aportación importantísima al campo de estudio del Holocausto». En su reseña para el New York Review of Books, el crítico británico John Gross afirmó que sus dudas sobre una historia excesivamente sentimental «estaban totalmente fuera de lugar. Spielberg demuestra una firme comprensión moral y emocional del tema. La película es un logro sobresaliente». Alan Mintz puntualiza que incluso los mayores detractores de la película admiraron la «brillantez visual» de la secuencia de quince minutos de la liquidación del gueto, que en su opinión es «realista e impactante». Opina además que la cinta ha hecho mucho por devolver el recuerdo del Holocausto, que no debe ser olvidado aunque sus supervivientes vayan muriendo y desaparezcan así los enlaces directos con la catástrofe. El estreno de la película inició en Alemania un debate público sobre por qué no hubo más alemanes que prestaran ayuda. La película también fue criticada negativamente, más por parte del mundo académico que por la prensa generalista. Sara Horowitz comentó que gran parte de la actividad que se ve en el gueto son transacciones financieras como préstamos, mercado negro u ocultación de riqueza, algo que perpetúa el estereotipo de la vida judía. Señala asimismo que, aunque la representación de la mujer refleja acertadamente la ideología nazi, no se exploran adecuadamente su bajo estatus y la relación entre violencia y sexualidad. El profesor de Historia de la Universidad Brown, Omer Bartov, comenta que los personajes fuertes y físicamente imponentes de Schindler y Göth ensombrecen a las víctimas judías, que en su mayor parte son menudas, escurridizas y asustadas, por lo que estamos ante un mero escenario para la lucha del bien contra el mal. Horowitz también incide en que la absoluta dicotomía de bien contra mal en la película ignora totalmente el hecho de que la mayoría de los perpetradores del Holocausto fuera gente común y en que no se explora cómo el pueblo alemán racionalizó su conocimiento o participación en el Holocausto. 90 El escritor Jason Epstein comentó que la película da la impresión de que, si la gente era lo suficientemente inteligente o lo suficientemente afortunada, podría sobrevivir al Holocausto, aunque esto no fue realmente así. Spielberg respondió a las críticas a la escena en que Schindler rompe a llorar en su despedida afirmando que era necesaria para transmitir la sensación de pérdida y ofrecer al espectador una oportunidad de llorar también junto con los personajes. La lista de Schindler fue también muy bien recibida por otros profesionales de la industria del cine. El director Billy Wilder le escribió a Spielberg para decirle: «No podían haber encontrado a un hombre mejor. Esta película es la absoluta perfección». Roman Polanski, que rechazó dirigirla, dijo después: «Ciertamente yo no podría haber hecho un trabajo mejor que el de Spielberg porque no podría haber sido tan objetivo como él». Además, dijo que había sido una influencia para su película de 1995, La muerte y la doncella. El éxito de La lista de Schindler llevó al director Stanley Kubrick a abandonar su propio proyecto sobre el Holocausto, Aryan Papers, que habría tratado sobre un muchacho judío y su tía que sobreviven a la guerra ocultándose por toda Polonia y simulando ser católicos. Cuando su guionista Frederic Raphael dijo que el filme de Spielberg era una buena representación del Holocausto, Kubrick comentó: «¿Piensas que es sobre el Holocausto? El Holocausto fue el asesinato de más de seis millones de personas. La lista de Schindler trata sobre 600 que sobrevivieron» —en realidad, Schindler salvó a más de 1200 judíos—. El director francés Jean-Luc Godard acusó a Spielberg de usar su película para ganar dinero con una tragedia mientras la viuda de Schindler, Emilie Schindler (1907–2001), vivía en la pobreza en Argentina. Thomas Keneally afirmó que nunca se le retribuyeron sus aportaciones. El cineasta alemán Michael Haneke criticó la secuencia en la que las trabajadoras de Schindler son enviadas accidentalmente a Auschwitz y se reúnen en las duchas: «Hay una escena en esa película en la que no sabemos si de las duchas del campo sale agua o gas. Solo haces algo así con una audiencia ingenua como la estadounidense. No es un uso apropiado de la forma. Spielberg lo quiso hacer bien, pero fue tonto». La película fue atacada por Claude Lanzmann, director de un documental sobre el Holocausto, Shoah, quien definió La lista de Schindler como un «melodrama kitsch» y una «deformación» de la verdad histórica porque en su opinión «la ficción es una transgresión, estoy totalmente convencido de que se debe prohibir la representación [del Holocausto]». Lanzmann también atacó a Spielberg por mostrar el Holocausto a través de los ojos de un alemán, afirmando que «es el mundo al revés». Se quejó diciendo que «Pensaba que había un antes y un después de la Shoá, y que después de la Shoá, ciertas cosas ya no se podían hacer. Spielberg las hizo de todos modos». En un simposio de 1994 sobre la película organizado por la revista The Village Voice, la historiadora Annette Insdorf describió cómo su madre, superviviente de los campos de concentración, sintió gratitud porque la historia del Holocausto finalmente fuera contada en una gran película que todo el mundo viera. El escritor judío húngaro Imre Kertész, también sobreviviente del Holocausto, creía que era imposible retratar la vida en un campo de concentración nazi para alguien que no lo hubiera experimentado de primera mano. Al tiempo que elogiaba a Spielberg por acercar la historia al gran público, consideraba que la escena final de homenaje en el cementerio de Jerusalén obviaba las terribles secuelas que experimentaron los supervivientes e implicaba que no sufrían traumas emocionales. El rabino Uri D. Herscher encontró la película como una demostración de humanismo «atractiva» y «edificante». 103 Norbert Friedman apuntó que, al igual que otros supervivientes de la tragedia, reaccionó con un sentimiento de solidaridad hacia Spielberg que él normalmente reservaba para otros supervivientes. Albert L. Lewis, rabino y maestro de Spielberg en su infancia, describió la película como «el regalo de Steven a su madre, a su pueblo y en cierto sentido a él mismo. Ahora es un ser humano completo». (Wikipedia)


Franco y sefardíes:
Lo de las deportaciones de republicanos se sabía desde hace mucho. Ahora lo de los judíos tiene sus dos caras: los hubo que utilizaron España como lugar de paso en su huida sin mucho inconveniente, los hubo que, gracias a la labor del Servicio Diplomático salvaron sus vidas (sin consentimiento de Jefatura del Estado por escrito pero de facto tampoco se hizo nada por impedirlo, a pesar de la restricciones impuestas). Por otra parte el artículo es tendencioso, desde le punto de vista de que, por una vez, se actuó de acuerdo a la legalidad vigente y, es que lo que no dice, es que durante la dictadura del Gral. Miguel Primo de Rivera se aprobó la concesión de la ciudadanía española a los sefardíes que, como dice el artículo "pudieran demostrar fehacientemente que eran de origen español", normativa que sigue en vigor. En cuanto a Budapest, ahí se confunde el autor al incluir a la ciudad como centro de población sefardí: de ahí se salvaron -gracias al cónsul español- numerosos judíos a los que "se les reconoció ser sefardíes" pero no lo eran, pertenecían al grupo de los asquenazíes, es decir de relación con España nada, pero se hizo. Diferente es lo de Salónica, donde se ubicaba la comunidad sefardí más importante del mundo y por esos no se hizo nada, eso sí, cumpliendo la ley (exigente sin duda pero anterior a la dictadura franquista y aún en vigor, de hecho son muy pocos los que se han podido acoger a esta ley en casi 100 años). En cuanto a los republicanos, sabiendo lo que les esperaba, creo que fue cruel, teniendo en cuenta que si quería "tenerlos bajo control" los podría haber enviado a las compañías de trabajo o a los batallones penales (que no eran el paraíso tampoco pero la tasa de supervivencia era muchísimo mayor que en un lager nazi) como a tantos otros, pero de nuevo, "dejó hacer". Y por último, no por tener 500 páginas un libro es más o menos objetivo, porque en el artículo se afirma que "la dictadura española no se inmiscuyó en la Segunda Guerra Mundial" esa afirmación es absurda hasta para los propios partidarios del régimen franquista: la 250 división de voluntarios (la División Azul, que era azul clarita la mitad de las veces: entre forzados a alistarse y los que "querían limpiar el nombre de su familia"), las escuadrillas azules, el punto de repostaje de submarinos en Canarias, el proyecto de conquista de Gibraltar, las estaciones de escucha y apoyó a la navegación, los oficiales de la Armada de incógnito sirviendo en la Kriegsmarine, la colaboración con los servicios de inteligencia alemanes (fuera el Abwehr o el SD), el permitir ataques italianos desde buques anclados en nuestras costas contra Gibraltar. Vamos, creo que hay suficientes pruebas que hasta el 43 la implicación del régimen franquista con Alemania e Italia (y con la Francia de Vichy) fue un hecho, por tanto no tiene pies ni cabeza afirmar que el régimen no se implicó, otra cosa es que hubiera declaración de guerra, pero implicado estaba. Del 42-43 en adelante -tras los desembarcos en el Norte de África- intentó cambiar de chaqueta y aproximarse a Estados Unidos (lo que le costó diez años y el comienzo de la Guerra Fría) por ejemplo no interceptando a los aviones que sobrevolaban todos los días el espacio aéreo del Protectorado y alguna cosita más, pero eso es ya otro tema. (Se Fel Facebook)


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