Religión             

 

Religión:
En términos generales es una forma de vida o creencia basada en una relación esencial de una persona con el universo, o con uno o varios dioses. En este sentido, sistemas tan diferentes como budismo, cristianismo, hinduismo, judaísmo y sintoísmo pueden considerarse religiones. Sin embargo, en un sentido aceptado de una forma corriente el término religión se refiere a la fe en un orden del mundo creado por voluntad divina, el acuerdo con el cual constituye el camino de salvación de una comunidad y por lo tanto de cada uno de los individuos que desempeñen un papel en esa comunidad. En este sentido, el término se aplica sobre todo a sistemas como judaísmo, cristianismo e islam, que implican fe en un credo, obediencia a un código moral establecido en las Escrituras sagradas y participación en un culto. En su sentido más específico el término alude al sistema de vida de una orden monástica o religiosa. Es imposible encontrar una definición satisfactoria de religión o una forma realista de clasificar los diversos tipos de lo que llamamos religión a causa de las importantes diferencias de función entre los diversos sistemas conocidos. Un examen y comparación general de religiones sería por lo tanto engañoso si el material a evaluar fuera asumido en su totalidad como de la misma naturaleza. Es un accidente histórico que los primeros estudiosos europeos de culturas extranjeras o primitivas utilizaran el término religión para denominar un fenómeno del que sólo tenían un conocimiento rudimentario. Llegaron a la conclusión de que las otras culturas debían tener instituciones del mismo tipo y papeles que las que tenían el cristianismo o el judaísmo en sus respectivas culturas. Afirmaciones y creencias tan arraigadas como prematuras constituyen el origen de gran parte de tales discrepancias.

Un examen de las religiones a la luz de los conocimientos más avanzados debe comenzar por lo tanto limitando el término religión a aquellas instituciones para las que ha sido utilizado de forma habitual: el judaísmo y sus variantes, el cristianismo y el islam. Aunque esta limitación resulte algo arbitraria tiene sin embargo el mérito de facilitar una significación más clara limitándola a instituciones que tengan numerosos puntos de coincidencia. El siguiente paso será examinar las llamadas religiones identificadas en otras culturas, fijando el grado de equivalencia con el término en su acepción más restringida y utilizando después nuevos sistemas para clasificarlas cuando no se haya encontrado correspondencia. Dicha correspondencia no es cuestión de acuerdo o desacuerdo doctrinal, por ejemplo, en cuanto a nociones de Dios o de conducta moral. Es cuestión de decidir si las instituciones a las que se ha llamado religiones tienen la misma función en sus diversos contextos culturales como, por ejemplo, las que cumple una institución como el cristianismo en Occidente. Otra dificultad que se presenta al intentar examinar las religiones desde el punto de vista histórico es la noción común de la denominada religión primitiva, como forma de sentimiento y práctica religiosa humana más antigua y elemental. Sin embargo, no es seguro asumir que las formas no occidentales de cultura que carecen de desarrollo tecnológico sean por ello representativas de los primeros pasos en la carrera humana hacia las ideas espirituales. Cuanto más se sabe sobre diferentes criterios de culturas, más dificultades aparecen para adecuarlas en un sencillo esquema evolutivo o en un sistema de criterios claro. Se va a relacionar el tratamiento de la religión con un informe comparativo de las tres formas principales de conciencia sobre la relación humana con el universo o la deidad; una fundada en las religiones primitivas, otra en las religiones definidas de una forma más común, y la tercera, en los diversos sistemas orientales de creencias y prácticas que pueden calificarse como 'caminos de liberación'. Los ritos sociales y morales quedan fuera del ámbito de este articulo.

2 RELIGIONES PRIMITIVAS:
La diversidad de sentimientos y comportamientos conocidos como religión primitiva constituyen un tipo de conciencia que la civilización occidental ha perdido. 2.1 Mundo interior y exterior El rasgo principal de la conciencia religiosa primitiva, según se ha estudiado en pueblos polinesios y africanos, es la ausencia de cualquier frontera definida entre el mundo espiritual y el natural, y por lo tanto entre la mente humana o ego y el mundo circundante. El filósofo francés Lucien Lévy-Bruhl llamó a esta ausencia de límites participación mística, indicando una sensación de fusión entre el organismo humano y su medio ambiente. Este sentimiento puede describirse como correspondiente en su campo a la moderna comprensión intelectual de la interrelación de la humanidad y la naturaleza en la ciencia de la ecología. Una ausencia de límites similar predomina también entre los mundos de la experiencia consciente y del sueño, o entre la voluntad individual y las emociones espontáneas y los impulsos de la psique. Como resultado, el mundo exterior en su conjunto está cargado de poderes que pueden llamarse mentales o espirituales. Los objetos materiales, como rasgos estables y comprensibles del mundo exterior, no existen, ya que todas las cosas parecen comportarse de un modo tan caprichoso como los acontecimientos en los sueños. Descontrolados, cuando los contenidos de la experiencia se encuentren en este estado de ánimo, parecerán tan vivos, misteriosos y fascinantes, así como terroríficos, que toda la naturaleza se verá bañada por una atmósfera impresionante y misteriosa. El historiador religioso alemán Rudolf Otto se refirió a una atmósfera así llamándola 'numinosa'.

2.2 Atmósfera numinosa:
En un sentido más amplio, la atmósfera numinosa está ligada al mundo natural en su totalidad y a cada objeto dentro de él. Un buen ejemplo puede verse en el sintoísmo, una religión 'primitiva' que se practica actualmente en la sofisticada civilización de Japón. El término sintoísmo (en japonés, shin, 'espíritu') significa 'el camino de los dioses' o 'el camino del espíritu'. Según el sintoísmo, cada roca, animal, o corriente tiene su propio shin o kami (en japonés, 'dios' o 'diosa'). Sin embargo, es una equivocación llamar dios a kami en alguno de los sentidos que la palabra tiene en Occidente; de igual forma el término shin significa 'espíritu' sólo en un sentido muy vago, ya que se utiliza con frecuencia como una simple exclamación, similar a '¡maravilloso!'. El sintoísmo no tiene sistema de doctrina, credo, ni ideas religiosas formuladas; se preocupa por expresar admiración, respeto y temor hacia todo lo que existe. Esta preocupación implica el tratamiento de cada cosa como si fuera una persona, no siempre en el sentido de que esté habitada por algún fantasma o espíritu con forma humana, sino en el sentido de tener una vida misteriosa propia y autónoma que no hay que dar por supuesto. Como es obvio algunas entidades como el sol, la luna, el océano y ciertas montañas y lugares de peculiar fuerza y belleza parecen cargadas con mayor fuerza de la atmósfera numinosa que otras. Como la intensidad de lo numinoso es distinta en cada lugar particular, también los aspectos o cualidades de la atmósfera difieren. Los antropólogos utilizan a menudo las palabras polinesias mana y tabú para tipificar los aspectos positivos y negativos de lo numinoso. Cuando aparece como mana es potente y práctica, pero si lo hace como tabú es temible y prohibida. En las religiones primitivas no sólo las cosas externas y lugares sino también los seres humanos resultan a veces susceptibles de ser cargados con lo numinoso de una forma peculiar. El tipo de persona dotada de acceso especial al mana, o aspecto terrenal de poder en estas religiones, es el chamán o hechicero. Este papel es muy diferente del sacerdote o pastor en una religión como el cristianismo, ya que el poder del chamán no tiene un origen tradicional sino personal. Es su propio descubrimiento particular realizado en solitario a partir de las relaciones con los sueños. Lo numinoso es más que la sensación de temor y misterio en presencia de un mundo extraño. La ausencia de una frontera clara entre la mente humana y su entorno, en un mundo en el que tanto los acontecimientos exteriores como los interiores parecen suceder, provoca éxtasis y miedos. Entre los navajos, por ejemplo, este aspecto cautivador de lo numinoso es llamado hozon, término referido a una sensación de intensa belleza y de paz, que puede ser evocada con rituales de canto, danza y pintura en la arena. Estos rituales de magia compasiva, ya sean para provocar hozon, lluvia o buenas cosechas, tienen su origen en el mismo sentimiento de fusión entre el mundo humano y el natural y entre los acontecimientos de la mente y los del mundo exterior. 2.3 Ritual El ritual tiene un importante papel en las culturas primitivas, aunque no sea reconocible en sentido alguno como diferente de la llamada actividad práctica. Es más bien un intento para influir o armonizar uno mismo con el ciclo de la naturaleza mediante la representación dramatizada o simbólica de acontecimientos tan fundamentales como la salida y puesta del sol, la alternancia de las estaciones, el cambio de fases de la luna, la siembra y la cosecha anual. Además, el ritual supone la interpretación externa de los grandes temas míticos que en estas culturas ocupan el lugar de las doctrinas religiosas. El ritual, como aparece en las religiones primitivas, puede por lo tanto describirse como una forma de arte que expresa y celebra la significativa participación de la humanidad en los asuntos del universo y de los dioses. En culturas donde prevalece este tipo de sentimiento sobre el mundo, ninguna esfera de la vida es reconocible de un modo concreto como religión. La religión está tan implicada en lo cotidiano que es imposible distinguir lo sacro de lo profano. Sólo aparecen grados mayores o menores de lo sagrado. La religión no existe como actividad específica y los miembros de estas culturas tendrían una enorme dificultad para referirse a su religión. No podrían distinguir los rituales previos a una buena caza de lo que la cultura occidental llamaría pura técnica de caza. Formas simbólicas de lanzas, barcos y utensilios domésticos no constituyen para ellos adornos superfluos sino partes funcionales del objeto, que evocan a mana para su uso práctico.

2.4 Mito:
Estas culturas tampoco tienen doctrinas religiosas o conceptos abstractos sobre la naturaleza del numinoso y su diferencia de todo lo demás. Espíritu es un sentimiento más que una idea; su lenguaje más apropiado no consiste en conceptos sino en imágenes. Así pues, en lugar de doctrina religiosa hay mito, o un conjunto asistemático de historias transmitidas de generación en generación, puesto que estos relatos representan en forma indefinida el significado del mundo. Según las primeras interpretaciones antropológicas del mito, como la del antropólogo escocés sir James Frazer, los dioses y héroes míticos personifican los cuerpos celestes, los elementos; y los llamados espíritus de las cosechas y los rebaños y los mitos son explicaciones ingenuas de la naturaleza. Una interpretación posterior es la aportada por el psicólogo y psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, que sugirió que los mitos se basan en sueños y fantasías que dan expresión concreta a los procesos psicológicos inconscientes. Según Jung el inconsciente psicológico, como el cuerpo humano, tiene más o menos la misma estructura en todos los pueblos. Esta uniformidad justifica los extraordinarios parecidos entre los temas mitológicos de culturas de todo el mundo que no están relacionadas entre sí. Estaba convencido además de que esos procesos inconscientes determinan el desarrollo mental y espiritual de las personas, y que por esta razón la imaginería mitológica y su representación en el ritual, es un tipo de sabiduría destinado a consagrar el orden de la vida. Por eso, al creer que una danza tribal ayuda a la salida del sol, la representación del rito ofrece a los miembros de la tribu un significado, el de desempeñar un papel significativo en la marcha del universo en su totalidad. Una explicación del mito, en cierto modo similar, ofreció el investigador cingalés Ananda Coomaraswamy en sus estudios sobre cultura india e indonesia; creyó que los grandes temas míticos eran parábolas de una filosofía intemporal, un conocimiento intuitivo del destino y la naturaleza humana que siempre ha estado accesible a quienes en verdad desean sondear las profundidades de la mente humana. La filósofa americana Susanne K. Langer sostiene que el mito proporciona el primer ejemplo de ideas generales y, por lo tanto, de pensamiento metafísico. Según Langer el lenguaje está mejor capacitado para expresar ideas nuevas por medios metafóricos que por medios literales. Quizá haya que abandonar la suposición de que los mitos solar y de la fertilidad son intentos rudimentarios para explicar fuerzas naturales, como las explica la ciencia. Así como las culturas con mitos no distinguen entre espíritu y naturaleza, o religión y vida, tampoco discriminan verdad simbólica o fantasía de verdad literal o realidad. No se trata de confundir mito con realidad, puesto que la idea de realidad literal aún no se ha planteado.

3 LAS RELIGIONES:
Las religiones surgen en culturas donde sus componentes han desarrollado un fuerte sentido de diferenciación entre mente humana y entorno natural, conciencia subjetiva y realidad objetiva, y por lo tanto entre espíritu y materia. Este sentido de diferenciación va ligado al desarrollo de civilizaciones agrícolas estables, donde la división del trabajo requiere que los individuos desempeñen papeles diferentes en la comunidad. En las culturas cazadoras, cada individuo varón es maestro en todas las artes necesarias para la supervivencia, pero en las culturas agrícolas se requiere un grado de cooperación mucho mayor entre individuos con diferentes artes y papeles. Tal cooperación exige a su vez formas más precisas de comunicación entre las personas y por lo tanto de convención, o común acuerdo, respecto a los símbolos de comunicación, en especial a lo que atañe al lenguaje y a su cometido. 3.1 Lenguaje, convención y roles Un lenguaje es más eficaz cuanto más amplio es su vocabulario. Un gran número de palabras indica además un alto grado de conciencia en la distinción entre cosas y entre acontecimientos diversos. Cada palabra es el signo distintivo de un tipo de experiencia, y el fundamento de la clasificación consiste en que discrimina unas cosas de otras. La necesidad de desempeñar diferentes papeles en la comunidad también distingue a unos individuos de otros y para evitar confusiones requiere que los individuos se identifiquen con sus deberes. Muchos nombres, por ejemplo herrero, panadero, sastre, carpintero y calderero, indicaban en principio roles desempeñados en sociedad. La palabra latina persona procede del término que confería valor simbólico a las máscaras que llevaban los actores en el teatro grecorromano, y a su vez cada una de las máscaras identificaban los papeles que interpretaban los actores. Las personas desarrollaron una conciencia de su unicidad y separación de los demás, basada en parte en la aceptación de roles particulares en la sociedad. La separación de los individuos por el rol y la creciente percepción de la distancia respecto al mundo por el lenguaje, se produjo a través de una convención, que es a la vez divisiva y cohesiva. Sin embargo las convenciones son complejas y se aprenden con cierta dificultad. Por eso las diferencias pactadas por la sociedad tienen que ser respetadas, lo mismo que ocurre con los niños, que deben ser disciplinados para aprender un idioma y para manejar las reglas de los juegos, del protocolo o las morales. La propia vida de la comunidad depende de la observación de las convenciones de comunicación. La instrumentalidad de una religión consiste además en garantizar el sistema completo de convenciones o las reglas de pensamiento y lenguaje, conducta y rol. Para el judaísmo y el cristianismo la idea de salvación es inseparable de la idea de pertenecer a una comunidad, la del llamado pueblo elegido; es decir, la Iglesia, considerada como un conjunto de miembros o una asamblea (en latín ecclesia) sea Israel o la comunión de los santos. Las relaciones entre un sistema de convención social y un sistema de creencias sobre el universo requieren una explicación adicional. La convención social incluye recursos como gramáticas, vocabularios, números y signos, sin los cuales una persona puede percibir el mundo pero no pensar sobre él. El lingüista americano Benjamin Lee Whorf sugirió que la estructura del lenguaje, es decir del instrumento de reflexión de una persona, determina la opinión de ese individuo sobre la estructura de la naturaleza. Por eso es comprensible que tanto las tradiciones religiosas semíticas como la indo-aria conciban el universo como si hubiera sido creado por la palabra de Dios. Si el mundo es explicado, dominado y descrito por el pensamiento, es natural suponer que haya sido creado por el pensamiento, y que las leyes de la naturaleza que la reflexión descubre son la palabra o la ley de Dios, subyacente al mundo como una pauta primordial. Puesto que una cultura elabora una imagen coherente y ordenada del mundo, es natural que sus miembros crean que el poder de lo numinoso que está tras el mundo sea coherente y ordenado, y que tenga unidad. Su comprensión progresiva de que el orden natural del mundo tiene un modelo inteligente aparece acompañada de la sensación de que ellos no inventaron este modelo, aunque lo hubieran descubierto, que alguien debe conocer en su totalidad. Por lo tanto ellos lo atribuyen a una inteligencia diferente de la propia. Cuanta más gente aprecia la complejidad del modelo más se maravilla de la inteligencia que hay en su trasfondo, y a partir de ahí se comienza a formular una concepción madura de Dios, como un ser que excede en sabiduría y poder, y que es inmensurable y más grande que cualquier mortal. De esta forma, contemplando la maravilla de su propia estructura física, el salmista de la Biblia escribió: 'maravillosa por extremo es para mí esta ciencia; sublime; no la entiendo' (Sal 139,6). 3.2 Teísmo Religión en este sentido, es teísmo, sin excepciones. Implica la creencia en un dios personal, vivo y espiritual, distinto del mundo que ha creado de igual forma que la mente humana se siente distinta de aquello que conoce. Existen, sin embargo, diversas formas de teísmo. El Antiguo Testamento muestra un progreso desde henoteísmo (creencia según la cual existe una deidad suprema y otras inferiores) a monoteísmo (creencia de que este dios es el único Dios y al que se debe temor y fidelidad absolutos). Otras variantes son el politeísmo, creencia en muchos dioses derivada del paganismo y que suele incluir al menos una vaga percepción de que lo mucho es un aspecto de lo uno; el panteísmo, creencia de que Dios engloba todas las cosas en el universo (aunque este tipo de creencia sea en la historia una idea filosófica más que una creencia religiosa); y panenteísmo, una creencia según la cual cada criatura es un aspecto o una manifestación de Dios, que es concebido como el actor divino que desempeña a la vez los innumerables papeles de humanos, animales, plantas, estrellas y fuerzas de la naturaleza. La religión es por lo tanto fe comunitaria en, y conformidad con, el modelo que el pensamiento descubre o ha sido revelado, como voluntad o mandamiento de la inteligencia que se encuentra más allá del universo. La comunidad se vincula a este modelo como pauta de vida, que consiste en tres elementos: el credo, el código y el culto. Credo es la fe en el modelo revelado y en la inteligencia divina que lo constituyó. Código es el sistema de leyes humanas y morales que cuentan con sanción y autorización divina, que incluye las reglas de participación activa en sociedad. Culto es el ritual de ceremonias o actos simbólicos por medio de los cuales la comunidad pone su conciencia en armonía con la mente de Dios, ya sea mediante danzas ceremoniales o reconstrucciones dramatizadas de las acciones de Dios, o por el sacrificio de alimentos celebrados en común por Dios y su pueblo. La misa cristiana o la comunión procede de este último tipo. 3.3 Salvación La salvación religiosa es en síntesis la idea de la incorporación a una comunidad divina, a través del sometimiento a los deseos de Dios. En fases posteriores de la tradición semítica, la salvación comenzó a englobar la idea de la supervivencia más allá de la muerte, primero mediante la resurrección milagrosa del cuerpo y después, como resultado de las influencias griegas, en virtud de la mortalidad inherente del alma. Sin embargo, la salvación quedaba subordinada y condicionada al ingreso en la comunidad divina. Después de la muerte, aquellos que no se han incorporado son proscritos espirituales enviados, por ejemplo, al gehena judaico, al infierno cristiano o al iblis islámico. Por otra parte, la salvación después de la vida mortal es concebida como un estado de íntima unión con Dios en el que, sin embargo, se mantiene la personalidad diferente de cada miembro. Aunque se considera que salvarse depende del cumplimiento de una regla de vida, todas las tradiciones religiosas reconocen que por sus propias facultades las personas no puede cumplir las condiciones de salvación. Las escrituras hebreas, que judaísmo, cristianismo e islam consideran de revelación divina, contienen la idea de una caída inicial, o pecado original, cometido por el primer hombre y la primera mujer, Adán y Eva, y como consecuencia, la voluntad humana está en esencia pervertida por el egoísmo y la soberbia. Por lo tanto, la salvación es imposible sin ayuda divina. Las tres religiones enseñan lo mismo, que Dios es sobre todo amor y misericordia y que su objetivo final es la redención de toda la humanidad. Cuando los individuos se arrepienten de sus faltas, Dios ofrece su gracia con generosidad; es decir, la salvación considerada como un premio para quienes no la merecen. En la tradición cristiana, el único mediador o dador de gracia es el Jesús de Nazaret histórico, considerado como la personificación humana o encarnación del propio Dios. Jesús ama tanto al mundo que viene a sufrir su dolor, a soportar su carga, y a transformarlo desde dentro. Por lo tanto, en el presente esquema de clasificación, judaísmo, cristianismo e islam pueden llamarse las tres 'religiones mundiales', es decir, religiones que tienen como ideal la totalidad de la especie humana. Otras creencias de carácter más local se adaptan a la definición de religión, aunque estén más vinculadas concretamente con determinados esquemas de cultura. Estas creencias surgen de la comunidad sij en India y el zoroastrismo, la religión de los persas, en India e Irán. Entre ciertas formas de religión, que ya no se practican, figuran los cultos de Ra y Osiris del antiguo Egipto y los misterios clásicos del mundo grecorromano.

RELIGIÓN COMPARADA:
Primeros investigadores occidentales:
El estudio de las tradiciones religiosas del mundo coincide con la expansión política y económica de Europa occidental. Los misioneros jesuitas del siglo XVII incluían con especial relevancia a los italianos Matteo Ricci en China y Roberto de Nobili en India, y el español san Francisco Javier en Japón. En el siglo XVIII se despertó un gran interés entre los investigadores y los filósofos por las traducciones latinas de textos confucionistas y taoístas realizadas por los jesuitas. Durante cierto tiempo se idealizó la cultura china, especialmente por los deístas, que encontraron en ella pruebas para su tesis de que la moralidad podía crecer sin religión dogmática. Entre los pioneros en este campo están los filósofos alemanes Johann Gottfried von Herder y George Friedrich Wilhelm Hegel, y el filólogo británico Friedrich Müller. Su trabajo lo continuaron el filósofo británico Edward Caird en The Evolution of Religion (1894) y el teólogo holandés Cornelius Petrus Tiele en Elements of the Science of Religion (1897-1899). Pero debe destacarse la obra del filósofo y psicólogo estadounidense William James en Las variedades de la experiencia religiosa (1902), primer estudio serio de psicología de la religión.

Siglos XIX y XX:
En los siglos XIX y XX hubo notables aportaciones especializadas al estudio de la religión comparada en los trabajos chinos realizados por el investigador francés Noël Julien, llamado Stanislas Julien, y por el misionero jesuita Leon Wieger; en los estudios budistas del indianista y filólogo holandés Jan Hendrik Kern y del orientalista británico Thomas William Rhys Davis; en el estudio del vedanta del filósofo e investigador de sánscrito alemán Paul Deussen; los estudios sobre taoísmo y confucianismo del misionero y sinólogo británico James Legge, y en los estudios relativos a la India del investigador sánscrito sir Monier Monier-Williams. Gran parte de la obra sobre religiones comparadas la emprendieron misioneros que buscaban puntos en común entre las creencias ajenas y el cristianismo, así como algunas pruebas de la superioridad espiritual del cristianismo. Los filólogos realizaron otro trabajo, cuyo interés residía en la forma lingüística más que en el contenido de los escritos sagrados de otras culturas. Sin embargo, el conflicto progresivo entre religión y ciencia en el mundo occidental a finales del siglo XIX y principios del XX tuvo como resultado un general descontento de las variantes fundamentalistas de la creencia cristiana. Este descontento llevó a su vez a una actitud más comprensiva hacia el resto de las religiones. En este siglo, el estudio de las formas de liberación, en particular, ha realizado importantes avances, ayudado sobre todo por la obra de eminentes investigadores asiáticos como los indios Surendra Nath Dasgupta y sir Sarvepalli Radhakrisnan, los japoneses Daisetzu Teitaro Susuki y Junjiro Takakusu, el chino Fung Yu-lan y el cingalés Ananda Coomaraswamy. En las tres décadas anteriores a su muerte, el nombre del historiador de las religiones norteamericano, de origen rumano, Mircea Eliade se convirtió en sinónimo de los estudios comparativos. Investigó lo sagrado en creencias, ritos y experiencias religiosas de todos los pueblos y de todas las culturas.


Filosofía y religión:
[La cuestión de Dios:] La Iglesia está de moda. También la religión, aunque sea como fenómeno sociológico que estudiar, o como institución de la que sospechar, o sobre todo como fuente pretendidamente infalible de moral práctica. Porque en su variante crítica procura una doctrina para liberar al ser humano de la injusticia desde ya. Y en su variante tradicional, para controlarle y consolarle, tal como predica el papado. En cambio, curiosamente, Dios no está de moda en el pensamiento occidental desde hace un par de siglos. Tanto es así que el asunto de la trascendencia del ser humano individual más allá del mundo empírico fue declarada hace ya tiempo como una “no cuestión”, como algo que estaba excluido a priori del debate: preguntarse por el sentido trascendente de la vida era un puro sinsentido porque su simple proposición incumplía cualesquiera principios de verificación o de falsación. Y, sin embargo, aún excluida del ámbito de lo pensable, esa es la cuestión siempre válida para muchas personas: la cuestión del ser más allá, de seguir siendo, de no dejar de ser, como lo expresó Unamuno. Y esa cuestión conecta inevitablemente con la cuestión de Dios. No de la Iglesia, ni siquiera de la religión, sino de Dios en cuanto posibilidad de trascendencia. Algunos atípicos pensadores de nuestra modernidad han advertido hace tiempo esta ausencia y han recordado que, al lado de la razón, está la imperiosa necesidad del mito para nuestra existencia. “Una cosa es la verdad, y otra distinta es cómo es posible vivir con la verdad. Para fines cognitivos tenemos el conocimiento, pero para fines vitales tenemos historias, tenemos mitos. Porque el conocimiento tiene que ver con la verdad y el error, mientras que las historias con la dicha y la desdicha”, escribía Odo Marquard en Adiós a los principios. Otros, como Leszek Kolakowski, han subrayado que el pensamiento moderno ha decretado la limitación de la razón a lo empírico sin mayor autoridad que la de su propio dictum: “El argumento de los racionalistas empiristas de que las creencias religiosas son empíricamente vacías y su veredicto de que, por ello, son carentes de sentido, depende de que exista un criterio trascendentalmente válido de lo que es tener sentido que haga coincidir sentido y mundo empírico”. Y es que la modernidad occidental da por hecho y concluido —caso cerrado— que el mundo empírico agota el mundo de la razón, como Javier Gomá ha señalado brillantemente, de manera que pensar más allá no sería pensar, sino otra cosa. Y esa otra cosa le huele al mundo moderno a superstición, a ponerse de rodillas ante instancias heterónomas, a claudicación de la dignidad de la conciencia. Por eso… mejor dejarlo. Y es que lo incómodo de la cuestión de Dios no es —por mucho que se diga— el que se trate de una cuestión no verificable, de una posible verdad sin prueba empírica. Porque, si de eso se tratara, sería inexplicable que la modernidad viviera orgullosa en las sociedades que ha creado, unas sociedades democráticas fundadas en puros mitos indemostrables, en verdades afirmadas pero no susceptibles de comprobación alguna. Por mucho que intentemos disfrazar nuestras democracias constitucionales como un conjunto de reglas puramente procedimentales, lo cierto es que están ancladas en una verdad dogmática exenta de debate: la de la igual dignidad de todos los seres humanos. Los padres fundadores decían ya que “sostenemos como verdades evidentes por sí mismas que todos los seres humanos han sido dotados por su Creador de igual dignidad”, pero eso era y es —entonces como ahora— cualquier cosa… menos evidente. No es posible validar de manera convincente la dignidad igual de todos los seres humanos dentro de un concepto naturalista del hombre. Es una afirmación epistemológicamente carente de sentido para cualquier filósofo analítico o empirista. Es un mito, una verdad revelada, un cuento precioso que creemos con fervor… pero porque queremos creerlo (y porque nos permite vivir decentemente), no porque sea demostrable. ¿Por qué entonces se rechaza en esta misma modernidad la posibilidad misma de pensar acerca de la inmortalidad del hombre, de la posibilidad de Dios? Que de Dios se haya usado y abusado, que se nos lo presente usualmente en Occidente como un paquete cerrado de “ser supremo-revelación-verdad monopolizada-institución guía” en donde se toma o se deja el lote completo, todo ello es histórico y cultural y no dice nada a favor o en contra de la cuestión misma de Dios. Más bien sucede que el rechazo a esa cuestión parece derivar sólo de nuestro miedo a abdicar de nuestra autonomía moral. Hablar de Dios parece contradecir al principio ilustrado de “hacerse de una vez mayor de edad”. Pero si ya lo somos, si nadie nos encadenará de nuevo a la superstición, ¿cómo es que no podemos hablar de nuevo del asunto en cuestión? ¿Tan inseguros estamos acerca de esa nuestra mayoría de edad? (José María Ruiz Soroa, 15/03/2013)

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