La religión en España             

 

La religión en España:
Las formas de religiosidad organizada se están perdiendo en España, a favor de la secularización, el sincretismo y el escepticismo. Este hecho es especialmente cierto entre los sectores más jóvenes y mejor formados de la sociedad. La otrora "reserva espiritual de Occidente" está pasando a creer de otra manera o no creer, directamente. En privado, sin mucha algarabía ni grandes manifestaciones. Resulta curioso observar que nadie ha sido capaz de recoger la representatividad de estas grandes masas sociales. Ni los grupos escépticos o ateos ni otros colectivos religiosos, ni sectas, ni nadie. No de manera significativa, al menos. Gracias a este silencio, la Iglesia Católica puede seguir arrogándose la representación de ese 76% de autodenominados católicos aunque su relevancia real es mucho menor con toda seguridad. Por otra parte, nadie puede hablar actualmente en nombre de los no creyentes, que son ya uno de cada cinco españoles: el segundo grupo más importante del país en términos de perspectiva religiosa. Lo más parecido a un activismo ateo es el incremento en las solicitudes de apostasía y las voces en contra de un clero que perciben como ultraconservador, alejado de la realidad y vinculado a determinadas opciones políticas situadas en la derecha. Pero tampoco se puede afirmar, ni mucho menos, que todos los no creyentes o ateos se sitúen en la izquierda, aunque probablemente el porcentaje sea más elevado.

Cristo de El Greco San Juan de la Cruz Santa Teresa de Avila


Se oye con frecuencia en los ámbitos más ultras del catolicismo que este retroceso de la fe organizada se debe a la pérdida de referentes claros (quieren decir duros), al aggiornamento de muchos sectores religiosos que ellos perciben como tibieza, cuando no traición. También acusan de la caída a un percibido anticlericalismo sociopolítico "que juega a la contra" y que tiende a repetir los clichés de otros tiempos: masonería, comunismo, izquierdismo, homosexualismo, judaísmo... Inevitablemente, disiento con ellos. Ese es un análisis facilón e interesado, acomodaticio, que obvia numerosos hechos históricos, filosóficos y sociológicos a gran escala. Entre estos, yo resaltaría los siguientes:

Cosmovisión. Los dogmas inamovibles y la autoridad doctrinal, esenciales al hecho religioso organizado, son fundamentalmente incompatibles con las sociedades democráticas abiertas. Una sociedad que fomenta la individualidad, la pluralidad y el libre pensamiento difícilmente aceptará, al menos de forma mayoritaria, un conjunto único de verdades reveladas establecidas por un grupo único de individuos elegidos bajo el dedo de Dios a quienes no se puede discutir. Paralelamente, la mayoría de referentes sociales, económicos y culturales de las sociedades desarrolladas sustentadas en la economía capitalista de consumo ya no pertenecen al campo de la religión, a diferencia de lo que ocurría en el pasado.

Predominio de la epistemología. El extraordinario progreso de la ciencia y la técnica a lo largo de los últimos siglos ha venido ocupando muchos espacios donde anteriormente predominaba la religión. Aunque considerados individualmente ninguno de estos avances resulta devastador para la creencia tradicional, el conjunto de todos ellos y su éxito a la hora de ofrecer explicaciones cosmogónicas y beneficios materiales constituyen un constante goteo que diluye las explicaciones y beneficios de la fe. En la sociedad actual, muchas personas sólo consideran válido el conocimiento obtenido por métodos análogos al científico –datos, pruebas, razonamientos, aunque sean más o menos sesgados–. En sociedades así, las búsquedas de la verdad por fe, por revelación o porque lo diga un libro antiguo o un hombre más antiguo todavía carecen de credibilidad y pierden capacidad de difusión. Pueden funcionar en circunstancias muy emocionales o de aislamiento, pero después se van debilitando ante el predominio del pensamiento racional.

Pérdida de liderazgo. Se deriva de las dos anteriores. En el pasado, las religiones organizadas contenían en su seno a los principales creadores de pensamiento, opinión y filosofía. Pero los tiempos de Santo Tomás de Aquino o Guillermo de Occam pasaron hace mucho. Hoy por hoy, esos creadores se hallan en otros ámbitos: las empresas, la política, los medios de comunicación, el mundo científico. Y aunque las religiones organizadas tratan de mantener su presencia en todos ellos, van a rastras y se nota. Ya no poseen las cabezas más brillantes, y se adaptan demasiado lentamente a las innovaciones.

Valores desadaptados. En otros tiempos, las sociedades evolucionaban muy lentamente y las religiones orgnizadas iban adaptándose con ellas –cuando no dirigiendo los cambios– a lo largo de siglos. Las sociedades modernas, en cambio, se transforman constantemente y a gran velocidad. Poco a poco, los valores tradicionales van perdiendo su sentido conforme las personas necesitan adaptarse a nuevas formas de vida y pensamiento. Simplemente una buena parte de esos valores ya no le sirven a la gente para nada útil en el mundo real, cuando no son abiertamente contradictorios con las necesidades vitales comunes, y sus proponentes van perdiendo audiencia, interés y respeto.

Pluralidad de oferta. Desaparecidas para bien las religiones de estado en el mundo occidental, y existiendo en sociedades abiertas y plurales, las creencias organizadas convencionales tienen que competir constantemente con otras ofertas que para la mayoría del público resultan más agradables y adaptativas. Las religiones ya no son cabeza, autoridad y luz, sino un agente más en un mercado cada vez más amplio y competitivo de ideologías, filosofías y formas de vida. ¡Rápido! ¿Qué prefieres, Física o Química o misa de diez? ¿El lado Coca-Cola de la vida o la vida en el seminario? ¿El horóscopo o el rosario? ¿Este blog o una lectura comentada del Antiguo Testamento (¡bueno, no es tan distinto!)?

Conflictividad sociopolítica. La frecuente asociación de las religiones organizadas con determinados ámbitos del poder u opciones políticas específicas aleja, lógicamente, a los sectores sociales que no están de acuerdo con las mismas. Cuando dicha asociación es repetitiva, estos sectores se alejan definitivamente y desarrollan combatividad antieclesiástica. Los intentos de aproximación seguidos de enfrentamiento se interpretan fácilmente como doblez o traición. Y la gente ya no siente la necesidad de permanecer unida a su iglesia a pesar de todo. No en un mundo donde hay muchas más opciones tanto ideológicas como religiosas. Lo más grave de todo es que los cambios en las necesidades políticas cotidianas de los partidos terminan dejando fuera de juego a las religiones incluso ante los suyos.

Pérdida de crédito social y distorsión perceptiva. Como consecuencia de todo lo anterior, el abismo entre amplias capas de la sociedad y las religiones organizadas se amplía cada vez más, y las vías de comunicación se van cortando. Por razones de psicología grupal, la gente de religión va perdiendo sensibilidad sociológica y no comprenden, o les cuesta aceptar, lo que millones de personas piensan o desean de ellos. En el proceso, también pierden la compresión de las palancas que mueven a la gente y poco a poco, a veces por escándalos y a veces a la chita callando, también pierden el crédito y el respeto. Todo lo cual no hace sino reforzar los demás elementos, en un círculo vicioso sin fin. Lo cual termina por consolidar un núcleo de partidarios duros entre los duros... y la animadversión creciente de millones. O, peor aún, su indiferencia.

Pienso que las religiones organizadas, en su forma actual, no tienen la capacidad de superar estos problemas en el medio y largo plazo. Con altibajos, como todos los procesos históricos, seguirán languideciendo a menos que encuentren una forma radicalmente distinta de interactuar con la sociedad; y a mí, todas las que se me ocurren implican el abandono o disolución de sus características doctrinarias fundamentales, lo cual imagino que les resulta inaceptable. No obstante, si no son capaces, las tendencias observadas en este artículo seguirán calando y profundizándose hasta disolverlos a ellos, convirtiéndolos en una minoría irrelevante. Estos procesos son lentos, y pueden tomarse generaciones, con avances y retrocesos. Pero observando lo ocurrido en los últimos 250 años y particularmente en el reciente medio siglo, el proceso parece irreversible. En las sociedades contemporáneas, las religiones tradicionales están atrapadas en una trampa mortal: o mantenerse fieles a su doctrina con el apoyo de un grupo de incondicionales cada vez más reducido y una animadversión social cada vez mayor, o abandonar sus dogmas y entonces dejar de existir para transformarse en otra cosa. Yo no sé si Dios habrá muerto o no, como dijera Nietzsche. Lo que sí sé es que, a este paso, las religiones tradicionales terminarán desapareciendo en las sociedades abiertas. Quizás, lo último en perecer serán sus formas y apariencias externas. Después, nadie sabe qué ocurrirá, ni si surgirán nuevas formas de espiritualidad, quizá mejores, quizá peores. O no. (La pizarra de Yuri)

 
Franco bajo palio Franco y obispo Cardenal Segura Pío XI
       

Cataluña:
[Preguntas:] Hubo un tiempo en que preguntarse quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos era algo que importaba a todo el mundo. Eran las preguntas que hacían avanzar el pensamiento y que impulsaban la civilización. Ahora ya no parecen importarle a nadie. A lo largo de los siglos algunas de estas preguntas dieron un sentido trascendente a la existencia de hombres y mujeres que luchaban por superar su ignorancia y descubrían con avidez el mundo del conocimiento. Algunos buscaron todas las respuestas en Dios; otros empezaron a creer en las posibilidades ilimitadas del hombre y de la ciencia; otros se esforzaron en hacerlos compatibles. Pero parece bastante evidente que ni unos ni otros comenzaron a hallar respuestas hasta que se plantearon las preguntas. Hoy, en cambio, preguntarse sobre el sentido último de las cosas es objeto de burla y de desprecio. Todo lo que afecta al espíritu, lo que no da un rendimiento material, está pasado de moda. sobre todo en Catalunya, que en los últimos años se ha convertido en la comunidad europea menos interesada en la espiritualidad. Aunque tal vez la ha sustituido por una visión más light o emocional. Este desinterés ha aumentado de forma paralela al desinterés por la religión y constituye el signo distintivo de la sociedad catalana nacida de la llamada tercera oleada de secularización. Cuando la generación de la transición, protagonista de la anterior oleada, se desentendió de la religión, se apartó de algo conocido. La actual oleada no rompe con la religión, simplemente la ignora y seguramente no tiene ni interés ni capacidad, ni tan siquiera el lenguaje básico para plantearse ninguna pregunta. Lo confirman los últimos estudios sobre la práctica religiosa, como la completísima Encuesta Europea de Valores, cuyos datos referidos a Catalunya han sido interpretados por Javier Elzo y Ángel Castiñeira en Valors tous en temps durs: sólo un tercio de los catalanes son creyentes institucionales (practicantes) y la cifra se reduciría drásticamente si elimináramos del estudio a los mayores de 65 años, a los nacidos fuera de Catalunya y a quienes sólo tienen estudios primarios. Todavía son más radicales las conclusiones del sondeo del Instituto de la Juventud, presentado la semana pasada, según el cual sólo un diez por ciento de los jóvenes españoles de 15 a 29 años son católicos practicantes; Catalunya lidera con Madrid y Euskadi esta desafección religiosa. Si preguntarse por el sentido de las cosas fue el preámbulo del desarrollo humanístico de nuestra civilización, olvidarse de estos razonamientos está en el origen de la crisis del humanismo y de los valores. Muchos profesores explican las enormes dificultades a las que se enfrentan para explicar a los jóvenes algunos conceptos no materiales. Las dificultades para teorizar y reflexionar sobre lo espiritual, lo filosófico, lo abstracto, acaban haciendo imposible el debate sobre valores tradicionalmente asociados a las enseñanzas de la religión. Hasta la distinción entre el bien y el mal encuentra serias dificultades en algunos segmentos de población poco entrenados en la abstracción filosófica. Algunos sostienen que mientras se mantengan los principios básicos de comportamiento que antiguamente se vinculaban con la ley natural es suficiente. Durante un tiempo parecían tener razón. Pero me temo que hoy esos principios también han dejado de ser referentes morales y están tan en desuso como los de la religión. No me sorprenden los datos de las encuestas, pero no comparto las interpretaciones casi triunfalistas que algunos analistas hacen de “la privatización de la religión”. Quizás ha sido confinada a la esfera de lo privado por pereza y ha sido desprovista de influencia en el comportamiento público para eludir ciertos compromisos morales. Defiendo que el Estado se quede al margen en cuestiones religiosas. Pero a los ciudadanos los prefiero con convicciones. Y si esas convicciones están basadas en las enseñanzas del Evangelio, no tan sólo no me parece mal, sino que me quedo bastante más tranquilo. No soy ni ateo, ni agnóstico, ni católico practicante. Supongo que en realidad no soy ni creyente, al menos no en un sentido ortodoxo. Tengo muchas dudas y me sigo haciendo muchas preguntas. Creo que pertenezco a los llamados católicos culturales, es decir, los que creímos que podíamos quedarnos con los principios y desechar la práctica religiosa. Tal vez somos responsables del panorama actual porque combatimos la jerarquía y los dogmas sin pensar en modelos alternativos y sin tener en cuenta que muchas personas quieren que alguien dicte las pautas morales. No sé si estoy legitimado para lamentar la situación. A veces me gustaría vivir mis dudas en un mundo en el que todos los demás tuvieran fuertes convicciones religiosas, aunque eso, claro, es un deseo poco coherente. Pero reivindico la vertiente espiritual de nuestra existencia. Y proclamo también la necesidad de seguir haciéndome preguntas. Las que en muchas partes del planeta han dejado de hacerse por un creciente fanatismo. Las mismas que en Catalunya parecen prohibidas por una gran soberbia intelectual. O por una tremenda incultura. (Rafael Nadal, 06/05/2011)


Teoría de la liberación:
No podía ni sabía hacer otra cosa. Un espíritu interior lo impulsaba. Filosofaba por vocación. Hasta tal punto que sostenía que una vida sin filosofar no merecía la pena, y por ello, cuando le dijeron que dejara de filosofar para poder seguir viviendo, prefirió tomar la cicuta de su condena a muerte. No quiso abandonar la ciudad, ni dejar de filosofar, las dos condiciones que le ponían para salvar la vida”. Estas palabras de Ignacio Ellacuría sobre Sócrates son el mejor resumen del desenlace de su propia vida. Un desenlace que vino determinado por su manera comprometida de entender la historia. Para Ellacuría, desarrollando algunos conceptos fundamentales de la filosofía de Xavier Zubiri, la historia es el ámbito en el que se ha de realizar –se ha de hacer efectiva– la ética. La historia no nos viene dada de un modo inexorable. La historia se hace, es decir, constituye un proceso de creación en el que el hombre elige entre diversas posibilidades, y es una tarea ética. Mientras que, para Zubiri, el hombre tiene que hacerse cargo de la realidad, para Ellacuría el ser humano está obligado a encargarse de la realidad y, además, a cargar con ella. Lo que constituye un imperativo ético que obliga al hombre en conciencia, no sólo en tanto que integrante de una clase social, sino como miembro –a la vez solitario y solidario– de la humanidad. Un imperativo del que Ellacuría derivó –inmerso en la realidad hiriente de Latinoamérica– una voluntad de liberación fundada en la idea de que la realidad histórica es la realidad radical y, además, una realidad dinámica obra del hombre, que elige entre las posibilidades ofrecidas en cada situación y momento del proceso histórico. La tarea de la filosofía es contribuir críticamente a la liberación de la historia, lo que implica tomar partido. De este núcleo de pensamiento dedujo Ellacuría que la función crítica de la filosofía está orientada, como ejercicio supremo de la razón, a la liberación de los pueblos del oscurantismo, de la ignorancia y de la falsedad. Es decir, que la función crítica de la filosofía ha de tener por objeto, en primer lugar, la ideología dominante, como fundamento estructural que es de todo sistema social. Estas ideas, trasladadas al ámbito teológico, no implican que la Iglesia haya de convertirse en una fuerza política –ya que la Iglesia nunca ha de perseguir el poder–, sino que, para ser fiel a su misión, ha de promover la salvación integral del hombre, que tiene una dimensión política. Lo que comporta, sin perjuicio de que la liberación sea inicialmente personal –ya que sólo cada persona en cuanto tal puede ser liberada–, que, para ser plena, la liberación ha de ser también estructural –social, política y económica–, habida cuenta de que las personas viven inmersas en sistemas sociales con vocación de continuidad impuesta al servicio del núcleo dominante. De esta sostenida vocación de continuidad impuesta se desprende –según Ellacuría– que la violencia originaria es la injusticia estructural, que mantiene por la fuerza –mediante estructuras económicas, sociales políticas y culturales– a la mayor parte de la población en una situación de violación permanente de sus derechos humanos. Lo que Ellacuría percibía con especial dramatismo en Centroamérica, una región que ha vivido ancestralmente y sigue viviendo, aunque en grados diferentes, en una situación económica que impide a la mayor parte de la población satisfacer sus necesidades básicas. La indudable grandeza de Ellacuría –el alto valor ejemplar de su vida y de su muerte– no radica sólo en el vigor de su pensamiento filosófico ni en la altura de los objetivos que se marcó, sino en la estricta coherencia existente entre lo que pensó, lo que dijo y lo que hizo. Puede decirse de él, con palabras de la Escritura, que fue fiel hasta el extremo, hasta la muerte. Como ha escrito Pedro Sols, Ellacuría “quiso que su filosofía estuviese al servicio de los pobres de la Tierra, no de una manera panfletaria, sino dando elementos de comprensión de la realidad histórica. Siendo teólogo, supo articular el mensaje de salvación del cristianismo con los gritos de liberación de todo un subcontinente, el Latinoamericano, que se desangraba por estructuras injustas y por dictaduras de una crudeza enorme”. Hace veinticinco años que fue asesinado por el ejército salvadoreño, en la residencia de los jesuitas en la Universidad Centroamericana de El Salvador, junto con otros cinco jesuitas –Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Amando López, Juan-Ramón Moreno y Joaquín López–, la cocinera –Elba Ramos– y su hija Celina. Ellacuría acababa de regresar de Barcelona, a donde había acudido para recoger el Premio Comín. Dada la situación de violencia institucional desatada entonces en El Salvador, sabía lo que podía pasarle. Eligió estar allí. No abandonó la ciudad. Filosofó hasta el final. Asumió su posibilidad postrera: dar testimonio con su muerte. Así culminó su entrega. (Juan-José López Burniol, 06/12/2014)


Misiones de América:
He venido a pasar la Navidad en el Oriente de Bolivia, más precisamente en el hilo de reducciones jesuíticas que va desde Santa Cruz de la Sierra hasta la frontera de Brasil, y que cubre el territorio de lo que se llama Chiquitania, hoy Patrimonio Mundial de la Humanidad. Lo que queda de las reducciones paraguayas, argentinas o peruanas son ruinas; las chiquitanas por el contrario están vivitas y coleando, -diríamos mejor sonando y cantando, pues albergan algo más de nueve mil partituras de música barroca que los naturales del país se encargan de mantener vivas con el testimonio de su interpretación-. Los nativos construyeron los instrumentos, en ocasiones hasta compusieron las partituras, y las interpretan habitualmente en el curso de su vida cotidiana. Empecemos por el principio. Doscientos años después de la conquista todavía no había un camino abierto entre el Oriente de Bolivia y las reducciones del Paraguay, y ese recorrido era estratégico pues le flanqueaba Brasil, por aquellos años una amenaza de bandidos y esclavos huidos de las plantaciones. Las reducciones buscaban asentar a los indígenas nativos -hasta entonces nómadas- e incorporarlos a la Corona de España por la vía trazada por Isabel de Castilla, esto es, el bautismo. La colonización española, si así se puede llamar, era lo opuesto de la colonización norteamericana. Mientras que los hijos del Mayflower iban poniendo mojones de propiedad y haciendo recular cada vez más a los nativos, que ni eran ni podían ser propietarios, (modelo de exclusión) la Corona de Castilla buscaba activamente a los nativos para incorporarlos al espacio legal castellano por la vía del bautismo (modelo de inclusión). Al mismo tiempo ese bautismo legitimaba la presencia de la Corona, pues sin conversión de nativos al cristianismo la presencia de Castilla en aquellas tierras ajenas hubiera sido ilegal. Tan lejos llegó la Corona en su exigencia que las órdenes contemplativas no fueron autorizadas a pasar a Indias, pues se entendía que allí lo prioritario no era rezar sino convertir. Llegó 1691 y los Padres Arce y Antonio de Ribas S.J. fundaron San Javier, la primera de sus reducciones. Para entonces había ya unos sesenta poblados en todas las Indias. El modelo que los jesuitas siguieron para articular los poblamientos fue una mezcla de Ciudad Ideal de Platón, Utopía de Tomás Moro, monacato occidental y concejo castellano. Solo se autorizaba el asentamiento de indígenas nativos originarios. Se trabajaba en común y se rezaba en común a toque de campana. La administración correspondía a un Corregidor Real y a un cabildo indígena y los frutos del trabajo se repartían proporcionalmente. Pero la herramienta privilegiada de la conversión a la filosofía cristiana era la música. Los jesuitas no llegaron tan lejos como los benedictinos en su uso del canto como rezo. Pero utilizaron la música para el propósito de socializar a los nativos originarios, con tanto éxito que hoy todavía la música barroca es uno de los cimientos de la vida común chiquitana. Hay un festival de música barroca cada dos años y todas las comunidades tienen coro y orquesta propios. En cuanto al bautismo, goza de mala prensa desde que Marx calificó a la religión como el opio del pueblo. Pero eso es no haber entendido nada: el bautismo es profundamente subversivo. Bautiza usted a alguien y de inmediato tendrá que explicarle que lo hace para salvar su alma inmortal. ¿Y dónde se dice por primera vez que tenemos un alma inmortal? En la muerte de Sócrates, de Platón, escrito unos quinientos años antes de nuestra era. Viene luego la Patrística, que trata de desentrañar todo el paquete doctrinal judeo-platónico-trinitario y elaborarlo -con éxito, por cierto-, hasta que San Agustín mezcla intelecto y fe con su famoso “creo para entender” (credo ut intelligam) que completará más tarde Anselmo de Canterbury para los euroescépticos con su frase subversiva “la fe busca la razón” (fides quaerens intellectus) que ya definitivamente marida una cosa y otra y separa a la Cristiandad latina de la ortodoxa y del Islam. Pues si Occidente no solo no lleva al patíbulo a los gays, como prescribe el Evangelio, sino que los ordena obispos en la Iglesia anglicana, es porque generación tras generación los teólogos han ido elaborando y reelaborando el discurso original, cosa que no han hecho ni los ortodoxos (vid. Putin) ni los musulmanes, razón última de su encaje disfuncional en el mundo de hoy. Por ello, piénsenlo dos veces antes de afirmar que la duda llega a Europa con Descartes y que es filosofía y no teología. Cayó por fin la Monarquía Universal (que no Imperio) y hasta un crítico feroz de España como Fausto Reinaga admite que la suerte de los nativos fue a peor. Por supuesto. La independencia inauguró el apartheid. A los nativos el bautismo no les hacía ya iguales en vida y hacienda a los criollos. Y empezó el largo camino hacia la liberación. Fue primero Marx, que no es otra cosa sino un filósofo de la izquierda hegeliana, es decir, un hijo de la Ilustración alemana y del bautismo; luego el indigenismo, el indianismo, los teóricos de la descolonización, Fanon, Césaire, Memmi…hasta que en 1952 el pueblo rompió aguas y pudo volver a entrar en la capital de la República donde los criollos le habían prohibido la entrada. Todo eso trae causa de que una Reina visionaria, ante un reto inédito en la historia de Occidente -el encuentro con el pagano- decidiese extenderle a éste la ciudadanía castellana por la vía de la religión y hacerlo no como Bizancio con Rusia, solo a través de la liturgia, sino de todo el acervo espiritual que va con ella: Aristóteles, Agustín, Anselmo…la civilización occidental, en definitiva, única que lleva en sí misma la legitimidad y aun la obligación de cuestionarse sin límites sus propios fundamentos. En cuanto a las misiones, las derrumbó la Desamortización, hasta que otro jesuita, el Padre Roth, también arquitecto, llamado por el Padre Plattner S.J., restauró todo lo restaurable hace de esto unos cincuenta años, y recuperó un archivo de música barroca oculto durante casi un siglo. Visiten las misiones, vean y oigan por sí mismos. Hay sonatas, ricercares, óperas, pastorales…lo que quieran, todo ello compuesto tal y como costó más de dos mil años pulir los doce tonos de la escala, de Aristóteles a Bach. Es algo único en Occidente y la refutación de que la fusión entre nativos y blancos aniquiló a los primeros. Al contrario. La fusión se produjo, se sigue produciendo y da excelentes resultados. Contra toda evidencia ese sincretismo religioso y laico lo trajeron aquí los bárbaros católicos del Sur, raza evidentemente degenerada, fanática y cruel que descuartizaba indios y les hacía comer brasas de hoguera, entre otros tormentos. Al menos eso dijo John Milton y en latín, que a la gloria de haber escrito ese peñazo que es El Paraíso Perdido, junta la de haber “denunciado”, al dictado de Oliver Cronwell, los horrores del papismo hispano en un panfleto cuyo título es Manifiesto contra las depredaciones de los españoles. Pasados ya los siglos le disculparemos a Milton -al fin y al cabo era ciego- y, entrando en alguna de las iglesias locales, nos dejaremos llevar por la emoción mientras el coro entona en latín, chiquitano o español algún madrigal que a lo mejor se inspiró en Tallis, Dowland o Gibbons. En fin: Todo esto se me ha ocurrido en esta Navidad tropical del hemisferio Sur, ante la contemplación de iglesias, museos, cabildos indígenas en pleno funcionamiento y hasta un órgano del siglo XVIII mantenido desde entonces por la misma familia en un rincón de la antigua Monarchia Universalis, rara institución, poco comprendida y mal estudiada, pero que plantea, aun hoy, enigmas irresolubles. Si de verdad era tan atrasada y cruel es obvio que las técnicas francesas para asentar poblaciones en el Sahel y las rusas en Asia Central hubiesen debido de avergonzar a todos los españoles por los siglos de los siglos. Pero yo ni veo a los chadianos o malianos tocando a Allegri ni a Tomasi en orquestas populares ni a los kirgises, uzbekos o tayikos administrando sus municipios con cabildos propios. Digo a los supervivientes, pues se calcula que el proceso de asentar el nomadismo en las llanuras de Asia se llevó por delante a un tercio de la población. Sigo: si la explotación era feroz y la renta estaba tan mal repartida, ¿cómo es que cuando se retiró España de América aquellas tierras fueron capaces de convertirse en el 40% de todas las exportaciones de Inglaterra, primera potencia económica de la época? No se preocupen, hago ya la pregunta final. Si los peregrinos del Mayflower iban repartiendo jamones de Virginia y Biblias a los indígenas nativos ¿Cómo es que sus descendientes viven encerrados en reservas y estos de Bolivia han llegado al Palacio Presidencial? Yo les contesto: porque la Reina Isabel les extendió el bautismo, que contiene, aunque ustedes no lo crean y yo no tenga tiempo ni espacio para desarrollarlo, a Marx, Engels, Lenin, Gramsci, la teología de la liberación y, por supuesto, Mozart, Haydn, Ravel, Shakespeare y hasta Donoso Cortés y el Holocausto. (José Zorrilla, 03/01/2015)

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