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Canarias: Poetas:
Campo risueño de feraz llanura,
saliente al mar que azota su ribera,
con pétreos montes de gallarda altura
dominando la zona costanera.
Allí la brisa es suave, oxigenada,
a un tiempo huele a hinojos y a mariscos,
esparce efluvios de la mar salada
y las esencias de los altos riscos.
Alli es radiante el sol, quiebra su lumbre
en la hondonada cóncava y sombría,
y al asomar en la empinada cumbre
baña el paisaje en luz y poesía.
Escúchanse los hatos baladores
en vertientes, ribazos y cañadas,
y graznido de cuervo en los alcores,
y el silbo del pastar en las majadas.
Hay belleza en el cuadro: es un exilio
de placidez el rústico paraje,
despierta sensaciones del idilio
y el encanto brutal de lo salvaje.
(Tabares Bartlett)

Dame de inspiración fecunda llanta,
Dame el anhelo que mi labio invoca;
Si tanto alcanza un pecho que te ama,
Himnos por versos te dará mi boca.
(Tabares Bartlett)

Un barranco profundo y pedregoso,
una senda torcida entre zarzales,
un valle pintoresco y silencioso,
de una playa los secos arenales;
Un cabrero en la cumbre que silbaba,
una bella pastora que corría,
una rústica flauta que llenaba
los riscos y las grutas de armonía.
(Nicolás Estévanez)

La patria es una peña,
la patria es una roca,
la patria es una fuente,
la patria es una senda y una choza.
Mi patria no es el mundo,
mi patria no es Europa,
mi patria es de un almendro
la dulce, fresca, inolvidable sombra.
La patria es el espíritu,
la patria es la memoria,
la patria es una cuna,
la patria es una ermita y una fosa.
Mi espíritu es isleño
como las patrias costas,
donde la mar se estrella
en espumas rompiéndose y en notas.
Mi patria es una isla,
mi patria es una roca,
mi espíritu es isleño
como los riscos donde vi la aurora.
(Nicolás Estévanez)

Aquellos aventureros
que ensangrentaron las islas
y legaron a la historia
más que proezas rapiñas,
con su Fernández de Lugo
y su brioso Buendía,
no merecen los aplausos
ni la admiración sentida
que mi corazón tributa,
lleno de melancolía,
a Bencomo y a Tinguaro
y a la hermosa Guayarmina
(Nicolás Estévanez)

Mira, María, el mar, María Rosa,
María, por el mar rueda el marino.
Y por tu soledad la misma diosa,
la misma claridad, el mismo trino.

Qué tempestad envidias, qué camino,
estirpe de sal, estrella melodiosa,
María, en tu marea silenciosa
Varada, en tu bonanza sin destino.

María, ya no mires; es la noche.
Oro en la eternidad, viento en la altura
y una orilla tristísima y vacía.

Oh, lento y fugacísimo reproche.
Agua de mar en la mañana oscura...
María, ya no sueñes: es de día.
(Félix Casanova de Ayala, 1957)

Oración airada y mística
Cielo diáfano. En mi de tinieblas, Cielo.
Tierra pródiga. Para mi infecunda Tierra.
Fuente dulce. Para mi acida fuente.
Hembra cálida. Para mi frígida hembra.
(Hembra, Hombre, Lucha y Pena)
(En Cristo está mi cadena)
Mi casa entre dos mentiras,
el Cielo y la ruda Tierra
y yo aquél porfiado iluso
que hoy nada quiere ni espera,
miserable hijo del hombre
devorando lo que sueña...
(Hembra, Hombre, Lucha y Pena)
(En Cristo está mi cadena)
(Luis Doreste Silva, 1953)

Noche en la ciudad
Alegría de feria,
las viejas ciudades prestigiosas
ofrecen al pugilato mercantil
en un desbordamiento luminoso,
  letanía epiléctica
  de letras...
Resplandores violentos, claridades morbosas.
Prefiero la línea severa, de sombras cortejada,
que la mirada al firmamento no perturba
y en la pesada noche de la urbe
consiente la Quimera
de enganchar nuestras alas fatigadas
en la luz de una estrella...
(Luis Doreste Silva, 1953)


Pedro Pinto De La Rosa:
(La Laguna, Tenerife, 1897 – Santa Cruz de Tenerife, 1947) Licenciado en Derecho, ejerció la docencia en la Universidad de La Laguna. Ocupó diversos cargos en los principales centros de la intelectualidad tinerfeña: Presidente del Ateneo de La Laguna y Presidente de la Sección de Literatura del Círculo de Bellas Artes santacrucero. Fundó y dirigió la revista Mensaje, que vio la luz en veinte entregas. Autor de tres poemarios: El poema de las rocas (1920), Arca de sándalo (1928) y Mar mío (1945). Padre del escritor Carlos Pinto Grote y abuelo de los también poetas Carlos E. Pinto y María Pinto.

Manuel Verdugo:
(Filipinas, 1878 – Tenerife, 1951) Militar de profesión, fijó su residencia definitivamente en la ciudad de La Laguna en 1908. Publicó poemas en los principales medios de Tenerife y está considerado uno de los grandes representantes de la poesía modernista en la isla. De su producción destaca el primer poemario Hojas de 1922; el primer trabajo de madurez, Estelas y Huellas en el páramo de 1945. En este último añade poemas de tema indigenista, mostrando su particular visión de la conquista, destacando la figura de la princesa Dácil. El resto de su producción abarca la prosa y el teatro, especialmente el publicado en la revista Castalia.

Carlos Pinto Grote:
Nacido en 1923 en La Laguna. Hijo del poeta Pedro Pinto Rosa y nieto del intelectual Francisco María Pinto, se hace amigo de Pedro Lezcano y del pintor Juan Ismael, quien vive en la casa de C. Pinto. En el 54 publica “Las tardes o el deseo”. En 1956 publica “Las preguntas del silencio”, “Elegía para un hombre muerto en un campo de concentración”, “Las horas del hospital” y “Cuatro cuentos extraños”. Fue el responsable de literatura del Círculo de Bellas Artes de Tenerife. En el 63 ahonda en las temáticas de la existencialidad, el tiempo y el amor con “muda compasión del tiempo” y Siempre ha pasado algo. La narrativa se solía inspirar en las vivencias como psiquiatra. Desde entonces no para de publicar obras que recibirían una gran cantidad de premios para poesías y cuentos, donde destaca el premio Canarias de Literatura. Escribió uno de los poemas más famosos en Canarias, “llamarme guanche”, verseado por Los Sabandeños.


Obra literaria de Nicolás Estévanez:
Destaca su literatura popular y romántica. En 1857 comienzan a aparecer sus primeros escritos y en 1891 los recoge en el volumen Romances y cantares. En 23 de diciembre de 1878 aparece en Revista de Canarias su célebre poema Canarias. “Un breviario… de sentir y de gozar” dividido en siete partes; se trata de un canto de amor a su tierra desde el apego y la nostalgia, donde nace el mito del almendro, símbolo de la insularidad del isleño. Dicho almendro está situado en la actual casa del barrio de Gracia en La Laguna. Nicolás Estévanez publicó, además, un segundo volumen de poemas, Musa canaria en 1990, el libro en prosa y verso Rastros de la vida de 1913 y Fragmentos de mis memorias en 1903. En una gran parte de la obras de Nicolás, muestra el amor que sentía por Canarias. En el poema “Canarias” hallamos elementos puros de la poesía regionalista, en él, Nicolás intenta definir Canarias a través de hechos como la conquista, la vida de los aborígenes, el Teide, la heroicidad de los guanches y la crueldad del invasor, simbolizando a las islas con la “dulce, fresca e inolvidable sombra” de este almendro de su infancia, por crear este símbolo para el Isleño, el poeta Unamuno le deseó públicamente la muerte. En este poema también se simboliza a Canarias con una roca, una fuente, una peña, una choza, una senda o incluso el espíritu, así es como define Nicolás la patria que añoró en gran parte de la vida, calificando este espíritu como “isleño”, ya que entendía la patria junto al concepto de isla, aunque este concepto de patria isleña era más amplio que una isla en particular, luchó por unas Canarias autónoma dentro de una república federal. El concepto de patria isleña se convierte por parte de Estévanez en un rechazo al insularismo y el pleito insular que vivía y vive Canarias, ya que este poema para la patria del “isleño” se realizó de forma que cualquier persona de las siete islas se pudiera ver representado en él, ya que supone una obra y un canto a todo el archipiélago Canario. Este poema es una de las obras literarias mejor valoradas y más populares en el seno de la sociedad Canaria, de ahí la iniciativa que pretende proteger la casa y el Almendro en el que vivió Nicolás Estévanez para convertirla en un monumento a la “patria isleña” y a la solidaridad entre las siete Islas. (Canarias Wiki)

Domingo Rivero en la selección de Valbuena Prat:
Por la misma razón de que no son muchos loe poetas canarios, a ellos debemos consagrar especial atención a fin de destacarlos mejor del cuadro general del Parnaso español. Pocos literatos de nombradía han fijado su mirada en los modernos vates nacidos en tierra atlántica: Unamuno, "Azorín", Alomar, Diez Cañedo, Fernández Almagro... Con autoridad y acierto notorio Juzga Valbuena Prat el valor de la poesía canaria, aunque en la breve historia de la misma, que el propio autor estima incompleta, adviértese la omisión de nombres tan conocidos aquí como Roque Morera, Marlinez de Escobar (D. Amaranto), Romero Palomino, doáa Agustina González: Ignacia Lara y otros poetas de Gran Canaria. El hecho de la residencia de Valbuena Prat en La Laguna, como profeeor de aquella Universidad, permitiéndole conocer mayor número de vates de Tenerife de distintas épocas y desigual mérito. Estructura el ilustre crítico la historia de la poesía canaria en tres periodos: Clásico —XVI y XVII— Viana, en Tenerife y Cairasco, de Gran Canaria, que en su opinión definen ya las posibilidades líricas de la escuela lejana. Viana y Cairasco, diversos como sus islas, temperamentos esencialmente opuestos, llevan dentro de si una raíz de raza, de localismo. Del XVII al Romanticismo, desfilan algunos poetas que no despiertan entusiasmo al critico. En general abunda la retórica zorrillesca, aun en los temas propiamente Insulares. Lentini, hijo de Gran Canaria (1835-1862), cree Valbuena que es el más completo de los poetas románticos. A su juicio la primera escuela regional data de fines del siglo XIX, con un grupo de poetas en Canarias, especíalmenta en Tenerife: Zerolo, natural de Lanzarote, Tabarés Bartlett, Gil Roldan, Hernández Amador, Manrique, Rodríguez Figueroa, Verdugo. A la cabeza del gran movimiento lírico de Gran Canaria coloca a Morales y examina la poesía de "Alonso Quesada", los hermanos Torón, Doresta Silva, Fernando González, Félix Delgado, González Díaz, etc. Las sagaces valoraciones estéticas de Valbuena son muy loables para la poesía canaria. Analiza temas, poetas, temperamentos y producción lírica, observando su evolución hacia una forma original. "Al estudiarse las tendencias inmediatas a la gran figura da Tomás Morales en la poesía canaria -escribe- debe subrayarse el nombre de don Domingo Rivero". De este poeta, que tanto ocultó su mérito, vamos a ocupamos hoy, aunque ya en varias ocasiones propicias hemos exaltado los quilates de su lírica. Merece ser de los más elogiados, y es de los menos conocidos por la brevedad de su obra -más calidad que cantidad-, y sobre todo por su resistencia a publicar versos en su deseo de conservarse "poeta inédito", como él solía decir. A que de la sombra salga a la luz, queremos contribuir nostros, realzando las bellezas de sus poemas, unos ignorados y otros olvidados. Afirma Valbuena que Rivero "está en el terreno hondamente isleño, aislado, íntimo". Los magníficos sonetos Yo, a mi cuerpo y Silla Junto a mi lecho, tienen una profunda emoción. Otro bello soneto es el dedicado a Tomás Morales. Otra hermosa composición de Rivero, "Imagen de tu vida", es la titulada De la ermita perdida, en la cual el paisaje alterna con el sentimiento.
De la ermita perdida
en la falda del monte solltario,
imagen de mi vida
entre ruinas se eleva el campanario;
Mi vida fracasó; desvanecidos
contemplé mis anhelos; y mis hombros
siento que ya vacilan doloridos
de sostener escombros.
Pero en mi pecho se conserva sana,
como en mi fuerte juventud, lejana
la recóndita fibra,
donde entre ruinas la campana,
del ideal aún vibra.

El poeta siente abatido su cuerpo, y sus anhelos desvanecidos. En la ruina de la ermita contempla, en la vejez, la ruina moral de su vida; pero de pronto se levanta su espíritu, como la campana entre el desmoronamiento de 1as piedras da la ermita, recuerda su juventud y alza la bandera del ideal no extinguido. El símil está logrado. Eso fue la existencia de don Domingo Rivero: un culto al ideal en el recato de la intimidad, aislado y silencioso, de espalda al bullicio externo. Declara el poeta y sus actos confirman la sinceridad de su confesión, que nunca aspiró a la gloria ni le atrajo la fama, que él desdeñaba ocultando sistemáticamente sus rimas para impedir que se publicaran. Reladonando una vez más su vida con el paisaje, habla del humilde sendero, otro símil afortunado, de sentido panteista, de identificación con la Naturaleza.
De esa ambición mi corazón no sabe...
pero cuando contemple
por la noche del campo en es retiro,
el humilde sendero
que hollaron pobres pies que ya descansan,
borrado en parte, que blanquea a trechos
a la luz de la luna y que condujo
a un apartado hogar ahora desierto,
mi terrena raíz se reverdece
y acaso a veces pienso
con humana emoción: Así quisiera
que en la tierra quedara mi recuerdo.
(Domingo Rivero)

Así, en el sendero humilde perdido en el campo iluminado por la luna, la terrena raíz del poeta reverdece, y así quisiera que en el suelo se conservara su recuerdo con humildad franciscana y amor entrañable a la tierra madre que guarda sus despojos. No está ausente el paisaje en la lírica de Rivero. Cierto que su poesía es más substancia interior, sutil introspección, recóndita intimidad que aparato retórico exterior; pero cuando pinta la Naturaleza, cuando describe el paisaje admira su precisión y exactitud y singularmente la plasticidad que le da. En algunas composiciones se ve el paisaje como en un cuadro, con líneas, contornos, perspectiva, luz y sombra. (Jordé, 1950)

Félix Casanova de Ayala (1915-1990):
Nace en San Sebastián de la Gomera el 8 de enero de 1915. En 1928 se traslada a Madrid para estudiar Medicina, en la especialidad de Estomatología, estudios que interrumpió al estallar la Guerra Civil. Participa, en el bando republicano, en la defensa de Brunete y Levante. En esta última batalla es hecho prisionero y permanece en diversos campos de concentración de la Península, hasta que finaliza la guerra. En los años 40 contacta con el Postismo, y comienza su actividad poética, tomando contacto con los poetas de Juventud Creadora y participó en lo que vino a denominarse Segunda hora del movimiento postista, con Carlos E. de Ory, Eduardo Chicharro y Silvano Sernessi. Con el compositor tinerfeño Juan Álvarez García funda, también en Madrid, la peña Los Noveles. Y se vincula al grupo de la generación de 1951 (El pájaro de paja) que proponía una vuelta a la poética machadiana y a la escritura coloquial. En esas ediciones de El pájaro de paja, publicará su primer libro. En 1954 regresa a La Palma, donde se casa con Concepción Martín, con la que tendrá dos hijos: Félix Francisco (1956-1975) y José Bernardo (1959). En 1967 se instala definitivamente en Santa Cruz de Tenerife, donde trabaja como dentista, al mismo tiempo que continúa su labor como escritor, además de recopilador de la obra de su hijo, fallecido prematuramente. Ya, desde los años 40, el poeta fue colaborador revistas como: Mensaje, Cuadernos Hispanoamericanos, Gánigo, Fablas o Liminar. Hombre comprometido políticamente, desde 1978 formó parte del partido de izquierda, Unión del Pueblo Canario (UPC). Por lo que a su obra respecta, cabe destacar la novela El collar de caracoles (1981), la recopilación de sus escritos críticos, Resumen de una experiencia poética (1976), el libro de relatos Las sirenas y otras frustraciones (1989) y los siguientes libros de poesía: El paisaje contiguo (1952), La vieja casa (1953), Conquista del sosiego (1959), recopilación antológica de su obra primera, Otoño mío (1962), Operación para un nuevo día (1963), Elegía aullada (1964), Crucero de verano (1971), El visitante (1975), Cuello de botella (1976), en colaboración con su hijo Félix Francisco Casanova, Cancionero del mitin (1977), Antología poética (1979), La destiladera (1984), Los botones de la piel (1986) y Los mejores poemas de ayer y de hoy (1988). Muere en Santa Cruz de Tenerife en 1990. En 1997, el Gobierno de Canarias le concede la Medalla de Oro a título póstumo. (Celia Domínguez Luis y Jorge Rodríguez Padrón)

Pedro Bethencourt Padilla (Agulo 1894-Madrid 1985):
Se traslada a Tenerife muy joven para estudiar comercio, y luego bachillerato en La Laguna. Se une muy pronto al grupo de poetas del Ateneo, donde intima con Pedro Pinto de la Rosa. En 1915 gana el Certamen de la Juventud Republicana, en las Fiestas de Mayo, con una Elegía a Marte, que tiene la I Guerra Mundial como motivo. Ese mismo año, participa como representante de La Gomera en la Fiesta de las Hespérides, y conoce allí a Alonso Quesada, a quien profesa gran admiración hasta el punto de aprender de memoria todo El lino de los sueños. También en 1915 la revista Islas Canarias (La Habana, Cuba) publica algunos de sus poemas. Se traslada a Madrid, y en 1920 publica su primer libro, Salterio (1920), con ilustraciones del pintor gomero José Aguiar, y da una lectura pública de sus poemas en el Ateneo. Tiene un gran éxito y bastante repercusión en la época. Durante estos años en Madrid, frecuenta el Ateneo y el Café Universal de la Puerta del Sol, donde conoció a los hermanos Machado. La Gomera estuvo presente en su obra y en su vida, pese a que durante años viajó a Cuba o Madrid, una mezcla que en vez de despersonalizarlo lo convirtió en una de las principales voces poéticas de su tiempo. De él se resalta su vinculación estrecha con el mar que unía los enclaves que más había amado y marcado en su vida: La Gomera y Cuba. Un rasgo fundamental de su personalidad literaria es la espiritualidad, la magia y el misticismo que derivan en su vinculación con la masonería. El resultado final, según los críticos, es una lírica que alcanza momento de auténtica brillantez y hondura. Después de la guerra civil, se marchó a Cuba donde permaneció casi 30 años. En 1961 regresa a La Gomera, donde recibió una cálida acogida por parte de su pueblo, Agulo.

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