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Cientificos canarios:
La obra científica de Viera y Clavijo:
En la tertulia lagunera de Nava, oasis de la ilustración en un panorama cultural desolador y esclerotizado, encontrará Viera el estímulo que necesita. Su participación es activa y fruto de ella son, entre otros informes, la Carta filosófica sobre la aurora boreal que se observó en la ciudad de La Laguna la noche del 18 de Enero de 1770 o la Observación del paso de Venus sobre el disco solar del día 3 de Junio de 1769, desde una azotea del Puerto de Orotava, por medio de tres telescopios de reflexión, asuntos que muestran con claridad su temprano interés, y el de sus contertulios, por la ciencia. El centro de su preocupación en estos tiempos era, no obstante, otro y así lo hace constar le causaba desconsuelo el ver que carecía su patria de una exacta, juiciosa y digna historia … Deseaba pues, hacer a las Canarias este servicio. El resultado no es otro que lo que acabará convirtiéndose en su obra fundamental: Noticias de la Historia General de las Islas Canarias. El viaje a Madrid en 1770 le pondrá en contacto con la Corte y bajo el mecenazgo del Marqués de Santa Cruz, de cuyo hijo se convierte en tutor, viajaría a Francia, Flandes, Alemania, Italia y Austria. De todo deja constancia en sus Diarios y por ellos conocemos cuanto vio, con quienes trató y qué le impresionó. La Historia Natural, la Química y la Física son las ciencias a las que dedica mayor atención y será en estos campos en los que, a su regreso a Madrid primero y luego a Canarias, publicará trabajos de interés diverso. Además del Diccionario de Historia Natural de las Canarias, su obra científica de mayor envergadura, del poema didáctico Sobre los aires fijos o de ese otro, Las bodas de las plantas, de exaltación linneana, Viera escribirá numerosas memorias de utilidad práctica en torno a asuntos varios: Sobre el ricino o palmacristi, o higuera infernal, llamada vulgarmente tártago en estas islas, sus utilidades económicas, sus virtudes medicinales, etc.; Sobre el modo de renovar pasta de yerba orchilla, y su uso en los tintes; Sobre el mejor uso que pudiera hacerse de la pita o ágave americana, etc... Viera no es muy original en sus obras científicas que, insertas en una época de transición en el campo de la Química y de la Fisiología vegetal, reflejan las dudas del momento. Así, en relación a esta última disciplina, se mueve entre las ideas de van Helmont, que consideraba al agua como factor fundamental en la alimentación de las plantas, y las enseñanzas de Ingenhousz –a quien conoció en Viena–, autor de una primera teoría sobre la fotosíntesis en la que se reconoce el papel fundamental de los gases y la luz en el proceso nutricio de las plantas; en Química, influido por Sigaud de la Fond y Balthazar Sage de los que recibió enseñanza durante su estancia en Francia, aparece como defensor de la pronto obsoleta noción de flogisto. Se mueve, pues, como tantos otros ilustrados de la época al filo de la Modernidad. De cualquier modo sí resulta interesante señalar que Viera actúa como introductor en España de los «aires» científicos que soplan por Europa: En días pasados tuve el gusto de dar un espectáculo nuevo y agradable [...], ejecutando en su presencia los admirables experimentos de los que se llaman ayres-fixos, cuyos fenómenos y particulares efectos ocupan la atención de todos los sabios de la Europa. Creo que sean estas experiencias las primeras que se han hecho en España, para las cuales traje los instrumentos y máquinas de París. Su labor divulgadora es, sin ninguna duda, notable.

La obra científica de José Clavijo y Fajardo:
Clavijo fue, más que un científico, un divulgador ilustrado. Sus dos grandes aportaciones al campo científico hay que situarlas, por una parte en su labor al frente del Real Gabinete de Historia Natural, (actualmente Museo de Ciencias Naturales), y por otra en la traducción al castellano de la Historia natural de Buffon. El Prólogo a esta última, es, sin embargo de suficiente significación como para poder exponer algunas de las ideas que le guiaron tanto al frente de su trabajo en el Real Gabinete como en su traducción y dedicación a la Historia Natural. Nuestro autor se muestra como pleno hijo de la Ilustración al rechazar la función que hasta ese momento habían cumplido los Gabinetes de Historia Natural: servir de ostentación a sus propietarios y satisfacer la curiosidad de los visitantes. Por el contrario, han de servir como escuelas en que se puedan aprender los primeros rudimentos para conocer la naturaleza y como ilustración viva y completa de los libros.

JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO (1731-1813):
Natural de El Realejo, culto y brillante, pronto se adhirió a las tertulias y los cenáculos ilustrados de La Laguna, impulsados por D. Tomás de Nava y Grimón, donde se ligó al enciclopedismo europeo. Trabaja en su Historia General de las Islas Canarias, para cuya publicación acude a Madrid en 1770. A partir de este momento, va a permanecer fuera de las Islas por un período de quince años. En 1774 fue admitido en la Real Academia de la Historia y tres años después inició un periplo por distintos países de Europa. En primer lugar fue a París, en donde se relacionó con los principales ilustrados de la época a la vez que llevó a cabo un aprendizaje intensivo en las disciplinas científicas, especialmente en historia natural, física y química. Más tarde viajó a Italia, Austria y Alemania, de donde retornó asombrado por el enorme auge de las ciencias en toda Europa. A su vuelta a Madrid impartió un curso de física y química en el que introdujo las teorías newtonianas y de los gases, además de participar en las primeras experiencias con globos aerostáticos. En 1784 retornó definitivamente al Archipiélago, para afincarse en Gran Canaria hasta su muerte. Durante estos últimos treinta años permaneció absorto, casi exclusivamente, en su actividad científica aplicada al medio insular, producto del cual será su monumental Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias. Y ello porque la Historia Natural es –para Clavijo– el modelo de todo saber y hacer humano. No en vano la define como la ciencia que comprende cuanto contiene este universo material, y el objeto de su estudio son las partes de este mismo universo, su armonía, su estructura, su naturaleza y diversos usos. Ahora bien, semejante ciencia universal se vio reducida al aparecer otras ciencias como la Física, la Astronomía, la Geografía, la Química, etc., quedando limitados sus asuntos a las partes que componen la Tierra y los seres animados o inanimados que la pueblan. La Historia Natural no sólo ha sido la matriz y el modelo de conocimientos teóricos sino también el modelo práctico de las industrias y las artes, puesto que la industria humana copia los procesos naturales. El hombre no conoce ni obra sino por comparación práctica o especulativa de los objetos que le rodean. Es un ministro de la Naturaleza; y por más que se halle dotado de entendimiento y de industria, si no examina las varias propiedades de los cuerpos en que ha de ejercitar el discurso o la mano, son muy pocas las operaciones que puede ejercitar por la propia reflexión. Estos cuerpos existen en la Naturaleza y por consiguiente es indispensable conocerlos para sacar utilidad de ellos. Clavijo elabora en sus páginas un árbol de las ciencias en el que la Historia Natural es el tronco en tanto que las demás disciplinas son las ramas. Toma partido así en la que fue la más agria polémica científica de la Ilustración: la de los partidarios de una visión organicista del universo frente a la de los defensores del mecanicismo triunfante nacido de la Revolución Científica, pero cuyas huellas no podemos seguir aquí. La gran aportación de Clavijo está, sin duda, no tanto en lo que dice como en lo que no dice y hace. En efecto, su traducción de la Historia Natural de Buffon es la empresa más arriesgada de la Ilustración Española. Las razones son claras: el dogma del creacionismo o del fijismo de las especies estaba sólidamente establecido entre las sociedades y las Academias y Universidades, además de constituir una verdad intocable para la Iglesia, dada la solidez de la narración del Génesis. El propio autor francés se vio obligado a reconocer públicamente –como le sucedió a Galileo– que su teoría era una mera hipótesis puesto que la verdad había sido establecida en los textos bíblicos.

JOSÉ CLAVIJO Y FAJARDO (1726-1806):
Nació en Teguise (Lanzarote). A los diez años fue enviado a estudiar a Las Palmas y a los diecinueve abandonó las Islas para ocupar diferentes cargos y viajar por España y Francia. En París, trató a Buffon, Voltaire y Beaumarchais, entre otros. A su vuelta a Madrid editó, durante varios años, un periódico crítico titulado El pensador. En 1770 es nombrado por el rey Carlos III, director de los Teatros Reales y responsable editorial del periódico Mercurio histórico y político, en el que sucede a Tomás de Iriarte. Siete años después fue nombrado vicedirector , y luego director, del Real Gabinete de Historia Natural (Museo de Ciencias Naturales) donde desempeñó trabajos de investigación científica. Mientras tradujo y publicó la Historia Natural de Buffon, obra que renovó todos los estudios en esa materia. El Prólogo que escribió para ella es uno de los documentos de mayor importancia de la ilustración científica española. ¿En qué contradecía la obra de Buffon a los Libros Sagrados? en negar el fijismo y demostrar que la Tierra y las especies animales habían estado sometidos a un progresivo proceso de transformación. La Tierra poseía mucha más edad de la que los teólogos pudieran imaginar. El asunto era más grave aún, para la Iglesia y la Inquisición, que el copernicanismo. La introducción de estas ideas en un país como España ampliamente gobernado por el estamento eclesiástico fue, sin duda, una osadía. Máxime cuando a partir de 1789 –tras la Revolución Francesa y el aguillotinamiento de la familia real francesa– el monarca Carlos IV, y su favorito

EL JARDÍN DE ACLIMATACIÓN DE PLANTAS DEL PUERTO DE LA OROTAVA:
Fue el producto de la iniciativa de D. Alonso de Nava y Grimón, con el propósito de formar un plantel de árboles exóticos de América y Asia atemperándolos al clima de Canarias, antes de llevarlos a regiones europeas donde interesara implantarlos. El proyecto fue aprobado en 1791 y el Jardín se emplazó en los terrenos de El Durazno. Debido a la falta de recursos, hubo que recurrir a la colaboración de botánicos extranjeros que pasaban por Tenerife para que trazaran la disposición del mismo de acuerdo al sistema de Linneo. En 1796, según el naturalista francés Ledru, ya se cultivaban en él el aguacate, el papayo, el cocotero y el palmito, y cita cuarenta y seis especies procedentes del sur de África y Australia. El Jardín alcanzó su mayor celebridad a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Godoy, cierran la nación a toda influencia exterior y dan carpetazo al período ilustrado. Y, sin embargo, Clavijo siguió adelante con la publicación hasta su muerte, y la segunda edición de la traducción está fechada en 1791. En ella, aunque advierte el carácter hipotético de la obra, no deja menos de apostillar que, sin embargo, explica mejor que ninguna otra fenómenos como la elevación de los montes, las causas de la formación de las Islas, el movimiento y presión de las aguas, de los entrantes y salientes costeros, la fuerza de atracción de la luna, el origen de volcanes y terremotos e innumerables fenómenos. El camino hacia Darwin y el evolucionismo quedaba abierto. (Miguel Hernández y José Luis Prieto)

 

 

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