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Santa Cruz de Tenerife: Hay Santa Cruz de mi vida, qué bien enciendes el alma; ver tus luces es sentir que estamos ya en nuestra casa. Los caminos bregadores que andan la isla y desandan al vislumbrarte aligeran sus borriquillos de carga. No importa que lleguen tarde a descalzar sus andanzas, como madre los esperas toda tu rostro ventana. Dame la mano, que logre izarme a tus atalayas, esa mano chicharrera, cordial y republicana. Para labrar tu albedrío la tierra no te fue llana, solamente dispusiste de la mar y la montaña. Montañas de firme angustia, montañas con la esperanza de redimirse y correr hacia donde nace el alba, llevando a enterrar las penas en tus valles sepultadas. Pero la mar sí te dio horizonte de manzana, ligereza de balandro y corazón de muchacha. La mar, sin llaves ni rejas, la mar, soledad que canta, acumulando libertades en medio de las borrascas. De las olas aprendiste a vivir su democracia: todas distintas y todas rumor de pueblo que clama. Si la tierra dijo no dejándote sólo Anaga, en los brazos que te reman llevas tu estirpe tatuada. Una estirpe marinera, de sigladuras sin tacha, que está escrita en los anales de las piedras que te lanzan. Los discos rojos y verdes de tus calles y tus plazas fueron antes aguas vivas balizando las distancias. capital de transparencias, urbe en las proas del agua, para los mares de leva qué luchadora es tu barca. Hoy creces como la espuma, esa amiga de la infancia con quien jugaba tu arena al matarile en la playa. Ella está siempre contigo, te sube casi en volandas al caballete en que posan las paredes de las casas para escalar las alturas y guardarte las espaldas. Bolsillo de lejanías, estafeta de bonanzas, los rumbos buscan en ti el punto final del ancla. Llorar casi nunca lloras, pero si brotan tus lágrimas son de injusticias que trinan, no de mujer despechada. No temas, tu intimidad de todo riesgo te salva, que aún en las noches de lobo con tu nobleza desarmas. Ciudad de pájaro en vuelo, domingo de la mirada, arrodíllese mi voz y cúmplete en mis palabras: algún día tus mercados tendrán de la mar naranjas. Oh luces de bienvenida, nido en las proas del agua, a mi descanso le espera tu sonrisa de almohada. (Pedro García Cabrera, de Vuelta a la isla, 1968)
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