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Historia e historiografía:
En su sentido más amplio, la historia es la totalidad de los sucesos humanos acaecidos en el pasado, aunque una definición más realista la limitaría al pasado conocido mediante cualesquiera que sean las fuentes documentales. La historiografía es el registro escrito de lo que se conoce sobre las vidas y sociedades humanas del pasado y la forma en que los historiadores han intentado estudiarlas. De todos los campos de la investigación, la historia quizá sea la más difícil de definir con precisión, puesto que, al intentar desvelar los hechos y formular un relato inteligible de éstos, implica el uso y la influencia de muchas disciplinas auxiliares. El objetivo de todos los historiadores ha consistido en recopilar, registrar e intentar analizar todos los hechos del pasado del hombre y, en ocasiones, descubrir nuevos acontecimientos. Todos ellos reconocen lo incompleta que es la información de que se dispone, parcialmente incorrecta o sesgada y que requiere un cuidadoso tratamiento.

LA LABOR INVESTIGADORA DEL HISTORIADOR:
Los hechos históricos son conocidos, salvo en casos excepcionales en los que el historiador es testigo de los propios acontecimientos, a través de fuentes intermedias. Entre éstas se incluyen el testimonio de los testigos contemporáneos de los sucesos; relatos escritos como memorias, cartas, literatura, etc.; archivos de tribunales, asambleas legislativas, instituciones religiosas o mercantiles y la información no escrita que se obtiene de restos materiales de civilizaciones desaparecidas, tales como los elementos arquitectónicos, artes menores o decorativas, ajuares funerarios, etc. Todas éstas y muchas otras fuentes proporcionan las pruebas con las que el historiador descifra los hechos históricos. Sin embargo, la relación entre hecho y evidencia raramente es simple y directa. Las evidencias pueden estar sesgadas o ser erróneas, fragmentarias o prácticamente ininteligibles tras un gran intervalo temporal que haya causado grandes cambios culturales o lingüísticos. Por tanto, el historiador ha de enjuiciar críticamente los testimonios de que disponga.

INTERPRETACIÓN Y FORMA:
Por otro lado, el objetivo de la historia, como serio esfuerzo por entender la vida del hombre, no se cumple por completo con el mero relato de los acontecimientos. Éstos sólo constituyen los cimientos sobre los que se elabora la interpretación histórica. El proceso de interpretación afecta a todos los aspectos de la investigación histórica, iniciada con la selección del tema que se pretende estudiar, porque la elección de un hecho, una sociedad o institución particular es en sí misma un juicio que manifiesta la importancia de la cuestión. Una vez elegido, el objeto de estudio sugiere una hipótesis o modelo teórico provisional que guía la investigación y ayuda al historiador a valorar y clasificar los testimonios disponibles y a presentar un relato detallado y coherente del elemento analizado. El historiador debe respetar los hechos, evitar la ignorancia y los errores cuanto sea posible y aportar una interpretación convincente e intelectualmente satisfactoria. Hasta tiempos relativamente recientes, la historia fue considerada fundamentalmente como una variante literaria que compartía muchas técnicas y efectos con la narrativa de ficción. Los historiadores estaban sometidos a los materiales factuales y a la veracidad personal, pero, como los novelistas, escribían detallados relatos de los acontecimientos, vivos retratos de los personajes, y prestaban gran atención al lenguaje y al estilo literario. Las complejas relaciones entre literatura e historiografía han sido y continúan siendo objeto de serios debates.

4 LITERATURA HISTÓRICA EN OCCIDENTE:
La historiografía occidental se inicia en el mundo griego, y los criterios e intereses de los historiadores griegos dominaron el estudio histórico durante siglos. 4.1 Historiografía griega En el siglo V a.C. Heródoto, considerado el ‘padre de la historia’, escribió su famoso relato de las Guerras Médicas. Poco después Tucídides redactó su obra clásica sobre el conflicto mantenido entre Atenas y Esparta, titulada Historia de la guerra del Peloponeso. Estos primeros historiadores recogieron los sucesos de su época, o por lo menos los más próximos a su tiempo, en prosa narrativa, dependiendo en gran medida de testigos presenciales u otros testimonios fidedignos. Se centraron en los hechos bélicos, en la historia constitucional y en el carácter de los dirigentes políticos para crear retratos de las sociedades humanas en tiempos de crisis o de cambio. Los historiadores posteriores también prefirieron sucesos recientes, consideraron los testimonios visuales y orales de mayor valor que los escritos (usados únicamente de forma secundaria) y asumieron que la mayor expresión humana era la vida política y el Estado. La investigación sobre religión, costumbres, nombres y arte, fundamentada sobre fuentes documentales, tuvo también lugar en Grecia y Roma, pero asociada principalmente a la filosofía, biografías y áreas de conocimiento especializado y estuvo excluida de las principales tradiciones de la historia política. No se consideraba esencial ninguna formación específica para la actividad historiográfica. La formación del historiador era la propia de un hombre cultivado: la cuidadosa lectura de literatura general y el estudio de la retórica o arte de influir y persuadir mediante el lenguaje, que dominó la formación superior en el mundo antiguo. En el siglo IV Jenofonte, Teopompo de Quíos y Éforo continuaron durante el periodo helenístico la tradición de la historiografía griega, pero ampliaron su visión. Polibio escribió en el siglo II a. C. la historia, vida política y triunfos militares de Roma. Estrabón y Dionisio de Halicarnaso siguieron esa misma corriente historiográfica durante el siglo posterior. Flavio Josefo, noble judío impregnado de la cultura griega clásica, situó en el contexto helenístico y romano la historia del pueblo judío y explicó y defendió las costumbres y religión judías. En este mismo periodo Plutarco redactó biografías de notables personajes griegos y romanos, enfatizando los aspectos anecdóticos y dramáticos en la descripción de sus caracteres como individuos (se consideraban las vidas individuales como ejemplos de opciones morales) y su repercusión en la vida pública.

4.2 Historiografía romana:
El prestigio de la lengua griega era tan grande que la primera historiografía romana escrita por romanos estaba redactada en dicha lengua. Catón el Viejo fue el primero en escribir la historia de Roma en latín y su ejemplo inspiró a otros autores. Salustio, impresionado por la obra de Tucídides, desarrolló un brillante estilo literario en latín que combinaba reflexiones éticas con agudos retratos psicológicos. Su análisis político, basado en las motivaciones humanas, tuvo una larga y perdurable influencia en la literatura histórica. Al mismo tiempo Cicerón, aunque no era historiador, definió los ideales de la historiografía en términos de elegancia estilística y aplicó los principios morales tradicionales a los acontecimientos de la vida pública. Las obras históricas latinas continuaron esta tendencia con Tito Livio, Tácito y Suetonio. Julio César, por su parte, no sólo destacó por su vida política, sino por los relatos escritos en tercera persona sobre sus campañas militares. Las primeras fuentes históricas sobre la península Ibérica las encontramos en autores clásicos griegos y romanos que relatan el inicio de la colonización fenicia hasta la conquista romana de Hispania en su lucha contra Cartago durante las Guerras Púnicas. En muchos casos son copias o adaptaciones de obras anteriores más antiguas. De este modo, por ejemplo, nos ha llegado la Ora maritima de Rufo Festo Avieno. Estas fuentes son un complemento necesario en la actualidad para el trabajo de los arqueólogos, puesto que confirman, desmienten o aportan nuevos datos a los obtenidos en las excavaciones. Gracias a estos textos fueron conocidos nombres, costumbres, prácticas o estructuras sociales que la arqueología no permite obtener. En ocasiones presentan severas contradicciones con los testimonios arqueológicos obtenidos.

4.3 Los inicios de la historiografía cristiana:
Durante el siglo IV, con la protección del emperador Constantino I el Grande, el cristianismo dejó de ser perseguido, ejerció una mayor influencia en el mundo romano e introdujo nuevos temas y nuevas aproximaciones a la historia. Eusebio de Cesarea escribió una Historia eclesiástica (c. 324 d.C.) que trazaba el desarrollo de la Iglesia desde sus orígenes hasta su legalización. Esta nueva forma de escribir la historia ignoró las tradicionales restricciones de la época clásica sobre las cuestiones analizadas y el estilo. Eusebio describió la vida religiosa, así como ideas y personajes sin importancia política. Incluyó gran cantidad de testimonios documentales y consideró las principales cuestiones sobre la existencia humana. Semejante mezcla de historia religiosa y secular con una interpretación moral sólo tenía precedente en el Antiguo Testamento. El cristianismo, como religión dotada de significativas repercusiones relativas a la interpretación de la historia, predicaba en sus primeros tiempos la unión de lo divino y de lo humano en un tiempo histórico claramente delimitado (la vida de Jesucristo) y de ese modo desarrolló una doctrina, de carácter religioso, acerca de la historia y de la participación de lo divino en ella. Paulo Orosio reinterpretó la historia de Roma desde un polémico punto de vista cristiano y san Agustín de Hipona, en su obra De Civitate Dei (La ciudad de Dios), concibió una sutil relación entre la historia cristiana y la secular.

4.4 La edad media:
Con la desintegración del Imperio romano de Occidente en el siglo V, la educación y cultura clásicas, incluida la historiografía, sufrieron una profunda transformación. La literatura se convirtió en una actividad restringida al clero, que se encargó de conservar y difundir una cultura erudita y religiosa. Muchos monasterios escribieron crónicas o anales, a menudo obras anónimas de generaciones de monjes que simplemente recogían lo que sus autores conocían de los acontecimientos, año tras año, sin ninguna intención de elaboración artística o intelectual. No obstante, las obras de los historiadores clásicos se conservaron en las bibliotecas monásticas, se mantuvo viva la idea de un nivel cultural más ambicioso y escritores de inicios de la edad media como san Gregorio de Tours intentaron alcanzarlo. Aunque la mayor parte de los historiadores de la baja edad media eran clérigos y empleaban el latín, la tradicional historiografía secular revivió gracias a los cronistas que escribieron en las distintas lenguas vernáculas. La historiografía de la alta edad media española se caracterizó por la redacción de crónicas, como la de Alfonso III o la Crónica latina de Alfonso VII. En la plena edad media destacó una figura de gran relieve, el rey castellano-leonés Alfonso X el Sabio (1252-1284), inspirador de la Grande e general estoria y de la Estoria de España. En el mundo medieval hispano son conocidos gran numero de textos de historiadores islámicos desde los primeros momentos de la presencia musulmana. Sobresale la denominada Crónica del moro Rasis. El siglo XI contempló la aparición de importantes autores, de entre los que destaca Ibn Hayyan, autor del al Muqtabis. Hay obras que, sin ser estrictamente históricas, aportan datos muy interesantes, como es el caso de El collar de la paloma de Ibn Hazm de Córdoba, notable escritor de relatos históricos. También se cuenta con memorias de reyes de taifas como las de Abd Allah, último rey Zirí de Granada, antes de ser destronado por los almorávides (1090), que fueron publicadas con el nombre de El siglo XI en primera persona. Por último, el escritor del siglo XIV Ibn Jaldún es considerado el historiador más destacado dentro de la historiografía medieval hispanomusulmana.

4.5 El renacimiento:
El intenso estudio de la literatura clásica (griega y romana) y el resurgimiento de la retórica en la educación que caracterizó la vida intelectual italiana en el siglo XV, tuvo sus consecuencias para el estudio de la Historia. Propició un acercamiento secular y realista a la historia política, tanto antigua como reciente. Leonardo Bruni (el humanista italiano conocido como Leonardo Aretino), estudioso de las recién redescubiertas obras de Tácito, reconsideró la historia de la Roma republicana e imperial y de su ciudad natal, Florencia, a la luz de la experiencia romana. En el siglo XVI Nicolás Maquiavelo y Francesco Guicciardini escribieron obras que situaron de nuevo la historia política en un mundo vinculado a las leyes y ambiciones humanas. La separación de lo laico con respecto a lo eclesiástico es evidente dondequiera que la erudición del renacimiento haya ejercido su influencia en Europa. En el renacimiento español la historiografía, desarrollada por la llegada de humanistas italianos a España, tiene una figura de primer orden: Elio Antonio de Nebrija. En esta época se continuó la tradición de la alta edad media de las crónicas, que siguen el camino emprendido por el canciller Pero López de Ayala, así como también apareció el género de la biografía. El descubrimiento de América provocó una nueva visión del mundo. De inmediato se escribieron relatos sobre los territorios recién incorporados a la Corona española. En muchos casos fueron los propios exploradores y conquistadores los que escribieron narraciones sobre lo que contemplaban. Hernán Cortés describió el territorio y la población en sus Cartas de relación. Se desarrolló el género de la crónica, en el que destacó la obra de Gonzalo Fernández de Oviedo titulada Historia general y natural de las Indias, que ha sido definida como la primera enciclopedia americana. Fray Bartolomé de Las Casas escribió la Historia general de las Indias. Fray Bernardino de Sahagún es el autor de la Historia general de las cosas de la Nueva España, que escribió con objetivos misioneros. Felipe Huamán Poma de Ayala escribió Nueva crónica y buen gobierno (1615), una de las historias más originales sobre la conquista de Perú. Muchas de estas obras constituyen auténticos tratados antropológicos al recoger multitud de costumbres, formas de vida y la estructura social de los pueblos nativos.

4.6 La historiografía antes y durante la Ilustración:
La tradición historiográfica clásica había enfatizado el estilo literario y la reinterpretación de la historia a costa de la investigación básica. Desde el siglo XVI en adelante, muchos eruditos de toda Europa dedicaron su vida a la recopilación laboriosa y sistemática de las fuentes de la historia nacional y religiosa en sus respectivos países. El escrupuloso trabajo de los eruditos y anticuarios permitió conservar las fuentes del conocimiento histórico y creó y defendió los grandes campos de investigación crítica como la diplomática, la numismática o la arqueología. La labor coleccionista iba acompañada de la publicación de catálogos y estudios diversos. Argote de Molina llevó a cabo una Descripción de las antigüedades de Sevilla. Si bien no faltan obras de notable valor, también se produjo un fenómeno de invenciones y fraudes históricos. Esta misma atención sin concesiones al detalle y al método, que constituyó el mayor logro de estos eruditos, separó, sin embargo, a los especialistas en las antigüedades de los nuevos progresos que realizó la historiografía en el siglo XVIII: la historia filosófica inspirada por las ideas del Siglo de las Luces (Ilustración). Voltaire recuperó la tradición historiográfica literaria a la que se añade la excitación de su provocativo racionalismo. Ignoró el interés clásico por la historia política e incluyó todas las facetas de la civilización en una historiografía de profundo carácter intelectual, pero exhibió una mayor despreocupación desdeñosa por el detalle erudito. Los historiadores de la Ilustración, como Charles-Louis de Montesquieu, David Hume, William Robertson o Jean Antoine Condorcet, continuaron esa concepción filosófica de la historia y la evaluación indiferente de las evidencias. Edward Gibbon combinó un profundo respeto por la labor de los especialistas en los restos antiguos con su gran talento literario para escribir su Historia de la decadencia y ruina del Imperio romano (1776-1788), que constituye un gran hito en la historiografía. La influencia de Benito Jerónimo Feijoo y los modelos historiográficos de la Ilustración llevaron a un considerable grupo de sabios y eruditos jesuitas mexicanos a elaborar las primeras historias de su tierra. Francisco Javier Clavijero, exiliado en Italia, escribió Historia antigua de México (1780-1781). Crónicas similares abundaron en los demás virreinatos hispanoamericanos. En España se desarrolló una importante labor historiográfica. Aparecieron grandes historiadores y obras de marcado carácter histórico, cuyas principales figuras fueron Gaspar Melchor de Jovellanos, el conde de Campomanes, Antonio de Capmany y Eugenio Larruga y sus Memorias políticas y económicas (1785-1800). (Encarta)

 

 

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