Familia Monagas             

 

Personajes ilustres con apellido Monagas:
Este apellido tiene raíces aborígenes y designa la diminuta planta que sólo existe en Gran Canaria. De manera inadvertida pasan por las páginas históricas del país los antecedentes de origen y la trayectoria internacional de la toponimia indígena de Monagas, cuya casa solariega y avatares históricos arrancan de lo que hoy es el municipio de Valleseco. El antroponímico aborigen de Monagas se pierde en la oscuridad de los tiempos. De él no existe noticia documental que lo refiera. Ninguno de nuestros insignes y versados historiadores se ocupó de registrar la filiación autóctona de esta -al parecer- diminuta planta isleña. Entre las familias de arraigo más destacadas que poblaron la comarca de Teror durante la segunda mitad del siglo XVI, sobresale, marcadamente el apellido Díaz del Río, que no sólo engloba a los que se timbran con estas dos filiaciones hispanas sino que envuelve, además, a la de Domínguez, Jiménez, Hernández y Sarmiento. Todo ello fue posible si tenemos en cuenta el enmarañado conflicto genealógico que se originaba en las pasadas generaciones con motivo de las inquebrantables leyes matriarcales del país. El fundador de esta original familia canaria fue Bartolomé Díaz del Río, que llegaría a ser más considerado en la comarca or el sobrenombre de Castellano, rico labrador propietario de Los Arbejales que procedió de la localidad salmantina de Sorihuela, término de Béjar, hacia la década de 1550. Desposado en Teror con la bella doncella de origen portugués Juana Domínguez, durante el matrimonio de los cónyuges logra este caballero poblador la numerosa sucesión de catorce hijos, la mayoría nacidos en partos dobles. Uno de sus hijos mayores, de igual homónimo que el progenitor, celebró consorcio nupcial, también en el templo terorense, con la joven Guiomar de Acosta, que asimismo traía raíces portuguesas, hija del labrador lusitano establecido del mismo modo en la villa, Roque Hernández, de cuya unión nació, entre otros vástagos, Diego Hernández del Río que se acogió al linaje de la familia de su madre siguiendo la modalidad matriarcal ya señalada. Por unos autos de informaciones practicados por el Santo Oficio de la Inquisición de Canarias a pedimento de doña Antonia Naranjo, cuya copia manuscrita guarda el documentado archivo marquesal de Alcialcázar, y en el que aparece el testimonio de dieciocho testigos, conocemos la fantástica y curiosa historia del primer Monagas isleño.

Amores en Argelia:
Según se acredita por la documentación inquisitorial, siendo el referido Diego Hernández del Río un joven muchacho de apenas dieciocho años de edad, viajó desde Gran Canaria a la isla de Fuerteventura, en época de siembra, para plantar granos en la sedienta tierra majorera. Bien antes de llegar a su destino o de vuelta nuevamente a su residencia habitual de Los Arbejales de Teror, la chalupa donde viajaba fue apresada por los moros argelinos y llevado junto con los demás componentes de la débil embarcación cautivo a Argel. En la vecina costa africana y durante el tiempo que permaneció en cautiverio, el joven y ardoroso canario mantiene relaciones íntimas con una mujer mora a la que muy pronto deja en estado de buena esperanza. Poco tiempo después la familia del mozo isleño paga el rescate exigido para su liberación por la razzia argelina y retorna de nuevo a la isla. Ya en su residencia solariega de Teror, entra en serio noviazgo, con promesa de matrimonio y carta dotal, con la acaudalada doncella doña Catalina Cabrera de Quintana, la mayor de las hijas de uno de los más opulentos vecinos de la comarca que disfrutaba por entonces el cargo de capitán de las milicias provinciales destacadas en la villa. Cuando ya están a punto de que aquellos distinguidos esponsales lleguen al fin a celebrarse, de manera inesperada se desata un ruidoso escándalo en el paradisíaco vecindario de Teror al irrumpir en la villa mariana la desvalida mujer africana con su retoño recién nacido en brazos, la cual llega a Gran Canaria con la idea fija de lavar su ofensa y solicitar al autor de su deshonra amparo y matrimonio. Según se desprende de la declaración de los testigos que informaron los autos practicados por el Santo Tribunal de la Inquisición, las nupcias entre el intrépido canario y la liviana mora de Argel llegaron poco después a celebrarse, naciendo legítimamente de la unión sacramental un niño que fue llevado a bautizar a la pila de Nuestra Señora del Pino, imponiéndosele el nombre de Andrés Hernández. La sufrida esposa argelina debió fallecer un tiempo después, porque su viudo, que aún era un hombre joven y emprendedor, verifica segundo consorcio matrimonial con la paciente doña Catalina Cabrera, resignada al fin, cuya escritura de carta dotal se otorgó por ante el escribano de Las Palmas Luis Bethencourt el 13 de octubre de 1600.

La historia de una hacienda:
El isleño Andrés Hernández casó también en dos ocasiones en su villa natal de Teror. Aunque no conocemos la edad que tenía cuando realizó las primeras nupcias por haber desaparecido la primitiva documentación parroquial del pago mariano, suponemos con fundamentadas razones que entonces debió tener unos quince años de nacido cuando determinó llevar al altar de Nuestra Señora a la jo ven Justa Domínguez, hija de los labradores Alonso Hernández y Francisca Domínguez. Su segundo enlace se celebra en 1611 con doña Juana de Montes de Oca, hija de los también labriegos del lugar Juan de Santa María y doña Ursula Montes de Oca, descendienta esta señora de indígenas y caballeros conquistadores de la isla. De ambos enlaces procedió la sucesión de diez hijos, cinco de cada uno de los consorcios, en cuya prolífera y fecunda descendencia no sólo se iba a originar el apellido grancanario de Monagas sino que se ilustraría prestigiosamente en los años de las dignidades nobiliarias del marquesado del Buen Suceso y vizcondado previo de los Naranjos y aun dos de sus sucesores establecidos en la República de Venezuela llegaron a alcanzar la más alta magistratura de la nación americana. Poco después de desposarse la primera vez, Andrés Hernández adquiere por compra a sus suegros, en doscientas catorce doblas y por escritura celebrada ante la escribanía pública de Antón de Zerpa, las tierras que ya comienzan a distinguirse por las Monagas por la abundancia de esta popular hierba autóctona que las cubría, y en ellas levantó una huerta con gañanía y corrales y plantó cercados de árboles frutales, convirtiéndose con su extensa familia en primer vecino de la localidad. La pertenencia de Las Monagas las disfrutaron sus descendientes durante centurias enteras y aunque en la actualidad las propiedades se las repartieron varias familias, aún hoy se conservan las viejas casas de sus antiguos moradores.

Los canteros de Teror:
Al pasar estos Hernández de Los Arbejales a residir al pago de Las Monagas se origina que en la villa de Teror se empiece a distinguir al labrador por Andrés Hernández de Monagas, distinción vecinal que cobra más singularidad al ser llevada a la documentación protocolada de la época. En las escrituras antiguas que guarda el archivo parroquial de la villa mariana aparece el registro testimonial al referirse a este vecino que "Andrés Hernández, que ahora llaman Monagas". Esta denominación obedeció al ser que [ilegible]

Al llegar el siglo XVIII y con él una de las más amargas y angustiosas penurias económicas que asolaron de manera irremediable a todas las islas, comienza el éxodo insular en masivo bloque hacia las quiméricas Indias de Su Majestad. En medio de tanta desesperación, hambre y calamidades, por entonces debía resultar bastante atractiva en el archipiélago la publicación de Reales Ordenes incitando a los canarios a decidirse por el embarque. Se prometía, junto con tierras y ganado, el anhelado progreso y bienestar. Los reyes periódicamente ordenaban por medio del Juzgado de la Contratación de Indias el envío de cierto número de familias isleñas al nuevo continente al objeto de que fueran poblando los desolados dominios de la Corona. Entre el inagotable movimiento legal y clandestino que origina aquel comercio naval y económico-social, cuyo centro principal se desarrolla en las islas con el interminable tráfico humano hacia las tierras doradas de América, los Hernández de Monagas también enfilan el derrotero rombo hacia la quimérica aventura indiana. Entre sus miembros más significados figura el nieto del cantero-labrador Diego Hernández del Río, el licenciado Francisco Javier Hernández Naranjo, que ocupó el importante cargo de Relator de la Audiencia Territorial de Caracas, y su hijo, Bartolomé Hernández-Naranjo del Castillo, nacido en el barrio de Vegueta de Las Palmas, también residió con su familia en Venezuela, en donde fue capitán de una de las compañías de milicias de voluntarios destacados en la ciudad de Santiago de León, compuesta de isleños de las Islas Canarias. Por los méritos contraídos, el longevo militar canario fue agraciado con el título marquesal del Buen Suceso y vizcondado previo de Los Naranjos. También embarcaron con destino a Venezuela a mediados del siglo XVIII los hermanos Juan Antonio, Diego y José María Hernández de Monagas, bisnietos del fundador del linaje, los cuales habían nacido en Telde, porque su padre, que era natural de Las Monagas, por entonces vivía dedicado a la agricultura en la fértil ciudad de los faycanes del sur.

Una raza de labradores en Venezuela:
Los jóvenes teldenses se establecieron en el desolado pueblo de Maturín, en la antigua provincia de Cumaná, dedicándose como sus antepasados canarios a las labores agrícolas y pecuarias en los fundos criollos. Fue fama que los vastos conocimientos y el afán emprendedor que a todos ellos les animaban les convierten en notorios labradores que logran, merced a su perseverancia, ricas posesiones y haciendas que administraban en sociedad familiar. En aquella nueva vecindad venezolana nace, entre otros hijos del más joven de los hermanos, el que sería progenitor de la línea de los Monagas de la región oriental que continúa con el mismo ilusionado empeño en la empresa agrícola de sus mayores. Bisnieto del canario José María fue don Francisco José Monagas que celebró un distinguido enlace matrimonial con doña Perfecta Burgos, dama oriunda de la villa de San Carlos y perteneciente a una de las más conocidas familias de la región oriental de Venezuela, procediendo de las nupcial los hermanos los hermanos Judas Tadeo y José Gregorio Monagas, ambos próceres de la Independencia, generales gloriosos del Ejército y Presidentes electos de la República de Venezuela entre los años 1847 y 1858.

Judas Tadeo, que sería más popularmente conocido en los anales sociales y políticos de la nación por José Tadeo, porque según refieren sus biógrafos sólo solía escribir la inicial de su primer nombre, con cuyo uso originó el equívoco y trocó por José el patronímico de Judas, nació según tradiciones de familia, en un solitario lugar situado en las inmediaciones de la ciudad de Maturín el día 28 de octubre de 1784. En su ciudad natal adquirió la elemental cultura que el tiempo y el medio permitían. Luego, su propia inclinación y la profesión del progenitor le llamaron a la agricultura y a la cría de ganado, tareas en las que se vio acompañado del éxito por su clara inteligencia y vigorosa constitución física. El brillante porvenir económico que sus ocupaciones le prometían no vaciló en abandonarlo ante el noble ideal de la patria libre que en el año 1810 se hizo realidad en el pensamiento de muchos venezolanos.

El presidente Monagas:
José Gregorio Monagas, hermano del anterior, nació en 1795, y, como él, desde muy joven se dedicó a las labores agrícolas y pecuarias en los ricos fundos del patrimonio familiar. Se hallaba dedicado plenamente a estas faenas cuando tuvieron lugar los sucesos políticos del año 1810. Decidido por la nueva causa, sentó plaza en las Caballerías republicanas, y a las órdenes de su hermano José Tadeo y de otros ilustres jefes estuvo en los primeros combates que se libraron por la Independencia. Entre los más destacados figuran los sostenidos en Maturín, Cachipo, La Puerta, Bocachica, Carabobo [1814], Aragua de Barcelona y Urica, notable este último por haber ocurrido en él la muerte del general Boves.

Por 1846 y 1847, numerosos partidarios lanzaron su candidatura para la Presidencia de la República. Fracasado entonces, obtuvo por fin tal honor, y en 1851, bajo la influencia de su hermano José Tadeo, mereció ser electo para la primera magistratura. Tomó posesión el 5 de febrero del mismo año, rodeándose para el Gobierno de colaboradores tan distinguidos como Simón Planas, Francisco Aranda, Muñoz Tébar, Castello, etc. En 1853, el Congreso Nacional le confirió el grado de General en Jefe. Durante su gobierno se gestionó el arreglo de las reclamaciones producidas con motivo del Tratado de Paz con España, y se pensó en abrir negociaciones con la Santa Sede para la firma de un Concordato. Para lograr ambos objetos se creó una Legación en Madrid y Roma, la cual fue confiada a don Francisco Michelena y Rojas. También fue pensamiento suyo la elaboración de un proyecto de Decreto sobre la formación de un Código de Derecho Público Americano, que definiese, por lo que tocaba a la América, todos los puntos que pertenecieran a la esfera del Derecho Internacional Público. El Congreso, al quien le fuera pasado el proyecto, no le dio solución y lo mandó archivar. Pero el más brillante monumento de su administración fue sin duda el famoso Decreto del Congreso Nacional sobre la abolición de la esclavitud en Venezuela. Era una aspiración de la República, expuesta en el Congreso de 1811, en los de Angostura y Cúcuta y en el de Valencia de 1830. Como siguiera curso vacilante en las Cámaras un proyecto de Decreto sobre el asunto, Monagas lo apresuró con su famoso mensaje de 10 de marzo de 1857. El 25 del mismo mes se promulgó solemnemente en la capital de la República la ley sobre el asunto. El acto fue presenciado por el propio Presidente, por los de las Cámaras y por innumerables ciudadanos.

También en Santo Domingo:
Entre la extensa nómina genealógica de la familia Monagas originada en el diminuto pago de su nombre, otro presidente americano que regió los destinos de la República Dominicana a partir de 1830 llevaba por sus venas sangre cercana de los Monagas de Valleseco. Nos referimos al discutido general Rafael Leónidas Trujillo, nacido en la villa de San Cristóbal de la isla antillana el 24 de octubre de 1891, cuyo abuelo paterno, don José Trujillo Monagas, había nacido en una vivienda situada en los aledaños del barranco Guiniguada, en el mismo corazón de la añeja ciudad de Las Palmas. En la ribera del denominada barrio de Pambaso residieron sus padres don Pedro Trujillo Melián, practicante de cirugía del Hospital de San Martín, y doña María Antonia Monagas de la Peña, joven señora natural de San Juan de Telde que falleció en Las Palmas a la temprana edad de treinta y dos años. A la muerte temprana de la dama canaria, ocurrida el 22 de febrero de 1853, los Trujillo decidieron cruzar el Océano y desde entonces quedaron definitivamente establecidos en la otra orilla del Atlántico. La trayectoria internacional del diminuto topónimo de Las Monagas, que nació en un escondido pago grancanario que apenas tiene hoy notoriedad dentro del contexto insular, es sorprendentemente extensa e interesante. De aquella ignorada mala hierba -como los llamados malos weyler, en Filipinas- que fecundaba los fértiles campos de las medianías isleñas, procedió un característico apellido canario que en la actualidad goza de gran singularidad en el archipiélago insular. En Venezuela figura esta filiación hispana entre los linajes más prestigiosos y notorios de la República al descender de los próceres criollos una larga serie de militares de la más alta graduación castrense. Asimismo en la ciudad de Mayagüez, isla de Puerto Rico, destaca también una familia de este apellido procedente de la originada en la tierra del Libertador. (Miguel Rodríguez Díaz de Quintana)


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