Guerra de Texas             

 

La guerra de Texas:
Texas era un territorio muy alejado de la capital novohispan, pues desde entonces se desconocía buena parte de lo que ahí ocurría. A inicios del siglo XIX, las autoridades españolas permitieron la colonización extranjera (norteamericana) a esa región, siempre y cuando cumplieran con ciertas condiciones: ser católico, teneri un modo honesto de vida y jurar fidelidad al rey de España y a la Constitución de Cádiz. En ese mismo año, 1812, Lousiana se convirtió en un estado de la Unión Americana y norteamericanos y españoles no podían ponerse de acuerdo en los derechos que ejercían sobre dicho territorio. España reclamaba que parte de Lousiana pertenecía a Texas y, por lo tanto, los norteamericanos no podían adueñarse de esas tierras. El conflicto se solucionó con la firma del Tratado Adams-Onís (1819), donde se establecieron los límites fronterizos. A los colonos estadounidenses que se habían establecido en Texas se les respetaron sus derechos y muestra de ello fue que siguió creciendo su número. Grupos anglosajones llegaban a este territorio de la mano de Moisés y Esteban Austin, quienes escribían sobre las ventajas de asentarse en este lugar. Al independizarse México, los Austin mantuvieron la concesión para colonizar la región y, en 1824, Esteban fue nombrado juez y teniente coronel por las autoridades mexicanas, prueba de la confianza que se le tenía. También, a partir de ese año, el territorio pertenecía al estado de Coahuila y Texas y continuó colonizándose, aunque de manera irregular, pues no todos los inmigrantes eran católicos y, sobre todo, no cumplían con el requisito de liberar a sus esclavos. Aunque muchas veces se ha dicho que la esclavitud era el principal punto de conflicto entre estadounidenses y mexicanos, los negros sólo representaban el 10% de la población texana. Según el investigador alemán Andreas V.Reichstein, tampoco las diferencias culturales eran de división entre la sociedad, es más, los lazos económicos y comerciales los unían. El problema radicaba en que los colonos empezaron a ser mayoría: [...] "a los mexicanos no dejó de inquietarles el hecho de que la comunidad anglosajona fuera adoptando un carácter homogéneo particularmente distintivo, que la convertía cada vez más en una entidad ajena a la unidad que se buscaba alcanzar". Además, surgió entre los norteamericanos establecidos en Texas un grupo llamado Los halcones, que eran propagadores de a guerra y partidarios de la separación de México. Por otro lado, tanto organismos privados como autoridades de Estados Unidos le ofrecieron al gobierno mexicano la compra de territorios texanos. Para completar el panorama, hay que mencionar que, cuando en 1829 el presidente Guerrero ratificó la abolición de la esclavitud, algunos estadounidenses se quejaron y obtuvieron un arreglo con los funcionarios mexicanos: podían quedarse con los esclavos que tenían en ese momento, pero los hijos de éstos serían libres y ya no podrían comprar más. Durante la primera presidencia de Anastasio Bustamante también se intentaron algunas medidas para detener la enorme presencia de ciudadanos norteamericanos. Se trató de fomentar el asentamiento de población nacional, de aplicar medidas para acercar a Texas al gobierno federal, y de aumentar las relaciones comerciales de esta región con otras de la República Mexicana, pero todas fracasaron y, en cambio, los colonos exigían estar exentos del pago de impuestos, su separación del estado de Coahuila y los títulos de propiedad de sus tierras. En 1833, Esteban Austin se encargó de hace estas peticiones en la capital del país, donde fue encarcelado por órdenes de Gómez Farías bajo la acusación de fomentar el separatismo de Texas de México.

Recorrido de las tropas del invicto José Urrea 1836 Mientras tanto, los problemas entre centralistas y federalistas complicaron más la situación. Al adopatar México la república central, en 1835, se llevó a cabo en Texas la introducción del ejército mexicano y la imposición de tarifas aduanales. Los rumores y la incertidumbre que conllevaban sólo fortalecieron a los partidarios de la guerra. Para ese entonces, aunque a Austin se le había expulsado del país, regresó a territorio texano para ahora sí organizar el movimiento de independencia. Lamentablemente, algunos federalistas mexicanos apoyaron ese levantamiento como muestra de su oposición al régimen; tal fue el caso de Lorenzo Zavala quien, además, tenía algunos terrenos en esta zona. El 11 de noviembre de 1835 se declaraba la emancipación de Texas si la Constitución de 1824 no volvía a estar vigente. Se ocuparon importantes puntos y, de manera definitiva, se declaró la independencia de Texas el 2 de marzo de 1836, teniendo como presidente a David G. Burnet y como vicepresidente a Zavala. Santa Anna ya se había separado del poder para combatir a los texanos y, a pesar de las dificultades económicasy políticas de ese momento y la indiferencia por parte de muchos mexicanos, logró organizar un ejército que venció en la famosa batalla de El Alamo (6 de marzo), donde ordenó el fusilamiento de todos los soldados prisioneros, lo que violaba las leyes de guerra. Esta cruel medida exaltó los ánimos de los rebeldes, por lo que en las subsecuentes batallas su grito de guerra era Remember the Alamo (Recuerden el Alamo). La cabeza del ejército texano, Samuel Houston, logró derrotar y capturar a Santa Anna en San Jacinto el 21 de abril, mientras las tropas mexicanas dormían. Santa Anna fue conducido al puero de Velasco donde, el 14 de mayo firmó unos tratados donde se comprometía a retirar a los militares al sur del río Bravo, suspender las hostilidades y tratar de convencer al gobierno mexicano de aceptar la independencia de Texas. Las autoridades de México descalificaron la validez de los Tratados de Velasco, por lo que no reconocieron la separación de este territorio. Por el contrario, Estados Unidos en 1837, Francia, Inglaterra y Bélgica, poco después, entablaron relaciones diplomáticas con el nuevo y pequeño país. (Susana M.Delgado Carranco)


Excusa de 1846:
En abril de 1846, EE.UU. declaró unilateralmente la guerra contra México. El pretexto fue una supuesta violación del territorio por parte de tropas mexicanas en la frontera del río Nueces. En el Congreso, el senador Abraham Lincoln exigió al presidente James K. Polk (esclavista, racista, supremacista, populista) que precisara el lugar exacto (the particular spot) en el que había ocurrido el incidente. Su intervención le valió que los frenéticos partidarios de la guerra, henchidos por la doctrina del Destino Manifiesto que justificaba su expansión hasta la Patagonia, le aplicaran el despectivo mote de Spotty Lincoln. Al cabo de 10 meses de batallas encarnizadas (con bombardeos a la población civil, matanzas de mujeres, ancianos y niños), la bandera de las barras y las estrellas ondeó en el palacio Nacional en la ciudad de México. EE.UU. (cuya población entonces era de 20 millones) perdió 13.768 hombres, proporción mucho mayor que la que sucumbió en Vietnam. Del lado mexicano murieron quizá 50.000, cifra enorme en un país de ocho millones. Y México perdió más de la mitad del territorio (los actuales Estados de Arizona, Nuevo México y California). Según Ulysses S. Grant, que participó en los hechos y años más tarde sería el general triunfador de la Guerra Civil, aquella fue “la guerra más perversa jamás librada”. Más que un recuerdo vivo, la guerra del 47 ha dormido silenciosamente en la memoria mítica de México. Está en los libros de texto, en algunos monumentos públicos y en el himno nacional que se canta todos los lunes en las escuelas. (Enrique Krauze, 27/07/2016)


Mapa de Francisco Alvarez Barreiro (1730):
En el reinado de Felipe II (1556-1598), la monarquía española creó un importante y eficaz cuerpo de ingenieros militares. En un principio se dedicaron básicamente a fortificar las fronteras de los Habsburgo en Europa, sobre todo en los Países Bajos, el valle del Danubio e Italia. Sin embargo, después de los asaltos piratas de sir Francis Drake de 1585-1586 en las Indias Occidentales, Felipe II envió también algunos ingenieros a las islas españolas y al continente, donde trabajaron muchos años en lugares como San Juan (Puerto Rico), Cartagena (Colombia), Veracruz y La Habana. En Europa, los ingenieros solían levantar mapas y planos además de fortificaciones, y lo mismo sucedió al otro lado del Atlántico. Participaron en el inmenso esfuerzo de pasar al papel los vastos territorios que se extendían desde el norte de California hasta Patagonia; en dicha labor, recibieron la ayuda de capitanes de barco y de muchos sacerdotes jesuitas. Francisco Alvarez Barreiro fue un representantante tardío de estos ingenieros. Nacido en España, se le otorgó un nombramiento para Nueva España en 1716, y un año después acompañó a Martín de Alarcón en una expedición a la nueva provincia de Texas, donde los españoles empezaban a establecerse en San Antonio como respuesta al nuevo asentamiento francés de Nueva Orleans. Barreiro permaneció en Texas hasta 1720 y después regresó entre 1724 y 1728; compiló cinco mapas provinciales que se conservan en el Archivo de Indias de Sevilla. A partir de éstos se compiló un mapa general. Existe un ejemplar en la British Library y otro en la Sociedad Hispánica de América, en Nueva York. Barreiro conoce bien la línea general de los ríos de Texas, desde el río Grande hasta el río Sabina en el este. También muestra los dos caminos reales que cruzaban el país de oeste a este y permitían que el Gobierno de Ciudad de México mantuviese una tenue autoridad sobre estos puestos avanzados, próximos a los asentamientos franceses del río Mississippi. Las poblaciones extensas de méxico se señalan con símbolos de iglesias, y los asentamientos de los pueblos indígenas del norte y del este con diferentes cantidades de chozas bien ordenadas. (Fuente: Barber)


Trump:
Si Trump llega a ser presidente, por increíble que nos parezca, los mexicanos estaremos al borde de una nueva guerra con EE UU. No hay hipérbole en esto. La primera guerra fue devastadora; la segunda puede volver a serlo. Pero no estamos en un estado de indefensión. Podemos y debemos contribuir a evitarla. En abril de 1846, EE UU declaró unilateralmente la guerra contra México. El pretexto fue una supuesta violación del territorio por parte de tropas mexicanas en la frontera del río Nueces. En el Congreso, el senador Abraham Lincoln exigió al presidente James K. Polk (esclavista, racista, supremacista, populista) que precisara el lugar exacto (the particular spot) en el que había ocurrido el incidente. Su intervención le valió que los frenéticos partidarios de la guerra, henchidos por la doctrina del Destino Manifiesto que justificaba su expansión hasta la Patagonia, le aplicaran el despectivo mote de Spotty Lincoln. Al cabo de 10 meses de batallas encarnizadas (con bombardeos a la población civil, matanzas de mujeres, ancianos y niños), la bandera de las barras y las estrellas ondeó en el palacio Nacional en la ciudad de México. EE UU (cuya población entonces era de 20 millones) perdió 13.768 hombres, proporción mucho mayor que la que sucumbió en Vietnam. Del lado mexicano murieron quizá 50.000, cifra enorme en un país de ocho millones. Y México perdió más de la mitad del territorio (los actuales Estados de Arizona, Nuevo México y California). Según Ulysses S. Grant, que participó en los hechos y años más tarde sería el general triunfador de la Guerra Civil, aquella fue “la guerra más perversa jamás librada”. Más que un recuerdo vivo, la guerra del 47 ha dormido silenciosamente en la memoria mítica de México. Está en los libros de texto, en algunos monumentos públicos y en el himno nacional que se canta todos los lunes en las escuelas. De pronto, a 170 años de distancia, el pasado vuelve como pesadilla. De ocurrir, es obvio que la nueva guerra no será militar: será una guerra comercial, económica, social, étnica, ecológica, estratégica, diplomática y jurídica. Comercial, por la amenaza creíble de que EE UU abandone el Tratado de Libre Comercio e imponga aranceles a nuestras exportaciones. Económica, por el secuestro anunciado de las remesas que son la principal fuente de divisas para México. Social, por las deportaciones masivas de mexicanos indocumentados que recordarían episodios vergonzosos de confinamiento y persecución contra los japoneses residentes durante la II Guerra Mundial. Étnica, por el previsible encono que desataría esa política de deportación no solo en Estados Unidos (donde las tensiones raciales son cada día más graves) sino en México, donde viven pacíficamente más de un millón de norteamericanos. Ecológica, por la posible renuencia mexicana a cumplir con convenios en materia de agua en la frontera texana como respuesta a las agresiones estadounidenses. Estratégica, por la nueva disrupción de la vida en la frontera (ya de por sí frágil y violenta) y la cancelación potencial de los convenios de cooperación en materia de narcotráfico. Diplomática, por las inevitables consecuencias que la aplicación de la doctrina nativista y discriminatoria de Trump tendría en todos los niveles y órdenes de gobierno en los dos países, estatales y federales, ejecutivos y legislativos. Jurídica, por el alud de demandas que someterían a las cortes individuos, grupos y empresas mexicanas, públicas y privadas, para defender sus intereses. De ganar Trump, ningún país (ni China o los países de la OTAN) corre más peligro que México. Y ninguno ha sido lastimado más por él verbalmente. Ha repetido que “mandamos a la peor gente”, a “criminales y violadores”. En su discurso de aceptación evocó la muerte de una persona a manos de un indocumentado para inferir, a partir de ese episodio aislado, el peligro que los mexicanos representan para los norteamericanos (el asesino, por cierto, era hondureño). Los medios serios de EE UU han refutado con estadísticas y hechos objetivos esta supuesta agresividad de nuestros paisanos. Ha habido muchos Lincoln que nos defiendan. Ahora nos toca a nosotros mismos defendernos. EE UU librará una guerra comercial, financiera, social, étnica, ecológica, estratégica y diplomática El Gobierno de Peña Nieto ha decidido adoptar una política de avestruz frente a Donald Trump. Se diría que la disposición explícita de “dialogar” indistintamente con quien resulte ganador honra la vieja tradición de no intervenir en los asuntos internos de otras naciones. O quizá se procede con cautela para no atizar más la animosidad del ahora candidato republicano contra nuestro país y nuestros compatriotas. Pero el presidente se equivoca. Su actitud recuerda el famoso Appeasement de Chamberlain, que en Múnich en 1938 creyó apaciguar a Hitler y conseguir “la paz para nuestro tiempo”, cediendo territorios para ampliar su “espacio vital”. Lo que consiguió fue el desprecio de Hitler, que compró meses valiosísimos para desatar la II Guerra Mundial. De ganar Trump, ocurrirá algo similar. Y Peña Nieto habrá perdido la oportunidad de incidir en la elección. El electorado que apoya a un candidato fascista no modificará su voto porque el presidente de México hable en defensa de los mexicanos, pero al menos ese electorado sabrá que los mexicanos tenemos valentía y dignidad. ¿Dónde están los partidos políticos? Obsesionados con la carrera presidencial hacia 2018 La política es un teatro: un teatro que ocurre en la realidad. Frente a Trump, México necesita un golpe teatral, en el mejor sentido del término. Peña Nieto debe elegir el libreto, el escenario, el momento. Tal vez bastaría la lectura de un decálogo de refutaciones a las agresiones y mentiras de Trump, presentado en septiembre frente al muro que ya divide nuestros países en la frontera de Baja California. Pero no solo debe reaccionar el Gobierno. A todo esto, ¿dónde están los partidos políticos? Viven absortos, obsesionados con la carrera presidencial hacia 2018. Pero, sobre todo, ¿dónde están las voces y liderazgos de la izquierda? ¿Es posible que ignoren el efecto devastador que tendría en millones de familias pobres el eventual embargo de las remesas que son su fuente primordial y a veces única de sustento? A juzgar por la indiferencia que (con pocas excepciones) han mostrado frente el ascenso de Trump, parecería que sus órganos de opinión albergan una secreta simpatía hacia el magnate fascista, no solo por su ataque a la globalización sino por su coqueteo con Putin. Hasta los imagino brindando por la putrefacción final del imperio americano. Más allá del Gobierno y los partidos, ¿dónde está la sociedad civil? Hace tiempo que no se manifiesta en las calles. Quizá es una utopía, pero sería maravilloso verla en una marcha pacífica que —sin insultos ni histerias, sin mueras ni consignas agresivas— partiera del Ángel de la Independencia y culminara depositando una ofrenda en el monumento a Lincoln en el cercano parque de Polanco. Septiembre es el mes ideal, el “mes de la patria”. Sería el mejor homenaje a los caídos en aquella “guerra perversa”. La muestra de que México, a diferencia de un sector de EE UU, no ha perdido la civilidad, la razón y el corazón. (Enrique Krauze, 27/07/2016)


La realidad es que nuestros clásicos también tenían contradicciones. ¿Quién no recuerda la posición de Marx sobre la brutal colonización de la India por Inglaterra, país este último al que otorgó nada más y nada menos que la definición de «instrumento inconsciente de la historia»? Nuestro querido viejo Engels justificó también la «guerra de conquista» llevada a cabo por los estadounidenses contra los mexicanos preguntándose retóricamente si acaso era «una desgracia que la soberbia California sea arrebatada a los holgazanes mexicanos, que no sabían qué hacer con ella?». (Alberto Garzón, 2017)


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