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Etapas en el desarrollo de las civilizaciones:
Entre 1934 y 1961 aparecieron los doce volúmenes o compendios que componen el distinguido ensayo del historiador británico Arnold Joseph Toynbee titulado originalmente A study of history y traducido al español como Estudio de la historia. Se trata de un estudio comparativo de las civilizaciones. En él se define a la filosofía de la historia como el análisis del desarrollo y declive cíclico de las civilizaciones. El siguiente texto reproduce un extracto de la introducción a la obra.

Hemos encontrado ya que nuestra propia Sociedad (o Civilización) Occidental es filial de una predecesora. El método evidente para seguir nuestra búsqueda de otras sociedades de la misma especie será tomar los demás ejemplos existentes, la Cristiana Ortodoxa, la Islámica, la Hindú y la del Lejano Oriente, y ver si podemos descubrir también sociedades «paternas» de ellas. Pero antes de ponernos a esta indagación debemos aclarar aquello que estamos buscando: en otras palabras cuáles son las señales de «paternidad y filiación» que se han de aceptar como prueba válida. ¿Qué señales de tal relación encontramos en el caso de la filiación de nuestra propia sociedad respecto a la Sociedad Helénica?

[Sociedad Helénica:]
El primero de estos fenómenos era un Estado universal (el Imperio Romano), en el que cobró cuerpo toda la Sociedad Helénica en una sola comunidad política en la última fase de la historia helénica. Este fenómeno es sorprendente, porque se halla en profundo contraste con la multiplicidad de Estados locales en que había estado dividida la Sociedad Helénica antes de que surgiera el Imperio Romano, y en un contraste igualmente profundo con la multitud de Estados locales en que ha estado dividida hasta ahora nuestra Sociedad Occidental. Encontramos, además, que el Imperio Romano estuvo inmediatamente precedido por unos tiempos revueltos, que llegan por lo menos hasta la Segunda Guerra Púnica, en los que la Sociedad Helénica no era ya creadora y se hallaba evidentemente en declinación, una declinación que el establecimiento del Imperio Romano detuvo durante algún tiempo, pero que demostró al fin ser el síntoma de una enfermedad incurable que destruyó a la Sociedad Helénica y al Imperio Romano con ella. A su vez, la caída del Imperio Romano fue seguida por una especie de interregno entre la desaparición de la Sociedad Helénica y el surgimiento de la Occidental. Este interregno está ocupado por las actividades de dos instituciones: la Iglesia Cristiana, establecida dentro del Imperio Romano y que le sobrevivió, y determinado número de efímeros Estados-sucesores que surgieron, en el anterior territorio del Imperio, de la llamada völkerwanderung de los bárbaros desde la «tierra de nadie» más allá de las fronteras imperiales. Hemos descrito ya estas dos fuerzas como el proletariado interno y el proletariado externo de la Sociedad Helénica. Aunque difiriendo en todo lo demás, coinciden en su extrañamiento de la minoría dominante de la Sociedad Helénica las clases directivas de la antigua sociedad que habían perdido el rumbo y cesado de dirigir. En efecto, el Imperio cayó y la Iglesia sobrevivió, porque la Iglesia dio dirección y conquistó adhesión, mientras que el Imperio había fracasado hacía tiempo en hacer una cosa y otra. Así, la Iglesia, una supervivencia de la sociedad muriente, llegó a ser la matriz de la cual nació a su tiempo la nueva.

    Asentamiento del cristianismo en Roma:
    La destrucción de Jerusalén, que Tito llevó a cabo en el año 70, acentuó ese movimiento. Jerusalén, centro del judaísmo, también era el centro del judeo-cristianismo. Una vez destruida Jerusalén, la capital del Imperio, en donde habían muerto Pedro y Pablo, pasó a ser de un modo natural el centro del cristianismo. Entonces, el obispo de Roma se convirtió en el jefe de la Iglesia, en adelante diferente de la Sinagoga y mucho más «misionera» o prosélita. Desde el siglo II, el gobierno imperial empezó a perseguir a los cristianos. Sin embargo, no fue una exterminación sistemática. Al principio, los emperadores se mostraron muy prudentes. Sobre esta cuestión se tiene conocimiento de una carta del gobernador romano de Asia Menor, Plinio el Joven, que aconseja moderación a su jefe (y amigo) el emperador Trajano. Luego, las persecuciones se volvieron más sangrientas. (Barreau)

[Medievo:]
¿Cuál fue el papel desempeñado en la filiación de nuestra sociedad por los otros factores del interregno de la völkerwanderung [migración de los pueblos], en la que el proletariado externo llegó como una inundación desde más allá de las fronteras de la antigua sociedad: germanos y eslavos de Europa Septentrional, sármatas y hunos de la estepa eurasiática, sarracenos de la península arábiga, bereberes del Atlas y del Sahara, cuyos efímeros Estados-sucesores compartieron con la Iglesia el escenario de la historia durante un interregno o edad heroica? En comparación con la Iglesia, su contribución fue negativa e insignificante. Casi todos ellos perecieron por la violencia antes de que llegara a su fin el interregno. Los vándalos y ostrogodos fueron vencidos por contraataques del lmperio Romano mismo. El último resplandor convulsivo de la llama romana bastó para reducir a cenizas a estas pobres polillas. Otros fueron vencidos en luchas fratricidas: los visigodos, por ejemplo, recibieron el primer golpe de los francos y el coup de grâce de los árabes. Los pocos supervivientes de esta lucha ismaelita por la existencia degeneraron incontinentemente y después vegetaron como fainéants hasta quedar extinguidos por las nuevas fuerzas políticas que poseían el germen indispensable de poder creador. Así, las dinastías merovingia y lombarda fueron puestas de lado por los arquitectos del Imperio de Carlomagno. De todos los «Estados-sucesores» del Imperio Romano sólo se pueden señalar dos que tengan descendientes directos entre los Estados nacionales de la Europa Moderna: la Austrasia Franca de Carlomagno y el Wessex de Alfredo. De esta suerte, la völkerwanderung y sus productos efímeros son muestras, como la Iglesia y el Imperio, de la filiación de la Sociedad Occidental respecto a la Helénica; pero, igual que el Imperio y a diferencia de la Iglesia, son muestras y nada más. Cuando volvemos del estudio de los síntomas al estudio de las causas encontramos que, mientras la Iglesia pertenecía al futuro tanto como al pasado, los Estados bárbaros sucesores así como el Imperio, pertenecían plenamente al pasado. Su nacimiento fue meramente el anverso de la caída del Imperio, y esta caída presagiaba inexorablemente la suya. Esta baja estimación de la contribución de los bárbaros a nuestra Sociedad Occidental habría chocado a nuestros historiadores occidentales de la última generación (como Freeman), quienes consideraban la institución del gobierno parlamentario responsable como un desarrollo de ciertas instituciones de autogobierno que se suponía que las tribus teutónicas habían traído consigo desde la «tierra de nadie». Pero estas primitivas instituciones teutónicas, si es que existían, eran instituciones rudimentarias, características del hombre primitivo en casi todos los tiempos y lugares, y, tal como eran no sobrevivieron a la völkerwanderung. Los caudillos de las bandas guerreras bárbaras eran aventureros militares, y la constitución de los Estados-sucesores, como la del Imperio Romano mismo en su época, era un despotismo templado por la revolución. El último de estos despotismos bárbaros se había extinguido varios siglos antes del comienzo real del nuevo desarrollo que produjo gradualmente lo que llamamos instituciones parlamentarias.

Factor racial:

    Durante la década de 1930 se multiplica la presencia del factor racial en el discurso político. Es convertido en uno de los pilares del ideario nacionalsocialista. Se consideraba a los alemanes como los verdaderos herederos de la Grecia clásica, pueblo pretendidamente de origen ario. Tiene una presencia mucho menos notable en el fascismo italiano.

    Diferenciación por signos raciales:
    La formulación propiamente «naturalista» de este fatalismo uniformizador es la que se basa en los caracteres biológicos de los grupos humanos: color de piel, forma del cráneo, Rh positivo o negativo de la sangre…, en una palabra, los llamados signos «raciales», tomados como si expresaran alguna cualidad espiritual o social característica. Ni siquiera es preciso que supongan la superioridad de una raza o la inferioridad de otras. Basta con que reivindiquen la caprichosa biología antropológica como fundamento de las instituciones sociales y que supongan que la posesión de derechos civiles puede tener algo que ver, aunque sea remotamente, con la dotación genética de los ciudadanos. Pero la búsqueda de una legitimidad fatal, anticonvencionalista, para el propio grupo no siempre tiene que estar basada en el determinismo biológico, fundamento cuya grosería y disparate científico se hace sumamente inadecuado para los ilustrados tiempos actuales. (Fernando Savater)

La predominante sobreestimación de la contribución de los bárbaros a la vida de nuestra Sociedad Occidental puede atribuirse también en parte a la falsa creencia de que el progreso social debe explicarse por la presencia de ciertas cualidades innatas de la raza. Una falsa analogía con los fenómenos que estaba sacando a la luz la ciencia física llevó a nuestros historiadores occidentales de la última generación a representarse las razas como «elementos» químicos, y su entrecruzamiento como una «reacción» química que liberaba energías latentes y producía efervescencia y cambios donde anteriormente había existido inmovilidad y estancamiento. Los historiadores se alucinaron suponiendo que la «infusión de sangre nueva», expresión con que describían metafóricamente el efecto racial de la invasión de los bárbaros, podría ser la causa de esas manifestaciones de vida y crecimiento, muy posteriores, que constituyen la historia de la Sociedad Occidental. Se sugirió que estos bárbaros eran «razas puras» de conquistadores cuya sangre vigorizaba y ennoblecía aun los cuerpos de sus supuestos descendientes. En realidad, los bárbaros no fueron los autores de nuestro ser espiritual. Hicieron sentir su paso por hallarse presentes a la muerte de la Sociedad Helénica, pero no pueden ni aun pretender la distinción de haberle dado el golpe de muerte. En el momento en que entraron en escena, la Sociedad Helénica estaba ya muriéndose de las heridas autoinfligidas en los tiempos revueltos, siglos antes. Fueron meramente los buitres alimentados de la carroña o los gusanos arrastrándose sobre el cadáver. Su edad heroica es el epílogo de la historia helénica, no el preludio a la nuestra. Así, tres factores marcan la transición de la sociedad antigua a la nueva: un Estado universal como estadio final de la sociedad antigua; una iglesia desarrollada en la sociedad antigua y a su vez desarrollando la nueva, y la intrusión caótica de una edad heroica bárbara. De estos factores, el segundo es el más importante y el tercero el menos. Un síntoma más en la «paternidad y filiación» entre la Sociedad Helénica y la Occidental puede observarse antes de que prosigamos en nuestra tentativa de descubrir otras sociedades relacionadas, a saber: el desplazamiento de la cuna u hogar originario de la nueva sociedad desde el hogar original de su predecesora. Hemos encontrado que una frontera de la antigua sociedad llega a ser, en el ejemplo ya mencionado, el centro de la nueva; y tenemos que estar preparados para desplazamientos semejantes en otros casos. (Arnold Toynbee, Estudio de la historia)

 

 

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