Israel             

 

Bandera de Egipto izada en el canal

Israel: Historia desde Yom-Kipur:
La guerra del Yom Kipur:
En 1973, Egipto y Siria se unieron en una guerra contra Israel para recuperar los territorios que habían perdido en 1967. Ambos estados iniciaron una ofensiva por sorpresa sobre Israel el 6 de octubre, fecha del Yom Kipur, el día de ayuno sagrado para los judíos. Las primeras operaciones árabes en la península del Sinaí fueron exitosas, aunque el signo de la contienda varió, tras la reacción del Ejército de Israel, durante las tres siguiente semanas. Los árabes se granjearan el apoyo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y de la mayor parte de los países en vías de desarrollo. Arabia Saudí y Kuwait financiaron al Ejército árabe, haciendo posible que Egipto y Siria recibieran las armas soviéticas más sofisticadas, y los Estados árabes productores de petróleo iniciaron el embargo de sus exportaciones de crudo a Estados Unidos y a otros países occidentales como represalia por su ayuda al Estado judío. Israel tuvo que hacer frente a serios problemas financieros, que fueron aliviados en parte por la gran asistencia militar y económica que le prestó Estados Unidos. Sin embargo, esta ayuda estadounidense no fue suficiente para evitar la espiral descendente de la economía israelí. En sus esfuerzos por impulsar un acuerdo de paz, el presidente de Estados Unidos Richard Milhous Nixon encargó a su secretario de Estado (ministro de Asuntos Exteriores), Henry Alfred Kissinger, la tarea de negociar los acuerdos de paz entre Israel por un lado y Egipto y Siria por otro. En 1974, Kissinger consiguió la separación de las fuerzas militares de Israel y Egipto en el Sinaí, y de Israel y Siria, en los Altos del Golán. A la guerra del Yom Kipur siguieron crecientes disturbios en Israel y constantes críticas a sus dirigentes políticos. Entre los resultados del “terremoto” (así se denominó a los sucesos de 1973) una comisión de investigación, dirigida por el presidente del Tribunal Supremo de Israel, fue muy crítica con los mandos del Ejército debido a su modo de dirigir la guerra. El descontento generalizado llevó a la dimisión de la primera ministra, Golda Meir, y de su gabinete en abril de 1974. Meir (que había sido la sucesora de Eskhol en 1969) fue sustituida por Isaac Rabin. Rabin fue incapaz de detener la inflación y el deterioro de la economía y su reputación quedó dañada al descubrirse que él y otros miembros del Partido Laborista estaban involucrados en transacciones financieras ilícitas. Como resultado de esto, la Alineación Laborista perdió las elecciones a la Kneset de 1977. Menajem Beguin, el nuevo primer ministro, encabezó el movimiento Likud, bloque formado en 1973 por grupos nacionalistas que se oponían a cualquier concesión territorial a los árabes. 8.4.1 El gobierno de Beguin El programa económico de carácter liberal del conservador Beguin no consiguió evitar el aumento de la inflación y que continuara el deterioro de la economía, causado en gran parte por la escalada de los gastos militares. Sin embargo, Beguin fue el primer dirigente de Israel que firmó un acuerdo de paz con un Estado árabe. Esto fue el resultado de una iniciativa sorpresa del presidente de Egipto, Anwar al-Sadat, que, en noviembre de 1977, voló hasta Jerusalén, se dirigió a la Kneset y solicitó a Beguin que se iniciaran conversaciones de paz. Tras largas y arduas negociaciones ante la presencia del presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, en Camp David (Maryland), se firmó finalmente el tratado de paz egipcio-israelí en la ciudad de Washington, el 26 de marzo de 1979. Aunque el tratado puso fin a las posibilidades de guerra entre Egipto e Israel, quedaron muchos temas pendientes por solucionar entre ambos Estados, entre ellos el problema de disponer la autonomía árabe en los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania. 8.5 Israel en la década de 1980 El Likud ganó por un estrecho margen en las elecciones de junio de 1981 y Beguin fue reelegido primer ministro. Poco antes, Israel había inquietado a la comunidad internacional al enviar bombarderos para destruir un reactor nuclear en construcción cerca de Bagdad (Irak), alegando que este se estaba construyendo con la intención de producir armas nucleares para ser utilizadas posteriormente contra Israel. La anexión de los Altos del Golán, que tuvo lugar en el mes de diciembre de ese mismo año, hizo que las relaciones exteriores de Israel se volvieran tensas con países con los que antes habían sido amistosas. A pesar de estos acontecimientos y de las complicaciones ocasionadas por el asesinato de Anwar al-Sadat en octubre de 1981, la retirada final de Israel de la península del Sinaí se produjo en la fecha en que estaba prevista por el tratado de paz, abril de 1982. Dos meses más tarde Israel invadió Líbano con el objetivo de acabar con la presencia de la OLP, que tenía allí bases desde las que realizaba numerosos ataques contra territorio israelí. A mediados de agosto, tras una intensa contienda que tuvo lugar en Beirut y en los alrededores de la ciudad, la OLP hubo de abandonar Líbano, a pesar de lo cual las tropas israelíes permanecieron en el sur del país y el coste de la guerra y la ocupación posterior dejaron sentir sus efectos sobre la economía israelí, que ya estaba atravesando momentos difíciles y problemáticos. Por otro lado, el conocimiento de las matanzas de palestinos en los campos de Sabra y Chatila por parte de falangistas libaneses, aliados de los israelíes, provocó duras condenas en el ámbito internacional y entre la opinión pública israelí. Beguin anunció su dimisión como primer ministro y jefe del Likud en agosto de 1983, y le sucedió en ambos cargos el ministro de Asuntos Exteriores Isaac Shamir. Las elecciones de julio de 1984 no fueron concluyentes: el Partido Laborista consiguió 44 escaños y el Likud 41 de los 120 que componían la Kneset. Como ninguno de los partidos mayoritarios conseguía formar un gobierno de coalición por sí mismo, los laboristas y el Likud formaron un gobierno de unidad nacional. Simón Peres, líder del Partido Laborista, fue primer ministro hasta octubre de 1986, año en que Shamir reasumió el cargo. 8.5.1 Alzamientos palestinos Las relaciones entre Israel y los palestinos entraron en una nueva fase a finales de la década de 1980, con la aparición de la intifada, una serie de levantamientos populares que tuvieron lugar en los territorios ocupados y en los que se produjeron manifestaciones, huelgas y ataques con piedras a los soldados y civiles israelíes. La dura respuesta del gobierno israelí generó críticas tanto por parte de Estados Unidos como de la ONU. La coalición entre el Likud y los laboristas se deshizo en marzo de 1989. Entonces, Shamir encabezó un gabinete provisional hasta junio de 1990, momento en que formó un nuevo gobierno. En 1989 y 1990 más de 200.000 judíos procedentes de la entonces disuelta Unión Soviética se establecieron en Israel. Esta nueva oleada migratoria —alentada por el gobierno de Shamir, pero que fue mal acogida por palestinos y por árabes residentes en Israel— minó la economía nacional. Durante la guerra del Golfo Pérsico, en la que muchos palestinos apoyaron de forma abierta a Irak, misiles Scud alcanzaron Israel en repetidas ocasiones, hiriendo a más de 200 personas y destruyendo casi 9.000 viviendas en la zona de Tel Aviv. Israel, contrariamente a su política habitual, no tomó represalias, en parte porque Estados Unidos estableció bases de misiles tierra-aire Patriot para destruir los misiles iraquíes. 8.6 Hacia la paz Las primeras conversaciones de paz global entre Israel y delegaciones que representaban a los palestinos y a los Estados árabes vecinos se iniciaron en octubre de 1991, en Madrid, en la Conferencia de Paz sobre Oriente Próximo. Después de que el Likud perdiera las elecciones parlamentarias en junio de 1992, el líder del Partido Laborista, Isaac Rabin, formó un nuevo gobierno. Los acontecimientos en Oriente Próximo dieron un giro inesperado en 1993. Tras unas negociaciones secretas, el primer ministro israelí, Rabin, y el presidente de la OLP, Yasir Arafat, se reunieron en la ciudad de Washington, y acordaron firmar un histórico tratado de paz. Israel permitió la creación de un gobierno autónomo, primero en la franja de Gaza y en Jericó, en Cisjordania, y más tarde en las demás zonas de Cisjordania en las que no hubiera población judía. A comienzos de 1994, las negociaciones sobre la autonomía se interrumpieron temporalmente después de que un colono judío matara al menos a 29 palestinos árabes en una mezquita en Hebrón, en Cisjordania. En mayo de 1994, las tropas israelíes se retiraron de Jericó y de las ciudades y campos de refugiados de la franja de Gaza y esta área quedó bajo la administración de la Autoridad Nacional Palestina. En julio de 1994, el primer ministro Rabin y el rey Hussein de Jordania firmaron un tratado de paz que ponía fin a 46 años de enfrentamientos entre ambos Estados. El acuerdo, que se firmó en la Casa Blanca en presencia del presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, asentó las bases para un tratado de paz definitivo. El primer ministro israelí, Isaac Rabin, fue asesinado el 4 de noviembre de 1995 en Tel Aviv por un judío perteneciente a un grupo de extrema derecha hasta entonces desconocido. Fue sustituido por Simón Peres. Los sucesivos atentados terroristas indiscriminados llevados a efecto por miembros del grupo fundamentalista islámico Hezbolá, provocaron en 1996 el bombardeo israelí del sur del Líbano como represalia. En las elecciones celebradas en mayo de ese mismo año, Simón Peres resultó derrotado por el candidato derechista del Likud, Benjamín Netanyahu, por un estrecho margen de votos. Se inició entonces un estancamiento, cuando no un retroceso, en el proceso de paz puesto en marcha años antes, pese a las presiones ejercidas por la comunidad internacional (con Estados Unidos a la cabeza) y la moderación con que actuó la Autoridad Nacional Palestina presidida por Yasir Arafat. Las negociaciones entre Israel y Siria, que habían continuado de manera esporádica desde el final de la Conferencia de Paz celebrada en Madrid en 1991, también se vieron afectadas con la llegada del Likud al poder. El presidente sirio Hafiz al-Assad había valorado como muy positivos los progresos realizados a mediados de la década de 1990 y esperaba continuar las negociaciones de paz en el punto en el que las habían dejado él y los anteriores gobernantes israelíes. Sin embargo, Netanyahu y sus socios de coalición eran partidarios de volver a fijar las bases para un futuro acuerdo y renegociar los asuntos centrales, lo que provocó la paralización del proceso. El futuro de los Altos del Golán, la paz y la normalización de relaciones, así como el control sobre los recursos acuíferos, quedaron de este modo sin resolver. Pese al estancamiento de las negociaciones con los palestinos, en enero de 1997 se completó y firmó el acuerdo por el que Israel se comprometía a la retirada de sus tropas del núcleo urbano de Hebrón. En concreto, el desalojo incluía el 80% de la ciudad, manteniendo su presencia en torno a los asentamientos judíos existentes. No obstante, las autoridades israelíes decidieron un mes después poner en marcha su proyecto de construcción de viviendas en Jerusalén Este, lo que fue considerado por los palestinos como una violación de los acuerdos firmados. Las negociaciones entraron de nuevo en un punto muerto. Los ataques terroristas perpetrados por grupos islamistas a mediados de 1997 llevaron a que Israel demandara a las autoridades palestinas una mayor eficacia contra las actividades de esos grupos. Particularmente preocupantes para Israel fueron los atentados suicidas con bomba efectuados por miembros del grupo islámico Hamas. En respuesta, agentes del Mossad, los servicios secretos israelíes, intentaron sin éxito asesinar en la capital jordana a Jaled Meshal, máximo dirigente de Hamas. La acción enturbió las relaciones jordano-israelíes. Asimismo, los ataques efectuados por grupos islamistas libaneses en la zona de seguridad y el norte de Israel provocaron inquietud en el gobierno de Netanyahu. En 1998 Israel ofreció la retirada de la zona de seguridad, bajo control judío desde 1985, a cambio de que Líbano garantizase que no se producirían más ataques terroristas contra el norte de Israel. El gobierno libanés rechazó la oferta, proponiendo como alternativa la retirada incondicional del Ejército israelí. Netanyahu obtuvo el respaldo de la Kneset pese a las críticas procedentes tanto de la izquierda como de la derecha parlamentaria. Su amenaza de obstaculizar la ocupación judía del sector oriental de Jerusalén, ordenado por un magnate estadounidense de origen judío, provocó la ira de los grupos derechistas, mientras que su apoyo a los asentamientos de colonos en Cisjordania, así como otras actuaciones, fueron contempladas por la izquierda como un intento por desmontar el proceso de paz iniciado años atrás. A comienzos de 1998, la coalición gubernamental salvó por un estrecho margen el voto de censura promovido por la oposición parlamentaria. A mediados de ese mismo año se celebró el 50 aniversario de la creación del Estado de Israel. Mientras, las negociaciones de paz permanecían estancadas en lo referente a los temas fundamentales: así, Arafat rechazó conversar sobre asuntos de relevancia hasta que Israel no efectuara su retirada del sector de Cisjordania aún controlado por el Ejército hebreo, en tanto que Israel se opuso a seguir adelante con la retirada de sus tropas hasta que los palestinos no actuaran con mayor firmeza contra los grupos terroristas que amenazaban su seguridad. El acuerdo alcanzado entre ambas partes en el mes de octubre —gracias a la mediación de la secretaria de Estado estadounidense, Madeleine Albright, y la participación del presidente estadounidense, Bill Clinton, y del monarca jordano, Husayn I— preveía la retirada israelí de un 13% de Cisjordania a cambio de que la Autoridad Nacional Palestina se comprometiera a reforzar la seguridad en la zona. Pese a que la retirada se inició al mes siguiente, el primer ministro israelí optó por congelar la retirada en diciembre, lo que provocó una grave crisis política ante la incapacidad del primer ministro para alcanzar un acuerdo de paz definitivo con los palestinos. La Kneset, dividida, se decantó a favor de su autodisolución y de la convocatoria de elecciones para el mes de mayo, en las que se elegiría, por separado, al nuevo primer ministro y a los componentes de la nueva legislatura. Se esperaba que de los comicios surgiera una nueva mayoría parlamentaria que acometiera las conversaciones con otro talante distinto al mantenido por Netanyahu, que se presentó a la reelección. El triunfo correspondió al candidato laborista, Ehud Barak, un general retirado que prometió la consecución de una paz estable basada en la fortaleza y la seguridad. Netanyahu, derrotado, anunció su dimisión como máximo dirigente del Likud y su retirada de la vida política. El 6 de julio de 1999, Barak formó un gobierno de coalición que contó con el respaldo de un Parlamento escorado hacia la izquierda, en el que los pequeños partidos se constituyeron en árbitros de la situación frente a la evidente pérdida de votos de las grandes formaciones, en particular del Likud. El nuevo gabinete, integrado inicialmente por nueve laboristas, cinco representantes de partidos religiosos y otros cinco de grupos de centro y de izquierda, y ampliado en agosto con cinco nuevos miembros, entre los que se encontraban dos representantes de los movimientos pacifistas, puso como objetivo de su principal actividad la obtención de la paz en Oriente Próximo. En septiembre de ese año, Barak firmó con Arafat la aplicación de los acuerdos establecidos en octubre del año anterior pero paralizados poco después por Netanyahu. El pacto modificaba el anterior en el sentido de ampliar los territorios palestinos en Cisjordania a cambio de nuevas medidas de seguridad para Israel. El gobierno de Barak aprobó el 5 de marzo de 2000 la retirada del Ejército israelí del sur de Líbano antes del mes de julio de ese año.

Rebrote del conflicto palestino-israelí:
El gabinete de Barak tuvo que hacer frente a difíciles coyunturas durante la segunda mitad de 2000. En el mes de junio el partido ultraortodoxo Shas retiraba el apoyo a la coalición que permitía su gobierno (dejándole en minoría parlamentaria); en el de julio Barak se reunió con Arafat en Camp David (Maryland, Estados Unidos) por mediación de Clinton, pero la cumbre fracasó por el discutido estatuto de Jerusalén; ese mismo mes, el Kneset eligió a Moshé Katsav, del Likud, para suceder al recién dimitido Ezer Weizman en la presidencia israelí; por último, el 28 de septiembre, el líder del Likud, Ariel Sharon, visitó uno de los lugares sagrados del islam, la Explanada de las Mezquitas (en Jerusalén oriental), y este hecho fue el detonante para que se desencadenara uno de los periodos recientes de mayor violencia entre palestinos e israelíes. La convulsión generada por esta nueva intifada catalizó de forma paralela una grave crisis política interna en Israel, en medio de la cual Barak presentó su dimisión el día 10 de diciembre, bloqueando al mismo tiempo la disolución parlamentaria y la convocatoria de elecciones legislativas que desde finales del mes anterior promovía el Likud en el seno de la cámara. Poco después se fijó el día 6 de febrero de 2001 como fecha de los comicios de los que emanaría un nuevo primer ministro. En éstos, la victoria fue para el candidato del Likud, Sharon, que obtuvo el 62,4% de los sufragios emitidos, en tanto que Barak solo consiguió el 37,6% de los mismos. Tras dichos resultados, Sharon tomó posesión de su cargo el 7 de marzo siguiente y formó un gobierno de unidad nacional con miembros de partidos de distinto signo político, principalmente del Likud, de Shas y del Partido Laborista (con la significativa presencia del ex primer ministro Simón Peres como ministro de Asuntos Exteriores). La crisis iniciada en septiembre de 2000 no se detuvo, y la espiral de violencia alcanzó cotas de gravedad extrema durante los siguientes meses. Los actos terroristas protagonizados por los grupos palestinos más radicales se multiplicaron, en tanto que el ejecutivo presidido por Sharon ordenó la ocupación militar de numerosos territorios autónomos de Gaza y Cisjordania que se encontraban bajo control de la Autoridad Nacional Palestina. En los primeros meses de 2002, estas ofensivas israelíes llegaron incluso a tener cercado a Arafat en su cuartel general de Ramala. A finales de octubre de 2002, ante el desacuerdo surgido para aprobar la Ley General de Presupuestos 2003, los ministros laboristas abandonaron el gobierno de unidad nacional, por lo que Sharon nombró un gabinete provisional en el que Netanyahu aceptó finalmente ser titular de Asuntos Exteriores. Aunque días después superó tres mociones de censura presentadas por la oposición, Sharon convocó comicios anticipados debido a la imposibilidad de formar un nuevo gobierno y por la situación de minoría parlamentaria de su ejecutivo. Tras las elecciones primarias desarrolladas en el Partido Laborista y en el Likud, resultaron nominados candidatos a primer ministro, respectivamente, Amram Mitzna, el cual derrotó a Benjamín Ben Eliezer, y Sharon, quien se impuso a Netanyahu. En las elecciones parlamentarias, que tuvieron lugar el 28 de enero de 2003 y se caracterizaron por el elevado índice de abstención, el Likud logró 38 escaños (duplicando su representación en el Kneset), por 19 de los laboristas; 15 del Shinui; 11 de Shas; 7 de Unión Nacional; 6, respectivamente, de Meretz y del Partido Nacional Religioso; y 5 de Torá y Judaísmo. Tales resultados garantizaron la continuidad como primer ministro de Sharon, quien, para conformar su nuevo gabinete, optó por una coalición de su partido con Shinui, Unión Nacional y el Partido Nacional Religioso. La crispación siguió en aumento y los constantes atentados terroristas de palestinos radicales encontraban su contrapunto en las iniciativas del gobierno de Sharon, que, esgrimiendo el derecho de Israel a la autodefensa, no dudó en tomar medidas “preventivas” que incrementaron la tensión. Así, a las intervenciones militares en Gaza y Cisjordania, se sumaron la construcción de un muro en Cisjordania que actuaría como “barrera de seguridad” entre Israel y las poblaciones palestinas (su primera fase se completó en agosto de 2003); los ataques, en octubre de 2003, contra bases de Yihad Islámica y Hezbolá, en Siria y Líbano; o los ataques selectivos contra los principales líderes de Hamas.

Acontecimientos recientes:
La formulación de un nuevo plan de paz, la denominada Hoja de Ruta, auspiciada por Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y la ONU, supuso, a mediados de 2003, un tímido reinicio del diálogo y trajo un frágil alto el fuego. Tal circunstancia se produjo, en buena parte, gracias a la figura de Mahmud Abbas, quien desde abril de ese año ejercía el cargo de primer ministro palestino (asumiendo determinadas funciones hasta entonces en manos de Arafat, al cual Sharon rechazaba como interlocutor y acusaba de no hacer nada por evitar las acciones terroristas). La actitud de los grupos palestinos más extremistas, partidarios de proseguir la lucha armada, y la reacción de los sectores israelíes más conservadores, para los que era inaceptable contemplar el establecimiento de un Estado palestino, como hacía la Hoja de Ruta, dificultaron de momento su aplicación. En enero de 2004, Sharon anunció su intención de promover un plan para proceder a la retirada israelí de la franja de Gaza. El oficialmente denominado Plan de Desconexión (que terminó de enfrentar a Sharon con el ala más dura de su partido y de su gobierno, así como, en general, con el conjunto del conservadurismo radical) fue aprobado en octubre de 2004, con un elevado coste político para el primer ministro, que consiguió su tramitación parlamentaria gracias al apoyo de la oposición y vio como su gobierno veía cada vez más reducido su apoyo en la cámara. En diciembre de ese año, incluso, Sharon destituyó a los cinco ministros del Shinui, que votaron en contra de los presupuestos para 2005 con la intención de bloquear la materialización del plan de evacuación de Gaza. Sharon decidió pactar con la izquierda y formar otro gobierno de unidad nacional. Su nuevo ejecutivo, en el que ingresaron los laboristas y el ultraortodoxo Torá y Judaísmo, fue investido por la Kneset en enero de 2005. También en enero de 2005, Abbas se convirtió en presidente de la Autoridad Nacional Palestina tras vencer en las elecciones que fueron convocadas al morir Arafat en el anterior mes de noviembre. De inmediato, Sharon le invitó a retomar el diálogo y Abbas comprometió su gestión a la consecución de un alto el fuego. Después de celebrarse una cumbre entre ambos el 8 de febrero, en Sharm el Sheij (Egipto), Sharon y Abbas anunciaron haber alcanzado un acuerdo para poner fin a la violencia y reiniciar las negociaciones de paz según el camino marcado por la Hoja de Ruta. En agosto de ese año 2005, fueron desmantelados los 21 asentamientos israelíes de Gaza, que tuvieron que abandonar sus, aproximadamente, 8.000 colonos. Asimismo, el día 12 del mes siguiente, se retiraron las últimas tropas que Israel mantenía en aquel territorio. La verificación del Plan de Desconexión, la gran apuesta de Sharon (que le enfrentó a buena parte de la derecha y al movimiento colono), puso así fin a un periodo de 38 años durante el cual Israel había prolongado su ocupación de la franja, que pasó a depender de la ANP (aunque Israel conservaría el control de las aguas jurisdiccionales, del espacio aéreo y de las fronteras). También en 2005, en noviembre, las elecciones internas del Partido Laborista otorgaron el triunfo a Amir Peretz, quien derrotó a Peres. En el transcurso de ese mismo mes, el nuevo líder de la izquierda puso fin a la participación laborista en la coalición gubernamental de Sharon y demandó la convocatoria de comicios anticipados. Sharon, discutido como ya se ha dicho por sectores del Likud y abandonado ahora por el laborismo (de cuyo apoyo parlamentario dependía el gobierno) promovió el adelanto electoral requerido por Peretz, renunció a la presidencia del Likud y a su militancia en el mismo, y anunció que concurriría a las elecciones (fijadas para el 28 de marzo de 2006) como candidato a primer ministro por un nuevo partido, Kadima (Adelante). Sin embargo, el 4 de enero de 2006, Sharon sufrió un grave infarto cerebral y, tras ser intervenido quirúrgicamente y quedar en situación de coma inducido, su viceprimer ministro, Ehud Olmert, se convirtió en primer ministro en funciones. Aquel primer mes de 2006 todavía depararía más incertidumbres para el futuro de Israel y, en general, de Oriente Próximo; el día 25, Hamas lograba la victoria por mayoría absoluta en las elecciones legislativas palestinas, lo que ponía a dicha organización radical en claras condiciones de constituir el gobierno de la ANP (lo haría, el 29 de marzo, con Ismail Haniya como primer ministro). Olmert anticipó que las relaciones del ejecutivo israelí con uno palestino formado por Hamas estaban supeditadas a que el grupo extremista rechazara de forma explícita el terrorismo, reconociera al Estado de Israel y renunciara a su destrucción, y respetara los acuerdos alcanzados desde 1993 entre israelíes y palestinos. En los esperados comicios israelíes del 28 de marzo de ese año 2006, Kadima fue, con 29 escaños, la formación que logró mayor representación; a continuación quedó el Partido Laborista (20), en tanto que el Likud sufrió una auténtica debacle al obtener tan solo 12 diputados (al igual que el ultraortodoxo Shas). En mayo, Olmert (que el mes anterior había sustituido oficialmente como primer ministro a Sharon, cuya incapacidad para ejercer el cargo fue declarada permanente) pasó a presidir un gabinete de coalición en el que Kadima tendría por socios al Partido Laborista, Shas y al Partido de los Pensionistas. A finales de junio de ese año 2006, milicianos palestinos mataron a dos soldados israelíes y capturaron a un tercero en un puesto de la frontera con Gaza. El gobierno de Olmert ordenó la detención de ocho ministros y 20 diputados de Hamas e inició la que sería una prolongada serie de ataques en la franja que costarían la vida a decenas de personas. Poco después, el 12 de julio, miembros de las milicias de Hezbolá del sur de Líbano atacaron la base fronteriza militar israelí de Zarit, matando a ocho militares y secuestrando a otros dos. Olmert calificó el hecho de “acto de guerra” y responsabilizó del mismo al gobierno de Líbano por su supuesta relajación en el cumplimiento de la resolución 1.559 de la ONU, que requería el desarme de Hezbolá (organización a la que la diplomacia israelí vinculaba directamente con Hamas, Siria e Irán). Tras negarse a un intercambio de prisioneros, Israel emprendió una severa ofensiva en Líbano, a la que Hezbolá respondió con el lanzamiento de cohetes contra ciudades del norte de Israel, como Haifa. Desde diversos medios de la comunidad internacional se condenó el desproporcionado uso de la fuerza empleado por el Ejército de Israel y la naturaleza indiscriminada de sus operaciones, que ocasionaron la muerte de numerosos civiles. En mayo de 2007, la comisión israelí establecida para analizar aquellas acciones en Líbano, criticó de forma explícita la actuación de Olmert, al que desde diversos frentes, incluidos sectores de su propio gobierno, se le solicitó que presentara la dimisión. Un mes después, el Kneset eligió presidente del país a Simón Peres, quien tomó posesión del cargo el 15 de julio siguiente.


Pro Israel:
Recientemente me enteré de que había obtenido el Premio Charles Bronfman. Es un galardón que recompensa una labor humanitaria inspirada por los valores judíos, y me sentí abrumado. Varios medios dieron la noticia, y hubo un titular concreto que me llamó la atención: “El autor antiisraelí Etgar Keret obtiene el Premio Bronfman”, proclamaba FrontPage Mag, un sitio web conservador. Mientras hojeaba el artículo y los comentarios en la Red (en una discusión sobre la mejor forma de conectar con mis libros, un lector sugirió tirarlos al retrete y orinar encima), me puse a reflexionar sobre el término anti-Israel. Por lo visto, una persona no puede opinar sobre Oriente Próximo sin que a toda velocidad le tachen de antiisraelí o antipalestino (o, a veces, de ambas cosas). Todos estamos familiarizados con el prefijo anti. Sabemos lo que es ser antisemita, antigay o anticomunista. ¿Pero qué quiere decir exactamente ser antiisraelí? Al fin y al cabo, Israel es un Estado, y no es frecuente encontrar a alguien que sea antisuizo o anti-holandés. A diferencia de lo que ocurre con las ideologías, que podemos rechazar de plano, los Estados son entidades complejas, polifacéticas y heterogéneas. Por ejemplo, podemos estar agradecidos a los holandeses de que escondieron a Anna Frank y, al mismo tiempo, criticar a los que se integraron de forma voluntaria en las SS. Puede encantarnos el talento de sus futbolistas pero no tanto sus quesos curados. Por lo que a mí respecta, no existe diferencia entre ser pro-Israel y ser promujeres de grandes senos. Ambas actitudes son igual de simplistas, tan chovinista una como machista, la otra. Me parece asombroso que mucha gente insista en etiquetar mis opiniones de forma tan superficial. Yo quiero a mi esposa, pero no soy proesposa, sobre todo cuando me regaña sin razón. Tengo una relación tirante con mi nueva vecina, cuyos perros dejan sus restos delante de nuestro edificio, pero no puedo decir que sea anti- ella. Lo cual me lleva a mi primera pregunta: ¿por qué la gente se niega a aceptar una perspectiva tan reduccionista en casi todos los aspectos de su vida y, sin embargo, la adoptan sin rechistar cuando hablamos del conflicto israelo-palestino? ¿Por qué tantas personas se horrorizan ante la muerte de niños palestinos o por la muerte de niños israelíes en atentados, porque apoyan férreamente al pueblo palestino o la nación israelí, y no porque les importen igual las vidas inocentes? Mi teoría es que, en los dos bandos, hay demasiada gente cansada de discutir con seriedad y a la que le resulta más fácil exigir un discurso tribal, similar al apoyo incondicional de un hincha deportivo a su equipo. Así se impide desde el principio la posibilidad de criticar al grupo que se apoya e incluso, tal vez, se exime de expresar cualquier empatía con el otro bando. El recurso al pro o al anti pretende anular las tediosas discusiones sobre asuntos como la ocupación, la coexistencia o la solución de dos Estados y sustituirlas por un sencillo modelo binario: nosotros contra ellos. Que la sociedad israelí evita las complejidades y las ambivalencias de una introspección sincera se vio durante el debate surgido después de que un soldado de las Fuerzas de Defensa, Elor Azaria, muriera de un disparo y matara a un terrorista herido en Hebrón. Sus partidarios se concentraron bajo el lema: “El soldado es hijo de todos nosotros”. Los manifestantes no se molestaron en examinar las sutilezas de los argumentos morales ni legales; bastaba con declarar que era su hijo virtual y que daba igual la realidad, lo importante era estar a su lado. Ahora bien, ¿eso es verdad? Esta es una pregunta inevitable, y que tal vez refuerce mi imagen de anti-Israel. Si su hijo disparase contra un terrorista desarmado, ¿su amor por él le haría justificar sus actos? Es una tesitura difícil, pero si uno, a pesar de querer mucho a su hijo, condenara sus acciones, no por ello se volvería antihijo. Para ayudar a los aficionados a las etiquetas simplistas, me gustaría sugerirles una tercera opción, que podemos llamar ambi. Los términos ambiisraelí o ambipalestino querrían decir que nuestras opiniones, aunque firmes, son complejas. Las personas ambi pueden apoyar el fin de la ocupación y condenar a Hamás; creer que el pueblo judío merece un Estado pero que Israel no debe ocupar territorios que no le pertenecen. Esta etiqueta, cuidadosamente aplicada, nos permitiría profundizar en los argumentos esenciales, en lugar de limitarnos a arrojar agua unos a otros por donde no cubre. (Etgar Keret, 04/07/2016)


Informe Chilcot: Irak:
Sorprende la nula reacción española al llamado informe Chilcot sobre la participación británica en la guerra de Irak. Han pasado 13 años y nada parecido hemos hecho en nuestro país, fuera del consabido intercambio de pedradas en el campo político. Y nada se ha escrito con membrete del Estado sobre esta página negra de nuestra reciente historia. Sin embargo, nos alcanza el rastreo de John Chilcot cuando señala que “el Reino Unido no agotó todas las opciones pacíficas” antes de apoyar la invasión liderada por EEUU. O que la formación de criterio sobre la existencia de armas de destrucción masiva en el Irak de Sadam Husein se presentó a la opinión publica “con una certeza que no estaba justificada”. Al hacerse público el informe, el entonces primer ministro, Tony Blair (1997-2007), principal responsable de la participación de su país en la invasión apadrinada por George Bush, ha vuelto a pedir disculpas por los errores cometidos, como ya hiciera en octubre pasado. De nuevo apela a la “buena fe” de una decisión tomada pensando que era lo mejor para su país. Y reconoce que, según se hicieron las cosas, la guerra de Irak (el recuento ya sobrepasa la cifra de los 250.000 muertos) ha influido en la irrupción y el avance del Daesh (Estado Islámico). Del entonces presidente español, José Maria Aznar (1996-2004), todo el mundo conoce sus esporádicas apariciones públicas para afear la conducta del sucesor propio, Mariano Rajoy, pero nadie tiene noticia de algo parecido al arrepentimiento o la contrición por haber apoyado aquella guerra absurda a espaldas de la ONU y en contra del sentir generalizado de los españoles. Es inevitable rememorar las manifestaciones del 15 de febrero de 2003 (‘No a la guerra’). Un mes antes del inicio de la invasión, la España real pasó como una apisonadora por encima de aquella España oficial retenida en una mayoría absoluta del PP. No sirvió de nada. Pocos días después, en sesión informativa del Congreso, Aznar habló pero no escuchó, ni debatió, ni se puso en el lugar de los otros. Si lo hubiera hecho, siquiera por sumar votos a la causa electoral del PP, habría tenido que apearse de una argumentación pensada para gilitontos (aquel “créanme” respecto a las armas de destrucción masiva de Sadam Husein que nunca aparecieron, ¿recuerdan?). No lo hizo. Al contrario, se encastilló en un enfoque inconsistente “Es más importante la responsabilidad que los votos”, dijo. Ya sabemos que los votos se le fueron por el sumidero a Rajoy en marzo de 2004. Pero del ejercicio de la responsabilidad nunca más se supo. Aznar jamás pidió disculpas, como ha hecho Blair, su colega en el contubernio de las Azores. Nos queda la memoria de su apelación moral: “Espero que los ciudadanos me crean y me comprendan”. O sea, que lo hizo por nuestro bien, aunque lo ocurrido no tuvo nada que ver con eso. España fue cómplice innecesario de una violación de la legalidad internacional (no decisiva, para colmo, porque ni siquiera se nos obligaba a aportar fuerzas de ataque), por apuesta personal de Aznar en una guerra repudiada por los españoles, incluidos los votantes del PP, como se confirmó sobradamente. Ahora, 13 años después, al hilo del mencionado informe británico sobre la guerra de Irak, Aznar no tiene nada que decir. Ni tampoco parece que haya demasiado interés en preguntarle, tan ocupados como estamos en hacer caldo de cerebro sobre el futuro Gobierno de la nación. (Antonio Casado, 07/07/2016)


Destrucción masiva: Irak:
En vísperas de la invasión de Irak, el general Norman Schwarzkopf intentó disuadir al presidente George Bush Jr. de su cruzada en Irak. Schwarzkopf sabía de lo que estaba hablando puesto que, a las órdenes del padre de Bush Jr., fue el artífice de la liberación de Kuwait y comprendió sobre el terreno la catástrofe que podía desencadenarse al derrocar a Sadam Hussein. “Este hombre es peligroso” advirtió el general sobre aquel ex borracho hijo de papá metido a estadista, “le gusta la guerra”. En realidad, era Schwarzkopf quien no entendía la oportunidad que se abría tras la puesta en marcha de la maquinaria bélica estadounidense. Lo del petróleo era lo de menos: el verdadero negocio estaba en los beneficios disparatados de la industria militar y las grandes empresas de seguridad privada, todas ellas en manos de amiguetes presidenciales. Que a cambio de ese dineral tuvieran que morir cientos de miles de inocentes, destruir un país hasta los cimientos, provocar una crisis política sin precedentes en la zona y dar a luz metástasis terroristas cuyas consecuencias vamos a padecer durante décadas, no suponía el menor problema para la piara de indeseables que formaba el gabinete de Bush. El único obstáculo que se interponía entre su codicia y un océano de sangre inocente era encontrar una excusa que ocultara aquel proyecto de apocalipsis bajo el ropaje de la legalidad internacional. Entonces llegaron los poetas imperiales, siempre dispuestos a afinar la lira en semejantes ocasiones, e inventaron una breve metáfora lo bastante audaz como para encandilar a la opinión pública: armas de destrucción masiva. La metáfora adquirió visos de corporeidad el día en que Colin Powell, emulando a David Copperfield, anunció al mundo que habían descubierto por fin dónde se escondían las dichosas armas de destrucción masiva. Entonces sacó la foto aérea de una furgoneta aparcada en una calle y dijo muy serio: “Están ahí dentro”. En 2007 hasta Jose Mari Aznar -quien tiempo atrás se disfrazó proféticamente del Cid aunque a quien de verdad se parecía era a Superlópez- reconoció que se había equivocado en el asunto. “Todo el mundo pensaba que había armas de destrucción masiva en Irak” dijo, una confesión que envolvía en audaz carambola al menos dos mentiras más: lo de “pensar” y lo de “todo el mundo”. “Tengo el problema de no haber sido tan listo de haberlo sabido antes” remató con franciscana humildad, cuando ya la infamia se caía por su peso. Ahora acaba de salir a la luz el informe Chilcot, que ha publicado en edición de lujo lo que sabía hasta el último tonto de pueblo: que la guerra de Irak fue un crimen contra la Humanidad perpetrado con alevosía y sin nocturnidad. Blair, que ya había prometido apoyo incondicional a Bush ocho meses antes de iniciarse la matanza, dice ahora que siente mucho dolor y arrepentimiento, mucho más de los que nos pensamos. El cine, gracias a Polanski, ya lo había retratado como el embustero irresponsable y genocida que es en una película donde Pierce Brosnan lo interpretaba con gélida arrogancia. Lo asombroso es que el informe Chilcot haya requerido siete años de investigación. Más de 150.000 documentos analizados y evaluados para soltar una conclusión de chirigota. Tal vez no sea tan asombroso, teniendo en cuenta que se trataba de demostrar la inexistencia de una ficción, algo parecido a los miles de volúmenes que filósofos y científicos han dedicado durante milenios para apuntalar la entelequia del concepto de Dios. No hay nada que cueste tanto trabajo como rebatir una puta mentira. (David Torres, 07/07/2016)

 
Tropas movilizadas Jean Bart    

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