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José de Espronceda (1808-1842):
Canción de la muerte: Débil mortal no te asuste mi oscuridad ni mi nombre; en mi seno encuentra el hombre un término a su pesar. Yo, compasiva, te ofrezco lejos del mundo un asilo, donde a mi sombra tranquilo para siempre duerma en paz. Isla yo soy del reposo en medio el mar de la vida, y el marinero allí olvida la tormenta que pasó; allí convidan al sueño aguas puras sin murmullo, allí se duerme al arrullo de una brisa sin rumor. Soy melancólico sauce que su ramaje doliente inclina sobre la frente que arrugara el padecer, y aduerme al hombre, y sus sienes con fresco jugo rocía mientras el ala sombría bate el olvido sobre él. Soy la virgen misteriosa de los últimos amores, y ofrezco un lecho de flores, sin espina ni dolor, y amante doy mi cariño sin vanidad ni falsía; no doy placer ni alegría, más es eterno mi amor. En mi la ciencia enmudece, en mi concluye la duda y árida, clara, desnuda, enseño yo la verdad; y de la vida y la muerte al sabio muestro el arcano cuando al fin abre mi mano la puerta a la eternidad. Ven y tu ardiente cabeza entre mis manos reposa; tu sueño, madre amorosa; eterno regalaré; ven y yace para siempre en blanca cama mullida, donde el silencio convida al reposo y al no ser. Deja que inquieten al hombre que loco al mundo se lanza; mentiras de la esperanza, recuerdos del bien que huyó; mentiras son sus amores, mentiras son sus victorias, y son mentiras sus glorias, y mentira su ilusión. Cierre mi mano piadosa tus ojos al blanco sueño, y empape suave beleño tus lágrimas de dolor. Yo calmaré tu quebranto y tus dolientes gemidos, apagando los latidos de tu herido corazón.
Canta en la noche, canta en la mañana: Canta en la noche, canta en la mañana, ruiseñor, en el bosque tus amores; canta, que llorará cuando tú llores el alba perlas en la flor temprana. Teñido el cielo de amaranto y grana, la brisa de la tarde entre las flores suspirará también a los rigores de tu amor triste y tu esperanza vana. Y en la noche serena, al puro rayo de la callada luna, tus cantares los ecos sonarán del bosque umbrío. Y vertiendo dulcísimo desmayo, cual bálsamo süave en mis pesares, endulzará tu acento el labio mío. Canto a Teresa (Fragmento) ¡Oh, Teresa! ¡Oh, dolor! Lágrimas mías ¡ah!, ¿dónde estáis, que no corréis a mares? ¿Por qué, por qué como en mejores días no consoláis vosotras mis pesares? ¡Oh, los que no sabéis las agonías de un corazón que penas a millares, ¡ay!, desgarraron y que ya no llora, ¡piedad tened de mi tormento ahora! ¡Oh, dichosos mil veces, sí, dichosos los que podéis llorar, y, ¡ay! , sin ventura de mí, que entre suspiros angustiosos ahogar me siento en mi infernal tortura! ¡Refuércese entre nudos dolorosos mi corazón, gimiento de amargura ! También tu corazón, hecho pavesa, ¡ay!, llegó a no llorar, ¡pobre Teresa! ¿Quién pensará jamás, Teresa mía, que fuera eterno manantial de llanto tanto inocente amor, tanta alegría, tantas delicias y delirio tanto? ¿Quién pensara jamás llegase un día en que perdido el celestial encanto y caída la venda de los ojos, cuanto diera placer causara enojos? ¡Pobre Teresa! ¡Al recordarle siento un pesar tan intenso...! Embarga impío mi quebrantada voz mi sentimiento, y suspira tu nombre el labio mío; para allí su carrera el pensamiento, hiela mi corazón punzante frío, ante mis ojos la funesta losa donde, vil polvo, tu beldad reposa. Himno a la inmortalidad: ¡Salve llama creadora del mundo, lengua ardiente de eterno saber, pero germen, principio fecundo que encadenas la muerte a tus pies! Tú la inerte materia espoleas, tú la ordenas juntarse a vivir, tú su lodo modelas, y creas miles de seres de formas sin fin. Desbarata tus obras en vano vencedora la muerte talvez; de sus restos levanta tu mano nuevas obras triunfante otra vez. Tú la hoguera del sol alimentas, tú revistes los cielos de azul, tú la luna en las sombras de argentas, tú coronas la aurora de luz. Gratos ecos al bosque sombrío, verde pompa a los árboles das, melancólica música al río, ronco grito a las olas del mar. Tú el aroma en las flores exhalas, en los valles suspiras de amor, tú murmuras del aura en las alas, en el Bóreas retumba tu voz. Tú derramas el oro en la tierra en arroyos de hirviente metal; Tú abrillantas la perla que encierra en su abismo profundo la mar. Tú las cárdenas nubes extiendes negro manto que agita Aquilón; con tu aliento los aires enciendes, tus rugidos infunden pavor. Tú eres pura simiente de vida, manantial sempiterno del bien; luz del mismo Hacedor desprendida, juventud y hermosura es tu ser. Tú eres fuerza secreta que el mundo en sus ejes impulsa a rodar, sentimiento armonioso y profundo de los orbes que anima tu faz. De tus obras los siglos que vuelan incansables artífices son, del espíritu ardiente cincelan y embellecen la estrecha prisión. Tú en violento, veloz torbellino, los empujas enérgica, y van; y adelante en tu raudo camino a otros siglos ordenas llegar. Hombre débil, levanta la frente, pon tu labio en su eterno raudal; tú serás como el sol en Oriente, tú serás, como el mundo, inmortal. La desesperación: Me gusta ver el cielo con negros nubarrones y oír los aquilones horrísonos bramar, me gusta ver la noche sin luna y sin estrellas, y sólo las centellas la tierra iluminar. Me agrada un cementerio de muertos bien relleno, manando sangre y cieno que impida el respirar, y allí un sepulturero de tétrica mirada con mano despiadada los cráneos machacar. Me alegra ver la bomba caer mansa del cielo, e inmóvil en el suelo, sin mecha al parecer, y luego embravecida que estalla y que se agita y rayos mil vomita y muertos por doquier. Que el trueno me despierte con su ronco estampido, y al mundo adormecido le haga estremecer, que rayos cada instante caigan sobre él sin cuento, que se hunda el firmamento me agrada mucho ver. La llama de un incendio que corra devorando y muertos apilando quisiera yo encender; tostarse allí un anciano, volverse todo tea, y oír como chirrea ¡qué gusto!, ¡qué placer! Me gusta una campiña de nieve tapizada, de flores despojada, sin fruto, sin verdor, ni pájaros que canten, ni sol haya que alumbre y sólo se vislumbre la muerte en derredor. Allá, en sombrío monte, solar desmantelado, me place en sumo grado la luna al reflejar, moverse las veletas con áspero chirrido igual al alarido que anuncia el expirar. Me gusta que al Averno lleven a los mortales y allí todos los males les hagan padecer; les abran las entrañas, les rasguen los tendones, rompan los corazones sin de ayes caso hacer. Insólita avenida que inunda fértil vega, de cumbre en cumbre llega, y arrasa por doquier; se lleva los ganados y las vides sin pausa, y estragos miles causa, ¡qué gusto!, ¡qué placer! Las voces y las risas, el juego, las botellas, en torno de las bellas alegres apurar; y en sus lascivas bocas, con voluptuoso halago, un beso a cada trago alegres estampar. Romper después las copas, los platos, las barajas, y abiertas las navajas, buscando el corazón; oír luego los brindis mezclados con quejidos que lanzan los heridos en llanto y confusión. Me alegra oír al uno pedir a voces vino, mientras que su vecino se cae en un rincón; y que otros ya borrachos, en trino desusado, cantan al dios vendado impúdica canción. Me agradan las queridas tendidas en los lechos, sin chales en los pechos y flojo el cinturón, mostrando sus encantos, sin orden el cabello, al aire el muslo bello... ¡Qué gozo!, ¡qué ilusión! Las quejas de su amor: Bellísima parece al vástago prendida, gallarda y encendida de abril la linda flor; empero muy más bella la virgen ruborosa se muestra, al dar llorosa las quejas de su amor. Suave es el acento de dulce amante lira, si al blando son suspira de noche el trovador; pero aun es más suave la voz de la hermosura si dice con ternura las quejas de su amor. Grato es en noche umbría al triste caminante del alma radiante mirar el resplandor; empero es aun más grato el alma enamorada oír de su adorada las quejas de su amor. Soneto: Fresca, lozana, pura y olorosa, gala y adorno del pensil florido, gallarda puesta sobre el ramo erguido, fragancia esparce la naciente rosa. Mas si el ardiente sol lumbre enojosa vibra, del can en llamas encendido, el dulce aroma y el color perdido, sus hojas lleva el aura presurosa. Así brilló un momento mi ventura en alas del amor, y hermosa nube fingí tal vez de gloria y de alegría. Mas ¡ay! que el bien trocóse en amargura, y deshojada por los aires sube la dulce flor de la esperanza mía.
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