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Canarias: Letras. Por J.C.Mateu y M.Doménech (Extractos):
GALDÓS RETRATA A ESPAÑA EN LOS EPISODIOS NACIONALES (1872):
Los Episodios Nacionales, una de las obras más importantes de la literatura española de todos los tiempos, convirtió a Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843 - Madrid, 1920) en el escritor más sobresaliente y prolífico del realismo español. En una época sin grandes destellos literarios en el género narrativo, Galdós tuvo el mérito de crear un estilo único, basado en la combinación de sorprendentes historias, aventuras tragicómicas y relatos caricaturescos. El novelista español más importante del siglo XIX, comenzó a escribir su obra cumbre en 1872, después de conocer un año antes en Santander a un superviviente de la Batalla de Trafalgar. La confrontación naval que enfrentó a la Armada británica contra la española y francesa frente a las costas de Cádiz, y la Guerra de la Independencia (1808-1814), compartieron el protagonismo de la primera publicación. El segundo volumen, que tardó cuatro años en escribir (1875-1879), se centró en las luchas entre absolutistas y liberales y el período de reinado de Fernando VII hasta su muerte en 1833. La tercera serie tardaría 20 años en llegar. Fue escrita entre 1898 y 1900 y se ocupó de la primera Guerra Carlista (1833-1840). Para el cuarto episodio, Galdós empleó cinco años, entre 1902 y 1907, y abarcó desde la Revolución de 1848 a la caída de Isabel II en 1868. El quinto volumen, que quedaría inconcluso, abordó el asesinato del general Prim y los años más revueltos del siglo XIX (la Revolución, la Monarquía, la República, la dictadura del general Serrano, la restauración borbónica y la política de Cánovas del Castillo, artífice de la Restauración). Con Los Episodios Nacionales (46 entregas divididas en cinco series de diez novelas cada una), Galdós logró condensar 75 años de intensa historia de España (entre 1805 y 1880). Benito Pérez Galdós fue el menor de diez hermanos. Su padre, coronel del Ejército, le despertó la afición por los sucesos históricos. Empezó a manifestar sus primeras inquietudes literarias en el colegio San Agustín. Con 19 años marchó a Madrid para estudiar Derecho. Pudo ser pintor (de hecho ganó varios concursos), pero su admiración por Cervantes terminó por aclararle su verdadera vocación. Un viaje a París le permitió entrar en contacto con los grandes novelistas franceses. Su primera publicación fue “La fontana de oro”, en 1870. También fue dramaturgo, articulista y diputado de las Cortes. Fue propuesto para el Premio Nobel de Literatura en 1912 y 1916. Regresó en dos ocasiones a Canarias y la última vez se llevó un pequeño saco de picón de monte “para recordar a su tierra”, según una confesión familiar. En la recta final de su vida perdió la vista. Falleció el 4 de enero de 1920 a los 76 años. El Gobierno declaró luto nacional.

GACETA DE ARTE CONVIERTE A CANARIAS EN UNA REFERENCIA CULTURAL INTERNACIONAL (1932):
“Gaceta de Arte” fue la más internacional de las revistas que aparecieron en España durante la II República (1931-1939). Sus primeras páginas se editaron en febrero de 1932 por el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife. Los aires vanguardistas de los nuevos movimientos culturales europeos se plasmaron en esta publicación, de gran rigor estético y de tirada mensual, que abrió las puertas de par en par al floreciente fenómeno surrealista. En su primer ejemplar se podía leer su declaración de intenciones: “Conectados a la cultura occidental, queremos tendernos sobre todos sus problemas, en el contagio universal de la época, sin huir del pensamiento, sin buscar refugio en tratamientos históricos para los fenómenos contemporáneos. Nuestra mirada, llena de luz intelectualista de la época, recorrerá todos los procesos artísticos que tengan un carácter histórico formal”. “Gaceta de Arte”, que apareció como publicación independiente a partir del número 15, lanzó 38 ejemplares y se ocupó ampliamente del movimiento surrrealista, pero también de otras tendencias como el cubismo o las nuevas corrientes arquitectónicas. Su gran artífice fue Eduardo Westerdhal, considerado el precursor del surrealismo en España, que desarrolló “ todo el espíritu de vanguardia después de un viaje por Alemania. Este canario de nacionalidad sueca contaba con una redacción de lujo formada por Domingo Pérez Minik, Pedro García Cabrera, Francisco Aguilar, Domingo López Torres, Óscar Pestana Ramos, José Arozena y Emeterio Gutiérrez Albelo y Agustín Espinosa. El 11 de mayo de 1935 “Gaceta de Arte”, Eduardo Westerdhal y Pérez Minik consiguieron un hito en la historia cultural de Canarias, al traer al Ateneo de Santa Cruz de Tenerife la II Exposición Internacional del Surrealismo, compuesta por 76 cuadros de una veintena de los máximos representantes mundiales de este movimiento, entre los que destacaban Dalí, Picasso, Miró y Óscar Domínguez, pintor tinerfeño que representa el principal exponente del surrealismo canario. Curiosamente, ninguna de las obras, valoradas en algo más de mil pesetas, fue vendida. Sectores de la prensa no escamotearon críticas. Un periódico de corte conservador publicó: “Varios enfermos con imaginación, ya en el último grado, se dieron cita para saber quién pintaba más disparates”. La muestra trajo a Tenerife al francés André Bretón, padre del Manifiesto Surrealista, doctrina que expresaba la idea de la revolución social a través del arte. “Gaceta de Arte” dejó de publicarse tras el golpe de Estado de Franco en julio de 1936.

FEMÉS RECREA LA HISTORIA DE MARARÍA (1971):
Pocas novelas han calado tan hondo en Canarias como “Mararía”. La obra del escritor y poeta tinerfeño Rafael Arozarena (1923-2009), que llegó a ser finalista del Premio Nadal en 1971, representa uno de los exponentes más significativos del “boom” de la narrativa canaria. Se gestó durante la estancia del autor en el pueblo de Femés (municipio de Yaiza), al sur de Lanzarote, como empleado de la compañía Telefónica. “Tenía la idea de escribir algunas poesías y me dedicaba a apuntar cada día las cosas que me llamaban la atención”, señaló en una entrevista. Una mañana sus ojos vieron cómo una mujer de hermosa silueta y elegante caminar, vestida completamente de negro, cruzaba entre las casas blancas de Femés. Su imagen le impactó. “Cuando se acercó me fijé en sus pies y me di cuenta de que era una mujer vieja, de más de 80 años, con unos ojos preciosos. La saludé y no respondió. Tenía aires de bruja”, confesó el poeta. Aquella secuencia se convertiría en el embrión de su obra cumbre. Fue recopilando datos sobre la enigmática anciana con vecinos del pueblo “a cambio de vasos de vino que tomábamos en la venta”. La aportación de un vecino al que todos llamaban Marcial “el jorobado” resultó muy valiosa. Así empezó a escribirse la historia de un personaje que acabaría convirtiéndose en un mito. El viento, el sol y el volcán se entremezclan en un relato cargado de pasión y desamor que tiene como protagonista a una mujer frente a su destino roto. La belleza de Mararía la conduciría al fuego de la autodestrucción, en un contexto que retrata literariamente la vida de un pequeño pueblo que el autor definió muy gráficamente en un fragmento de la novela: “En Femés las noches tranquilas son muchas. En Femés no siendo sábado se puede dormir a pierna suelta; no siendo sábado y mientras no salga la Luna. La Luna tiene la culpa de las malas noches en Femés porque las sombras son misteriosas para los perros”. La novela fue escrita por Arozarena cuando apenas tenía 20 años, aunque no sería publicada hasta 30 años después, en 1973. Ha sido traducida a varios idiomas, entre otros al inglés, italiano, alemán y rumano. La obra terminó por eclipsar la densa producción poética del autor. Fue llevada al cine por el director grancanario Antonio José Betancor, que introdujo algunas modificaciones respecto a la versión original. En el largometraje, de 106 minutos, Goya Toledo es “Mararía” y Carmelo Gómez y Mirta Ibarra completan el reparto. El cantautor tinerfeño Pedro Guerra puso la música con una banda sonora magistral. El auditorio de los Jameos del Agua acogió en 1998 el estreno mundial de la película.

EL NATURA, UNA RADIOGRAFÍA SIN PRECEDENTES DE CANARIAS (1977):
En 1977 salió a la luz el “Natura y Cultura de las Islas Canarias”, el libro más vendido en la historia del Archipiélago. Su aparición supuso un auténtico acontecimiento social por un doble motivo: se trataba de una obra divulgativa única después de la Historia de Canarias, de Viera y Clavijo y, además, arrojó muchas luces sobre determinados asuntos que en aquellos años desconocía el gran público, como la Canarias prehispánica. Por primera vez una investigación se centraba en el origen de la raza guanche, sus técnicas para cazar, sus métodos de vida, su cultura de la muerte, etc. “Hasta ese momento sólo teníamos las típicas guías turísticas o los folletos editados por una marca de tabacos”, recuerda el profesor Pedro Hernández, artífice de este trabajo. El “Natura” irrumpió en un momento sensible políticamente, marcado por los cambios y la incertidumbre. Canarias se sacudía del lastre de la dictadura, daba los primeros pasos de la transición, no tenía aún autonomía y existía un déficit importante de identidad. Por todo eso fue un libro revolucionario del que se han editado una decena de ediciones y se han vendido más de 170.000 ejemplares. A lo largo de 600 páginas se abordan, con rigor científico y sentido crítico y reflexivo, aspectos de la historia, geografía, sociedad, cultura y economía, con estudios inéditos hasta entonces, como el de la psicología del canario, que constituye uno de los capítulos más llamativos. Según este análisis, el canario es reservado, natural, desea agradar, posee un sentimiento de cierta desconfianza y recelo producto de su inseguridad, es resignado a causa de la colonización castellana y cuenta con un nivel afectivo muy fuerte, algo que tiene que ver mucho con el significativo papel de la madre. La realidad desconocida que destapaba el libro y el momento político que se vivía en Canarias y España produjeron algún recelo social en sectores intelectuales, que consideraban la publicación del libro un acto de “intrusismo”, por cuanto ponía al alcance del gran público conocimientos reservados hasta ese momento a los eruditos. Pedro Hernández no olvida que la obra, dirigida a adultos y niños, le pusieron todas las trabas del mundo para evitar que saliera. Los profesores que lo recomendaban en sus clases eran tachados de “rojillos”. Las críticas fueron asumidas como un revulsivo político para el nuevo escenario que se abría en el Archipiélago. La imagen de la portada es la de don Ismael Hernández Jorge, un campesino de La Esperanza que vivió hasta los 97 años y que fue retratado por el propio coordinador del libro.

LANZAROTE ABRE SUS BRAZOS A JOSÉ SARAMAGO (1993):
Una decisión del Gobierno portugués, que vetó la candidatura de “El Evangelio según Jesucristo” al Premio Literario Europeo en 1992, argumentando que “ofendía a los católicos”, propició que José Saramago hiciera las maletas, abandonara su país y estableciera su residencia en Lanzarote. El escritor nacido en Azinhaga, herido por aquel gesto, aterrizó en 1993 en la isla de los volcanes, donde encontraría en su paisaje, en su aire y en su silencio una fuente de inspiración inagotable, que se traduciría en una intensa producción literaria que le conduciría al Premio Nobel en 1998, único obtenido por un autor portugués hasta hoy. La Academia Sueca valoró su capacidad para “volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”. Meses antes, el 22 de diciembre de 1997, el Cabildo de Lanzarote le había nombrado “Hijo Adoptivo” de la Isla en un acto celebrado en los Jameos del Agua. “Siempre es bueno tener otra madre y otro padre y Lanzarote es, en estos momentos, otra madre y otro padre para mí”, expresó en su intervención, cargada de palabras de agradecimiento. Tías se convirtió en el refugio en el que Saramago escribiría, entre viajes de ida y vuelta a Lisboa, “Ensayo sobre la ceguera” (1995), “Todos los nombres” (1997), “Cuadernos de Lanzarote” I y II (1997 y 2001), “La Caverna” (2000), “El hombre duplicado” (2002), “Ensayo sobre la lucidez” (2004), “Las intermitencias de la muerte” (2005), “Las pequeñas memorias” (2006) y “El viaje del elefante” (2008). Muchos conejeros vieron en Saramago un sucesor del mensaje de César Manrique, lanzaroteño ilustre, convirtiéndose en un referente en la lucha contra la especulación urbanística y, en general, contra todo aquello que supusiera una amenaza para el patrimonio natural de Lanzarote: “Que no se ponga una piedra sin preguntar por qué, y cuáles serán las consecuencias futuras. Lo malo ya está hecho; no podemos pensar en demolerlo porque llenaríamos la isla de escombros. Vamos a conservar lo que tenemos”, confesaría en un reportaje publicado por el periódico “El País” en abril de 2007. José de Sousa Saramago falleció el 18 de junio de 2010 a los 87 años. Una leucemia fue apagando su vida en “A Casa”, su residencia de Tías, junto a Pilar del Río -su segunda esposa-, en el escenario donde germinaron las grandes obras de su última etapa. Se fue sin traicionar a su palabra: “Espero morir como he vivido, respetándome a mí mismo como condición para respetar a los demás y sin perder la idea de que el mundo debe ser otro y no esta cosa infame”. (Juan Carlos Mateu y María Doménech)


Valle de La Orotava:
Por la calle del Colegio serpenteaba la atarjea donde el agua se escurría hasta las zonas más bajas del valle de La Orotava. A Emilia le complacía escucharla a través de los ventanales de la casona. Siempre le había tranquilizado ver cómo el molino tragaba los borbotones fríos que provenían de la cumbre. El torrente campaneó y, en su caída, el agua miraba de reojo a la gran montaña, al Pico asomado desde el borde de las nubes, como si se mostrara al valle desde el balcón de su cordillera. Emilia pensaba que el Teide tenía vida propia, un entendimiento que muchos no sabían escuchar o comprender. Las casas de los hacendados, que orillaban la calzada, también podían ver cada día el Volcán, claro privilegio de aquel lugar. Las laderas verdosas se escurrían con calma hasta los acantilados que chapoteaban en las olas del mar, olas insaciables, caían a martillazos con su espuma sobre los riscos. A Emilia le parecía el mejor sonido del mundo, tambores de agua en un desfile eterno. Las olas invadían las rocas de fuego, las pulían con insistencia, como una venganza rencorosa a la erupción que un día se atrevió a evaporarlas. Esta villa de Tenerife reposaba en viñedos y casas ancianas. Conocía Emilia todos los blasones de los portales de las casas, blasones de memorias viejas, convulsas, añejas, que miraban desde las puertas con cuarterones, escoltados por columnas como guardianes subidos en pilastras. Al verlas, parecía que mostraban su armadura amenazadora a la cordillera, un vano intento de amedrentar al Teide, por si tuviera la tentación de vaciar sus ríos de llamas. (Fátima Martín Rodríguez, El ángulo de la bruma, 2017)

 

 

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