Estudiar:
Nada que decir por nuestra parte a todo lo anterior… excepto expresar nuestras dudas sobre si la mejor manera de plantearlo es introducir el lenguaje clientelar en la educación. A lo mejor sería suficiente si nos tomáramos en serio la pregunta sobre qué significa educar y de qué hablamos cuando hablamos de una persona educada. Porque hablar de clientes en educación arrastra inevitablemente la pregunta sobre el tipo de satisfacción que se les debe proporcionar. Y a veces educar consiste en generar una cierta insatisfacción: porque no se propicia ni facilita el dar por obvio lo que hasta el momento se ha dado por obvio; porque no siempre es fácil ni cómodo replantearse los propios supuestos y asunciones; porque para transformar las maneras de pensar, actuar o sentir a veces hay que trabajar intensamente dimensiones que no tienen un impacto instrumental y útil inmediato; porque a veces para aprender hay que desaprender, y liberarse de patrones mentales o de comportamiento… o simplemente porque en algunos aspectos la satisfacción viene con la perspectiva que da el paso del tiempo. En definitiva: hay casos en los que la satisfacción del cliente no refleja otra cosa que el fracaso del proceso educativo. Si en el contexto educativo ser –supuestamente– un cliente tiene poco que ver con serlo en el contexto de unos grandes almacenes o de una agencia de viajes, entonces hay que reajustar todo el proceso, empezando por cómo se comercializan los programas y las expectativas que se generan, que a menudo son el primer acto (des)educativo en el que se involucran las instituciones.
A veces se critica que hay una distancia entre lo que ocurre y se dice en el aula y lo que ocurre y se dice en la vida real. Como si lo que sea la vida real fuera algo obvio y evidente, por cierto. Esta crítica parte del supuesto de que esa distancia no debería existir, cuando a lo mejor lo que ocurre es que, en un cierto sentido, no hay educación posible si no se da esta distancia. A lo mejor se trata de asumir y sostener que no hay educación posible si sólo se reproduce y se transmite la cultura convencional dominante; si sólo se trata de convertir en normativo lo que ha tenido éxito y ha funcionado hasta el momento. Educación no es sólo reproducción y transmisión de lo establecido, sino también crítica y cuestionamiento de lo establecido. En algunos casos la agenda relevante de temas no coincide con la agenda esperada de temas, y entonces la responsabilidad de la educación es ciertamente explicar y razonar, pero no dimitir de la responsabilidad educativa, que incluye estar dispuesto también a cuestionar los objetivos y preferencias con los que el… cliente se aproxima al proceso educativo, y lo que considera pertinente o prescindible.
En su día hizo fortuna la expresión de que necesitamos formar profesionales reflexivos; profesionales que no se limitaran a saber hacer, entre otras razones porque en una época de cambio actuar correctamente no se reduce a repetir lo aprendido: no crearemos futuro repitiendo el pasado. Pero tal vez no hemos elaborado suficientemente lo que entendemos por profesional reflexivo. Es decir: sobre qué tiene que ser capaz de reflexionar un futuro profesional. Porque no sólo ha de tener por objeto su actividad ; ha de ser capaz también de trabajar sobre sí mismo y de comprender su contribución a la sociedad. Ha de ser capaz de elaborar el propósito de lo que hace y de asumirlo con un mínimo de autenticidad. Y este vínculo integrado entre persona, empresa y sociedad que debería catalizar la educación es lo que, en último término, configurará su perfil profesional.
Por si acaso, conviene no olvidar que quien en el contexto educativo sólo haya sido tratado como cliente (por satisfecho que haya quedado) difícilmente en el futuro actuará y decidirá como persona.
(Angel Castiñeira y Josep M. Lozano, 22/06/2012)
Educación:
El impacto de la tecnología:
Costo o Inversión:
Evaluación vs. Autonomía:
Universidad: Excelencia:
Universidad online:
Educación y cambios:
Manifiesto del orgullo docente:
De memoria:
[¿Son clientes los alumnos?]
Desde hace un cierto tiempo se insiste, cada vez más, en que los alumnos, especialmente en la universidad, deben ser considerados clientes. ¿Tiene sentido esta insistencia? ¿Deberíamos redefinir a las instituciones educativas como empresas proveedoras de servicios educativos?
El énfasis en el enfoque cliente tiene su razón de ser. A veces la enseñanza ha estado tan centrada en el profesor que ha hecho olvidar algo tan fundamental como que lo que importa no es que alguien enseñe, sino que alguien aprenda. A veces se ha reducido al estudiante a ser un receptáculo de contenidos hasta el punto que se ha olvidado que aprender es algo que involucra a la persona en su totalidad, y no sólo algunos aspectos cognitivos. En definitiva, a veces se ha confundido el objeto de la educación con el sujeto de la educación, sin prestar atención a éste último. De la misma manera que se dice –y se critica– que hay médicos que tratan con enfermedades y no con enfermos, se podría decir que hay docentes que tratan con contenidos y no con personas. Si a esto le añadimos que no todas las personas tienen el mismo estilo de aprendizaje, parece obvio que la exigencia de atender a la realidad de quien aprende es irrefutable. Y cuando hablamos de adultos con experiencia profesional es imprescindible un enfoque que los haga verdaderamente corresponsables de su aprendizaje. Algo muy distinto, por cierto, a creer que es de recibo exigir (en nombre del enfoque clientelar) una relación casi servil por parte de los servicios de todo tipo que se requieren en el marco de un centro educativo… o a creer que el cliente tiene la última palabra (sobre el contenido curricular o sobre la propia identidad del centro, por ejemplo).
Podemos preguntarnos cuál es el propósito de un Sistema Educativo y, por supuesto, hay marcadas diferencias en este tema. Hay la tradicional: una interpretación que proviene de la Ilustración, que sostiene que el objetivo más alto en la vida es investigar y crear, buscar la riqueza del pasado, tratar de interiorizar aquello que es significativo para uno, continuar la búsqueda para comprender más, a nuestra manera. Desde ese punto de vista, el propósito de la educación es mostrar a la gente cómo aprender por sí mismos. Es uno mismo el aprendiz que va a realizar logros durante la educación y, por lo tanto, depende de uno cuánto logremos dominar, adónde lleguemos, cómo usemos ese conocimiento, cómo logremos producir algo nuevo y excitante para nosotros mismos, y tal vez para otros.
Ese un concepto de educación. El otro concepto es, esencialmente, Adoctrinamiento; algunas personas tienen la idea de que, desde la infancia, los jóvenes tienen que ser colocados dentro de un marco de referencia en el que acatarán órdenes, aceptarán estructuras existentes sin cuestionar, etc. Y esto resulta, con frecuencia, bastante explícito. Por ejemplo: después del activismo de los años 60, había mucha preocupación en gran parte de la gente educada, porque los jóvenes se estaban volviendo demasiado libres e independientes, que el país se estaba llenando con demasiada democracia. Y de hecho hay un estudio importante que es llamado «La crisis de la democracia», que afirma que hay ciertas instituciones de los jóvenes -la frase es de ellos- que no están haciendo su trabajo adecuadamente; se refieren a escuelas, universidades, iglesias, que tienen que ser modificadas para que lleven a cabo, con más eficiencia, esa idea, que, de hecho, proviene de liberales internacionalistas, de gente altamente educada.
En efecto, desde esos tiempos se han tomado muchas medidas para tratar de orientar el sistema educativo hacia uno provisto de mayor control, más adoctrinamiento, más formación vocacional, con estudios tan costosos que endeudan a los estudiantes y los atrapan en una vida de conformismo.
Eso es exactamente lo contrario de lo que yo describo como una tradición proveniente de la Ilustración. Y hay una lucha constante entre estos dos enfoques, en las universidades y escuelas. En las escuelas ciertamente se les entrena o para pasar exámenes o bien para la investigación creativa, entendiendo esta ultima como dedicarse a intereses que son estimulados por los cursos en los que se profundiza por cuenta propia o en cooperación con otros. Esta lucha se extiende también al posgrado o a la investigación.
Son dos maneras ver el mundo. Cuando uno ve las instituciones de investigación, como esta en la que estamos [Nota de Transcripción: MIT], observa que a nivel de posgrado se sigue esencialmente la idea de la Ilustración. De hecho la Ciencia no podría progresar a menos que esté basada en la inculcación del impulso por el desafío, por el cuestionamiento de doctrinas o de la autoridad, a través de la búsqueda de alternativas o del uso de la imaginación, con el trabajo cooperativo que aquí, en esta institución, es constante. Y para verlo, solo se necesita caminar por los pasillos.
Esto es lo que, desde mi punto de vista, debe ser un sistema educativo desde la educación preescolar.
Pero hay estructuras poderosas en la sociedad que prefieren ver a la gente adoctrinada y formateada sin que hagan muchas preguntas, siendo obedientes, realizar la función que se les ha asignado y no tratar de sacudir los sistemas de poder y autoridad. Son opciones que tenemos que elegir
sin importar nuestra posición en el Sistema Educativo, como profesores, estudiantes, o gente externa que trata de ayudar a darle forma, en la manera que ellos creen que debe hacerse.
Ha habido ciertamente un crecimiento muy sustancial en nuevas tecnologías: de comunicación, información (acceso e intercambio) o en la naturaleza de la cultura de la Sociedad. Pero debemos tener en cuenta que los cambios tecnológicos que están ocurriendo, a pesar de ser significativos, no tienen, ni de lejos, el mismo impacto que los avances tecnológicos de hace alrededor de un siglo. El cambio, si hablamos sólo de comunicación, de una máquina de escribir a una computadora o del teléfono al correo eléctronico es significativo, pero no se puede comparar con el cambio de barcos de vela al telégrafo: la reducción en eI tiempo de comunicación, por ejemplo entre Inglaterra y los Estados Unidos, fue extraordinaria comparada con los cambios que están ocurriendo ahora. Lo mismo ocurre con otros tipos de tecnología: algo tan sencillo como el agua corriente y el alcantarillado en las ciudades tuvo enormes consecuencias para la salud; mucho más que el descubrimiento de los antibióticos. Los cambios actuales son reales y significativos, pero debemos reconocer otros que ocurrieron y cuyos efectos fueron mucho más drásticos.
En cuanto a la tecnología en la educación, debe decirse que la tecnología es algo neutro. Es como un martillo: al martillo no le importa si lo usas para construir una casa o si un torturador lo usa para aplastarle el cráneo a alguien. El martillo puede hacer ambas cosas. Es lo mismo con la tecnología moderna. Por ejemplo: internet es extremadamente valiosa si se sabe lo que se está buscando; yo la uso todo el tiempo en mi investigación. Si se sabe lo que se está buscando, si se tiene una especie de marco de referencia, que nos dirige a temas particulares y nos permite dejar al margen muchos otros, entonces puede ser una herramienta muy valiosa. Por supuesto, uno debe estar siempre dispuesto a preguntarse si el marco de referencia es el correcto: tal vez algo que encontremos cuestionará la forma en que vemos las cosas. No se puede perseguir ningún tipo de investigación sin un marco de referencia relativamente claro que dirija la búsqueda y que ayude a seleccionar lo que es significativo y lo que no lo es, Io que hay de que dejar de lado, a lo que hay que darle seguimiento, lo que merece ser cuestionado o desarrollado.
No se puede esperar que alguien llegue a ser, por así decirlo, biólogo, nada más con darle acceso a la biblioteca de biología de la Universidad de Harvard y diciéndole: "léela". Eso no le sirve de nada, y el acceso a internet es lo mismo: si no se sabe lo que se está buscando, si no se tiene idea de lo que es relevante, dispuestos a cuestionarse esta idea, si no se tiene eso, explorar en internet es sólo tomar al azar hechos no verificables que no significan nada.
Entonces, detrás de cualquier uso significativo de la tecnología contemporánea, como internet, sistemas de comunicación, gráficos o lo que sea, a menos que detrás de ese uso haya un aparato conceptual bien dirigido, bien construído, es poco probable que este resulte útil, y hasta podría ser dañino. Si se toma un hecho incierto aquí y otro allá y alguien los refuerza, terminamos con un panorama que tiene algunas bases objetivas, pero nada que ver con la realidad. Hay que saber cómo evaluar e interpretar para entender.
Volviendo a la biología, la persona que gana el premio Nobel no es la que lee más artículos y toma más notas; es la persona que sabe qué buscar. Cultivar esa capacidad para buscar lo que es significativo y estar siempre dispuesto a cuestionar si estamos en el camino correcto, de eso es de lo que debe tratar la educación, ya sea usando computadores e internet o lápiz, papel y libros.
La Educación es discutida en términos de si es una inversión que vale la pena, de si genera un gran capital humano que puede ser usado en el crecimento económico, y esa es una manera muy extraña, muy distorsionada, de cuestionarse el tema, opino. ¿Queremos tener una sociedad de individuos libres, creativos e independientes capaces de apreciar y aprender de los logros culturales del pasado y contribuir a ellos? ¿Queremos eso o queremos gente que aumente el PIB? No es necesariamente lo mismo.
Una educación como aquella de la que hablaban Bertrand Russell, John Dewey y otros, tiene un valor por sí misma. Independientemente del impacto que tenga en la sociedad tiene un valor, porque ayuda a crear seres humanos mejores. Después de todo a eso es a lo que debe servir un sistema educativo.
No obstante, si se quiere ver en términos de costo y beneficio, tomemos por ejemplo la nueva tecnología de la que hablábamos: ¿de dónde viene? Bueno, pues mucha de ella fue desarrollada exactamente donde estamos sentados [Nota de Transcripción: MIT]. En el piso de abajo había un gran laboratorio en los años 50, donde fui empleado de hecho, y donde había muchos científicos, ingenieros, gente con todo tipo de intereses, filósofos y otros, que desarrollaron el carácter básico y aún las herramientas básicas de la tecnología que es común hoy día. Las computadoras e internet estuvieron exclusivamente en el sector público durante décadas, financiadas en lugares como este, donde la gente exploraba nuevas posibilidades; muchas de ellas eran impensables y desconocidas en ese momento, algunas funcionaron, otras no, pero las que funcionaron fueron convertidas en herramientas que la gente puede usar.
Esa es la manera como el progreso científico tiene lugar. Es la manera en la que el progreso cultural tiene lugar, generalmente.
Los artistas clásicos, por ejemplo, son el producto de las habilidades tradicionales que se desarrollaron a lo largo del tiempo con maestros artistas, y a veces con su ayuda se crearon cosas maravillosas.
Todo eso no sale de la nada. Si no existe un sistema cultural y educativo activo, enfocado en la estimulación de la exploracion creativa, con independencia de pensamiento, con disposicion a cruzar fronteras para desafiar las creencias aceptadas... si no se tiene eso, no obtendremos la tecnología que lleva a obtener beneficios económicos. Beneficios, sin embargo, que no creo que sean el objetivo principal del enriquecimiento cultural y la educación.
Ha habido, en los últimos tiempos particularmente, una estructuración cada vez mayor de la educación, que comienza a temprana edad y contínúa luego, y que funciona a través de exámenes.
Pasar exámenes puede ser de alguna utilidad tanto para la persona que está pasando el examen -para comprobar cuánto sabe, lo que ha logrado, etc- como para que los instructores se den cuenta qué es lo que hay que cambiar, mejorar, en el desarrollo del curso. Pero más allá de eso no dicen mucho.
Lo sé por mi experiencia de años, he estado en comités de admisión a programas de posgrado avanzado, tal vez uno de los programas más avanzados del mundo, y sí, desde luego, ponemos atención a los resultados de exámenes, pero realmente no mucha. Una persona puede tener resultados magníficos en todos los exámenes y entender muy poco. Todos los que hemos pasado por escuelas, colegios, universidades, sabemos eso. Se puede estar inscrito en un curso que no nos interesa para el que existe el requerimiento de pasar un examen, y se estudia para el examen, se logra pasarlo con la mejor nota y, dos semanas más tarde, no nos acordamos de mucho. Estoy seguro que todos hemos tenido esa experiencia.
Los exámenes pueden ser una herramienta útil si contribuyen a los fines constructivos de la educación, pero si sólo se tratan de una serie de obstáculos que hay que superar pueden no tanto carecer de sentido como distraernos de lo que queremos hacer. De hecho veo esto frecuentemente cuando hablo con profesores: hace un par de semanas estaba yo hablando con un grupo que incluía profesores de escuela y había una profesora de 6º grado, es decir, con alumnos de 10 a 12 años, que vino a hablar conmigo luego y me dijo que en su clase una niña le contó que estaba realmente interesada en un tema: le pedía consejo para aprender más al respecto, pero la maestra se vio obligada a decirle que no podía hacer eso, porque la niña debía estudiar para un examen a nivel nacional que se acercaba y que eso iba a determinar su futuro; la profesora no lo dijo, pero también iba a determinar el de ella, es decir, eso influiría para que la contrataran de nuevo.
Ese sistema no es sino una preparación de los niños para pasar obstáculos, no para aprender, entender y explorar. Esa niña hubiera ganado mucho más si se le hubiera permitido explorar lo que le interesaba y tal vez no sacar una muy buena calificación en un examen de algo que no le interesaba.
Buenas calificaciones vienen por sí solas si el tema coincide con los intereses y preocupaciones del alumno. No digo que los exámenes deban eliminarse, pueden ser una herramienta educativa útil. Pero complementaria, algo que ayude a los estudiantes a mejorar por sí mismos, o para los instructores u otros que necesitemos saber acerca de lo que hacemos e indicarnos lo que debemos modificar.
Pasar exámenes no se puede ni comparar con buscar, investigar, dedicarse a temas que nos atraen y nos estimulan; esto último es mucho más práctico que pasar exámenes. Y, de hecho, si se nos da la oportunidad de este tipo de carrera educativa, el estudiante recordará lo que descubrió.
Un físico mundialmente famoso, aquí en el MIT daba, como muchos catedráticos, cursos a estudiantes nuevos. Un estudiante le preguntó qué temas se iban a cubrir durante el semestre y su respuesta fue: "No importa lo que se cubre, sino lo que se descubre". Y es correcto: la Enseñanza debe inspirar a los estudiantes a descubrir por sí mismos, a cuestionar cuando no estén de acuerdo, a buscar alternativas si creen que existen otas mejores, a revisar los grandes logros del pasado y aprenderlos porque les interesen.
Si la Enseñanza se hiciera así los estudiantes sacarían provecho de ello, y no sólo recordarían lo que estudiaron sino que lo utilizarían como una base para continuar aprendiendo por sí solos.
Una vez más: la educacion debe estar dirigida a ayudar a los estudiantes a que lleguen a un punto en que aprendan por sí mismos, porque eso es lo que van a hacer durante la vida, no sólo absorber información dada por alguien y repetirla.
(N.Chomski)
Cuál es la situación real de la universidad española?, ¿por qué se ha llegado hasta un punto de no retorno, de marasmo, de endogamia congénita y no meritocrática, de paralización en algunos casos? El Gobierno aborda una de las aristas del problema, la financiación, las tasas universitarias. Se nos dice que nuestros universitarios están subvencionados y que el sistema no aguanta. No hay para pagar servicios públicos. Dramático, ¿realidad o exageración? Pero, ¿por qué se ha llegado a esta situación? ¿Realmente queremos una reforma integral que nos sitúe en el nivel educativo, de prestigio, investigación, formación y profesionalidad homologable a las mejores universidades de otros países? Los Gobiernos no apuestan por la investigación. Esta requiere tiempo, fondos, dedicación, constancia y resultados. Incluso la inyección de fondos de empresas privadas, fundaciones, etcétera.
La universidad es una puerta y espejo de la sociedad. Un informe desvela que la mitad de los profesores que investigan no lo hacen, pero cobran. Casi 80 universidades en España. Una cincuentena de públicas. Más de 330 campus. Hiperinflación de títulos y espacios, no de conocimiento. No hay dinero para las públicas. Las privadas o las de la Iglesia se mantienen esencialmente de las matrículas de sus alumnos y en un tanto por ciento ínfimo de convenios con empresas.
Réquiem por la universidad, por la investigación. Un músculo artificial y artificioso que no ha hecho sino multiplicarse. Una universidad casi en cada provincia. Varias en cada comunidad autónoma. Y siempre de espaldas las unas de las otras. Un 30% de abandono universitario. Tasas de desempleo alarmante en nuestros licenciados. Lucha cainita por los fondos. Recortes, reducciones. Pero algo no funciona. Se sigue improvisando y la bola de nieve crece. Algo que no se soluciona con la creación de una eufemística comisión de sabios. ¿Sabios?, ¿todos?, ¿cómo sienten la universidad si ya han coronado muchos de ellos la cima de su carrera?
Más allá de la retórica de los discursos, más allá de la demagogia de las promesas está la realidad, la que se cimbrea sobre los hechos concluyentes, la que busca resultados. Pero más allá está la evidencia de que en este solariego y a veces desmadejado país la investigación no es una prioridad. Tampoco la educación, la excelencia, la exigencia para todos. Una y otra vez arrastran los mismos problemas, sobre todo financieros, de respeto, prestigio, consolidación de prometedoras y exitosas carreras científicas de nuestros docentes, investigadores que están condenados a marcharse. En un país donde la ciencia, como motor y paladín de su sociedad, es relegada una y otra vez, el conocimiento se empobrece, se fragiliza. En un país donde no se respeta a los científicos, donde no se les provee de medios y recursos suficientes, no hacemos más que empedrar el camino hacia la insignificancia. El futuro es sombrío, como lo es el desarrollo, el progreso de su sociedad en suma.
Habilidades, competencias, destrezas, cualificaciones y financiación. Recortes de cientos de millones. El aldabonazo cainita de una logomaquia política que ignora lo que en verdad es y puede llegar a ser. Mucho eslogan de I+D+I pero estéril y vacuo si no se tiene el respaldo económico y financiero que se necesita. Es cierto que en tiempos de crisis, la tijera poda, corta y arrasa, también el tejido. Hay que priorizar, racionalizar, pero hay que ir algo más allá, a la médula misma del problema, y apostar por la formación de calidad. El rigor, la exigencia. Porque también hay muchas clases de universitarios.
La vida académica está hoy en buena medida denostada por muchos aun siendo cuna de excelencia, de pluralidad. No permitamos que la endogamia, cáncer punzante y axial, así como la atonía intelectual embarguen por más tiempo el horizonte. Medianías y simplismos siempre los ha habido y los habrá, bien enjaezados de vanidad y egoísmo maniqueo. Pero estos no pertenecen solo al ámbito universitario, son constantes en una sociedad donde todo se relativiza, desde el pensamiento a los valores, los principios y los comportamientos. Una sociedad raquítica de ideas, indolente y pasiva. Es el sino amargo de nuestros tiempos, el que nos rodea y abraza al salir de nuestras aulas, el que envuelve la atmósfera de nuestra propia cotidianidad. Coraje y valor son remedios frente a la cobardía moral. Seamos capaces de ofrecer algo más a nuestros alumnos.
Revitalicemos la universidad. Cuna permanente de libertad y conocimiento. De competencia, formación, investigación y vanguardia. No se puede recortar por recortar, amputar por amputar, cerrar por cerrar. Hay que analizar, estudiar, reflexionar y apostar hacia el futuro, en titulaciones sin salida, en programas sin alumnos o deficitarios. Apostar por formación continúa pero de extraordinaria calidad. Quién no ha oído decir: “Estudiar fuera un máster de verdad”. Pero ¿es que aquí no los hay de peso y calidad? Miles de másteres, miles de programas de doctorado, ¿para qué?, ¿negocio?
Nos habla el ministro del ramo de esa racionalización de los gastos, de las estructuras de gobierno, de la responsabilidad. Todo eso está bien, pero no es lo principal. Hay que ir más allá. Profundización y rigor, formación y exigencia continua a los cuerpos docentes e investigadores. Docentes que, en algunos casos, tras alcanzar la plaza, dormitan en publicaciones añejas y se vuelven ágrafos, o buscan otras actividades profesionales llenándose los departamentos de asociados por horas pero que no harán carrera universitaria y sí llevar el peso de clases, prácticas y correcciones. Pero la universidad se convierte en un trampolín deseado por muchos.
Réquiem a la ciencia. Réquiem a una universidad esclerotizada y elefantiásica que se ha extendido por capas y por mimetismo. La universidad es el espejo de una sociedad, la senda que traza el camino de progreso y porvenir de un pueblo, de sus científicos, de su desarrollo humano y profesional. Deberían esos sabios tomar el bisturí y preocuparse por la cirugía de la calidad docente, la cirugía de la selección de profesorado y funcionariado, la cirugía de la formación y continuidad investigadora de esos profesores con criterios de objetividad y rigor, calidad y avance de la ciencia en sus respectivos campos. Eso sí serían sexenios, pero de claridad y calidad. Exigencia, rigor, esfuerzo, reto intelectual. Constantemente al servicio del conocimiento, no de otros.
Algunos creían que el nuevo Gobierno ya tenía en mentes esta reforma. Hoy vemos que no, propone una comisión. La vieja máxima napoleónica aseveraba: si quieres que un problema se solucione nombra a una persona, si quieres que se retrase, nombra dos, y si quieres que nunca se resuelva, una comisión.
La educación es una de las actividades que menos ha cambiado en la historia. Si Sócrates entrara hoy en una clase en una universidad o un colegio, vería, en los mejores casos, un profesor enfrascado en un diálogo socrático con sus estudiantes; en los peores, un burócrata leyendo sus apuntes. En ambos casos, reconocería la actividad como la misma en la que él estaba enfrascado 2.000 años antes.
Internet ha tenido siempre el potencial de alterar esta situación, y una nueva empresa llamada Coursera (www.coursera.org) es la primera realización de esta posibilidad. La empresa ofrece una plataforma para que universidades de primera línea mundial como Princeton, Columbia, Stanford o Penn puedan ofrecer cursos en línea de forma gratuita. Los 195 cursos disponibles cubren un espectro muy amplio: desde Programación en Python o Introducción a las Finanzas Computacionales hasta Machine Learning, Historia Universal desde 1300 o Improvisación de Jazz. Hay ejercicios, grupos de trabajo, exámenes y certificados. Los cursos de mayor éxito son seguidos por cientos de miles de estudiantes desde China hasta Ecuador.
¿Cómo capturarán las universidades de élite este valor si la enseñanza es gratuita? La clave son los certificados. Supongamos que Stanford tiene 50.000 estudiantes en India, les hace un examen en junio y les da un certificado que garantiza que han hecho el curso. Hewlett Packard o Google, cuando contraten en India, podrán verificar que un candidato es bueno y seleccionar a personas con este diploma. Si eso sucede, si los certificados son creíbles muestras de conocimiento, inteligencia y capacidad de trabajo para los empleadores, el modelo funcionará, porque los certificados habrá que pagarlos y harán el papel de señalización que permite a las universidades ganar dinero.
Como en la música, los vídeos, etcétera, la irrupción de Internet va a suponer un incremento gigantesco del valor creado por la universidad, al permitir que todos puedan asistir a cursos de Stanford o Princeton. Pero también va a cambiar radicalmente la captura de valor y la organización del sector.
Primero, porque sabemos que en el mundo digital la propiedad es difícil de proteger, y circularán fácilmente copias gratis de los mejores cursos.
Segundo, porque permite incrementar de una forma brutal las economías de escala y, por tanto, los retornos se van a concentrar en las superestrellas. La analogía más clara puede verse en el entretenimiento. Sin televisión, todos los clubes de fútbol tenían seguidores, y un jugador un poco mejor llenaba un estadio un poco más grande y ganaba en proporción. Con la televisión, todos los aficionados pueden ser seguidores del mejor club, y si pueden ver a Messi, no hay razón para que vean fútbol de segunda. La consecuencia es que la diferencia entre lo que gana la estrella y lo que gana el siguiente se multiplica: la competencia en el mercado empuja el salario de Messi hacia decenas, o centenares, de veces el del otro, ya que es capaz de servir un mercado mucho mayor; incluso en términos absolutos, machacará al jugador de segunda fila, que se queda sin público. Este mismo efecto de cambio de la escala del mercado ha sucedido con las estrellas de la música y el cine con respecto a las de teatro de hace un siglo.
Este mismo este efecto está, al menos en parte, detrás de los retornos económicos que consiguen los directivos de las empresas como Zara o Apple. El que dirige una pequeña compañía local, si se equivoca al elegir una funda roja para el teléfono que fabrica, quizá en vez de vender mil unidades vende cien, con lo cual la decisión cuesta varios miles de euros. El que dirige Apple, si se equivoca con la decisión de cambiar el conector del iPhone y pierde su mercado (como le ha sucedido por razones diversas a Nokia o a Blackberry), puede hacer perder miles de millones de euros a su empresa. Un directivo que tenga una probabilidad del 1% mayor de acertar vale, por tanto, decenas de millones cuando el mercado se hace tan grande, y el mercado empujará el salario hasta ese valor. Es decir, el tamaño del mercado multiplica el retorno marginal del talento.
Pues bien, lo mismo puede suceder con las universidades. ¿Por qué va alguien a sentarse en una clase cutre en Ecuaciones Diferenciales si puede seguir gratis la que se enseña en Stanford? ¿Estamos entonces aprendiendo a apalancar el talento de los profesores, de modo que dentro de poco tendremos al Messi de Cálculo, el Messi de Machine Learning, el Messi de Financial Engineering, etcétera, y los demás serán simples ayudantes de docencia que ayudan a resolver problemas?
Sin duda, para la enseñanza que es pura rutina y acomodación del profesor aburrido y nada inspirador que no hace más que leer sus apuntes, esto es un sustituto superior. Pero es dudoso que las universidades de segunda desaparezcan como consecuencia de este tipo de innovación. En primer lugar, porque habrá muchas cosas que requieren interacción. Las clases interactivas, socráticas, no se pueden replicar online fácilmente, como tampoco las redes sociales de amigos y contactos que uno adquiere en la universidad. Además, el ir a clase obliga y motiva a los estudiantes. Aprender, como el dejar de comer postre o ponerse en forma, requiere motivación, no solo un deseo abstracto. El estudiante necesita tener que venir a clase, tener al profesor encima, ver a sus amigos, trabajar… para motivarse. ¿Puede un modelo a distancia resolver este problema?
Dados estos dos obstáculos, quizá el modelo del futuro es un modelo mixto, en el que el profesor usa el curso de Stanford como libro de texto y luego se ocupa de complementar en clase con sus estudiantes sus dudas, etcétera. En este modelo, los estudiantes tienen la motivación e interacción real de la universidad, pero adquieren los conocimientos más avanzados del mejor docente. Esto no evita, sin embargo, la jerarquización de la universidad, que unos pocos centros de élite cubran (como en el fútbol) el mercado mundial y capturen la mayor parte de las rentas.
Lo que es indudable es que este modelo crea un valor enorme para sus usuarios. Piensen, por ejemplo, en cualquier chico (¡o adulto!) español espabilado, trabajador y motivado, pero desgraciadamente en el paro, que tiene una oportunidad única para aprender y formarse, desde su casa, y quizá así acceder a un mercado global en el que salir adelante sin esperar al fin de esta interminable crisis. Sufrimos los costes, pero también debemos aprovechar las oportunidades de este mundo globalizado.
(Luis Garicano, 23/09/2012)
Estamos viviendo un cambio de civilización: la más rápida mutación de la vida humana. Los cambios que la tecnología ha introducido en nuestra realidad son tantos y tan importantes, que son inefables. ¿Y qué decir de los que se acercan? La recreación genética de la humanidad, la fusión entre tecnología y biología… Casi todos los problemas políticos actuales tienen relación con tal estratosférico cambio. Son hijos de una dislocación: las instituciones que ordenan nuestra vida social son más o menos como eran hace cincuenta años atrás, pero el mundo ya no tiene nada que ver con el ayer.
La institución que más sufre en sus carnes los cambios de nuestro tiempo es la escuela. La sociedad le exige que prepare a los niños y jóvenes para el futuro (un futuro que avanza a velocidad de la luz). Pero la pedagogía, la compilación y la transmisión del saber, la organización de las aulas, así como los objetivos académicos y las mejores intenciones del profesorado naufragan ante las brillantes, emotivas, hipnóticas, velocísimas formas de ocio tecnológico. Y naufragan también ante las nuevas formas de relación humana que los niños adquieren casi por ósmosis en sus primeros años de vida (cerca de sus padres, pero en realidad tan lejos).
La sociedad espera que sus vástagos adquieran no sólo aptitudes y conocimientos, sino también los valores que ella ensalza (hipócritamente, pues no los practica). Espera que adquieran la costumbre del esfuerzo gratuito (que sólo aspira al conocimiento) en un mundo que idolatra el utilitarismo y la compensación económica. Espera que se empapen de la tradición humanística que ella misma ha tirado sin escrúpulos a la basura. Espera que adquieran conocimientos lingüísticos y científicos que los líderes políticos y mediáticos evidencian en general ignorar. La sociedad espera que sus vástagos respeten la autoridad moral e intelectual del maestro (pero los padres transgreden particularmente este respeto cuando creen que perjudica al retoño; y la sociedad lo hace colectivamente, pues el deporte mediático más practicado en España es el obsesivo cuestionamiento de toda forma de autoridad moral).
No dispongo de espacio para profundizar en la problemática escolar, que abraza otros muchos aspectos (el choque entre la tradición del libro y la información oceánica que ofrece internet, por ejemplo, o la dislocación entre velocidad contemporánea y la lentitud que todo aprendizaje exige). En realidad, escribo este artículo como consecuencia de una estupefacción. La que me suscitó el ministro Wert al referirse a la escuela catalana como fábrica de independentistas. Es extraño que el ministro no sepa que, hoy en día, el gran problema de la escuela es su imposibilidad de inculcar valor alguno. No está en condiciones de educar. Por las razones mencionadas y por otras muchas, no consigue interesar, seducir, implicar al alumno.
Antes era la institución que socializaba a los niños. Los introducía en la sociedad (de ahí la función doctrinal que le imponían los distintos regímenes políticos: democracias o dictaduras derechistas y comunistas). La versión idealista de este modelo arranca con la ilustración europea y tiene una entrañable y bienintencionada traducción literaria en Cuore (Corazón), la novela de Edmundo de Amicis. En el mejor de los casos, la escuela consigue transmitir y fijar conocimientos. A lo sumo, en aquellos centros en los que existen maestros muy voluntaristas, se consigue que los alumnos adquieran algunas pautas de conducta social que han desaparecido de muchas familias y que en la calle ya no se practican.
Aceptemos, sin embargo, como hipótesis, que la escuela catalana ha conseguido fabricar tantos independentistas como el ministro cree. Y demos la vuelta al argumento. Si la escuela democrática, en un contexto de pluralidad cultural y democrática, ha conseguido lavar el cerebro de tantos alumnos catalanes, hay que suponer que la escuela franquista, que no tenía contrapeso cultural alguno y que estaba domesticada por una dictadura, consiguió resultados mucho más espectaculares en los jóvenes españoles durante cuarenta años.
Los alumnos de aquella escuela franquista fueron los que organizaron la democracia. Muchos de ellos están presentes todavía, como el propio ministro, en la vida pública. Han dominado las tertulias, las radios, los periódicos. Han inspirado las normativas de todos los ministerios. Han dirigido los partidos políticos. Han organizado las fundaciones ideológicas. Han inspirado la vida cultural, han dominado el discurso político y nacional de la España democrática.
Cuando eran niños y adolescentes, fueron aleccionados y persuadidos de la bondad de la idea de la España que ideó José Antonio Primo de Rivera. Tenían que examinarse de Formación del Espíritu Nacional (FEN). Fueron educados en el desprecio a la diferencia; en la exigencia y la idealización de la uniformidad nacional; en la demonización de la democracia; en la idolatría del relato romántico de la historia de España (de Viriato a Moscardó). Fueron educados en la ignorancia, la prohibición y el desprecio de las otras lenguas españolas.
Si la escuela democrática puede fabricar tantos independentistas, ¿cómo pueden asegurar que los que han mandando en España durante la democracia, a pesar de creerse liberales, socialdemócratas o conservadores, no han seguido defendiendo la idea de España que la escuela franquista grabó en su corazón?
(Antoni Puigverd)
El sistema educativo español está estancado. Desde hace muchos años ocupamos un puesto mediocre, que no ha cambiado aunque a veces haya aumentado nuestra inversión en educación. Como en otros aspectos de nuestra sociedad, nos refugiamos en una cómoda e indolente impotencia. Estamos empezando a creer que la solución de nuestros problemas no depende de nosotros, sino de otros, lo que no hace sino alimentar un gigantesco sistema de excusas. San Agustín temía al que requiescebat in amaritude, a los que se instalaban plácidamente en la amargura. Somos carcomas de nosotros mismos. España es un dejà vu. Oigo los debates educativos y me parecen provincianos y desenfocados. Recuperemos la sensatez. Lo que importa son nuestros niños y jóvenes, y creo que los políticos, que están en sus cosas y en sus guerritas, se han olvidado de ellos. En el mundo educativo están pasando cosas muy importantes. La revista Forbes del pasado 19 de noviembre, titulaba en portada: «La oportunidad del trillón de dólares». ¿Cuál es? La educación. El subtítulo era esclarecedor: «Ningún sector opera más ineficientemente que la educación. Una nueva casta de innovadores viene a resolverlo». Grandes multinacionales están dispuestas a hacerse cargo de este gran negocio. Los sistemas educativos no se enteran de lo que está sucediendo a su alrededor. Más aún, las sociedades no se enteran. La educación es un asunto demasiado importante para dejar que lo rijan las meras leyes del mercado. Tenemos que saber a dónde queremos ir, qué tipo de personalidades queremos educar, a qué modelo de sociedad aspiramos.
Nuestros ciudadanos tienen derecho a saber que los problemas educativos tienen solución a corto plazo y sin necesidad de grandes dispendios presupuestarios. Lo repito, por si la incredulidad les ha impedido comprender la frase: Tienen solución a corto plazo y sin grandes dispendios presupuestarios. Se trata de aplicar el conocimiento, la determinación y la sabiduría en la gestión. Los estudios más fiables que tenemos, por ejemplo los dos informes McKinsey, los trabajos de Michel Fullan, o de Tony Wagner y su equipo de Harvard, las hojas de ruta de los países que han progresado educativamente en los últimos decenios, muestran que se puede conseguir un sistema educativo de alto rendimiento en un plazo que oscila entre tres y cinco años. ¿Vamos a conseguirlo? No. Nos perderemos en la implementación de una nueva ley. Toda nueva ley bloquea el sistema educativo durante una legislatura, por lo menos. ¿Sería necesario conseguir un pacto de Estado sobre educación? Sí. ¿Vamos a conseguirlo? No. Por eso, hace meses escribí en estas páginas sobre la necesidad de un «pacto social» educativo. Las respuestas que he tenido me animan a repetirlo. Somos los ciudadanos los que debemos tener claras nuestras ideas sobre educación, para después presionar a los políticos. Cada uno de nosotros debemos pensar en lo que podemos hacer para mejorar la educación. Por eso, como docente, creo que no debemos esperar que nadie acometa la reforma educativa. Nosotros somos quienes debemos encabezarla, exigiéndonos más, siendo más conscientes de nuestro puesto en la sociedad, que es el de cuidadores del futuro, trabajando mejor, pidiendo a la sociedad más responsabilidades, más exigencias, y también más respeto. Necesitamos una escuela expansiva, no a la defensiva. Por todo esto, he publicado un Manifiesto del orgullo docente, que transcribo a continuación.
«Tradicionalmente, los docentes han sido los encargados de transmitir en la escuela la cultura de una comunidad. Pero vivimos tiempos acelerados y complejos, y esa función resulta insuficiente. Debemos ser la conciencia educativa de la sociedad, pensar en nombre suyo la mejor manera de educar a nuestros niños y niñas para un futuro incierto, crear una cultura educativa que penetre en la sociedad entera. No se educa sólo en la escuela, sino también en la familia, los medios de comunicación, los intercambios cotidianos, las empresas, la sociedad en su conjunto, y eso nos obliga a salir de la escuela para estar presentes en todas partes, porque en todas partes se educa. Tenemos que definirnos como una profesión de vanguardia, puesto que el progreso de las sociedades depende de la educación, e intervenir en todos los debates educativos con conocimiento, objetividad y reflexión, pensando en nuestros alumnos. Vivimos en la era del aprendizaje permanente, y los docentes, expertos en aprendizaje, debemos ayudar a establecer una cultura de la curiosidad, del rigor crítico, del conocimiento, de la sensibilidad artística, de la claridad ética.
Los docentes solos no podemos resolver los problemas de la escuela, pues es verdad que para educar a un niño hace falta la tribu entera. Pero creemos que somos nosotros los que debemos comenzar el cambio, la mejora, la búsqueda de la excelencia. Movilizarnos desde dentro, para poder después movilizar al resto de la sociedad, en favor de la educación. Tenemos que pasar de una cultura de la queja y la impotencia a una cultura de la acción entusiasta. Eso implica mejorar nuestra actitud, aprender, estar alerta, convencer, hacer marketing educativo a todos los niveles, y una vez hecho esto, exigir a todas las instancias sociales la colaboración con la escuela.
Queremos dar un paso hacia la sociedad, hacernos visibles, esforzarnos para ganar su confianza, demostrando que sabemos lo que hacemos y que nuestros niños y niñas están en buenas manos. Queremos demostrar que somos los cuidadores del futuro, y que para hacerlo tenemos que desarrollar nuestro talento educativo. No podemos incitar al aprendizaje si nosotros no tenemos un afán continuo de aprender. No podemos reclamar el res- peto de la ciudadanía si no estamos previamente penetrados del orgullo de nuestra profesión. En una sociedad inclinada a la pasividad y al desánimo, aspiramos a demostrar que el gran cambio debe comenzar por la educación, y que nosotros, los docentes, deseamos ser motores de ese cambio».
Me gustaría que los docentes -y los no docentes también- se adhirieran. Pueden hacerlo en jamarina@movilizacioneducativa.net o en www.CEIDE-FSM, el Centro de Estudios sobre Innovación educativa que he puesto en marcha. Como dijo Goethe, se trata de «desintoxicarnos de la pasividad, y en lo bello, verdadero y bueno, vivir resueltamente». ¿Se animan a participar?
(José Antonio Marina, 11/12/2012)
Puesto que aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, un informe sobre los catastróficos resultados de los candidatos a docentes en la Comunidad de Madrid ha sido utilizado para denigrar una vez más al profesorado, imponer sin debate un cambio radical de baremo y solicitar la modificación de la formación inicial del profesorado, creo que no vendría mal intentar separar el grano de la paja, deshacer mitos incuestionados y denunciar las interesadas simplificaciones y falsedades generadas por dicho informe y difundidas por los medios.
En primer lugar convendría considerar los límites de un supuesto informe que no ha sido realizado con los requisitos de la investigación científica en ciencias sociales y que nadie ha podido analizar y contrastar. ¿Cuales han sido las condiciones experimentales del proceso? ¿Qué se pretendía medir, y como se ha realizado la prueba? ¿Quién garantiza la fiabilidad de los datos ofrecidos y la ausencia de manipulación interesada de los mismos? ¿Qué datos se han seleccionados y cuales han sido omitidos? ¿Cuál es el motivo real para su selectiva publicación actual?
En segundo lugar, llama poderosamente la atención la naturaleza de los contenidos que aparecen como constitutivos de la prueba. ¿Es la reproducción fiel, memorística y mecánica de datos e informaciones, de utilidad discutible, el núcleo de esta prueba de valoración de la capacidad del docente para provocar aprendizaje en las nuevas generaciones? ¿Son estas informaciones, este escalón inferior del conocimiento, las herramientas con las que queremos preparar a las futuras generaciones para afrontar el mundo complejo, cambiante e incierto en el que estamos navegando y al parecer con más frecuencia de la deseada naufragando, en la España actual?
A la luz de lo que hemos conocido sobre el contenido de esta prueba, quienes deberían considerarse suspensos son los responsables de su diseño y aplicación para la selección de maestros. ¿A quién se le ha ocurrido una prueba tan ridícula e irrelevante para la selección de los docentes que requiere la era digital? ¿Dónde están las capacidades de orden superior: pensamiento crítico, creativo, innovador, las capacidades de comunicación y evaluación, argumentación, toma de decisiones, elaboración de juicios sensatos y consistentes, actuación racional y proporcionada, elaboración de hipótesis, diseño y planificación de propuestas y programas? Identificar las provincias o pueblos por los que transita cualquiera de los ríos de España o de cualquier otro país está al alcance de cualquier individuo, en cualquier momento y en cualquier situación, solamente a un clik de su móvil. Ocupar los circuitos cerebrales y el tiempo del aprendizaje en la acumulación de datos era una pretensión tal vez justificada en épocas pasadas de la humanidad, donde los datos o se almacenaban en la mente de cada individuo o no estaban disponibles para la mayoría de ellos.
Hoy día es una pretensión imposible y además estéril. Nadie puede acumular la ingente cantidad de datos que producen la investigación científica y el desarrollo social, económico y cultural en progresión exponencial en la era digital contemporánea. Pero además es claramente un despropósito, una necedad, cuando hemos sido capaces de construir artificios tecnológicos capaces de almacenar sin limite y recuperar fielmente los datos que necesitemos en cualquier momento y actualizados en tiempo real. Situemos los datos e informaciones en el “disco duro externo”, y utilicemos nuestro cerebro para construir esquemas, modelos y mapas mentales que nos permitan organizar, relacionar y aplicar los datos a los propósitos y finalidades que consideremos valiosos. Estas capacidades de orden superior son las que requiere el ciudadano y el profesional contemporáneo para poder comprender y actuar en el complejo, cambiante y caótico mundo que nos ha tocado vivir y ahora parece que fundamentalmente sufrir. Y estas capacidades son las que tiene que poseer de manera excelente el docente contemporáneo si queremos que ayude a que los ciudadanos las desarrollen desde sus primeros años de formación.
Sorprende el cinismo o la ignorancia de algunos responsables políticos en educación, en este caso de la Comunidad de Madrid, cuando al mismo tiempo que proponen este tipo de pruebas se escandalizan de los mediocres resultados de los estudiantes españoles en las pruebas de PISA. ¿Que puede extrañarles? En las pruebas de PISA no hay ninguna pregunta que requiera reproducir de memoria, datos e informaciones. Por el contrario, plantean problemas y situaciones de la vida cotidiana, con distinto grado de complejidad, que hay que resolver aplicando razonamiento. Si para la resolución de los mismos se requieren datos o fórmulas se les facilitan en el mismo enunciado de los problemas a resolver. Ninguna pregunta como “las capitales que recorre el rio Duero”, tiene cabida en estas pruebas de reconocido prestigio internacional. No podemos sorprendernos del resultado mediocre de nuestros estudiantes en las pruebas de PISA, si durante toda la escolaridad la estrategia pedagógica dominante en España es fomentar el aprendizaje memorístico de datos sin cabida en dichas pruebas, y no el desarrollo de la capacidad de pensar y aplicar el conocimiento.
Las competencias profesionales de los docentes en la era digital se hacen cada día más complejas y son bien diferentes a la mera transmisión memorística de datos e informaciones. Acompañar, estimular y orientar el aprendizaje relevante de todos y cada uno de los estudiantes que tenemos encomendados requiere la fortaleza de dos pilares imprescindibles y complementarios: pasión por el saber (teórico y práctico), por la aventura de descubrir y utilizar el conocimiento y pasión por ayudar a aprender y desarrollar la singularidad de cada uno. Ninguno de ambos pilares se fortalece por el aprendizaje memorístico y la reproducción mecánica de datos, fechas, formulas y algoritmos.
(17/03/2013)
