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Joan Maragall:
Canto espiritual:
Si el mundo es ya tan bello y se refleja, oh, Señor, con tu paz en nuestros ojos, ¿qué más nos puedes dar en otra vida? Así estoy tan celoso de estos ojos y rostro, y del cuerpo que me diste, Señor, y del corazón que en él late... ¡y tengo tal miedo a la muerte! Pues, ¿con qué otros sentidos me harás ver este cielo azul sobre las montañas, y el ancho mar, y el sol que en todo brilla? Dame en estos sentidos paz eterna y no querré más cielo que este cielo azul. Aquel que grite tan sólo «¡Detente!» al instante que le traiga la muerte, no lo entiendo, Señor, ¡yo, que quisiera parar tantos instantes cada día para que eternos fueran en mi corazón! ... ¿O es que este «hacer eterno» es ya la muerte? Pero entonces, la vida ¿qué sería? Tan sólo sombra del tiempo que pasa, ilusión de lo cerca y de lo lejos, cuenta del mucho, el poco, el demasiado, engañador, pues ¿ya todo lo es todo? ¡Da igual! Del modo que sea, este mundo tan extenso, tan diverso y temporal, esta tierra con todo cuanto engendra, es mi patria, Señor, ¿y no podría ser también una patria celestial? Hombre soy, y es humana mi medida para todo lo que pueda creer y esperar: si mi fe y mi esperanza aquí se quedan ¿me acusarás por ello más allá? Más allá veo el cielo y las estrellas, y allí también un hombre ser quisiera: si a mis ojos las cosas has hecho tan bellas, si mis sentidos y ojos hiciste para ellas, ¿por qué cerrarlos, pues, otro «como» buscando? ¡Si para mí jamás lo habrá como éste! Ya sé que existes, mas dónde, ¿quién lo sabe? Cuanto miro se te parece en mí... Déjame, pues, creer que estás aquí. Y cuando llegue la hora temerosa en que se cierren estos mis ojos humanos, ábreme tú, Señor, otros mayores para tu inmensa faz poder mirar. ¡Nacimiento mayor sea mi muerte! Escolium Cual dos que hablando juntos van, andando por un sendero partido, uno por el veril soleado; otro abajo, en la umbría, Adelaida y el poeta se han hablado, cuerpo y espíritu él; tan sólo espíritu, ella. Adelaida: Ay! ¡Cuánta angustia en este camino! ¡Cuán oscuro y cuán malandado! Veías siquiera el sol, las montañas, brillar las cosas bajo el cielo azul, y no este limbo de voces extrañas sin forma ni color... Dime, Arnaldo: ¿Quién es ése que por la triste senda nos conduce cual sombras sin virtud? Ya será algún poeta que sueña el sueño de eterna inquietud. El poeta: La verdadera vida del espíritu vives, ¿y aún te quejas? Hacia lo inmutable caminas. Adelaida: ¡Nada hay como ver el sol! Llévanos, pues, a la senda de las cosas corporales, buen amigo, aunque sea sufriendo todos sus males. Aunque la luz nos deslumbre, aunque el fragor nos atonte, y el cuerpo entero nos infierne, con todos sus sentidos sufriendo, la vida primera quiero, ver, oir, gustar y tocar: no sé vivir de otro modo, ni tampoco deseo probar. El poeta: La vida que ahora ansías es la gran resurrecci6n. Quizá no fuera la que tenías, pero tampoco la otra; aún no. Adelaida: Pues bien te contentas tú con la vida que ahora tienes. El poeta: Mientras pueda ver a través del mundo lo que para ti sólo es puro gozo o tormento, de mi vida estaré contento, ya que en una dos vidas son. Pero si este ser fuese dividido y sólo corporales quedaran mis sentidos, antes preferiría abandonarlos y, como tú, ser sólo un espíritu. No ahora, que todo canta en mis entrañas, y esposa tengo, e hijos, y que en la cima de las solariegas montañas un grito hay de renacimiento entre mil peligros. De amor y lucha es éste mi momento, y ansío brazos para amar, luchar. Cuanto tengo, deseo, y a lo hecho pecho. Mas, ¿qué sé yo de lo que querré mañana? (...) Adelaida: ¿Y qué sabes tú de este mundo o de otros, ni lo que un cuerpo es, o un espíritu, ni el poder que el deseo tiene sobre nosotros, en el pecho alentando hasta el final? Si por muerta me tienes, yo me tengo por viva; si bien, cual enterrada en vida, mis sentidos furiosamente quiero, mas algo hay que me oprime. Si no puedes librarme de ello, ¿de qué os sirve, pues, poetas, la poesía? El poeta: En tal punto una voz escucho que escuchar de otro modo no podría. Adelaida: ¡Oh! ¡La voz sin sonido del difunto! No es esta voz la que querría, sino la que de mi pecho surgida en torno mío alegre resonaba: ésa es, amigo, la que yo te pido, todo cuánto ella comportaba. y si tanto no puede tu poesía, si no puedes volverme al mundo, calla y acaba. El poeta: Por piedad, Adelaida, al igual que aún hay cosas no sabidas, apenas la poesía está iniciada, y de virtudes desconocidas está llena. Mas tienes razón, ya basta de hablar. En silencio aguardemos otra edad. Insolada En una casa campesina había una doncella que tenía los diecisiete años de amor, y era tan bella que decían de ella: «Es una moza como un sol.» Ella bien sabía el parentesco que con él tenía: porque cada mañana, de par en par abierta la ventana, con su fuego ambarino y mañanero le llenaba su cuarto por entero, y ella, toda desnuda, con delicia, se entregaba al fulgor de su caricia. De tanto darse a estas tan dulces mañas, el sol se le quedaba en las entrañas y bien pronto sentía un ardor que en su seno se movía. «Adiós los míos y mi casa amada: me voy al mundo, por la luz preñada.» Abandonada y sin hogar por la comarca comenzó a vagar. Alegre como un pájaro volando, iba sola cantando: «Yo me soy la alborada, pues llevo dentro el sol y soy rosada, mis cabellos rojean, mis ojos centellean, mis labios bermejean, llevo en frente y mejillas su color y en el pecho su ardor: toda yo soy claror contra claror.» La gente que la oía se paraba admirada y la seguía: la seguía por el llano y la montaña para escucharle su canción extraña, que poco a poco la iba embelleciendo. Que su hermosura era cabal sintiendo, dijo: «Mi hora ha llegado.» No canto más y, hallándola a su lado, entró en una cabaña que allí había. La gente que en aquel entorno estaba sólo veía un resplandor y oía los gritos de dolor que ella lanzaba. Las grietas de la puerta, de repente lucieron como estrellas fuertemente. En seguida se alzó una llamarada, toda la gente huyó de allí aterrada, y en la gran soledad sólo quedaba un niño igual que el sol, que caminaba y decía, subiendo por la sierra: «Vengo a juntar al cielo con la tierra...» La vaca ciega En los troncos topando de cabeza, hacia el agua avanzando vagorosa, del todo sola va la vaca. Es ciega. De una pedrada harto certera un ojo le ha deshecho el boyero, y en el otro se le ha puesto una tela. La vaca es ciega. Va a abrevarse a la fuente que solía, mas no cual otras veces con firmeza, ni con sus compañeras, sino sola. Sus hermanas por lomas y cañadas, por silencio de prados y riberas, hacen sonar la esquila mientras pastan hierba fresca al azar. Ella caería. Topa de morro en la gastada pila, afrentada se arredra, pero torna, dobla la frente al agua y bebe en calma. Poco y casi sin sed; después levanta al cielo enorme la testuz cornuda con gesto de tragedia; parpadea sobre las muertas niñas, y se vuelve, bajo el ardiente sol, de lumbre huérfana, por sendas que no olvida, vacilando, blandiendo en languidez la larga cola. Las joyas Quiero cubrir de joyas tu cabello, tu garganta y tu pecho, brazos, manos, en memoria de todas las caricias que te haga ahora y que te hice antes. Como lluvia, las joyas en tus miembros, como lluvia los besos de mi amor, y bajo cada beso que se encienda un nuevo resplandor, como una estrella. Una joya por beso, que ilumine, quieta noche, lo noble de tu cuerpo; mas después del gran día, luego el día; la esposa, sin las joyas, del esposo. Miércoles de Ceniza ¡Miércoles de Ceniza, oh tú que extiendes tus nubes rosadas sobre la ciudad de mis pensamientos, igual que en la otra de calles pobladas! Es en ésta que algún sonriente rayo del sol de febrero deja la alegría. También sonríen mis nubes, cruzadas por un chorro de poesía. Es como una vuelta eterna al principio, es la juventud siempre renovada. De la neblina del mucho pensar surge una palabra toda iluminada con un sentido nuevo: la niebla se deshace, y el pensamiento toma otra vez fuerza; un día, esta palabra te tendrá a ti; también a ti, al verla impresa; y también a tus ojos atónitos brillará en ese instante, como recién creada. Seré yo quien entraré traidoramente en tu casa, cuando menos lo pienses, y aguardaré allí, en la penumbra durante días, hasta que al verte solo en tu alcoba, recluido en la tristeza, sobre ti caeré cual chorro de sol con mi perenne grito juvenil. Me meteré en tus ojos, hasta tu corazón. Mi brillante puñal hasta la entraña te penetrará, dándote la vida con la muerte. «Nutre al amor de recuerdos y ausencias...» Nutre al amor de recuerdos y ausencias; brotará así maravillosa flor; desprecia cualquier complacencia que no llegue por medio del dolor. No guardes otro don que tus lágrimas ni otro consuelo quieras que suspiros: tu palabra mejor está en el alma, y el más sabroso beso te dieron los zafiros. No sería la amada en su presencia nunca como es ahora en tu adoración. Nutre al amor de recuerdos y ausencias; brotará así maravillosa flor.

Oda a España:
Escucha, España, la voz de un hijo que te habla en lengua no castellana; hablo en la lengua que me ha legado la tierra áspera; en esta lengua pocos te hablaron; en la otra, demasiado. Demasiado de los saguntinos y de los que mueren por la patria; y por tus glorias y tus recuerdos, recuerdo y gloria de cosas muertas, triste has vivido. De distinta manera quiero hablarte. ¿Por qué derramar la sangre inútil? La sangre es vida, si está en las venas, vida hoy, vida para los que vengan; vertida, es muerte. Demasiado pensaste en tu honor y escasamente en tu vida: tus hijos, trágica, diste a la muerte. Mortales honras te satisfacían; tus fiestas eran tus funerales, ¡oh triste España! Yo vi barcos zarpar repletos de hijos que a la muerte entregabas: sonriendo iban hacia el azar, y tú cantabas junto a la mar como una loca. ¿Dónde tus barcos? ¿Dónde tus hijos? Pregúntalo al Poniente, a la ola brava: perdiste todo, a nadie tienes. ¡España, España, vuelve en ti, rompe el llanto de madre! Sálvate, sálvate de tantos males; que el llanto te haga alegre, fecunda y viva; piensa en la vida que te rodea; alza la frente, sonríe ante los siete colores del iris. ¿Dónde estás España, dónde que no te veo? ¿No oyes mi voz atronadora? ¿No comprendes esta lengua que entre peligros te habla? ¿A tus hijos no sabes ya entender? ¡Adiós, España!

 

 

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