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Espronceda:
A Jarifa, en una orgía:
Trae, Jarifa, trae tu mano, ven y pósala en mi frente, que en un mar de lava hirviente mi cabeza siento arder. Ven y junta con mis labios esos labios que me irritan, donde aún los besos palpitan de tus amantes de ayer. ¿Qué la virtud, la pureza? ¿qué la verdad y el cariño? Mentida ilusión de niño, que halagó mi juventud. Dadme vino: en él se ahoguen mis recuerdos; aturdida sin sentir huya la vida; paz me traiga el ataúd. El sudor mi rostro quema, y en ardiente sangre rojos brillan inciertos mis ojos, se me salta el corazón. Huye, mujer; te detesto, siento tu mano en la mía, y tu mano siento fría, y tus besos hielos son. ¡Siempre igual! Necias mujeres, inventad otras caricias, otro mundo, otras delicias, o maldito sea el placer. Vuestros besos son mentira, mentira vuestra ternura: es fealdad vuestra hermosura, vuestro gozo es padecer. Yo quiero amor, quiero gloria, quiero un deleite divino, como en mi mente imagino, como en el mundo no hay; y es la luz de aquel lucero que engañó mi fantasía, fuego fatuo, falso guía que errante y ciego me tray. ¿Por qué murió para el placer mi alma, y vive aún para el dolor impío? ¿Por qué si yazgo en indolente calma, siento, en lugar de paz, árido hastío? ¿Por qué este inquieto, abrasador deseo? ¿Por qué este sentimiento extraño y vago, que yo mismo conozco un devaneo, y busco aún su seductor halago? ¿Por qué aún fingirme amores y placeres que cierto estoy de que serán mentira? ¿Por qué en pos de fantásticas mujeres necio tal vez mi corazón delira, si luego, en vez de prados y de flores, halla desiertos áridos y abrojos, y en sus sandios o lúbricos amores fastidio sólo encontrará y enojos? Yo me arrojé cual rápido cometa, en alas de mi ardiente fantasía: doquier mi arrebatada mente inquieta, dichas y triunfos encontrar creía. Yo me lancé con atrevido vuelo fuera del mundo en la región etérea, y hallé la duda, y el radiante cielo vi convertirse en ilusión aérea. Luego en la tierra la virtud, la gloria, busqué con ansia y delirante amor, y hediondo polvo y deleznable escoria mi fatigado espíritu encontró. Mujeres vi de virginal limpieza entre albas nubes de celeste lumbre; yo las toqué, y en humo su pureza trocarse vi, y en lodo y podredumbre. Y encontré mi ilusión desvanecida y eterno e insaciable mi deseo: palpé la realidad y odié la vida; sólo en la paz de los sepulcros creo. Y busco aún y busco codicioso, y aún deleites el alma finge y quiere: pregunto y un acento pavoroso «¡Ay! me responde, desespera y muere. Muere, infeliz: la vida es un tormento, un engaño el placer; no hay en la tierra paz para ti, ni dicha, ni contento, sino eterna ambición y eterna guerra. Que así castiga Dios el alma osada, que aspira loca, en su delirio insano, de la verdad para el mortal velada a descubrir el insondable arcano.» ¡Oh! cesa; no, yo no quiero ver más, ni saber ya nada: harta mi alma y postrada, sólo anhela descansar. En mí muera el sentimiento, pues ya murió mi ventura, ni el placer ni la tristura vuelvan mi pecho a turbar. Pasad, pasad en óptica ilusoria y otras jóvenes almas engañad: nacaradas imágenes de gloria, coronas de oro y de laurel, pasad. Pasad, pasad mujeres voluptuosas, con danza y algazara en confusión; pasad como visiones vaporosas sin conmover ni herir mi corazón. Y aturdan mi revuelta fantasía los brindis y el estruendo del festín, y huya la noche y me sorprenda el día en un letargo estúpido y sin fin. Ven, Jarifa; tú has sufrido como yo; tú nunca lloras; mas ¡ay triste! que no ignoras cuán amarga es mi aflicción. Una misma es nuestra pena, en vano el llanto contienes... Tú también, como yo, tienes desgarrado el corazón.

A una estrella:
¿Quién eres tú, lucero misterioso, Tímido y triste entro luceros mil, que cuando miro tu esplendor dudoso, turbado siento el corazón latir? ¿Es acaso tu luz recuerdo triste de otro antiguo perdido resplandor, cuando engañado como yo creíste eterna tu ventura que pasó? Tal vez con sueños de oro la esperanza acarició tu pura juventud, y gloria y paz y amor y venturanza vertió en el mundo tu primera luz. Y al primer triunfo del amor primero que embalsamó en aromas el Edén, luciste acaso, mágico lucero, protector del misterio y del placer. Y era tu luz voluptüosa y tierna la que entre flores resbalando allí inspiraba en el alma un ansia eterna de amor perpetuo y de placer sin fin. Mas ¡ay! que luego el bien y la alegría en llanto y desventura se trocó: tu esplendor empañó niebla sombría; solo un recuerdo al corazón quedó. Y ahora melancólico me miras y tu rayo es un dardo del pesar si amor aun al corazón inspiras, es un amor sin esperanza ya. ¡Ay lucero! yo te vi resplandecer en mi frente, cuando palpitar sentí mi corazón dulcemente con amante frenesí. Tu faz entonces lucía con más brillante fulgor, mientras yo me prometía que jamás se apagaría para mí tu resplandor. ¿Quién aquel brillo radiante ¡oh lucero! te robó, que oscureció tu semblante, y a mi pecho arrebató la dicha en aquel instante? ¿O acaso tú siempre así brillaste y en mi ilusión yo aquel esplendor te di que amaba mi corazón, lucero, cuando te vi? Una mujer adoré que imaginaría yo un cielo; mi gloria en ella cifré, y de un luminoso velo en mi ilusión la adorné. Y tú fuiste la aureola que iluminaba su frente, cual los aires arrebola el fúlgido sol naciente, y el puro azul tornasola. Y astro de dicha y amores, se deslizaba mi vida a la luz de tus fulgores, por fácil senda florida, bajo un cielo de colores. Tantas dulces alegrías, tantos mágicos ensueños ¿dónde fueron? Tan alegres fantasías, deleites tan halagüeños, ¿qué se hicieron? Huyeron con mi ilusión para nunca más tornar, y pasaron, y solo en mi corazón recuerdos, llanto y pesar ¡ay! dejaron. ¡Ah lucero! tú perdiste también tu puro fulgor, y lloraste; también como yo sufriste, y el crudo arpón del dolor ¡ay! probaste. ¡Infeliz! ¿por qué volví de mis sueños de ventura para hallar luto y tinieblas en ti, y lágrimas de amargura que enjugar? Pero tú conmigo lloras, que eres el ángel caído del dolor, y piedad llorando imploras, y recuerdas tu perdido resplandor. Lucero, si mi quebranto oyes, y sufres cual yo, ¡ay! juntemos nuestras quejas, nuestro llanto: pues nuestra gloria pasó, juntos lloremos. Mas hoy miro tu luz casi apagada, y un vago padecer mi pecho siente: que está mi alma de sufrir cansada, seca ya de las lágrimas la fuente. ¡Quién sabe!... tú recobrarás acaso otra vez tu pasado resplandor, a ti tal vez te anunciará tu ocaso un oriente más puro que el del sol. A mí tan sólo penas y amargura me quedan en el valle de la vida; como un sueño pasó mi infancia pura, se agosta ya mi juventud florida. Astro sé tú de candidez y amores para el que luz te preste en su ilusión, y ornado el porvenir de blancas flores, sienta latir de amor su corazón. Yo indiferente sigo mi camino a merced de los vientos y la mar, y entregado, en los brazos del destino, ni me importa salvarme o zozobrar. A XXX dedicándole estas poesías Marchitas ya las juveniles flores, nublado el sol de la esperanza mía, hora tras hora cuento y mi agonía crecen y mi ansiedad y mis dolores. Sobre terso cristal ricos colores pinta alegre tal vez mi fantasía, cuando la triste realidad sombría mancha el cristal y empaña sus fulgores. Los ojos vuelvo en su incesante anhelo, y gira en torno indiferente el mundo, y en torno gira indiferente el cielo. A ti las quejas de mi mal profundo, hermosa sin ventura, yo te envío: mis versos son tu corazón y el mío Canción de la muerte Débil mortal no te asuste mi oscuridad ni mi nombre; en mi seno encuentra el hombre un término a su pesar. Yo, compasiva, te ofrezco lejos del mundo un asilo, donde a mi sombra tranquilo para siempre duerma en paz. Isla yo soy del reposo en medio el mar de la vida, y el marinero allí olvida la tormenta que pasó; allí convidan al sueño aguas puras sin murmullo, allí se duerme al arrullo de una brisa sin rumor. Soy melancólico sauce que su ramaje doliente inclina sobre la frente que arrugara el padecer, y aduerme al hombre, y sus sienes con fresco jugo rocía mientras el ala sombría bate el olvido sobre él. Soy la virgen misteriosa de los últimos amores, y ofrezco un lecho de flores, sin espina ni dolor, y amante doy mi cariño sin vanidad ni falsía; no doy placer ni alegría, más es eterno mi amor. En mi la ciencia enmudece, en mi concluye la duda y árida, clara, desnuda, enseño yo la verdad; y de la vida y la muerte al sabio muestro el arcano cuando al fin abre mi mano la puerta a la eternidad. Ven y tu ardiente cabeza entre mis manos reposa; tu sueño, madre amorosa; eterno regalaré; ven y yace para siempre en blanca cama mullida, donde el silencio convida al reposo y al no ser. Deja que inquieten al hombre que loco al mundo se lanza; mentiras de la esperanza, recuerdos del bien que huyó; mentiras son sus amores, mentiras son sus victorias, y son mentiras sus glorias, y mentira su ilusión. Cierre mi mano piadosa tus ojos al blanco sueño, y empape suave beleño tus lágrimas de dolor. Yo calmaré tu quebranto y tus dolientes gemidos, apagando los latidos de tu herido corazón. Canción del pirata Con diez cañones por banda, viento en popa, a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero bergantín. Bajel pirata que llaman, por su bravura, El Temido, en todo mar conocido del uno al otro confín. La luna en el mar riela en la lona gime el viento, y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Istambul: Navega, velero mío sin temor, que ni enemigo navío ni tormenta, ni bonanza tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor. Veinte presas hemos hecho a despecho del inglés y han rendido sus pendones cien naciones a mis pies. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. Allá; muevan feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de tierra; que yo aquí; tengo por mío cuanto abarca el mar bravío, a quien nadie impuso leyes. Y no hay playa, sea cualquiera, ni bandera de esplendor, que no sienta mi derecho y dé pechos mi valor. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. A la voz de "¡barco viene!" es de ver cómo vira y se previene a todo trapo a escapar; que yo soy el rey del mar, y mi furia es de temer. En las presas yo divido lo cogido por igual; sólo quiero por riqueza la belleza sin rival. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. ¡Sentenciado estoy a muerte! Yo me río no me abandone la suerte, y al mismo que me condena, colgaré de alguna antena, quizá; en su propio navío Y si caigo, ¿qué es la vida? Por perdida ya la di, cuando el yugo del esclavo, como un bravo, sacudí. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. Son mi música mejor aquilones, el estrépito y temblor de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones. Y del trueno al son violento, y del viento al rebramar, yo me duermo sosegado, arrullado por el mar. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. Canta en la noche, canta en la mañana... Canta en la noche, canta en la mañana, ruiseñor, en el bosque tus amores; canta, que llorará cuando tú llores el alba perlas en la flor temprana. Teñido el cielo de amaranto y grana, la brisa de la tarde entre las flores suspirará también a los rigores de tu amor triste y tu esperanza vana. Y en la noche serena, al puro rayo de la callada luna, tus cantares los ecos sonarán del bosque umbrío. Y vertiendo dulcísimo desmayo, cual bálsamo süave en mis pesares, endulzará tu acento el labio mío. Canto a Teresa (Fragmento) ¡Oh, Teresa! ¡Oh, dolor! Lágrimas mías ¡ah!, ¿dónde estáis, que no corréis a mares? ¿Por qué, por qué como en mejores días no consoláis vosotras mis pesares? ¡Oh, los que no sabéis las agonías de un corazón que penas a millares, ¡ay!, desgarraron y que ya no llora, ¡piedad tened de mi tormento ahora! ¡Oh, dichosos mil veces, sí, dichosos los que podéis llorar, y, ¡ay! , sin ventura de mí, que entre suspiros angustiosos ahogar me siento en mi infernal tortura! ¡Refuércese entre nudos dolorosos mi corazón, gimiento de amargura ! También tu corazón, hecho pavesa, ¡ay!, llegó a no llorar, ¡pobre Teresa! ¿Quién pensará jamás, Teresa mía, que fuera eterno manantial de llanto tanto inocente amor, tanta alegría, tantas delicias y delirio tanto? ¿Quién pensara jamás llegase un día en que perdido el celestial encanto y caída la venda de los ojos, cuanto diera placer causara enojos? ¡Pobre Teresa! ¡Al recordarle siento un pesar tan intenso...! Embarga impío mi quebrantada voz mi sentimiento, y suspira tu nombre el labio mío; para allí su carrera el pensamiento, hiela mi corazón punzante frío, ante mis ojos la funesta losa donde, vil polvo, tu beldad reposa.

El pelayo:
Fragmento Primero I De los pasados siglos la memoria trae a mi alma inspiración divina, que las tinieblas de la antigua historia con sus fulgentes rayos ilumina: virtud contemplo, libertad y gloria, crímenes, sangre, asolación, ruina, rasgando el velo de la edad mi mente, que osada vuela a la remota gente. II Tornan los siglos a emprender su giro de la sublime eternidad saliendo, y antiguas gentes y ciudades miro súbito ante mi vista apareciendo: de ellos a par en mi ilusión respiro, oigo del pueblo el bullicioso estruendo, y lleno el pecho de agradable susto, contemplo el brillo del palacio augusto. III Al blando son de la armoniosa lira oigo la voz de alegres trovadores, el aura siento que fragancia respira, y al eco escucho murmurando amores; al sol contemplo que a occidente gira reverberando fúlgidos colores, de la corte del godo poderío se alza orgullosa sobre el áureo río. IV Toledo, que de mágicos jardines cercada, eleva su muralla altiva no guardada de fuertes paladines, ornada sí de juventud festiva: allí entregado a espléndidos festines, Rodrigo alegre y descuidado liba copas de néctar de fragancia pura, al deleite brindando y la hermosura. V Allí con ojos lánguidos respira dulce placer beldad voluptuosa, y aroma exhala, si feliz suspira, del puro labio de encarnada rosa, Rodrigo en ella codicioso mira la que a su amor se muestra desdeñosa, que más que todas es cándida y linda, la dulce, bella, celestial Florinda. VI El ruido crece del festín en tanto, y el grato néctar al deleite llama; su pecho inunda deleitoso encanto, y el fuego impuro del amor le inflama: ebrio Rodrigo, desceñido el manto alza la mano trémula, derrama el áureo vaso, y atrevido sella dulce beso en el rostro a la doncella. VII Todo es placer: de su mansión de rosa la primavera cándida desciende, y en el regazo de la tierra ansiosa el fuego animador de vida enciende: templa del mar la furia procelosa, el viento en calma plácido suspende, y derrama la aurora en sus albores luz regalada y regaladas flores. VIII Abre la flor naciente el lindo seno, y recibiendo el encendido en la esmeralda del otero ameno vierte su dulce olor, gloria del mayo pasa el arroyo plácido y sereno, solícito besándola al soslayo; ella en vivos colores se ilumina y al dulce beso la cabeza inclina. IX Y en el pensil do con rosada frente el halagüeño abril pasa riendo, a la sombra de un árbol eminente está la juventud danzas tejiendo; cual a la margen de la herbosa fuente canta, blando laúd diestro tañendo, y cual del baile y del cantor se aleja, y a su dulce beldad tierno se queja. X Allí Rodrigo con incierta huella lascivo sigue a la fatal Florinda; ciego, arrastrado de ominosa estrella, intenta audaz que a su furor se rinda. No oye ¡infeliz! su mísera querella; la ve humilde a sus pies, la ve más linda, y con lascivos ojos, con desdoro mancha la hermosa flor de su decoro. XI En tanto encubre pavorosa nube el cielo en antes trasparente y terso, y relumbra la espada del querube, ministro del Señor del universo; que ya la voz de la inocencia sube que en llanto el gozo trocará al perverso, y a la luz del relámpago se muestra del rayo armada la divina diestra. XII Súbito un trueno retumbar se siente: «¡Himnos, vivas al rey! la danza siga, y nuestra dicha y júbilo acreciente el mutuo amor que nuestras almas liga.» Tal grita aquella juventud demente, y al rey ensalza que Jehová castiga. «¡Himnos, vivas al rey!» Súbito un rayo heló sus pechos con mortal desmayo. XIII Envuelto en noche tenebrosa el mundo, las densas nubes agitando, ondean con sus olas los genios del profundo, que con cárdeno surco centellean; y al ronco trueno, al eco tremebundo de los opuestos vientos que pelean, se oye la voz de la celeste saña: «¡Ay Rodrigo infeliz! ¡Ay triste España!» XIV Todo despareció: lóbrego luto reina y silencio do el placer ardía, do el mísero monarca disoluto en vil torpeza y embriaguez yacía. Guerra y desolación el triste fruto al fin será de su lascivia impía, y horrenda esclavitud: Rodrigo en tanto verterá entre sus hembras débil llanto. XV ¡Maldición, maldición! Yertas las flores, del huracán violento arrebatadas, el alegre pensil de los amores verá sus hojas por do quier sembradas; la música, el banquete, los favores dulces de amor, las danzas animadas, el canto de las damas y galanes trocados miro en lágrimas y afanes. XVI Tal otro tiempo en la soberbia cena donde mofaba de Jehová el impío, ya la medida al sufrimiento llena, rebosó de ira caudaloso río; y el rey asirio con amarga pena vio en el muro de mármol con sombrío fuego animarse escrito sobrehumano, trazado allí por invisible mano. Elegía a la patria ¡Cuán solitaria la nación que un día poblara inmensa gente! ¡La nación cuyo imperio se extendía del Ocaso al Oriente! Lágrimas viertes, infeliz ahora, soberana del mundo, ¡y nadie de tu faz encantadora borra el dolor profundo! Oscuridad y luto tenebroso en ti vertió la muerte, y en su furor el déspota sañoso se complació en tu suerte. No perdonó lo hermoso, patria mía; cayó el joven guerrero, cayó el anciano, y la segur impía manejó placentero. So la rabia cayó la virgen pura del déspota sombrío, como eclipsa la rosa su hermosura en el sol del estío. ¡Oh vosotros, del mundo, habitadores!, contemplad mi tormento: ¿Igualarse podrán ¡ah!, qué dolores al dolor que yo siento? Yo desterrado de la patria mía, de una patria que adoro, perdida miro su primer valía, y sus desgracias lloro. Hijos espurios y el fatal tirano sus hijos han perdido, y en campo de dolor su fértil llano tienen ¡ay!, convertido. Tendió sus brazos la agitada España, sus hijos implorando; sus hijos fueron, mas traidora saña desbarató su bando. ¿Qué se hicieron tus muros torreados? ¡Oh mi patria querida! ¿Dónde fueron tus héroes esforzados, tu espada no vencida? ¡Ay!, de tus hijos en la humilde frente está el rubor grabado: a sus ojos caídos tristemente el llanto está agolpado. Un tiempo España fue: cien héroes fueron en tiempos de ventura, y las naciones tímidas la vieron vistosa en hermosura. Cual cedro que en el Líbano se ostenta, su frente se elevaba; como el trueno a la virgen amedrenta, su voz las aterraba. Mas ora, como piedra en el desierto, yaces desamparada, y el justo desgraciado vaga incierto allá en tierra apartada. Cubren su antigua pompa y poderío pobre yerba y arena, y el enemigo que tembló a su brío burla y goza en su pena. Vírgenes, destrenzad la cabellera y dadla al vago viento: acompañad con arpa lastimera mi lúgubre lamento. Desterrados ¡oh Dios!, de nuestros lares, lloremos duelo tanto: ¿quién calmará ¡oh España!, tus pesares?, ¿quién secará tu llanto? Himno a la inmortalidad ¡Salve llama creadora del mundo, lengua ardiente de eterno saber, pero germen, principio fecundo que encadenas la muerte a tus pies! Tú la inerte materia espoleas, tú la ordenas juntarse a vivir, tú su lodo modelas, y creas miles de seres de formas sin fin. Desbarata tus obras en vano vencedora la muerte talvez; de sus restos levanta tu mano nuevas obras triunfante otra vez. Tú la hoguera del sol alimentas, tú revistes los cielos de azul, tú la luna en las sombras de argentas, tú coronas la aurora de luz. Gratos ecos al bosque sombrío, verde pompa a los árboles das, melancólica música al río, ronco grito a las olas del mar. Tú el aroma en las flores exhalas, en los valles suspiras de amor, tú murmuras del aura en las alas, en el Bóreas retumba tu voz. Tú derramas el oro en la tierra en arroyos de hirviente metal; Tú abrillantas la perla que encierra en su abismo profundo la mar. Tú las cárdenas nubes extiendes negro manto que agita Aquilón; con tu aliento los aires enciendes, tus rugidos infunden pavor. Tú eres pura simiente de vida, manantial sempiterno del bien; luz del mismo Hacedor desprendida, juventud y hermosura es tu ser. Tú eres fuerza secreta que el mundo en sus ejes impulsa a rodar, sentimiento armonioso y profundo de los orbes que anima tu faz. De tus obras los siglos que vuelan incansables artífices son, del espíritu ardiente cincelan y embellecen la estrecha prisión. Tú en violento, veloz torbellino, los empujas enérgica, y van; y adelante en tu raudo camino a otros siglos ordenas llegar. Hombre débil, levanta la frente, pon tu labio en su eterno raudal; tú serás como el sol en Oriente, tú serás, como el mundo, inmortal. La desesperación Me gusta ver el cielo con negros nubarrones y oír los aquilones horrísonos bramar, me gusta ver la noche sin luna y sin estrellas, y sólo las centellas la tierra iluminar. Me agrada un cementerio de muertos bien relleno, manando sangre y cieno que impida el respirar, y allí un sepulturero de tétrica mirada con mano despiadada los cráneos machacar. Me alegra ver la bomba caer mansa del cielo, e inmóvil en el suelo, sin mecha al parecer, y luego embravecida que estalla y que se agita y rayos mil vomita y muertos por doquier. Que el trueno me despierte con su ronco estampido, y al mundo adormecido le haga estremecer, que rayos cada instante caigan sobre él sin cuento, que se hunda el firmamento me agrada mucho ver. La llama de un incendio que corra devorando y muertos apilando quisiera yo encender; tostarse allí un anciano, volverse todo tea, y oír como chirrea ¡qué gusto!, ¡qué placer! Me gusta una campiña de nieve tapizada, de flores despojada, sin fruto, sin verdor, ni pájaros que canten, ni sol haya que alumbre y sólo se vislumbre la muerte en derredor. Allá, en sombrío monte, solar desmantelado, me place en sumo grado la luna al reflejar, moverse las veletas con áspero chirrido igual al alarido que anuncia el expirar. Me gusta que al Averno lleven a los mortales y allí todos los males les hagan padecer; les abran las entrañas, les rasguen los tendones, rompan los corazones sin de ayes caso hacer. Insólita avenida que inunda fértil vega, de cumbre en cumbre llega, y arrasa por doquier; se lleva los ganados y las vides sin pausa, y estragos miles causa, ¡qué gusto!, ¡qué placer! Las voces y las risas, el juego, las botellas, en torno de las bellas alegres apurar; y en sus lascivas bocas, con voluptuoso halago, un beso a cada trago alegres estampar. Romper después las copas, los platos, las barajas, y abiertas las navajas, buscando el corazón; oír luego los brindis mezclados con quejidos que lanzan los heridos en llanto y confusión. Me alegra oír al uno pedir a voces vino, mientras que su vecino se cae en un rincón; y que otros ya borrachos, en trino desusado, cantan al dios vendado impúdica canción. Me agradan las queridas tendidas en los lechos, sin chales en los pechos y flojo el cinturón, mostrando sus encantos, sin orden el cabello, al aire el muslo bello... ¡Qué gozo!, ¡qué ilusión! Las quejas de su amor Bellísima parece al vástago prendida, gallarda y encendida de abril la linda flor; empero muy más bella la virgen ruborosa se muestra, al dar llorosa las quejas de su amor. Suave es el acento de dulce amante lira, si al blando son suspira de noche el trovador; pero aun es más suave la voz de la hermosura si dice con ternura las quejas de su amor. Grato es en noche umbría al triste caminante del alma radiante mirar el resplandor; empero es aun más grato el alma enamorada oír de su adorada las quejas de su amor. Soneto Fresca, lozana, pura y olorosa, gala y adorno del pensil florido, gallarda puesta sobre el ramo erguido, fragancia esparce la naciente rosa. Mas si el ardiente sol lumbre enojosa vibra, del can en llamas encendido, el dulce aroma y el color perdido, sus hojas lleva el aura presurosa. Así brilló un momento mi ventura en alas del amor, y hermosa nube fingí tal vez de gloria y de alegría. Mas ¡ay! que el bien trocóse en amargura, y deshojada por los aires sube la dulce flor de la esperanza mía.

Un carajo impertérrito, que al cielo...:
Un carajo impertérrito, que al cielo su espumante cabeza levantaba y coños y más coños desgarraba, de blanca leche encaneciendo el suelo, en su lascivo ardor, cual Monjibelo, nunca su seno túrgido saciaba y con violento empuje penetraba hórridos bosques de erizado pelo. Venció a la humanidad; quedó rendida la fuerza mujeril; mas él, sediento siempre y siempre con ansia coñicida, leche despide y mancha el firmamento, dejando allí su cólera esculpida del carajo en eterno monumento.

 

 

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