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Rafael Alberti:
A galopar Las tierras, las tierras, las tierras de España, las grandes, las solas, desiertas llanuras. Galopa, caballo cuatralbo, jinete del pueblo, al sol y a la luna. ¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar! A corazón suenan, resuenan, resuenan, las tierras de España, en las herraduras. Galopa, jinete del pueblo caballo de espuma ¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar! Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie; que es nadie la muerte si va en tu montura. Galopa, caballo cuatralbo, jinete del pueblo que la tierra es tuya. ¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar! A la línea A ti, contorno de la gracia humana, recta, curva, bailable geometría, delirante en la luz, caligrafía que diluye la niebla más liviana. A ti, sumisa cuanto más tirana misteriosa de flor y astronomía imprescindible al sueño y la poesía urgente al curso que tu ley dimana. A ti, bella expresión de lo distinto complejidad, araña, laberinto donde se mueve presa la figura. El infinito azul es tu palacio. Te canta el punto ardiendo en el espacio. A ti, andamio y sostén de la pintura. A Niebla, mi perro «Niebla», tú no comprendes: lo cantan tus orejas, el tabaco inocente, tonto, de tu mirada, los largos resplandores que por el monte dejas, al saltar, rayo tierno de brizna despeinada. Mira esos perros turbios, huérfanos, reservados, que de improviso surgen de las rotas neblinas, arrastrar en sus tímidos pasos desorientados todo el terror reciente de su casa en ruinas. A pesar de esos coches fugaces, sin cortejo, que transportan la muerte en un cajón desnudo; de ese niño que observa lo mismo que un festejo la batalla en el aire, que asesinarle pudo; a pesar del mejor compañero perdido, de mi más que tristísima familia que no entiende lo que yo más quisiera que hubiera comprendido, y a pesar del amigo que deserta y nos vende; «Niebla», mi camarada, aunque tú no lo sabes, nos queda todavía, en medio de esta heroica pena bombardeada, la fe, que es alegría, alegría, alegría. A veces Altair gime largo, tendida... A veces Altair gime largo, tendida, hincada por el viento oscuro que la envuelve, agitada en su sima dulce de espumas lentas que la llevan casi a morir sin voz, para salirse otra vez de su hondo mar secreto, sin límite, incesante... Una estrella Altair, latente y poderosa. Amaranta Rubios, pulidos senos de Amaranta, por una lengua de lebrel limados pórticos de limones desviados por el canal que asciende a tu garganta. Rojo, un puente de rizos se adelanta e incendia tus marfiles ondulados. Muerde, heridor, tus dientes desangrados, y corvo, en vilo, al viento te levanta. La soledad, dormida en la espesura calza su pie de céfiro y desciende del olmo alto al mar de la llanura. Su cuerpo en sombra, oscuro, se le enciende, y gladiadora, como un ascua impura entre Amaranta y su amador se tiende. ¡Amor!, gritó el loro... ¡Amor!, gritó el loro (Nadie le contestó de un chopo al otro). ¡Amor, amor mío! (Silencio de pino a pino.) ¡Amooor! (Tampoco el río le oyó.) ¡Me muero! (Ni el chopo, ni el pino, ni el río fueron a su entierro.) Anémona encantada... Anémona encantada enamorada. Orquídea despeinada enamorada. Flor abierta o cerrada enamorada. No me las enseñes más, que me matarás. Atentado Robada por un pez de acero y lona, tú, sin malló, dormida, diste con una estrella que, escondida, rondaba a Barcelona. ¡Susto en la luz! Teléfonos fundidos. A los timbres, disparos. El giratorio idioma de los faros, los vientos, detenidos. Y una voz, buzo negro, disfrazada y en taxi, solicita volarte el corazón con dinamita. Mas tu ilesa, sin nada. Campo de batalla Nace en las ingles un calor callado, como un rumor de espuma silencioso. Su dura mimbre el tulipán precioso dobla sin agua, vivo y agotado. Crece en la sangre un desasosegado, urgente pensamiento belicoso. La exhausta flor perdida en su reposo rompe su sueño en la raíz mojado. Salta la tierra y de su entraña pierde savia, veneno y alameda verde. Palpita, cruje, azota, empuja, estalla. La vida hiende vida en plena vida. Y aunque la muerte gane la partida, todo es un campo alegre de batalla. Canción a Altaír Cuando abre sus piernas Altair en la mitad del cielo, fulge en su centro la más bella noche concentrada de estrellas que palpitan lloviéndose en mis labios, mientras aquí en la tierra, una lejana, ardiente pupila sola, anuncia la llegada de una nueva; dichosa, ciega constelación desconocida. Altaír: Oh, soñar con tus siempre apetecidas altas colinas dulces y apretadas, y con tus manos juntas resbaladas, en el monte de Venus escondidas... Canción de amor Amor, deja que me vaya, déjame morir, amor. Tú eres el mar y la playa. Amor. Amor, déjame la vida, no dejes que muera, amor. Tú eres mi luz escondida. Amor. Amor, déjame quererte. Abre las fuentes, amor. Mis labios quieren beberte. Amor. Amor, está anocheciendo. Duermen las flores, amor, y tú estás amaneciendo. Amor. Castigos Es cuando golfos y bahías de sangre, coagulados de astros difuntos y vengativos, inundan los sueños. Cuando golfos y bahías de sangre atropellan la navegación de los lechos y a la diestra del mundo muere olvidado un ángel. Cuando saben a azufre los vientos y las bocas nocturnas a hueso, vidrio y alambre. Oídme. Yo no sabía que las puertas cambiaban de sitio, que las almas podían ruborizarse de sus cuerpos, ni que al final de un túnel la luz traía la muerte. Oídme aún. Quieren huir los que duermen. Pero esas tumbas del mar no son fijas, esas tumbas que se abren por abandono y cansancio del cielo no son estables, y las albas tropiezan con rostros desfigurados. Oíd aún. Más todavía. Hay noches en que las horas se hacen de piedra en los espacios, en las venas no andan y los silencios yerguen siglos y dioses futuros. Un relámpago baraja las lenguas y trastorna las palabras. Pensad en las esferas derruidas, en las órbitas secas de los hombres deshabitados, en los milenios mudos. Más, más todavía. Oídme. Se ve que los cuerpos no están en donde estaban, que la luna se enfría de ser mirada y que el llanto de un niño deforma las constelaciones. Cielos enmohecidos nos oxidan las frentes desiertas, donde cada minuto sepulta su cadáver sin nombre. Oídme, oídme por último. Porque siempre hay un último posterior a la caída de los páramos, al advenimiento del frío en los sueños que se descuidan, a los derrumbos de la muerte sobre el esqueleto de la nada. Cúbreme, amor, el cielo de la boca... Cúbreme, amor, el cielo de la boca con esa arrebatada espuma extrema, que es jazmín del que sabe y del que quema, brotado en punta de coral de roca. Alóquemelo, amor, su sal, aloca Tu lancinante aguda flor suprema, Doblando su furor en la diadema del mordiente clavel que la desboca. ¡Oh ceñido fluir, amor, oh bello borbotar temperado de la nieve por tan estrecha gruta en carne viva, para mirar cómo tu fino cuello se te resbala, amor, y se te llueve de jazmines y estrellas de saliva! Diálogo entre Venus y Príapo Príapo: ...Despierta, sí, cerrada caverna de coral. Voy por tus breñas, cabeceante, ciego, perseguido. Ábrete a mi llamada, al mismo sueño que en tu gruta sueñas. Tus rojas furias sueltas me han mordido. ¿Me escuchas en lo oscuro? sediento, he jadeado las colinas y descendido al valle donde empieza el caminar más duro, pues todo, aunque cabellos, son espinas, montes allí rizados de maleza. ¿Duermes aún? ¿No sientes cómo mi flor, brillante y ruborosa la piel, extensa y alta se desnuda, y con labios calientes -coral los tuyos y los míos rosa- besa la noche de tus labios muda? ¡Despierta!... Venus: ¿Quién me nombra? ¿quién persigue mis óleos seminales, quién mi gruta de sombra y navegar oculto mis canales? Príapo: Quien solamente puede y se desvela, levantado por ti, de noche y día, se atiranta en candela y no se dobla hasta que el mar lo enfría ¡Deja que te contemple! Venus: Que te mire déjame a mí también. ?Siempre eres bello! Príapo: ¡Déjame que en tus selvas te respire! Venus: ¡Que me despeine en tu robusto cuello! Príapo: ¿Por qué dormías? Venus: Todo era fingido. Mi dormir no era más que desearte. Tú alzas mi sueño cuando estás dormido. Nací tan sólo para levantarte. Príapo: ¡Oh noche clara! Venus: ¡Oh clara luna llena! ¡Rayo directo que me inundas! Príapo: Eres taza de espuma azul, concha marina, alga abierta en la arena, paraíso de sal de las mujeres secreto erizo que en la mar trasmina. Golfo nocturno, ábrete a mí, bañadas del más cálido aliento tus riberas. Sabes a mosto submarino, a olas en vivientes moluscos despeñadas, a tajamares, soles de escolleras ya rumor de perdidas caracolas. Sabes también... Venus: Repósate un momento... Príapo: El reposar es mi mayor tristeza. Venus: También yo quiero repetir al viento toda mi admiración por tu grandeza. Príapo: Hincho las velas. Habla. Venus: Eres trinquete, palo mesana, ,torre indagadora y, ardido del más rojo gallardete, cresta de gallo al despuntar la aurora. Sales de un bosque, lanza o jabalina. Redondos aramboles, de espejuelos te alumbran cuando cazas. Pende en los dos la gloria masculina. Llenas las nubes, los cargados cielos rebosan de sus tazas. Príapo: ¡Oh, ven más cerca! ¡Ven! Venus: ¡No! No me riegues, amor, de blancos copos todavía. Guarda, mi bien, esas nevadas flores hasta que al fin me llegues a lo más hondo de mi cueva umbría con tus largos y ocultos surtidores. Príapo: ¿Qué quieres más? Venus: Anhelo que me cantes cosas que faltan. Mis alrededores prometen sima al sur y al norte cumbres. Príapo: Hacia ellas van mis rayos penetrantes, su flor certera, sus certeras lumbres. Venus: ¿Qué ves, qué me iluminas? Príapo: ¡Oh precipicio, oh noche bordeada de oscuridad también! ¡Despeñadero que hacia las sombras sólo me encaminas! Te miro y más se hunde mi mirada. si la dicha es redonda, está en tu cero. Venus: Pasa a los altos, sube a los alcores... ¿qué ves ahora, dime? Príapo: Un baluarte de clavel y de nieve a cada lado. ¡Oh fortalezas! ¡Claros miradores para clavar en ellos mi estandarte y descender al bosque enamorado! Venus: Dime si escondes para mi ventura cosas que acaso yo no sepa. Príapo: Escondo, también allá en lo hondo de una caverna oscura, de blancas y mordientes almenas vigiladas, una muy dulce y de humedad mojada cautiva... Venus: Yo prosigo. Son los dientes los que fijos la rondan y dan vela. También yo otra cautiva como la tuya aguardo. ¿No la sientes? A navegar sobre su propia estela mírala aquí dispuesta, siempre viva. Príapo: ¡Oh encendido alhelí, flor rumorosa! Deja que tu saliva de miel, que tu graciosa corola lanceolada de rubíes mojen mi lengua, ansiosa de en la tuya mojar mis carmesíes. Venus: ¡Flor contra flor! Príapo: ¡Qué blandos oleajes ya por mis flancos tu alhelí resbala! Venus: Gira la noche... Príapo: Cantan los cordajes... Venus: Cambia el viento... Dan vuelta los paisajes... Príapo: Y hace en tus labios mi navío escala, mientras tu fuente oculta, prisionera de mi boca, entreabriendo su dócil ya y sumisa enredadera, dulce y quejosamente va fluyendo. Venus: ¡Oh bonanza! Príapo: ¡Oh tranquilo descanso ahora! ¡Calmas, aunque plenas, nuncios ya de los hondos y más duros combates! Venus: ¡Desflecadas, hilo a hilo, tus espumas descienden mis almenas. Príapo: Tus arroyos y peces más oscuros me corren por los labios todavía. Venus: Un sabor a jazmín me permanece ya tallo donde nada antes crecía. Príapo: A tallo que por ti de nuevo crece. Venus: ¡Oh asombro! ¡Prodigiosa, mágica fuerza! Príapo: ¡Abismo que me atrae! Venus: ¡Oh cima misteriosa! Príapo: ¡Cima que sólo en ese abismo cae! Venus: Qué mármol jaspeado! ¡Pálida, arquitectónica belleza! ¡Qué alto fuste estriado de azules ríos! ¡Capitel armado para elevar el mundo en su cabeza! Príapo: Avanzo ya. Venus: La noche abrasa. Príapo: Gotas de esperma verde tiemblan los luceros. Venus: Las dehesas remotas de la luna, sus albos ventisqueros se llenan de bramidos. Del cielo penden signos genitales. La Vía Láctea rueda sus henchidos torrentes de amorosos sementales Príapo: Gruta sagrada, toco tus orillas. Abre tus labios ya, siénteme dentro. Venus: ¡Oh maravilla de las maravillas! ¡Luz que me quema el más profundo centro! Príapo: Se confunden los bosques, las lianas se juntan y conmueven. en el pomar revientan las manzanas y en el jardín copos de nardos llueven. Venus: ¡Qué bien cubres mis ámbitos! Sus muros ¡cómo me los ensanchas y los llenas! ¡Qué pleamar, qué viento acompasados! Príapo: Jaca y jinete, unísonos, seguros, galopan de corales y de arenas y de espumas bañados. Venus: Detente, amor. No infundas ese aliento tan rápido a las brisas. Aminora un poco el paso. Da a tu movimiento un ritmo nuevo ahora. Príapo: Pondré en mis alas un volar más lento. Venus: ¡Dulce vaivén! rezuman mis paredes las más blandas esencias. Príapo: Desasidas de sus más hondas redes, ya mis médulas saltan encendidas. Venus: Ten más el freno. Príapo: ¿El freno? Querencioso, mi caballo se pierde a la carrera. Venus: Sigo también su galopar furioso, antes que derramado en mí se muera. Príapo: ¡Amor! Venus: ¡Amor! La noche se desvae. Nos baña el mar. ¡Oh luz! El mundo canta. Cae la luna... El viento... Príapo: Todo cae cuando el gallo del hombre se levanta. Huele a sangre mezclada con espliego... Huele a sangre mezclada con espliego, Venida entre un olor de resplandores. A sangre huelen las quemadas flores Y a súbito ciprés de sangre el fuego. Del aire baja un repentino riego De astro y sangre resueltos en olores, Y un tornado de aromas y colores Al mundo deja por la sangre ciego. Fría y enferma y sin dormir y aullando, Desatada la fiebre va saltando, Como un temblor, por las terrazas solas. Coagulada la luna en la cornisa, Mira la adolescente sin camisa Poblársele las ingles de amapolas. La maldecida No quiero, no, que te rías, ni que te pintes de azul los ojos, ni que te empolves de arroz la cara, ni que te pongas la blusa verde, ni que te pongas la falda grana. Que quiero verte muy seria, que quiero verte siempre muy pálida, que quiero verte siempre llorando, que quiero verte siempre enlutada. La niña rosa, sentada... La niña rosa, sentada. Sobre su falda, como una flor, abierto, un atlas. ¡Cómo la miraba yo viajar, desde mi balcón! Su dedo, blanco velero, desde las islas Canarias iba a morir al mar Negro. ¡Cómo la miraba yo morir, desde mi balcón!. La niña, rosa sentada. Sobre su falda, como una flor, cerrado, un atlas. Por el mar de la tarde van las nubes llorando rojas islas de sangre. La paloma Se equivocó la paloma se equivocaba. Por ir al norte, fue al sur creyó que el trigo era agua, se equivocaba. Creyó que el mar era el cielo que la noche, la mañana, se equivocaba, se equivocaba. Que las estrellas, rocío que la calor, la nevada, se equivocaba, se equivocaba. Que tu falda era tu blusa que tu corazón, su casa, se equivocaba, se equivocaba. Ella se durmió en la orilla, tú en la cumbre de una rama. Creyó que el mar era el cielo que la noche, la mañana se equivocaba, se equivocaba. Que las estrellas, rocío que la calor, la nevada, se equivocaba, se equivocaba. Que tu falda era tu blusa que tu corazón, su casa, se equivocaba, se equivocaba... La soledad II Vendrá. Vendrá. Lo ha escrito. Ya pasó una semana. Viene desde muy lejos… De allá del norte… En tren… Casi dos mil kilómetros… Muy lejos… Malos trenes… Y el calor… Y el polvo que entra por todas partes… La casa está ya lista: una paloma blanca de cal pura… Lucientes, más brillantes que el oro, la sartén, el perol, la cacerola… Y luego, la cama grande, grande… cubierta de una colcha de colores, con pájaros… Pero muchos kilómetros sin nadie… Eso me han dicho… Y el calor… Y el polvo… Tendrá sed… Aquí, el agua no falta casi nunca… Va a gustarle esto mucho… Poco trabajo para ella… Yo lo haré todo. Soy fuerte todavía… ¿Ella? Bueno. Veremos. Es mi mujer… no quiero que se canse. "Trae aquí esos tomates... Mira, aquéllos de allá, tan colorados…" Nunca los ha visto. Dirá que no… "¿Lechugas como éstas, tan blancas? ¿Y los rábanos? ¡tampoco! Vamos, mujer… Te esperan las gallinas… ¿Qué más quieres? El postre ahí lo tienes colgado del ciruelo. Extiende el delantal y sacude una rama…" ya es muy tarde. Le tomo la cintura… Se sonríe… ¡Qué hermosa! Apagamos la luz… Así. ¡Cuántos kilómetros! Hoy es miércoles ya… Vendrá esta noche. La soledad III ¿Vendrá? Puede que venga. Lo dice en esta carta que aquí llevo. Se está yendo el verano… Y llueve. Las patatas… ¡cuántas ya se han podrido! Los tomates se hincharon de tal modo que rodaron por tierra, derramándose. La fruta se acabó. Nunca los pájaros comieron más duraznos y ciruelas. Las acelgas… ¡Qué viejas y amarillas están ya! ¡Qué buen tonto sería si plantara de nuevo más lechugas! Las gallinas cloquean por los muertos sembrados. La lluvia ha enverdecido el banco de la casa. La cocina está negra de hollín… Miro las sillas… Una está sin usar… la otra ya tiene partido un palo… El suelo cruje sucio de tierra. En un rincón, la escoba se aburre. Hace ya un mes que no lavo las sábanas… Tan sólo, enganchada de un clavo del muro de la alcoba, sigue la nueva colcha de los pájaros. Llega el otoño ya. Mi mujer no ha venido. Yo no la conocía… No la conocí nunca. Era joven. Lo sé. Unos veintidós años… Aquí tengo su carta… Yo he cumplido sesenta… El polvo… El calor… Tal vez tantos kilómetros… ¡Vaya usted a saber! Luna mía de ayer, hoy de mi olvido... Luna mía de ayer, hoy de mi olvido, Ven esta noche a mí, baja a la tierra, Y en vez de ser hoy luna de la guerra, Sélo tan sólo de mi amor dormido. Dale en tu luz el reno perseguido Que por los yelos de tus ojos yerra, Y dile, si tu lumbre lo destierra, Que será lana su destierro y nido. Tiempos de horror en que la sangre habita Obligatoriamente separada De la linde natal de su terreno. ¡Ay luna de mi olvido, tu visita no me despierte el labio de la espada, sí el de mi amor, guardado por tu reno! Malva-luna de yelo Las floridas espaldas ya en la nieve, y los cabellos de marfil al viento. Agua muerta en la sien, el pensamiento color halo de luna cuando llueve. ¡Oh, qué clamor bajo del seno breve, qué palma al aire el solitario aliento! ¡Qué témpano, cogido al firmamento, el pie descalzo que a morir se atreve! Brazos de mar, en cruz, sobre la helada bandeja de la noche; senos fríos, de donde surge, yerta, la alborada; ¡oh piernas como dos celestes ríos, Malva-luna-de-yelo, amortajada bajo los mares de los ojos míos! Metamorfosis del clavel Al alba, se asombró el gallo. El eco le devolvía voz de muchacho. Se halló signos varoniles, el gallo. Se asombró el gallo. Ojos de amor y pelea, saltó a un naranjo. Del naranjo, a un limonar; de los limones a un patio; del patio, saltó a una alcoba, el gallo. La mujer que allí dormía le abrazó. Se asombró el gallo. Mujer en camisa Te amo así, sentada, con los senos cortados y clavados en el filo, como una transparencia, del espaldar de la butaca rosa, con media cara en ángulo, el cabello entubado de colores, la camisa caída bajo el atornillado botón saliente del ombligo, y las piernas, las piernas confundidas con las patas que sostienen tu cuerpo en apariencia dislocado, adherido al journal que espera la lectura. Divinamente ancha, precisa, aunque dispersa, la belleza real que uno quisiera componer cada noche. Nocturno Deja ese sueño. Envuélvete desnuda y blanca, en tu sábana. Te esperan en el jardín tras las tapias. Tus padres mueren, dormidos. Deja ese sueño. Anda. Tras las tapias, te esperan con un cuchillo. Vuelve de prisa a tu casa. Deja ese sueño. Anda. En la alcoba de tus padres entra desnuda, en silencio. Corre de prisa a las tapias. Deja ese sueño. Sáltalas. Vente. ¿Qué rubí hierve en tus manos y quema, negro, tu sábana? Deja ese sueño. Anda. ... Duérmete. Paraíso perdido A través de los siglos, por la nada del mundo, yo, sin sueño, buscándote. Tras de mí, imperceptible, sin rozarme los hombros, mi ángel muerto, vigía. "¿Adónde el Paraíso, sombra, tú que has estado?" Pregunta con silencio. Ciudades sin respuesta, ríos sin habla, cumbres sin ecos, mares mudos. Nadie lo sabe. Hombres fijos, de pie, a la orilla parada de las tumbas, me ignoran. Aves tristes, cantos petrificados, en éxtasis el rumbo, ciegas. No saben nada. Sin sol, vientos antiguos, inertes, en las leguas por andar, levantándose calcinados, cayéndose de espaldas, poco dicen. Diluidos, sin forma la verdad que en sí ocultan, huyen de mí los cielos. Ya en el fin de la tierra, sobre el último filo, resbalando los ojos, muerta en mí la esperanza, ese pórtico verde busco en las negras simas. ¡Oh boquete de sombras! ¡Hervidero del mundo! ¡Qué confusión de siglos! ¡Atrás, atrás! ¡Qué espanto de tinieblas sin voces! ¡Qué perdida mi alma! "Ángel muerto, despierta. ¿Dónde estás? Ilumina con tu rayo el retorno." Silencio. Más silencio. Inmóviles los pulsos del sinfín de la noche. ¡Paraíso Perdido! Perdido por buscarte, yo, sin luz para siempre. Por allí, hondo, una humedad ardiente... Por allí, hondo, una humedad ardiente; blando, un calor oscuro el que allí hervía; sofocado anhelar el que se hundía, doblándose y muriendo largamente. Labios en labios que no ataca diente; Lengua en garganta que se corta, umbría; Áspero alrededor, fiera porfía Por morder lo imposible de la fuente. Fiera porfía, ya que ni a la hembra Más hembra ni al varón más varón dieron Otra cumbre que ser sembrado y siembra. Pues lo demás, ¡oh cuerpos desvelados!, Son fulgores que al alba se perdieron En un súbito arder, desesperados. Por amiga, por amiga... Por amiga, por amiga. Por amiga, por amiga. Sólo por amiga. Por amante, por querida. Sólo por querida. Por esposa, no. Sólo por amiga. Retornos del amor ante las antiguas deidades Soñarte, amor, soñarte como entonces, ante aquellas dianas desceñidas, aquellas diosas de robustos pechos y el viento impune entre las libres piernas. Tú eras lo mismo, amor. Todas las Gracias. igual que tres veranos encendidos, el levantado hervor de las bacantes, la carrera bullente de las ninfas, esa maciza flor de la belleza redonda y clara, poderosamente en ti se abría, en ti también se alzaba. Soñarte como entonces, sí, soñarte ante aquellas fundidas alamedas, jardín de Amor en donde la ancha Venus, muslos dorados, vientre pensativo, se baña en el concierto de la tarde. Soñarte, amor, soñarte, oh, sí, soñarte la idéntica de entonces, la surgida, del mar y aquellos bosques, reviviendo en ti el amor henchido, sano y fuerte de las antiguas diosas terrenales. Retornos del amor en la noche triste Ven, amor mío, ven, en esta noche sola y triste de Italia. Son tus hombros fuertes y bellos los que necesito. Son tus preciosos brazos, la largura maciza de tus muslos y ese arranque de pierna, esa compacta línea que te rodea y te suspende, dichoso mar, abierta playa mía. ¿Cómo decirte, amor, en esta noche solitaria de Génova, escuchando el corazón azul del oleaje, que eres tú la que vienes por la espuma? Bésame, amor, en esta noche triste. Te diré las palabras que mis labios, de tanto amor, mi amor, no se atrevieron. Amor mío, amor mío, es tu cabeza de oro tendido junto a mí, su ardiente bosque largo de otoño quien me escucha. Óyeme, que te llamo. Vida mía, sí, vida mía, vida mía sola. ¿De quién más, de quién más si solamente puedo ser yo quien cante a tus oídos: vida, vida, mi vida, vida mía? ¿Qué soy sin ti, mi amor? Dime qué fuera sin ese fuerte y dulce muro blando que me da luz cuando me da la sombra, sueño, cuando se escapa de mis ojos. Yo no puedo dormir. ¡Cuántas auroras, oscuras, braceando en las tinieblas, sin encontrarte, amor! ¡Cuántos amargos golpes de sal, sin ti, contra mi boca! ¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Dime, amor mío. ¿Me escuchas? ¿No me sientes llegar como una lágrima llamándote, por encima del mar, en esta noche? Retornos del amor en las arenas Esta mañana, amor, tenemos veinte años. Van voluntariamente lentas, entrelazándose nuestras sombras descalzas camino de los huertos que enfrentan los azules de mar con sus verdores. Tú todavía eres casi la aparecida, la llegada una tarde sin luz entre dos luces, cuando el joven sin rumbo de la ciudad prolonga, pensativo, a sabiendas el regreso a su casa. Tú todavía eres aquella que a mi lado vas buscando el declive secreto de las dunas, la ladera recóndita de la arena, el oculto cañaveral que pone cortinas a los ojos marineros del viento. Allí estás, allí estoy contra ti, comprobando la alta temperatura de las odas felices, el corazón del mar ciegamente ascendido, muriéndose en pedazos de dulce sal y espumas. Todo nos mira alegre, después , por las orillas. Los castillos caídos sus almenas levantan, las algas nos ofrecen coronas y las velas, tendido el vuelo, quieren cantar sobre las torres. Esta mañana, amor, tenemos veinte años. Retornos del amor en los vividos paisajes Creemos, amor mío, que aquellos paisajes se quedaron dormidos o muertos con nosotros en la edad, en el día en que los habitamos; que los árboles pierden la memoria y las noches se van, dando al olvido lo que las hizo hermosas y tal vez inmortales. Pero basta el más leve palpitar de una hoja, una estrella borrada que respira de pronto para vernos los mismos alegres que llenamos los lugares que juntos nos tuvieron. Y así despiertas hoy, mi amor, a mi costado, entre los groselleros y las fresas ocultas al amparo del firme corazón de los bosques. Allí está la caricia mojada de rocío, las briznas delicadas que refrescan tu lecho, los silfos encantados de ornar tu cabellera y las altas ardillas misteriosas que llueven sobre tu sueño el verde menudo de las ramas. Sé feliz, hoja, siempre: nunca tengas otoño, hoja que me has traído con tu temblor pequeño el aroma de tanta ciega edad luminosa. Y tú, mínima estrella perdida que me abres las íntimas ventanas de mis noches más jóvenes, nunca cierres tu lumbre sobre tantas alcobas que al alba nos durmieron y aquella biblioteca con la luna y los libros aquellos dulcemente caídos y los montes afuera desvelados cantándonos. Retornos del amor recién aparecido Cuando tu apareciste, penaba yo en la entraña más profunda de una cueva sin aire y sin salida. Braceaba en lo oscuro, agonizando, oyendo un estertor que aleteaba como el latir de un ave imperceptible. Sobre mí derramaste tus cabellos y ascendí al sol y vi que eran la aurora cubriendo un alto mas en primavera. Fue como si llegara al más hermoso puerto del mediodía. Se anegaban en ti los más lucidos paisajes: claros, agudos montes coronados de nueve rosa, fuentes escondidas en el rizado umbroso de los bosques. Yo aprendí a descansar sobre sus hombros y a descender por ríos y laderas, a entrelazarme en las tendidas ramas y a hacer del sueño mi más dulce muerte. Arcos me abriste y mis floridos años recién subidos a la luz, yacieron bajo el amor de tu apretada sombra, sacando el corazón al viento libre y ajustándolo al verde son del tuyo. Ya iba a dormir, ya a despertar sabiendo que no penaba en una cueva oscura, braceando sin aire y sin salida. Porque habías al fin aparecido. Retornos del amor tal como era Eras en aquel tiempo rubia y grande, sólida espuma ardiente y levantada Parecías un cuerpo desprendido de los centros del sol, abandonado por un golpe de mar en las arenas. Todo era fuego en aquel tiempo. Ardía la playa en tu contorno. A rutilantes vidrios de voz quedaban reducidos las algas, los moluscos y las piedras que el oleaje contra ti mandaba. Todo era fuego, exhalación, latido de onda caliente en ti. Si era una mano la atrevida o los labios, ciegas ascuas, voladoras, silbaban por el aire. Tiempo abrasado, sueño consumido. Yo me volqué en tu espuma en aquel tiempo. Retornos del ángel de sombra A veces, amor mío, soy tu ángel de sombra. Me levanto de no sé qué guaridas, fulmíneo, entre los dientes una espada de filos amargos, una triste espada que tú bien, mi pobre amor, conoces. Son los días oscuros de la furia, las horas del despiadado despertar, queriéndote en medio de las lágrimas subidas del más injusto y dulce desconsuelo. Yo sé, mi amor, de dónde esas tinieblas vienen a mí, ciñéndote, apretándome hasta hacerlas caer sobre tus hombros y doblarlos, deshechos como un río. ¿Qué quieres tú, si a veces, amor mío, así soy, cuando en las imborrables piedras pasadas, ciego, me destrozo y batallo por romperlas, por verte libre y sola en la luz mía? Vencido siempre, aniquilado siempre, vuelvo a la calma, amor, a la serena felicidad, hasta ese oscuro instante en que de nuevo bajo a mis guaridas para erguirme otra vez tu ángel de sombra. Sabes tanto de mí, que yo mismo quisiera... Sabes tanto de mí, que yo mismo quisiera repetir con tus labios mi propia poesía, elegir un pasaje de mi vida primera: un cometa en la playa, peinado por Sofía. No tengo que esperar ni que decirte espera a ver en la memoria de la melancolía, los pinares de Ibiza, la escondida trinchera, el lento amanecer sin que llegara el día. Y luego amor, y luego, ver que la vida avanza plena de abiertos años y plena de colores, sin final, no cerrada al sol por ningún muro. Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza, que los años en mí no son hojas, son flores, que nunca soy pasado, sino siempre futuro. Sixtina Tú mi vida, esta noche me has borrado del corazón y hasta del pensamiento, y tal vez, sin saberlo, me has negado dándome por perdido ya en el viento. Más luego, vida, vi cómo llorabas, entre mis brazos y que me besabas. Soneto Oh tú mi amor, la de subidos senos en punta de rubíes levantados los más firmes, pulidos, deseados, llenos de luz y de penumbra llenos. Hermosos, dulces, mágicos, serenos o en la batalla erguidos, agitados, o ya en juegos de puro amor besados, gráciles corzas de dormir morenos. Oh tú mi amor, el esmerado estilo de tu gran hermosura que en sigilo casi muriendo alabo a toda hora. Oh tú mi amor, yo canto la armonía de tus perfectos senos la alegría al ver que se me abren cada aurora. Subes del mar, entras del mar ahora... Subes del mar, entras del mar ahora. Mis labios sueñan ya con tus sabores. Me beberé tus algas, los licores de tu más escondida, ardiente flora. Conmigo no podrá la lenta aurora, pues me hallará prendido a tus alcores, resbalando por dulces corredores a ese abismo sin fin que me devora. Ya estás del mar aquí, flor sacudida, estrella revolcada, descendida espuma seminal de mis desvelos. Vuélcate, estírate, tiéndete, levanta, éntrate toda entera en mi garganta, y para siempre vuélame a tus cielos. Te digo adiós, amor, y no estoy triste... Te digo adiós, amor, y no estoy triste. Gracias, mi amor, por lo que ya me has dado, un solo beso lento y prolongado que se truncó en dolor cuando partiste. No supiste entender, no comprendiste que era un amor final, desesperado, ni intentaste arrancarme de tu lado cuando con duro corazón me heriste. Lloré tanto aquel día que no quiero pensar que el mismo sufrimiento espero cada vez que en tu vida reaparece ese amor que al negarlo te ilumina. Tu luz es él cuando mi luz decrece, tu solo amor cuando mi amor declina. Tirteo ¿Qué tienes, dime, Musa de mis cuarenta años? -Nostalgias de la tierra, de la mar y del colegio... Un papel desvelado en su blancura... Un papel desvelado en su blancura. La hoja blanca de un álamo intachable. El revés de un jazmín insobornable. Una azucena virgen de escritura. El albo viso de una córnea pura. La piel del agua impúber e impecable. El dorso de una estrella invulnerable Sobre lo opuesto a una paloma oscura. Lo blanco a lo más blanco desafía. Se asesinan de cal los carmesíes Y el pelo rubio de la luz es cano. Nada se atreve a desdecir el día. Mas todo se me mancha de alhelíes Por la movida nieve de una mano. Ven Ven, mi amor, en la tarde de Aniene y siéntate conmigo a ver el viento. Aunque no estés, mi solo pensamiento es ver contigo el viento que va y viene. Tú no te vas, porque mi amor te tiene. Yo no me iré, pues junto a ti me siento más vida de mi sangre, más tu aliento, más luz del corazón que me sostiene. Tú no te irás, mi amor, aunque lo quieras. Tú no te irás, mi amor, y si te fueras, aún yéndote, mi amor, jamás te irías. Es tuya mi canción, en ella estoy. Y en ese viento que va y viene voy, y en ese viento siempre me verías. Ven. Ven. Así. Te beso... Ven. Ven. Así. Te beso. Te arranco. Te arrebato. Te compruebo en lo oscuro, ardiente oscuridad, abierta, negra, oculta derramada golondrina, oh tan azul, de negra, palpitante. Oh así, así, ansiados, blandos labios undosos, piel de rosa o corales delicados, tan finos. Así, así, absorbidos, más y más, succionados. Así, por todo el tiempo. Muy de allá, de lo hondo, dulces ungüentos desprendidos, amados, bebidos con frenesí, amor hasta desesperados. Mi único, mi solo, solitario alimento, mi húmedo, lloviznado en mi boca, resbalado en mi ser. Amor. Mi amor. Ay, ay. Me dueles. Me lastimas. Ráspame, límame, jadéame tú a mí, comienza y recomienza, con dientes y garganta, muriendo, agonizando, nuevamente volviendo, falleciendo otra vez, así por siempre, para siempre, en lo oscuro, quemante oscuridad, uncida noche, amor, sin morir y muriendo, amor, amor, amor, eternamente. Vuela la noche antigua de erecciones... Vuela la noche antigua de erecciones, Muertas, como las manos, a la aurora. Un clavel prolongado desmejora, Hasta empalidecerlos, los limones. Contra lo oscuro cimbran esquilones, Y émbolos de una azul desnatadora Mueven entre la sangre batidora Un vertido rodar de cangilones. Cuando el cielo se arranca su armadura Y en un errante nido de basura Le grita un ojo al sol recién abierto. Futuro en las entrañas sueña el trigo, Llamando al hombre para ser testigo... Mas ya el hombre a su lado duerme muerto.

 

 

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