Comercio internacional             

 

(encarta) Comercio internacional:
Intercambio de bienes y servicios entre países. Los bienes pueden definirse como productos finales, productos intermedios necesarios para la producción de los finales o materias primas y productos agrícolas. El comercio internacional permite a un país especializarse en la producción de los bienes que fabrica de forma más eficiente y con menores costes. El comercio también permite a un Estado consumir más de lo que podría si produjese en condiciones de autarquía. Por último, el comercio internacional aumenta el mercado potencial de los bienes que produce determinada economía, y caracteriza las relaciones entre países, permitiendo medir la fortaleza de sus respectivas economías. 2 ORÍGENES DEL COMERCIO INTERNACIONAL MODERNO Aunque el comercio internacional siempre ha sido importante, a partir del siglo XVI empezó a adquirir mayor relevancia; con la creación de los imperios coloniales europeos, el comercio se convirtió en un instrumento de política imperialista. La riqueza de un país se medía en función de la cantidad de metales preciosos que tuviera, sobre todo oro y plata. El objetivo de un imperio era conseguir cuanta más riqueza mejor al menor coste posible. Esta concepción del papel del comercio internacional, conocida como mercantilismo, predominó durante los siglos XVI y XVII. El comercio internacional empezó a mostrar las características actuales con la aparición de los Estados nacionales durante los siglos XVII y XVIII. Los gobernantes descubrieron que al promocionar el comercio exterior podían aumentar la riqueza y, por lo tanto, el poder de su país. Durante este periodo aparecieron nuevas teorías económicas relacionadas con el comercio internacional.

GANANCIAS DERIVADAS DEL COMERCIO INTERNACIONAL:
En 1776, el economista escocés Adam Smith propugnaba en su obra La riqueza de las naciones que la especialización productiva aumenta la producción total. Smith creía que para poder satisfacer una demanda creciente de bienes de consumo, los recursos limitados de un país debían asignarse de modo eficaz a los procesos productivos. Según la teoría de Smith, un país que comercia a escala internacional debe especializarse en producir los bienes en los que tiene ventaja absoluta, es decir, los que produce con menores costes que el resto de los países. El país exportaría parte de estos bienes para financiar las importaciones de otros que los demás producen con menores costes. La obra de Smith representa el punto de partida de la escuela clásica de pensamiento económico. Medio siglo después, el economista inglés David Ricardo refinó esta teoría del comercio internacional. La teoría de Ricardo, que sigue siendo aceptada por casi todos los economistas actuales, subraya la importancia del principio de la ventaja comparativa. A partir de éste, se deduce que un país puede lograr ganancias si comercia con el resto de los países aunque todos los demás produzcan con menores costes. Hay ventaja comparativa cuando los costes de producción y los precios percibidos son tales que cada país produce un producto que se venderá más caro en el exterior de lo que se vende en el mercado interior. Si cada país se especializa en la producción de los bienes y servicios en los que tiene ventaja comparativa, el resultado es un mayor nivel de producción mundial y mayor riqueza para todos los Estados que comercian entre sí. Además de esta ventaja fundamental, hay otras ganancias económicas derivadas del comercio internacional: incrementa la producción mundial y hace que los recursos se asignen de forma más eficiente, lo que permite a los países (y por tanto a los individuos) consumir mayor cantidad y diversidad de bienes. Todos los países tienen una dotación limitada de recursos naturales, pero todos pueden producir y consumir más si se especializan y comercian entre ellos. Como se ha señalado, la aparición del comercio internacional aumenta el número de mercados potenciales en los que un país puede vender los bienes que produce. El incremento de la demanda internacional de bienes y servicios se traduce en un aumento de la producción y en el uso más eficiente de las materias primas y del trabajo, lo que a su vez aumenta el nivel de empleo de un país. La competencia derivada del comercio internacional también obliga a las empresas nacionales a producir con más eficiencia, y a modernizarse a través de la innovación. La importancia del comercio internacional varía en función de cada economía nacional. Ciertos países sólo exportan bienes con el fin de aumentar su mercado nacional o para ayudar en el aspecto económico a algunos sectores deprimidos de su economía. Otros dependen del comercio internacional para lograr divisas y bienes para satisfacer la demanda interior. Durante los últimos años se considera al comercio internacional como un medio para fomentar el crecimiento de una determinada economía; los países menos desarrollados y las organizaciones internacionales están fomentando cada vez más este patrón de comercio.

RESTRICCIONES PÚBLICAS AL COMERCIO INTERNACIONAL:
Dada la importancia del comercio internacional para una economía concreta, los gobiernos a veces restringen la entrada de bienes foráneos para proteger los intereses nacionales: a esta política se la denomina proteccionismo. La intervención de los gobiernos puede ser una reacción ante políticas comerciales emprendidas por otros países, o puede responder a un interés por proteger un sector industrial nacional poco desarrollado. Desde que surgió el comercio internacional moderno, los países han intentado mantener una balanza comercial favorable, es decir, exportar más de lo que importan. En una economía monetaria, los bienes no se intercambian por otros bienes, sino que se compran y venden en el mercado internacional utilizando unidades monetarias de un Estado. Para mejorar la balanza de pagos (es decir, para aumentar las reservas de divisas y disminuir las reservas de los demás), un país puede intentar limitar las importaciones. Esta política intenta disminuir el flujo de divisas de un país al exterior. 4.1 Contingentes a la importación Una de las formas más sencillas de limitar las importaciones consiste en impedir que entren en el país bienes producidos en el extranjero. Por lo general, se establece un límite cuantitativo a la entrada de productos foráneos. Estas restricciones cuantitativas se denominan contingentes. También son útiles para limitar la cantidad de divisas o de moneda nacional que puede entrar y salir del país. Los contingentes a la importación representan el medio más rápido para frenar o revertir una tendencia negativa en la balanza de pagos de un país. También se utilizan para proteger a la industria nacional de la competencia exterior. 4.2 Aranceles El método más común para frenar las importaciones consiste en establecer aranceles, impuestos que gravan los bienes importados. El arancel, pagado por el comprador del bien, eleva el precio de ese producto en el país importador. Este aumento desincentiva la demanda de consumo de bienes importados, por lo que consigue reducir de modo eficiente el volumen de importaciones. Los impuestos percibidos aumentan los ingresos del Estado. Además, los aranceles constituyen un subsidio encubierto para las industrias competidoras de productos importados; cuanto mayor sea el precio resultante de la aplicación del arancel, mayor será el beneficio de los productores nacionales, al poder vender a un precio superior del que podrían establecer en caso de competencia internacional. Ello puede incentivarles para aumentar su propia producción. 4.3 Barreras no arancelarias Durante los últimos años se ha incrementado la creación de barreras no arancelarias al comercio internacional. Aunque no siempre se imponen con el objetivo de reducir el comercio, tienen, de hecho, este efecto. Entre este tipo de barreras se encuentran las regulaciones nacionales sobre higiene y seguridad, los códigos deontológicos y las políticas impositivas. La subvención pública a determinadas industrias también puede considerarse como una barrera arancelaria al libre comercio, porque estas subvenciones conceden ventajas a las industrias nacionales.

TENDENCIAS DEL COMERCIO INTERNACIONAL EN EL SIGLO XX:
Durante la primera mitad del siglo XX, cada país establecía aranceles distintos en función no de los bienes importados, sino del país de origen de éstos, imponiendo menores aranceles a los Estados aliados y aumentando los de los demás países. Las políticas comerciales se convirtieron en fuente de conflictos entre países; el comercio se redujo drásticamente durante los conflictos bélicos. 5.1 Negociaciones internacionales sobre comercio Durante la década de 1930 se intentó por primera vez coordinar la política comercial a escala internacional. Al principio, los países negociaban tratados bilaterales. A partir de la II Guerra Mundial, se crearon organizaciones internacionales para fomentar el comercio entre países, eliminando las barreras al mismo, ya fuesen arancelarias o no arancelarias. El Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, más conocido como GATT, firmado por 23 países no comunistas en 1947, fue el primer acuerdo multinacional que intentaba reducir las restricciones al comercio; con el tiempo llegaría a englobar a más de 100 países y afectar al 80% del comercio mundial. A partir de 1947, el GATT organizó una serie de conferencias internacionales o “rondas” de negociación multilateral, siendo la última la denominada Ronda Uruguay, que finalizó en 1993, y en la que se acordó reemplazar el GATT por la Organización Mundial del Comercio (OMC). Las previsiones de ésta para el siglo XXI suponían un incremento del 25% del comercio internacional, lo que equivaldría a un incremento de 500.000 millones de dólares en el conjunto de la renta mundial. 5.2 Uniones aduaneras y áreas de libre comercio Para fomentar el comercio entre países que defienden los mismos intereses políticos y económicos, o que mantienen relaciones de vecindad, se crean áreas de libre comercio en las que se reducen los aranceles (llegando a eliminarse) entre los países miembros. Uno de los primeros ejemplos de asociación de países fue la Commonwealth, creada en 1931. Los Estados no comunistas favorecieron el desarrollo de programas para promocionar el comercio y promover la recuperación de las economías devastadas por la II Guerra Mundial. En la unión aduanera del Benelux, creada en 1948 e integrada por Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo, se eliminaron por completo los aranceles y se creó un único arancel externo común para los bienes provenientes de otros países. En 1951, Francia, la República Federal de Alemania y los países miembros del Benelux crearon la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). En 1957 estos países, más Italia, formaron la Comunidad Económica Europea (CEE, actual Unión Europea), que pretendía reducir las barreras comerciales entre los países miembros. La respuesta de la Unión Soviética a la creación de estas organizaciones fue el COMECON, creado en 1949. Esta organización se disolvió en 1991 debido a los cambios políticos y económicos habidos en el mundo comunista. Numerosos economistas predicen el crecimiento y consolidación de tres grandes bloques comerciales en el mundo: la Unión Europea, el integrado por los países miembros del Tratado de Libre Comercio Norteamericano (TLC) y el formado por los países asiáticos. El comercio dentro de cada bloque crecerá debido a la reducción y eliminación de restricciones a los intercambios de productos, pero se necesitarán muchas y duras negociaciones para poder reducir las barreras entre los tres bloques.

COMERCIO MUNDIAL:
Se calcula que en 1955 el comercio mundial (importaciones y exportaciones) suponía 1.000 millones de dólares. Entre 1976 y 1985 se multiplicó casi por dos; el comercio mundial era casi diez veces mayor en 1985 que en 1965. Los países productores de petróleo incrementaron de modo espectacular su volumen de comercio entre 1976 y 1981. Además, éste continuó creciendo durante la década de 1980 gracias a la recuperación económica de casi todos los países industrializados. Tras una pausa a principios de la década de 1990, debido a la recesión que padecieron Europa y Japón, el crecimiento del comercio volvió a incrementarse a partir de mediados de la citada década. En 2001 el comercio mundial se contrajo un 4%, lo que representó el mayor descenso desde 1982. En 1973 se había adoptado un sistema de tipos de cambio flexibles, reemplazando los anteriores acuerdos que limitaban la variación del valor de una moneda. Durante las décadas de 1970 y 1980 la competencia en precios entre países aumentó, debido a las fluctuaciones de los tipos de cambio. Para evitar estas variaciones se crearon controles, como el mecanismo de tipos de cambio del Sistema Monetario Europeo. A corto plazo, la depreciación de una moneda abarata las exportaciones de un país y encarece sus importaciones. Es difícil predecir cuáles serán los efectos a largo plazo de las variaciones de los tipos sobre el comercio internacional, pero hay indicios de que los gobiernos se están viendo obligados a aplicar políticas monetarias restrictivas para frenar la inflación y mantener la competitividad de sus monedas. Durante el siglo XX el comercio creció hasta el punto de convertirse en el aspecto más importante de la economía mundial. Se cree que la creciente interdependencia entre países continuará en el futuro, aunque debido a la tendencia a crear bloques económicos regionales, ciertos países serán más dependientes que otros. (Encarta)


Paraísos fiscales:
Alguna vez se han preguntado cuántas prestaciones sociales se dejan de dar como consecuencia de los impuestos que no cobramos por los capitales que emigran a paraísos fiscales? ¿Cuántas prestaciones por desempleo menos? ¿Cuántas guarderías? ¿Cuántas intervenciones quirúrgicas y tratamientos médicos más se podrían pagar con el dinero que se deja de ingresar? Esta es una realidad que toca el bolsillo a todos y afecta al bienestar común. Afecta a las pensiones, a los subsidios, a la dependencia, tanto de mayores como de niños, a la sanidad, a la cultura, a la seguridad, a la defensa, y a la generación de riqueza y la creación de empleo, entre otros. En definitiva, afecta a la solidaridad. Afecta a todos en todo. Quienes defraudan no solo defraudan a Hacienda: defraudan a todos. Quienes operan en España y facturan desde otro país para evitar pagar impuestos, defraudan a cada ciudadano que consume sus productos y paga por sus servicios. Defraudan a sus propios clientes, a los mismos que dicen querer y pretenden seducir con su publicidad y persuadir con sus estrategias de marketing. Son los ciudadanos, los mismos que gastan su dinero en sus productos y servicios, quienes sufren las consecuencias de estas acciones deshonestas, que se producen porque hay territorios que las permiten, las fomentan o las promueven, directa o indirectamente, con su actividad o su pasividad. En un contexto de competencia global los territorios compiten todos contra todos, cada uno en lo que puede. El nuevo paradigma de competencia es económico y, en este contexto, la marca del territorio es utilizada como un arma económica más para obtener ventaja, incrementar el atractivo del territorio y reforzar su posición competitiva. En definitiva, para atraer más recursos y ganar la partida. En el caso de los territorios considerados como paraísos fiscales, este proceso, lo han hecho muy bien, y han sabido convertirse en lugares especialmente eficaces y eficientes en la atracción de recursos. Identificarlos es fácil, ya que el ADN de sus marcas está contaminado y presentan un comportamiento muy característico: una fortaleza de Marca País excepcionalmente elevada, que les lleva a situarse en los primeros puestos de la clasificación mundial por este concepto, así como a ocupar posiciones destacadas. Si bien, por volúmenes absolutos, podrían llegar a pasar desapercibidos, estos territorios suelen registrar ratios per cápita en atracción de recursos anormalmente elevados. Presentan una especial eficiencia en la atracción de capitales, por su opacidad informativa y su baja o nula fiscalidad; en ocasiones, también en la atracción de recursos procedentes de la exportación, contribuyendo a fomentar, con frecuencia, el contrabando entre fronteras; una práctica que motiva un elevado número de supuestos “turistas” y, por ende, un ratio anormal de turistas por cada residente. En cierto modo, es una paradoja: la fortaleza de esos territorios reside en su propia debilidad, ya que no han sido capaces de encontrar una fuente de ventaja competitiva propia, que les permita enfrentar la competencia global, más allá de la aplicación de una normativa laxa y desleal. La fuerza de estos territorios no reside en su capacidad de innovación, en su fuerza productiva, en sus economías de escala, o en su especialización productiva, ni siquiera en sus bajos costes laborales y/o de producción. Ha sido una forma de huida hacia delante, ante un panorama claramente deficitario en términos de ventajas competitivas. El pequeño tamaño, geográfico y de población, junto con la ausencia de activos y fortalezas, los ha llevado a utilizar vías de competencia desleal para revertir una situación de desventaja y generar una fuente de ingresos adicionales. En definitiva, su fuerza reside en su capacidad para convertirse en territorios francos, en lugares de tregua para “piratas financieros”. Una posición tan lábil como fácil de revertir, si un conjunto significativo de países serios decidiera hacer oposición activa y acordaran poner coto a esta situación. No se les puede pedir mucho. La ética es un elemento esencial de la sociedad que se encuentra en peligro de extinción, ya que, hasta quienes deben defenderla, la mancillan sin reparo alguno. (José María Cubillo, 29/05/2016)


Goteo:
En cuanto a la primera pregunta, a pesar de que hacer pronósticos políticos es aún más difícil que hacerlos sobre la economía, se puede decir que las probabilidades se inclinan fuertemente a favor de Hillary Clinton. Aún así, el por qué ambos competidores se encuentran tan cerca entre sí en la carrera (al menos hasta hace muy poco) ha sido un misterio: Hillary Clinton es una de las personas más cualificadas y mejor preparadas que se haya postulado a la presidencia de Estados Unidos, mientras que Trump es una de las menos cualificadas y peor preparadas. Es más, la campaña republicana ha sobrevivido a comportamientos por parte de Trump que habrían puesto fin a las posibilidades de cualquier otro candidato en el pasado. Entonces, ¿por qué los estadounidenses están jugando a la ruleta rusa (con esto se quiere decir que existe al menos una posibilidad entre seis de una victoria de Trump)? Quienes están fuera de EE UU quieren saber la respuesta, ya que, aunque no tengan influencia sobre el resultado, también les afecta. Y eso nos lleva a la segunda pregunta: ¿por qué el Partido Republicano nomina a un candidato rechazado incluso por sus propios líderes? Obviamente, existen muchos factores que permitieron que Trump llegase hasta aquí derrotando a otros 16 rivales durante las primarias republicanas. La personalidad de los candidatos sí importa, y hay quienes realmente se sienten atraídos por la personalidad de reality show de Trump. Sin embargo, hay otros factores subyacentes que también parecen haber contribuido a lo ajustada que está la carrera electoral. Para empezar, muchos estadounidenses sí están económicamente peor de lo que estaban hace un cuarto de siglo. El ingreso medio de los hombres que trabajan a tiempo completo es menor que el de hace 42 años, y es cada vez más difícil que las personas con educación limitada consigan un trabajo a tiempo completo que pague un salario digno. De hecho, los salarios reales (ajustados a la inflación) en la parte inferior de la distribución de ingresos están más o menos donde estaban hace 60 años. Por lo tanto, no es sorprendente que cuando Trump dice que la situación económica está podrida encuentre un público numeroso y receptivo. Pero Trump se equivoca en cuanto al diagnóstico y a la receta. La economía de Estados Unidos ha tenido un buen desempeño, en su conjunto, durante las últimas seis décadas: el PIB ha aumentado casi seis veces. Sin embargo, los frutos de ese crecimiento beneficiaron a un número relativamente pequeño de personas que se encuentran en la parte superior de la distribución de los ingresos —los de personas parecidas a Trump—. Esto ocurre, en parte, gracias a los recortes masivos de impuestos que Trump, en caso de ganar, ampliaría y reforzaría. Simultáneamente, las reformas que los líderes políticos prometieron que iban a destinarse a garantizar prosperidad para todos —como las del comercio exterior y la liberalización financiera— no han cumplido con su cometido; nada más lejos. Y aquellas personas cuyo nivel de vida se ha estancado o disminuido han llegado a una sencilla conclusión: los líderes políticos de Estados Unidos o bien no sabían lo que decían o mentían (o ambas cosas). Trump quiere echar la culpa de todos los problemas de Estados Unidos al comercio exterior y a la inmigración. Trump se equivoca. EE UU se habría tenido que enfrentar a la desindustrialización incluso sin un comercio más libre: el empleo mundial en la industria manufacturera ha ido disminuyendo, con aumentos de productividad superiores al crecimiento de la demanda. El que, por su parte, los acuerdos comerciales hayan fracasado no se debe a que EE UU fuera menos listo que sus socios comerciales. El motivo es que los intereses de las grandes empresas han sido los que han dado forma a la agenda de comercio exterior de Estados Unidos. Las corporaciones estadounidenses hicieron su trabajo, y fueron los republicanos quienes han bloqueado los esfuerzos por garantizar que los estadounidenses perjudicados por los acuerdos comerciales recibieran su parte de los beneficios. Consecuentemente, muchos ciudadanos se sienten atacados por fuerzas fuera de su control, que llevaron a resultados que son claramente injustos. Cosas que desde hace mucho se daban por sentadas —que Estados Unidos es una tierra de oportunidades y que a cada generación le va a ir mejor que a la anterior— se han puesto en duda. La crisis financiera mundial puede haber sido un punto de inflexión para muchos votantes: su propio Gobierno salvó a los banqueros ricos que habían llevado al país al borde de la ruina, mientras que, aparentemente, no hizo casi nada por favorecer a los millones de estadounidenses comunes y corrientes que perdieron sus empleos y viviendas. El sistema no sólo produjo resultados injustos, sino que parecía estar amañado para producir dichos resultados injustos. El apoyo que recibe Trump se basa, al menos en parte, en la ira generalizada derivada de que la pérdida de confianza en el Gobierno. Sin embargo, las políticas propuestas por Trump harían que una mala situación se convierta en una mucho peor. Sin duda, otra dosis de economía por goteo del tipo que él promete, con reducciones de impuestos destinadas casi en su totalidad a las grandes empresas y a los estadounidenses ricos, produciría resultados que no serían nada mejores que los obtenidos la última vez que se intentó poner en marcha esa clase de medidas. De hecho, el lanzamiento de una guerra comercial con China, México, y otros socios comerciales de Estados Unidos, tal como promete Trump, haría que todos los estadounidenses se empobrecieran más y crearía nuevos obstáculos a la cooperación mundial necesaria para hacer frente a problemas mundiales de importancia crítica, como el Estado Islámico, el terrorismo mundial, y el cambio climático. Usar dinero que podría ser invertido en tecnología, educación o infraestructura para construir un muro entre Estados Unidos y México desperdiciaría recursos por partida doble. Hay dos mensajes que las elites políticas estadounidenses deben escuchar. Las simplistas teorías neoliberales y de fundamentalismo de mercado que han dado forma a muchas de las políticas económicas durante las últimas cuatro décadas son gravemente desorientadoras, ya que el crecimiento del PIB al que conducen llega a precio de una desmesurada elevación de la desigualdad. La economía por goteo no funcionó y no funcionará. Los mercados no existen en un vacío. La “revolución” Thatcher-Reagan, que reescribió las reglas y reestructuró los mercados en beneficio de aquellos en la parte superior de la distribución de ingresos, tuvo mucho éxito en cuanto a aumentar la desigualdad, pero fracasó completamente en su misión de aumentar el crecimiento. Esto nos lleva al segundo mensaje: una vez más tenemos que reescribir las reglas de la economía; esta vez para cerciorarnos de que los ciudadanos comunes y corrientes se beneficien. Los políticos en EE UU y en el resto del mundo, que ignoran esta lección deberán ser responsabilizados. El cambio implica un riesgo. Sin embargo, el fenómeno Trump –y una cantidad no despreciable de fenómenos políticos similares en Europa– han puesto de manifiesto los riesgos muy superiores que conlleva no prestar atención a este mensaje: sociedades divididas, democracias socavadas y economías debilitadas. (Joseph E. Stiglitz, 23/10/2016)


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