Hispanos             

 

Hispanos:
EE.UU.:
El circo mediático de este año en Estados Unidos ha incorporado un nuevo e inesperado intérprete. Cabría esperar que, en un país sometido como ningún otro a la servidumbre de la corrección política, ese nuevo actor fuese la enésima reedición de la neumática Kim Kardashian, pero no, se trata de Donald Trump, un político o, mejor dicho, alguien que aspira a serlo. Desde el primer día que se postuló como candidato a las primarias republicanas el millonario neoyorquino supo que o entraba como elefante en una cacharrería o su candidatura iba a pasar desapercibida. Y nunca mejor traída la comparación porque el símbolo del Partido Republicano es precisamente ese, un elefante. A fin de cuentas no es la primera vez que un multimillonario trata de hacer fortuna política en las elecciones federales. En los primeros noventa un tal Ross Perot, un empresario tejano enriquecido gracias a la entonces naciente industria de la electrónica, consiguió resultados históricos. Eso sí, situándose al margen del sistema bipartidista. Perot, tejano como digo y más bien de derechas, fracturó el voto republicano en el 92 y el 96 regalando dos mandatos triunfales al demócrata Bill Clinton. El caso de Trump es diferente. En lugar de montarse un partidillo personal e intransferible, míster Trumpster ha preferido encabalgar la desesperanza de los republicanos, que no dan una a derechas desde que fueron desalojados de la Casa Blanca hace ya seis interminables años. No es tarea fácil devolver la ilusión a un partido ayuno de un liderazgo natural desde el George W. Bush posterior al 11-S e inmerso en una crónica crisis de ideas desde el fin de la era Reagan. Trump tampoco las tiene, pero si dispone de cierta habilidad para tocar la fibra sensible de la América blanca mientras enerva al resto del país con sus bravatas, especialmente a los santones de la izquierda yanqui, que son tan intocables y ungidos como en España, o incluso más.

La cuestión, y eso es lo que no se está sabiendo ver desde fuera, es que el papel de gringo cabreado que Trump interpreta –con bastante éxito, por cierto– es exactamente el que una parte considerable del electorado conservador pide a gritos desde hace años. El de Trump es el postrer grito de la América WASP (blanca, anglosajona y protestante) momentos antes de su inevitable disolución como una minoría más dentro de un país conformado esencialmente por minorías cuyo nexo de unión es, o debería ser, el respeto a la Ley. La mayor riqueza y, al menos a mi juicio, la mayor fortaleza de los Estados Unidos, su diversidad, supone para muchos una amenaza, un presagio del fin de Estados Unidos tal y como lo hemos conocido. El año pasado, por ejemplo, se jubiló el último de los jueces del Supremo que profesaba el protestantismo. Hoy son todos católicos y judíos. La noticia se difundió por todo el país como lo que era, una genuina novedad que no se había dado nunca en los 225 años de historia de la institución. Hace cincuenta años algo así hubiese sido impensable. Casos como este se repiten por toda la geografía nacional. Los licenciados universitarios ya son en su mayoría pertenecientes a otras razas/culturas no consideradas canónicamente como “norteamericana”. En Berkeley, antiguo fortín de la élite WASP de California, seis de cada diez graduados no son de raza blanca y una porción nada despreciable de ellos provienen de familias emigrantes en primera o segunda generación. Algo similar lleva años sucediendo en las mejores universidades del país, incluidas las de la costa este. En Harvard solo la mitad de los estudiantes son blancos, en Princeton el 46% y en el MIT de Massachusetts el 36%. Trump, que ni es sociólogo ni nada que se le parezca, conoce bien los temores de sus potenciales votantes. A ellos se ha dirigido con fuerza. Ha atacado al objetivo más fácil, que es también el más visible: los mexicanos. Ha dicho en voz alta lo que muchos norteamericanos piensan pero solo confiesan en círculos de confianza. El miedo al hispano está muy extendido por toda Norteamérica. Son demasiados, no paran de entrar, tienen sus países de origen muy cerca y, lo que es peor, la mayoría perseveran en su identidad hispánica durante varias generaciones, algunos incluso no la abandonan nunca porque su peso demográfico es tal que han transformado Estados enteros como Florida, Nuevo México o California. Estados Unidos no estaba preparada para esto. Los inmigrantes alemanes, polacos o lituanos que entraron hace un siglo se disolvieron rápidamente en su nueva patria de adopción. En función de su número hicieron algunas aportaciones culturales pero en solo una generación olvidaron la lengua de sus ancestros y sus pautas culturales. En Minnesota es fácil encontrar apellidos suecos en la guía telefónica pero apenas queda ya nadie que hable una sola palabra de sueco. Ídem con los italianos de Nueva Jersey, con los alemanes de los Grandes Lagos o con esa pequeña comunidad de pastores vascos que se instaló en las montañas de Idaho, por más que el Gobierno Vasco insista en ver en ellos a una suerte de tribu perdida de los hijos de Aitor. El hispano en cambio es contumaz. Aprenden inglés sí, pero sin olvidar el español. No vienen de un solo país, sino de muchos pero, una vez en EEUU, han sabido ponerse de acuerdo y alumbrar una identidad propia de la que muchos se sienten orgullosos y que está condicionando desde hace tiempo una american culture que ya se expresa en dos idiomas. El capitalismo americano lo entendió hace tiempo y, a efectos de mercado, es ya un país bilingüe, de hecho el primer mercado hispanohablante del mundo. La América de este siglo quizá siga dominando el mundo, pero ya no será como la del siglo pasado. Trump lo sabe, y por eso ladra. (Fernando Díaz Villanueva, 29/08/2015)


San Agustín:
Para conmemorar el 450 aniversario de la fundación de San Agustín, y coincidiendo con el Mes de la Herencia Hispana, España ha enviado a Estados Unidos a su mejor embajador: SM Felipe VI. Durante esta semana los Reyes de España han visitado de forma oficial el país norteamericano con una agenda que pone de manifiesto la importancia que tienen para nuestro país las relaciones con Estados Unidos. Una colaboración que se remonta a la ayuda económica y militar que la corona española brindó a las 13 colonias en su proceso de independencia. En 1988, el presidente Ronald Reagan instituía en Estados Unidos el “National Hispanic Heritage Month”. Este mes de los hispanos se celebra desde entonces entre el 15 de septiembre y el 15 de octubre de cada año. Con él se pretende reconocer la contribución de la comunidad hispana al progreso del país. Los latinos son una comunidad que no deja de crecer y que en la actualidad representa, con sus 55 millones, más del 17% de la población estadounidense. La elección del mes tiene su origen en distintas efemérides como la celebración de la independencia de México, Honduras y Chile, o el 12 de octubre, “Día de la Raza”. Un hecho que se desconoce en nuestro país es que en esa celebración los españoles somos partícipes junto a los pueblos hermanos de la América de habla española. No en vano fue el mes de septiembre cuando Pedro Menéndez de Avilés fundó en 1565 la ciudad de San Agustín, en Florida: la ciudad más antigua establecida por europeos en territorio de Norteamérica que todavía perdura. Precisamente los dos primeros actos institucionales del viaje de los reyes han sido una visita a Mount Vernon, residencia del primer presidente estadounidense, y el encuentro con el actual inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama. Pasado y presente de una cooperación fructífera de dos pueblos que se han admirado mutuamente a lo largo de los siglos. Uno de los actos más importantes de esta visita de Estado ha sido la entrega del Galardón Bernardo de Gálvez –el militar español decisivo en la Guerra de Independencia, al que recientemente el Congreso concedió la ciudadanía estadounidense honoraria y cuyo retrato cuelga de la galería de ciudadanos ilustres del país–, que concede dentro de su XX Foro la Fundación Consejo España Estados Unidos. Si su premio hermano, el Galardón Camino Real, otorgado por el Instituto Franklin de la Universidad de Alcalá y entregado por el Rey este pasado mes de julio a Pau Gasol, sirve para reconocer la labor de un español en la difusión de la imagen de España en Estados Unidos, el Bernardo de Gálvez hace lo propio agradeciendo a un estadounidense su labor por incrementar los vínculos entre su país y el nuestro. En esta ocasión, el galardonado ha sido Mark Fields, presidente y consejero delegado de Ford. La elección de un reputado empresario no ha sido baladí. Estados Unidos es el sexto destino comercial de las exportaciones españolas y nuestro quinto mayor proveedor. Según la Oficina de Información Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, en el año 2013 España presentó un superávit en su balanza comercial con Estados Unidos de 111 millones de euros, frente al déficit de 753 millones en 2012. En ese 2013, la inversión bruta estadounidense en España ascendió a 1.689 millones de euros, siendo el cuarto inversor en nuestro país (15,3% del total). Alrededor de 650 empresas americanas están instaladas en España, y los principales sectores de inversión en los últimos años han sido el comercio, el suministro de energía eléctrica, la industria química, la industria alimentaria y las telecomunicaciones. Por su parte, las empresas españolas realizan cada vez más inversiones en Estados Unidos, siendo este un país fundamental para nuestra Secretaría de Comercio. En la actualidad, hay más de 700 empresas españolas operando en territorio estadounidense, dando trabajo a unas 70.000 personas, siendo el sector servicios (comercio de bienes, comercio de servicios e inversiones) y la construcción los nichos potenciales para nuestras empresas. España cuenta también con un gran valor en alza en Estados Unidos: el español. El aprendizaje de la lengua de Cervantes no ha dejado de crecer en los últimos años. Alrededor de 7 millones de personas estudian en alguno de los niveles educativos nuestra lengua. El dato optimista es que el sector de la enseñanza del español en Estados Unidos no está aún saturado, y tiene posibilidades de crecer un 60% más. Si a este dato añadimos la creciente influencia de la población hispana en la política, la economía y la cultura del país, no parece extraño que las grandes compañías utilicen campañas publicitarias en español para vender sus productos. Un ejemplo es la reciente campaña lanzada por Coca-Cola “#OrgullosoDeSerlatino” en la que jóvenes hispanos se muestran orgullos de llevar apellidos como Reyes, Santamaría, García u Ortiz. Ellos son parte del legado español en Estados Unidos. Tanto como la histórica ciudad de San Agustín. (Julio Cañero, 17/09/2015)


Español y globalización:
Las maneras de entender la globalización son tantas como el vértigo de una sociedad planetaria que está en proceso de imaginar el mundo que viene. Frente al quehacer de los organismos internacionales tradicionales; los modelos regionales para el desarrollo; los grupos de países por capacidad económica o las organizaciones de países a partir de la producción específica, también existe una tendencia que busca afianzar redes de confianza para el progreso a partir del territorio de los idiomas. Se trata de un espacio común que, por sus características, representa un potencial ilimitado a la hora de construir comunidades que tengan la posibilidad de trascender las sociedades industrializadas y de servicios, para convertirlas en verdaderas sociedades de la información y del conocimiento, esa nueva generación de modelos para el desarrollo a los que México y España están obligados si en verdad quieren ser protagonistas del siglo XXI. De los siete mil idiomas que hay en el mundo, el español (hablado por el 6,15% de la población mundial) se ubica en la lista de los cinco primeros, después del chino mandarín (14,14%) y por encima del inglés (5,43%), el hindi (4,70%) y el árabe (4,43%). El español es inigualable en el número de países que lo hablan como primera lengua (más de veinte) y en constituir una región continental donde a un tiempo coinciden idioma y geografía (Latinoamerica). A estas cualidades se suman la idea de Iberoamérica como comunidad trasatlántica, la influencia que el español ejerce en países no hispanoparlantes, principalmente los Estados Unidos (53 millones) y Brasil (12 millones) y la existencia de un universo casi 500 millones de personas que hablan español en todo el mundo y que son (nada más y nada menos) que el resultado de la fuerza cultural y económica que dio origen a la primera globalización, aquella que empezó con el descubrimiento de América. Hablando de otro tipo de navegación, basta decir que en términos digitales es la que más expansión y posibilidades de negocios tiene en el mercado global y que si relacionamos la fórmula económica del comercio electrónico a las empresas culturales y creativas que trabajan en los territorios geográficos del español (educación, edición, industrias audio visuales) veremos que nuestro idioma es una realidad que representa el 15% del PIB de España, el 6% del PIB en México y el 10,80% del PIB mundial. Cuando nos asustamos de la influencia comercial de China en el mundo o del papel que el inglés juega en el comercio, la ciencia y la diplomacia, deberíamos vernos en el espejo para entender el enorme peso cultural de nuestro idioma y poner en valor lo que este significa en términos de potencial económico. La distancia entre el 10,80% que el idioma español aporta al PIB global es muy poca frente al 12,4% que representa China. En el mismo sentido, habría que pensar que Estados Unidos contribuye con el 22,7% del PIB global, que el 3,64% de ese total lo producen los hispanos y que en el interior de la economía estadounidense, estos representan el 13,3% del PIB. Sin embargo, formar parte de la sociedad global del conocimiento implica retos que aún estamos lejos de alcanzar. En el corto y medio plazo sobresalen cinco: convertir al idioma en una verdadera política pública orientada a contar con un sistema internacional de promoción, aprendizaje y puesta en valor de la lengua española; diseñar un sistema de indicadores comunes que permita la movilidad de talentos y la homologación de títulos universitarios entre los países de habla hispana con el fin de potenciar el desarrollo económico, científico y técnico en forma compartida; construir el espacio digital que permita eliminar la brecha tecnológica y ganar usuarios, lectores e industrias culturales y editoriales asociadas al idioma; promover el idioma como lengua de uso en los organismos internacionales y, por último, fomentar estrategias público-privadas que rompan con la maldición de lanzada por Miguel de Unamuno que decía “que inventen ellos”, para dignificar la investigación y convertir en referencia a las publicaciones que difunden la ciencia que se hace en español. El Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española (SIELE) creado por la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad de Salamanca y el Instituto Cervantes, que se presentó durante la visita de Estado que los reyes de España están realizando en México, soluciona la primera tarea y despeja la incógnita de este reto, además de continuar la apuesta por el panhispanismo y los equipos multinacionales como la mejor forma de construir un patrimonio común. Su concreción representa un gran paso efectivo en la construcción de la sociedad hispanoparlante del conocimiento, tan necesaria para mover nada más y nada menos que el principal valor cultural y económico que esas 500 millones de personas tenemos en el mundo globalizado: nuestro idioma. Honor a sus arquitectos. (Pablo Raphael, 02/07/2015)


Idiomas:
La política estadounidense a menudo depara situaciones y hechos sorprendentes. Uno de ellos fue la escasa atención que los precandidatos demócratas a la presidencia de los Estados Unidos prestaron hace unos días a la cuestión migratoria en su debate electoral. Aunque Clinton, Sanders y O’Malley expresaron su opinión favorable a ocuparse de las condiciones de vida de los inmigrantes indocumentados, la mayor coincidencia entre ellos fue señalar a los republicanos como los villanos de la historia y a Donald Trump, precandidato republicano, como el mayor de los xenófobos y charlatanes. Sin embargo, esto les supo a poco a los hispanos, sobre todo tras el percance protagonizado por Donald Trump al expulsar de una sala de prensa a Jorge Ramos, líder del periodismo hispano y estrella de la cadena televisiva Univisión. Ramos se dirigió al precandidato para echarle en cara que quisiera deportar a 11 millones de indocumentados, construir un muro en la frontera con México y expulsar del país a los hijos de hispanos nacidos en los Estados Unidos. Tales son las propuestas de Donald Trump en materia de reforma migratoria. Trump le ordenó a Ramos varias veces que se sentara, supuestamente por no haber pedido la palabra, que "se marchara a Univisión", hasta que con un gesto sutil y autosuficiente dispuso que un agente de seguridad lo sacara de la sala. Otros artículos del autor El lector hispano en EE UU Las lenguas de twitter Los argumentos sobre migración de Donald Trump –hijo de escocesa, casado con checa en 1977 y con eslovena en 2005– se basan en que México envía hacia al norte a lo peor de su sociedad y que, por tanto, los Estados Unidos han de evitar que lleguen más hispanos (levantando un muro), han de desmotivar a los potenciales emigrantes (negando un futuro a sus hijos) y han de expulsar a los inmigrantes no autorizados. De esa forma aspira a crear más puestos de trabajo para los ciudadanos estadounidenses, entre los que paradójicamente estarían el propio Jorge Ramos y más de un 17% de la población estadounidense incluida por el Censo en la categoría de hispanos. Todas estas propuestas, formuladas por escrito, merecerían una contraargumentación contundente por parte de los demócratas, ya que son muchos los ciudadanos estadounidenses que las creen factibles y hasta razonables. Esta actitud, además, no debería sorprender en Europa, a la vista de las reacciones políticas que está provocando la llegada masiva de refugiados sirios. Ahora bien, en lo que se refiere a la minoría hispana estadounidense, raro es que cualquier aspecto de la vida sociopolítica no implique, de un modo u otro, la cuestión de las lenguas; más concretamente, el conocimiento y uso del inglés y el español por parte de los hispanos. Y, efectivamente, tras el incidente de la sala de prensa, no tardaron en surgir voces afines al partido republicano dudando de que los seguidores de Jorge Ramos fueran capaces de comprender el inglés de Donald Trump, lo que se interpreta como que la audiencia de Univisión no sabe inglés o, dicho de otro modo, como que los hispanos fieles a Ramos no son bilingües. La falacia está servida. Univisión ha sido durante los años 2013 y 2014 la cadena con mayor audiencia de los Estados Unidos, por encima de ABC, CBS, NBC y Fox, luego no resulta creíble que solo sea seguida por monolingües en español, teniendo en cuenta que más del 60% de los hispanos estadounidenses son bilingües o principalmente anglohablantes, y que una cuarta parte de ellos ni siquiera suele hablar español. Por otra parte, los datos demuestran que los hispanos, de forma masiva, no solo consideran que el inglés es importante para sus vidas y para la del país, sino que, conforme pasan las generaciones, el dominio de ambas lenguas se hace más evidente, cuando no volcado hacia el inglés. No parece, pues, ni que la televisión hispana sea solo seguida por monolingües en español ni que los hispanos sean incapaces de entender el inglés de Donald Trump. Es una falacia sostener, como hacen los afines a Donald Trump, que los seguidores de Jorge Ramos “no saben inglés” Más nociva, desde una perspectiva retórica, es la afirmación de que México envía a violadores, criminales y drogadictos. Aceptando que en cualquier migración masiva se trasladan personas de toda casta y que los republicanos reconocen, por supuesto, la valía de la gente honrada, no deja de ser peligrosa la imagen que trasmite un aserto así acerca de un grupo humano tan amplio y complejo como el de los hispanos. Porque esta "minoría", que constituirá el 26% de la población estadounidense en 2050, ofrece mil facetas positivas que bien merecen resaltarse. No solo se trata de valorar que la comunidad hispana constituye la decimotercera economía mundial, sino también su progreso en materia de educación y de desarrollo humano. En 2013, la proporción de graduados hispanos en la Enseñanza Secundaria era del 43%, muy cerca ya de la correspondiente a los blancos (47%); además, la tasa de abandono escolar en ese mismo nivel ha caído desde el 40% en 1980 hasta el 14% en 2013. Asimismo, la matriculación de hispanos en la universidad superó en 2011 a la de la población negra, especialmente en los estudios de ciclo corto. Aun así, el hispano sigue siendo el sector de la población al que menos oportunidades se la da de ocupar puestos directivos y de gerencia, limitando su experiencia laboral, al tiempo que es el que más dificultades tiene para encontrar oportunidades de empleo y programas de ayuda pública. El Mapa hispano de los Estados Unidos. 2015, recientemente publicado por el Observatorio del Instituto Cervantes en la Universidad de Harvard, aporta numerosos datos sobre todo ello. La imagen que muchos políticos republicanos tienen de los hispanos no es fiel a la realidad; al menos, a la más relevante y significativa desde un punto de vista social. Probablemente los mensajes discriminatorios puedan ofrecer réditos electorales entre cierto sector de la población, pero la política estadounidense es intrincada y los hispanos no dejan de crecer. Es cierto que el voto hispano se halla sociológicamente debilitado por el hecho de estar concentrado en algunas áreas, como el Suroeste, o en espacios de tradicional voto demócrata, lo que se mira con despreocupación desde el bando republicano. También es cierto que la población hispana es demasiado joven para contar como una baza electoral decisiva y que eso mismo hace que el número de candidatos hispanos sea proporcionalmente bajo. Sin embargo, cuando se adopta una mirada larga, se hace obvio que la juventud se cura con el tiempo y, al iniciarse el paso corto, ha de aceptarse que los hispanos ya han sido y son decisivos en las elecciones presidenciales. El peso hispano ha inclinado la balanza electoral hacia el lado demócrata en estados como Nevada y Nuevo México; del mismo modo que la población hispana de Florida, que en su momento aupó a George W. Bush y Barack Obama, está ahora dando la popa a los republicanos. ¿Qué pasará cuando crezca ese 94% de niños hispanos nacidos en los Estados Unidos a los que Trump quiere expulsar del país? Los hispanos no merecen ser tratados como una población advenediza y arribista que despoja de sus derechos a los anglos. Las raíces hispanas de los Estados Unidos se echaron desde la España y el México de los siglos XVII al XIX, y desde todas las naciones hispanohablantes a lo largo de los últimos 125 años. Esa población hispana, como prefiere denominarse mayoritariamente, esta compuesta por varias generaciones, cuyas cohortes más jóvenes no solo se consideran americanas, sino que se sienten americanas (léase estadounidenses). Su integración, en consecuencia, es total, incluido el conocimiento y uso del inglés, sin que ello signifique la erradicación de la lengua española. El profesor de la Universidad de Columbia Van C. Tran ha demostrado que el uso del español en casa y en la escuela no tiene efecto sobre la adquisición del inglés, aunque promueva significativamente la retención del español. No deberían preocuparse, pues, los republicanos por la comprensión de sus mensajes en inglés, sino por hacer que sus precandidatos fueran respetuosos con los derechos fundamentales de los hispanos. (Francisco Moreno Fernández, 21/11/2015)


Genocidio:
Con motivo de la Fiesta Nacional española, algunos locuaces políticos españoles se han llenado la boca con la palabra “genocidio”. Cuentan con innumerables votantes que comparten –al igual que no pocos creadores de opinión- la errónea idea de que España cometió un genocidio en América. Es esta una visión basada en la ignorancia de los hechos históricos debida al pésimo tratamiento que la historia de la América española recibe en los manuales de enseñanza. La “leyenda negra” tiene mucho de anticatalana en su origen italiano medieval, cuando el Reino de Aragón contaba con un imperio mediterráneo. Mutaría en antiespañola tras la conquista de América y el ascenso, en el siglo XVI, de la Monarquía Hispánica a la condición de potencia dominante en Europa Occidental. Aunque, sorprendentemente, cinco siglos después sigue vivita y coleando. Ciertamente en España, pero también en América, donde personajes de la talla intelectual de Morales, Maduro y otros semejantes se encargan de seguir difundiéndola… a falta de cosas mejores que hacer por sus ciudadanos. De esa “leyenda negra” forma parte también una supuesta explotación despiadada de la población aborigen. Esta habría contribuido sustancialmente al genocidio y se mantendría hasta la Independencia. De su carácter mítico da cuenta la frecuentemente utilizada imagen de que podría construirse un puente de plata entre Potosí y Madrid con la plata extraída del “Cerro rico”. ¿Se imaginan? Cuando el epítome de ese pensamiento, Las venas abiertas América Latina, llevaba ya décadas como emblemático best seller internacional, su recientemente fallecido autor hizo un inusual alarde de honestidad. Reconoció que “no tenía la formación necesaria” cuando escribió ese pretendido ensayo y que no “sería capaz de leerlo de nuevo” pues “caería desmayado” (EL PAÍS, 05/05/2014). Ojalá el ejemplo de Eduardo Galeano tuviese más seguidores: ¡zapatero, a tus zapatos! Eduardo Galeano reconoció que cuando escribió su libro “no tenía la formación necesaria” La RAE define genocidio como “exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad”. Por tanto, en la América española, ¡no hubo ningún genocidio! La catástrofe demográfica que sufrió la población nativa en las décadas que siguieron a 1492 tuvo como causa fundamental la gran mortalidad causada por el contagio de enfermedades traídas por los españoles. La mortandad, de la que se compadecieron y que intentaron atajar algunos españoles contemporáneos, se explica principalmente por la falta de resistencia inmunológica de unos grupos humanos que llevaban miles de años aislados del resto del mundo y que carecían de la protección ofrecida a euroasiáticos y norteafricanos por un prolongado contacto con una amplia variedad de animales domésticos y una relativamente intensa vida urbana. ¿Que hubo, además, violencia? Pues claro, al igual que en la expansión militar del Imperio Mexica (azteca) o del Tahuantinsuyo (Imperio incaico). El “genocidio español” dista de ser excepcional. Se observa igualmente en Norteamérica. También en otras partes del mundo cuando concurren circunstancias semejantes a las de América. En las islas del Pacífico, sin necesidad de violencia, mortandades espectaculares seguían al primer contacto entre occidentales y nativos en los siglos XVIII y XIX. Pero también antes en la propia Europa. En 1241, la llegada de la viruela por vez primera a Islandia se cobró las vidas de una gran parte de los escasos habitantes de la isla. Lo cierto es que, para la población aborigen que se salvó del hundimiento demográfico y sus descendientes, la probabilidad de que mejorasen sus vidas en el plano material es más alta que la de lo contrario. La llegada de nuevas especies animales –rápidamente adoptadas por los indígenas- mejoró la dieta al aumentar la oferta de proteínas. Los animales de tracción redujeron el enorme esfuerzo laboral realizado previamente en el transporte de mercancías y la construcción de monumentos tan espectaculares como los que todavía hoy vemos. Ese derroche de energía ha dejado huellas indelebles en los esqueletos de la población prehispánica. A la reducción de ese desgaste físico contribuyeron igualmente la rueda, los instrumentos de metal, la grúa y otros tantos componentes del cambio técnico sin precedentes en América que siguió a la conquista española. Todos ellos no pudieron tener sino efectos positivos sobre la productividad del trabajo y los niveles de vida. Pruebas del grado extremo de desigualdad alcanzado por las principales sociedades prehispánicas no faltan. Tampoco de que, en alguna de ellas, la población ejercía ya una presión excesiva sobre los recursos agrarios disponibles. Y, además, se acabó con el generalizado tributo en sangre en forma de sacrificios humanos masivos. Algunos autores dan cifras escalofriantes. Uno de los conquistadores de México dice haber visto en las afueras de la ciudad un “expositor” con casi 150.000 cráneos. Tal vez exagere, pero si se toman la molestia de indagar acerca del término “tzompantli”, se quedarán aterrados de su finalidad. En algún caso, también de sus dimensiones. En los Andes, unos 4.000 sirvientes de variado rango y concubinas habrían “acompañado” al Inca Huayna Capac en su viaje al más allá. De nuevo ¿exageración? Quizá, dejémoslo en varios centenares… La llegada de nuevas especies animales mejoró la dieta al aumentar la oferta de proteínas (Rafael Dobado González)


Gálvez:
El pasado mes de septiembre el rey Felipe VI realizó su primera visita oficial como jefe del Estado a EE UU, donde mantuvo un encuentro con el presidente Obama. El viaje estuvo marcado por las celebraciones del 450º aniversario de la ciudad de San Agustín (Florida), el primer asentamiento europeo y español, en aquel país. Por ello, la visita tuvo un peso histórico y cultural del que no siempre se es consciente a ambos lados del Atlántico pero que marca la profundidad y carácter de nuestro vínculo transatlántico. Durante la visita de cuatro días, el Rey presidió el acto de entrega del premio Bernardo de Gálvez, galardón que reconoce la labor realizada por personas e instituciones que, con su trabajo, han impulsado la cooperación entre España y EE UU. Este año el premio se entregó a Ford Motor Company en la persona de Mark Fields, consejero delegado de la compañía, por la importancia de la factoría de Almusafes en el desarrollo industrial de la Comunidad Valenciana y de la industria de componentes. En el periodo 2011-2015 ha invertido un total de 2.300 millones de euros, creando 3.000 nuevos puestos de trabajo. La vida de Bernardo de Gálvez sirve para ilustrar la importancia que tuvo España en la génesis y posterior desarrollo de la personalidad y carácter de EE UU y del estrecho vínculo que une a ambos países. Designado gobernador de Luisiana en 1776, jugó un papel fundamental en la Guerra de Independencia americana, negociando el apoyo financiero español y, además, participando activamente en algunas de las batallas clave de la contienda, incluyendo su decisiva intervención en la batalla de Pensacola en 1781, donde Gálvez, en inferioridad numérica, venció a la Royal Navy con la divisa “el que tenga honor y valor que me siga”. Esta contienda le convirtió en héroe español y norteamericano. Tanta fue su influencia y reconocimiento que durante la parada militar del 4 de julio dice la leyenda que Gálvez desfiló a la derecha del mismísimo George Washington. Este reconocimiento fue valorado el año pasado por el Congreso de EE UU otorgándole la ciudadanía honoraria y situando un retrato de honor en el Senado. Un reconocimiento concedido hasta la fecha únicamente a ocho personas, entre ellos Winston Churchill, Lafayette o la madre Teresa. En España ha pasado desapercibida la gran influencia que nuestro país ejerció en la historia de EE UU, desde la formación de los primeros asentamientos al papel en la Guerra de Independencia. En este sentido, nuestros fuertes lazos históricos, culturales e idiomáticos son elementos que pueden jugar a nuestro favor y que conviene potenciar. En una carta publicada por el Philadelphia Press el 20 de julio de 1883 —con motivo del aniversario de un asentamiento español, el 333º aniversario de la ciudad de Santa Fe de Nuevo México—, el poeta y filósofo Walt Whitman señalaba que EE UU no se han formado exclusivamente a partir de la influencia de las islas británicas sino que “a esta futura identidad americana compleja, el carácter español aportará algunos de sus componentes más necesarios. Ningún otro patrimonio posee un acervo histórico más grandioso”. He aquí un poderoso posicionamiento latente que debemos saber aprovechar. (Juan María Nin Génova, 2016)


España-USA:
Gritan España desde el balcón de Génova restaurado con dinero negro y pareciera que este país les perteneciese tan sólo a quienes ondean banderas con hambre de estanco y de todo por la patria, o a quienes han convertido un sueño en una marca. Candidatos eufóricos que se llaman españoles como si sólo ellos lo fueran y como si en vez de un país común siguiéramos habitando la España invertebrada de Ortega y Gasset, la que la restauración monárquica del XIX hizo girar en torno a las cesantías galdosianas de Madrid y las burguesías de Cataluña y del País Vasco. Guarda un cierto aroma el que desprende ese gentío entre azul y bicolor al de la imposible España una de los Reyes Católicos y de la dictadura franquista, que no llegó a ser ni grande ni libre ochenta años atrás. Es la España escrita con B de Bárcenas y de Rita Barberá, con G de Gurtel y un ministro del Interior que hoy recibe al justiciable Rodrigo Rato y mañana conspira para buscarle las vueltas por vía policíaca o tributaria a partidos democráticos. Lo sorprendente es que esa misma España catalana votara todavía con más ahínco a Jorge Fernández Díaz, candidato al Congreso por Barcelona, lo que vendría a demostrar el albur de que la corrupción sólo nos inquieta cuando afecta a la siniestra y sería probable que esa otra España comprensiva con el mangazo a diestra le hubiera otorgado mayoría absoluta al PP a poco que hubieran saltado a la opinión público un par de escándalos más que sumar a los que campan por los juzgados nacionales. Hoy, una ardilla podría recorrer España saltando de sumario en sumario por malversación, fraude o trincalinas varias, con las urnas convertidas, desde Valencia a Galicia en un falso plebiscito con el que se pretende blanquear la pena de telediario de los jueces instructores. España y sus lenguas.- Quinientos años y pico después de la caída del reino de Granada, seguimos sin saber a ciencia cierta qué es España, lo que fue y, sobre todo, lo que habrá de ser en el futuro, cuando ahora también está en obras la Unión Europea y el caudaloso río de la independencia de Escocia puede terminar desembocando en el Penedés. El Día E, el día del español, vino a coincidir este año con un Congreso de los Diputados demasiado parecido a la torre de Babel: no está en peligro el idioma sino el talante, la capacidad de utilizarlo para negociar un gobierno acorde con la voluntad de la gente: desde un sector de la opinión pública se hablaba de pucherazo desde la noche del 26-J, apenas unos días antes de que ocurriese en Austria. Tal vez lo que haya que auditar, en el lenguaje de los números, sean las encuestas que precedieron a los segundos comicios de esta temporada. Y muy especialmente la del CIS, cuyo universo era mucho más generoso que el de los sondeos privados. Lo cierto es que, fuere como fuese, seguimos sin entendernos. De tarde en tarde, ese españolismo excluyente que no se corresponde con la idea de aquella España mestiza del siglo de Oro que quiso ser otra tras el desastre del 98, se apresura a pregonar que nuestra lengua está en riesgo, cuando la hablan 470 millones de personas, aunque sea ese español “zarrapastroso” que denuncia Victor García de la Concha, desde la dirección del Instituto Cervantes por un mal crónico, el de la “escasa lectura” y “deficiente educación”. Quizá lo que se extinga sea el barrunto de que debemos seguir hablando como en el siglo XVIII, y no tanto con aquella jeringonza heroica propia de murcios, porqueros, menestrales, posaderas, sacristanes, viudas y bachilleres, crecida entre el lavadero y el finlandón, sino con esa obstinación trilobítica de la Real Academia que tuvo que atenuar a regañadientes, hace unos meses, la acepción de la palabra gitano que asociaba a dicho pueblo con la humillante e injusta expresión “trapacero”. El españolismo fósil tal vez olvida que el idioma y sus hablas crecen más en América, Canarias o Andalucía que en otros lugares perfectamente respetables pero que patrocinan el canon de un español cuyo acento es cada vez menos neutro, por más que intenten disimularlo los telepredicadores, los presentadores de espectáculos y los tribunos políticos. Hablamos tan duro, como dicen los hispanoparlantes del otro lado del Atlántico, que a menudo despreciamos a otras lenguas tan romances o respetables como la nuestra, desde el catalán primigenio del valenciano Ramon Llull, al de las Baleares o el gallego de Rosalía, de Celso Emilio Ferreiro o de Ramiro Fonte. Por no hablar del bable o del castúo, o del habla pasiega. Y, por supuesto, de esa otra misteriosa y mágica lengua, el euskera, surgida al margen del Imperio Romano, como una larga declinación de bosques, fogones y montañas. Hay otra España que no se identifica con ninguna España, que busca circunloquios para definir este país: la Península Ibérica es uno de los más utilizados, como si nos anexoniaramos Portugal y prescindiéramos de las islas y de Ceuta y Melilla. ¿Cómo convencer a unos de que hay otras Españas legítimas que no son la de ellos y cómo atraer a los otros hacia una idea de España plural, que respete las identidades y reparte con justicia los presupuestos? Quizá entonces tendríamos todos una bandera común que no fuera la de la Roja en horas bajas y varias lenguas de las que enorgullecernos y que utilizar para entendernos y no para enfrentarnos. ¿Cómo renunciar, entonces, a ser compatriotas cómplices de Velázquez o de Picasso, de Salvador Espriu y de Salvat Papasseit, de Celestino Mutis y de Cabeza de Vaca, de Clarín y de Torrente Ballester, de Magallanes y de Jorge Juan, de Colombine y de Margarita Xirgu, de Federico y de Paco, de Luis Buñuel, de Chillida y de Imanol, de Blas de Otero, de Mingote, de Carmen Amaya y de Miguel de Molina, de Zarra, de Ignacio Sánchez Mejías, de Luis Ocaña o de Isaac Albéniz? Beticos y moriscos, tartesios y sefardistas, egipcianos y mercheros, un pueblo de mil leches, es nuestro pedigrí. La España de Obama.- “Yo soy españoool, españoool, españooool”, gritan los hinchas y los genoveses en noches de victorias pírricas, pero lo cierto es que ni siquiera nos ponemos de acuerdo en una fecha para festejar que lo somos. Quizá fuera buena la del 19 de marzo, por la Constitución de Cádiz, o el 14 de abril, por la república niña de María Zambrano, lejos del 18 de julio de la sublevación fascista o del 12 de octubre de hoy, que sigue despertando recelos entre quienes rememoran el descubrimiento y quienes condenan la leyenda negra. Lo mismo, al paso que vamos, nos quitan afortunadamente el toro de la Vega pero nos hacen festejar el Independence Day, aunque los extraterrestres, en este caso, seamos nosotros. Aunque Mr. Marshall nunca llegara a escuchar el discurso de Pepe Isbert desde un balcón muy distinto al del PP, nos sentimos gringos de película doblada por Alvaro Mutis: como Antonio Moreno y Rita Hayworth, como Sara Montiel y Elsa Pataky, como Antonio Banderas y Penelope Cruz. Quien se aclamaba el Salvador de España nos vendió a los intereses del Pentágono en el mediterráneo. Desde entonces, mediados los años 50 del pasado siglo, nos alejamos del leñador norteamericano al que Pablo Neruda quería despertar, nos distanciamos del viejo hermoso Walt Whitman, de la Brigada Lincoln y del Village de Sabicas, para acercarnos a los phantoms y a los polaris, a la leche en polvo y a las güisquerías alrededor de las bases, en un mundo con olor a zotal que tan bien retrata Felipe Benítez Reyes en su última novela, “El azar y viceversa”. Por más que cayeran bombas en Palomares y aviones sobre La Alpujarra, amábamos a Henry Kissinger aunque viniera de destruir Vietnam, Argentina, Uruguay o el Chile de Allende. El septimo de caballería seguía defendiéndonos del Empecinado, cuando la transición democrática se pactaba en Washington y heredábamos el Dédalo como el viejo utilitario que los abuelos regalan a los adolescentes. No más Torrejón ni Zaragoza, pero quedaba el gasoducto. Por más que las rojigualdas ondeasen sobre Morón y Rota, seguían mandando allí las barras y estrellas, desde la crisis de Sirte a la primera guerra del Golfo. Cuando llegó la segunda, José María Aznar cruzaba las piernas sobre la misma mesita que Tony Blair y Georges Bush hijo, como un mal remake de un rat pack sin cómicos ni crooners. De ahí que cuando José Luis Rodríguez Zapatero se negara a levantarse el día de nuestras fuerzas armadas ante el paso del pabellón de stars and stripes for ever, apenas unos meses antes de que la ilegal guerra de Irak nos llenara de muertos la estación de Atocha, los monopolistas del patriotismo le pusieron más a parir que si fuera Rita Maestre haciendo un top-less en la capilla de la Complutense. ZP permaneció sentado porque era una forma más de protesta contra aquella carnicería, a espaldas de la ONU y en pos de armas de destrucción masiva que no aparecieron jamás quizá porque nunca habían existido. Sin embargo, no protestaba por el despilfarro que ya suponían entonces los desfiles de dicha jornada, cuya esstimación actual puede rozar, aun en tiempos de crisis, el medio millón de euros, aunque las cifras oficiales sólo hablen de 139.000. A Zapatero, una vez en La Moncloa, le faltó tiempo para intentar, inútilmente, limar asperazas al menos con Barack Obama, cuando se convirtió en inquilino de la Casa Blanca: aunque falló el encuentro galáctico entre ambos, Zapatero se sumó al Desayuno de la Oración en Washington D.C., en enero de 2010, un piadoso acto promovido por el primer presidente negro de la historia de EE.UU. Seguramente, entre una muchedumbre, ambos rezaron cada uno por su lado por las víctimas del terror, aunque quizá el presidente español entonara también una oración laia por restablecer las mejores relaciones diplomáticas con el imperio de Wall Street, que ni siquiera permitió a nuestra industria exportar aviones a la Venezuela de Hugo Chávez porque la patente de los navegadores era suya y estaba sometida a bloqueo. Ahora, en su gira de despedida, Barack Obama está a punto de visitar la España en funciones de Mariano Rajoy. Quizá busque seguir los pasos de su esposa Michelle –cuya mano ciñe, en la prensa cardíaca, la cintura toda de la reina Letizia–, tan aficionada a los predios españoles como Harrison Ford, Madonna, Bill Clinton o Richard Gere. El periplo presidencial incluirá Madrid, con recibimiento real incluido. Claro que como le leí hace poco a Ana Romero, la hija mayor de los Obama, Malia, acaba de graduarse y pasará un año sabático en España antes de incorporarse a la Universidad de Harvard. Lo hará bajo el techo del embajador James Costos y su marido, Michael Smith, decorador de Georges Clooney y de la Casa Blanca. El viaje de Obama, por lo tanto, no sólo tiene una impronta protocolaria, militar y diplomática a su regreso de una nueva cumbre de la OTAN en Polonia, sino que guarda una cierta semejanza a nuestro españolísimo posyaque: pues ya que estamos en Europa, que se venga también la abuela y dejamos a la niña instalada en Madrid, con su capotita y con su neceser. Lo que tendría alguien que explicar es cómo en vísperas de todos estos acontecimientos la policía se entretiene en despojar de enseres a las peligrosas horadas de sin techo del parque próximo a la legación norteamericana en nuestra todavía villa y corte. Se tratará, sin duda, de un nuevo episodio crucail en la guerra contra el yihadismo. La España de Rota y de Morón.- El mapa español de Obama incluirá la Giralda de Sevilla, no muy lejos de donde Smash nació a la sombra de la emisora de la Base de Morón y probablemente se inicie en la base de Rota, donde reinan los cuatro destructores del escudo antimisiles que fraguó el ex embajador Alan Solomont, con un refuerzo en la dotación humana del que se benefician a escala local los taxistas, el sector de hostelería, los arrendadores de pisos, un par de empresas armamentísticas de Jerez y los astilleros de Navantia, aunque la VI Flota sigue reparando en Nápoles. Todo ello a mayor gloria de la industria armamentística, por más que ese tipo de enclaves militares difícilmente puedan tener un efecto disuasorio sobre un muyaidín a punto de enrollarse en la otra vida con unas cuantas huríes. Incluso los informes de la Fiscalía General del Estado confirman que su existencia incrementa el riesgo de atentado por parte de ese ejército fanático pero a menudo invisible. Durante tan egregia visita, nuestro patriotismo oficial, cegado por el viva tú de la propaganda al uso, olvidará pedirle a Barack Obama que restrinja el paso de unidades aeronavales de propulsión o carga nuclear. O que de a conocer los planes de emergencia o evacuación para que nuestros compatriotas sepan qué hacer en caso de desastre: una vieja demanda de Ecologistas en Acción. Tampoco nuestros representantes le reclamarán que el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) que actualmente negocia Estados Unidos con Europa no se limite a retrotraer al sindicalismo hasta la era de Espartaco sino que podría estar bien que en vez de convertirnos a su integrismo neoliberal, le exportáramos nuestra seguridad social y ese sistema de pensiones que nuestro gobierno, por cierto, saquea de nuevo para poder pagar la extra de julio. En español o en espanglish, hay mucho de lo que hablar con ese prematuro Nobel de la Paz. Por no hablar de diversos “acuerdos de entendimiento” que, en gran medida, vulneran las condiciones del referéndum de 12 de marzo de 1986 que fijó nuestra relación con la OTAN y que implicaba que no se incrementase el número de fuerzas norteamericanas en territorio español. El Air Force One aterriza en España porque a lo largo de los seis últimos años, el patriotismo del PSOE y del PP sumó esfuerzos para que Rota y Morón volvieran a hablar inglés: quinientos marines de La Fuerza de Reacción Rápida se instalaron en la base sevillana en donde por otra parte están despidiendo a mansalva a empleados civiles. Salvo de boquilla para afuera, ni a España ni a la Unión Europea parece preocuparles demasiado el drama de los refugiados. Así que nadie en su sano juicio le preguntará que está haciendo Estados Unidos para afrontar la crisis humanitaria que ha provocado su fallido intento para cambiar el mapa político del Magreb y de Oriente Próximo, desde las primaveras de antaño a los inviernos árabes de hoy. Los hispanotenientes de oficio, los americanados que olvidaron el Maine y prefieren recordar tan sólo a Orson Welles y a Ava Gardner, podrían pedirle al Pentágono que al menos pagara el IBI por la base de Rota, ya que es más suya que de nuestro ministerio de Defensa. O que, por otra parte, nos dejaran votar en sus elecciones presidenciales. Claro que, visto lo visto, seguro que Barack Obama se niega, no fueramos a decantarnos mayoritariamente por Donald Trump. Podríamos rodar, como premio de consolación, una coproducción en la que los tullidos de “Tristana” se cruzaran con aquel Tom Cruise sobre silla de ruedas en “Nacido un cuatro de julio”. Como nuestros patriotas. (Juan José Téllez, 03/07/2016)


12 de octubre:
Un mito argentino dice que los argentinos venimos de los barcos. Y no fue una oleada de buques. Fueron dos. La primera en el siglo XVI, cuando los españoles llegaron al Río de la Plata y, aparentemente, no había nadie por allí. La segunda oleada sucedió a finales del siglo XIX, cuando españoles, italianos, alemanes y judíos huyeron del hambre o la persecución y se instalaron en Buenos Aires o en el interior. Ellos, los europeos desarrapados, supieron desde el primer día que otros desarrapados vivían desde antes en el territorio argentino. Los vieron. Convivieron con criollos de rostro a veces achinado, a veces anguloso, mestizos que descendían de indígenas y españoles o descendientes solo de indígenas Pero los nietos de los inmigrantes pobres, sobre todo los que habían logrado hacer fortuna, luego inventaron el mito de que los abuelos habían arribado a una tierra yerma y despoblada. Algo de cierto había, porque en 1879 un general, Julio Argentino Roca, despobló la Patagonia matando indios a puro Winchester. Los que no murieron fueron reducidos. El historiador Felipe Pigna recuerda que otro general, Benjamín Victorica, lo describió así: “Privados del recurso de la pesca por la ocupación de los ríos, dificultada la caza de la forma en que lo hacen, que denuncia a la fuerza su presencia, sus miembros dispersos se apresuraron a acogerse a la benevolencia de las autoridades, acudiendo a las reducciones o a los obrajes donde ya existen muchos de ellos disfrutando de los beneficios de la civilización”. Agregaba el general: “No dudo que estas tribus proporcionarán brazos baratos a la industria azucarera y a los obrajes de madera, como lo hacen algunos de ellos en las haciendas de Salta y Jujuy”. El problema era que, en las primeras décadas del XX, también los inmigrantes eran brazos baratos, y para colmo muchas veces brazos guiados por una cabeza anarquista, socialista o bolchevique. Entonces el mito de la nada previa a la llegada de los barcos debía construirse de manera abstracta. El 12 de octubre fue convirtiéndose en distintos países de América en Día de la Raza (Argentina) o Día del Descubrimiento (Honduras). Los norteamericanos fueron más prácticos: Día de Colón y sanseacabó. Tras décadas de discusión, muchos Estados empezaron a revisar el mito recién en el siglo XXI. Cada uno lo hizo a su modo. En el 2000 el socialista moderado Ricardo Lagos estableció en Chile el “Día del encuentro de dos mundos”. Una transición. Hugo Chávez comenzó la presidencia en 1999 y ya en 2002 transformó el 12 de octubre en “Día de la resistencia indígena”. Un giro brusco. En 2010 Cristina Fernández de Kirchner decretó la fecha como “Día del respeto a la diversidad cultural” y explicó que buscaba el diálogo y la reflexión histórica En rigor a comienzos del siglo XXI la clave de las cuestiones externas no era la relación con España sino el vínculo con los Estados Unidos. Gobiernos de distinto tipo como los de Hugo Chávez en Venezuela, Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, Néstor Kirchner en la Argentina, Tabaré Vázquez en Uruguay y Nicanor Duarte Frutos en Paraguay obturaron en 2005 la formación de un Área de Libre Comercio de las Américas impulsada por Washington. Con sus diferencias, los cinco presidentes optaron por el soberanismo, un nacionalismo defensivo distinto del viejo nacionalcatolicismo de 1930. En 2006 se les sumó el boliviano Evo Morales, que sintetizó en su propia persona la exigencia de reparación indígena y la búsqueda de la autonomía nacional. Sin embargo la cuestión indígena era todavía más compleja. En países como Guatemala tenía que ver con genocidios recientes: la dictadura militar de Efraín Ríos Montt practicó en solo dos años, 1982 y 1983, una de las mayores masacres de la historia mundial. En la Argentina o Brasil la aparición de gobiernos inclusivos y reformistas mejoró la autoestima popular y despejó el camino para que, en los censos, cada vez más gente se definiese a sí misma como “indígena”. La autoestima también elevó la exigencia de derechos y terminó chocando con una nueva realidad: la gula de las empresas mineras y los proyectos turísticos seis estrellas en parajes desolados. Donde antes las comunidades de pueblos originarios discutían cuántas hectáreas necesita una cabra para pastar, en medio de la escasez de matas y la abundancia de piedras, el debate pasó a ser quién tiene derechos reales de propiedad sobre terrenos aptos para la explotación petrolera, la extracción de oro, la búsqueda de litio o la crianza de ovejas a gran escala, como Benetton en la Patagonia argentina, con 100 mil animales en un millón de hectáreas. A menudo, además, las grandes empresas cuidaron su derecho al saqueo con grupos de choque propios. Y en los últimos años, con el cambio de régimen en la Argentina (por elecciones, en 2015) y en Brasil (por golpe parlamentario, en 2016) el Estado no solo amplió su tolerancia hacia los ejércitos privados sino que endureció las prácticas de las fuerzas de seguridad. Ése es el trasfondo de la desaparición forzada del joven tatuador Santiago Maldonado, el pibe de 28 años que se unió a una protesta de los mapuches, los pueblos indígenas mayoritarios en la Patagonia, y después de un operativo de represión de la Gendarmería (la guardia de fronteras) lleva sin aparecer desde el 1° de agosto El gobierno de Mauricio Macri apeló al Manual del Perfecto Conservador e inventó un peligro. Igual que Chile, la Argentina estaría acosada por un movimiento secesionista mapuche que supuestamente quiere formar un Estado propio bajo la dirección de RAM, Resistencia Ancestral Mapuche, una organización que sería alentada por la ETA, el IRA y los kurdos. La versión tiene algunos inconvenientes. El primero, que delirantes puede haber en cualquier sitio pero hasta ahora no apareció ningún dirigente de RAM, si es que tal organización existe y si es que tiene algún peso real. El segundo, que ningún líder del millón de personas que se autopercibe como indígena ha salido a imitar ni siquiera las vacilaciones de Carles Puigdemont. Cuando hablan, no piden un Estado distinto sino escuelas bilingües, salud y títulos de propiedad que debe brindarles el Estado argentino Del mito de los barcos a la diversidad cultural, y de la diversidad cultural a la pelea por disfrutar de derechos exigibles según la Constitución y los tratados internacionales: así pasarán la Argentina y otros países de América su 12 de octubre de 2017. Como si dijeran, con el entrañable Miguel Hernández, “aún tengo la vida”. (Martín Granovsky, 13/10/2017)


Elecciones USA 2016:
[El Partido Demócrata era optimista en exceso] estaba convencido de haber encontrado una fórmula tan potente como el New Deal (1932-1952) para mantenerse en el poder: la coalición de los ascendentes. Los cambios demográficos, económicos y culturales de Estados Unidos desde comienzos del nuevo siglo iban a garantizar el protagonismo político de grupos identitarios: latinos, jóvenes defensores de la justicia social, negros, mujeres de izquierda, asiáticos diversos. El respaldo de los votantes blancos, especialmente los obreros blancos, a los republicanos caía en picado. Los propios republicanos se aplicaron el cuento tras la derrota de Mitt Romney en 2012: «La única coalición ganadora posible en el futuro tenía que ser, por necesidad matemática, menos blanca, más joven, menos rural y mejor educada». (Julio Aramberri, 2018)


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