Oriente Próximo             

 

Baltasar Garzón

Oriente Próximo:
Región situada en el suroeste de Asia y el noreste de África vagamente definida por su geografía e historia. En su uso más actual, el término Oriente Próximo alude colectivamente a Egipto, Irán, Irak, Israel (incluidos los territorios autónomos palestinos de Gaza y Cisjordania), Jordania, Kuwait, Líbano, Arabia Saudí , Siria, Turquía, Yemen y los estados y emiratos dispuestos a lo largo de los márgenes meridionales y orientales de la península de Arabia, esto es, Bahrein, Omán, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. El término Oriente Próximo, cuando se utiliza para designar a una supuesta área cultural, cuya unidad se basa en las leyes y costumbres islámicas, normalmente abarca una región bastante más amplia, que se extiende desde Afganistán y Pakistán en el este, hasta los países del noreste de África fronterizos con Egipto, esto es, Sudán y Libia; Túnez, Argelia y Marruecos integran la región geográfica norteafricana conocida como Magreb (en árabe ‘Oeste’). El término Middle East (Oriente Medio), que en el ámbito europeo se traduce como Oriente Próximo (pues la expresión Oriente Medio hace referencia, en sentido estricto, a los territorios de Irán, Afganistán y Pakistán), fue utilizado por primera vez por el alto mando militar británico durante la II Guerra Mundial. Por su parte, el término Near East (Oriente Próximo) utilizado en América designa la región norteafricana del sur mediterráneo antes citada. 2 EL PERIODO ANTIGUO Desde la antigüedad, invasores y mercaderes han atravesado el área en busca de materias primas, bienes manufacturados o poder político. Desde esta área se han difundido ideas, inventos e instituciones que han afectado a pueblos de todo el mundo; por ello recibe el nombre de ‘cuna de la civilización’. Los primeros asentamientos humanos, ciudades, gobiernos, códigos de leyes y alfabetos proceden de Oriente Próximo. Cuatro de las principales religiones del mundo —judaísmo, zoroastrismo, cristianismo e islam— surgieron en esta región. 2.1 Las primeras civilizaciones Los primeros asentamientos estables humanos se organizaron políticamente a medida que los pueblos antiguos aprendían a controlar los cauces de los grandes ríos de Oriente Próximo —Nilo, Tigris, Éufrates e Indo— para desarrollar la agricultura, y transformaron en religiones sus creencias sobre el Universo, las relaciones humanas y el significado de la vida y la muerte. Los primeros estados de Oriente Próximo fueron Egipto y Sumer, que surgieron alrededor del año 3000 a.C. En ambos casos se formaron diferentes estamentos sociales que diferenciaban a reyes, sacerdotes y escribas de una numerosa mano de obra encargada de proteger la tierra de inundaciones y de formar parte de ejércitos ante posibles invasiones. Pero, a pesar de ello, los invasores llegaron. Sumer fue conquistada, primero por los acadios semíticos y los amorreos procedentes del Sur, y más tarde por varios pueblos indoeuropeos del Norte, invasiones que dieron como resultado el nacimiento del Imperio babilonio, en la región situada entre el Tigris y el Éufrates, conocida como Mesopotamia. Los hicsos, un pueblo indoeuropeo, conquistaron Egipto, pero fueron expulsados y el territorio se convirtió en un poderoso imperio. Aproximadamente en el año 1000 a.C. nuevas oleadas de invasores perturbaron la región y dieron lugar al nacimiento de nuevos reinos en Fenicia, Israel y en otras áreas de Oriente Próximo. Los fenicios eran comerciantes marítimos que desarrollaron uno de los primeros alfabetos. Los hebreos fueron el primer pueblo conocido con una religión monoteísta. Los asirios, pueblo belicoso que fue el primero en utilizar utensilios y armas de hierro, lograron grandes conquistas territoriales desde su baluarte en Mesopotamia. En el siglo VI a.C., los persas conquistaron todo Oriente Próximo y establecieron un sistema de gobierno que se convirtió en modelo de todos los imperios posteriores. Persia, cuyo imperio se extendió desde el Indo hasta el Nilo, no pudo conseguir la total homogeneidad de todos sus súbditos. Por ello, les permitió conservar sus creencias y prácticas religiosas, siempre y cuando obedecieran las leyes persas, pagaran sus impuestos al estado persa y enviaran a sus hijos a servir en los ejércitos imperiales. Aunque los distintos territorios del Imperio persa estaban unidos por buenas vías de comunicación y tenían un idioma de uso administrativo común, los pueblos del Imperio gozaban de una amplia autonomía. La religión del Estado era el zoroastrismo, aunque se toleraban otras religiones. En el siglo IV a.C. Persia, debilitada por las rebeliones y los conflictos internos, fue conquistada por Alejandro Magno. 2.2 Épocas helenística y romana La conquista de Alejandro abrió un periodo en el que Oriente Próximo formó parte del mundo helenístico. La cultura griega se mezcló con las prácticas locales, cuando Alejandro tomó prestadas ideas y costumbres (además de funcionarios y soldados) de Egipto, Mesopotamia y Persia. Alejandría, el puerto de Egipto bautizado así en su honor, se convirtió en un destacado centro cultural y comercial. Mientras el poder macedónico declinaba, en especial después de la muerte de Alejandro, y la división de su Imperio entre sus generales, los romanos conquistaron la mayor parte de Oriente Próximo, con la excepción de Persia, que permaneció independiente bajo dos dinastías: los partos (248 a.C.-226 d.C.) y los sasánidas (226-641 d.C.). El dominio romano aportó a la región leyes comunes y buenas carreteras que facilitaron el comercio con Egipto, Siria y Asia Menor. Varias religiones de Oriente Próximo —el judaísmo, después el cristianismo, y el mitraísmo (culto a Mitra)— compitieron en todo el Imperio romano por ganar adeptos. A principios del siglo IV d.C. prevalecería el cristianismo. Constantino I el Grande, el primer emperador romano cristiano, estrechó los lazos con las regiones orientales del Imperio al trasladar su capital a Bizancio, un puerto del Bósforo. Rebautizada la ciudad con el nombre de Constantinopla, se convirtió en una gran ciudad y fue la capital del Imperio romano de Oriente, o bizantino, durante más de mil años. 3 EL PERIODO ISLÁMICO A principios del siglo VII, Mahoma desarrolló una nueva religión entre los pueblos nómadas de Arabia. Proclamado profeta de Dios, fundó una comunidad de creyentes que se llamaron a sí mismos musulmanes (‘los que entregan su alma a la voluntad de Dios’) y a su fe islam (‘sumisión a Dios’). Antes de la muerte del profeta (632), sus doctrinas, basadas en algunas tradiciones judeocristianas y árabes, habían impregnado profundamente las creencias de las tribus árabes. 3.1 El dominio árabe Los sucesores de Mahoma, llamados califas, extendieron ampliamente los dominios del islam hacia Siria, Mesopotamia, Persia y Egipto. La rapidez de estas conquistas árabes se debió a la debilidad interna del Imperio bizantino (que perdió gran parte de su territorio) y de la Persia sasánida (que fue totalmente ocupada por los árabes); los cristianos y judíos pudieron mantener sus prácticas religiosas pagando un tributo como ‘pueblos protegidos’ (dimmies) y mientras no se sublevaran. Pocos pueblos conquistados se convirtieron al islam inmediatamente, pero siglos de matrimonios mixtos y de convivencia favorecieron las conversiones que transformaron finalmente el área en una región de predominio musulmán. Después de la muerte de Mahoma y de sus cuatro primeros sucesores, la dirección política y espiritual del islam, representada por el califato, fue ejercida por dos dinastías sucesivas: los Omeyas (661-750), que gobernaron desde Damasco (Siria), y los Abasíes (750-1258), que tuvieron su sede en Bagdad (Irak). Los Omeyas conquistaron el norte de África, la mayor parte de la península Ibérica y Asia central. Los Abasíes promovieron el comercio y la cultura, y dieron a los conversos no árabes el mismo tratamiento que a los árabes musulmanes, pero perdieron el control de las áreas periféricas. Surgieron nuevas dinastías. Antes del año 945 los Abasíes ya no controlaban ni tan siquiera su propia capital. Los iraníes y los turcos asumieron el poder, mientras las tribus árabes regresaban al desierto. A pesar de la inestabilidad política, se desarrollaron la manufactura y el comercio y hubo un importante avance cultural, artístico y científico. 3.2 La hegemonía turca e iraní A principios del siglo X, Oriente Próximo fue invadido por los turcos, procedentes de Asia central. Adoptaron la fe, las leyes y la cultura de los musulmanes locales y pronto gobernaron la mayor parte de sus territorios. La dinastía de los Gaznawíes (962-1186) difundió el islam por toda India. Otra dinastía, los Selyúcidas (1040-1302), arrebató Asia Menor a los bizantinos en 1071. Esta invasión precipitó el llamamiento a las Cruzadas; tropas de Europa occidental llegaron a la costa oriental del Mediterráneo para luchar y recuperar en nombre de la cristiandad Jerusalén y los Santos Lugares. Más dañina para el islam fue la invasión del Imperio mongol en el siglo XIII, que destruyó gran parte de Irak e Irán. Los mamelucos, antiguos esclavos-soldados que se hicieron con el poder en Egipto, frenaron el avance mongol en 1260. Aunque los mamelucos y varios grupos mongoles formaron reinos poderosos en los siglos posteriores, el más extenso y duradero fue el Imperio otomano. Desde las colinas occidentales de Asia Menor, las tribus turcas dirigidas por Osmán I y sus hijos invadieron y conquistaron territorios bizantinos, primero en Asia y después en el sureste de Europa. En 1453 tomaron Constantinopla, ciudad rebautizada como Estambul que se convirtió en la capital de los descendientes de Osmán, llamados otomanos. Sus conquistas llevaron los límites de su Imperio desde Hungría, al norte, hasta Yemen, al sur, y desde Argelia, al oeste, a la frontera iraní, al este. También intentaron conquistar Irán, pero fueron rechazados por la dinastía de los Safawíes (1502-1736). 3.3 La dominación europea A partir del siglo XVI, los grandes imperios musulmanes entraron en decadencia. Los otomanos perdieron ante Austria y Rusia sus territorios europeos y lo mismo ocurrió con los Safawíes. Al resurgimiento de Irán durante el siglo XVIII bajo Nadir Sha siguieron años de decadencia. El Imperio otomano se mantuvo durante más tiempo debido a que Rusia y otras potencias europeas no pudieron llegar a un acuerdo respecto a su división. Algunos gobernantes otomanos del siglo XIX intentaron occidentalizar su ejército y administración, y la afluencia de expertos, empresarios y tecnología europea cambió muchos aspectos de la sociedad otomana. Muchos musulmanes que desconfiaban de Occidente se resistieron a los cambios, aunque otros aceptaron las corrientes ideológicas nacionalistas y democráticas procedentes de Europa. El territorio bajo control otomano que recibió más influencia occidental fue Egipto. Mehmet Alí, que gobernó el país como pasa (virrey) de 1805 a 1849, revolucionó la economía de Egipto al introducir cultivos como el azúcar y el algodón, instalar molinos y fábricas, construir carreteras y canales e importar técnicos y profesores occidentales. Sin embargo sus sucesores fueron incapaces de mantener su independencia, y, después de 1882, Egipto cayó bajo control británico. Irán tuvo un retraso considerable en su proceso de occidentalización. Rusia ocupó algunas de sus territorios septentrionales y otros países occidentales intentaron controlar sus finanzas y recursos naturales. La lucha entre Gran Bretaña y Rusia a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX por el control de Irán hizo que el país se dividiera en dos esferas de influencia. En 1906, los nacionalistas iraníes, encolerizados por el intervencionismo extranjero y la corrupción de los débiles gobernantes de Irán, obligaron al sha a establecer una Asamblea Nacional que redactó una Constitución liberal. El descubrimiento de yacimientos petrolíferos al suroeste de Irán al final del siglo XIX pasó casi desapercibido, aunque durante las dos guerras mundiales estas reservas serían muy utilizadas por los británicos. De hecho, este recurso, que se encontró en cantidades crecientes en todo Oriente Próximo durante las siguientes décadas, iría asumiendo paulatinamente una importancia decisiva, no sólo para los países de la región, sino también para las naciones industrializadas de Occidente que buscaron extender su hegemonía en la zona. 3.4 El siglo XX A comienzos del siglo XX parecía que todo Oriente Próximo iba a caer bajo control europeo. Cuando los turcos se alinearon con Alemania en la I Guerra Mundial, Gran Bretaña apoyó la rebelión árabe contra el gobierno turco. Después de que Alemania y Turquía fueran derrotadas en 1918, los árabes tenían la esperanza de formar estados en Siria, Irak y Arabia occidental. Los británicos, en cambio, ya habían acordado la cesión de Siria a Francia y apoyar el establecimiento de un Estado judío en Palestina. La Sociedad de Naciones asignó Siria a Francia y decidió que Palestina e Irak quedaran bajo mandato británico. Egipto, bajo protectorado británico desde 1914, reclamó su independencia, que consiguió en 1922, aunque Gran Bretaña todavía mantuvo el control del gobierno egipcio. Sin embargo, triunfaron varios movimientos nacionalistas, opuestos a la hegemonía occidental. El militar y dirigente nacionalista, Mustafá Kemal (llamado más tarde Atatürk; ‘padre de Turquía’), expulsó a los griegos de Turquía, obligó a las potencias occidentales a revisar el Tratado de Sèvres, que el Imperio otomano había aceptado a la fuerza, y transformó Turquía en una república laica (1923). En Irán, un oficial del Ejército, Muhammad Reza Pahlavi, se hizo con el poder en 1921 e intentó imitar las reformas de Kemal. Durante las décadas de 1930 y 1940 la mayoría de los países árabes se independizaron de Gran Bretaña o Francia. No obstante, el aumento de la inmigración judía a Palestina encendió las protestas de la mayoría árabe, que temía que los judíos alcanzaran el poder (véase Sionismo). Los esfuerzos británicos por frenar la inmigración encolerizaron a los judíos palestinos, que se rebelaron en contra de Gran Bretaña durante y después de la II Guerra Mundial. En 1947, las Naciones Unidas aprobaron la división de Palestina entre judíos y árabes, pero todos los Estados árabes rechazaron el plan. En 1948, cuando las tropas británicas se retiraron de Palestina, los judíos declararon la independencia del Estado de Israel. Los países árabes atacaron al recién creado Estado sin éxito, y la mayoría de los habitantes árabes palestinos huyeron a Jordania y otros países vecinos. Cuatro décadas más tarde, y después de numerosas guerras, el problema palestino se mantiene aún sin resolver. Las relaciones arabe-israelíes continúan siendo hostiles, aunque Egipto firmó un acuerdo de paz por separado con Israel en 1979 (Tratado de Camp David) ante la oposición de los restantes Estados árabes. Los conflictos a partir de la década de 1980 estuvieron muy determinados por la proclamación de la República islámica en Irán (1979), que, dirigida por Ruhollah Jomeini, impuso un régimen integrista islámico desde postulados chiitas. La intervención de Israel y Siria en el Líbano, ya arruinado por las luchas entre facciones políticas y religiosas, una guerra brutal entre Irán e Irak (1980-1988) y la guerra del Golfo Pérsico, en la que una fuerza multinacional expulsó a las tropas iraquíes que habían ocupado Kuwait en 1990, son los acontecimientos más destacados. Un aspecto muy importante de este periodo fue el resurgir de los grupos islamistas, principalmente en Irán, pero también en Líbano, Palestina y Egipto y, en el sentido más amplio por el que se conoce Oriente Próximo, en Argelia y en Túnez; estos grupos culpan a los dirigentes de los diferentes Estados de la región de una colaboración con Occidente que ha llevado a la mayoría de la población a una difícil situación social y económica, y contra los cuales se han desarrollado actuaciones terroristas, que en el caso argelino ha desembocado en una guerra civil encubierta. Las naciones industrializadas continuaron dependiendo en gran parte del petróleo de Oriente Próximo, lo que dio a la región un papel primordial en la economía mundial, frecuentemente socavado por los desacuerdos entre los países productores de petróleo en cuanto a la política de precios y el nivel de producción (véase Organización de los Países Exportadores de Petróleo). Durante las cuatro décadas siguientes a 1945, los Estados Unidos y la Unión Soviética compitieron por la influencia en la región, que se convirtió en un escenario destacado de la Guerra fría; en general, Estados Unidos apoyó a Israel y la Unión Soviética respaldó a ciertos países árabes. Sin embargo, en octubre de 1991, las dos superpotencias apoyaron la celebración de la Conferencia de Paz de Madrid, que estableció los primeros pasos para el acuerdo entre israelíes y palestinos. En septiembre de 1993, el primer ministro israelí Isaac Rabin y el dirigente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasir Arafat aceptaron la firma de un acuerdo de paz histórico. Los viejos enemigos viajaron a los Estados Unidos para firmar el tratado que facilitó el camino hacia un autogobierno limitado palestino en los territorios de Cisjordania y la franja de Gaza ocupados por Israel a través de la denominada Autoridad Nacional Palestina (ANP). En mayo de 1994 los soldados israelíes completaron su retirada de la franja de Gaza y de Jericó, importante ciudad de Cisjordania; dos meses más tarde Arafat llegó a la franja de Gaza en su primera visita a los territorios autónomos. En julio de 1994 Rabin y el rey Hussein de Jordania firmaron un acuerdo de paz que estableció las bases de un tratado de paz formal. El acuerdo también establecía la cooperación económica entre los dos países. En 1995 se reanudaron las conversaciones de paz con Siria, tendentes a llegar a un acuerdo permanente sobre los Altos del Golán, que habían sido interrumpidas en febrero de 1994 tras la masacre de 29 palestinos en la mezquita de Hebrón, realizada por un extremista judío. El asesinato de Isaac Rabin a finales de 1995 por parte de un extremista judío, los indiscriminados atentados terroristas del grupo islamista palestino Hamas en el interior de Israel a lo largo de 1996 y la política del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu constituyen graves obstáculos en el proceso de paz puesto en marcha en 1991.


Yemen:
Yemen es el país árabe más pobre. Según cuenta Ptolomeo, fue fértil, húmedo y rico hace muchos siglos. Desde allí llegaba incienso, mirra, oro, marfil y seda. En el siglo VIII, el Reino de Saba, con capital en Marib, alcanzó un gran poder debido a su emplazamiento geográfico entre la India y el Mediterráneo, lo que le permitió hacerse con el monopolio del tráfico de especias. Actualmente, acaba de declararse un alto al fuego de la Guerra Civil que comenzó en 2014. Sin embargo, el conflicto armado ha retomado fuerza con un aumento considerable de víctimas entre los civiles en las últimas semanas. Según Naciones Unidas, han muerto alrededor de 1.400 personas desde que comenzó la guerra, la mayor parte, civiles. Otras fuentes hablan de 6.300 muertos y un 10% de desplazados de los 26 millones de habitantes. Y antes: ¿cuántas guerras civiles se han librado en el Yemen durante el siglo XX y cuántas muertes han provocado? La Guerra Civil del 2014 no ha surgido de pronto. No es consecuencia de la toma de la capital, Saná, por los huzíes, ni de las revoluciones árabes. Entender la situación actual del conflicto y lo que lo ha generado implica una enorme dificultad. Y del Yemen, desgraciadamente, se sabe muy poco; mejor, interesa muy poco. La no resolución y nefasta gestión de los conflictos armados y tribales, y las injerencias históricas de países como Egipto, Arabia Saudí y Gran Bretaña, sobre todo, han creado un mapa muy complicado. En 1990, se unificó la República Árabe de Yemen o Yemen del Norte con la República Popular de Yemen o Yemen del Sur. Yemen del Norte alcanzó la independencia en 1918 con la partición del Imperio otomano y fue objeto después del dominio de nacionalistas (defendidos por Arabia Saudí) y republicanos (defendidos por el Egipto de Naser). Yemen del Sur formó parte del protectorado británico hasta 1967 y se constituyó como el único Estado árabe comunista a partir de 1969. En los años 70, se agudizaron los enfrentamientos entre los dos estados, lo que generó dos guerras civiles en 1972 y 1979. La caída de la Unión Soviética aceleró la unión de los dos en 1990. Sin embargo, la convivencia no fue fácil y dio lugar a una nueva guerra civil en 1994 en la que el norte impuso su hegemonía. Con motivo de las revoluciones árabes, los yemeníes se rebelaron contra el régimen corrupto del presidente Ali Abdullah Saleh a través de manifestaciones pacíficas reprimidas violentamente por el gobierno. La transición democrática prometida no se consiguió y continuaron las protestas. En 2012, se destituyó a Saleh y asumió la presidencia Abd Rabbuh Mansur al-Hadi tras un referéndum. Yemen se fue debilitando aún más económica y socialmente. En este contexto, los rebeldes huzíes conquistaron la capital de Saná en medio de las protestas de la población contra el alza de la gasolina. En el 2015, disolvieron el Parlamento y Hadi se vio obligado a renunciar a su cargo, aunque más tarde logró huir a Adén y revocó su renuncia. Los separatistas del sur y las fuerzas leales a Hadi, con sede en Adén, se enfrentaron con los huzíes, leales a Saleh. Así empezó la última Guerra Civil. Los huzíes son chiíes de la minoría zaydí, rama del islam surgida en el siglo VIII. Forman un movimiento religioso, tienen una facción armada y constituyen un movimiento social. Su importancia en Yemen es grande pues, debido a dicha rama, son seguidos por un tercio de los habitantes. En el país ha imperado desde siempre una estructura tribal, sobre todo en el norte, donde se encuentran las dos tribus más importantes, zaydíes. Miles de personas siguen respetando la opinión de los jeques o jefes de las tribus, quienes pueden llegar a legitimar o no opciones de gobierno. Como fue el caso de Saleh (también zaydí), quien fue respaldado por los huzíes cuando fue elegido presidente de la República Árabe del Yemen en los años 70. La idea de un Estado central es reciente y ajena al cuerpo político y social del país. La politización de los huzíes se produjo como consecuencia de la invasión estadounidense de Irak en 2003. Su líder, Husein al Huthi, fomentó el sentimiento antinorteamericano y lanzó una revuelta armada contra el presidente Saleh, quien apoyaba a Washington. Saleh libró seis guerras contra los huzíes hasta el año 2010. Al objetivo inicial de defender los derechos de la minoría zaydí y la creciente predicación de los suníes, se sumaron venganzas tribales, e intereses económicos por el control del contrabando y el tráfico de personas con Arabia Saudí. Las revoluciones árabes abrieron el camino para trasladar las reclamaciones de los huzíes a la capital, que tomaron fácilmente debido al malestar de los habitantes contra la corrupción y la supresión de los subsidios a los carburantes. En marzo del 2015, tras la toma de los huzíes de las ciudades de Taiz y Moka y la huida de Hadi del país, una coalición internacional guiada por Arabia Saudí lanzó operaciones militares aéreas para restaurar el gobierno de Hadi. Los Estados Unidos prestaron su apoyo logístico para la campaña. De nuevo Arabia Saudí intervenía en los conflictos de Oriente apoyada por EEUU. Arabia Saudí se halla actualmente en un estado de gran vulnerabilidad. Debe resolver varios problemas internos y externos. Entre ellos, mantener sus fronteras y su unidad. Así intenta abolir diferencias regionales, como la de la región de Jizan-Asir-Najran, limítrofe con Yemen, que pasó a manos saudíes en 1900 y ahora intenta de nuevo formar parte del Yemen. A ello se suman, las medidas fiscales que se fijarán para contrarrestar el hundimiento del precio del petróleo en un contexto de pobreza y paro. Además, está la rivalidad con Irán, más cercana a un enfrentamiento geopolítico que a uno sectario y religioso entre suníes y chiíes. Ambos países compiten por la influencia regional en el Golfo Pérsico en concreto y Oriente Medio en general, y utilizan los conflictos de los estados Árabes, Yemen y Siria sobre todo, para potenciar su influencia en la región. Human Rights Watch ha estado en los lugares de los bombardeos desde que comenzó la campaña aérea de los saudíes y han encontrado restos de sistemas y bombas fabricadas en EEUU, ahora mismo, el suministrador central de armas de Arabia Saudí y de los otros países del Golfo. Probablemente, matar a un centenar de personas con una bomba porque están cerca de un grupo de combatientes debería ser considerado un crimen de guerra y ser investigado. ¿A quiénes benefician esta ofensiva? Aparentemente, Al Qaeda e ISIS. Otro Estado fallido del que se benefician grupos terroristas. Obama presentó hace unos meses el caso del Yemen como un ejemplo de lo que pretendía hacer en Oriente Medio para luchar contra el ISIS: colaborar con gobiernos sin necesidad de usar fuerzas norteamericanas de tierra. En resumen, no se asiste a un conflicto único. El malestar proviene del mosaico de luchas por los poderes regionales, locales e internacionales, consecuencia, tanto de acontecimientos recientes, como del pasado. Quizás porque ni Emiratos Árabes ni Arabia Saudí son responsables de construir el Yemen moderno, la tarea sigue perteneciendo a los yemeníes. (Patricia Almarcegui, 16/08/2016)

 
       

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