Documentos | Sociedad | Economía | Historia | Letras | Ciencia | Ser

 

 

     
 

Borges:
Dakar Dakar está en la encrucijada del sol, del desierto y del mar. El sol nos tapa el firmamento, el arenal acecha en los caminos, el mar es un encono. He visto un jefe en cuya manta era más ardiente lo azul que en el cielo incendiado. La mezquita cerca del biógrafo luce una claridad de plegaria. La resolana aleja las chozas, el sol como un ladrón escala los muros. África tiene en la eternidad su destino, donde hay hazañas, ídolos, reinos, arduos bosques y espadas. Yo he logrado un atardecer y una aldea.

Despertar Entra la luz y asciendo torpemente de los sueños al sueño compartido y las cosas recobran su debido y esperado lugar y en el presente converge abrumador y vasto el vago ayer: las seculares migraciones del pájaro y del hombre, las legiones que el hierro destrozó, Roma y Cartago. Vuelve también la cotidiana historia: mi voz, mi rostro, mi temor, mi suerte. ¡Ah, si aquel otro despertar, la muerte, me deparara un tiempo sin memoria de mi nombre y de todo lo que he sido! ¡Ah, si en esa mañana hubiera olvido!

Jactancia de quietud Escrituras de luz embisten la sombra, más prodigiosas que meteoros. La alta ciudad inconocible arrecia sobre el campo. Seguro de mi vida y de mi muerte, miro los ambiciosos y quisiera entenderlos. Su día es ávido como el lazo en el aire. Su noche es tregua de la ira en el hierro, pronto en acometer. Hablan de humanidad. Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria. Hablan de patria. Mi patria es un latido de guitarra, unos retratos y una vieja espada, la oración evidente del sauzal en los atardeceres. El tiempo está viviéndome. Más silencioso que mi sombra, cruzo el tropel de su levantada codicia. Ellos son imprescindibles, únicos, merecedores del mañana. Mi nombre es alguien y cualquiera. Paso con lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera llegar. La lluvia Bruscamente la tarde se ha aclarado porque ya cae la lluvia minuciosa. Cae o cayó. La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado. Quien la oye caer ha recobrado el tiempo en que la suerte venturosa le reveló una flor llamada rosa y el curioso color del colorado. Esta lluvia que ciega los cristales alegrará en perdidos arrabales las negras uvas de una parra en cierto patio que ya no existe. La mojada tarde me trae la voz, la voz deseada, de mi padre que vuelve y que no ha muerto. Las cosas El bastón, las monedas, el llavero, la dócil cerradura, las tardías notas que no leerán los pocos días que me quedan, los naipes y el tablero, un libro y en sus páginas la ajada violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada, el rojo espejo occidental en que arde una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas, láminas, umbrales, atlas, copas, clavos, nos sirven como tácitos esclavos, ciegas y extrañamente sigilosas! Durarán más allá de nuestro olvido; no sabrán nunca que nos hemos ido.

Los espejos: Yo que sentí el horror de los espejos no sólo ante el cristal impenetrable donde acaba y empieza, inhabitable, un imposible espacio de reflejos sino ante el agua especular que imita el otro azul en su profundo cielo que a veces raya el ilusorio vuelo del ave inversa o que un temblor agita Y ante la superficie silenciosa del ébano sutil cuya tersura repite como un sueño la blancura de un vago mármol o una vaga rosa, Hoy, al cabo de tantos y perplejos años de errar bajo la varia luna, me pregunto qué azar de la fortuna hizo que yo temiera los espejos. Espejos de metal, enmascarado espejo de caoba que en la bruma de su rojo crepúsculo disfuma ese rostro que mira y es mirado, Infinitos los veo, elementales ejecutores de un antiguo pacto, multiplicar el mundo como el acto generativo, insomnes y fatales. Prolonga este vano mundo incierto en su vertiginosa telaraña; a veces en la tarde los empaña el Hálito de un hombre que no ha muerto. Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro paredes de la alcoba hay un espejo, ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo que arma en el alba un sigiloso teatro. Todo acontece y nada se recuerda en esos gabinetes cristalinos donde, como fantásticos rabinos, leemos los libros de derecha a izquierda. Claudio, rey de una tarde, rey soñado, no sintió que era un sueño hasta aquel día en que un actor mimó su felonía con arte silencioso, en un tablado. Que haya sueños es raro, que haya espejos, que el usual y gastado repertorio de cada día incluya el ilusorio orbe profundo que urden los reflejos. Dios (he dado en pensar) pone un empeño en toda esa inasible arquitectura que edifica la luz con la tersura del cristal y la sombra con el sueño. Dios ha creado las noches que se arman de sueños y las formas del espejo para que el hombre sienta que es reflejo y vanidad. Por eso no alarman.

Milonga de dos hermanos:
Traiga cuentos la guitarra de cuando el fierro brillaba, cuentos de truco y de taba, de cuadreras y de copas, cuentos de la Costa Brava y el Camino de las Tropas. Venga una historia de ayer que apreciarán los más lerdos; el destino no hace acuerdos y nadie se lo reproche ya estoy viendo que esta noche vienen del Sur los recuerdos, velay, señores, la historia de los hermanos Iberra, hombres de amor y de guerra. Y en el peligro primeros, la flor de los cuchilleros y ahora los tapa la tierra. suelen al hombre perder la soberbia o la codicia; también el coraje envicia a quien le da noche y día el que era menor debía más muertes a la justicia. Cuando Juan Iberra vió que el menor lo aventajaba, la paciencia se le acaba y le armó no sé que lazo le dio muerte de un balazo, allá por la Costa Brava. Sin demora y sin apuro lo fue tendiendo en la vía para que el tren lo pisara. el tren lo dejó sin cara, que es lo que el mayor quería. Así de manera fiel conté la historia hasta el fin; es la historia de Caín que sigue matando a Abel.

Milonga de Manuel Flórez Manuel Flórez va a morir. Eso es moneda corriente; morir es una costumbre que sabe tener la gente. Y sin embargo me duele decirle adiós a la vida, esa cosa tan de siempre, tan dulce y tan conocida. Miro en el alba mis manos, miro en las manos las venas; on extrañeza las miro como si fueran ajenas. Vendrán los cuatro balazos y con los cuatro el olvido; lo dijo el sabio Merlín: morir es haber nacido. ¡Cuánta cosa en su camino estos ojos habrán visto! Quién sabe lo que verán después que me juzgue Cristo. Manuel Flórez va a morir. Eso es moneda corriente; morir es una costumbre que sabe tener la gente.

Ni siquiera soy polvo No quiero ser quien soy. La avara suerte me ha deparado el siglo diecisiete, el polvo y la rutina de Castilla, las cosas repetidas, la mañana que, prometiendo el hoy, nos da la víspera, la plática del cura y del barbero, la soledad que va dejando el tiempo y una vaga sobrina analfabeta. Soy hombre entrado en años. Una página casual me reveló no usadas voces que me buscaban, Amadís y Urganda. Vendí mis tierras y compré los libros que historian cabalmente las empresas: el Grial, que recogió la sangre humana que el Hijo derramó para salvarnos, el ídolo de oro de Mahoma, los hierros, las almenas, las banderas y las operaciones de la magia. Cristianos caballeros recorrían los reinos de la tierra, vindicando el honor ultrajado o imponiendo justicia con los filos de la espada. Quiera Dios que un enviado restituya a nuestro tiempo ese ejercicio noble. Mis sueños lo divisan. Lo he sentido a veces en mi triste carne célibe. No sé aún su nombre. Yo, Quijano, seré ese paladín. Seré mi sueño. En esta vieja casa hay una adarga antigua y una hoja de Toledo y una lanza y los libros verdaderos que a mi brazo prometen la victoria. ¿A mi brazo? Mi cara (que no he visto) no proyecta una cara en el espejo. Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño que entreteje en el sueño y la vigilia mi hermano y padre, el capitán Cervantes, que militó en los mares de Lepanto y supo unos latines y algo de árabe... Para que yo pueda soñar al otro cuya verde memoria será parte de los días del hombre, te suplico: mi Dios, mi soñador, sigue soñándome.

Poema de los dones Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche. De esta ciudad de libros hizo dueños a unos ojos sin luz, que sólo pueden leer en las bibliotecas de los sueños los insensatos párrafos que ceden las albas a su afán. En vano el día les prodiga sus libros infinitos, arduos como los arduos manuscritos que perecieron en Alejandría. De hambre y de sed (narra una historia griega) muere un rey entre fuentes y jardines; yo fatigo sin rumbo los confines de esa alta y honda biblioteca ciega. Enciclopedias, atlas, el Oriente y el Occidente, siglos, dinastías, símbolos, cosmos y cosmogonías brindan los muros, pero inútilmente. Lento en mi sombra, la penumbra hueca exploro con el báculo indeciso, yo, que me figuraba el Paraíso bajo la especie de una biblioteca. Algo, que ciertamente no se nombra con la palabra azar, rige estas cosas; otro ya recibió en otras borrosas tardes los muchos libros y la sombra. Al errar por las lentas galerías suelo sentir con vago horror sagrado que soy el otro, el muerto, que habrá dado los mismos pasos en los mismos días. ¿Cuál de los dos escribe este poema de un yo plural y de una sola sombra? ¿Qué importa la palabra que me nombra si es indiviso y uno el anatema? Groussac o Borges, miro este querido mundo que se deforma y que se apaga en una pálida ceniza vaga que se parece al sueño y al olvido

Soneto del vino ¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa conjunción de los astros, en qué secreto día que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa y singular idea de inventar la alegría? Con otoños de oro la inventaron. El vino fluye rojo a lo largo de las generaciones como el río del tiempo y en el arduo camino nos prodiga su música, su fuego y sus leones. En la noche del júbilo o en la jornada adversa exalta la alegría o mitiga el espanto y el ditirambo nuevo que este día le canto Otrora lo cantaron el árabe y el persa. Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia como si ésta ya fuera ceniza en la memoria. Spinoza Las traslúcidas manos del judío labran en la penumbra los cristales y la tarde que muere es miedo y frío. (Las tardes a las tardes son iguales.) Las manos y el espacio de jacinto que palidece en el confín del Ghetto casi no existen para el hombre quieto que está soñando un claro laberinto.

Un patio Con la tarde se cansaron los dos o tres colores del patio. Esta noche, la luna, el claro círculo, no domina su espacio. Patio, cielo encauzado. El patio es el declive por el cual se derrama el cielo en la casa. Serena, la eternidad espera en la encrucijada de estrellas. Grato es vivir en la amistad oscura de un zaguán, de una parra y de un aljibe.

Octavio Paz | Rubén Darío | Huidobro I | Huidobro II | Neruda | Nicanor Parra | Loynaz | Gabriela Mistral | Pizarnik | Ernesto Cardenal | Leonard Cohen | Poesia | Juan Ramón | Celaya | Kavafis | Keats | Shelley | Tagore | Yeats |

 

 

[ Inicio | POE | SOC | Economía | Historia | Letras | SER | DOCS | CLAS | FIL | Africa ]