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Miguel de Unamuno (1864-1936): Desengaño político y final:
Unamuno vivía entregado a analizar la realidad de su tiempo para luego transmitir conclusiones públicamente. Entendía la actividad del intelectual de finales del siglo XIX como una especie de sacerdocio laico. Durante los meses previos al estallido de la guerra civil a través de la prensa se transmite una animosidad política feroz y él mismo se ve sometido a una intensa propaganda negativa. Como creyente católico, al inicio de la contienda apoya al bando nacional, pero pronto queda horrorizado por lo que contempla y muestra su radical desacuerdo con el modo de proceder. En sus escritos privados recoge dudas en la causa nacional desde sus primeros momentos. Su intervención en el acto del paraninfo (1936) es calificada por muchos como la defensa más valerosa de la libertad académica en todo el siglo XX.

Su vínculo con la Universidad de Salamanca comienza en 1880 cuando se matricula como alumno en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central. Los últimos días de vida los pasó bajo arresto domiciliario. En el intento del régimen de que desapareciera cualquier referencia a su persona fue privado de hacer público cualquier escrito.


Venceréis pero no convenceréis (1936):
El riesgo de citar una frase es que quede fuera de su contexto. De acuerdo con el hispanista inglés Hugo Thomas, en su magna obra La guerra civil española, el contexto de la frase «Venceréis pero no convenceréis» fue más o menos así: 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Primero, el profesor Francisco Maldonado, tras las formalidades iniciales y un apasionado discurso de José María Pemán (1897-1981), se dirige a los presentes con un discurso que atacaba violentamente a Cataluña y al País Vasco, calificando a estas regiones como «cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, que es el sanador de España, sabrá cómo exterminarlas, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos». Alguien grita entonces, «¡Viva la muerte!». Millán-Astray (1879-1954) grita, a su vez, «¡España!»; «¡Una!», gritan los asistentes; «¡España!», vuelve a gritar Millán-Astray; «¡Grande!», grita el auditorio; «¡España!», grita el general; «¡Libre!», gritan los congregados. Después, un grupo de falangistas ataviados con la camisa azul de la Falange hacen el saludo fascista, brazo derecho en alto, al retrato de Francisco Franco (1892-1975) que colgaba en la pared. Miguel de Unamuno (1864-1936), que presidía la mesa, se levanta lentamente y habla: «Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso —por llamarlo de algún modo— del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo —dice Unamuno señalando al arzobispo de Salamanca—, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona. Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito ¡Viva la muerte!, y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor». En ese momento Millán-Astray grita: «¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!», aclamado por los falangistas. El escritor José María Pemán, en un intento de calmar los ánimos, aclara: «¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!». Miguel de Unamuno, sin amedrentarse, continúa: «Este es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho». Millán-Astray, controlándose, grita: «¡Coja el brazo de la señora!» y Unamuno, haciéndole caso, se coge del brazo de María del Carmen Polo y Martínez Valdés (1900-1988), esposa del Generalísimo, y abandona el recinto. Dos meses después, Unamuno había sido destituido de su cargo de rector, los amigos le evitaban, la muerte no quiso que siguiera solo. (Blázquez)

Destierro en Fuerteventura (1924):
► Crítico del régimen de Primo de Rivera se ordena su destierro en 1924. El día de su partida acude a la Universidad de Salamanca para dar su clase habitual, que termina con la consigna: «Para el día próximo, la lección siguiente». «Llega a Fuerteventura con dos trajes y tres libros: el Nuevo Testamento en su original griego, La Divina Comedia y los Cantos de Leopardi. Empieza escribiendo artículos incendiarios y acaba hablando del camello y de la pesca». Permanece en la isla cuatro meses. Recibe visitas que se hacen cargo de enviar cartas. Unamuno se fuga de Fuerteventura en la madrugada del 9 de julio, ya enterado de su amnistía. Se exilia voluntariamente a Francia; primero a París y, poco después, a Hendaya. En 1930, cuando cae Primo de Rivera, regresa a España.


Muerte de Unamuno: Coincidencias de un poema:
En una sesión secreta celebrada el 13 de octubre de 1936 el Ayuntamiento de Salamanca le arrebata el acta de concejal. El régimen recurrió muchas veces a dar órdenes ejecutivas de forma verbal para que se suprimiesen anotaciones de los registros oficiales. Falleció en la tarde del 31 de diciembre de 1936. Pasó aquella tarde de fin de año en su biblioteca, acompañado por un joven llamado Bartolomé Aragón, con quien discutió sobre la situación en España. Tras decir que era imposible que Dios hubiera abandonado así a España, esa fue su última sentencia y pensamiento, se desplomó sobre la mesa camilla. No debió ser muy notorio el desplome ya que en un primer momento su acompañante lo asoció a la desesperación y la tristeza y tal es así que se percató de que algo iba mal cuando comenzaron a quemarse las zapatillas de Unamuno en el brasero de la mesa camilla y el tufo se hizo patente. Entonces, salió de la habitación asegurando a voces que él no lo había matado. Así murió Unamuno en la tarde del último día de 1936. La tarde del último día de 1906, exactamente treinta años antes, Unamuno escribía un poema titulado Es de noche, en mi estudio... y entre cuyos versos están los siguientes:


Es de noche, en mi estudio.
Profunda soledad; oigo el latido
de mi pecho agitado
es que se siente solo,
[…]
los libros callan;
de los poetas, pensadores, doctos,
los espíritus duermen;
y ello es como si en torno me rondase
cautelosa la muerte.
Me vuelvo a ratos para ver si acecha,
escudriño lo oscuro,
trato de descubrir entre las sombras
su sombra vaga,
[…]
Y me digo: "Tal vez cuando muy pronto
vengan para anunciarme
que me espera la cena,
encuentren aquí un cuerpo
pálido y frío
la cosa que fuí yo, éste que espera ,
como esos libros silencioso y yerto,
parada ya la sangre,
yeldándose en las venas,
el pecho silencioso
bajo la dulce luz del blando aceite,
lámpara funeraria."
Tiemblo de terminar estos renglones
que no parezcan
extraño testamento,
más bien presentimiento misterioso
del allende sombrío,
dictados por el ansia
de vida eterna.
Los terminé y aún vivo.


Artículos en prensa:
La tradición literaria que arranca en el costumbrismo romántico: en la pasión, el sarcasmo y el sentimiento dolorido de Larra. Una tradición que continuaron los escritores de la Generación del 98, como han documentado detalladamente Pedro Gómez Aparicio y Félix Rebollo en distintas publicaciones. Unamuno, Baroja, Azorín o Valle-Inclán plasmaron en revistas y periódicos de su tiempo el devenir social y estético en el que vivieron. Sus artículos fueron, así, una contribución esencial a la historia política, moral y literaria de su época. De la recopilación de esos artículos surgieron libros imprescindibles para comprender la literatura de principios de siglo, desde España y los españoles o Del sentimiento trágico de la vida, de Unamuno, a Juan de Mairena, de Antonio Machado, Las confesiones de un pequeño filósofo, de Azorín, y hasta el esperpento Luces de bohemia, que Valle-Inclán publicó inicialmente en forma de folletín periodístico. Esa tradición literaria del periodismo como dinamizador de la conciencia crítica la potenció Ortega y Gasset antes de la guerra, a través de sus escritos en El Sol, en la revista España, en El Espectador, en Revista de Occidente. En las páginas de El Sol verían la luz por primera vez, en 1929, los artículos que componen La rebelión de las masas. De tal manera que el artículo vivió una de sus etapas más fructíferas en esas décadas anteriores a la guerra civil, en las que importantes revistas y periódicos fueron para los escritores del momento un lugar de debate, de polémica y de creación literaria. Esa tendencia sobrevivió después de la guerra a través del magisterio de autores como González Ruano o Eugenio d’Ors y experimentó en la década de los años setenta un nuevo resurgimiento, del que dan fe la abundancia heterogénea y la calidad de los autores que cultivan el artículo periodístico en la prensa española desde entonces hasta finales del siglo. (José Luis Martín Nogales, 1998)

Obstáculos políticos:
► El protagonista de su novela Niebla (1907) vive perdido en una especie de niebla mental y sostiene largos monólogos internos llenos de cuestionamientos existenciales. Una paralización semejante que afecta al país entero es objeto de la principal denunciada que repite la generación del 98, que señala como solución mucha más cultura. Una dura crítica sobre multitud de aspectos es común en Baroja, Azorín y Valle-Inclán. ► Llegada la democracia la ciudad de Bilbao tardó en homenajear al ensayista y filósofo. La colocación de un busto suyo, iniciativa de una sociedad liberal, se retrasó hasta 1984. La causa puede atribuirse a su marcado carácter español, a pesar de que lo combinó con una acusada condición vasca. Las reacciones contrarias hicieron que las autoridades del tardofranquismo no consiguieran poner en marcha la colocación de un simple busto. El vacío por parte de los nacionalistas al escritor bilbaíno más universal resultaba muy palpable. El fundador del PNV, Sabino Arana, dijo del escritor con motivo del discurso de los juegos florales de 1905, que el valor de Unamuno es casi nulo; cero. Cuando se preparaba un homenaje con un busto de Victorio Macho (1964) el prelado de la diócesis intervino para difundir una pastoral condenando la obra del pensador admirado en el mundo entero.

 

 

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