Emigración 2             

 


Calais Ceuta:
Quizá sonara en algún mp3 la vieja canción de Cohen: “Like a bird on the wire,/Like a drunk in a midnight choir/I have tried in my way to be free”. Como un pájaro en el alambre. Como un borracho en el coro de medianoche, yo he tratado de ser libre a lo largo de mi camino”. Como Sidi y como Youssouf, como Albert. Encaramados ayer a la valla de Ceuta. 60 personas al filo de la inexpugnable valla en la frontera de El Tarajal, durante horas. Estoy cerca, quizá nos estuvieran diciendo con su gesto, antes de que los guardias llegaran a devolverles en frio o en caliente, según la ley que hizo la trama, promulgada por el piadoso ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, el martillo de herejes, soberanistas y sin papeles, el opusino que ahora quiere ser embajador en el Vaticano y que blanqueó dicha vulneración de los derechos civiles. Os estamos contemplando, nos estarían gritando en silencio, con ese gesto que tenía mucho de desesperación y de impotencia: ya vemos como vuestra crisis no impide sueldos multimillonarios en el Banco Mundial o los cochazos que van y vienen a la cercana Inspección Técnica de Vehículos, pero vuestra crisis mantiene once millones de hombres, mujeres y niños en situación irregular en lo que queda de la Unión Europea, sin derechos, sin deberes, sin nada, sin nadie. Como nosotros. A pesar de todo ello, rugirán ahora mientras las autoridades marroquíes les deportan, queremos cruzar de Guatepeor a Guatemala, del fuego a las ascuas. 250 saltaron la valla de Melilla hace una semana y las redes ardieron cuando Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, les llamó emprendedores: en buena parte, quienes llegan hasta allí no son otros que los mejores cerebros y los mejores cuerpos de un continente que está sufriendo un éxodo brutal, sin que Europa valore todo lo que podrían aportar a un sistema de valores que se va a pique, desde la seguridad social a las ideas. Ayer intentaron cruzar más. Al menos, 263, calcula Helena Maleno, la periodista y activista de Caminando Fronteras, probablemente la española que más sepa de migraciones subsaharianas en la frontera del Estrecho. Ya ocurrió el 4 de junio en Benzú, la pequeña frontera cerrada, no demasiado lejos de Benyounes y de El Perejil, el islote donde se esconden los narcos y que protagonizó una absurda guerra fría entre España y Marruecos, hasta que los legionarios y los methanis se comieron el rebaño de cabras de una pobre viuda que terminó muriendo en la más absoluta de las miserias. Entonces lo intentaron 150, por el espigón, pero sólo nueve lograron llegar a Ceuta y entonar el “boza”, el mismo cántico de esperanza que repiten desde las cumbres metálicas a las que trepan. El muro de Melilla.- Tampoco es fácil cruzar el muro de Melilla, con su cuarta valla y un foso: a la oficina de solicitud de refugio que han instalado allí sólo pueden acceder los sirios, libios o eritreos y, en cualquier caso, untando bajo cuerda a la gendarmería. Hasta allí no pueden llegar los sudaneses, los nigerianos, los malienses, los congoleños, por más que vengan de estados fallidos, de territorios plagados por piratas, por boko harams raptores de niñas, por el isis que reparte bombonas mortales a distancia junto a la catedral de Notre Dame, por tiranos de serie, títeres de las antiguas o de las nuevas potencias coloniales, o por al qaedas del Magreb islámico. Ni siquiera los marroquíes que pretenden acceder a la maltrecha Europa pueden intentarlo: las dificultades son de tal calibre en la zona del Estrecho que, a pesar de las numerosas embarcaciones y toys que han vuelto a llegar en las últimas horas a Andalucía, muchos jóvenes del vecino país tienen que intentar el salto a través de la remota Turquía. Los árabes y bereberes que sufren el racismo europeo también han aprendido a ejercer de xenófobos. No ha servido de mucho la campaña de regularización de inmigrantes clandestinos que se llevó a cabo en Marruecos en 2014: apenas veinte mil para una población flotante muy superior que apenas pudo acceder a dicha alternativa. Ahora, en los auriculares, quizá suene “Another brick in the Wall”. Es difícil, Pink Floyd, abrir una brecha en los muros de Melilla y de Ceuta. Eso sí, disponen de una tupida concertina que no logra ahuyentar a quienes vienen siendo acuchillados por su propio destino desde que eran niños: se instalaron en tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero, pero su mismo gobierno las retiró al comprobar que no eran tan inofensivas como años después, cuando el PP volvió a instalarlas, proclamaba un portavoz de su empresa fabricante, European Security Fencing (ESF), quien llegó a asegurar que la misión de sus cuchillas no era la de cortar sino brindar un simple “efecto psicológico y visual de que hay unos filamentos que si accedes te puedes hacer daño”. Ante las vallas fronterizas o frente al muro húmedo del mar, Ceuta y Melilla se han convertido en “Centros de selección a cielo abierto a las puertas de Africa”. Ese es el título de un informe publicado en julio de este año por las organizaciones Migreurop, La Cimade, el Grupo Antirracista de Acompañamiento y Defensa de los Extranjeros y Migrantes (GADEM) y la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA). En sus páginas, puede leerse como tras la campaña de regularización, en febrero de 2015, las redadas se multiplicaron, no sólo en las inmediaciones del monte Gurugú en Melilla. Al sur del país, se establecieron dieciocho centros de retención en donde fueron hacinado los detenidos, entre ellos menores, mujeres embarazadas o peticionarios de asilo. El documento recoge datos especialmente atroces sobre dicho perímetro fronterizo, según testimonios reales de la Guardia Civil de Melilla: “Cuando la gran inmigración llegó, un poco antes de 2005, se instaló un obstáculo: una doble valla de tres metros con cuchillas, pero los migrantes las rompían cada día”. Después la altura se dobló a seis metros. En 2007 se procedió a retirar las cuchillas, ante la gravedad de las heridas que provocaban. Y se construyó la tercera valla. En 2013 se instalaron nuevamente las cuchillas, pero las personas inmigrantes continuaban la lucha por franquear el vallado”. Una simple muralla de metal no sirve: “Como son verdadero atletas, han logrado pasar las tres vallas en un minuto; se decidió entonces instalar una malla ‘antitrepa’, que no deja pasar los dedos”, aseguran los portavoces de la Benemérita. Frente a ello, los candidatos a cruzar “inventaron herramientas para escalar la barrera, como ganchos en las manos o zapatillas de deporte con tornillos incrustados en la suela”. Frente a ello, las autoridades españolas utilizaron “una placa micro-perforada que sólo deja pasar el aire y fue colocada en los lugares más vulnerables”. Los muros del continente.- El Imagine all the people de John Lennon ya no mola. Ceuta y Melilla las experiencias piloto por las que se han guiado otros países a la hora de construir vallas similares. Viktor Orban, el primer ministro de Hungría, es muy fan de estos procedimientos y ha incrementado las exportaciones de concertina, hasta allí, de la empresa malagueña Mora. Tras la construcción hace unos meses, de una tupida valla contra los refugiados en las fronteras de Serbia y de Croacia, ahora prepara una segunda también en el sur del país. Ajeno a la historia emigrante de su propia nación, a Orban no se le arruga el entrecejo al proclamar que existe «una correlación entre la migración y el terrorismo» cuando la mayoría de actos terroristas relacionados con el yihadismo en la Unión Europea, han sido cometidos por europeos fanatizados, que ya estaban aquí mucho antes de que empezara la formidable matanza que sufre Siria. Los muros de Orban no son sólo físicos sino ideológicos: el 2 de octubre ha convocado un referéndum contra los planes de la Unión Europea para reubicar cupos de refugiados en los países miembros y prepara la contratación de 3.000 cazadores de frontera, mientras la justicia de su país enjuicia por vandalismo a la reportera de televisión que pateó a los refugiados en unas imágenes que dieron la vuelta al mundo pero cuyo gesto puede considerarse incluso caritativo si se tiene en cuenta la política del gobierno. No está sólo Orban en el levantamiento de esos nuevos muros de la vergüenza: si el de Berlín fue construido en 1961 por la dictadura comunista para evitar que salieran del país sus disidentes, los que se erigen ahora en distintos puntos de Europa, están siendo levantados por la dictadura del capitalismo para que el tercer mundo no pueda salir de su miseria. Esta semana el gobierno británico, a través de su secretario de Estado de Inmigración, Robert Goodwill –un apellido que puede traducirse al español como “Buena voluntad”– ha anunciado la construcción de un muro en el norte del puerto francés de Calais, para frenar a los inmigrantes que busquen cruzar el canal de la Mancha. Hacinados en un vertedero al que llaman La Jungla y que el gobierno francés habilitó como centro de acogida en enero de 2015, ahora alberga a casi nueve mil personas, aunque las autoridades ya han prometido clausurarlo. Algunos llegan a saltar a la carretera y abordan a los automóviles para que les llevan hacia el otro lado: el nuevo muro, de un kilómetro de largo, ocho metros de altura y cemento resbaladizo, pretenderá impedirlo. Eso sí, será adornado con flores y motivos vegetales para que el impacto visual no desagrade a los automovilistas. Visto lo visto, el Gobierno de Theresa May no sólo sigue adelante con el Brexit de la Unión Europea sino con el Brexit de los derechos civiles. Hay muchos otros muros en Europea, que no suelen llamar tanto la atención informativa. Por ejemplo, el muro de trece kilómetros que separa Belfast de Irlanda y que, a pesar de los acuerdos de paz de 1998, sigue en pie desde 1969, como un ghetto católico frente a los protestantes. ¿Qué decir del muro entre Austria e Italia, entre Macedonia y Grecia, entre Bulgaria y Turquía? Un muro de doscientos kilómetros al que eufemísticamente llaman “línea verde” divide la zona griega de la turca en Chipre, atravesando la ciudad de Nicosia. De Gaza al Sáhara.- Al muro que separa Israel de la franja de Gaza, se sumará ahora una barrera subterránea destinada a bloquear los túneles realizados por los palestinos, para intentar burlar los check points de superficie, aunque suelen reservarse para acciones armadas y no para las idas y venidas habituales de trabajadores o empresarios, cuyos movimientos restringe cada vez más el gobierno de Tel Aviv: se trataría de la mayor cárcel al aire libre del mundo, según describe con acierto la propaganda palestina. En la actualidad, Gaza está cercada por la marina israelí y vigilada por globos estáticos y drones. Además, hay un muro en la frontera con Egipto y una alambrada en la parte colindante con los territorios ocupados en 1948. Ahora, se pretende llevar a cabo las obras del muro subterráneo, pero otro se extenderá también a lo largo de 96 kilómetros de la frontera sur, con un coste superior a 500 millones de euros. Mucha mayor extensión presentan los ocho muros defensivos que Marruecos estableció en el Sahara occidental, con una longitud superior a 2720 kilómetros: todo un parque temático de búnkeres, campos de minas y vallas, con la intención explícita de que los polisarios no regresen a su país, del que tuvieron que exiliarse hasta la hamada argelina en 1975. El muro de Trump.- Estados Unidos tampoco podía permanecer ajeno a la moda de los muros, como pretende Donald Trump, el candidato republicano a la Casa Blanca, que se encargó de hacer circular la especie de que iba a construir uno en la frontera sur y que, además, iba a pagarlo México. Nadie entiende aún por qué el presidente mexicano Enrique Peña Nieto llegó a recibirlo oficialmente, pero, como en la canción de Kiko Veneno y de Chico Ocaña, entre el excéntrico multimillonario y el voto latino ha empezado a crecer un muro de metacrilato que puede impedirle el sueño de Washington. O, mejor dicho, la pesadilla, para todo aquellos que no apreciamos la probable belleza de los muros ni que, como diría un cantable que popularizó Rosa León, con tantas rayas y puntos, en la nueva cartografía de la tierra, el mapa parece un telegrama: ¿qué nos estará intentando decir su clave en morse? Quizá, como el informe hecho público por Unicef hace unos días, que la mayor parte de los refugiados son niños y niñas. Alrededor de cincuenta millones viven actualmente lejos de su lugar de origen, desarraigados y a veces perdidos de su familias. Como Aylan Kurdi, el niño muerto hace justo un año en aguas del mediterráneo y cuyo cuerpo arrojó el mar hasta una playa turca. En aquel momento, aquella fotografía llegó a derribar un muro, el de la conciencia de Angela Merker, la canciller alemana. Su plan de acogida a los refugiados duró poco. Y a pesar de ello, su partido acaba de ser desbancado en la región de Mecklemburgo-Pomerania Occidental por un partido populista de extrema derecha denominado Alternativa para Alemania. Ese otro muro que empieza a levantarse en Europa cuenta con los ladrillos de los votos ciudadanos y con la estricta argamasa de la ignorancia y del miedo. (Juan José Téllez, 11/09/2016)


Bloqueo en Libia:
La Unión Europea ha hecho de la externalización de fronteras uno de los pilares fundamentales de su política migratoria. El acuerdo con Turquía firmado el 20 de marzo del año pasado – y que gracias a la querella de numerosas organizaciones será examinado por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea- ha servido para visibilizar esta práctica por la que la UE, a cambio de una cantidad de dinero, subcontrata a un Estado para que se haga cargo del control de los flujos migratorios, impida que las personas refugiadas y migrantes puedan tocar suelo europeo por todos los medios y a la vez funcione como agencia de deportación. Pero lo cierto es que esta forma de afrontar las migraciones no nace con Turquía. Marruecos es desde hace décadas el gendarme de la frontera Sur de la UE, como lo fue en su momento la Libia de Gadafi a través de acuerdos de colaboración con Italia y Bruselas. De hecho, el propio Gadafi no escondió en ningún momento el tipo de trato que tenía con Europa y en 2010 llegó a pedir cinco mil millones de euros para sellar el país y dejar de “exportar africanos”. El pasado fin de semana, el Consejo Europeo, formado por los jefes de Estado y Gobierno de la UE decidió que Libia vuelve a ser un punto estratégico clave para cerrar el Mediterráneo central e impedir que sigan llegando personas refugiadas o migrantes a las costas de Italia. Así, en lo que parece ser uno de sus proyectos estrella para 2017, la UE ha decidido invertir 120 millones de euros en entrenar, dar apoyo logístico y equipamiento a la Armada y la Guardia Costera libia. El objetivo final es que tengan el adiestramiento adecuado para interceptar a las personas migrantes en el mar y llevarlas de vuelta a Libia, donde serán encerrados en campos de detención y deportados. La UE, como con Turquía, ha decidido que lo que pase en Libia debe quedarse en Libia, que no es responsabilidad suya y que así la ciudadanía no verá cada día datos de nuevas muertes en el Mediterráneo. Este tipo de acuerdos en los que la UE se desentiende de sus responsabilidades son de una gravedad extrema. Pero más aún si hablamos de Libia, que desde la guerra del año 2011, en la que la OTAN jugó un papel clave en la desestabilización del país, se ha convertido en un estado fallido. En Libia hoy hay tres grupos que se autoproclaman como gobiernos legítimos y que controlan partes sustanciales del territorio, además de las tribus. tuaregs, tubu y árabes que dominan el sur desértico del país. La UE, por el momento, sólo reconoce a uno de estos grupos, el Gobierno de Acuerdo Nacional, como interlocutor válido. El resto del territorio se lo reparten, en menor medida, milicias de ámbito local sin vinculación a los diferentes gobiernos y grupos islamistas. Todo el oeste del país -la región histórica de Cirenaica- y las regiones montañosas cercanas a la frontera tunecina están controladas por el Gobierno de la Cámara de Representantes de Libia y el Ejército Nacional de Libia -también llamado Gobierno de Tobruk por la ciudad que han convertido en su capital-, aunque desde hace más de un año controlan también Bengasi, la segunda ciudad del país. Lo que queda del mapa -incluida la capital, Trípoli, que está dividida en dos-, pertenece al Gobierno de Salvación Nacional y el ya citado Gobierno de Acuerdo Nacional, liderado por Fayez al-Sarraj. Pero la realidad sobre el terreno es cambiante, pues los diferentes gobiernos carecen de estructuras de Estado, y la autoridad real son las milicias y bandas armadas, que además controlan una economía completamente monetaria y basada en el tráfico de personas y armas. Estas milicias tienen diferentes grados de afiliación con los gobiernos y entre sí, y las alianzas son débiles por la devastación generada por la guerra y porque que son las propias bandas las que obtienen el beneficio económico de la actual situación de caos. Desde 2011 no sólo han colapsado los servicios públicos y las infraestructuras, sino que hoy Libia carece de un sistema de Justicia. Sí siguen existiendo cárceles, también controladas por las milicias, en las que encierran a miembros de grupos contrarios, a personas acusadas de beber alcohol o consumir drogas, o a personas homosexuales. Obviamente, no hay constancia alguna de que haya una cadena de mando entre los gobiernos y estas cárceles, por lo que la ausencia de eses sistema judicial implica que no existe la menor garantía de respeto a los derechos humanos. Es en este contexto en el que el pasado 6 de febrero el Consejo decide subcontratar a la Guardia costera Libia para bloquear el Mediterráneo central. Esta ruta, una vez sellado el Egeo y la frontera entre Turquía y Siria gracias al acuerdo con Ankara, es lógicamente la más utilizada ahora por las personas migrantes y refugiadas para llegar a Europa. Ahora bien, si no existe el Estado, si hay tres gobiernos, si el país está dominado por toda una serie de milicias, ¿quién es la Guardia Costera libia y a quién obedece? Human Rights Watch ha documentado la existencia de siete cuerpos que se reivindican como Guardia Costera oficial, aunque es muy probable que en realidad haya más. Aquellas personas que hayan visto Austral, el documental de Jordi Évole, recordarán ese momento en el que varios jóvenes armados se acercan al barco de rescate identificándose como guardacostas para decirles que están en aguas libias. Pues bien, la Comisión y el Consejo, que ya se han involucrado en tareas de formación de guardacostas libios en el pasado, son incapaces de concretar con cuál de los siete cuerpos documentados trabaja. Las mismas instituciones comunitarias que han decidido poner 120 millones de euros, no son capaces de decir a quién se está dando apoyo técnico y material, cuál ha sido el criterio de selección y qué garantías de cumplimiento de los derechos humanos existen. Organizaciones de derechos humanos y activistas que trabajan sobre el terreno afirman que todos los cuerpos tienen el mismo trato con las barcas llenas de personas rumbo a Europa: en el mejor de los casos detenerlas y llevarlas a un centro de detención. En el peor de los casos, atacar y hundir las barcas. En realidad, Europa pretende pagar y no mirar y que no miremos, pero la situación es bien conocida por quienes llevan años trabajando con personas migrantes y refugiadas en Libia. Según los datos de la propia Human Rights Watch ahora mismo hay en Libia más de 750.000 personas migrantes y demandantes de asilo que según la ONG no tienen ningún tipo de derecho. Hay que recordar, además, que Libia nunca firmó la Convención de Naciones Unidas sobre refugiados de 1951 y que la entrada no autorizada en Libia es considerada un delito. El destino de la mayoría de las personas que cruzan son los campos de detención. Un informe de la ONU de diciembre del año pasado describió estos “campos” como lugares donde los abusos, la tortura, las palizas o la violencia sexual ocurren a diario. No hay una forma establecida de salir de ellos y la única opción hoy es el soborno a los guardas. Por otro lado, la UE obvia la existencia de centenares de centros de detención “informales” regidos por las propias mafias de tráfico de personas y por los poderes económicos que controlan las diferentes zonas. Son centros donde las personas son tratadas como mercancía con total impunidad y donde, de acuerdo a los testimonios de quienes han sobrevivido a ellos, la situación es incluso peor que en los centros reconocidos. La pasada semana, justo antes de que los líderes de la UE decidieran en La Valeta todo esto, el diario alemán Die Welt publicó un informe de la embajada alemana en Níger que documentaba ejecuciones torturas y otros abusos sistemáticos de los derechos humanos en estos campos. Finalmente, este contrato con Libia no se conforma sólo con controlar el Mediterráneo y llevar de vuelta para Libia a cualquiera que sea interceptado en el mar, sino que prevé también el refuerzo de la frontera Sur del país. Esa zona, está controlada por grupos tribales involucrados en el tráfico de personas, por lo que cabría preguntarse qué alianzas piensa establecer la UE y con qué actores locales va a contar para controlar esta vasta extensión de desierto. Una vez más, aquellos que están al frente del Consejo y de la Comisión -y que sin duda responden a los acuerdos políticos de la gran coalición que gobierna Europa-, vuelven a demostrar que para conseguir su objetivo de que cada vez lleguen menos personas a territorio europeo todo vale, y no les importa ser cómplices de torturas, esclavitud, y muerte. (Jon S. Rodríguez, Marina Albiol Guzmán, 10/02/2017)


Manifestaciones xenófobas:
La globalización del odio y el miedo a la inmigración: cambiar la miradaeuropea En tiempos como estos, contaminados por el discurso del odio, por la posverdad y por las noticias falsas (fake news), como decía Albert Camus: “la indiferencia puede llegar a ser criminal”. Otro filósofo francés, André Glucksmann, en su libro El discurso del odio, dejó escrito que la primera respuesta ante la retórica de la discriminación y menosprecio al diferente, tiene que ser su exposición al ridículo. Pero en Europa hace tiempo que hemos aprendido que sólo con eso no basta. Hemos aprendido, entre otras cosas, que nos hace falta transponer definitivamente la Decisión Marco 2008/913/JAI contra el discurso del odio y la discriminación en todos los Estados miembros de la UE, para asentar en todos ellos los límites penales de una amenaza muy seria contra la democracia, en la que Europa lo arriesga todo: la de propalación de prejuicios e infamias estigmatizantes que incitan a la violencia y al rechazo contra nuestra propia diversidad identitaria. Ahora, hace falta más. Hace falta averiguar cómo se propaga en las redes tanto discurso del odio, y saber cómo se financia; y cómo proteger a las víctimas del odio y de su exaltación en la red y en el mundo digital. ¿O no nos escarnece evocar al niño Adrián, fallecido víctima de un cáncer, victimizado en las redes por una espiral inhumana de odio por su vocación, trágicamente truncada, de llegar a ser torero? Y, por supuesto, hace falta además saber que nombrar las cosas por su nombre es el comienzo del rigor cívico y del coraje político necesarios para evitar, de nuevo, que la “banalización del mal”, de la que nos habló Hannah Arendt, sea la semilla del fascismo. Respecto a esta cuestión, tan crucial como dirimente de la crisis europea, no se ha debatido, empero, ni con detenimiento ni con la eficacia debida. La aparente profusión de discursos en la Eurocámara no puede quedar reducida a una declamación teatral de indignación en cascada. Cada debate y cada trámite legislativo debe ser, antes bien, un instrumento: la herramienta utilizada con provecho por el legislador europeo para construir respuestas oportunas y efectivas, con un impacto en la realidad. Primero viene la denuncia del problema acometido, después la exigencia de respuesta, más tarde la negociación acerca de los instrumentos racionalmente orientados a asegurar el objetivo: su aplicación transformadora sobre el objeto elegido. Nuevas tecnologías están llamando a la puerta de cada problema planteado, aunque se le quiera encerrar o encapsular en cartón-piedra y paredes de gotelé. Será difícil hacer frente a nuevos retos que sorprenden a quien tenga el pie cambiado; por contra, las consecuencias de una respuesta lenta o ineficaz nos imponen a menudo costes que acaban siendo históricamente inasumibles. Son unos costes que la UE ya no se puede permitir si lo que quiere es preservar su código de valores en tan prolongada crisis, algo que en los últimos años no ha parecido estar entre las prioridades de la Comisión y del Consejo. Pero lo cierto es que las soflamas contra el tráfico de seres humanos, la estigmatización de las minorías, el rechazo a otras culturas, o la relación entre inmigración y miedo, comienzan a ser tan usuales en los debates de la Eurocámara como las invocaciones ritualizadas a sentimientos de “¡vergüenza!” o “¿cómo hemos llegado a esto?”, tal y como las escuchamos en el último Pleno de Estrasburgo del 4 al 7 de abril. Pero cada día es más obsceno el contraste entre tantas jeremiadas encendidas en todas las lenguas de la UE y la patética ausencia o insuficiencia en la respuesta. Y cada día en que no se opone una respuesta al discurso y a la política del odio es un día de ventaja que ese odio nos lleva a los europeístas en un reloj cuya arena corre contra la idea misma de la democracia y de la libertad en Europa. Nuestra realidad, sin embargo, no es virtual ni digital. Nuestra realidad nos enseña que la esclavitud aún no ha sido erradicada de Europa. Nuestra realidad es que miles de personas vulnerables son vendidas o intercambiadas a fines de explotación; sus órganos, extirpados y vendidos; a menudo, mujeres vulnerables son objeto de trata para matrimonios forzados o adopciones ilegales. Y nuestra realidad nos enseña que todo esto tiene lugar en el marco, nada menos, de una Estrategia de la Unión Europea para combatir el tráfico de seres humanos. Se puso en marcha siendo yo presidente de la Comisión de Libertades Civiles, Justicia y Asuntos de Interior en 2011 y concluyó en 2016. Nuestra realidad muestra también que el desafío de las migraciones y de los refugiados no corresponde solo al Consejo de Ministros de Interior sino que tiene, también, una dimensión exterior. Los socialistas europeos exigimos que, en esa dimensión exterior, la dignidad y los derechos humanos sean respetados en los demandantes de asilo independientemente de su estatus legal. Y afirmamos, además, que no resulta aceptable que la “condicionalidad” se aplique mecánicamente para determinar que sólo se pueda ayudar a aquellos países que se comprometan a ejecutar programas de retorno, o readmisión, o de “control de fronteras”. Y pedimos que desaparezca de la legislación de los EE.MM toda criminalización de la ayuda humanitaria, permitida ahora por la llamada “Facilitation Directive”. Exigimos vías seguras, visados humanitarios, y corredores humanitarios, como una ventana abierta a la posibilidad de, al menos, una vía legal de entrada en la Unión Europea. Y que el Parlamento Europeo esté implicado en la definición y en la ejecución de la política, además de en su cálculo presupuestario. Pero, sobre todo, exigimos superar de una vez por todas la actual mirada negativa y prejuiciada de la UE a la inmigración. Rechazamos el “acuerdo” (trato) negociado con Turquía. Y exigimos un cambio de esa mirada negativa y un cumplimiento total de los compromisos adquiridos por parte del Consejo en materia de reasentamiento y de realojamiento, sustituyendo, por fin, el actual enfoque, reductivo y securitario, por un enfoque humanitario y una comprensión global de la migración y el asilo. (Juan Fernando López Aguilar ,14/05/2017)


Italia abandonada:
La semana pasada, más de 12 000 personas han sido rescatadas de su naufragio cuando se dirigían desde las costas africanas a las italianas. Se añaden a las varia decenas de miles rescatadas desde enero y que se estima que llegaran a 200.000 a final del año. Según la Organización Internacional para la Emigración, en lo que va de año 83.928 personas han llegado a Europa por mar, de ellas 71.978 han llegado a Italia después de pasar por Libia. Y al menos 2.018 han muerto ahogados en su intento Este verano promete pues ser otro verano difícil desde el punto de vista de los flujos migratorios que toman al asalto las fronteras de Europa. No por Grecia, porque la ruta del Este, por los Balcanes , por la que pasaron cientos de miles de refugiados en el 2015 y el 2016, está bloqueado por el acuerdo entre la UE y Turquía, que ha resistido a pesar de todos los problemas que plantea. La ruta del Oeste , entre Marruecos y España también está relativamente cerrada. Pero por el Mediterráneo central, por donde discurren las rutas que van desde Libia a Italia, el tráfico esta aumentando y presagiando un verano terrible. Italia está sola en primera línea, como en 2014, 2015 lo estuvo Grecia. Pero ahora ya no son básicamente buscadores de asilo los que huyen de la guerra de Siria. La proporción de los emigrantes “económicos”, procedentes particularmente del África subsahariana, es mucho mayor que la de refugiados procedentes de zonas en guerra. En el 2016, los sirios eran los más numerosos entre los que intentaban cruzar Mediterráneo, hoy son los nigerianos los que tratan de llegar a Italia desde Libia. Y Libia no es Turquía, allí no hay ningún Erdogan con quien llegar a un acuerdo para pararlos. Y me temo que de nuevo Europa demostrara su desunión y su impotencia, dejando sola a Italia para que se las apañe como pueda. Con razón se dice que desde el gesto generoso de Merkel abriendo sus fronteras, Europa se ha replegado en una política del avestruz. De no querer ver el problema, de retirarlo incluso del orden del día de reuniones como la del G-7 en Taormina en mayo pasado, o de no tomar ninguna medida concreta como en el pasado Consejo Europeo del 22 y 23 de junio. Ahora Merkel anuncia una gran operación de apoyo al desarrollo de África, que debería ser el gran tema del G 20 de Hamburgo. Pero, esa imprescindible política es a largo plazo, y ¿mientras tanto que hacemos?. Pues de momento nada. Italia ha pedido a sus socios europeos que acojan en sus puertos de algunos de los barcos rescatados, es decir que se hagan cargo de los emigrantes que trasportaban. Pero en la reunión de Tallin de esta semana , solo consiguió buenas palabras y el consejo de no seguir planteando una cuestión tan embarazosa. Francia y España se han negado rotundamente a abrir sus puertos. Y lo que es peor, Austria ha amenazado con enviar tropas a la frontera italiana para detener a los emigrantes si se produjera una avalancha como las de los pasados veranos en los Balcanes. No es extraño que mi amigo Enrico Letta, ex primer ministro italiano y presidente del Instituto Europeo de Jacques Delors, haya usado su tweet para preguntase dolorosamente “¿Es posible que Francia, España y Austria no se dan cuenta el daño irreparable causado por sus acciones?” Y en efecto, la situación que se está creando puede cambiar la percepción que los italianos tienen de la UE y abrir el camino hacia un “Italibrexit”. Italia alberga casi 200.000 demandantes de asilo, el doble que Francia. Me cuentan que en Calabria la gente empieza a revolverse contra, no ya de los emigrantes, sino de las ONG que los salvan y los cuidan en los centros de acogida. Quizás cosas así hayan influido en que Italia sea ahora uno de los países más euroescéptico y en que el 45% de los italianos crea que el futuro de su país sería mejor fuera de la UE. Una proporción enorme y en rápido crecimiento. Europa debería mirar de frente a ese problema y no dejar solos a los que están en primera línea, que ayer fueron los griegos, hoy los italianos y mañana podemos ser nosotros. Porque no es algo coyuntural, provocado por una guerra, es el reflejo de una tendencia de fondo que tiene profundas raíces económicas y demográficas. Según las previsiones de ONU, en el 2050 Nigeria será el tercer país más poblado del mundo, superando a Estados Unidos. Solo una Europa unida puede hacer frente a problemas de este tipo y buscar una forma de canalizar políticas masivas de desarrollo que detengan en origen el flujo de emigrantes. Y mientras tanto, a organizar la forma de hacer frente solidariamente a los flujos migratorios. Claro que para esto, sus Estados miembros deberían sentirse solidarios y actuar en consecuencia. Estos días hemos demostrado, dejando Italia sola frente al problema, que no es así. Veremos que nos depara un verano que puede ser cruel en el Mediterráneo. Y mientras tanto en una Hamburgo sitiada por centenares de miles de manifestantes, con escenas que nos recuerdan las manifestaciones violentas de Seattle contra la globalización, empieza el G-20, la reunión de los 20 países más ricos de la Tierra, que promete ser la más difícil desde que se iniciaron en el 2008, con grandes desacuerdos en materia de comercio y de cambio climático. La anfitriona Merkel está en plena campaña electoral. Y por eso demostrara frente a Trump una especial firmeza. De entrada en su programa electoral le califica del “principal socio” que tiene Alemania. Pero los analistas no han dejado de observar que en el programa de las elecciones del 2013 se hablaba de esa relación en términos mucho mas elogiosos, calificando a los EE.UU “el amigo y el principal socio de Alemania fuera de Europa”. La palabra amigo ha desaparecido, y puede que no sea por causalidad. En sus entrevistas previas a la cumbre Merkel se ha expresado de forma muy critica con Trump. El presidente americano lo tiene bien merecido, que antes de llegar a Hamburgo ya había pasado por Polonia para malmeterla contra la UE, y que se acude a la reunión después de haber roto el acuerdo climático de Paris. Merkel, líder de un país que ha encontrado un ventajoso puesto en la globalización, partidario de las aperturas comerciales y que se ha empeñado en una ambiciosa política de desarrollo de las energías renovables, tiene una visión completamente distinta de la de Trump de lo que significan la globalización y los grandes desafíos globales a los que se enfrenta la Humanidad. Para ella la globalización es , o debe y puede ser, un proceso win-win, en el que todos ganan, mientras que Trump lo concibe como uno en el que algunos países ganan, entre ellos China y Alemania, y otros pierden , EE.UU fundamentalmente, de forma estructural e inevitable A pesar de este desacuerdo básico, como anfitriona que es, Merkel se empeñara en que la reunión permita alcanzar alguna clase de acuerdo. Pero no nos engañemos, Trump no será la única voz discordante, es seguro que Arabia Saudita y Turquía, dos países muy dependientes de sus recursos fósiles, aprovecharán la posición americana para reabrir las discusiones de la Cop21 de Paris. Las discusiones sobre temas comerciales también prometen ser duras. Y aquí Europa querrá reiterar la voluntad de luchar contra el proteccionismo y para ello la UE ha concluido oportunamente, antes de que se abriera el G-20, el acuerdo de libre comercio con Japón. Y este es mucho más importante, por la dimensión de los firmantes, que el Ceta con Canadá que últimamente ha tenido gran notoriedad. La UE tiene sin duda un gran papel en la regulación de la globalización , como lo ha tenido y lo tiene en la lucha contra el cambio climático. No puede dejar que China le arrebate el liderazgo en ninguno de esos grandes problemas. Pero también debe atender a las preocupaciones que manifiestan sus opiniones públicas sobre las consecuencias de una apertura mal regulada y en la que muy posiblemente no hemos exigido a los demás las contrapartidas necesarias para evitar los dumpings sociales y fiscales. (Josep Borrell, 08/07/2017)


Valencia: Ellis Island:
El Mediterráneo es el mar de los errabundos. Cuenta Durell que los griegos salían de la taberna y se sentaban en semicírculo, como en una función de teatro, para escuchar lo que decían los forasteros que llegaban a las islas. Esa estampa se repitió ayer en el puerto de Valencia y también la de Vito Corleone niño en el Ellis Island de Nueva York. Han ido llegando en el Dattilo, en el Orione y en el Aquarius al puerto de Valencia hasta 629 hombres, mujeres y niños visitantes, náufragos, refugiados, errantes y clandestinos de 26 países, con quemaduras, cicatrices de tortura, violados, pisoteados, con ojos desesperados al ser rechazados por una Italia tomada por los xenófobos. Al acercarse a la costa, sonrieron, después de una travesía de 11 días porque el mar les ha acercado al mapa de España, que proyecta una gran sombra para los quemados por la brisa. En las últimas horas han alcanzado la costa de Andalucía en el mar de Alborán un millar de huidos; cada día mueren tantas personas en el Mediterráneo como en un campo de exterminio, entre la indiferencia de ese balneario con ansia de fronteras electrificadas. La llegada de emigrantes ha sentado políticos racistas en los parlamentos. Digo emigrantes usando el vocablo de Juanito Valderrama en las coplas de nuestra juventud, en la España del éxodo, el exilio y el viento. También podría decirse xenos como los griegos. El mundo entero está a punto de reventar por la estampida de los esclavos del siglo XXI. Pedro Sánchez ha gritado desde el patio trasero de Europa ofreciendo un puerto a los que iban a morir; además ha ordenado que se retiren las concertinas de las vallas de Ceuta y Melilla. Este abrazo de solidaridad estallará con un efecto llamada, pero seguro que despertará la Europa sin sueños, donde Matteo Salvini, ministro del Interior cerró los puertos de Italia. El otro día Salvini iba en el bus del aeropuerto de Roma y los pasajeros, como los de la Resistencia, cantaron Bella Cia contra la Liga que proclamó la república independiente de Padania al grito de "Roma nos roba". Los franceses han calificado sus actos y palabras de repugnantes. Alessandra Mussolini, eurodiputada, nieta del dictador, ha dicho que se laven la boca antes de hablar de Italia. Pero un sombrío nacional-populismo ha propuesto un Eje para defenderse de los desesperados como aquel que destruyó Europa. Los italianos demócratas, pueblo de emigrantes, también recuerdan los muelles de Brooklyn en la obra Panorama desde el puente de Arthur Miller con los huidos del hambre de Sicilia, luchando contra las leyes anti-emigración a la sombra de la Estatua de la Libertad que saluda a los pobres y a los perseguidos. (Raúl del Pozo,18/06/2018)


Europa: Retos:
El próximo Consejo Europeo será decisivo para el futuro de la Unión. Si los Estados miembros no encuentran, juntos, el modo de encauzar y regular los flujos de migrantes y solicitantes de asilo, el proyecto mismo de la Unión Europea corre el riesgo de sufrir un golpe fatal. La Unión y sus Estados miembros han descubierto este fenómeno con un retraso culpable y se han limitado a soportarlo, buscando limitar los daños y frenarlo en nuestras fronteras. Para 2050 la población africana se duplicará, superando los 2.500 millones. Si no intervenimos de inmediato, los centenares de miles de migrantes actuales se convertirán en millones, con consecuencias devastadoras para Europa. En el origen de estos flujos está la inestabilidad y la inseguridad en amplias zonas de África y de Oriente Próximo, además del terrorismo, la pobreza, la carestía y los cambios climáticos. Solo entre 2014 y 2017 al menos 13.000 personas han perdido la vida en el Mediterráneo, sin contar las decenas de miles de muertos en el desierto del Sáhara. La próxima cumbre es la última oportunidad para no defraudar a quinientos millones de europeos Nuestros ciudadanos ya no están dispuestos a aceptar una Europa indefensa, incapaz de dar respuestas estructurales a esta tragedia. Quieren una Unión solidaria con los que huyen de persecuciones y guerras, pero firme con los que no tienen derecho a entrar o permanecer en Europa. La próxima cumbre de la Unión es la última oportunidad para no defraudar las expectativas de quinientos millones de europeos. Hace falta valor y una auténtica estrategia a corto, medio y largo plazo, basada en dos pilares. Por un lado, detener de inmediato las salidas desde los países de tránsito y las costas africanas, haciendo llegar a Europa de forma segura solo a aquellos que de verdad tengan derecho a asilo. Por otro, repartir a los solicitantes de asilo entre los países europeos mediante un mecanismo automático y obligatorio. De momento es necesario detener las salidas e impedir que los traficantes pongan en riesgo la vida de decenas de miles de personas. No se puede dejar a quien realmente necesita asilo en manos de personas sin escrúpulos. Bloquear las salidas también quiere decir eliminar los beneficios de estos mercaderes de hombres, mujeres y niños. Siguiendo el ejemplo del acuerdo con Turquía, que ha permitido cerrar la ruta balcánica, la Unión debe invertir por lo menos 6.000 millones para cerrar las rutas mediterráneas. De las 650.000 peticiones de asilo en 2017, 416.000 se registraron Alemania, Italia y Francia Igual que para la cooperación UE-Níger, tenemos que trabajar más con los países de tránsito, como Mauritania, Mali, Chad, Túnez, Marruecos, Argelia y la propia Libia. Antes de 2016 pasaban desde Níger 150.000 migrantes al año. En 2018 se han reducido a 5.000. Ha sido posible evacuar de Libia 1.500 solicitantes de asilo, acogidos temporalmente en Níger. A mediados de julio me desplazaré a Niamey y a Agadez para reforzar nuestra cooperación con Níger y también dirigir una misión de diplomacia económica con empresarios europeos. De las 650.000 peticiones de asilo presentadas en la Unión en 2017, 416.000 se registraron en solo tres países: Alemania, Italia y Francia. Esta injusticia manifiesta está ligada al Reglamento de Dublín, fuente continua de enfrentamientos y tensiones entre nuestros Estados miembros. Debemos cambiarlo. Es necesario un sistema de asilo europeo más justo y eficaz. En noviembre de 2017 el Parlamento Europeo ya aprobó, por amplia mayoría, una propuesta para repartir equitativamente a los solicitantes de asilo. He escrito a los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión para pedirles que utilicen este texto como base para la reforma. Para convencer de aceptar esta redistribución a los Estados más reticentes, es indispensable garantizarles la capacidad de la Unión para controlar las fronteras exteriores y bloquear las salidas desde el norte de África. De este modo, solo llegaría a Europa quien tuviera derecho a la protección mediante proyectos de reubicación gestionados por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Se transferiría a estas personas de forma segura y se las distribuiría equitativamente en los Estados de acogida de la Unión, como ya ocurre a partir de los campos de Turquía, Jordania o el Líbano. Se necesita un Plan Marshall para África con 40.000 millones en la próxima década Sin una estrategia europea creíble basada en estos dos pilares, vencerá la lógica del sálvese quien pueda, con una renacionalización de las políticas migratorias, el cierre de las fronteras nacionales y el fin de Schengen. Al mismo tiempo, la Unión debe coordinar los esfuerzos para la estabilización de Libia, de forma que exista un Estado que se pueda tratar como interlocutor. Dentro de poco me desplazaré a Libia para hablar del papel que puede tener el Parlamento Europeo en este proceso y en la futura organización de elecciones democráticas. Estamos dispuestos a aportar recursos y conocimientos, también en el marco de una conferencia que reúna en el Parlamento a todas las partes interesadas. Una estrategia eficaz de verdad debe hacer frente a las raíces de estos auténticos éxodos. Pedimos que en el próximo presupuesto de la Unión existan fondos para un Plan Marshall para África. Son necesarios por los menos 40.000 millones para movilizar 500.000 millones de inversiones en la próxima década. El objetivo es ofrecer perspectivas y esperanzas a los jóvenes africanos en sus países. Estas inversiones, en el marco de una sólida diplomacia económica y de cuotas de inmigrantes legales, pueden facilitar acuerdos de readmisión con los países de origen. El sueño europeo puede desvanecerse ante la inmigración. No podemos, no debemos aceptar que esto suceda. Es necesario el valor, la determinación y la ambición de encontrar juntos nuevos caminos. El Parlamento Europeo está haciendo su parte, proponiendo una estrategia articulada y creíble. Mi llamamiento a los jefes de Estado y de Gobierno es que dejen de lado la lógica de los egoísmos nacionales y que actúen juntos para evitar el fin de la Unión. (Antonio Tajani, 23/06/2018)


Historia:
Europa tiene una inquietante forma de relacionarse con los inmigrantes que llegan a sus costas y a sus ciudades. A los que vienen impulsados por el hambre se les da directamente una patada para que regresen a casa y dejen de dar la lata. Tienen que haber sufrido persecuciones y torturas, violaciones y palizas, o haber salido zumbando de los horrores de una guerra, para que se los trate con un poco más de consideración (tampoco mucha). El hambre es demasiado corriente en esas gentes desesperadas, así que la fórmula de expulsarlos se ha generalizado sin producir ningún dolor de conciencia digno de consideración. El caso es que no hace mucho era el hambre el que expulsaba a los europeos de sus casas y los proyectaba hacia otras partes. Muchos se trasladaban simplemente del campo a la ciudad, pero otros se fueron mucho más lejos. Lo cuenta el historiador Hagen Schulze en uno de esos libros imprescindibles para enterarse de lo que pasó —y comprender también lo que puede estar pasando ahora—, Estado y nación en Europa. Cuenta ahí que “la población europea empezó a crecer bruscamente a partir de mediados del siglo XVIII”. Si en 1750 había en el continente unos 130 millones de personas aproximadamente, en vísperas de la I Guerra Mundial ya eran 468 millones. En muchas zonas la gente empezó a pasar hambre y se puso en movimiento. “Londres estaba invadido por campesinos irlandeses, París por los pauvres montagnards del Macizo Central y de los Alpes, en Madrid pululaban los montañeses de los Pirineos y Galicia, y Nápoles atraía al miserable proletariado rural de la Italia del sur”, escribe Schulze. Un 15% de la población europea abandonó el continente entre el comienzo del siglo XIX y el estallido de la Gran Guerra. Empezaron yéndose de Reino Unido, Irlanda y Alemania; a finales de la centuria se movieron sobre todo rusos, polacos, italianos y españoles. “45 millones, aproximadamente, se establecieron en América, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica.Otros seis millones marcharon de Europa a los desolados territorios rusoasiáticos, una migración que en muchos aspectos no fue menos significativa ni dramática que la colonización de Norteamérica”. La crisis migratoria va a ser uno de los temas de la cumbre europea que va a celebrarse en unos días. El hambre que mueve hoy a millones de personas asomará como telón de fondo. Lo comentaba el presidente Pedro Sánchez en la entrevista que se publicó en este periódico: “Del año 2018 al 2050, en la UE seguiremos teniendo en torno a 700 millones de habitantes, pero África pasará a 2.400”. Ese es el bosque que hay que ver detrás de los más de 600 náufragos del Aquarius. Ante este panorama otro historiador, Gabriel Tortella, señalaba en Capitalismo y revolución el grave dilema al que se enfrenta, no ya Europa, sino la humanidad entera: “El aumento de la población acentúa el deterioro del medio y agrava las desigualdades económicas. Si tratamos de poner remedio a las desigualdades mejorando el nivel de vida de los pobres, el deterioro medioambiental se multiplica, con consecuencias aterradoras. Si no lo conseguimos y persisten las desigualdades, aparte del ultraje que eso significa para nuestra conciencia, tal persistencia puede con alta probabilidad agravar el enfrentamiento violento entre el Tercer Mundo y el Primero”. Esto es lo que hay y no se puede mirar a otra parte. (José Andrés Rojo, 27/06/2018)


Anistía Internacional sobre la retórica de Trump:
Desde hace meses que Donald Trump es el primer actor de la política internacional. Y como tal no podía escapar al informe 2016 de Amnistía Internacional divulgado ayer miércoles, que atribuye a la retórica "venenosa" del presidente de Estados Unidos que el mundo sea hoy un lugar más sombrío. En su reporte anual que incluye a 159 países, el grupo de derechos humanos dijo que los principios de la dignidad y la igualdad de las personas están amenazados por las nuevas tendencias políticas, acentuadas a partir de la llegada de Trump al poder, el 20 de enero. "La venenosa retórica de la campaña de Donald Trump ilustra la tendencia global hacia una forma más airada y divisiva de hacer política. En todo el mundo, líderes y políticos en busca de poder articularon discursos de miedo y desunión, culpando a los otros de los motivos de queja, reales o inventados, del electorado", sostiene Salil Shetty, secretario general de Amnistía Internacional, en el prólogo del informe. El mundo, sostuvo, se ha convertido en un "lugar más oscuro e inestable" con la aparición de discursos de odio contra refugiados en Europa y Estados Unidos. Agrega que las primeras medidas de Trump "sugieren una política exterior que menoscabará significativamente la cooperación multilateral y señalará el inicio de una nueva era en la que habrá mayor inestabilidad y desconfianza mutua". "En este contexto, se corre el riesgo de que los valores articulados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 no estén ya garantizados", afirma más adelante. El informe de Amnistía Internacional expresó especial inquietud respecto a Trump, quien fue elegido presidente "tras una campaña que causó consternación por su discurso discriminatorio, misógino y xenófobo", y que "ilustra la tendencia global más airada y divisiva de hacer política". "Las decisiones que está tomando, ya sea la construcción de un muro en la frontera con México o la aceleración de las expulsión de inmigrantes ilegales, van a tener repercusiones sobre millones de personas", alertó Geneviève Garrigos, responsable de la región Américas de Amnistía. Además de Trump, Amnistía arremetió contra el presidente filipino Rodrigo Duterte, el turco Recep Tayyip Erdogan y el primer ministro húngaro Viktor Orban, que "tienen una agenda tóxica que persigue, convierte en chivos expiatorios y deshumaniza a grupos enteros de personas". El secretario general de Amnistía, Salil Shetty, advirtió además contra el "riesgo de efecto dominó" cuando países poderosos, como Estados Unidos, "dan marcha atrás en sus compromisos con los derechos humanos". Frente a este escenario, Amnistía llamó a todos a movilizarse. "El año 2017 será de resistencia", dijo Shetty a la AFP. "Nuestras esperanzas reposan en el pueblo". En su informe, Amnistía alertó sobre la inquietante situación de los refugiados centroamericanos que huyen de la violencia "implacable" en sus países y que son "frecuentemente olvidados". En 2016, estas personas fueron víctimas de expulsiones desde México y Estados Unidos, a pesar de los abrumadores indicios de que muchos regresaban a situaciones de peligro mortal, señaló AI. Garrigos denunció, además, la detención de migrantes, incluso de menores no acompañados, en los meses pasados en la frontera sur de Estados Unidos, muchos de ellos sin acceso adecuado a atención médica ni a la asistencia de un abogado. "Nos preocupa que esta situación se agrave con la gran cantidad de migrantes cubanos que han ido a Ecuador para luego tratar de subir a Estados Unidos, o de haitianos que se encuentran bloqueados en la frontera mexicana, sin ningún recurso, en condiciones muy difíciles", agregó. Aunque con sede en Londres, Amnistía presentó excepcionalmente su informe 2016-2017 en Francia, para alertar sobre la situación en este país a dos meses de elecciones presidenciales. "Francia está en un punto de inflexión en cuanto a los derechos humanos", advirtió Shetty, pidiendo a los ciudadanos "que no caigan en la trampa de los discursos de odio, miedo y aislamiento". Presos políticos. Argentina y Venezuela, bajo gobiernos de signos opuesto, tienen dos presos políticos que ensombrecen sus récords en materia de derechos humanos, la líder indígena Milagro Sala y el dirigente Leopoldo López, señaló Mariela Belski, directora de Amnistía en Buenos Aires. La organización volvió a configurar este año a América Latina como la región más desigual y violenta del planeta, con Venezuela, México, Brasil, El Salvador y Nicaragua liderando nuevamente los índices más altos de homicidios. Eslogan del Post en defensa de la democracia. El diario The Washington Post reveló un nuevo eslogan en su página web: "Democracy Dies in Darkness" ("La democracia muere en la oscuridad"). El eslogan apareció por primera vez el viernes y próximamente será integrado a la versión del diario en papel. "Es algo que siempre decimos en la interna al hablar de nuestra misión", explicó a la AFP la portavoz del periódico, Kristine Coratti, respecto al rol que quiere jugar The Washington Post en la defensa de la democracia estadounidense. La expresión "Democracy Dies in Darkness" es usada habitualmente por Bob Woodward, editorialista del The Washington Post y leyenda del periodismo por sus revelaciones en el escándalo de Watergate durante la presidencia de Richard Nixon. Macri usa "chivos expiatorios" para justificar las políticas de seguridad. Amnistía Internacional (AI) acusó ayer al Gobierno argentino de utilizar a los indígenas, los refugiados y los inmigrantes como "chivos expiatorios" para justificar políticas de seguridad y "mano dura", como un decreto con el que buscan endurecer las leyes migratorias. Durante un encuentro con la prensa en Buenos Aires para desglosar el informe anual de la organización, la directora ejecutiva de AI Argentina, Mariela Belsk, denunció la retórica del "nosotros contra ellos" iniciada por Donald Trump con su llegada a la Presidencia estadounidense y que, a su juicio, la replica su par argentino, Mauricio Macri. "No es llamativo que a los dos días de las órdenes ejecutivas (sobre control fronterizo y vigilancia interna) del presidente Trump, Macri presente un decreto de necesidad y urgencia para modificar una ley migratoria que fue debatida durante 10 años y que es modelo a nivel internacional", apuntó. Belsk se refirió así al decreto firmado por el mandatario argentino a principios de febrero que endurece la ley migratoria del país con el fin de prohibir la entrada a personas con antecedentes penales y acelerar la expulsión de los extranjeros que cometan delitos en territorio argentino. Para ella, la decisión forma parte de un discurso que utiliza a los migrantes, a los refugiados y a los indígenas como los "chivos expiatorios" para "justificar una política de seguridad y mano dura" que el Gobierno quiere llevar adelante "en un contexto preelectoral", por los comicios legislativos de octubre. Asimismo, Belsk criticó que la gestión de Macri haya vuelto a poner en la agenda temas de derechos humanos que ya fueron "zanjados" por la Justicia, la sociedad y "la propia historia" argentina, en referencia a la polémica causada por algunos funcionarios alrededor de la cifra de desaparecidos durante la última dictadura (1976-1983), que los organismos sitúan en 30.000. (EFE, febrero 2017)


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