Protestas 2011             

 

Protestas callejeras 2011:
[2011, el año de las revoluciones:] En diciembre del 2006, la revista norteamericana Time colocó un espejo en su portada y designó a You persona del año. "¡Tú eres el protagonista!" –gracias a las nuevas redes sociales–, planteó Time. "El 2006 no es el año de grandes hombres sino de comunidades y de una colaboración a una escala jamás vista". Avancemos al 2011. En la portada del último número de la revista aparece un luchador callejero luciendo gorro antisistema y pañuelo. El título, The protestor. La persona del año de 2011 es el manifestante. A parte de demostrar lo rápido que una multinacional de la comunicación estadounidense como Time Warner (que ahora engloba a la CNN, AOL y a los blogueros de Huffington Post) capta y rentabiliza el zeitgeist revolucionario del nuevo siglo, esta transición del tú a rebelde es bastante significativa. No sólo por el indudable papel de las redes sociales en la ola de protestas que ha arrasado el planeta en el 2011: desde Facebook, clave en Egipto; a Twitter, en Nueva York o Blackberry en los disturbios británicos del pasado verano. Han ayudado a combatir el histórico dilema de la acción colectiva (el miedo a quedarte solo en la mani) convirtiendo al "ciudadano corriente en activista político con enorme poder de organización", según comenta David Kirkpatrick, autor de Facebook Effect.

Pero ocurre algo más profundo. Tras años en los que se había comentado hasta la saciedad el avance imparable de una globalización de mercado que aniquilaba el espacio político nacional, aparece, de repente, un efecto llamada global de protesta política. Se transmitió desde Túnez a Egipto a primeros de año. Tras incendiar diversos países árabes. saltó a Grecia y a España. Luego cruzó el Atlántico hasta Wisconsin, Nueva York, Oakland y decenas de otras ciudades convirtiéndose en "el movimiento contestatario más importante en EE.UU. desde los años sesenta", según el nuevo libro Occupying Wall Street (Or Books, 2011). De paso, se han movilizado cientos de miles de personas desde Israel a Chile y, más recientemente, China. Incluso, los disturbios británicos del verano –calificados entonces por algún medio como "orgías de consumismo violento"– deben entenderse como parte de la cadena global de protesta en el 2011, según un nuevo estudio de la London School of Economics (LSE). "Túnez fue el efecto sorpresa; el resto es efecto llamada", indica Muhamed Aidor, organizador marroquí de Comisiones Obreras en Madrid.

Y, salvando las enormes distancias, algo vinculaba a los manifestantes del 2011. "Las protestas no tienen ningún tema unificado pero expresan la preocupación de las clases obrera y media a escala mundial ante la concentración del poder en élites económicas, financieras y políticas", explica el influyente economista de la Universidad de Nueva York, Nouriel Roubini. Hay otro factor muy importante. Por primera vez en mucho tiempo en Túnez y Egipto se vio que las protestas podían cambiar el statu quo. "Cuando movilizas a la gente y ves el resultado como vimos en Tahrir, tienes una sensación impresionante de que puedes cambiar las cosas", reflexionaba Ahdaf Souief, la escritora egipcia en una entrevista mantenida en mayo. Aunque todos sabían que la transición a la democracia en Egipto sería un proceso complejo, la caída rápida de Mubarak impulsó el efecto dominó desde Tahrir a la Puerta del Sol y mas allá. "Cuando un millón de personas consiguen lo que quieren, cambian radicalmente tus expectativas sobre lo que es posible", apuntaba Soueif, días después del 15-M en Madrid. Esta idea de "poder cambiar las cosas" resonó esa misma semana por el campus de la Universidad Americana de El Cairo, donde los estudiantes siguieron muy de cerca los acontecimientos de España. "Por primera vez, Egipto es un buen ejemplo. Siempre habíamos sido un ejemplo malo", manifestó Sara Mohamed de 22 años. Pero, a partir de los indignados de la Puerta del Sol, la clave del efecto contagio no fue el impacto inmediato sobre el poder sino las formas innovadoras de una nueva cultura de protesta. Mientras, en Túnez y Tahrir, la táctica había sido aglutinar al movimiento en torno a una sola reivindicación –la caída del dictador–, los acampados de la Puerta de Sol y de Zuccotti Park (Manhattan) optaron por múltiples reivindicaciones. Convirtieron la protesta en sí en el objetivo. En las asambleas generales de Madrid y Nueva York, miles de veinteañeros aprobaron propuestas mediante el twinkling inventado en Seattle en 1988 –levantando los brazos y meneando los dedos– y en Zuccoti Park se utilizó el llamado micrófono del pueblo (cada frase de los discursos se repite para compensar la ausencia de un sistema de amplificación). Asimismo, el término indignado –adoptado por el combativo movimiento griego que ocupó durante dos meses la Plaza Sintagma– y el eslogan "Somos el 99%", acuñado por la revista satírica canadiense Adbusters, ya se consideran logros del marketing de la nueva política contestataria.

Los escépticos responden que tanto twinkling ha coincido en España con la llegada al poder de un gobierno conservador mientras que en Washington todo sigue igual. Pero, como destaca la revista neoyorquina The Nation, el discurso de Obama ha cambiado en los últimos meses. Ahora, el presidente habla de "la avaricia de unos pocos" y de impuestos sobre los ricos. "Debería haberlo adoptado hace años; hacía falta el movimiento Occupy para que lo hiciera", resume su editorial. (Andy Robinson, 30/12/2011)


Cuatro años:
Aquí estamos cuatro años después. Madre mía, cómo pasa el tiempo. Cuatro años después de aquel 15M que a muchos nos giró la cabeza que la teníamos despistada y a otros les confirmó lo que llevaban predicando en el desierto durante años, pero que dejó las urnas como estaban o peor porque el PP obtuvo la mayoría más aplastante de su historia que luego ha resultado ser la aplastante mayoría o un martillo pilón. Cuatro años ya, una legislatura completa, cuatro años con Mariano que han sido como Cinco horas con Mario, un señor que te las ha hecho pasar putas y se hace el muerto cuando le pides cuentas. Cuatro años que se han hecho eternos pero han pasado más rápidos que Aguirre a la fuga por el centro de Madrid. Rajoy tiene ese poder de parar el tiempo y contraerlo, además de hacerlo retroceder medio siglo por lo menos. Es lo que tiene que cada día haya un escándalo de corrupción, un derecho que desaparece, una mentira y gorda que tratan de colarnos, una familia a la que echan de su casa o un policía corriéndote a porrazos. Nos han tenido tan ocupados en estos cuatro años que no nos han dado ni tiempo de asimilar realmente todo lo que han hecho y, sobre todo, deshecho. Pura teoría del shock. Te noqueo a golpes y acabas por no sentirlos, por confundirlos unos con otros, con el rostro tan congestionado que lo mismo te da ocho que ochenta, lo mismo un Bárcenas que un Rato que un ERE que un desahucio que un suicidio que un bolazo que un Granados. Porque al final todo es lo mismo y hagas lo que hagas todo va a seguir igual porque todos son iguales. Y como todos son iguales, mejor lo malo conocido que Venezuela. Y así. Así están aún muchos votantes –demasiados- rendidos, hastiados, entregados a un destino fatal. O lo que es peor: encantados o cómodamente instalados en la coartada de que no puedes hacer nada, así que mejor dejarlo como está. Pero para eso sirvió el 15M, para acabar con el fatalismo, desviar el curso del río y la dirección de la sangre, cambiar los números de sitio, las palabras de significado y el paisaje de lugar. Y aquí estamos otra vez, ante un nuevo 15 de mayo y de nuevo ante unas urnas municipales y autonómicas. Mismo escenario pero la obra no tiene nada que ver. Recuerdo que entonces en las plazas nos preguntábamos: si no nos representan, ¿a quién votamos? Por aquellas andábamos como vaca sin papeleta y más preocupados de organizar la resistance. Y en esto la derecha, que estas dudas no las tiene, llenó las urnas de gaviotas y a volar que son dos días. Dos días que han sido cuatro años, que se dice pronto. Pero muy bien aprovechados, oiga. En estos 1400 días, que se dice pronto, no hemos parado. Nos han colado muchas pero otras muchas se las hemos devuelto. La PAH sigue evitando desahucios y dando amparo a familias, la Marea Blanca detuvo la privatización de la Sanidad, Gamonal impidió un negocio multimillonario del cacique local a costa del barrio, además los preferentistas empezaron a lograr indemnizaciones y ganar casos, el 15MPaRato sentó a los estafadores de la crisis en el banquillo, la marea violeta echó a Gallardón del cargo, la granate organiza en el exterior a los emigrados y decenas de organizaciones vecinales, de parados y bancos de alimentos se han movilizado para hacer las veces de un Estado que ni está ni se le espera. Y como dejó el hueco, lo hemos ido ocupando y haciéndoles retroceder. La agenda que marcó el 15M ahora es la agenda que marca el paso, como nos abrimos paso los nuevos medios sostenidos por ciudadanos. Ahora se habla de transparencia, cada día hay filtraciones, se sienten observados, tienen que dar explicaciones, hasta han pedido perdón y algunos han dimitido. Quién nos hubiera dicho entonces que veríamos caer a un rey y que su hija y su yerno harían el paseíllo hacia el juzgado. Es cierto que nos hemos tenido que tragar al monarca de repuesto y quieren meternos doblado el cambio sensato porque un sistema no se muere sin dejar herederos. También hemos visto a jueces ajusticiados porque un sistema siempre muere matando. Pero el bipartidismo y todo su tenderete se está viniendo al suelo y todo eso lo puso en marcha aquel 15 de mayo visionario que decía: “PSOE y PP la misma mierda es”. Esos pájaros se llevaron la democracia a su buitrera, así que tuvimos que poner en marcha otra, aparte, al margen, por nuestra cuenta. Y en eso estamos. Y muchos de los que están, estaban en el 15M y en breve puede que estén gobernando. Ahí no termina ni empieza nada porque lo que aprendimos hace cuatro años es, precisamente, que la democracia no se ejerce solo cada cuatro años. Hay ansiedad por llegar a las instituciones, pero el cambio no está ahí, el cambio está abajo y ya está en marcha. Lo que tiene que cambiar es la sociedad y la sociedad está cambiando. No importa si no llegamos al poder ahora porque esa no es la meta, la meta es el camino. No nos metan prisa. Vamos despacio porque vamos lejos. (Javier Gallego 15/05/2015)


Resistir a Trump:
Nuestro protagonista tiene apariencia de tipo del montón: 69 años, barba y sobrepeso. Pausado y casado, conservador y aficionado a la pesca, apenas se permite la pequeña extravagancia de llevar pajarita al trabajo en lugar de corbata. Nada fuera de lo corriente y, sin embargo, es un hombre admirable, alguien que ha hecho algo extraordinario. Se llama James Robart. Es el juez que ha paralizado la aplicación del veto migratorio de Trump. Puede que en un tiempo veamos su historia proyectada en el cine del barrio. Tiene todo lo necesario para un buen guion. Sería la clásica película de James Stewart hace unas décadas —’Caballero sin espada’— o de Tom Hanks en estos años —’El puente de los espías’—. El relato, tan americano, del ciudadano que hace lo que debe hacer. Es verdad que no es el único ejemplo, que ha habido muchas otras personas que han demostrado un emocionante compromiso activo con los valores democráticos. La diferencia está en que nuestro personaje, además de paralizar la barbarie, ha sido señalado por el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Un mensaje como ese, en una sociedad con más armas que habitantes y tan polarizada como lo está ahora Norteamérica, puede ser visto por cualquier desquiciado como una invitación a la violencia. Pone en riesgo la integridad física del juez. De eso quiero hablar en este artículo, del factor riesgo. Llevo varios días con la impresión de que ya va siendo hora de que hagamos algo más que echarnos las manos a la cabeza tras cada medida de Trump. Preguntándome si se está extendiendo una especie de confortable tremendismo de sofá, si nos estamos convirtiendo en rehenes de un maestro del espectáculo que hasta nos provoca una ligera decepción cuando miramos el móvil y vemos que no ha cometido otra salvajada más en los últimos 10 minutos. Lo que está pasando es grave, y decir lo que decimos —nuestros “hay que ver lo mal que está todo…”— no parece lo más útil para cambiar nada. Ya sé que desde Madrid es poco lo que puede hacerse, pero tiene que haber alguna forma de aportar algo, aunque resulte insignificante, aunque solo sea dejar por escrito aquí que me desagrada profundamente la tibieza del Gobierno español. Desconozco los cálculos que llevan a Moncloa a esta docilidad. Y al mismo tiempo no alcanzo a imaginar intereses más valiosos para España que la defensa de los derechos humanos, la paz y la estabilidad económica. El riesgo no está en actuar con un mínimo de entereza al frente de la Unión Europea y de la comunidad iberoamericana. Está en la actitud de indiferencia que mostramos como nación ante el hecho de que el Ku Klux Klan aplauda los nombramientos de Trump. Está en la posible voladura del acuerdo con Irán, que puede desencadenar un conflicto abismal. Está en que la Casa Blanca acaba de demoler los mecanismos de control levantados en Wall Street tras el estallido de la crisis. Hoy, la economía entera está más desprotegida que hace una semana. Lo arriesgado es apartar la voz y la mirada cuando el racismo, la violencia y la codicia empiezan a adquirir el grado de seria amenaza para las democracias occidentales. Por otro lado, del mismo modo que pregunto si estamos normalizando lo inaceptable al procesarlo como espectadores en lugar de como ciudadanos, me cuestiono también si estamos equivocándonos al intelectualizar demasiado lo que pasa. A mí no me estimula el juego de los parecidos entre Trump y Hitler. Tampoco estoy demasiado interesado en ponerle una etiqueta histórica a la actualidad. No sé si esto es neofascismo, populismo de derechas, autarquía electiva, o simplemente trumpismo. Todo lo que sé es que esto es real. Y lo que creo es que hay que hacer algo. Incorporarse. Cada uno desde su lugar, también aquí. A la velocidad que va esto, no parece insensato anticipar que veremos movilizaciones como las que se vivieron con el ‘no a la guerra’ de la década pasada. Veremos. De momento, lo que tenemos en nuestras manos es la obligación moral de poner en valor a quienes vencen la inercia de sus vidas de clase media y asumen riesgos para defender lo que es justo. Por ejemplo, los abogados que salen de la oficina y en lugar de descansar con la familia van a los aeropuertos para ofrecer respaldo gratuito a los inmigrantes. Esos profesionales saben que mañana podrían acabar en una lista negra, pero cumplen con su sentido íntimo del deber. La resistencia es eso, no una queja. Es comprometerse sin que nadie te obligue, te pague o te lo pida. Y demostrar con la tarea que casi no hace falta leer a Camus para entender la diferencia entre un rebelde y un revolucionario, porque casi sobra con ver esto. La sociedad norteamericana tiene muchos defectos, pero también una virtud: contiene un sentido enorme de la libertad. Es una nación que no ha conocido otra cosa. Por eso conviene no infravalorar la rebeldía. Aquello no es Rusia, que solo conoce el sometimiento. Es probable que el brote autoritario que concentra Trump conlleve el declive de los Estados Unidos. Hay indicadores de agotamiento, el país está terriblemente dividido. Ocurra lo que ocurra, quedarán cicatrices tan marcadas como las que dejó todo lo que vino con la guerra de Vietnam. Ahora bien, también cabe depositar la esperanza en un cálculo sencillo. Por este camino, el apoyo a Trump no puede crecer y el rechazo sí. Con el Partido Demócrata no se puede contar todavía, porque tendrá que hacer su duelo… Pero ya hay sociedad civil, y masa crítica, y prensa, y servidores públicos, y personas anónimas que al conectarse articulan el nacimiento de la resistencia americana. Para ellas y ellos, mi admiración. Gracias por ser el tipo de personas que de verdad son imprescindibles en nuestro mundo. Gracias. (Pablo Pombo, 07/02/2017)


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