El crash de la información             

 

Max Otte. Entrevista sobre El crash de la información:
[Degradación de los media:]
Hoy disponemos de decenas de cadenas de televisión; miles de portales de internet y decenas de miles de blogs, pero estamos peor informados que hace 30 años: más desinformados y por ello más manipulables. Hemos pasado de los medios de masas a la masa de medios. Pero masa no quiere decir calidad. Al contrario: se han multiplicado, pero también empobrecido los contenidos. La mayor parte de los textos e imágenes que nos sirven –gratis– en todo tipo de pantallas ni aportan nada ni son fiables. Constituyen una cacofonía insulsa de mensajes caóticos y banales. ¿No cree que hay de todo como antes? Antes las empresas informativas de referencia servían información-interpretación jerarquizada por periodistas serios, bien pagados y relativamente independientes. ¿Y ya no quedan periodistas de esos? Están amenazados por la separación de publicidad y contenidos. Sobre esa unión se fundó la prensa de calidad, pero hoy la gente ya no mira anuncios, sino que busca lo que quiere comprar directamente en internet y, por eso, la publicidad, que antes financiaba la información rigurosa, ya no se invierte en los grandes medios de referencia. Los diarios serios son más necesarios que nunca, pero han dejado de ser rentables. Habrá de todo... Esa degradación es la tónica dominante en EE.UU., donde me doctoré en Princeton, y en Alemania, cuyo Ministerio de Economía ayudé a reestructurar. Y en todo el mundo. ¿Qué futuro nos aguarda? Los periodistas están siendo sustituidos por una nueva ola de meros gestores de contenidos, aleccionados para limitarse a obtener más clics en las noticias. Ya no deben interpretar y jerarquizar contenidos por importancia o interés, sino sólo por su audiencia inmediata. De esa forma nos desinforman.

Concentración de poder y riqueza:
Espero que nos dé tiempo a jubilarnos. No es sólo un problema corporativo de los periodistas. El hundimiento de la información se inscribe en la regresión de la historia: el capitalismo total nos hace retroceder a un neofeudalismo, que concentra el poder y el dinero en pocas manos y condena al resto a la desinformación, la deseducación y, a la larga, la servidumbre y la pobreza. ¿Es una conspiración? No creo en conspiraciones. Es una lógica, la de la selva capitalista, que se impone poco a poco y empobrece primero el criterio, la educación y la información de las clases medias; después limitará sus rentas. Y eso que sucede con la información, ocurre también con la formación, los servicios públicos y la representación política. Y su correlato empresarial es la economía franquiciada.

Cada vez hay más franquicias, pero... La franquicia es deconstrucción de un proceso productivo. La central concentra todo el poder de decisión y condena al resto a ejecutar como robots tareas que no requieren formación. En McDonald's un puñado de directivos deciden en la central hasta el tamaño de los pepinillos que servirán en todo el planeta y a los miles de empleados de cada restaurante franquiciado no les queda margen para el aprendizaje o el progreso. Es un modelo. Es el modelo. Esos empleados no necesitan formarse sino desinformarse para no sentirse frustrados por una vida en la que no controlan nada y no aprenden nada al trabajar. Pero aún tenemos democracias. ¿No ha visto cómo se ha resuelto esta crisis que pronostiqué? Se nos ha culpabilizado a todos de los abusos de unos aprovechados y estamos pagando sus desmanes con recortes en sueldos y servicios públicos. Y fíjese dónde acaban los ex políticos a cambio del favor: a sueldo de las multinacionales.

Capitalismo total:
Se habló de nueva regulación bancaria. Han hecho lo contrario, se ha reforzado el capitalismo total. Se acata la lógica de la pretendida eficiencia cuantificable y se condena de antemano cualquier otra consideración intelectual, humanística o de justicia. Suena apocalíptico y marxistoide. Pues soy socialcristiano y moderado. Sólo constato el sentido de la historia: avanzamos en el capitalismo total hacia un nuevo feudalismo que liquida los derechos de las clases medias. Y la política se ha rendido a esa lógica. Cuando estaba en el Ministerio de Economía, un alto funcionario veterano me explicó cómo los presidentes de las multinacionales hacían cola para ver al ministro Erhard: ¡hoy son los ministros los que hacen cola para mendigar favores a banqueros y presidentes de empresa!

¿Y la desinformación de las clases medias forma parte de ese proceso? Es su consecuencia y a su vez lo acelera. Pronto verá cómo, una vez liquidados o reducidos a la banalidad más o menos rentable los medios privados de calidad, las empresas informativas públicas serán tachadas de ineficientes y obsoletas. Al menos tienen rentabilidad política. Algunos medios sobreviven al vender su independencia a un partidismo político cada vez más descarado a cambio de subvenciones y concesiones. A su vez esos políticos sirven a los nuevos señores feudales de la banca y la empresa, que no necesitan ganar elecciones para mandar. Llámeme ingenuo, pero creo que el buen contenido siempre halla su lector. Ambos están desapareciendo: el lector desinformado acaba por conformarse con los contenidos más superficiales.

Max Otte
No es ningún alarmista rojoide, sino un destacado militante democristiano dedicado a la inversión en bolsa. Tras doctorarse en Princeton y reorganizar el servicio de estudios del Ministerio de Economía alemán, Otte alcanzó notoriedad al publicar en el 2006 '¡Que viene la crisis!' y profetizar el tsunami de las 'subprime' que todavía pagamos. Ahora publica 'El crash de la información', donde explica la degradación de los media (hoy 'Gran Hermano' ocupa el canal que la semana pasada emitía un buen informativo) e, invitado por La Fundació Consell de la Informació de Catalunya, anticipa un futuro que nos exige rearmar nuestra democracia o resignarnos a acabar subempleados en una franquicia. (La Vanguardia, 13/01/2011)


Todos populistas:
Como en estos días de navidad anda uno perezoso y algo connivente, mi repaso a los periódicos se va a limitar a un solo papel, a una sola página y a un solo columnista: Salvador Sostres. Está que se sale. Vayamos por frases. La primera: “Populismo es aprovecharse del poder en vez de ejercer la autoridad. Populismo es dar la razón a la turba en lugar de explicársela. Populismo es decir no somos elitistas para empatar con la cochambre”. La palabra del año es sin duda populismo. Significa de todo. Permite aunar a Pablo Iglesias con Donald Trump y a Perico con sus palotes. Y concede a periodistas como Sostres llamar ‘turba’ y ‘cochambre’ a los lectores de un periódico y a los electores de un partido. Mucho ha dado que hablar la palabra populismo en esta España-2016 de periódicos sepia. Se le ha llamado populista a todo lo que no se gobierne o se piense o se escriba ‘como dios manda’. Pero el uso que hoy le da Salvador Sostres en ABC es el único certero: queridos lectores, es la manera de aplicarnos finamente adjetivos humillantes, hirientes y turbios. “Llamar fascista a quien no piensa como tú y tratar de silenciarle en lugar de rebatir sus argumentos con audacia. Podemos es populismo, pero también el PSOE de Pedro Sánchez y Ciudadanos, y entre los tres llegaron a sumar una absoluta mayoría populista que no dice nada bueno de España”. Entre la turba, la cochambre y Sostres se queda uno, ahora en navidad, con Sostres: “Estuvimos tan asomados al abismo que a algunos todavía no se nos ha pasado el susto”, escribe. “Me alegro de que Rajoy sea el presidente”, concluye. La primera medida que tomó el defenestrado David Jiménez al llegar a la direción de El Mundo fue echar a Sostres, el vate o –más bien– bate del cuñadismo, que es palabra que significa lo mismo que populismo: o sea, nada. Un comodín semántico que, como todos los comodines, hiere la inteligencia. Sostres ha dedicado muchas líneas a denigrar a Manuela Carmena adjetivándola de populista. Sobre todo con esto de los cortes de tráfico en Madrid. Entre el caos del tráfico y respirar, yo casi prefiero respirar, aunque no me hagáis caso, porque yo soy un pelín extravagante. Pertenezco a esa minoría de gente rara a la que le gusta respirar. A los populistas. El otro día, discutiendo con un amigo mío licencado en economía y ciencias políticas y votante del PSOE, salió a colación el nombre de Noam Chomsky. Mi amigo no sabía quién es Noam Chomsky. Zanjó la conversación diciendo que Noam Chomsky, escogido en The New York Times como el pensador más influyente del siglo XX, es un invento podemita. –¿Quién es ese choski? | Pues eso. | Un populista. El viernes, sorprendía El Mundo en su editorial perdonando a Carmena los cortes de tráfico. Creo recordar que la palabra populista no estaba en la primera frase. Pero el editorial se titulaba de esta forma: La limpieza del aire en las urbes no debe ser un tema ideológico. Lo ideológico, para los periódicos papeleros de nuestra ultraderecha, es lo que hacen los otros. O lo que ignoran. Dice el diario de la bola en su sostresismo blando: “Como escribe hoy el pensador Slavoj Žižek en nuestras páginas, «sabemos que la catástrofe ecológica es posible, incluso probable, aunque no creemos que realmente vaya a suceder». Podemos discutir si el término preciso es «catástrofe ecológica», pero está claro que es necesario tomar medidas en serio para reconducir ese deterioro del medio ambiente en el planeta, que es aceptado ya en todos los ámbitos. Hasta Francisco ha dedicado a ello la única encíclica de su pontificado”. O sea, que no le llaman a Žižek populista, pues le pagan, aunque le cuestionan si “el término preciso es catástrofe ecológica”. Y te cuelan al Papa, jefe de la organización mafiosa y perversora más potente del mundo. ¿Qué es populismo?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es populismo? ¿Y tú me lo preguntas? Populismo… eres tú. Que el año nuevo os traiga muchas catástrofes ecológicas imprecisas, como las del gran Žižek. (Aníbal Malvar, 01/01/2017


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