Alemania nazi             

 

Vida cotidiana Alemania nazi:
Enseñanza:
Como escribió el corresponsal estadounidense William L. Shirer tras asistir a un gran acto del Partido Nazi: “está devolviendo boato, color y misticismo a las vidas grises de los alemanes del siglo XX”. Las espectaculares concentraciones del partido con cientos de miles de participantes y su fastuosa decoración e iluminación con reflectores antiaéreos, sus desfiles de precisión milimétrica, sus ritos paganos y su monumentalidad, su reivindicación de la fuerza, camaradería, épica y acción, la oportunidad que ofrecía al individuo de disolverse en el grupo, la evocación de un pasado legendario junto a la promesa de un futuro radiante… todo ello atrajo a muchos alemanes, pero eran ingredientes que encajaban como un guante especialmente en la mentalidad y el carácter de los más jóvenes. Nada valoraba más el nazismo que la juventud, como herramienta y como ideal, opuesta a la que consideraban decrépita República de Weimar, con un anciano Hindenburg a su frente. De hecho la media de edad de todos los integrantes del partido al llegar al poder era de apenas 28 años. Así que la educación de los jóvenes era un asunto de importancia vital para Hitler: “El chico alemán del futuro debe ser delgado y flexible, rápido como un galgo, resistente como el cuero y duro como el acero Krupp. Debemos educar un nuevo tipo de ser humano, hombres y mujeres absolutamente disciplinados y saludables. Nos hemos comprometido a dar al pueblo alemán una educación que comienza en la infancia y nunca termina.” Por ello, poco más de tres meses después de la toma del poder, el nuevo Ministro de Interior Wilhelm Frick estableció el 9 de mayo de 1933 en el Diario General de los Profesores Alemanes que la enseñanza objetiva de la historia era una falacia del liberalismo. Los nuevos principios que la escuela debía enseñar eran: 1) La vida es una lucha constante donde la raza y la sangre son primordiales. 2) La importancia del coraje en la batalla y el sacrificio del individuo por un fin superior. 3) Admiración por el liderazgo del Führer. 4) Odio a los enemigos de Alemania. Las diferentes asociaciones de profesores fueron absorbidas por una ya existente, la Liga Nacionalsocialista de Maestros, de la que llegaron a ser miembros el 97% de todos los profesores. Ellos debían liderar el cambio a un nuevo sistema educativo. Solo un día después de este manifiesto del ministro, los estudiantes universitarios hicieron hogueras con libros de autores judíos, izquierdistas y en general de cualquier tipo que no encajase en la doctrina del nuevo régimen. Las bibliotecas escolares fueron también rápidamente depuradas y los libros de texto de los alumnos, aunque inicialmente eran los mismos de la época de Weimar, pasaron a ser reescritos y complementados con nuevas publicaciones cargadas de doctrina nazi a partir de 1936. El retrato de Hitler pasó a ser omnipresente tanto en las aulas como en los libros de texto, y los niños debían realizar el saludo alemán en la escuela, el “Heil Hitler” con el brazo en alto, entre 50 y 100 veces al día. El recurso al castigo físico se incrementó sobre aquellos jóvenes poco aplicados, revoltosos o que no caminasen erguidos. Las clases eran interrumpidas de vez en cuando para escuchar discursos de Hitler retransmitidos por radio y ocasionalmente se llevaba a los alumnos al cine a ver películas como Qex, de las Juventudes Hitlerianas. A los más pequeños se les hacía memorizar versos como éste: ¡Mi Fürher! Te conozco bien y te quiero como a mi madre y a mi padre. Te obedeceré siempre como hago con mi padre y mi madre. Y cuando crezca, te ayudaré como ayudo a mi padre y a mi madre. Y estarás satisfecho conmigo A los más mayores se les enseñaba el poema La sangre es sagrada y sacrosanta: Mantén pura tu sangre, No es tuya nada más, Te llega de muy lejos, Y más lejos se va. De mil antepasados El rastro aún conserva Y contiene el futuro. Ella es tu vida eterna. Los niños que comenzaban en la escuela aprendían a leer y escribir con abecedarios en los que por ejemplo a la H le correspondían Hitler, Himmler y Hess y a la K, kriegerpilot (piloto de combate), Kiel (base naval) y Kamerad (camarada). Entre los más mayores se popularizaron los concursos de caligrafía con letra gótica, que el régimen estableció como la oficial y genuinamente aria. Unos concursos que se promocionaban en revistas bajo eslóganes como “sienta alemán, piense alemán, hable alemán, sea alemán en la escritura también”. A partir de los nueve años los niños ya debían aprender los hechos más significativos de la 1º Guerra Mundial y también recibían un curso sobre el Kampfzeit, el periodo de lucha por el poder del Partido Nazi durante los años 20. Uno de los libros que se estudiaban en primer curso de secundaria era Pueblo sin espacio de Hans Grimm, cuyo título da una cierta idea de su contenido. Se pedía a los alumnos redacciones en torno a temas como “Yo soy alemán, una expresión de orgullo y deber”, “Hitler como garante de la unidad alemana” o “la revolución nacionalista como comienzo de una nueva era”. En los ejercicios de matemáticas se calculaban trayectorias de disparos de artillería y se mostraban a los alumnos problemas a resolver como el siguiente: “Se estima que la proporción de sangre de origen nórdico entre el pueblo alemán es de 4/5 partes de la población. Un tercio de éstos se pueden considerar rubios. De acuerdo con estas estimaciones, ¿Cuántos rubios hay entre los 66 millones de alemanes?” Mientras tanto en la enseñanza universitaria se intentaron crear sin éxito unas “matemáticas alemanas”, centradas en la geometría y no en el álgebra, ya que la primera se ajustaba más a la armonía y proporción del cuerpo ario ideal. Las clases de religión se redujeron y se convirtieron en una asignatura opcional para el alumno. Por el contrario, las de gimnasia pasaron de dos sesiones a la semana a cinco, acorde a la importancia fundamental que la salud y la actividad física tenían en el ideario nacionalsocialista. En las clases de geografía el Este de Europa se denominaba Lebensraum (Espacio vital alemán) y en las de latín se estudiaban textos en los que se justificaban las pretensiones de Mussolini sobre Etiopía. Otra asignatura imprescindible para el ideario nazi era la biología, centrada en los conceptos de higiene racial, herencia y eugenesia. En la enseñanza secundaria se redujo el porcentaje de mujeres a un 30% y además del adoctrinamiento común a los chicos se potenciaba en ellas la enseñanza de ciencia doméstica, tal como podemos ver en este horario extraído de Michael Lynch Nazy Germany (Londres, 2004): “Un día antes de su emigración anual, la madre cigüeña llora mientras el padre, con el apoyo de las cigüeñas que los rodean, insiste en que su cría, que tiene dificultades para volar, debe quedarse allí. “¿No es eso cruel?”, pregunta un niño campesino que presencia el momento del abandono. “No lo es, hijo. ¿Por qué vamos a dejar que los enfermos pongan en peligro a los sanos?… las crías que sobran no sirven para nada. Sin esa conciencia, nuestro pueblo no podría seguir creciendo”. Esa idea de los enfermos como una carga inasumible también se inculcaba en problemas de matemáticas, en los que los alumnos debían calcular los costes relativos para los contribuyentes de los hijos enfermos en comparación con los sanos. Asimismo, la Ley de Esterilización de 1934 obligaba a los profesores a identificar a aquellos alumnos que pudieran tener unas habilidades físicas o mentales limitadas para proceder a su esterilización. Los psiquiátricos y asilos para discapacitados físicos pasaron a ser lugares de visita de excursiones escolares para que los niños tomasen conciencia de ese dispendio. Hay que decir que el Tercer Reich no se limitó a inculcar la teoría a los más jóvenes, ya que entre 1933 y agosto de 1941 asesinó a más de 70.000 discapacitados, lo que le permitió ahorrar 885 millones de marcos. Por su parte, los pedagogos animaban a los alumnos a aplicar esas ideas con sus propios compañeros más débiles —aunque, eso sí— con una actitud aséptica: “Cuando dejan de burlarse de un niño desgraciado por haber hecho caso a las amonestaciones de sus padres, la educación materna se ha anotado un triunfo extraordinario. Pero, ¿Jugar con él?… En ese caso los niños actúan de acuerdo a un instinto básico que rechaza todo lo que es enfermo o débil o repulsivo” En las escuelas alemanas los alumnos judíos eran una minoría muy escasa, especialmente a medida que el Tercer Reich se consolidaba en el tiempo, bien porque eran llevados a escuelas judías para evitar su discriminación, o porque emigraban con sus familias o únicamente ellos, enviados con parientes de otros países (recordemos que la deportación de judíos a campos de concentración fue a partir de 1941). Para 1938 apenas quedaban unos 7.400 asistiendo a escuelas públicas en toda Alemania, por lo que la inmensa mayoría de los más de 300.000 maestros no tuvieron ninguno en sus aulas. Eran humillados con frecuencia tanto por otros niños como en ocasiones por los propios profesores, que mandaban a los escolares limpiar con agua y jabón el pupitre donde se había sentado su compañero judío. Aunque también hay testimonios de comportamientos opuestos, según una madre estadounidense que vivió en Hamburgo durante aquellos años: “A muchos maestros les quedaba todavía algo de humanidad, pues en secreto abrazaban a los pequeños y les decían que no se preocuparan; de todos modos, no se atrevían a mostrarles afecto en público, ya que las consecuencias habrían sido graves.” Una práctica muy frecuente no solo en los colegios sino también en las universidades fueron las excursiones al campo, con ejercicios marciales de 8:45 a 13:00 horas, y después de comer un tiempo de estudio con lecciones como “Alemania en la prehistoria” o “Tú y tus genes”. Llegada la noche se cantaban canciones en torno a hogueras como forma de fortalecer la camaradería entre los jóvenes. Pero los retiros a entornos rurales, donde recibir adoctrinamiento político y vivir en comunidad, también se realizaban específicamente para los profesores. Más de dos terceras partes de todos ellos tuvieron que participar en los retiros de seis semanas de duración, que organizaba la Liga Nacionalsocialista de Maestros. También los había para miembros de las SA, de las SS, del Servicio de Trabajo del Reich, de la Asociación Nacionalsocialista de Estudiantes, de las Juventudes Hitlerianas… al llevarlos al campo se extraía a sus participantes de sus entornos cotidianos, proporcionándoles un pretendido “ambiente de bravura militar” donde crear la ilusión de una comunidad nacional sin clases sociales y en comunión con la tierra alemana. Como reprochaba en 1934 un memorando de las Juventudes Hitlerianas de Hamburgo a algunos de sus miembros poco participativos: “Una vez más, estáis bajo el influjo del “yo” liberal marxista y negáis el “nosotros” nacionalsocialista”.

Nuevas instituciones educativas:
En 1932, las Juventudes Hitlerianas tenían apenas 20.000 miembros, una cifra muy reducida en comparación con otras organizaciones juveniles rivales. Una vez eliminadas todas ellas (salvo las católicas) a finales de 1933 ya contaban con 2,3 millones de miembros. Para 1939, cuando la inscripción en ellas era obligatoria para todos los niños a partir de 10 años, llegó a tener en torno a los 9 millones de miembros. En ellas se realizaban frecuentes actividades campestres y deportivas, desfiles, se enseñaba el código Morse y a interpretar mapas. También se les comenzaba a familiarizar con las armas, enseñándoles por ejemplo a lanzar granadas, aunque sin carga explosiva, o con el puñal que se les otorgaba en su ingreso. Dado que los niños miembros de las Juventudes Hitlerianas iban al colegio con su propio uniforme, pronto esto se convirtió en una fuente de prestigio para ellos de cara a otros alumnos. Tan confiados en el espíritu marcial que se les inculcaba, algunos incluso llegaban a retar a sus profesores. Según un testimonio de la época “ya no se puede hablar de la autoridad de los maestros, los pequeños mocosos insolentes de las Juventudes Hitlerianas deciden qué se hace en las escuelas, son ellos quienes están al mando”. Pero también hubo profesores que pudieron tenerlos a raya, castigándolos bajo el argumento de que un joven de dicha organización debía servir de ejemplo a los demás. La pertenencia a esta organización juvenil abría las puertas a otras nuevas instituciones educativas que el Tercer Reich trajo consigo: las Napolas, las escuelas Adolf Hitler y los Ordensburguen. Las primeras eran escuelas bajo el control de las SS, daban educación de bachillerato a los futuros altos funcionarios y cargos del ejército y en ellas se ponía especial énfasis en las actividades deportivas —para ingresar se hacían exámenes de destreza y resistencia física— y al aire libre como la conducción de lanchas motoras y motocicletas, vela, tiro, remo, boxeo, juegos bélicos… así como periodos de hasta dos meses ayudando en tareas de campo, fábricas y minas de carbón. Las escuelas Adolf Hitler también valoraban de forma especial la actividad física y estaban destinadas a formar a los líderes políticos del mañana. En ellas no eran los padres quienes solicitaban el ingreso de sus hijos, sino que seleccionaban a sus propios alumnos según su aspecto físico y las dotes de liderazgo que hubieran mostrado en las Juventudes Hitlerianas. Los alumnos dedicaban cinco clases diarias a las actividades físicas y apenas una y media a las intelectuales. En lugar de exámenes tenían “semanas de logros”, en las que los alumnos competían en grupos. Los estudiantes que pasaban por aquí finalmente estaban destinados a ingresar, a partir de los 25 años, en los Ordensburguen, los Castillos de la Orden. En un estilo que imitaba a las órdenes de caballería medieval —donde cada alumno contaba con un criado— y situados en idílicos entornos naturales de montañas y lagos, se caracterizaban, quién lo iba a decir… por la importancia que daban a la actividad física. El de Vogelsang, por ejemplo, disponía del mayor gimnasio del mundo. Por todo lo que llevamos viendo hasta ahora, pueden deducirse sin mucha dificultad un par de cosas: la sutileza no era una cualidad nacionalsocialista y el nivel educativo de los jóvenes, como era de esperar, descendió considerablemente en unos pocos años. Así, según un informe de la Wehrmacht: “Nuestra juventud ha adquirido principios perfectamente correctos en la esfera física de la educación, pero con frecuencia se niega a extender esto a la esfera mental (…) muchos de los candidatos a oficiales muestran una falta de conocimientos elementales sencillamente increíble”. Por ello, a comienzos de los cuarenta comenzaron a hacerse comunes en las universidades las clases de repaso de bachillerato. Pero el impacto del Tercer Reich en ellas no se limitó a esto, como veremos a continuación. Las universidades Tal como dijo Hitler en noviembre de 1938: “cuando observo a nuestra clase intelectual, desgraciadamente, supongo, son necesarios; de otro modo podríamos, no lo sé, exterminarlos o algo por el estilo”. Está claro que no era muy partidario, si viviera hoy en día probablemente usaría el término gafapastas. ¿Pero era mutua la animadversión? La llegada de los nazis al poder trajo consigo la expulsión inmediata del 10% de los profesores universitarios. Bien por judíos, izquierdistas o ambas cosas a la vez. En un país que contaba con una formidable cantidad de ganadores del Premio Nobel de todas las disciplinas, el exilio de grandes figuras de las ciencias y las letras fue considerable: Thomas Mann, Theodor Adorno, Erich Fromm, Max Born, Albert Einstein… Y sin embargo… el apoyo al nazismo entre la comunidad universitaria duplicaba a la media alemana. Las rencillas laborales y académicas —Martin Heidegger no perdió ocasión de delatar a compañeros judíos—, la fuerte tradición nacionalista que existía en las universidades con grupos como la Sociedad Tule, la posibilidad de ocupar las plazas que habían quedado vacías, la expectativa de que el nuevo régimen trajera una mejora de la propia posición y del prestigio que el ideario nazi atribuía de la materia en la que estaban especializados (sobre todo entre filólogos, médicos y biólogos) y la simple adaptación para sobrevivir, hizo que las universidades alemanas distaran de oponerse al nazismo, con algunas excepciones como Kurt Huber, ejecutado por su activismo en el grupo de resistencia Rosa Blanca. Como decíamos, las disciplinas afines tuvieron un auge considerable. La filología alemana o Germanistik se adaptó con facilidad al nuevo régimen, promoviendo el uso de términos de raíz nórdica en oposición a los de raíz latina, menos alemanes. Se crearon cátedras de folklore alemán y de las 23 universidades 12 de ellas pasaron a contar con institutos de estudios raciales. Hasta un tercio del total de profesores universitarios eran de medicina, una carrera que al ser tan apreciada por el Tercer Reich se convirtió en la más solicitada por los estudiantes. El derecho corrió una suerte contraria, ante el desmantelamiento del Estado de Derecho llevado por el régimen y el descrédito creciente de los funcionarios, los estudiantes que optaron por esta carrera pasaron de un 19% en 1932 a un 11% en 1939. Pero el anti-intelectualismo imperante, la preferencia por la carrera militar entre los jóvenes, la restricción del acceso a las mujeres y la bajada de la natalidad durante los años de la Primera Guerra Mundial (la generación que en los años 30 llegaría a la universidad), llevaron a que el conjunto de la población universitaria sufriera una notable bajada, de 104.000 en 1931 a solo 41.000 en 1939. No obstante, pese a esa decadencia, dado que la universidad partía de un nivel previo tan elevado y a que la investigación científica se desarrollaba también en grandes empresas alemanas y en centros de investigación financiados por el Estado, el nivel científico-técnico de Alemania al comenzar la Segunda Guerra Mundial era tan alto que indudablemente contribuyó a sus éxitos iniciales. También hizo posible que —cuando la situación comenzó a complicarse tras la derrota de Stalingrado— la población civil confiase en el mito de un arma secreta de los nazis tan poderosa que cambiaría el curso de la guerra. A popularizar esa y otras creencias contribuyeron los medios de comunicación alemanes, dedicados a pleno rendimiento durante el Tercer Reich al proceso de “educación que comienza en la infancia y nunca termina”. Pero eso lo veremos en un próximo artículo. (Javier Bilbao)

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