Sofismas             

 

Acrópolis: Partenón Sofisma:
Sofisma o falacia se llama a una refutación aparente, 9 fl.zy refutación sofística, eoç tkey y también a un silogismo aparente. patvo iruflrç o silogismo sofístico, ccçto’-nxbç atifloytopóç, mediante los cuales se quiere defender algo falso y confundir al contrario. A veces se distingue entre sofisma y paralogismo; en el artículo sobre esta última noción nos hemos referido a varias distinciones propuestas. Lo usual, sin embargo, es usar los términos ‘sofisma’, ‘paralogismo’ y falacia’ en el mismo sentido. Siguiendo esta última tendencia incluimos en el presente artículo todos los géneros de «argumentos aparentes» - Aristóteles fue el primero en presentar una lista de sofismas en su escrito Sobre las refutaciones sofísticas (flcpL coipLrvtx&v iliyxoxv, De sophisticis elenchis), el cual es considerado como un apéndice de los Tópicos. El Estagirita indica que hay dos clases de argumentos: unos verdaderos y otros que no lo son aunque lo parecen. Es tos últimos son los sofismas o refutaciones sofísticas. A su vez éstas se dividen en dos clases: las refutaciones sofísticas que de penden del lenguaje usado, al itap& ‘ttiv U o fallaciae in dictione, y las refutaciones sofísticas que no dependen del lenguaje usado, c to ‘vfiç Xt o fallaciae extra dictionem (De Soph. El, 4, 165 b 23). Las primeras pueden llamarse también lingüísticas; las segundas, extralingüísticas. Los sofismas lingüísticos tienen las causas siguientes: la homonomia o equivocación, épt.vuia(la anfibolía, &isp la falsa conjunción, cúvOwtç, la falsa disyunción o separación, 8w la falsa acentuación, irpoatoS y la falsa forma de expresión, cXij Xt Las definiremos brevemente. La homonomía o equivocación equivale a la ambigüedad de un término. Por ejemplo: «Los males son bienes, pues las cosas que deben ser son bienes, y los males deben ser», donde hay ambigüedad en el uso de ‘debe ser’. De la anfibolía hemos tratado ya en otro lugar, La falsa conjunción (composición) es la reunión erró nea de términos, la cual depende a veces de los signos de puntuación. Ejemplo: «Un hombre puede andar cuando está sentado. en vez de «Un hombre puede andar, cuando está sentado». La falsa disyunción (división o separación) es la separación errónea de términos. Ejemplo: «Cinco es dos y es tres» en vez de «Cinco es dos y tres». La falsa acentuación es la errónea acentuación de términos. Ejemplo: «Tomo cerveza» en vez de «Tomó cerveza» o viceversa. La falsa forma de expresión (o figura de dicción) es la expresión de algo distinto por la misma forma. Ejemplo: «cortante» usado como sustantivo por analogía con «amante», que puede ser usado como sustantivo.

Los sofismas extralingüísticos tienen las causas siguientes: falsa ecuación del sujeto y el accidente; confusión de lo relativo con lo absoluto; ignorancia del argumento, ignorancia del consecuente; petición de princi pio; confusión de la causa con lo que no es causa, y reunión de varias cuestiones eh una. Las definiremos también brevemente. La falsa ecuación, llamada también sofisma del accidente, es la adscripción del atributo de una cosa a cada uno de los accidentes de esta coja. Ejemplo: «Si Corisco es otra cosa que un hombre, es otra cosa que él mismo, pues es un hombre». La con/uáidVi de lo relativo con lo absoluto, llamada usualmente A dicto secundum quid ad dic tum simplicíter, es el empleo de una expresión en sentido absoluto a partir de un sentido relativo. Ejemplo: «Si el no ser es objeto de opinión, el no ser es». La ignorancia del argumento o ignoratio elencin se produce cuando no se define lo que es la prueba o la refutación y se deja escapar algo en su definición. Ejemplo: «La misma cosa es a la vez doble y no doble, porque dos es el doble de uno y no es el doble de tres». La ignorancia del consecuente es la conversión falsa del consecuente. Ejemplo: dado que se supone «Si A es, B necesaria mente es», se afirma «Si 8 es, A necesariamente es». Este sofisma surge, con frecuencia, a consecuencia de inferencias erróneas de la percepción sensible, La petición de principio o petitio principii tiene varias formas, que han sido estudiadas por Aristóteles en otras partes del Organon. Así, en An. Pr., II 16, 64 b 28 sigs. indica que tal sofisma surge cuando se quiere probar lo que no es evidente por si mismo mediante ello mismo; hay que distinguir, pues, entre la petición de principio y la construcción de silogismos en los cuales la premisa es menos conocida o igualmente desconocida que la conclusión y en los cuales se estable ce el antecedente por medio del consecuente. En Top., VIII 13, 162 b y 31 sigs. Aristóteles considera los cinco casos siguientes de petición de principio:

Todas estas formas son muy corrientes y consisten en tratar de probar una proposición mediante un argumento que usa como premisa la misma proposición que se trata de probar. La confusión de la causa con lo que no es causa, más conocida con los nombres de Non causa pro causa y Post hoc, ergo pro pter hoc (vMsa). Aristóteles señala que muchos de los sofismas apuntados pueden reducirse a la ignoratio elenchi (De So El., 6, 168 a 18). Por otro lado, la anterior clasificación no es -ni pretende ser- exhaustiva, pues el propio Aristóteles ha mencionado otros argumentos aparentes en diversas partes de sus obras. Para completar la información sobre este punto, mencionaremos a continuación otros cinco sofismas muy usuales. El cambio de noción o transposición a otro género, más conocido bajo la transcripción griega metabasis eis alIo genos, tttt stç ¿LX).o -rMc. Consiste fundamentalmente en lo que en el lenguaje ordinario se llama «hablar de otra cosa», y se produce cuando, consciente o inconscientemente, se toma un término en un significado distinto por pertenecer a una clase diferente de aquella en que se había entendido primariamente. El sofisma del cuarto término o quater mo terminotum, que consiste en usar el término medio en la premisa mayor de un silogismo con una significación distinta de la que tiene el mismo término en la premisa menor, o viceversa, En este silogismo se desobedece, pues, la regla de que debe haber un solo término medio, El sorites, de que ya hemos hablado en el artículo a él dedicado. El sofisma de negar el antecedente de un condicional. Ejemplo: «Si Iván es ruso, entonces Iván es inteligente. Iván no es ruso. Ivan no es inteligente». El sofisma de afirmar el consecuente de un condicional. Ejemplo: «Si Iván es ruso, entonces Iván es inteligente, Iván es inteligente. Iván es ruso.)

Como se ha indicado en falacia, pueden usarse indistintamente los nombres ‘falacia’ y sofisma’. Aunque el primero va preva leciendo en español, presentamos aquí, a fin de concentrar lo más posible toda la infor mación que pueda razonablemente incluirse bajo un mismo concepto, la lista de falacias dada por John Stuart Mill en el libro V, titulado cOn Fallacies», de su A System of Logic Raciocinative and inductive (páginas 733-830, del tomo VIII, de obras de Mill, al cuidado de J. M. Robson y R. F. McRae), Según Mill, una lista de falacias equivale a «un catálogo de variedades de evidencia aparente que no son evidencia real» -por lo que las falacias excluyen errores cometidos por casualidad-. Hay dos grande géneros de falacias: falacias de simple inspección y falacias de inferencia. Las falacias de simple inspección son las falacias a priori. Las falacias de inferencia pueden ser o de evidencia distintamente concebida de evidencia indistintamente concebida. La falacias de evidencia distintamente concebida pueden ser inductivas o deductivas. Las falacias inductivas son o falacias de observación o falacias de generalización. Las falacias deductivas son falacias de raciocinio. Las falacias de inferencia por evidencia indistintamente concebida son falacias de confusión. En resumen, hay cinco clases de falacias: a priori, de observación de generalización, de raciocinio y de confusión.

No es fácil saber cuándo una clase de falacia puede referirse a otra; lo probable es que ninguna pueda referirse a cualquiera de las otras clases. Sin embargo Mill apunta que casi todas las falacias pueden caer bajo el rótulo de «falacias de confusión». - Mill proporciona numerosos ejemplos de cada una de las citadas clases de falacias e investiga asimismo los más probables orígenes de las mismas. Entre las falacias a priori cabe considerar las que constituyen simplemente errores crasos y las ‘que son cometidas por muchos pensadores al dañe un carácter de principio absolutamente evidente, como la falacia de que las cosas que sólo pueden pensarse juntas, deben existir juntas. Otras falacias a priori de carácter filosófico son el prejuicio de adscribir existencia objetiva a abstracciones y la falacia de la razón suficiente. Entre las falacias de observación cuentan la no observación de ejemplos o de circunstancias de un ejemplo dado y la mala observación. Las falacias de generalización incluyen los intentos de reducir fenómenos radicalmente distintos a una sola clase (lo que podría ser llamado, en términos más recientes, «falacia reduccionista»), la falacia de confundir leyes empíricas con leyes causales, la falacia de la falsa analogía, el uso de metáforas y las consecuencias de malas clasificaciones Las falacias de raciocinio son del tipo que tiene lugar en el razonamiento silogístico y la falacia de cambiar las premisas. Las falacias de confusión son numerosas: uso de términos ambiguos, petición de principio, ignorancia del argumento, etc. -con la falacia de la ambigüedad dando origen a muchos tipos-. Se observará que cierto número de los sofismas presentados por Aristóteles corresponden a falacias de con fusión en el sentido de Mill. Para el sofisma llamado «sofisma de la razón perezosa», véase RAZÓN (Tipos DE) Casi todos los textos de lógica tratan de la noción de sofisma (o falacia) y de diversas clases de sofismas. Véanse los artículos ARGUMENTO y RAZONAMIENTO. Para el uso y significación de ‘sofisma en Platón: Rosamond K, Sprague, Plato’s Use of Fallacy: A Study of Euthydemus and Some other Dialogues, 1962. (Ferrater Mora)


Filosofía: Función:
A un abogado se le pide que gane los pleitos en los que está metido. No se le pide ser un gran orador a no ser que ayude a conseguir la absolución de sus clientes. A un ingeniero se le pide que compruebe la solidez de los materiales pero no que se luzca explicándonos qué son las derivadas o las integrales aunque si conoce esta parte de la matemática mucho mejor. Si nos volvemos a la Filosofía nos podemos preguntar qué es lo que se le exige a uno que se dedica, por profesión, al filosofar. La pregunta no es, desde luego, nueva sino que recorre nuestra historia. Sin intento alguno por dar por cerrado el tema lo cual sería tan temerario como intentar demostrar la existencia del diablo, me voy a permitir decir en qué creo que consiste la Filosofía que debería enseñarse y, en lo posible, aprenderse. Lo hago porque las instituciones políticas están metiendo el dedo en la llaga y pienso que bastantes defensores de la Filosofía no son muy capaces de quitar ese dedo de la llaga. Me remitiré a aquellos aspectos que componen la columna vertebral de una actividad que aunque todos, al menos implícitamente, realizan otros la llevan a cabo explícitamente y cobrando por ello. Un filósofo ha de conocer la historia de su materia, al menos en sus trazos esenciales. Y no perder el tiempo leyendo a figuras de tercera categoría que se enredan con las palabras y a base de impostar una profunda manera de ver el mundo no hace sino proferir frases vacías. Autores, y es un ejemplo importante, como Aristóteles o Kant tendrían que ser conocidos y reconocidos. Volviendo una y otra vez a sus textos. Y a poder ser en su idioma original. Una vez establecida esa base o primer piso, digamos que la filosofía ha de analizar y clarificar nuestra manera de hablar. El lenguaje humano, característica indudable del Homo Sapiens Sapiens, es uno de los grandes logros de la evolución. Pero el lenguaje tiene dos caras. Por un lado, nos permite relacionarnos con los demás, crear infinidad de bienes útiles o puramente artísticos y ser conscientes de nosotros mismos. Pero, por otro, es una fuente inagotable de confusiones. El lenguaje puede desviarnos con proyecciones puramente fantásticas, dar vida a monstruos o convertir las ficciones en irreales ilusiones. De ahí que sea necesario someterlo a más de un filtro. El análisis y clarificación del lenguaje no nos llevará al núcleo último de la realidad, a una celestial verdad. Evitará, sin embargo, que caigamos en fes ciegas, creencias sin fundamento y, sobre todo, será útil para limpiar las telarañas que recubren con excesiva frecuencia la vida cotidiana y la sociopolítica. En la vida de todos los días cometemos un buen número de falacias que entorpecen la comunicación. Una falacia no es una falsedad. Lo falaz consiste en argumentar mal, sea o no cierto el resultado de la argumentación. Es falaz decir que, por ejemplo, “el Athletic es el Athletic” porque no he dicho nada sino que he repetido lo mismo. Más perversa acostumbra a ser la falacia que toma la parte por el todo. Como algunos alemanes resultan rígidos o cuadriculados para otras sociedades, piénsese en la española, se concluye que los alemanes, todos, son rígidos y cuadriculados. Los malos entendidos son constantes. En algunos casos son inocuos pero en otros pueden resultar falales. Limar el lenguaje, darle la máxima claridad y llamar a las cosas por su nombre es uno de los cometidos de una filosofía que no habla por hablar o que en vez de espabilar entontece. En ocasiones las oscuridad es aplaudida o por los que gustan de la oscuridad o por los que toman el engrudo verbal por profunda sabiduría. Lo dicho no implica que no podamos jugar con el lenguaje, que saquemos jugo a la ambigüedad o que exploremos sus límites. No me refiero solo a la poesía. Me refiero a algo más prosaico aunque de indudable importancia. De esos cruces linguísticos nace el chiste. El chiste es un signo de inteligencia, por muchos chistes insoportables que oigamos tantas veces del gracioso de turno. El chiste, repitámoslo, es fruto de la inteligencia y del sentido del humor. Sin humor no sobreviviríamos. De ahí que sea tan difícil entender a una persona que no haya contado un chiste en su vida. Aclarar el lenguaje es una función necesaria de la filosofía pero no se acaba ahí su tarea. Si nos limitáramos a limpiar las impurezas del lenguaje nos pareceríamos a aquel astrónomo que se pasara toda su vida limpiando el telescopio y sin mirar nunca a las estrellas. El lenguaje ha de engarzarse con la realidad. Por eso, una Filosofía que no esté al tanto de los hechos que sean relevantes para nuestra vida se convierte en un instrumento inútil. De ahí que el filosofar deba estar al tanto de la actualidad científica. Muy especialmente de las llamadas ciencias duras, las empíricas por excelencia. En nuestros días tal vez la que ocupa el primer lugar frente al espejo filosófico sea la Biología, y más concretamente, la Genómica. Si no es posible cantar su letra al menos que se sepa su música. Las, por desgracia, separadas y hasta enfrentadas Ciencias y Letras o Humanidades deberían hermanarse en la Filosofía. La ciencia, y sobre todo la más exigente, no es ajena al filosofar Se opone, más bien, a un filosofar que da únicamente vueltas sobre sí mismo convirtiéndose en una camelo y en una impostura. La Filosofía, finalmente, no puede soslayar su compromiso sociopolítico y su deber de desvelar aquello que se oculta, se disuelve en banalidades o se toma como tabú. No en vano nace el filosofar como tarea moral. De ahí que el filósofo tenga que proponer o denunciar ciertas formas de justicia. En otras palabras, que aspire, y aporte argumentos, a que los humanos vivan en sociedad combinando la libertad individual con las necesidades de todos. Si no logra dar razones convincentes mostrará, al menos, que, por ejemplo, la opción a favor de una sociedad igualitaria nos ofrece bienes objetivos y satisfacción de conciencia. Pero volvamos a la destrucción de mitos que puedan embotar nuestras cabezas. Palabras densas, sin matizar, descaradamente ideologizadas, repetidas una y otra vez, acaban funcionando como verdades intocables. Piénsese, y es un ejemplo, en el tantas veces invocado y tantas veces pisoteado Estado de Derecho. Un ideal Estado de Derecho es una meta a la que habría que aspirar. Primero en cada uno de los Estados existentes. Y segundo, y eso sí que es un ideal a alcanzar, convertido en un orden mundial en el que nadie estuviera por encima de nadie. Sucede, sin embargo, que Estado de Derecho se utiliza como muletilla o cuando no se sabe qué decir. O como un mantra que conjuraría todos los males. En estos campos es donde la Filosofía, sin miedo, tendría que entrar, llamar a las cosas por su nombre y acentuar la crítica y la autocrítica. La Filosofía se refiere lo que sucede dentro de los límites del espacio y del tiempo. Del resto nada sabe ni puede saber. Eso no obsta para que el sentido de la existencia, como cuestión de si merece la pena o no vivir, nos acucie sin cesar. Que no tenga una respuesta no significa que el choque contra los límites citados sea inútil. Porque avivará nuestras emociones y nos incitará a vivir lo mejor posible con nosotros mismos y con los demás. Y a compartir, sin dogmatismo alguno, la vida con todos aquellos que nacemos y morimos en el mismo barco. Escribió Wittgenstein que “Existe lo que no se puede decir”. Rápidamente se le tiraron encima acusándole de sinsentido. Porque si no se puede decir, no se puede decir y se acabó el asunto. Tal vez olvidaron sus críticos que detrás de sus crípticas palabras se escondía la modestia de quien reconoce la inmensidad de lo que desconocemos. Y eso también nos puede ayudar a vivir. Mientras tanto gocemos de todos los placeres posibles, evitemos el sufrimiento inútil, desarrollemos nuestras capacidades y hagámonos eco de los demás. La Filosofía no arregla los desperfectos del mundo. Ayuda a conocernos y conocer. Como ayuda a vivir bien. Es eso lo que habría que enseñar. Es eso lo que tendríamos que aprender. Sin dogmatizar pero siendo despiadadamente críticos. Empezando con nosotros mismos. Y además de todo lo dicho y de su importancia práctica, no hay que olvidar el placer que otorga el filosofar por sí mismo. De ahí que no esté de más recordar al clásico: enseñar deleitando y deleitar enseñando. (Javier Sádaba, 10/03/2017)

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