Asirios             

 

ASIRIOS ANTIGUOS:
Segundo Milenio (2000 a.c 1780 a.C.):
En los textos de Babilonia, el territorio septentrional colindante es denominado como Subartu. Ya en sus orígenes se considera un reino de estirpe acadia, aunque la población debía de ser mixta, presemita subartea y semita. El fundador de la primera dinastía parece ser un tal Puzurassur, aunque sus orígenes y la historia de sus sucesores se pierde en crónicas legendarias redactadas en una época muy tardía. Aparentemente, el tejido habitacional en aldeas dispersas se vio alterado por la presencia de poblaciones transhumantes que actúan como intermediarias en intercambios comerciales de mediano alcance.

Actividad comercial:
La escasa productividad del suelo propició la actividad comercial, organizada desde nuevos centros urbanos, en los que se iba concentrando la población con el beneplácito de los grandes estados meridionales, ya que así se facilitaba el acceso a los productos procedentes de Anatolia. La intervención del comercio en la configuración política de Asiria es perceptible en la disparidad funcional de sus principales centros, Assur como sede de la actividad comercial, y Nínive, centro regulador de la actividad agrícola del entorno. La historia fáctica bajo los primeros reyes se nos escapa por la escasez de la información, pero pronto debió de ser una potencia equiparable a las del sur. Su auge está íntimamente relacionado con la renta obtenida de las cargas impuestas a las actividades comerciales, de manera que el monarca da más la imagen de gran agente comercial que de rey absoluto. Ya en el último tercio del siglo XIX, los asirios instalan en Anatolia agencias de comercio, consideradas como colonias. En efecto, a las puertas de la ciudad de Kanish (Kültepe) en Capadocia, los comerciantes particulares asirios tienen un "karum", de donde procede una valiosísima colección de millares de tablillas que nos permite reconstruir su funcionamiento. El "karum" de Kanish es una agencia comercial Asiria, que funciona con una organización política propia al margen de la ciudad indígena contigua, con la que no obstante firman pactos e incluso obtienen protección militar de ella. Se trata, pues, de un lugar central estable que controla una red de agencias menores (wabaratu) diseminadas por Anatolia. Su objetivo es la exportación de bienes manufacturados (tejidos) y estaño, a cambio de los cuales obtiene cobre, plata y oro. Para su correcto funcionamiento desarrollan los más sofisticados sistemas crediticios y de tasación conocidos hasta entonces. Los beneficios repercutían sobre las empresas privadas pertenecientes a las grandes familias de Assur que tenían sus agentes en los distintos "karu". Estas, a su vez, contribuyen mediante imposiciones tributarias al erario público, dando lugar así a uno de los más sólidos ingresos para el estado asirio. El máximo beneficiario de este sistema es naturalmente el monarca, que posee además las atribuciones propias de los reyes de la época; pero en el caso asirio se da otra circunstancia especial, pues la propia ciudad está representada a través de una asamblea, a la que pertenecen todos los ciudadanos libres, con capacidad para tornar decisiones. Tal vez sea, como en el caso del reino hitita o en el período formativo de los reinos meridionales, expresión de unas formas más colectivas de decisión política, propias de comunidades de pequeño tamaño y no excesivamente jerarquizadas. Pero la organización cívica estaba representada también por un magistrado electivo y temporal, (limum), presidente de la asamblea, lo que pone de manifiesto la originalidad institucional Asiria. A finales del siglo XIX se produce un brusco cambio en toda esta situación, cuando el "karum" de Kanish es destruido, no se sabe bien en qué circunstancias. Al parecer, la propia capital del reino sufre graves alteraciones y poco después ve cómo accede al trono un amorreo, miembro de aquellas tribus que previamente se habían dejado sentir por la zona septentrional de Siria y que también habían conseguido instalar una dinastía propia en Babilonia, a la que corresponde Hammurabi. Con el nuevo rey, Shamshiadad (1,812 a.c 1780 a.c), la ciudad de Assur pierde parte de su protagonismo, pues el centro de gravedad del reino se desplaza hacia la zona del alto Khabur, donde erige el palacio de Shubat-Enlil (Tell Leilan). Una carta de Mari dice: "La ciudad de Shubat Enlil es una fortaleza, fundada en el corazón del territorio...", para garantizar las comunicaciones entre Mesopotamia y Anatolia. Las campañas militares de Shamshiadad tuvieron precisamente como finalidad asegurar la fluidez del tráfico comercial en su propio beneficio y en tal sentido se debe entender la toma de Mari; aunque por otro lado buscaba la consolidación de las zonas fronterizas. Sus éxitos militares hicieron de Asiria la máxima potencia de su época y el propio monarca se preocupó por dar un aparato administrativo más eficaz a su reino. Esa pudiera ser la correcta interpretación de la apertura a las influencias meridionales, que afectan tanto al sistema organizativo, como al ámbito religioso, fenómeno al que no es ajeno el propio exilio de Shamshiadad en Babilonia antes de convertirse en monarca de un estado territorial. Al frente de las ciudades sometidas, como Mari, sitúa a sus propios hijos o personas de confianza, protegidos por guarniciones militares. Para las campañas militares las tropas estacionadas son auxiliadas por levas extraordinarias entre la población productora que es desmovilizada al término de las mismas. Así pues, el antiguo reino asirio se fundamenta en el consabido equilibrio inestable entre la explotación de los recursos agrícolas, la actividad comercial, la presión tributaria sobre territorios sometidos y todo ello gracias a la eficacia de la maquinaria militar, cuyo fracaso conlleva el colapso de estados aparentemente bien consolidados. Pero en el caso de Asiria, la debilidad estructural estaba acrecentada por la composición del grupo dominante, un conglomerado de antiguas casas dinásticas y jefes de clanes nómadas, cuyas disensiones pronto se dejarán sentir violentamente. A la muerte de Shamshiadad hacia 1,780 a.c, todos los territorios ocupados se lanzan a recuperar su independencia, desde Eshnunna a Mari. Comienza así una nueva etapa en la historia del Próximo Oriente.

Imperio Medio Asirio:
II SEGUNDO MILENIO (1,365 a.c 1,077 a.c) Segunda Mitad La época del esplendor mitanio supone para Asiria un período de dependencia política en el que la pasada gloria de Shamshiadad no puede ser reconocida a lo largo de estos cuatro siglos de oscura historia. El renacimiento político se atribuye a Assurubalit (1365 a.c 1330 a.c), que aprovecha la decadencia de Mitanni a la muerte de Tushratta para crear una Asiria fuerte capaz de intervenir en la política interna de Mitanni y, naturalmente, en el consenso internacional. Sus relaciones con Egipto fueron amistosas según se desprende de la correspondencia. En cambio, la coincidencia de intereses con Hatti por el control de Mitanni va a provocar una relación suspicaz; pero, a pesar de ello, se consigue que la parte oriental del reino hurrita quede bajo dominio asirio. Con respecto a Babilonia, la situación no es muy diferente. Los reyes casitas reclaman la dependencia de Asiria, pero Assurubalit interviene imponiendo como monarca a Kurigalzu II en 1350 a.c. A la muerte del monarca, Asiria ya no es la avanzadilla mesopotámica en el comercio con Anatolia, sino que se trata de una potencia regional. Los herederos de Assurubalit no logran mantener la ventajosa situación en que habían recibido el reino. Hasta el reinado de Adadninari I (1305 a.c 1274 a.c) no se vuelve a producir ninguna reacción expansionista hacia el oeste, ahora ya en detrimento de los intereses de Hatti. Adadninari consigue someter el reino de Hanigalbat y le impone debuto. Su hijo Salmanasar I (1274 a.c 1245 a.c) se enfrenta con un estado que aparece entonces por vez primera en las fuentes, pero que tendrá especial importancia durante el Imperio Nuevo Asirio: Urartu, afamado por su riqueza en metales y caballos. Desde Urartu, Salmanasar se vuelve contra Hanigalbat, que se había sublevado, incorporándolo como provincia. La represión desencadenada es brutal, según se desprende de los propios textos del monarca, que inauguran una literatura de ostentación de la crueldad, que nos sitúa ante la correcta y dramática realidad de la guerra. Posiblemente todos los estados actuaban con la misma incontinencia ante el enemigo, pero la fama de los asirios se debe a que de la sangre hicieron alarde literario. Y si bien es cierto que no sería únicamente propaganda, pues los destinatarios de los textos eran sólo los letrados de la corte, tampoco cabe atribuir en exclusiva a los asirios lo que corresponde a cuantos hacen la guerra. Junto al uso ideológico de sus conquistas, Salmanasar saca evidentes ventajas económicas. En el territorio de Hanigalbat instala colonos asirios, como contraprestación por el servicio militar, lo que incide en el dominio efectivo de la nueva provincia. Por otra parte, la presencia asiria en las ciudades de la zona contribuye al control de los resortes económicos. Pero la nueva situación es un foco conflictivo pues al desaparecer los estados intermedios, las grandes potencias comparten fronteras, lo que desestabiliza militarmente la región. La época de máximo esplendor del Reino Medio Asirio es, sin duda, la del reinado de Tukultininurta I (1244 a.c 1208 a.c). Al poco de subir al trono ataca a los guteos que hostigan la frontera noroeste de Asiria y desde entonces se multiplican sus campañas en aquella zona con la finalidad de obtener cobre y caballos, además de consolidar la frontera frente a los pueblos montañeses. Estas operaciones culminan con la aplastante victoria sobre Nairi, es decir, Urartu, donde se le someten cuarenta soberanos. Estabilizada la frontera septentrional, en torno al decimoprimer año de su reinado, Tukultininurta ataca Babilonia y captura al rey Kashtiliash IV, su dios Marduk es conducido cautivo a Assur, donde paradójicamente será objeto de culto por parte del monarca asirio. La caída de Babilonia le permite incorporar también Mari, Khana y los territorios de los ahlamu o arameos, nómadas del desierto sirio. La hostilidad con Hatti, en estas condiciones, no podía hacerse esperar, pues las relaciones se fueron deteriorando hasta llegar al bloqueo económico que Tudhaliya IV impone a Asiria y que probablemente culminé con enfrentamientos militares, según se deduce de las deportaciones de hititas en el interior de Asiria. Tampoco Elam escapa al expansionismo asirio, aunque no podemos reconstruir la campana elamita de Tukultininurta con demasiada seguridad. Después de largos años empeñado en la consolidación fronteriza y la sumisión de pueblos que le garantizaba ingresos por vía tributaria, Tukultininurta emprendió una amplia actividad constructiva que afecta tanto al ámbito religioso como al laico. De entre todas sus obras destaca la construcción de una nueva residencia, un conjunto de edificios sacros y profanos, denominado Kar-Tukultininurta, junto a Assur. Este ejemplo será posteriormente imitado por los monarcas neo-asirios, que encontrarán en la construcción de nuevas sedes cortesanas la mejor expresión de su grandeza. Ignoramos qué razones pudieron tener ciertos poderes fácticos, como grandes sacerdotes, miembros de importantes familias e incluso alguno de sus hijos, para unirse en una sublevación que costó la vida al anciano rey. Babilonia, que ya había logrado su independencia en vida de Tukultininurta, actúa de tal manera que tenemos la impresión de que Asiria se ha convertido en un estado dependiente. La época, sin embargo, tampoco es demasiado próspera para Babilonia, pues a mediados del siglo XII cae bajo el dominio elamita, lo que no impedirá la continuación de la enemistad entre los dos territorios mesopotámicos. Por otra parte, la decadencia de Asiria se ve agravada en aquella misma época por la presión de los ahlamu, que paulatinamente se van amparando en los centros estratégicos sirios y altomesopotámicos, desde los que dan golpes de mano sobre Asiria. Su autoridad se repondrá durante el largo reinado de Tiglatpileser I (1115 a.c 1077 a.c), cuyo modelo parece haber sido precisamente Tukultininurta. Cuando hubo restablecido la integridad territorial, tras vencer a los mushki, a Subartu, a Nairi y someter a tributo a Malatya, lanzó sus ejércitos hacia el Mediterráneo, lo que le permitió obtener importantes botines en las ricas ciudades fenicias de Aradus, Sidón y Biblos. En cinco años se había convertido en el monarca más importante de su época, pero no encuentra buenas excusas para atacar Babilonia hasta su trigésimo año de reinado y será en varias campañas consecutivas cuando logre aniquilar a su enemigo meridional. A pesar de tantos esfuerzos, a la muerte del rey, Asiria se sumerge nuevamente en la oscuridad por circunstancias que no podemos precisar, pero en las que las invasiones de los ahlamu-arameos, a los que combatió Tiglatpileser, no fueron intrascendentes. De todas formas, sus herederos mantuvieron, al parecer, un poder considerable, gracias al cual conseguirían que Asiria sufriera menos que otros lugares las devastadoras consecuencias de los nuevos invasores, que llegaron a situar a uno de los suyos en el trono babilonio.

La actividad cultural mesoasiria es importante, sobre todo en la época de Tiglatpileser, cuando se confeccionan recopilaciones legislativas que han llegado hasta nosotros y que no son más que una muestra de las abundantísimas copias y clasificaciones que se hicieron de textos científicos y literarios, no sólo de tradición asiria, sino también de otros ámbitos. En efecto, los asirios se caracterizan por la capacidad de asumir experiencias ajenas en su propia configuración. Mitanni le va a proporcionar sobre todo instrumentos políticos y administrativos, mientras que de Babilonia obtiene esencialmente los ideológicos. Pero esto no quiere decir que resulte una realidad artificiosa. De hecho, la herencia local determina su estructura económica y su matriz política. El expansionismo está sustentado en una ideología que asocia el mundo exterior al caos, por lo que la actividad militar se convierte en una ayuda al orden cósmico. Al mismo tiempo, el afán expansivo se ve alentado por una clase propietaria latifundista que amplía sus posibilidades gracias a las conquistas militares a las que contribuye reclutando soldados entre sus dependientes. Son los mismos que constituyen la aristocracia militar y administrativa del reino, que se va haciendo más compleja conforme crece en extensión el Imperio. La masa social esta repartida entre trabajadores dependientes del palacio, los ciudadanos libres que viven en el ámbito rural (aunque muchos de ellos se van convirtiendo en servidumbre territorial) y los asignatarios de las concesiones reales. Ellos componen el efectivo y costoso aparato militar que proporciona ingentes ingresos a las arcas del Estado, edificado sobre una férrea estructura patriarcal que afecta a todos los ámbitos del ordenamiento social. No obstante, la economía agrícola está fundamentalmente bajo control palacial y conoce un progresivo deterioro, como consecuencia de la ininterrumpida actividad bélica. Sus defectos procuran ser mitigados a través de la actividad comercial, que justifica el control militar de las vías de comunicación. Sin embargo, no se consigue evitar el libre desplazamiento de los nómadas que contribuyen al deterioro de la vida urbana.

Imperio Neo-asirio:
I PRIMER MILENIO (934 a.c 610 a.c) Primera Mitad Desde el final del Imperio Medio Asirio nuestra información es escasa para la reconstrucción de los acontecimientos y la causa es la instalación del nuevo grupo étnico al que ya hemos aludido, los arameos. Las devastaciones que producen se prolongan a lo largo de los siglos XI y X, provocando una profunda crisis demográfica, cultural y política, ya que durante ese período los monarcas tienen un escaso poder. Desde comienzos del siglo IX, la integración de las nuevas poblaciones es total, pero no se han restaurado los viejos sistemas productivos, por lo que se genera una nueva etapa expansionista, basada en la reorganización del aparato militar, que actúa en sistemáticas campañas militares anuales pormenorizadamente descritas en los Anales, motivada esencialmente por la necesidad de controlar las rutas que abastecen a Asiria de los productos que no se dan en su propio suelo. Pero la circunstancia que posibilita la expansión es el cambio cultural de los arameos, que han dejado de ser nómadas y se convierten en poblaciones sedentarias dispersas e insolidarias, por lo que pueden ser sometidas con facilidad. El fundamento del poder asirio será, pues, el ejército, que acapara la mayor atención y esfuerzo por parte del poder central. El ejército va a ser fuente de inspiración artística, como efecto buscado por la propaganda imperial, cuya política de terror debería provocar la sumisión sin réplica por parte de los Estados vencidos. La opresión es una forma de gobierno característica de los débiles y, por paradójico que parezca, la debilidad del Imperio Nuevo Asirio radicaba en la propia manera de incorporación de territorios que conquistaba. Se trataba de una nueva modalidad de imperialismo, por tanto no ensayado, que requería una ideología terrorífica para justificar su propia esencia y conservar cuanto había sido conseguido. Pero, al mismo tiempo, por novedoso era creativo y así, su carácter de imperio en formación se refleja en la fundación, por cada nuevo monarca, de una nueva capital. De ahí que la actividad constructora del Nuevo Imperio Asirio sea tan rica. Assurnasirpal II establece su capital en Calah (Kalkhu, actual Nimrud). Sargón II mandó construir Dur-Sharrukin en Jorsabad, en cuyo interior había varios palacios y un zigurat. A su vez, Senaquerib decidió trasladar la capital a Nínive, con todo el sentido simbólico que ello tiene. Por otra parte, parece claro que los monarcas del nuevo imperio tienen conciencia de estar restaurando una obra añeja, pues difícilmente se podría entender que lleven nombres, hasta la época sargónida, tomados de los monarcas mesoasirios. Precisamente en esa idea de restauración se contenía el germen que justificaba la reconquista de territorios otrora propios. Así, desde mediados del siglo X y a lo largo de un siglo, los monarcas asirios van recuperando su territorio nacional, segmentado por las casas dinásticas arameas. Assurdan II (934 a.c 912 a.c) será el inaugurador de esta política, heredada por Adadninari II (911 a.c 891 a.c), el cual dejará abiertos los tres frentes tradicionales de la política militar asiria, orientados al control de la Baja Mesopotamia, destino infructuoso dado el equilibrio entre ambas potencias; la sumisión de Mesopotamia septentrional, donde se enseñoreaban los arameos impidiendo la fluidez del tráfico comercial hacia Asiria y, en tercer lugar, la garantía del abastecimiento de bienes procedentes de la Anatolia oriental, esencialmente caballos y madera para la construcción, imprescindibles para el correcto funcionamiento del ejército y de la capacidad de exhibición pública de la potencia imperial. Su sucesor, Tukultininurta II (890 a.c 884 a.c), mantendrá esos mismos frentes. Y ya el heredero Assurnasirpal II (883 a.c 859 a.c) dará los primeros escarceos fuera de los límites territoriales del Imperio Medio Asirio, restableciendo el comercio con el norte de Siria y, sobre todo, con las ciudades fenicias, que se convertirán a la larga en uno de los objetivos del expansionismo neoasirio. Con Assurnasirpal se había llegado al límite histórico de crecimiento, por ello, Salmanasar III (858 a.c 824 a.c) se ve obligado a cambiar drásticamente de actitud. En principio dedica su atención a la frontera septentrional, donde entra en conflicto con el reino de Urartu; sus victoriosas campañas le proporcionan metales y caballos. Más adelante se orienta hacia el norte de Siria, donde encuentra como víctimas a los estados arameos y neo hititas. El objetivo aquí es hacerse con los productos comerciales, pero no mediante los mecanismos tradicionales de intercambio -garantizados, incluso si se da el caso, con medios militares-, sino a través de la apropiación directa como tributos de guerra; de esta manera se transforman radicalmente las pautas de conducta interestatal que habían caracterizado las relaciones durante el II Milenio. Esta nueva modalidad tributaria se va a convertir en la principal fuente de ingresos para el Estado y, en consecuencia, va a determinar la política militar y territorial de sus sucesores. Desde un punto de vista más amplio supone la máxima expresión de la capacidad del Estado para arrebatar el producto del trabajo ajeno: ha nacido una nueva forma de imperialismo que culminará con el imperialismo territorial bajo Tiglatpileser III. Pero el problema que emerge como consecuencia es el de la administración del nuevo Estado; la mayor parte de los reinos conquistados mantiene una autonomía nominal, pero la Asiria interior queda dividida en circunscripciones dirigidas por funcionarios designados por el rey, que adquieren una gran autonomía y ésta, a su vez, repercute en una crisis organizativa. El propio poder central se resiente por el esfuerzo y a la muerte de Salmanasar III se produce un conflicto sucesorio con las consabidas intrigas familiares y de palacio, agravada por la insurrección de muchos de los pueblos sometidos. El restablecimiento de la autoridad central del monarca será tarea de Shamshiadad V (823 a.c 811 a.c). Ya no habrá grandes alteraciones en la política de los siguientes monarcas hasta que acceda al trono, en circunstancias agitadas, Tiglatpileser III (744 a.c 727 a.c). Pero con este rey se producen inmediatos cambios políticos. En primer lugar, acaba con la estructura política fundamentada tradicionalmente en su control por unas pocas familias aristocráticas, que ocasionaban conflictos en función de sus apoyos al monarca. Como alternativa, consolida una monarquía despótica basada en un fiel funcionariado, que florece así como estamento social privilegiado. En segundo lugar, cambia la política imperialista basada en la percepción de tributos por la anexión territorial de los estados sometidos, especialmente en la zona de Siria. Para ello se ve obligado a transformar profundamente el ejército potenciando los contingentes de caballería. Las campañas contra Media y Urartu, zonas proveedoras de caballos, se explican, pues, por las renovadas necesidades militares. La nueva relación del Estado central con las áreas periféricas, facilita la transmisión de la corona, pues el antiguo sistema prácticamente obligaba a la contestación de la autoridad central por parte de los dinastas locales cada vez que se producía la muerte de un monarca. La integración de los territorios conquistados como provincias del Imperio mitigaba considerablemente las fuerzas centrífugas, aunque al mismo tiempo introducía nuevos elementos que dinamizan las contradicciones internas del sistema. Entre ellos destaca, naturalmente, la política de deportaciones, que tiene como finalidad la disminución de la capacidad de acción nacionalista a través de la interrupción de los lazos sociales entre los grupos dominantes y sus sectores clientelares. Por otra parte, esta política contribuye a una eficaz explotación de la tierra, pues permite buscar el mayor equilibrio entre volumen demográfico y capacidad productiva del suelo. Sin embargo, la contrapartida no es desestimable por el malestar social que generan los desplazamientos masivos y obligados. Por otra parte, las relaciones con Babilonia habían sido tradicionalmente hostiles y permanente la intervención en los asuntos internos. El propio Shamshiadad V había tomado Babilonia pero habitualmente los monarcas asirios se conformaban con instalar un rey que les fuera favorable. Siguiendo su política de imperialismo territorial, Tiglatpileser III se hace nombrar rey de Babilonia en 723 a.c, con el nombre de Pulu. La contestación interna fue tremenda, pero la unidad de los dos reinos bajo un solo monarca se prolongará hasta el reinado de Salmanasar V (726 a.c 722 a.c), cuya campaña mas destacada será la toma de Samarra, indicando así la necesidad de control del territorio palestino para garantizar todo el flujo comercial del Próximo Oriente hacia Asiria. Son los primeros síntomas del contacto inevitable con Egipto, para cortar el circuito económico próximo oriental, que culminará con su anexión. No obstante, los recursos del estado parecen debilitarse, según se desprende de la derogación de la exención tributaria de las ciudades santas. Tal vez por ello fuera asesinado. Un usurpador será el heredero. Se trata de Sargón II (721 a.c 705 a.c), uno de los más tremendos monarcas neoasirios, con el que se recrudece la actividad militar, pues amplias zonas habían aprovechado la crisis sucesoria. Siria, el Zagros y Urartu son sus principales focos de atención. La victoria en 714 a.c sobre Rusa de Urartu marcará el definitivo declive del reino anatolio. Después le siguen innúmeras campañas por Siria y Palestina, con las que se pretende la culminación imaginaria del Imperio Universal, en un proceso de emulación de su homónimo acadio. A continuación, tres monarcas, Senaquerib (704 a.c 681 a.c), Asarhadón (680 a.c 669 a.c) y Assurbanipal (668-629) ocupan el trono continuando la obra de su predecesor, síntoma de la solidez del imperio legado por Sargón II. Del reinado de Senaquerib destaca la toma de Babilonia (690 a.c) tras un prolongado enfrentamiento. La ciudad es arrasada, lo que dejará un histórico resentimiento antiasirio en Babilonia. A su muerte se desata una guerra civil, en la que se impone Asarhadón, el primer monarca que toma el Delta del Nilo, pero su empresa es inútil. Su sucesor llega incluso a tomar Menfis y, casi en el extremo opuesto conocido, Susa.

De este modo, el Imperio Neoasirio alcanza a su máxima expansión. Pero no sólo desde el punto de vista territorial, sino también en otros ámbitos. Nunca antes Asiria había tenido un volumen demográfico similar, pero es cierto que la distribución de la población era muy irregular. Las ciudades contenían el porcentaje más amplio, con los problemas de abastecimiento que ello acarreaba. El campo estaba desigualmente habitado y ya entonces había triunfado el sistema de explotación basado en campesinos dependientes, esclavos o semilibres, frente a las comunidades de aldea compuestas por ciudadanos libres. Evidentemente, la clase social propietaria había impuesto el sistema productivo que le resultaba más favorable; el aparato del Estado estaba al servicio de ese orden de cosas, al tiempo que la ideología dominante se imponía como supraestructura destinada a su justificación y pervivencia.

Colapso del imperio:
La incapacidad asiria de incorporar Egipto podría ser considerada como testimonio de los problemas internos de carácter estructural. Pero el hecho cierto es que poco después de la muerte de Assurbanipal este imperio se desmorona súbitamente. Podemos intuir que los desequilibrios estructurales constituyen la causa profunda, pero no podemos articular los procesos ni sus razones. La independencia de Babilonia, alcanzada con Nabopolasar, debió de preocupar tanto en la corte faraónica que ésta decide cambiar su juego de alianzas y comienza a apoyar a Asiria, por ser en aquellas circunstancias el rival más débil. Sin embargo, Babilonia busca un aliado en Ciaxares de Media, reino que hasta entonces se había visto sometido a tributo por Asiria. Egipto controla directamente todo el corredor siriopalestinto, la renaciente Babilonia ha reducido por el sur los dominios asirios a su territorio nacional y, finalmente, Media le arrebata las tierras del noreste. Parece obvio que la eliminación de los reinos vecinos, estructurados como formaciones estatales similares al propio reino asirio, somete las fronteras del Imperio a los peligros de nuevas poblaciones que no conocen, ni respetará las reglas seculares que habían regido las relaciones internacionales en el Próximo Oriente. La suerte estaba echada para Asiria, pues Ciaxares continúa su avance y en 614 a.c toma la ciudad de Assur; dos años después y tras un largo asedio cae Nínive, la capital. El último monarca asirio, Assurubalit II, accede al trono en pleno colapso en Kharran; pero ya ni el apoyo egipcio consigue que se nos esfume hacia el año 610 a.c. De este modo el reino asirio deja de existir y las potencias vencedoras, Media y Babilonia, se reparten sus antiguas posesiones. Ningún texto lamenta la suerte de Asiria.


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