Depresión             

 

Antidepresivo Depresión:
Trastorno, ya sea desde la psicopatología o desde la psiquiatría. Según el modelo médico, psiquiatría la describe como trastorno del estado de ánimo y su síntoma habitual es un estado de abatimiento e infelicidad que puede ser transitorio o permanente. El término médico hace referencia a un síndrome o conjunto de síntomas que afectan principalmente a la esfera afectiva: la tristeza patológica, el decaimiento, la irritabilidad o un trastorno del humor que puede disminuir el rendimiento en el trabajo o limitar la actividad vital habitual, independientemente de que su causa sea conocida o desconocida. Aunque ése es el núcleo principal de síntomas, la depresión también puede expresarse a través de afecciones de tipo cognitivo, volitivo o incluso somático. En la mayor parte de los casos, el diagnóstico es clínico, aunque debe diferenciarse de cuadros de expresión parecida, como los trastornos de ansiedad. La persona aquejada de depresión puede no vivenciar tristeza, sino pérdida de interés e incapacidad para disfrutar las actividades lúdicas habituales, así como una vivencia poco motivadora y más lenta del transcurso del tiempo. Su origen es multifactorial, aunque hay que destacar factores desencadenantes tales como el estrés y sentimientos (derivados de una decepción sentimental, la contemplación o vivencia de un accidente, asesinato o tragedia, el trastorno por malas noticias, pena, y el haber atravesado una experiencia cercana a la muerte). También hay otros orígenes, como una elaboración inadecuada del duelo (por la muerte de un ser querido) o incluso el consumo de determinadas sustancias (abuso de alcohol o de otras sustancias tóxicas) y factores de predisposición como la genética o un condicionamiento educativo. La depresión puede tener importantes consecuencias sociales y personales, desde la incapacidad laboral hasta el suicidio. Desde la biopsiquiatría, a través de un enfoque farmacológico, se propone el uso de antidepresivos. Sin embargo, los antidepresivos sólo han demostrado ser especialmente eficaces en depresión mayor/grave (en el sentido clínico del término, no coloquial). El término en psicología de conducta (ver terapia de conducta o modificación de conducta) hace referencia a la descripción de una situación individual mediante síntomas. La diferencia radica en que la suma de estos síntomas no implica en este caso un síndrome, sino conductas aisladas que pudieran si acaso establecer relaciones entre sí (pero no cualidades emergentes e independientes a estas respuestas). Así, la depresión no sería causa de la tristeza ni del suicidio, sino una mera descripción de la situación del sujeto. Pudiera acaso establecerse una relación con el suicidio en un sentido estadístico, pero tan sólo como una relación entre conductas (la del suicidio y las que compongan el cuadro clínico de la depresión). Es decir, en este sentido la depresión tiene una explicación basada en el ambiente o contexto, como un aprendizaje desadaptativo. Historia Artículo principal: Historia de la depresión Conocida en sus inicios con el nombre de melancolía (del griego clásico µ??a?, "negro" y ????, "bilis"), la depresión aparece descrita o referenciada en numerosos escritos y tratados médicos de la Antigüedad. El origen del término se encuentra, de hecho, en Hipócrates, aunque hay que esperar hasta el año 1725, cuando el británico Sir Richard Blackmore rebautiza el cuadro con el término actual de depresión. Hasta el nacimiento de la psiquiatría moderna, su origen y sus tratamientos alternan entre la magia y una terapia ambientalista de carácter empírico (dietas, paseos, música, etc.) pero, con el advenimiento de la Controversia de la biopsiquiatría y el despegue de la psicofarmacología, pasa a ser descrita como acaso una enfermedad más. Su alta prevalencia y su relación con la esfera emocional la han convertido, a lo largo de la historia, en frecuente recurso artístico e incluso en bandera de movimientos culturales como el romanticismo. Etiología Molécula de Serotonina. El eje serotonina-dopamina parece cumplir un papel fundamental en el desarrollo de los trastornos depresivos. En este descubrimiento se funda el efecto de los modernos antidepresivos, inhibidores de la recaptación de serotonina.El origen de la depresión es complejo, ya que en su aparición influyen factores genéticos, biológicos y psicosociales. Hay evidencias de alteraciones de los neurotransmisores, citoquinas y hormonas que parecen modular o influir de forma importante sobre la aparición y el curso de la enfermedad.[4] [5] La psiconeuroinmunología ha evidenciado trastornos en el eje hipotálamo-hipofisario-adrenal relacionados con los neurotransmisores, así como alteraciones inmunológicas asociadas a citoquinas en el trastorno depresivo mayor (por ejemplo, se reducen el número de transportadores de serotonina en linfocitos de sangre periférica de pacientes deprimidos).[6] Esto parece apuntar a una fuerte relación entre la serotonina y el sistema inmune en esta psicopatología. Sin embargo, es destacable que aún no se ha descubierto ninguna alteración biológica estable y común a todas las personas con depresión, es decir, ningún marcador biológico, por lo que no podemos hablar de enfermedad en su sentido literal. Por esta razón se establecen otros términos que no implican "enfermedad" en su sentido más clásico, sino hablamos de un trastorno mental, enfermedad mental o una psicopatología. Por ejemplo, la alteración en el eje hipotálamo-hipofisario-adrenal puede ser interpretada como un correlato biológico (correlación), pero no implica necesariamente una explicación del hipotético síndrome. La alteración funcional en el eje puede o no aparecer en una persona deprimida; antes, durante o después. La relación correlacional supone que "tener depresión" es más probable durante la alteración en dicho eje, pero esta diferencia orgánica es estadística y no sirve para diagnosticar. Es decir, no puede ser considerada un marcador biológico de enfermedad. Algunos tipos de depresión tienden a afectar a miembros de la misma familia, lo cual sugeriría que se puede heredar una predisposición biológica. En algunas familias la depresión severa se presenta generación tras generación. Sin embargo, la depresión severa también puede afectar a personas que no tienen una historia familiar de depresión. Las personas con poca autoestima se perciben a sí mismas y perciben al mundo en forma pesimista. Las personas con poca autoestima y que se abruman fácilmente por el estrés están predispuestas a la depresión. No se sabe con certeza si esto representa una predisposición psicológica o una etapa temprana de la enfermedad. Desde la psicología de conducta, se entendería que la autoestima y la depresión suponen ambas descripciones de aprendizajes adquiridos, siendo la causa de la depresión principalmente social, es decir, aprendida. Por ejemplo, la evitación y el condicionamiento han demostrado tener un papel fundamental en la adquisición y mantenimiento de este problema. En los últimos años, la investigación científica ha demostrado que algunas enfermedades físicas pueden acarrear problemas mentales. Enfermedades tales como los accidentes cerebro-vasculares, los ataques del corazón, el cáncer, la enfermedad de Parkinson y los trastornos hormonales pueden llevar a una enfermedad depresiva. La persona enferma y deprimida se siente apática y sin deseos de atender sus propias necesidades físicas, lo cual prolonga el periodo de recuperación. La pérdida de un ser querido, los problemas en una o en muchas de sus relaciones interpersonales, los problemas económicos o cualquier situación estresante en la vida (situaciones deseadas o no deseadas) también pueden precipitar un episodio depresivo. Las causas de los trastornos depresivos generalmente incluyen una combinación de factores genéticos, psicológicos y ambientales. Después del episodio inicial, otros episodios depresivos casi siempre son desencadenados por un estrés leve, e incluso pueden ocurrir sin que haya una situación de estrés. En todo caso, la depresión es descrita desde la medicina con una serie de síntomas. Así, cualquier problema psicológico que cumpla esos criterios pudiera ser diagnosticable como depresión. Ya sea un problema de neurodegeneración, ya sea aprendida, en todos los casos hablaríamos del síndrome. Si bien, el diagnóstico médico debe indicar si es de origen neuroanatómico, hormonal o psicológico. Debe aclararse a este aspecto que las hipótesis biológicas anteriormente mencionadas se referían al psicológico; muy distinto al párrafo anterior, que se refería a problemas neuroanatómicos o endocrinos mejor conocidos, como por ejemplo alteraciones en la glándula tiroides. Es decir, aún no se ha encontrado ningún marcador biológico de la depresión, de modo que ninguna de las alteraciones biológicas atribuidas a la depresión puede ser usada para el diagnóstico de enfermedad. Se habla por tanto de psicopatología, que puede ser descrita en un cuadro clínico (nosología)

Epidemiología:
Las cifras de prevalencia de la depresión varían dependiendo de los estudios, en función de la inclusión tan sólo de trastornos depresivos mayores o de otros tipos de trastornos depresivos. En general, se suelen recoger cifras de prevalencia en países occidentales de aproximadamente 3 por ciento en la población general, y para el trastorno depresivo mayor, una incidencia anual del 1 al 2 por mil.[9] Todos los estudios coinciden en que la prevalencia es casi el doble en la mujer que en el hombre, y que algunos factores estresantes vitales, como el nacimiento de un hijo, las crisis de pareja, el abuso de sustancias tóxicas (principalmente alcohol) o la presencia de una enfermedad orgánica crónica se asocian con un riesgo incrementado de desarrollar un trastorno depresivo mayor. En cuanto a la asociación familiar debida a factores genéticos, la existencia de un pariente de primer grado con antecedentes de trastorno depresivo mayor aumenta el riesgo entre 1,5 y 3 veces frente a la población general. También conocida como depresión mayor, depresión unipolar o depresión clínica, se da en el paciente que tiene uno o más episodios depresivos mayores. Si el episodio es único, el diagnóstico es trastorno depresivo mayor de episodio único, mientras si ha habido más de un episodio, se diagnostiva trastorno depresivo mayor recurrente. El término depresión unipolar se opone al de depresión bipolar o trastorno maníaco-depresivo, e indica que el estado de ánimo se mantiene en un solo polo emocional, sin existencia de períodos de manía. Los criterios que establecen tanto el DSM-IV como el CIE-10 para el trastorno depresivo mayor son: ¦Criterio A: La presencia de por lo menos cinco de los síntomas siguientes, durante al menos dos semanas: ¦ ¦Estado de ánimo triste, disfórico o irritable durante la mayor parte del día y durante la mayor parte de los días ¦Anhedonia o disminución de la capacidad para disfrutar o mostrar interés y/o placer en las actividades habituales ¦Disminución o aumento del peso o del apetito ¦Insomnio o hipersomnio (es decir, dificultades para descansar, ya sea porque se duerme menos de lo que se acostumbraba o porque se duerme más; véanse los trastornos en el sueño) ¦Enlentecimiento o agitación psicomotriz ¦Astenia (sensación de debilidad física) ¦Sentimientos recurrentes de inutilidad o culpa ¦Disminución de la capacidad intelectual ¦Pensamientos recurrentes de muerte o ideas suicidas ¦Criterio B: No deben existir signos o criterios de trastornos afectivos mixtos (síntomas maníacos y depresivos), trastornos esquizoafectivos o trastornos esquizofrénicos. ¦Criterio C: El cuadro repercute negativamente en la esfera social, laboral o en otras áreas vitales del paciente. ¦Criterio D: Los síntomas no se explican por el consumo de sustancias tóxicas o medicamentos, ni tampoco por una patología orgánica. ¦Criterio E: No se explica por una reacción de duelo ante la pérdida de una persona importante para el paciente. Trastorno distímico Artículo principal: Distimia Los criterios para este tipo de trastorno depresivo son: ¦Criterio A: Situación anímica crónicamente depresiva o triste durante la mayor parte del día y durante la mayor parte de los días, durante un mínimo de dos años. ¦Criterio B: Deben aparecer dos o más de estos síntomas: ¦ ¦Variaciones del apetito (trastornos en la alimentación) ¦Insomnio o hipersomnio (es decir, dificultades para descansar, ya sea porque se duerme menos de lo que se acostumbraba o porque se duerme más; véanse los trastornos en el dormir) ¦Astenia ¦Baja autoestima ¦Pérdida de la capacidad de concentración ¦Sentimiento recurrente de desánimo o desesperanza ¦Criterio C: Si hay periodos libres de los síntomas señalados en A y B durante los dos años requeridos, no constituyen más de dos meses seguidos. ¦Criterio D: No existen antecedentes de episodios depresivos mayores durante los dos primeros años de la enfermedad. Si antes de la aparición de la distimia se dio un episodio depresivo mayor, éste tendría que haber remitido por completo, con un periodo posterior al mismo, mayor de dos meses, libre de síntomas, antes del inicio de la distimia propiamente dicha. ¦Criterio E: No existen antecedentes de episodios maníacos, hipomaniacos o mixtos, ni se presentan tampoco los criterios para un trastorno bipolar. ¦Criterio F: No hay criterios de esquizofrenia, de trastorno delirante o consumo de sustancias tóxicas (véase adicción). ¦Criterio G: No hay criterios de enfermedades orgánicas. ¦Criterio H: Los síntomas originan malestar y deterioro de las capacidades sociales, laborales o en otras áreas del funcionamiento del paciente. Trastorno adaptativo con estado de ánimo depresivo o mixto (ansiedad y ánimo depresivo) Por trastorno adaptativo o depresión reactiva, se acepta la aparición de síntomas cuando ésta ocurre en respuesta a un acontecimiento vital estresante, y no más allá de los tres meses siguientes a su aparición. Se habla de depresión reactiva cuando el cuadro es más grave de lo esperable o tiene mayor repercusión funcional de la que cabría esperar para ese factor estresante. Debe existir, entonces, un criterio de "desproporción" para su diagnóstico. Trastorno depresivo no especificado Se denomina trastorno depresivo no especificado a aquella situación en la que aparecen algunos síntomas depresivos, pero no son suficientes para el diagnóstico de alguno de los trastornos previos. Esta situación puede darse cuando existe un solapamiento de síntomas depresivos con un trastorno por ansiedad (síndrome ansioso-depresivo), en el contexto de un trastorno disfórico premenstrual o en cuadros de trastorno depresivo post-psicótico (residual) en la esquizofrenia. Otros tipos Duelo patológico: En el DSM-IV se contempla una situación de duelo que puede precisar tratamiento, aunque sin cumplir los criterios de ninguno de los trastornos previos. Clasificación de la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental Desde un punto de vista diagnóstico y terapéutico, la FEPSM señala la improcedencia de las clasificaciones actuales (depresión mayor, distima) y la utilidad y vigencia de criterios clásicos, como depresión melancólica, depresión no melancólica, depresión psicótica y depresión orgánica.

Evaluación diagnóstica:
El diagnóstico de la depresión es clínico. Deben descartarse, en primer lugar, causas orgánicas, farmacológicas o tóxicas compatibles con un cuadro similar al de un trastorno depresivo, pero es en último término la entrevista clínica la que ofrece los datos necesarios para el diagnóstico, cuando se cumplen los criterios establecidos más arriba. Una buena evaluación diagnóstica debe incluir una historia médica completa. ¿Cuándo comenzaron los síntomas, cuánto han durado, qué tan serios son? Si el paciente los ha tenido antes, el médico debe averiguar si los síntomas fueron tratados y qué tratamiento se dio. Quien diagnostique también debe preguntar acerca del uso de alcohol y drogas, y si el paciente tiene pensamientos de muerte o suicidio. Además, la entrevista debe incluir preguntas sobre otros miembros de la familia. ¿Algún pariente ha tenido depresión y, si fue tratado, qué tratamientos recibió y qué tratamientos fueron efectivos? Actualmente tienen competencias en este diagnóstico los psiquiatras (lecienciados en medicina, especializados en psiquiatría), psicólogos clínicos (licenciado o grado en psicología, especializado en psicología clínica) y en España, según el sitema universitario previo a los grados, también tienen competencias en ello los licenciados en psicología. Existen también varios cuestionarios estandarizados que pueden ayudar a discriminar si existe o no un trastorno depresivo: como la Escala de Depresión de Yesavage,[29] la Escala de Depresión de Zung,[30] el Inventario de Depresión de Beck, el Test de Depresión de Goldberg o el Test de Depresión de Hamilton. Algún estudio ha evaluado incluso la eficacia de dos simples preguntas para un diagnóstico rápido de elevada fiabilidad. Desde la terapia de conducta el objetivo del diagnóstico está en realizar una evaluación individual, cuyo datos permitirán el diseño individual de tratamiento y controlar dicho proceso. Los cuestionarios no serían usados para comparar distintos sujetos o para comprobar si alcanza una determinada puntuación. Sino que permiten comparar la puntuación antes y después del tratamiento, como una medida de control sobre las variables psicológicas en cuestión.

Tratamiento:
Independientemente de que se llegue a un diagnóstico fino del tipo de trastorno depresivo, si la situación anímica supone una limitación en las actividades habituales del paciente, o una disminución de su capacidad funcional en cualquiera de sus esferas (social, laboral, etc.) se considera adecuada la instauración de un tratamiento. El fin del tratamiento es el de mejorar la situación anímica, así como restaurar un adecuado funcionamiento de las capacidades socio-laborales y mejorar, en general, la calidad de vida del paciente, disminuyendo la morbilidad y mortalidad, y evitando en lo posible las recaídas. La selección del tratamiento dependerá del resultado de la evaluación. Existe una gran variedad de medicamentos antidepresivos y psicoterapias que se pueden utilizar para tratar los trastornos depresivos. Los psiquiatras tienen competencias en recetar medicamentos. Los psicólogos (y la persona específicamente formada en ello, por ejemplo mediante un máster) tienen competencias en psicoterapia u otras formas de intervención psicoterapeuta desde la modificación de conducta y terapia de conducta(véase psiquiatría y psicología). En ámbos casos, dependiendo del diagnóstico del paciente (según el modelo médico)y de la gravedad de los síntomas (muy especialmente el la terapia de conducta) Según la revista científica Psicothema, que realizó una revisión en el año 2001, concluyó que tan sólo en el trastorno bipolar y esquizofrenia resultaba mejor tratamiento el farmacológico que el psicológico. Es decir, para el resto de trastornos revisados en este artículo algunas psicoterapias muestran experimentalmente mejores resultados que el psicofarmacológico. No hay datos tan claros sobre la combinación de ambos tratamientos.

Farmacológico:
La fluoxetina se ha popularizado con su nombre comercial más extendido: Prozac. Su eficacia y un viento favorable a corriente de una sociedad medicalizada lo han situado más allá del ámbito farmacológico, muy cerca de la cultura popular. Puede rastrearse la presencia de la "píldora de la felicidad" en la literatura, la música, el cine o la televisión.El tratamiento con antidepresivos es el único que ha demostrado una evidencia significativa de efectividad en depresiones mayores (graves) y en depresiones psicóticas (solos o en combinación con psicoterapia. Recuérdese que "grave" refiere a un diagnóstico clínico, no al uso coloquial del término). Para el resto de depresiones, la psicoterapia se ha mostrado más eficaz que el tratamiento farmacológico. De hecho, cuando determinados problemas personales como aislamiento, falta de apoyo, déficits en habilidades sociales, determinadas creencias... están relacionadas con la depresión, su tratamiento con antidepresivos tiene una alta tasa de recaída a los pocos años. [cita requerida] No se han evidenciado diferencias entre la eficacia de los diferentes tipos de antidepresivos, cuyas principales diferencias estriban más en el tipo de efectos secundarios que pueden provocar. En general, los pacientes presentan mejor tolerancia a los modernos inhibidores selectivos de recaptación de serotonina que los clásicos antidepresivos tricíclicos y heterocíclicos. La decisión de emplear uno u otro se basa en criterios como la buena respuesta a un fármaco determinado en episodios previos o en familiares de primer grado, la tolerancia a los posibles efectos secundarios, las interacciones posibles con el tratamiento habitual del paciente, el precio o la existencia de alguna contraindicación relativa, por la presencia de otra enfermedad. Hay que tener en cuenta que el efecto antidepresivo tarda unas dos semanas en aparecer, aumentando progresivamente hasta su pico de máxima eficacia en torno a los dos meses. Aún no es conocido del todo porqué tarda este periodo. Los principales grupos de fármacos antidepresivos son los antidepresivos tricíclicos, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) y los inhibidores de la enzima monoamino-oxidasa (IMAO), aunque se están incorporando nuevos grupos como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina y noradrenalina (como la venlafaxina) o los inhibidores selectivos de la recaptación de noradrenalina (reboxetina). En mayor o menor grado, todos ellos pueden presentar algunos efectos secundarios, principalmente sequedad de boca, estreñimiento, mareos, náuseas, insomnio o cefalea, siendo los de las últimas generaciones los mejor tolerados. El tratamiento con antidepresivos debe mantenerse durante seis a doce meses, para evitar el riesgo de recaídas, aunque el efecto completo puede conseguirse al mes del inicio del tratamiento. Hay que tener en cuenta que la causa más frecuente de respuesta terapéutica débil es una mala cumplimentación del tratamiento indicado (abandonos, olvidos, etc.). En torno al 25 por ciento de los pacientes abandonan el tratamiento en el primer mes, un 44 por ciento en el primer trimestre, y un 60 por ciento de los pacientes dentro de los seis meses iniciales. Recientemente se han publicado resultados que hacen pensar que la fluoxetina (Prozac) no es en realidad un medicamento tan efectivo contra la depresión como se había anunciado y creído (debido a lo que parece haber sido una manipulación comercial de los datos científicos presentados inicialmente).


Salud mental y crisis:
Tras 10 años de crisis, podríamos llamar a las circunstancias actuales como nuevo-viejo modelo económico, basado en una economía de servicios y cuya principal vía competitiva es el precio. Pésima elección que va a afectar a nuestro bienestar como sociedad de manera significativa. Una de las vías que más van a interferir en nuestra calidad de vida va a ser la salud, y en concreto, la salud mental. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud mental es “un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad”. En España, entre las diez enfermedades más declaradas, según la Encuesta Europea de Salud (2014), encontramos dos de carácter mental, como son la depresión (6.89%) y la ansiedad crónica (6.85%). Si nos centramos en la depresión, la misma encuesta nos dice, atendiendo a un cuestionario específico (Patient Health Questionnaire, PHQ-8), que alrededor de un 16% de la población de nuestro país presenta sintomatología depresiva en diferentes grados. Según se informa: “En términos absolutos, casi cinco millones de personas (4 929 400) presentan sintomatología depresiva leve o moderada (12,74%) y otro millón (1 110 600) moderadamente grave o grave (2,87%). En total, más del 15% de la población residente en España presenta sintomatología depresiva de distinta gravedad”. Las causas que existen detrás de una enfermedad mental son múltiples y muchas veces se combinan entre ellas. Por ejemplo, existen factores bio-genéticos como el envejecimiento y la discapacidad física de nacimiento o la forma en que nos enfrentamos ante grandes catástrofes sobre los que poco se puede incidir. En cambio, existen otros sobre los que sí que disponemos de elementos de choque pero que la ideología hegemónica vigente no permite que actúen a favor de nuestra salud. Es notorio que el sujeto neoliberal es individualista, egoísta, avaro y competitivo. Estos valores no nos son propios a ciudadanos criados bajo los dogmas de la tradición católica y son más propios de culturas protestantes calvinistas. Nos medimos por lo que obtenemos y por lo que gastamos, convirtiéndose esta simplificación en una forma de vivir que llena muy poco a la complejidad del ser humano. El imperialismo capitalista, también conocido como globalización neoliberal, está provocando continuamente conflictos internos en las personas que distinguen entre cómo fueron educados por sus familias y cómo les exige el sistema que sean. Un ejemplo claro lo encontramos con la actual figura del “emprendedor” y su accesorio timo de la psicología positiva, con frases que responsabilizan al individuo de su éxito o fracaso, sin tener en cuenta el entorno. El propio sistema está polarizando la sociedad, el grado de desigualdad y la tasa de pobreza están manteniéndose, junto a la precarización del trabajo y, por tanto, a la inestabilidad vital. Existen numerosos estudios que relacionan a la pobreza, absoluta y relativa con el riesgo a sufrir alguna patología de este tipo. Por ejemplo, en Unhealthy Societies: The Afflictions of Inequality (Wilkinson, 1996), el autor se pregunta cuáles son los determinantes de las diferencias de salud entre países. Entre las evidencias que se obtienen, destacan que los países con niveles de ingreso bajos tienen peor salud que los de ingreso mediano y alto; pero este hecho se repite dentro de los propios países entre zonas más ricas y más pobres. Además, de esta relación cabe destacar la causalidad entre ambas, esto es, a mayor pobreza mayor riesgo de trastorno mental y viceversa. Por tanto, hay que luchar contra la pobreza, pero también contra desigualdad para disminuir este riesgo. Si entendemos que el trabajo es el factor alrededor del cual la mayor parte de la sociedad organiza su vida, la precarización del mismo conlleva ineludiblemente a la precarización de la propia vida de las personas. Conceptos como flexibilidad, ajuste, movilidad vertical y geográfica, entre otros, sólo pretenden esconder el verdadero impacto social que conllevan. Cada Encuesta de Población Activa vemos cómo la contratación temporal supera con creces la contratación indefinida, pero tampoco pensemos que esta última sirve de colchón. Si consideramos también que teniendo en cuenta que la remuneración, además de escasa es insegura, todo junto provoca el desmoronamiento de lo que era un proyecto de vida y como consecuencia conlleva no pocas frustraciones. Según la Millenial Survey Data de Telefónica, el 51% de los jóvenes entre 18 y 30 años consideran que “los mejores días han pasado” en oposición a los que consideran “que están por llegar”. La tasa de paro por encima del 15% de manera constante desde el 2009 es un factor a tener en cuenta cuando hablamos de salud mental. Está demostrado que existe un mayor riesgo de padecer este tipo de enfermedades si estás parado que empleado, aunque estar empleado hoy puede provocar también un aumento del riesgo si has sufrido con anterioridad episodios de pobreza. Es decir, el miedo a perder el empleo provoca periodos continuados de estrés que pueden desembocar en este tipo de enfermedades. La lucha enfermiza contra el déficit público ha provocado que las políticas públicas hayan ido desmantelando el paupérrimo estado del bienestar que nos habíamos permitido en este país. Los recortes en cantidad y calidad de sanidad, educación y resto de políticas sociales, como dependencia, son factores que contribuyen de manera inequívoca al aumento del riesgo de sufrir estas dolencias. Piensen el caso de una familia que debe cuidar a una persona de edad avanzada y que pagarle una residencia, con los cuidados que se merece, resulta inasumible. Una opción es que un miembro de la familia abandone su puesto de trabajo con la consiguiente disminución de la renta familiar. Podríamos considerar que esta situación será pasajera y que cuando las cosas vayan mejor todo cambiará. La juventud se está enfrentando a una tasa de paro superior al 40% y a una tasa de abandono escolar del 20%, la más alta de Europa. No pueden abandonar el hogar familiar, por el encarecimiento de los alquileres y la precariedad laboral, hasta los 28 años de media. ¿En serio pensamos que va a ser pasajera esta situación? A modo de resumen, hemos dicho que la pobreza, tanto absoluta como relativa, la clase social, el desempleo y las políticas sociales son factores que afectan al riesgo de padecer algún trastorno mental. En materia de desigualdad, según el índice de Gini, estamos en niveles de 1995 alrededor del 0.34 y según el indicador S80/S20, estamos por encima, 6.6 (2016) comparado con 5.9 (1995). La tasa de paro pocas veces en la democracia ha bajado del 10%. Y pertenecer a la clase trabajadora te condena a una precariedad vital en detrimento de la rentabilidad del capital. No estoy convencido de la temporalidad de estos hechos, más bien es el propio sistema y si no le ponemos remedio, las consecuencias sobre nuestra salud pueden ser devastadoras. Luchar contra los efectos de la enfermedad mental con medicamentos sólo sirve para enmascarar una realidad que precisa soluciones desde la raíz. Políticas valientes que construyan un Estado de Bienestar digno y que pongan a las personas por encima del capital se necesitan y no sólo en España. (Paco Cervera, 27/05/2017)

 
       

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