Salud mental
Tratamiento:
Rehabilitación:
Investigación:
¿Cómo se genera un síntoma?:
Psicofármacos:
Desarrollo (s.XX):
Técnicas:
Salud mental:
Estado que se caracteriza por el bienestar psíquico y la autoaceptación. Desde una perspectiva clínica, la salud mental es la ausencia de enfermedades mentales.
La preocupación por las enfermedades mentales ha existido siempre en mayor o menor medida, pero el desarrollo de tratamientos médicos data de mediados del siglo XVIII, cuando eminentes reformistas, como el médico francés Philippe Pinel o el estadounidense Benjamin Rusht, introdujeron este tipo de tratamientos como alternativos a los tratos inhumanos que hasta entonces habían prevalecido. A pesar de estas reformas, la mayoría de estos enfermos continuaron en cárceles y asilos, incluso en el siglo XIX.
Según estimaciones publicadas en octubre de 2001 por la Organización Mundial de la Salud (OMS), unos 450 millones de personas en todo el mundo sufren al menos una vez en la vida algún tipo de problema de salud mental lo suficientemente grave como para requerir tratamiento médico. Sin embargo, ello no implica que estas personas estén dispuestas a recibir tratamiento y de hecho muchas de ellas nunca acuden a un profesional.
En conjunto, se estima que un porcentaje bastante alto de la población sufre depresiones leves o moderadas, ansiedad u otro tipo de trastornos emocionales. A ello habría que sumar el alcoholismo, que en muchos países va en aumento, y la drogodependencia, así como el daño a la salud mental que suponen estados como la pobreza permanente, el desempleo o la discriminación social.
El tratamiento de las enfermedades mentales ha cambiado drásticamente en las últimas décadas. Los fármacos fabricados a partir de 1950, junto con la mejora de otros métodos, han permitido a los pacientes, tradicionalmente internados en psiquiátricos, ser tratados en clínicas y hospitales. Algunas clínicas mentales dan libertad a la mayoría de los enfermos para salir a caminar por el edificio y por los terrenos circundantes, e incluso visitar lugares cercanos. Esta tendencia se basa en la conclusión de que la perturbación de la conducta de los pacientes se debe más, en ocasiones, a la reclusión que a la propia enfermedad.
El tratamiento de los pacientes con trastornos mentales menos graves también ha cambiado sensiblemente. En el pasado, los pacientes con depresión leve, trastornos de ansiedad y otro tipo de neurosis eran tratados casi exclusivamente mediante la psicoterapia individual, metodología que ha evolucionado hacia otros enfoques alternativos, como las terapias de grupo o de familia, a las que se ha sumado el empleo de fármacos psicotrópicos (véase Psicotropo), como el Prozac, que ayudan a aliviar los síntomas.
El rechazo al internado permanente en psiquiátricos ha provocado, sin embargo, la aparición de problemas significativos en los propios enfermos y en las comunidades en las que residen, porque muchas veces no hay servicios de seguimiento adecuados o éstos viven en centros asistenciales poco equipados para atender sus necesidades. La mayoría han sido diagnosticados de esquizofrenia y sólo una minoría de ellos viven integrados en la comunidad y alcanzan un nivel adecuado de adaptación. En algunos países, los enfermos deben acudir a la clínica periódicamente para pasar consulta y controlar la medicación prescrita.
Diversas ciencias han contribuido al estudio de la salud y las enfermedades mentales. En décadas recientes, se ha profundizado más en los procesos biológicos, psíquicos y sociales básicos, y ha mejorado la aplicación de estos conocimientos a los problemas propios de la salud mental.
Algunos de los avances más prometedores proceden de la biología; por ejemplo, el estudio del cerebro y los neurotransmisores —compuestos químicos que llevan mensajes de una célula nerviosa a otra—, revela aspectos desconocidos del funcionamiento normal y anormal del cerebro que pueden ayudar a mejorar el tratamiento de algunos trastornos mentales. Otros investigadores intentan descubrir cómo se desarrolla el cerebro —comprobando, por ejemplo, que algunas células nerviosas se regeneran parcialmente después de haber sido dañadas, incluso en los adultos—, conocimiento que ayudará a la comprensión mayor de algunos trastornos, como la deficiencia mental, o algunas formas de deterioro cerebral sin tratamiento hasta hoy.
La investigación psicológica relevante para la salud mental incluye el estudio de la percepción, el procesamiento de la información, el pensamiento, el lenguaje, la motivación, la emoción, las diversas capacidades intelectuales, las actitudes, la personalidad y el comportamiento social. Por ejemplo, los investigadores están estudiando el estrés y cómo controlarlo, estudio que permitiría, por ejemplo, ayudar a prevenir algunos trastornos mentales.
La investigación en las ciencias sociales se centra en los problemas de los individuos en distintos contextos como el familiar o el laboral. Ejemplo de este trabajo es la investigación epidemiológica (véase Epidemiología), que consiste en elaborar estadísticas de incidencia de las distintas enfermedades en un área geográfica concreta y su relación con otras variables de índole psicosocial, económica, ambiental o cultural.
Síntomas del estrés:
El síntoma como señal de alarma:
Es de conocimiento general que las personas se preocupan de su cuerpo de muy distinta manera, aunque lo habitual es que partan de la presunción de salud mientras no experimenten malestar ni padezcan incapacidades funcionales que limiten su vida diaria. La medicina sabe desde sus inicios que no siempre existe una correspondencia entre el funcionamiento objetivo del organismo y las sensaciones corporales del sujeto, de ahí que haya establecido una crucial distinción entre los signos (o alteraciones observables) y los síntomas (o manifestaciones subjetivas). Lo habitual es que la demanda de atención médica dependa de la aparición de estos últimos, que juegan el papel de señales de alarma y advierten al sujeto de que en su organismo algo no funciona bien. Esta connotación del síntoma como estímulo sugerente de amenaza permite entender la enfermedad como agente estresante por excelencia, ya que provoca alarma e incertidumbre en el sujeto, sin concederle apenas margen para el uso de conductas operantes que desactiven el peligro. De hecho, la única conducta realmente adaptativa es la de pedir ayuda a un médico, y eso ya da una idea de lo mucho que la enfermedad aproxima a los sujetos a los estados de indefensión.
En el transcurso de los últimos años, la psicología médica se ha interesado mucho en el estudio de la aparición de los síntomas, a partir de la constatación de que las alteraciones funcionales no son percibidas por todos los sujetos de la misma manera. Hay pruebas inequívocas de que los extrovertidos, los individuos emotivos y las mujeres refieren con más frecuencia molestias y síntomas, y que las últimas acuden más al médico, al margen de la importancia objetiva de su malestar. Por lo demás, sorprende que una actividad tan violenta y tan ruidosa como el bombeo cardiaco, que tiene lugar a unos centímetros del oído, no sea habitualmente escuchada por el mismo sujeto que percibe con angustia cualquier inapreciable murmullo intestinal. Las explicaciones de todos estos hechos no son muy satisfactorias, aunque vale la pena mencionar estudios que sugieren que la percepción de las sensaciones corporales que acaban transformándose en síntomas depende de un desequilibrio entre las señales externas e internas por causas constitucionales o transitorias. Así, por ejemplo, habrá sujetos temperamentalmente predispuestos a percibir de una manera selectiva las señales procedentes del intracuerpo —lo que los haría vulnerables a prestar atención sistemática a los «ruidos» internos—, y habría sujetos sin esas características que, como resultado de la alteración circunstancial de sus funciones sensoriales, o de su vida emocional o afectiva, o bien percibirían más señales internas, o bien retirarían su atención del exterior, con el consiguiente predominio de las sensaciones del intracuerpo. Ello explicaría la mayor frecuencia de síntomas y quejas corporales en los sujetos con estados de ansiedad y en los depresivos desinteresados por el medio externo.
En otro orden de cosas hay que señalar que la manifestación de quejas y síntomas también depende de variables psicosociales y culturales, ya que su prevalencia es mayor en los solteros, los viudos, los divorciados, los emigrantes, los desempleados, los jubilados y las personas que carecen de apoyo social. Estos factores posiblemente intervienen en la aparición y manifestación de las quejas a partir de su importancia en la determinación del estado emocional y en función de las pautas culturales del microgrupo. Así como para los anglosajones no es signo de buen gusto hablar de la salud, para algunos subgrupos latinos las conversaciones sobre enfermedades, operaciones y desgracias ocupan gran parte de la interacción social y sirven para favorecer la aproximación personal entre los interlocutores.
(Manuel Valdés)
Sustancias químicas que alteran el comportamiento, el humor, la percepción o las funciones mentales. Las diferentes culturas a lo largo de la historia han utilizado diversas sustancias con el objetivo de cambiar el estado de conciencia. En la práctica médica actual, las sustancias psicoactivas conocidas como psicofármacos se han desarrollado para tratar a los pacientes con trastornos psicológicos o mentales. Los psicofármacos ejercen su acción modificando ciertos procesos bioquímicos o fisiológicos cerebrales. Los mensajes entre las distintas células nerviosas (neuronas) se transmiten a través de estímulos eléctricos o químicos. Las neuronas no entran en contacto directo entre sí; en las sinápsis (espacio entre las neuronas) el mensaje se transmite por sustancias químicas denominadas neuroreguladores o neurotransmisores. La mayoría de los psicofármacos actúan alterando el proceso de neurotransmisión, estimulando o inhibiendo la actividad. Otros, como las sales de litio, actúan modificando la permeabilidad de la membrana neuronal y se emplean en el tratamiento de la psicosis maníaco-depresiva permitiendo reducir los episodios de euforia o depresión que sufren estos enfermos. Siguiendo el criterio de la acción que ejercen sobre el sistema nervioso central, las sustancias psicoactivas se pueden clasificar en tres grupos: depresores, estimulantes y visionarias.
2 DEPRESORES DEL SISTEMA NERVIOSO CENTRAL:
Reducen la actividad del sistema nervioso central y producen relajación y tranquilidad en el individuo. Los más importantes son: alcohol, fármacos sedantes, fármacos tranquilizantes y opiáceos.
El alcohol ha sido la sustancia psicoactiva más utilizada ya que en la mayor parte de los países su consumo está legalmente permitido. Los consumidores buscan relajación y bienestar, pero la intoxicación etílica altera las funciones mentales y motoras. La ingesta crónica de alcohol puede lesionar el hígado y las células cerebrales y produce adicción (dando lugar al alcoholismo); su retirada brusca produce graves cuadros (síndromes) de abstinencia.
Los fármacos sedantes como los barbitúricos, en pequeñas dosis, tienen un efecto parecido al de la embriaguez alcohólica y, en dosis altas, pueden ocasionar confusión mental grave o síntomas psicóticos. La sobredosis puede causar el coma o la muerte.
Los fármacos tranquilizantes como los ansiolíticos sirven para combatir la ansiedad, el nerviosismo y el estrés. Aunque su poder adictivo es escaso, con dosis altas puede generarse dependencia física. Una de las familias principales de estos fármacos la componen las benzodiazepinas, como el diazepam que alivia la ansiedad y el miedo, o como el flunitracepán que induce el sueño y sirve para combatir el síndrome de abstinencia a los heroinómanos.
Los opiáceos (opio, morfina o heroína) se utilizan como analgésicos. Debido a que el alivio del dolor es uno de los objetivos principales de la práctica médica, han supuesto una gran ayuda en el tratamiento de muchas enfermedades. Los opiáceos producen tolerancia, dependencia física y psicológica. La morfina causa euforia, somnolencia y alivio de dolor pero la interrupción de la ingesta conlleva excitabilidad, depresión y sensibilidad al dolor.
3 ESTIMULANTES DEL SISTEMA NERVIOSO CENTRAL:
Estas sustancias producen una activación general del organismo, agilizan la comprensión y aumentan el rendimiento intelectual, también disminuyen el apetito y mejoran el estado de ánimo. El estimulante más consumido es la cafeína, otros de gran importancia son las anfetaminas y la cocaína. Los agentes estimulantes euforizantes como las anfetaminas pueden emplearse en el tratamiento de los niños con hiperactividad. En estos niños, las anfetaminas tienen un efecto relajante paradójico y pueden mejorar la falta de concentración que se asocia a la hiperactividad. En medicina, se emplea un derivado de la cocaína como anestésico local. El uso ilegal de las anfetaminas y la cocaína incluye su utilización como euforizantes, como estimulantes, para mejorar el rendimiento físico o mental en situaciones como las competiciones atléticas o los exámenes universitarios.
4 SUSTANCIAS VISIONARIAS:
Son sustancias alucinógenas que alteran la percepción sensorial y la concepción del espacio, del tiempo y del sentido del yo. Entre las más importantes se encuentran las sustancias psicodélicas, la marihuana, el hachís y el éxtasis (MDMA).
Los fármacos psicodélicos como el LSD —dietilamida del ácido lisérgico—, la mescalina, el PCP —fenciclidina— no tienen hoy ningún uso médico. Su utilización ilegal tiene por objetivo conseguir estados alterados de la conciencia. La marihuana es un alucinógeno débil de utilidad médica: ayuda a eliminar las náuseas producidas por los tratamientos contra el cáncer; reduce la presión ocular en algunos casos graves de glaucoma, estimula el apetito en enfermos de SIDA y alivia los espasmos de la esclerosis múltiple.
Modificación de conducta:
Conjunto de métodos psicológicos para el tratamiento de los trastornos de adaptación y para el cambio de los tipos de comportamiento observable.
En el proceso de modificación de conducta, los procedimientos empleados se van controlando para introducir variaciones cuando se crea necesario. La coerción mental y física, la cirugía del cerebro (neurocirugía), el lavado de cerebro, el uso de fármacos y la psicoterapia son considerados métodos de modificación de conducta porque intentan conseguir este efecto, cambiar el comportamiento.
La modificación de conducta, en sentido estricto, comenzó a plantearse a principios del siglo XX en el laboratorio del fisiólogo ruso Iván P. Pávlov, quien adiestró a un perro para salivar cuando oía una campanilla o veía un círculo proyectado en la pared y a no hacerlo cuando veía una elipse (en los primeros casos se le administraba después comida y en el caso de la elipse una descarga eléctrica). Al modificar la forma de la elipse y asemejarla cada vez más a un círculo, la reacción del perro cambiaba: se agitaba y no era posible suscitar en él la respuesta antes condicionada. Este tipo de perturbación generada en el laboratorio se denominó desde entonces ‘neurosis experimental’.
Un segundo hito fundamental para la modificación de conducta tuvo lugar cuando los principios de condicionamiento pavlovianos se generalizaron a los seres humanos. En 1920 el psicólogo conductista estadounidense John B. Watson y su ayudante Rosalie Rayner publicaron un estudio experimental en el que un bebé de 11 meses que había jugado previamente con una rata blanca de laboratorio, fue condicionado a temerla asociando su presencia a un ruido fuerte y desagradable, en lo que se llama emparejamiento de estímulos. La psicóloga Mary Cover Jones realizó experimentos similares pero diseñados para reducir los miedos ya establecidos en los niños, descubriendo dos métodos particularmente efectivos: el primero, la asociación del estímulo temido con otro estímulo diferente capaz de suscitar una reacción positiva, y el segundo, la ubicación de un niño que siente temor por un objeto determinado junto a otros que no lo sienten (inicio de la experimentación sobre el aprendizaje por imitación de modelos o condicionamiento vicario).
Los psicólogos ingleses, sudafricanos y estadounidenses emplearon las técnicas de modificación de conducta en las décadas de 1940 y 1950 con fines clínicos, destacando en este área el médico sudafricano Joseph P. Wolpe, quien cuestionó la eficacia de la psicoterapia tradicional para el tratamiento de adultos jóvenes, especialmente aquellos que tenían reacciones de miedo incapacitadoras (como las fobias). Para tratar los trastornos por ansiedad, Wolpe diseñó procedimientos terapéuticos basados en el modelo de condicionamiento clásico pavloviano.
En la misma época, un grupo de psicólogos londinenses, encabezados por Hans Jurgen Eysenck, lanzaron un nuevo programa de investigación sobre el desarrollo de técnicas de tratamiento basadas en la teoría del aprendizaje de los conductistas estadounidenses Clark L. Hull y Kenneth W. Spence.
En Estados Unidos se llevaron a cabo dos tipos de investigaciones que ayudaron a determinar el campo de la modificación de conducta: la generalización de los principios del condicionamiento clásico a problemas clínicos como la enuresis nocturna o el alcoholismo, y la aplicación de los principios del condicionamiento operante o instrumental desarrollados por B. F. Skinner dirigidos a la educación y tratamiento de los niños minusválidos en escuelas e instituciones y al tratamiento de los adultos en hospitales psiquiátricos.
A comienzos de la década de 1960, la modificación de conducta se había convertido en una especialidad aplicada de la psicología en sus dos ramas: terapia de conducta y análisis de conducta aplicado.
Determinadas técnicas empleadas en la terapia de conducta se hicieron lo suficientemente relevantes como para adquirir nombres específicos: desensibilización sistemática, terapia de aversión o bio-feed-back (‘biorrealimentación’).
La desensibilización sistemática, la técnica más empleada por la terapia de conducta, intenta tratar trastornos que tengan un origen conocido, como por ejemplo, las fobias a los animales, a los aviones, las fobias sociales o la claustrofobia. El método consiste, por lo general, en entrenar al paciente a relajarse en presencia del estímulo desagradable, que comienza por la presencia distante o la mera mención del objeto y va acercándose gradualmente. La terapia supone que la reacción de ansiedad es sustituida poco a poco por la nueva respuesta de relajación, proceso que se conoce como inhibición recíproca (entre la respuesta fóbica condicionada en el paciente y la respuesta de relajación inducida en el tratamiento).
La terapia de aversión suele emplearse para eliminar hábitos perniciosos. El estímulo desagradable, como un shock eléctrico (pequeño y controlado), se da al mismo tiempo que sucede el ‘hábito negativo’. Las series repetidas del estímulo desagradable y el hábito negativo, pretenden que el estímulo desencadene repulsión, no atracción positiva. Esta forma de terapia ha sido bastante polémica, ya que se cuestiona su eficacia, probablemente porque ni siquiera se atiene al paradigma del conductismo operante defendido por Skinner que, como ilustra en su utopía novelada Walden II, desconfía de la capacidad de los refuerzos negativos para extinguir una respuesta.
La ‘biorrealimentación’ se usa sobre todo en el tratamiento de las alteraciones de la conducta que tienen una base física. Suministra al paciente información sobre procesos fisiológicos tales como la tensión arterial o el ritmo cardiaco. Con la ayuda de dispositivos mecánicos pueden observarse las variaciones puntuales en el funcionamiento del cuerpo humano. El terapeuta podrá compensar los cambios que crea convenientes, como el descenso de la presión sanguínea.
El análisis de conducta aplicada se usa para poner a punto técnicas educacionales y terapéuticas de formato constante pero personalizable. Cinco etapas esenciales caracterizan este enfoque: 1) decidir qué puede hacer el paciente para mejorar el problema; 2) preparar un programa destinado a debilitar la conducta no deseada y a fortalecer la conducta de sustitución; 3) poner en práctica el programa terapéutico de acuerdo a los principios conductuales; 4) llevar registros cuidadosamente detallados, y 5) modificar el programa si ello produce mejores resultados.
Por último, hay que destacar que el eje de la terapia conductual no se centra en el análisis de las causas subyacentes de las alteraciones de la conducta, sino sólo en las alteraciones en sí mismas, y que hoy son muchos los que la rechazan en el campo de la psicología.







