Mapa de Tenerife Pirámides de Güímar:
When you think of mysterious pyramids, the first that come to mind are those in Egypt, perhaps followed by the ones in the remoter parts of the Amazon Basin or the Central American highlands. However, the most mysterious pyramids are those found in the Canary Islands, particularly on the largest island of Tenerife. The Canary Islands are one of the holiday hot spots of Europe, with most of the development in Tenerife in the resort communities on the southern coast; booking a travel expedition to Güímar is a nice day trip – it's about an hour and a half away by bus, and another hour to tour the village. Güímar has a nice array of sunny beaches, and is farther away from the commercial developments of the south coast of Tenerife; it has architecture and churches dating back to the conquest of the island in the 15th century, which was the first real expansion of Spanish colonialism in the Canary Islands. However, aside from the appeal of a more laid back holiday spot, the principle appeal of Güímar are its mysterious pyramids. Theories abound about the Pyramids, which date back to the days of the Spanish Conquest, and are mentioned in the earlier writings by Roman visitors to the islands, though in the writings of Pliny the Elder, the Romans say the Canaries are completely uninhabited. Even to the Romans, these pyramids were mysteries. These pyramids are low, stepped sided pyramids, similar to the ones seen in Central and Mesoamerica, as constructed by the Mayans. The conventional theory is that they were made by local farmers clearing out rocks from the fields as they were being plowed; the similarity to agricultural terraces is a decent corroboration. It's also known that several of the pyramids have underground chambers beneath them – they were used by the native Guanches people as hiding places when the Spaniards came. A much more opportunistic theory was proposed by Thor Heyerdahl in the early 1990s. Heyerdahl, who demonstrated that it was possible to cross the Pacific using Polynesian style outriggers (Kontiki Expedition), and had also crossed the Atlantic from Morocco to Barbados on a Papyrus boat, contends that the Canary Islands were a major trans-shipment point for trade crossing the Atlantic from the Mediterranean to the Americas in ancient times. Points in Heyerdahl's favour include the fact that the stones appear to be igneous basalt that's been worked, rather than the granite found in the local fields of the area. The ground was also levelled before construction, and the way the pyramids are arranged may have special astronomical significance, given where the steps are and where the sight lines run, and what stars are visible during the summer solstice. A further point is that the great circulating current of the Atlantic Ocean flows westward from the Canaries; it's the same route Columbus took in his voyages, and the Canaries were a major transshipment point during the era of Spanish Colonialism. It is plausible that at one point, the Canaries were, in pre-Roman times, used as a "meeting place" between Mesoamerican and perhaps Carthaginian traders. Fortunately, a decade ago, the Spanish government declared the Pyramids to be an ethnological feature worth study, and opened up two of them for tourists, while closing the remaining four off for study by archaeologists. There is an extensive information centre, covering Heyerdahl's theories, the voyages he undertook, and a lot of information on the current knowledge of these mysterious ancient buildings. On your next holiday to Tenerife you should find time to pay a visit to the mysterious pyramids of Güímar.


Orientaciones astronómica
En 1991, Belmonte, Esteban y Aparicio, investigadores del Instituto de Astrofísica de Canarias, descubrieron que el complejo principal de las Pirámides de Güímar está orientado astronómicamente. Este complejo señala, por un lado, la puesta de Sol el día del solsticio de verano y, por otro, la salida del Sol el día del solsticio de invierno. Descubrieron también el fenómeno de la "doble puesta" del sol el día del solsticio estival: el Sol se oculta primero tras un saliente del borde de la caldera de Pedro Gil, reaparece por un instante al superar dicho saliente y se oculta, finalmente, por el fondo de la caldera. Las orientaciones solsticiales hicieron pensar a algunos que las Pirámides eran antiguos templos. No hay, no obstante, indicación alguna de ello y, en todo caso, de la orientación solsticial, por sí sola, no es posible concluir nada relativo a la fecha de construcción.


Carpintero de Las Palmas:
Sebastián Ceballo, carpintero de ribera, marino y cambullonero, nació en fecha tan lejana como un 22 de mayo de 1922 al borde mismo de la playa de las Canteras, en casa. En una de las únicas doce (12) que aquel año existían sobre el istmo de La Isleta. La ciudad de Las Palmas de Gran Canaria con sus calles ocupa ahora todo ese territorio… ¿Todo? No, aquellas casas existen escondidas tras un portón. EL TÚNEL DEL TIEMPO TRAS UN PORTÓN Sebastián Ceballo Suárez, Chano, tiene suficiente edad como para que los más veteranos de La Puntilla, en la playa de las Canteras, lo conozcan. La playa que baña el litoral de poniente de la ciudad de Las Palmas conserva, en este rincón, las barquillas de pescadores que varias generaciones de isleños han visto siempre ahí, varadas sobre la arena cuando no están en el agua. Y, precisamente, reparando una de esas viejas barquillas, encontramos a este hombre enjuto, de rostro marcado por los años y el salitre. Sabe muy bien lo que se hace: es carpintero de ribera desde niño y con 14 años ya se había construido su primer “yatillo”, dice, de dos metros y medio de eslora. Frente a su barquillo (al que sustituye unas tablas y después calafateará) tiene una magnífica vista de la playa, con su avenida y una línea del cielo marcada por hoteles, apartamentos y otros grandes edificios de una gran ciudad, fachada de un entramado de calles que cubren de orilla a orilla el istmo que une La Isleta con la isla de Gran Canaria. Todo aquello era arena (y agua que unía las dos orillas cuando había reboso). Allí mismo, señala hacia donde se levanta el lujoso hotel Meliá Las Palmas, “nací yo, el barrio se llamaba de San Rafael y la playa de las Canteras se llamaba playa de Arrecife”. Entre todos aquellos arenales y mariscos se levantaron, en el siglo XIX, una docena de casitas de una única planta, seis frente a seis, en una estrecha calle que Chano llama “travesía”, orientada de orilla a orilla del istmo: a un lado, la playa de Arrecife, al otro, la playa de San Rafael. REGRESO AL PASADO Tratamos de imaginarnos aquello un siglo atrás, pero no hizo falta. Chano nos llevó hasta un portón de la calle Sagasta y, al traspasarlo, no entramos en el edificio de viviendas y apartamentos de varias plantas que se veía desde la calle. Simplemente habíamos regresado al pasado y estábamos en la calle que llama “travesía” con las primeras casitas de que hablaba. ¿Habíamos atravesado un portón que era túnel del tiempo? Al mirar al cielo vimos a aquellas casitas rodeadas por el presente: se habían quedado incrustadas en el interior de una manzana de cuatro calles cuyas fachadas tenían aquí sus paredes traseras. En la orilla de aquella playa de San Rafael “montaron las carpinterías, las que estaban en San Telmo; sobre arena, porque aquello era arena igual que esto –señala la de las Canteras, a sus pies–. Bueno, no era tan grande. Mi casa era de canto amarillo de los que sacaban en La Isleta y cuando yo nací, siempre me lo contaba mi padre, la casa estaba llena de agua por la mañana y yo nací por la tarde, a las seis. Agua de aquí [Las Canteras] y agua de la otra [San Rafael]; se juntaba –se ríe–. Es que yo nací en una tira de arena de cien metros; aquellas casas se fabricaron en el 1800 y algo más, no sé. Mi casa tiene doscientos y pico años de hecha. Se hicieron seis por aquí y seis por allí. Entre esas doce casas había un pasaje para pasar de una playa a la otra. Cuando pusieron los varaderos en San Rafael fabricaron una muralla muy alta e hicieron la calle que está hoy, Albareda. Entonces fabricaron por detrás de la casa donde yo nací y cerraron el pasaje. Lo tenemos muy bonito por dentro, lleno de flores”, describe con minuciosidad. AL CAMBULLÓN En aquellas casas “vivían los patrones de los prácticos y de los remolcadores” del puerto de La Luz, con sus familias, explica. Y cambulloneros, como su padre. “Yo también soy cambullonero (1), desde niño. Mi padre se dedicaba a vender pájaros y perrillos chicos a bordo de los [barcos] franceses. Aquí teníamos una raza que se llamaba nolulú [lulú de pomerania], eran muy bonitos, unos perros blancos muy preciosos”. En realidad, Chano compartía su tiempo entre la escuela (un par de horas por la mañana, temprano, un par de días en semana) y la carpintería de ribera de maestro Domingo Sarmiento, allí mismo (donde era aprendiz). Pero como también le echaba una mano al padre, éste los sacaba de algunos días: “Mi padre hablaba con el maestro; dice ‘déjame al muchacho, que lo necesito hoy que vamos a ir a un [barco]francés”. A los 19 años ya era maestro carpintero. “Trabajábamos de lunes a sábado por la tarde, hasta las cuatro. Me pagaban un real a la semana. Y me lo pagaban –recuerda– porque yo me levantaba temprano para ir a comprar el café con leche y el bocadillo al maestro”. Hacían “barquillos canarios de cuatro metros, cinco metros, con vela latina; como esos que hay ahí”, señala a los que hay en La Puntilla. CUATRO REMANDO Y UNO AL TIMÓN DEL ‘PACA’ “Se ganaba para comer bastante bien. Y para ahorrar el que sabía aprovechar”, dice Chano Ceballo de la vida de los cambulloneros. “Yo aprendí con mi padre, que iba a bordo a vender perritos pequeños. Después, ya de mayor, me dediqué por mi cuenta a vender relojes a bordo de los barcos. Iba a Tenerife, compraba relojes baratos y vendía”. Después, cuando la escasez de posguerra civil, agravada por la propia guerra mundial, “me dediqué a los barcos españoles que venían de Buenos Aires y traían cosas: café, azúcar, mantequilla, margarina, harina, de todo, y gracias a eso las islas Canarias comieron, gracias a nosotros [los cambulloneros], traíamos incluso la penicilina”. El tráfico de buques que hacía escala en La Luz, el principal puerto entonces de la ciudad de Las Palmas (hoy el único), fondeaba en su mayoría. “Se quedaban fondeados. Venían a coger carbón aquí”, dice Chano, quien llegaba hasta ellos con un bote a remos. “Nosotros teníamos un bote muy bueno llamado el ‘Paca’, que después lo hice de vela latina (2). Mi bote tenía cuatro remos, éramos cuatro remando. El que negociaba era mi hermano, y yo, que me dedicaba también a remar (y mi hermano en el timón). Teníamos otro hermano, el más chico, Cristóbal, y dos muchachos más para los remos”. Cada bote de cambulloneros tenía su “clientela [o buque y nacionalidad] y ya sabíamos a quién teníamos que ir. Los compradores respetábamos uno al otro”. Para desembarcar las mercancías, la guardia del puerto les “toleraba”, dice, y añade: “Les dábamos un par de kilos de café, un par de kilos de azúcar. Y escapábamos así”. AL ASALTO DEL CASTILLO REMANDO SOBRE UN BIDÓN Antes de convertirse en carpintero de ribera, Chano Ceballo se había fabricado, como los demás niños del barrio, su propio bote con la mitad de un bidón. Con sus brazos como remos, asaltaba el castillo de Santa Catalina, sepultado después y hasta hoy bajo la base naval de Las Palmas. Sebastián Ceballo Suárez, Chano, sigue insistiendo en llamar a la playa de las Canteras como “playa de Arrecife” (e insiste también en usar la preposición /de/). Lo de “Canteras”, dice, “es por eso”, señala a la Barra, la barrera natural que protege la playa y convierte sus aguas interiores en una especie de acuario de peces ideal para el baño. “Ahí empezó eso de Las Canteras. Un señor que trabajaba ahí debajo, le llamaban... –intenta, pero no consigue recordar su nombre [ver nota de lector al pie de la página]– se dedicaba a hacer pilas para destilar agua. Se fue a la barra y sacó un trozo, y a raíz de eso las Canteras se quedó”. [Otros contratistas, antes que ese señor, también extrajeron piedra incluso en el siglo XIX –ver “Curiosidades de hemeroteca” en página 2–, aunque se siguió llamando Arrecife hasta entrado el siglo XX]. Pero las andanzas de Chano-niño miraban a las dos orillas que eran la frontera de su mundo. Y por el otro lado (el de la bahía portuaria), contaba con el sueño de juegos de todo chiquillo: todo un castillo abandonado a su disposición, el de Santa Catalina. “Nos poníamos de acuerdo, ‘¿qué, vamos al castillo hoy?’, ‘¡vamos al castillo!’. Siempre los mismos, Juan el Papúo, un hermano de él y yo”. CULEBRINA AL CIELO Se levantaba aquel castillo sobre un gran arrecife que durante la bajamar quedaba al descubierto y permitía llegar hasta él caminando. “Caminando, sí. Pero muchas veces fuimos en botes de lata. Pasábamos por debajo del puente que había en el muelle Santa Catalina, que estaba entre el Club Náutico y la casa Elder; nos metíamos por ahí debajo. Y llegamos allí a los mariscos (3) aquellos, poníamos los botes arriba, entrábamos y nos subíamos al castillo. Aquello estaba todo abierto”. Recuerda que por dentro tenía “un salón y después la escalera para subir, donde estaban los cañones… Y había un cañón”. En efecto, se puede observar en fotografías antiguas: un cañón virado siempre para arriba, en vertical, que era una culebrina “que el ferruge (4) dejó atascado” en esa posición. Ahí dentro, relata como si volviera a vivir aquellos años, “jugábamos, veíamos venir un barco de vela [entrando al puerto] y decíamos ‘¡ahí viene un barco pirata! ¡preparen los cañones!’. Cosas de niños”. Esos “botes de lata” que usaban chiquillos como él para abordar el castillo eran de bidones de combustible. Ellos mismos se los hacían, con capacidad para un solo tripulante/pasajero y con los brazos como remos. Hasta los pintaban. “Allí en el barrio cada uno tenía uno”. Y rodeando las murallas del Santa Catalina, unas rocas en las que “se cogía pulpos, centollos, muchas cosas, estaba lleno de marisco. Y almejas también, por la parte de la tierra”. TODA LA ARENA Los juegos de Chano y sus amigos en el castillo terminaron cuando empezó la guerra civil. Casualmente, poco antes de 1936 se había iniciado la construcción de lo que iba a ser el muelle frutero, justo encima de todo aquel arrecife que incluía al Santa Catalina. “Allí lo que hicieron [con el castillo] fue que le quitaron todo por arriba y le dejaron nada más que la mitad. Y entonces montaron la grúa que ponía los primes [prismas] por alrededor, porque aquello fue rellenado con arena. Había montañas de arena, altas como el [edificio del] Club Victoria. Bueno, de mi casa las veíamos. Porque allí en eso no había nada, era un desierto. Allí no estaba más que la iglesia del Pino”. Con las piedras de la mitad derruida del castillo se completó el relleno del muelle; la otra mitad se quedó donde estaba, hasta la rasante del muelle frutero (“la Explanada de Martinón”), confiscado, al concluir las obras y antes de recibir a ningún barco, por el Gobierno de Franco: se convirtió en base naval de la Armada hasta el día de escribir estas líneas… “La primera casa que se fabricó fue la iglesia [1921], que estaba sola-sola-sola –insiste–. Entre [las obras d]el muelle pesquero y la base [naval] se llevaron toda la arena que había allí”. El relleno con arena “se hizo con vagonetas [remolcadas] con la Pepa”, la popular locomotora que tras la guerra tiraba de unos tranvías que no disponían de electricidad para funcionar, y los raíles de las vagonetas se cruzaban con los del tranvía, “tenían que tener cuidado al pasar”. EN 45 DÍAS, BRASIL En 1952 Chano Ceballo se enroló en un velero, “un barquito alemán de siete metros y medio, sólo a vela”, con el que salió un sábado. Iba con un matrimonio alemán, “yo como marinero y segundo de a bordo”. El alemán, dice, “había sido director de la Filarmónica de Berlín y cuando la Segunda Guerra Mundial se marchó para Inglaterra cuando tuvo la oportunidad. El barquito lo compró en Inglaterra, o se lo cedieron, algo raro estaba pasando en ese barco”, añade con cierto tono de misterio. “Nosotros íbamos comunicándonos todo el viaje con el Club Náutico. Bernardino, el conserje, era el encargado de recibir todas las noticias que íbamos dando, hasta que llegamos al Ecuador y perdimos la frecuencia y ya no nos enteramos de nada, ni ellos de nosotros ni nosotros de ellos. Llegamos a Río de Janeiro a los 45 días. ¡Yo llevaba unas barbas...! –ríe–. Allí, ese matrimonio se fue a la Argentina”. Pero a los 15 ó 20 días a él lo volvieron a contratar: “Una mujer que era muy amiga del padre del rey, don Juan de Borbón y Borbón, una rubia multimillonaria guapa. En aquella época ella me lo presentó, en el Santo Antonio II, que es donde me enroló ella”. Pasó cerca de dos años hasta que regresó a Las Palmas en 1954.

 

 

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