El Glorioso (1740-1747):
Pertenecía a la nueva flota construida según las directrices de Antonio de Gaztañeta, un veterano marino militar nombrado por Felipe V superintendente de los Astilleros de Cantabria. Su obra de 1720, Proporciones más esenciales para la fábrica de navíos y fragatas, fue convertida en norma por Real Orden, y sirvió de pauta para la construcción naval española hasta 1752. Bajo esta normativa los astilleros españoles produjeron embarcaciones de tal calidad que cuando los holandeses capturaron una fragata construida según el sistema de Gaztañeta la utilizaron como modelo para construir otras fragatas destinadas a las Indias Orientales. La eficacia que aportó a la marina española el sistema de Gaztañeta quedó demostrada en la guerra con Inglaterra, en la que entre los años 1741 y 1744 se apresaron nada menos que 786 barcos ingleses. Uno de los navíos españoles que participó en esta contienda fue El glorioso. Botado en 1740, armado con 70 cañones y comandado por el capitán de navío Pedro Mesía de la Cerda, este navío protagonizó en su último viaje, en 1747, una gesta que le haría merecedor de su nombre.

El Glorioso había partido de La Habana con un tesoro en sus bodegas, cuatro millones de pesos de plata imprescindibles para financiar la participación española en la costosa contienda en que estaba sumida casi toda Europa, conocida como la Guerra de Sucesión Austriaca, y que en el Atlántico era, en la práctica, una lucha entre España e Inglaterra. La misión de don Pedro Mesía era bien concreta: debía desembarcar la plata en la península y evitar, en todo caso, que cayera en manos de los ingleses. El primer tramo de la travesía se hizo sin problemas, y el 25 de julio de 1747 avistaron las islas Azores. Pero esa misma tarde se destacaron en el horizonte un numeroso conjunto de velas. Se trataba de un convoy de doce mercantes ingleses protegidos por la escuadra del comodoro John Crooksanks, compuesta del Warwick, un navío de 60 cañones, la fragata Lark, de 40 cañones, y un bergantín de 20 piezas. Si bien la misión de Crookshanks consistía en proteger al convoy, la principal fuente de ingresos de un marino de guerra en aquella época era el botín de los barcos apresados y el comodoro juzgó que un navío de 70 cañones no lo tendría fácil contra sus dos buques mayores, que sumaban 100 cañones, y que, procediendo de América, llevaría una carga sustanciosa. Dispuso al ataque dejando al bergantín a cargo de los mercantes, mientras el navío y la fragata se lanzaban en persecución del Glorioso. La fragata Lark era más rápida que el Warwick, por supuesto, y llegó antes junto al navío español con la intención de entretenerlo mientras se aproximaba el navío inglés. La noche cayó en plena persecución, pero la luna brillaba en plenitud e iluminaba el mar como si fuera de día, a decir de los testigos. Se entabló un duelo cañonero entre el Glorioso y la Lark, con el español dando siempre la popa a la fragata. Don Pedro de Mesía había ordenado trasladar a popa cuatro de los cañones más potentes: dos de 24 libras y otros dos de 18 libras. Con esta provisional dotación de popa mantuvo a raya a la fragata sometiéndola a un fuego muy certero. La Lark no cejó en el empeño de atacar al navío, pero sufrió tal castigo en el cañoneo que acabó hundiéndose.

Trafalgar Victory

A las dos de la madrugada era el Warwick el que continuaba la tarea de hostigar al navío español, y no tuvo en ello mayor éxito que la fragata. El Glorioso viró en redondo para presentar la banda de estribor, se acercó hasta estar a tiro de pistola y cañoneó al Warwick, inferior en número de bocas de fuego. Tras hora y media de intercambio de disparos el inglés había perdido el palo mayor y el mastelero del trinquete (la mitad superior del palo de proa), y con la reducción del velamen consiguiente se aminoró su velocidad de forma que tuvo que renunciar a la cacería. El Glorioso había sufrido daños también, desde luego, 5 muertos, 44 heridos y entre los impactos recibidos destacaban cuatro casi en la línea de flotación, que fueron taponados apresuradamente. Don Pedro Mesía escribía en el diario de a bordo:

    “Los muertos que he tenido durante la función han sido tres hombres de mar y dos pasajeros llamados don Pedro Ignacio de Urquina y Juan Pérez Veas; heridos leves 1º y 2º condestables; de la brigada Infantería, han sido diez, pero solo uno de cuidado los demás leves; artilleros, marineros y grumetes veintinueve, de los que seis son graves y los demás de muy poco cuidado. Se han disparado 406 cañonazos de a 24; 420 de a 18; 180 de a 8: 4400 cartuchos de fusil.”

En este encuentro con los ingleses, como en los que seguirían, el Glorioso siempre tendría una ventaja sobre los buques enemigos. Los ingleses querían apoderarse del Glorioso, no hundirlo. Siendo un barco que llegaba de América lo suponían, y con razón, portador de un tesoro, y lo que les animaba a atacarlo era la promesa de botín. Por eso disparaban sobre sus palos y su velamen, más que al casco, para inmovilizarlo y forzarlo a la rendición. Por el contrario el Glorioso lo que pretendía era escapar, y para ello cañoneaba a los ingleses tanto en el casco como en los mástiles, causando por tanto mayor daño con su fuego que los ingleses. Se procedió a hacer las reparaciones que fueran posibles en alta mar y prosiguieron el viaje, la misión todavía podía cumplirse, la plata no había caído en poder de los ingleses. El 14 de agosto tenían a la vista el cabo de Finisterre, pero de igual manera que avistar las Azores les había traído poca suerte, de nuevo avistar tierra fue el preludio de un encuentro con los ingleses. El Glorioso se encontró casi de bruces con otra escuadra inglesa que permanecía apostada junto a la costa gallega esperando la llegada de barcos procedentes de América. La escuadra del vicealmirante John Byng, compuesta por el navío Oxford, de 50 cañones, la fragata Soreham de 24 cañones y el bergantín Falcon de 20 piezas. Los tres barcos se lanzaron ávidos sobre el Glorioso, que en esta ocasión no pudo hacer frente a los barcos uno tras otro, sino simultáneamente. En tres horas de arduo cañoneo el navío español quedó con la popa destrozada, perdió el bauprés, y sufrió otras averías sobre todo en el velamen, pero los británicos se llevaron la peor parte. El navío Oxford quedó desarbolado, y no pudo continuar el ataque, y la fragata y el bergantín, pese a que lo intentaron con denuedo, no lograron detener la marcha del Glorioso, y sufrieron en cambio bastantes daños.

El 16 agosto el navío español pudo entrar en el puerto de Corcubión. Se desembarcó la plata americana, con lo que la misión quedaba cumplida, pero había pendientes muchas reparaciones. Corcubión era un puerto demasiado pequeño para reparar el navío cómo convenía. Se hicieron los arreglos posibles y se emprendió camino hacia El Ferrol, en cuyos astilleros sí podría recuperarse. Sin embargo, una vez en la mar, un persistente viento del noroeste impidió al Glorioso acercarse a su destino. Don Pedro Mesía decidió arrumbar más al sur, hacia Cádiz, lo cual era peligroso, ya que el vicealmirante Byng contaba en la costa portuguesa con muchos más buques que los que le habían salido al paso hasta entonces. Para evitar el encuentro con los navíos ingleses radicados en Portugal, el Glorioso se lanzó a alta mar, dando un amplio rodeo, pero sus esfuerzos no iban a tener recompensa. El 19 de octubre de 1747, al doblar el Cabo de San Vicente, cuando ya pensaban poder sentirse seguros, se encontraron de frente con toda la flota de Byng al completo, un contingente de 10 barcos. El Glorioso emprendió la huída hacia el Atlántico, pero no tenía ni la menor probabilidad. De la escuadra de Byng se destacaron las cuatro fragatas, buques más rápidos que el navío y que por su número podían dañarlo lo suficiente para detenerlo hasta que le alcanzaron los navíos ingleses. Las cuatro fragatas de Byng sumaban 120 cañones, contra los 70 del Glorioso. La primera en llegar junto a él, la King George, fue pronto desarbolada, perdió el palo mayor y por ende no pudo continuar la persecución. Pero las tres restantes hostigaron duramente a su presa durante horas, sin cuartel, hasta que le dio alcance el navío Darmouth, de 50 cañones. Con los daños causados por el fuego de las fragatas y las reparaciones pendientes que no se habían podido acometer, el Glorioso parecía ser poco rival contra el Darmouth, pero para sorpresa de todos pronto el inglés estuvo fuera de combate. El cañoneo del Glorioso provocó varios incendios en el Darmouth, uno de ellos se extendió hasta la santabárbara y el navío inglés voló en pedazos. De sus trescientos tripulantes sólo se pudo recoger 14 supervivientes.

Pese a la consternación que lo sucedido causó en el bando inglés, la persecución prosiguió y a las doce de la noche le alcanzó otro navío inglés, el Russell, de 80 cañones, muy superior al castigado Glorioso. El español ya tenía el velamen deshecho, la bodega inundada y gran cantidad de bajas, pero continuó combatiendo toda la noche. Luchó contra el navío y las tres fragatas hasta que al amanecer, agotadas las municiones y prácticamente hundido, no tuvo más alternativa que la rendición. A bordo se contaban 33 muertos y 130 heridos, más de la mitad de la tripulación. Tras el abordaje subsiguiente, los ingleses quedaron decepcionados al comprobar que el navío ya no llevaba a bordo la plata americana. Ni podían siquiera aprovechar el barco dados los destrozos que padecía. Pese a que lo llevaron penosamente a Lisboa en un intento por rentabilizar mínimamente la operación, no pudieron venderlo más que para el desguace. La flota inglesa había hecho un pésimo negocio al atacar al Glorioso, un navío y una fragata estaban en el fondo del mar y muchos otros buques habían resultado con daños de consideración, a cambio de capturar los restos de un barco ya sin apenas valor. El épico viaje del Glorioso fue un suceso muy popular en la España de aquella época, se relató con frecuencia, e incluso José Cadalso se hace eco de su aventura en las Cartas marruecas. Aunque el barco terminó hundido y la tripulación apresada, había cumplido su misión de transportar el tesoro y había causado daños muy elevados a un enemigo contra el que siempre había luchado en inferioridad material y sin recibir ninguna ayuda de otros barcos españoles. El Glorioso se vio obligado a rendirse, pero no fue derrotado. (Jaro, 2007)

 

 

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