Isabel I             

 

Isabel I de Castilla (1451-1504):
La figura de Isabel I será fundamental para conocer el tránsito que se produce en la Península Ibérica entre la Edad Media y la era Moderna. Su reinado, junto a Fernando de Aragón, servirá de puente entre dos épocas y tendrá elementos identificativos tanto de una etapa como de la otra. Nace el 22 de abril de 1451 en el pueblo abulense de Madrigal de las Altas Torres. Será la tercera hija del rey Juan II de Castilla, casado en segundas nupcias con doña Isabel de Portugal, la madre de la futura Reina Católica. Su infancia transcurrió en Arévalo, donde se trasladó su madre al poco tiempo de enviudar. La estancia en Arévalo no será muy agradable ya que la madre pronto empieza a dar muestras de locura. Poco sabemos de su instrucción, suponiendo que en estos años aprendería a leer y escribir. En 1464 el rey Enrique IV, su hermanastro, la lleva a su corte, dotándola de rentas, mercedes y una villa en Casarrubios del Monte. Las relaciones entre los hermanos son bastante estrechas y don Enrique da muestras de cariño hacia la joven infanta al igual que a su otro hermano, don Alfonso. La situación en la corte de Enrique no es muy gratificante ya que los nobles desean restar aún más poder al legítimo monarca, produciéndose un soterrado enfrentamiento entre los partidarios de una monarquía fuerte y los que optan por un monarca manejable del que puedan conseguir todo tipo de gracias y mercedes. En este ambiente se produce un hecho significativo conocido como "Farsa de Avila". En una grotesca ceremonia los nobles deponen a Enrique IV y nombran rey de Castilla al príncipe Alfonso, alegando que la heredera -Juana, hija de Enrique y de su segunda esposa Juana de Portugal- es ilegítima al ser fruto de los amores de la reina y el valido, Beltrán de la Cueva, de donde viene el nombre de Beltraneja con el que la infanta es conocida posteriormente. Isabel está al margen de todas estas maniobras pero pronto entrará en escena.

La muerte del príncipe Alfonso en 1468 provoca que sus partidarios elijan a la joven infanta como nueva candidata a arrebatar la corona a Enrique. El objetivo nobiliario será contar con una persona manejable con la que realizar sus intereses personales. En este contexto se firma el Pacto de los Toros de Guisando (1468) en el que Enrique reconoce a su hermana Isabel como princesa de Asturias, confirmando la ilegitimidad de su hija Juana. Resulta curioso como Isabel, cuyas posibilidades de reinar en Castilla eran muy escasas al nacer, se había convertido en la sucesora al trono. Como princesa de Asturias Isabel debe elegir un buen marido para casarse. Los candidatos a este matrimonio político serán varios: Alfonso V de Portugal; don Pedro Girón, maestre de Calatrava, y Fernando de Aragón, heredero de la corona vecina. La elección se consumó en Ocaña , donde Isabel constituyó su casa: Fernando era el elegido. El matrimonio se celebrará en Valladolid el 19 de octubre de 1469, presentando el arzobispo Carrillo una bula papal falsa ya que ambos contrayentes eran primos segundos, teniendo como antepasado común a Juan I de Castilla. Pero este matrimonio significará el enfrentamiento entre los dos hermanos ya que Enrique reacciona rápidamente y declara ilegal el nombramiento de Isabel como princesa de Asturias, reconociendo a Juana como su heredera legítima (Valdelozoya, 1470). La guerra civil está servida aunque aún queden algunos años para estallar. En un primer momento, Isabel y Fernando apenas cuentan con aliados, retirándose a Medina de Rioseco, pero paulatinamente va creciendo el número de sus partidarios: el País Vasco, Borgoña, Roma y especialmente la poderosa familia Mendoza. La posición de Isabel es cada vez más fuerte y parece que el propio Enrique se aviene a negociar. Pero en estos momentos el monarca fallece en Madrid, en la noche del 11 al 12 de diciembre de 1474, sin hacer testamento. Tomando como base el tratado de los Toros de Guisando Isabel se proclama reina de Castilla en Segovia, el 13 de diciembre. Es una política de hechos consumados que provocará la guerra entre Isabel y sus partidarios -que apoyan una monarquía estable y consolidada- frente a Juana y sus aliados -curiosamente los que anteriormente la consideraban ilegítima, pretendiendo consolidar sus derechos feudales y relegar la monarquía a un plano meramente formal-.

En enero de 1475 se firma la Concordia de Segovia entre Isabel y Fernando. donde se produce un reparto de competencias entre ambos monarcas. Isabel es "reina y propietaria de Castilla" y su esposo recibe el título de rey. Desde ese momento los esposos formarán un bloque imposible de dividir y con esa firmeza pueden hacer frente al estallido de la guerra. La guerra civil se produce entre 1475 y 1479, convirtiéndose en guerra internacional al participar Portugal y Francia apoyando a Juana mientras que Aragón rinde su apoyo a Isabel. La derrota portuguesa en las cercanías de Toro (1 de marzo de 1476) y las dificultades francesas para invadir tierras guipuzcoanas gracias a la labor de la marina vasca inclinan la balanza a favor del bando isabelino. Durante tres años se irán sofocando los focos de resistencia en tierras extremeñas y andaluzas, lo que indica que la causa isabelina no estaba tan arraigada. Los Tratados de Alcaçovas (septiembre de 1479) ponen fin a la contienda y desde ese momento Isabel está firmemente asentada en el trono. Ese mismo año de 1479 muere Juan II de Aragón por lo que Fernando se convierte en rey aragonés, poniéndose en marcha la unión dinástica de Castilla y Aragón. Los cimientos del Estado moderno se están colocando en la Península Ibérica. Para robustecer el poder real se tomaron una serie de medidas de gran calado, la mayor parte de ellas en el seno de las Cortes: la constitución de la Santa Hermandad con fines de índole policial y judicial (Madrigal de las Altas Torres, 1476); la reorganización del Consejo Real, la ampliación de las competencias de los corregidores (Toledo, 1480); regulación de la Hacienda Real; revisión de las mercedes otorgadas a los nobles por Enrique IV; incorporación de los maestrazgos de las Ordenes Militares a la Corona al nombrar Gran Maestre a Fernando; establecimiento en Valladolid de la Real Chancillería, creando una segunda Chancillería en Granada (1505); constitución de un ejército permanente que tiene como núcleo las Guardias Reales, las milicias urbanas y la Santa Hermandad. En materia religiosa se produce la expulsión de los judíos (1492); la reforma de las órdenes religiosas, labor realizada por el cardenal Cisneros; y la creación de la Inquisición en Castilla (1478) gracias a la bula "Exigit sinceras devotionis affectus" promulgada por Sixto IV por la que se otorga a los reyes el poder de nombrar dos o tres obispos para desempeñar el oficio de inquisidores, produciéndose las primeras condenas en Sevilla durante el año 1481. En 1492 se producen tres hechos de gran importancia para España: la conquista de Granada -que pone fin a la guerra con el reino nazarí desde el año 1482-, la conquista de las Canarias -las islas mayores: Gran Canaria, La Palma y Tenerife- y el descubrimiento de América gracias a Cristóbal Colón. Los tres episodios se pueden relacionar con la política exterior desarrollada por Isabel y Fernando, encaminada a extender los dominios ibéricos para afianzar la corona como una potencia internacional, enfrentándose a Francia. Bien es cierto que la línea trazada por Fernando tenía como objetivo la expansión hacia el Mediterráneo -Italia y Sicilia- pero con estas nuevas aportaciones Castilla se abría al Atlántico. Gracias a las bulas "Inter Caetera" (mayo de 1493) el papa Alejandro VI concedió la soberanía de las tierras descubiertas -aunque Colón pensaba que había llegado a las Indias-. Será este mismo pontífice quien otorgue a Isabel y Fernando el título de Reyes Católicos en 1494 -posiblemente para compensar al título de "Rey Cristianísimo" que ostentaban los soberanos franceses- que también disfrutarán todos sus herederos. Dentro de la política exterior conviene destacar la política de enlaces diseñada por los reyes para sus hijos. Todos los matrimonios están encaminados a aislar a Francia: Isabel casaría con el príncipe portugués don Alfonso y al enviudar, con su heredero, don Manuel el Afortunado; Juan casará con Margarita de Austria, hija del emperador Maximiliano I y María de Borgoña; Juana contraerá matrimonio con Felipe de Austria, también hijo del emperador; María se casará con su cuñado, el viudo don Manuel de Portugal; Catalina será la primera esposa de Enrique VIII de Inglaterra. Portugal, el Imperio e Inglaterra, rodeando con sus vástagos al reino francés. El diseño de Fernando no podía ser más perfecto. La muerte del príncipe Juan en 1497 provocará a doña Isabel una depresión, quizá por motivos sucesorios. El fallecimiento de Isabel (1498) y su hijo Miguel (1500) -heredero de las coronas de Portugal por su padre, Castilla por su abuela y Aragón por su abuelo- aumentarán la desazón en la reina que fallecerá en Medina del Campo el 26 de noviembre de 1504, víctima de un cáncer. El testamento deja como heredera y propietaria de la Corona de Castilla a su hija Juana. El cadáver de doña Isabel fue llevado a Granada donde será enterrado, pudiéndose apreciar hoy en día un precioso mausoleo -realizado por Domenico Fancelli- en la Capilla Real granadina, acompañada de su esposo Fernando. (Arteshistoria)


Fernando:
Resulta chocante el silencio que envuelve la celebración del V Centenario de la muerte de Fernando el Católico, que recibió importantísimos elogios de sus contemporáneos y se convirtió en un modelo a imitar en toda Europa. Nicolás Maquiavelo afirma, en el capítulo 21º de El Príncipe (1530), que por “fama y gloria” puede ser considerado como “el primer rey de los cristianos”. Frente a los éxitos parciales de César Borgia y el papa Julio II, el “nuevo rey de España” es para el florentino una personalidad diferente: el triunfador que fue capaz de hacer algo que en Italia era imposible, la unión de reinos, de Castilla y Aragón, a los que añade otros territorios (Granada, Nápoles, Navarra) para crear un Estado moderno que interviene en Europa frente a la hegemonía del Papado y el Sacro Imperio. Un siglo más tarde, Baltasar Gracián en El Político (1640), obra dedicada por entero a la exaltación de Fernando, lo eleva a la categoría de “oráculo mayor de la razón de Estado”. Ofrece una reflexión general sobre el arte de gobernar para otros monarcas a partir de ese “espejo de príncipes”. El Político conoció muchas traducciones y adaptaciones hasta el siglo XVIII. En ese mismo año, se publica de Diego Saavedra Fajardo Política y razón de Estado del Rey Católico,al que le siguen otras obras apologéticas en estrecha vinculación con la crisis del reinado de Felipe IV y de su valido Conde-Duque de Olivares, con las que se pretende reivindicar la política pactista de Fernando, principalmente visto desde Cataluña. Desde la obra cumbre de Jerónimo Zurita sobre el reinado del Católico (1580), hasta mediados del siglo XIX, el discurso histórico general fue muy favorable a su figura y obra. Sin embargo, con la llegada del romanticismo en la historiografía, empezó a correr peor suerte, tanto en el ámbito castellano como en el catalán. Como ha escrito Ricardo García Cárcel (Fernando el Católico y Cataluña, 2006), el monarca aragonés fue expulsado del primer plano tanto por el esencialismo español, que hizo especial hincapié en exaltar a Isabel de Castilla, como por el catalán, que penalizó a Fernando por ser miembro de la dinastía Trastámara, señalada por el nacionalismo como la causa de la decadencia de Cataluña. Habría que esperar a la llegada de Jaume Vicens Vives en los años treinta del siglo XX para que se iniciara una justa revaloración de su papel, también en clave interna catalana por su intervención ante los abusos que sufrían los payeses de remesa. Por desgracia, en las décadas siguientes, el franquismo cimentó en los Reyes Católicos su proyecto propagandístico de la “España imperial” desde una perspectiva principalmente castellanista que en Aragón tuvo su contrapunto en el mito falangista de Fernando por parte de las élites locales del régimen. Poco se ha hecho en este V Centenario, más allá de la publicación de algunas excelentes monografías y de una magnífica exposición (El rey que imaginó España y la abrió a Europa), que desgraciadamente solo pudo verse en Zaragoza, para reparar ese maltrato. Sobre todo se está desaprovechando otra ocasión por hacer algo realmente potente que nos permita avanzar en una reivindicación sustantiva de una historia de España que no sea nacionalista. El fortalecimiento del proyecto común pasa por ser capaces de explicar de forma crítica pero desacomplejada una tradición social, cultural e histórica compartida durante siglos. Para hacer frente al secesionismo no es suficiente con refugiarnos en los valores democráticos de libertad y ciudadanía, sino que urge también propagar un relato compartido. En este sentido, la figura de Fernando es extraordinaria. Con los Reyes Católicos no nace la nación española, que no lo haría hasta 1812, pero sí el Estado moderno (no uniforme) que se fundamenta en una gran herencia patrimonial puesta al servicio de una acción exterior común en Europa, Asia, norte de África y Nuevo Mundo. El monarca aragonés es, muy por encima de Isabel, el gran artífice de una estrategia que puso las bases del Imperio de Carlos V. No olvidemos que antes de nada empezó por aislar a Francia, el más inmediato rival, mediante la formación de alianzas matrimoniales y económicas con las otras monarquías europeas, buscando la unión dinástica imperial. A corto plazo, garantizó la seguridad de la frontera de Aragón, sobre todo frente al peligro de que Cataluña sufriera nuevas invasiones francesas y recuperando el Rosellón y la Cerdaña, condados perdidos por su padre, Juan II, durante la guerra con la Generalitat. En 1492, se culminó el programa de la Reconquista con la toma de Granada, de la que Fernando obtuvo grandes beneficios para su programa internacional. Comunicó él solo al papa y a los reyes europeos el fin del emirato musulmán en España, que para la cristiandad compensó la pérdida de Constantinopla (1453) a manos de los turcos otomanos, y pudo contar en adelante con los cuantiosos recursos de Castilla para el despliegue de su política exterior en Italia y el Mediterráneo. Al año siguiente, los Reyes Católicos reciben en Barcelona a Cristóbal Colón que vuelve de su primer viaje. El protagonismo de la Corona de Aragón en el apoyo al descubrimiento y colonización del Nuevo Mundo fue mayor de lo que se cree, si bien luego fue tendenciosamente olvidado para justificar el monopolio castellano. La prueba es que en los siguientes viajes a las Indias ya participaron números catalanes y su presencia, por ejemplo, es muy destacada en la colonización inicial de Santo Domingo. Por su parte, Vicens Vives insistió en la trascendencia de Cataluña como inspiradora de la institución virreinal implantada en el Nuevo Mundo. Y mucho antes de que se oficializase, en 1778, el comercio libre desde cualquier puerto español, hubo un negocio permanente de los reinos de la Corona de Aragón a través de las escalas de Sevilla, Cádiz y Lisboa. Solo tras la muerte de Isabel, en 1504, y durante dos décadas, hubo trabas al comercio no castellano con América, luego suprimidas como lo prueba la formación de numerosas compañías catalanas. La muerte de Isabel puso de manifiesto que la monarquía era ante todo una unión personal de reinos. La reina en su testamento encargó a Fernando que, en caso de que Juana “no pudiera gobernar” (en alusión a su locura), tenía que asumir la conservación de ese conjunto político. Cerca estuvo de romperse esa unión tras el duro enfrentamiento con Felipe el Hermoso y el matrimonio del monarca aragonés con Germana de Foix. Sin embargo, el azar se conjugó esta vez con la necesidad y Fernando pudo finalmente garantizar el sentido unitario de la herencia a su nieto, Carlos. Con todos los matices que se quieran hacer, me parece incuestionable que este injustamente olvidado Rey Católico nos ofrece una buena oportunidad en este V Centenario para comprender mejor el arranque de nuestra historia compartida. (Joaquim Coll, 03/09/2016)


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