Roma: Ocupación de la Península Ibérica             

 

Proa de galera romana, relieve Ocupación Romana de la península Ibérica:
El cónsul senior Publio Cornelio Escipión regresa a Roma rápidamente al conocer la sorprendente noticia y deja su ejército consular (2 legiones romanas más 2 aliadas italianas) al mando de su hermano Cneo Cornelio Escipión con órdenes de marchar hacia España, la base de operaciones de Aníbal. A pesar de las derrotas de Tesino, Trebia y Trasimeno, el Senado de Roma comprende perfectamente la importancia de España, que es el verdadero eje estratégico de la guerra. La II Guerra Púnica es una guerra de movimientos donde lo de menos son las ciudades: Aníbal no puede tomar Roma sin los refuerzos de España y Roma no puede tomar Cartago sin resolver antes la cuestión española. Es una verdadera paradoja que con Aníbal derrotando en Italia ejércitos romanos uno tras otro, la guerra vaya a decidirse tan lejos, pero a Aníbal, maestro de la táctica, le falló la estrategia, y aquella fue, más que ninguna otra, una guerra de estrategia. Con Aníbal recorriendo Italia y Roma amenazada, el Senado romano, comprendiendo cuál es la verdadera clave de la guerra, envía a España en el año 217 a.c a Publio Cornelio Escipión para que una sus fuerzas a las de su hermano Cneo. Increíble. Y más cuando Aníbal pide, suplica, refuerzos a Cartago, ya que los romanos, con gran visión estratégica, se interponen entre él y su hermano Asdrúbal impidiéndole ayudarle. Pero Cartago no atiende a sutilezas estratégicas, sólo a su bolsa, y enviar un ejército a Aníbal no es rentable, hay que alistar soldados, pagarlos, alistar naves, embarcarlos... demasiados gastos para los mercaderes que sin embargo envían sus naves a traficar de contrabando en Italia para sacarse una buena tajada de la guerra. Tras sofocar una rebelión de los turdetanos, Asdrúbal marcha contra los romanos, ya que debe derrotarlos antes de partir para ayudar a su hermano en Italia. Los dos hermanos Escipiones le esperan en Tortosa y le derrotan, pero Asdrúbal consigue retirarse con la mayor parte de su ejército. Entonces los Escipiones cometen su primer y único error: se creen su victoria y en lugar de perseguir a Asdrúbal para aniquilarlo bajan por la costa para "liberar" Sagunto en la campaña de 211 a.c. Ellos creen que aquello es un golpe propagandístico, todo un rearme moral, pero Asdrúbal Barca, hijo de Amílcar Barca y hermano de Aníbal Barca ya les tiene preparada una sorpresa. Cuidadosamente separa a los dos hermanos romanos que bajando por Levante no han podido tomar Akra-Leuka, atrayendo a Publio a una emboscada preparada por la caballería númida de Masinisa que encierra a las legiones hasta que Asdrúbal llega y las destroza. Publio muere combatiendo y los restos romanos se retiran hacia el norte mientras Asdrúbal marcha contra Cneo que, abandonado por los auxiliares españoles, se refugia en Ilorci, nuestra Lorca, donde es derrotado y muere también. De golpe, Asdrúbal ha eliminado la ameniza de Roma en España. Los restos de las legiones conseguirán replegarse hasta Tarraco, nuestra Tarragona, donde bien atrincherados al mando de Marco Claudio Nerón conseguirán aguantar los ataques púnicos.

Escipión forma un efectivo ejército:
En Roma el desastre provoca una reacción del pueblo que está ya harto de derrotas, de aguantar a Aníbal a las puertas de Roma y que busca desesperadamente al hombre que la lleve a la victoria. Y ese hombre no es otro que Publio Cornelio Escipión, el joven hijo del general muerto en España al que el pueblo romano ve como un héroe. Y la presión popular obliga al Senado a concederle el mando de las tropas que partirán hacia España. Y el Senado, presionado en la calle, le concede "el mando"... pero no las tropas. El Senado no está dispuesto a arriesgar un ejército en manos de aquel jovenzuelo aventurero: si quiere soldados que se los busque él. Pero el joven Escipión recluta a sus legiones entre los veteranos de la guerra italiana y además hace un llamamiento a la juventud romana que, ante el asombro del Senado, se atropella para alistarse en aquel ejército inaudito que parte hacia España. Un ejército de jovenzuelos idealistas mandados por otro jovenzuelo que viste el palludamentum escarlata de general por primera vez. El Senado les despide pensando que no volverá a verlos más, pero aquel ejército "de Pancho Villa" mandado por un "jovenzuelo inexperto" está llamado a maravillar al mundo con sus proezas, dándole a Roma un poder como el que jamás había tenido hasta entonces y poniendo la primera piedra de los cimientos de lo que después sería el Imperio Romano. Desembarcado en Tarraco, Escipión, al que la Historia conocerá después como "el Africano" convierte aquel ejército en una formidable máquina militar. Los manípulos se curten hasta convertirse en los mortíferos dientes de esa máquina de picar carne humana que es la legión romana. Escipión consigue lo que entre los romanos conseguirán sólo César, Germánico o Trajano: la total comunión con sus hombres, inseparablemente unidos en un Destino común, cabalgando a lomos de la Fortuna para realizar empresas irrealizables, para conseguir lo imposible. Una vez completado el duro adiestramiento a marchas forzadas de sus legiones, Escipión convoca a los oficiales romanos y les hace saber cuál es el objetivo de la campaña del año 209 a.c. Los romanos no se pueden creer lo que están oyendo. Van a tomar Qart-Hadasaht. "¿Por qué?" preguntaría algún experimentado oficial atónito. "Porque es lo último que pensarán que vamos a hacer" replicaría Escipión con contundencia. Poco antes, los ejércitos combinados de su padre Publio y su tío Cneo no habían podido tomar Akra-Leuka, mucho más pequeña, bastante peor defendida que la poderosa Cartagena. Pero Escipión, en una marcha increíble a través del litoral levantino y flanqueado por la flota romana, se planta ante Cartagena como años más tarde César se plantará ante Vercingetórix tras cruzar las Cevenas, y con los mismos resultados letales para el enemigo que no espera una irrupción así a sus espaldas. Escipión embarcó todo el tren de suministro en las naves con lo que liberó a las legiones de tener que marchar al lento paso de los carros. Los sorprendidos púnicos, al mando de Magón, al ver aparecer de improviso a las legiones, se apresuraron a encerrarse tras las imponentes murallas de Cartagena mientras los romanos se aprestaban para el asalto final que consistió en un ataque de diversión de la flota y otro de la infantería a las murallas del istmo, las más poderosas y mejor defendidas, justo delante del campamento romano. Mientras tanto, el grueso de las legiones había rodeado la laguna cerraba la ciudad y al llegar la marea baja Escipión la cruzó rápidamente, atacando por detrás a la ciudad, por su parte más débilmente amurallada y defendida. Sorprendidos por la audacia del ataque y tomadas las murallas, Qart-Hadashat cayó.

[Escipión toma Cartagena:]
Las medidas tomadas por Escipión en la aterrorizada ciudad conquistada le ganaron la gratitud de sus habitantes. No hubo represalias ni confiscaciones. Los valiosos artesanos españoles que manejaban la industria armamentística púnica fueron "asimilados" por los romanos bajo garantías personales de Escipión. Así que ahora, pensando que el nuevo patrón romano era más amable que el antiguo púnico, los artesanos españoles se dedicaron a fabricar sus temibles espadas cortas para los romanos. Aquellas espadas que habían causado la mayor masacre en Cannas. La formidable espada española, el arma que más muertes ha causado hasta la introducción de la pólvora, aquella a la que los romanos llamaban gladius hispaniensis (espada española), y que ahora pasaría a formar parte del equipo del legionario romano. El comportamiento de aquel grande entre los grandes llamado Escipión sirvió para atraer al bando romano a muchos españoles que estaban deseosos de liberarse del yugo púnico. Por ello Escipión pudo contar con 3.400 jinetes españoles y 3.000 infantes ligeros que fueron la clave de sus posteriores victorias en España. No olvidemos que Escipión era jinete, y de los buenos, y sabía que este arma era la clave para poder derrotar a los púnicos. Asdrúbal, que se dió cuenta inmediatamente de la importancia de la derrota, esperará a Escipión cerca de Baecula, nuestra Bailén, ¡Cuántas batallas han tenido como escenario esa bellísima e inmensa llanura andaluza que se abre tras cruzar el imponente desfiladero de Despeñaperros! cerca de Bailén fue derrotado Asdrúbal, en Munda venció César a los últimos pompeyanos, en Las Navas de Tolosa se decidió el destino de la Cristiandad, unidos los ejércitos de los reinos españoles contra la invasión musulmana de Ben-Yusuf y en Bailén de nuevo, el ejército español al mando del general Castaños derrotó al hasta entonces invencible ejército de Napoleón. Esa tierra tiene algo que enerva la sangre de todo el que conoce su historia y tiene la suerte, como yo, de visitarla varias veces al año. En las tierras andaluzas que hoy huelen a aceite puro de oliva, Escipión acampó frente a un confiado Asdrúbal que creía que la larga marcha había agotado a los legionarios romanos. Tenía 6.000 falangistas Africanos, 15.000 infantes pesados españoles, 3.000 infantes ligeros también españoles y unos 2,500 jinetes númidas y españoles. Escipión tenía bajo su mando a las legiones V, VI, VII y VIII, pero estaban incompletas debido a la necesidad de dejar guarniciones en las plazas ocupadas. La caballería contaba con unos 500 jinetes italianos más los españoles: 1.400 Mastienos al mando del príncipe Alucio y 2.000 edetanos al mando del rey Edecon. Pero Escipión no iba a dejarse sorprender. Levantó a sus hombres a las cuatro de la mañana y en el más absoluto silencio desayunaron, se armaron y salieron del campamento dispuestos a rodear el campamento púnico. Asdrúbal, avisado in extremis de la maniobra romana, no tuvo tiempo de formar a su infantería adecuadamente mientras la caballería española al mando del príncipe Alucio derrotaba a la púnica y envolvía al ejército de Cartago. ¡Las tornas se habían vuelto! Ahora los romanos habían aprendido las tácticas de Aníbal y las usaban contra los propios púnicos. Las tropas púnicas, incapaces de maniobrar, fueron encerradas entre las legiones romanas y los terraplenes de su propio campamento y aplastadas por la furia de las legiones romanas. Más de un tercio de los hombres de Asdrúbal cayeron allí mismo mientras los demás escapaban como podían de aquella trampa. Unos 10.000 infantes y 2,000 jinetes fueron hechos prisioneros. Los españoles que habían servido en las filas púnicas, al mando de Indíbil, recibieron la oferta de seguir combatiendo bajos los estandartes romanos. Asdrúbal huía y los españoles no iban a dejarse matar por un jefe que les había abandonado a su suerte huyendo a lomos de su caballo: aceptaron la oferta cargada de promesas. Asdrúbal pudo escabullirse para retirarse con los restos de su ejército hacia el norte. Éste, querido lector, es el verdadero punto de inflexión de la II Guerra Púnica, la pérdida del poder púnico en España que fuerza a Asdrúbal a emprender la marcha hacia Italia para reunirse con su hermano. Perdida Cartagena, estaba perdida España. Pero Escipión había avisado a Roma de la marcha de Asdrúbal y las legiones le esperan en el norte de Italia. Una noche, un jinete romano lanza por encima de la empalizada del campamento de Aníbal una bolsa que contiene la cabeza de su hermano Asdrúbal. Aníbal ha ganado todas las batallas en Italia, pero ha perdido la guerra en España. Mientras, Escipión completa la rápida conquista de la Iberia púnica, que a partir de ahora se llamará Hispania y salta a África en el último acto de la guerra. Los gobernantes púnicos, alarmados al ver a un ejército romano marchar contra sus fincas, llaman a Aníbal que regresa a Cartago con sus soldados púnicos y españoles y algunos galos, dejando a los demás galos y a todos los italianos abandonados en Italia. En Zama, Escipión, que cuenta con la mitad de soldados que Aníbal pero que ha atraído a su bando a los jinetes númidas ¡ah, la caballería, la clave de la II Guerra Púnica...!, vence brillantemente al gran Aníbal en el año 202 a.c. Aníbal escapa de la batalla donde mueren casi todos los españoles defendiendo sus posiciones hasta el final. Roto para siempre el sueño de los Barca, roto para siempre el sueño de Cartago. Mientras, en España, los iberos estaban felices porque acababan de sacudirse al invasor púnico, aunque no podían sospechar que el nuevo invasor romano era mucho más peligroso y temible.

[Dominio agresivo romano y revueltas consiguientes:]
Los primeros problemas llegarán rápidamente. En Roma, la línea de los Escipión, basada en la conquista tranquila, en la asimilación de los pueblos conquistados mediante su impregnación cultural y social, la romanización, que fue la línea que siglo y medio después seguirían Pompeyo y César, fue sustituida por la línea del loco Marco Porcio Catón, que estaba aún más loco que su bisnieto (parece increíble pero así es, amigo lector) y sus amigotes los ultra conservadores, después llamados optimates, esa auténtica mafia. Esta línea era la de la depredación, la del imperialismo ladrón que pasaba por encima de cualquier cosa con tal de llevarse todo lo que pudiera sin importar nada más. Roma se las prometía muy felices en su nueva posesión. Lo que nadie en aquel momento podía soñar en Roma era que para conseguir doblegar a España harían falta dos siglos completos de terribles guerras que costarían a Roma decenas de miles de muertos. Los admirados romanos se referirían a España con la famosa frase de Tito Livio que ha pasado a la Historia como el compendio del orgullo indomable de nuestra Nación: Los primeros en ser invadidos... los últimos en ser dominados. impuesta por el loco Catón y sus secuaces gangsteriles en el Senado de Roma, la "línea depredadora" que se basa en saquear, robar y expoliar, provoca que los propretores que se suceden al mando de los territorios españoles, divididos en la Hispania Ulterior y la Hispania Citerior Ulterior (Andalucía y el Levante), se dediquen a imponer la ley de los gángsters a sangre y fuego en la zona controlada por Roma. El cambio del dominio púnico al romano lo perciben de repente los españoles como salir de Guatemala para caer en Guatepeor. Roma no tiene miramientos. Pero los indomables españoles venden cara su Libertad. Hispania en 197 a.c. Tras la II Guerra Púnica, los romanos han ocupado toda la costa mediterránea y buena parte del sur españoles. Administrativamente se ha dividido el territorio en Hispania Ulterior e Hispania Citerior, cada una bajo el mando de un propretor. En 197-196 a.c se produce una gran sublevación que se salda con una gran derrota de las legiones romanas que a duras penas consiguen retirarse. El Senado envía en 195 a.c un ejército consular al mando del cónsul Marco Porcio Catón, el tipo más loco y más peligroso de toda la historia de Roma, compuesto por dos legiones (unos 9,000 hombres) más unos 15,000 infantes aliados italianos, 1,000 jinetes y una escuadra de 20 naves de guerra. Sumados a las legiones de servicio, en total el ejército romano de España constaba entonces de unos 70.000 hombres. Incluso la revuelta llega a las colonias griegas de Rosas, tomada por los españoles o Ampurias, en peligro de caer. La gigantesca maquinaria militar romana sofocará la revuelta en el noreste, aunque no podrá con la resistencia de Numancia, la ciudad que por primera vez se abre a la Historia y de la que volveremos a hablar largo y tendido, pero a Catón no le importa, ya tiene oro y plata de sobra de sus saqueos y se vuelve a Roma a celebrar su triunfo y a disfrutar del botín (y menos mal que este tipejo se consideraba un "estoico"...). ¡Esto es Jauja! debió exclamar este tarado que se paseaba por Roma cubierto sólo con la toga porque decía que llevar túnica debajo era un signo intolerable de "modernidad". Este repelente descendiente de esclavos, que necesita demostrar a cada minuto que es más romano que nadie y que será la causa de la destrucción de Cartago, dejará su infame semilla en su descendencia hasta su bisnieto Catón "el joven", otro loco desquiciado que, como su bisabuelo, traerá la ruina, pero no sobre Cartago, sino sobre la propia Roma encendiendo la pira de la guerra civil entre César y Pompeyo. Y mientras tanto continuarán las depredaciones y los saqueos en la España libre del dominio romano. Auténticas razzias montadas por los gobernadores de turno para conseguir esclavos y riquezas. Tito Livio da las cifras del expolio al que el tarado Catón sometió a España: unas 26,000 libras de plata y 1,400 de oro. El año anterior a la sublevación, en 198 a.c, la cantidad que Roma sacó de España fue de ¡50,000 libras! Sobran los comentarios. En 182-181 a.c las legiones romanas conquistan la zona comprendida entre el Júcar y el Ebro. Tito Livio nos ha dejado la cifra de los efectivos enviados a España entre los años 193 a 181 a.c:

Año: Romanos Aliados   
193: 6.200  10.400 
191: 2.201   4.400
189: 2.050   8.400
188: 6.400
186: 3.200  21.300
184: 4.300   5.500
182: 4.200   7.300
181: 3.200   6.300

La relación normal entre romanos-aliados en las legiones de la república era aproximadamente de 1-1. A cada legión se le asignaba un contingente similar aliado italiano. La gran sangría provocada por la II Guerra Púnica en los efectivos romanos queda perfectamente ilustrada por la tabla superior. Sin embargo, en 180 a.c llega un nuevo pretor a Hispania: Tiberio Sempronio Graco, un hombre que prosigue la conquista, pero muy distinta en las formas. Graco no ve a Hispania como un inmenso corral que saquear, sino como un territorio a romanizar, a integrar, algo que en aquellos tiempos era una auténtica herejía. Durante los dos años de su propretura 180-179 a.c, Graco consolidará la conquista del valle del Ebro colonizándolo, combatirá y vencerá a los carpetanos en las mismas tierras que siglos después recorrerá Don Quijote a lomos de la pluma de Cervantes y a los celtíberos. Pero a la conquista va unida la reconciliación, el pacto, el tratado, la colonización... la romanización. Sempronio Graco se esforzará por acercar a los españoles una Roma beneficiosa y amiga y los españoles agradecerán su gesto firmando con él la Pax Sempronia. Incluso tras serle concedido por el Senado un Triunfo prefirió Graco quedarse un tiempo más en España para finalizar su labor de asentamientos y de pactos con las tribus iberas que le ven como a un gobernante justo y equitativo. El primer romano que ha cumplido los tratados. Gracias a Graco los españoles pueden enviar delegaciones al Senado de Roma para quejarse de los abusos de los gobernadores, gracias a Graco el Senado dicta leyes para proteger a los españoles de las depredaciones, gracias a Graco Roma comienza a construir obras públicas que serán el más firme vehículo de la romanización. Y los españoles comienzan a acomodarse a su nuevo status. Pero nada dura eternamente...

Partidas del lusitano Púnico:
La Pax Sempronia se romperá dramáticamente en 154 a.c cuando, en medio de una campaña de saqueos y depredaciones romana, un caudillo lusitano de nombre Púnico, de más que probable origen cartaginés, se alce en armas contra Roma derrotando a los propretores Manlio y Calpurnio y casi aniquilando su ejército, lo que motivó que numerosos pueblos se le unieran en esta lucha contra una Roma que, abandonando el espíritu de Sempronio, se ha lanzado una vez más a la depredación. Entre las adhesiones que recibe Púnico se encuentra la de la ciudad de Numancia, la capital de la Celtiberia. Pero Roma no va a dejar que la aventura de Púnico quede sin castigo. En el año 153 a.c llegan a España el cónsul Quinto Fulvio Nobilior y Lucio Mummio con unos 60.000 hombres en total. El alzamiento ha causado gran temor en Roma y los generales romanos prescinden de los auxiliares españoles procedentes de los territorios bajo dominio romano. Es una auténtica guerra de la España Libre contra Roma, una auténtica guerra nacional contra el invasor como años más tarde lo será la de Vercingetórix contra César. Segada, la capital de los titos y belos, es destruida por Fulvio Nobilior y sus habitantes se refugian en la vecina Numancia que se prepara para resistir el ataque. Pero entonces el ejército de Lucio Mummio es derrotado estrepitosamente por los lusitanos de Púnico y los estandartes romanos repartidos por media España que aclama frenéticamente a los héroes que han derrotado a dos ejércitos romanos en dos campañas. La vulnerabilidad de Roma ha quedado demostrada frente a los ejércitos de españoles curtidos en la batalla que se enfrentan sin miedo a las poderosas legiones romanas. Un sentimiento de solidaridad nacional recorre por primera vez las tierras de la España Libre del dominio romano que ve como miles de hombres dejan sus hogares para marchar a luchar unidos contra el invasor. Y en ese momento, los numantinos, animados por tanto jolgorio salen de excursión y acorralan y aniquilan a una legión entera a la que han aislado e ido empujando a una astuta trampa el 23 de agosto de 153 a.c. En Roma no pueden creérselo: una banda de bárbaros sin civilizar ha vencido a dos ejércitos y aniquilado a toda una legión de postre. El día de la derrota y su dios tutelar, Vulcano, fueron señalados como nefas. Fulvio Nobilior, encolerizado, por aquella osadía se lanza sobre Numancia, pero la ciudad, construida en un acantilado sobre el río Duero, es inexpugnable por la naturaleza y por las murallas que la rodean. Mientras tanto, el Senado, ha ordenado el reclutamiento de dos nuevas legiones, pero se encuentra con que nadie quiere ir a Hispania. Por toda Italia circulan relatos extraordinarios de las proezas de los guerreros españoles, vinculados entre sí por extraños pactos sagrados y armados de sus temibles gladius que masacran legiones como si tal cosa. Roma no puede reclutar dos nuevas legiones porque la juventud romana se niega a ir a ese extraño país a ser masacrada por los temibles bárbaros españoles. Tras las grandes victorias de antaño, Roma se creía invulnerable, y los españoles la han golpeado donde más daño pueden hacerla. Roma se siente vulnerable y el Senado, estupefacto, presiona a Fulvio Nobilior para que acabe con la pesadilla española de una vez por todas. El cónsul romano pide ayuda a los númidas que le envían jinetes y elefantes de guerra.

Derrota romana a las puertas de Numancia:
Los refuerzos llegan ante Numancia con diez elefantes y el cónsul romano los lanza sobre los sobresaltados numantinos que nunca antes han visto algo así. Pero siempre hay que contar con los imponderables. Y uno de esos imponderables apareció sobre el campo de batalla en forma de un curtido veterano que sí sabía lo que había que hacer contra los elefantes y se lo dijo a un hondero que lanzó su mortífero proyectil contra el ojo del paquidermo, el cual, enloquecido por el dolor, se volvió sobre sus pasos aplastando a la infantería romana que venía detrás. Los numantinos, al ver aquello, se lanzaron contra los elefantes masacrándolos y de paso masacrando también a los romanos para estupefacción del pobre cónsul que, humillado, tuvo que retirarse de aquellas tierras malditas habitadas por invencibles demonios. La gran victoria de los numantinos contra las legiones de Quinto Fulvio Nobilior, por Angus McBride. El Senado, harto de aquella situación, envía al cónsul Marco Claudio Marcelo que, temeroso, se entretiene por el camino dando largas hasta que el Senado, enfurecido, le ordena atacar Numancia. Corre la primavera de 152 a.c y el cónsul Marcelo prueba la diplomacia en lugar de la fuerza, consiguiendo una tregua que augura la paz. Entre sus oficiales hay otro Escipión, Publio Cornelio Escipión Emiliano, nieto adoptivo de el Africano, que adquiere así experiencia militar que le será fundamental en su futura carrera destructiva. Pero el Senado no quiere oír hablar de paz y el nuevo cónsul Lucio Licinio Lúculo emprende de nuevo la guerra atacando a los vacceos y sitiando su capital Cauca, nuestra Coca. Sus pobres habitantes, que no han hecho nada para merecer aquello, son conminados a rendirse entregando todas sus armas y 100 talentos (2,700 kg.) de plata. Los habitantes de Cauca acatan las exigencias romanas y envían todas sus armas y la plata. Entonces Lúculo ordena el asalto de la indefensa ciudad, exterminando a todos sus habitantes. Acto que merece la condena de historiadores como Apiano que la califican como merece al decir que "tales actos llenaron de infamia a los romanos". Pero ante los muros de Pallantia, nuestra Palencia, no hay mujeres y niños indefensos, sino españoles que luchan por su Libertad y el salvaje criminal Lúculo es derrotado y obligado a retirarse apresuradamente. Ante esta acción Escipión regresa a Roma, pero no porque sienta asco del comportamiento en Cauca. No. Escipión se marcha porque no quiere seguir en un ejército que va a la defensiva y emprende una campaña contra lo que considera incompetencia frente a la rebelión hispana. ¡Qué gigantesca diferencia entre aquel Escipión el Africano, grande entre los grandes, y este otro Escipión cuyo curriculum va a poner pronto los pelos de punta a todo el mundo conocido. Lúculo, que desea un botín a toda costa, arrasando de nuevo las tierras de los vacceos ¡pobres vacceos! siempre en mitad de la bronca... saqueando todo lo que encuentra a su infame y cobarde paso. Mientras tanto, muerto Púnico, le sucede Caisaros, quien no tiene el genio militar de su antecesor y es derrotado por Mummio, que logra recuperar parte de los estandartes capturados que los lusitanos paseaban. Sulpicio Galba sucede a Mummio y planea un golpe que acabe con la guerra de una vez por todas del modo más vil. Pacta una tregua con los lusitanos concediéndoles todo cuanto piden, firma el tratado y cuando los 30,000 guerreros lusitanos, desarmados, están reunidos para celebrar las conversaciones sobre el reparto de tierras los ataca de improviso masacrando a unos 8.000 y capturando miles más que son vendidos como esclavos.

Viriato:
De aquella masacre escapará con vida un joven pastor de la sierra de Estrella al que la Historia tiene reservado un lugar entre los grandes: Viriato. Viriato es un verdadero genio de la guerra. Fue tan temido y a la vez admirado en Roma que sus historiadores no dudan en considerarle Romulus hispaniensis "el Rómulo hispano". Poseedor de una cabeza privilegiada para la guerra y para la política, formará cuidadosamente un ejército capaz de derrotar a Roma. Alternando las acciones en campo abierto con la guerra de guerrillas, desconocida para los romanos, Viriato consigue frenar las razzias romanas y poner a Roma a la defensiva, lo que ya es un tremendo triunfo. Pero Viriato es más que todo eso, mucho más. Adiestrado ya su ejército, en 147 a.c invade el valle del Betis aplastando a su paso todo lo que huele a ejército romano. Viriato es un auténtico mago de la estrategia que utiliza el terreno como un elemento más de su ejército. Se pasea en triunfo por toda la Hispania Ulterior sin que los romanos puedan derrotar a su ejército que tan pronto aparece como se desvanece por arte de magia, desapareciendo para volver a juntarse de repente a espaldas del enemigo y golpearle con toda furia. Las legiones romanas, acostumbradas a enfrentamientos "ortodoxos" con ejércitos formados en líneas compactas, son golpeadas una y otra vez por esta nueva técnica hasta ser derrotadas contundentemente. En el valle del Tiétar, Viriato derrotará magistralmente al propretor Cayo Plautio y convertirá a Segóbriga en su capital. Los hispanos, armados con sus gladius hispaniensis, machacan a la infantería romana como un martillo machaca una nuez. Desde esta bella ciudad carpetana cuyas impresionantes ruinas aún podemos admirar junto a la autovía de Valencia, iniciará Viriato una serie de golpes contra el dominio romano de tremenda resonancia. Es un insulto que Roma no puede tolerar y envía a Quinto Fabio Máximo, uno de sus mejores generales, que es vencido por Viriato en una brillantísima campaña en la que Máximo cae en una trampa meticulosamente preparada. Todo el ejército romano cae prisionero de Viriato, pero lo que el caudillo quiere no es sangre romana, sino Pax Hispana. Político además de general, Viriato convence a su prisionero Quinto Fabio Máximo para firmar un tratado de paz que asegure la independencia de la Lusitania. El brillante Viriato sabe que puede contener a los romanos, pero no expulsarlos de España, así que admite el status quo vigente: Roma se quedará con sus territorios españoles pero no conquistará ya más. Ya tienen todo el litoral levantino y la Bética y no deben tener más. Los senadores se quedan perplejos. Es la mayor humillación impuesta a Roma desde las Horcas Caudinas... aunque aún no saben que con el tiempo vendrá después otra aún mayor... El soberbio Senado, acostumbrado a imponer él los tratados, tiene que tragarse su orgullo y ratificarlo. Pero Servilio Cepión, cónsul en 139 a.c tiene otros planes. Miembro de una familia que pasará a la Historia por la traición, el saqueo y el asesinato (los que hayáis leido a Colleen McCullogh ya sabéis a qué me estoy refiriendo), rompe el tratado atacando la Lusitania. Cuando Viriato envía tres embajadores a Cepión, el romano les soborna prometiéndoles enormes cantidades de oro si asesinan a Viriato que será apuñalado en plena noche en su tienda por los secuaces de los traidores. Traidores que escapan, mientras en el campamento aún se ignora el crimen, al campamento de Cepión. Este miserable canalla, esta joya de la traición, del engaño, del abuso, de la depredación, en el colmo de la mezquindad más mezquina, les espetó la famosa frase de "Roma no paga traidores"... y así se quedó él con la recompensa, claro. Los funerales del gran Viriato, inspirados en los de Aquiles narrados en la Ilíada de Homero, fueron el emotivo homenaje a un hombre cuya inteligencia estuvo a punto de conseguir lo inalcanzable.

Hispania en 147 a.c.:
El avance de Roma es inexorable. Ya más de la mitad de la Península Ibérica está en manos de los romanos. Los sucesores de Viriato, sin el genio político-militar del gran caudillo, perderán la iniciativa hasta diluirse. Rápidamente, las legiones romanas aprovechan para proseguir la conquista a través de los valles de los grandes ríos; el Tajo, el Duero y el Miño, que, a falta de vías, son utilizados como tales. Sin embargo, una ciudad permanece libre y desafiante al enemigo: Numancia. Siempre Numancia. El Senado envía en 143 a.c al veterano de la guerra de Macedonia Quinto Cecilio Metelo con otro impresionante ejército que se dedica a arrasar las tierras de los vecinos aliados de Numancia, entre ellos las de titos y belos y sobre todo las de los vacceos, otra vez los vacceos, ¡que cuando había reparto de palos se llevaban casi todos siempre, los pobres!. A Metelo le sucede Quinto Pompeyo en 141 a.c, quien marcha sobre Numancia, se fortifica en el mismo sitio que se fortificó Fulvio Nobilior y, como no había sido invitado y los numantinos eran gente a quien no gustaban visitas inesperadas, es despachado de vuelta con algunos cuantos miles de legionarios menos. Enfurecido por la derrota, Quinto Pompeyo se vuelve contra Termancia, la ciudad hermana de Numancia, pero los Termantinos resisten con inigualable valor el asalto y Quinto Pompeyo, ante el riesgo de quedar atrapado entre los muros de Termancia y los numantinos que acuden en auxilio de su ciudad hermana, se retira enfurecido de aquellas tierras malditas hasta Levante arrasándolo todo a su paso... Arrasando las tierras de los que ninguna culpa tenían, claro. Quinto Pompeyo intenta entonces camuflar sus derrotas tratando de llegar a un acuerdo con los irreductibles españoles, pero el Senado no quiere oír hablar de nada que no sea rendición incondicional y abre un proceso a este tipejo, a quien la aventura española le acaba saliendo cara. Su sustituto, Popilio Lenas, vuelve a sitiar Numancia en 139 a.C. Los numantinos, extrañados por toda aquella gente montando ruido ante sus murallas, salen a ver qué pasa y Lenas y su ejército se vuelven por donde han venido, ¡a la carrera!, aunque algunos miles de ellos, que no pueden correr tanto, se quedarán en los campos de Numancia para servir de abono a la próxima cosecha. En Roma, los senadores se muerden los puños. ¿Cómo es posible que el ejército vencedor de Cartago sea humillado de tal forma por aquellos salvajes hispanos? Sin embargo, la mayor humillación sufrida jamás por Roma en campaña en toda su historia llega en 138 a.c, cuando el cónsul Cayo Hostilio Mancino al mando de su flamante ejército consular llega para acabar la guerra de una vez por todas. Pero España arde. Los saqueos y la destrucción causada por Roma han colmado la paciencia de los enfurecidos españoles de tal manera que la mayor parte de las tribus se unen de nuevo para combatir juntas al odiado enemigo romano. Incluso las temibles tribus cántabras marcharán para unirse a esta gran coalición de pueblos que luchan por su Libertad e Independencia contra un poder opresor que se basa nada más que en la fuerza bruta, la injusticia y el crimen para imponer su ley sanguinaria. El cónsul Mancino sitia ¡de nuevo! Numancia y las tribus libres corren desde todos los puntos a socorrer a la ciudad hermana. Mancino, al enterarse de la inminente llegada de toda aquella gente enfadada con él, no se lo piensa dos veces y apresuradamente levanta su campamento e inicia eso que algunos llaman "retirada estratégica" o como decimos los castizos "marica el último". Los numantinos, que tenían preparada otra bonita "fiesta de las espadas" a los romanos se entristecen tanto al verlos partir que salen en tropel dispuestos a montar la fiesta allí mismo. Los romanos se aterrorizan y emprenden la huída a marchas forzadas, pero lo que el cónsul Mancino no sabe es que está siendo llevado a una inteligente trampa igual que se lleva una oveja al matadero. Los numantinos empujan a las legiones que, con sus flancos rodeados por las tribus que llegan, sólo tienen un camino posible... precisamente aquel que los españoles les están dejando libre... y que conduce, a través de un desfiladero a una hoya sin salida donde todo el ejército consular romano queda encerrado. Los españoles, que a pesar de ser gente capaz de hacer cualquier cosa por defender nuestra Libertad no somos un pueblo que guste de la sangre innecesaria, y por eso les perdonamos la vida a esos romanos que tantas vidas españolas habían segado a traición y tantas matanzas de inocentes habían cometido. En aquel ejército estaba el cuestor Sempronio Graco, hijo de aquel Sempronio que tan gratos recuerdos despertaba en los españoles y en atención a su venerada memoria y a la tan añorada Pax Sempronia, los romanos fueron liberados. Desarmadas, las legiones de Roma, son obligadas a desfilar ante los orgullosos españoles y enviadas a Roma con el cabizbajo cónsul al frente, que se ha visto obligado a firmar un tratado de paz... otro tratado de paz... Es la mayor humillación jamás soportada por Roma, que ha visto muchas veces a sus ejércitos ser derrotados y aniquilados en múltiples guerras, pero nunca jamás ser humillados de esta manera. Ni siquiera la humillación en las Horcas Caudinas cuando los samnitas enviaron al ejército romano de vuelta a casa tras hacer pasar a todos los legionarios por debajo de un yugo es comparable al espectáculo de todo un ejército consular rendido y humillado, con el cónsul en ejercicio firmando tratados y devuelto junto a sus hombres a los dominios romanos, escoltados por sus vencedores hispanos para evitar que las poblaciones tan terriblemente castigadas se cebaran en represalias contra los desarmados romanos. ¡Inaudito! La escena ante el Senado de Roma es inolvidable. Los enfurecidos senadores acusan a gritos a Mancino de alta traición, le repudian y le ordenan que vuelva a España para ser entregado a los Numantinos. A él, ¡nada menos que un cónsul romano! Y el pobre Mancino es llevado ante los muros de Numancia y allí le dejan sus compatriotas romanos, desnudo y atado con cadenas, esperando que los numantinos le den muerte. Pero los numantinos han firmado con él la paz y los españoles ni faltábamos entonces ni faltamos ahora a los tratados, así que no le tomaron prisionero. Los sucesivos cónsules llegados a España: Emilio Lépido (137 a.c), L. Furio Filón (136 .a.c) y Q. Calpurnio Pisón (135 a.c) no se atreverán a acercarse a Numancia, contentándose con saquear los territorios fronterizos a las posesiones romanas. Hispania en 133 a.C. Como puede verse, se ha estrechado el cerco a Numancia, el único baluarte que impide la progresión de Roma hacia el noroeste español. Roma mientras tanto ha proseguido su camino de conquistas contra sus enemigos. Venció en 147-148 a.c la resistencia de Macedonia, Épiro e Iliria y toda Grecia quedó bajo su control total. Pero la guerra se saldará con la destrucción total de Corinto, arrasada hasta los cimientos y sembrada con sal para que nada volviera a crecer allí. Y es entonces cuando, con ambos extremos del Mediterráneo bajo su control, pudo planear su esperada venganza contra la odiada Cartago que será aplastada en 146 a.c por otro Escipión, nieto adoptivo de aquel grande entre los grandes llamado Escipión el Africano. Este descendiente suyo arrasará la centenaria ciudad fenicia hasta los cimientos, sembrándola con sal y destruyendo los restos de su cultura. El mundo quedará completamente aterrorizado ante estas dos sangrientas e innecesarias demostraciones de terror total a las que pronto habrá de sumarse una tercera... esta vez en España. Mucho más que un lugar. Numancia es el eterno monumento a la Libertad e Independencia de España. En el año 146 a.c Publio Cornelio Escipión Emiliano, el nieto adoptivo de el Africano, tomó Cartago. No tenía edad legal ni para ser edil, pero el Pueblo Romano se exasperaba con los nulos resultados de la guerra en África y estaba ya harto de Cartago. Por eso presionó para que, pasando por encima de la ley, Escipión pudiera presentarse a las elecciones al consulado en las que evidentemente arrasó. Fue elegido cónsul y así pudo legalmente ponerse al frente del ejército. El Pueblo Romano no se equivocó. Como no se equivocaría cuando doce años después, en 134 a.c volvió a presionar al Senado para que permitiera a Escipión Emiliano presentarse a las elecciones de nuevo. De lo que esta vez estaba harto el Pueblo Romano era de Numancia. Roma estaba agotada por la interminable lucha. Los vencedores de la poderosa Cartago se estrellaban una y otra vez contra la pequeña ciudad hispana. Escipión Emiliano no quiso forzar aún más al Pueblo Romano con un nuevo reclutamiento en masa. Se contentaba con las tropas que estaban ya en España, aunque hubieran fracasado tantas veces y estuvieran tan desmoralizadas. Así que con 4,000 voluntarios marchó hacia España dispuesto a acabar con aquella ciudad maldita causante de tantas desgracias para Roma. Entre los voluntarios que le seguían había 500 familiares, amigos y clientes de su gens a los que agrupó en una cohorte para que le serviera de escolta personal. Como el lugar del campamento destinado a la sede del mando se llamaba "Pretorio", a esta cohorte se la denominó cohorte Pretoriana, y es el antecedente directo de lo que siglo y medio más tarde se conocería como la Guardia Pretoriana. Cuando Escipión Emiliano llegó a España se encontró con un panorama desolador. Las legiones romanas no eran ni la sombra de lo que él esperaba. Se hallaban acuarteladas en campamentos que más parecían sucursales de los casinos de Las Vegas que acuartelamientos militares. Los legionarios vivían mezclados con prostitutas, adivinos, apostadores, traficantes, comerciantes y demás fauna en un ambiente tan corrompido como escandaloso. Escipión Emiliano los echó a todos de los campamentos y se dedicó a devolverles a aquellos hombres la disciplina de hierro que había hecho famosos e invencibles a sus padres. Entre los jóvenes oficiales de su ejército había uno natural de Arpinum al que la Historia tenía resevado uno de esos lugares inalcanzables para el común de los mortales, Su nombre, Cayo Mario. Con la misma meticulosidad, con la misma frialdad tan típicamente romana con la que había destruido Cartago, Escipión Emiliano se puso a trabajar en "el asunto Numancia". Hizo saber a todos los pueblos hispanos que aquella campaña sería la definitiva y que cualquier pueblo que auxiliara a los sublevados sería exterminado. Si eso lo hubiera dicho cualquiera de los anteriores generales romanos la gente se hubiera reido, pero el que lo decía era nada más y nada menos que el hombre que había destruido Cartago hasta los cimientos sembrando el páramo a que la más bella ciudad del mundo había quedado reducido con sal. El recuerdo de Cartago y de Corinto oprimía los corazones de todo el mundo conocido y su eco llegaba claro y nítido a España.

[Asedio de Numancia:]
Una vez convertido aquel ejército en una maquinaria asombrosamente eficaz. Al frente de 60,000 hombres, Escipión Emiliano comenzó la marcha desde Ampurias hasta Numancia. Las poblaciones observaban sobrecogidas aquel gigantesco despliegue de fuerza jamás visto hasta entonces en España. Un enorme tren de suministro llevaba las piezas de asedio desmontadas: torres, catapultas, ballistas y escorpiones. Escipión Emiliano rodeó Numancia por el norte y recorrió toda la zona alrededor mostrando a los hispanos cuáles eran sus poderes. Pero aún más que aquella impresionante maquinaria desplegada, era su propia persona la que hacía estremecerse a los sencillos pobladores de aquellas tierras. Numancia estaba condenada. Y los numantinos lo sabían. Pero aquel sencillo pueblo, solo, sin posibilidad alguna de escapatoria ni la más remota de triunfo, decidió luchar. Fue una decisión tomada en asamblea, democráticamente. Pone los pelos de punta, pero aquellos españoles prefirieron sacrificar sus vidas para construir algo que hoy, más de dos mil años después, sigue moviendo los corazones de España. Escipión Emiliano desplegó a sus tropas y construyó una primera línea de fortificaciones provisional alrededor de la ciudad. Agger et fossa, terraplén y foso, que sirvieron de defensa a los legionarios que metros atrás construían la verdadera línea de asedio consistente en un muro de piedra con torres de vigilancia y plataformas para la artillería. En la pequeña ciudad había unas 10,000 personas con no más de 4,000 hombres aptos para la defensa. Una lucha de 1 a 15. Igual que en Cartago, Escipión Emiliano, jugador de ventaja, jugaba sobre seguro. No tenía ni el genio ni la atractiva personalidad de su abuelo adoptivo, pero era un romano de los pies a la cabeza, frío y calculador... y encima jugaba con ventaja. Mapa del sitio de Numancia con los siete campamentos romanos y la línea de fortificaciones que los enlazaba aislando a la ciudad. A pesar de las fortificaciones, los iberos nunca dejaron de hostigar a los romanos. Ilustración de Angus McBride, obsequio de Francisco M. Gómez. El relato del asedio pone los pelos de punta. Los historiadores romanos no pueden dejar de dar constancia de su admiración por aquellos 10,000 hombres mujeres y niños que resistieron hasta el final encerrados entre las titánicas fortificaciones romanas. Cuando las provisiones acumuladas se habían agotado, un numantino, un héroe llamado Retógenes, al mando de un equipo de descubierta, salió de la ciudad y, consiguiendo franquear las líneas de asedio romanas, llegar hasta la población vecina de Lutia donde pidieron auxilio. 400 jóvenes se les unieron, pero Escipión Emiliano, enterado por sus espías, llegó a Lutia y capturó a aquellos valientes a los que castigó amputando ambas manos. Mientras, en Numancia, las mujeres cocían pieles para alimentar a la población, pero las deficiencias sanitarias hicieron aparecer la tan temible peste que se extendió rápidamente cebándose en los extenuados defensores. Cuando no quedaba ya nada para engañar el hambre los numantinos se comieron a los cadáveres y cuando ya la mayoría de los habitantes habían muerto de hambre o por enfermedades decidieron votar cuál sería su fin. Aquella asamblea de espectros vivientes se reunió por última vez para decidir democráticamente qué hacer. Y se decidió que cada uno era libre de hacer lo que quisiera.

Fin del asedio:
Al mediodía, desde las líneas romanas se vió a Numancia arder convertida en una gigantesca pira. Los numantinos habían escogido libremente su destino... último acto de Libertad de aquellos cuyo recuerdo nos hace grandes, nos hace fuertes... y nos hace LIBRES. Con apenas fuerzas en sus castigados cuerpos reducidos a hueso y pellejo, los numantinos se dan muerte arrojándose a las llamas, lanzándose desde las murallas al acantilado o clavándose su espada. Los romanos contemplan atónitos aquella gigantesca pira alzándose, llevando lejos de su alcance las almas de aquellos héroes que han conseguido convertir aquella batalla desesperada en una Victoria Eterna. Numancia, eterna, le ha robado su victoria al invasor despiadado. Cuando los romanos entran en la ciudad humeante apenas pueden creer lo que ven. Tan sólo unos pocos cientos de numantinos no han querido o no han podido escapar a la derrota y aguardan tumbados en el suelo, sin fuerzas ni para levantarse. Escipión Emiliano tiene grandes problemas para escoger a los cincuenta cautivos que le seguirán encadenados a su carro el día de su Triunfo en Roma. Numancia ha caído, pero Numancia es eterna. El sacrificio de sus habitantes, su generosa entrega a una causa intemporal ha quedado registrada en nuestros genes indeleblemente. Mientras un sólo español viva, Numancia también vivirá. Eternamente. Las impresionantes ruinas de Numancia sobre el cerro de Garray, en Soria. La ciudad, arrasada por Escipión Emiliano, fue reconstruida años después y repoblada. En la nueva Numancia se aprovecharon los cimientos de la antigua, que son los que hoy en día podemos contemplar. A partir de entonces, las peleas por el poder se entablan entre diferentes facciones romanas. El pretor Sertorio alcanza el predominio sobre las provincias y organiza Hispania como una nueva Roma. Esto provocó un grave enfrentamiento con Roma y Sila envió al general Cneo Pompeyo. Con el asesinato de Sertorio se restableció la paz en el año 72. Pero, de nuevo, se produce un enfrentamiento entre Cesar y Pompeyo que terminó con la paz hasta que los pompeyanos fueron derrotados en Munda, en el año 45. En el año 29, la rebelión de cántabros y astures obliga a Augusto a combatirlos personalmente, la rebelión es sofocada por Agripa en el año 19 y se alcanza un nuevo periodo de paz. Augusto reorganizó el país y lo dividió en dos provincias imperiales: Lusitania, con capital en Mérida, y Tarraconensis, con capital en Tarragona; y una senatorial, la Bética, con capital en Córdoba. Aunque los valles del Guadalquivir y del Ebro quedaron fuertemente romanizados, no ocurrió lo mismo con el norte y noroeste (Gallaecia) que conservaron en gran medida sus costumbres. Un ejemplo fue la conservación del vascuence en el País Vasco y del celta en Galicia. Aunque no hay una sola provincia en la que no se conserven señas y monumentos de la civilización romana. Los romanos aplicaron en Hispania el mismo patrón colonizador que en el resto del imperio: Calzadas, acueductos, fortificaciones, puentes, presas (Proserpina en Mérida), faros (Torre de Hércules en la Coruña) y una nueva concepción de las viviendas privadas. Favorecieron el comercio y fomentaron la agricultura con la introducción de nuevas especies vegetales y nuevas técnicas de cultivo.

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