Amor: Citas: Autores franceses:
Las pasiones son como los vientos, que son necesarios para dar movimiento a todo, aunque a menudo sean causa de huracanes. Bernard Le Bouvier de Fontenelle (1657-1757)
En el amor todo ha terminado cuando uno de los amantes piensa que sería posible una ruptura. Paul Charles Bourget (1852-1935)
Sólo se ama lo que no se posee totalmente. Marcel Proust (1871-1922)
La razón puede advertirnos sobre lo que conviene evitar; sólo el corazón nos dice lo que es preciso hacer. Joseph Joubert (1754-1824) Ensayista y moralista.
Hay pasiones que la prudencia enciende y que no existirían sin el riesgo que provocan. Jules Amédée Barbey d'Aurevilly (1808-1889) Novelista y crítico.
El amor tiene dos leyes: la primera, amar a los otros; la segunda, eliminar de nosotros aquello que impide a los otros amarnos. Alexis Carrel (1873-1944) Biólogo y médico
Los que padecéis porque amáis: amad más todavía; morir de amor es vivir. Victor Hugo (1802-1885)
Mientras que el corazón tiene deseo, la imaginación conserva ilusiones. René de Chateaubriand (1768-1848) Diplomático y escritor.
El amor es como las enfermedades contagiosas, que cuanto más se temen más fácilmente se adquieren. Chamfort (1741-1794) Académico.
Los amores mueren de hastío, y el olvido los entierra. Jean de la Bruyere (1645-1696)
El que puede prescindir del ser amado puede prescindir de todo. André Maurois (1885-1967) Novelista y ensayista.
A los dieciocho años se adora; a los veinte, se ama; a los treinta, se desea; a los cuarenta, se reflexiona. Charles Paul de Kock (1793-1871) Escritor.
Con frecuencia el amor, comercio borrascoso, acaba en bancarrota. Chamfort (1741-1794) Académico.
Cuando se ama es el corazón quien juzga. Joseph Joubert (1754-1824) Ensayista y moralista.
El corazón es una tierra que cada pasión conmueve, remueve y trabaja sobre las ruinas de las demás. Gustave Flaubert (1821-1880)
La pasión es una emoción crónica. Théodule-Armand Ribot (1839-1916) Psicólogo.
Amor es el intercambio de dos fantasías y el contacto de dos egoísmos. Paul Auguez Escritor.
El amor que nace súbitamente es el más dificil de extinguir. Jean de la Bruyere (1645-1696) Escritor.
El amor es un ardiente olvido de todo. Victor Hugo (1802-1885)
El amor a lo don Juan no es más que afición a la caza. André Maurois (1885-1967) Novelista y ensayista.
Los platónicos olvidan excesivamente que el amor es una física antes de ser un ensueño. Remy de Gourmont (1858-1915) Novelista.
El amor inspira las más grandes hazañas e impide realizarlas. Alejandro Dumas (hijo) (1824-1895)
El amor físico es un instinto natural, como el hambre y la sed; pero la permanencia del amor no es un instinto. André Maurois (1885-1967) Novelista y ensayista.
Estar enamorado significa exagerar desmesuradamente la diferencia entre una mujer y otra. Jean Baptiste Alphonse Karr (1808-1890) Escritor.
El amor y la amistad se excluyen mutuamente. Jean de la Bruyere (1645-1696)
Para el beso, la nariz y los ojos están tan mal colocados como mal hechos los labios. Marcel Proust (1871-1922)
El amor es una enfermedad inevitable, dolorosa y fortuita. Marcel Proust (1871-1922)
Cada uno tiene la edad de su corazón. Alfred d' Houdetot (1799-1869) Escritor.
¡Cosa curiosa! el primer síntoma del verdadero amor en un joven es la timidez, en una muchacha es la audacia. Victor Hugo (1802-1885)
Nuestro corazón tiene la edad de aquello que ama. Marcel Prévost (1862-1941) Escritor.
El amor nace de nada y muere de todo. Jean Baptiste Alphonse Karr (1808-1890) Escritor.
Cuando el amor es feliz lleva al alma a la dulzura y a la bondad. Victor Hugo (1802-1885).
Las verdades que revela la inteligencia permanecen estériles. Sólo el corazón es capaz de fecundar los sueños. Anatole France (1844-1924)
Las pasiones hacen vivir al hombre, la sabiduría sólo le hace durar. Chamfort (1741-1794) Académico.
La perfección del amor es morir por amor. Denis de Rougemont
Amar es vivir en aquellos que se ama. Eliphas Lévi (1810-1875) Mago y escritor ocultista.
Los amores son como las setas, que no sabe uno si son venenosas hasta que ya las ha comido y es demasiado tarde. Tristan Bernard (1866-1947) Novelista y periodista.
El hombre tiene dos caras: no puede amar sin amarse. Albert Camus (1913-1960) Escritor.
La mujer es embellecida por el beso que ponéis sobre su boca. Anatole France (1844-1924) Escritor.
El amor, tal como se practica hoy en la sociedad, no es más que un intercambio de dos fantasías y el contacto de dos epidermis.
Chamfort (1741-1794) Académico.
¡Por tus besos vendería el porvenir! René de Chateaubriand (1768-1848) Diplomático y escritor.
Hay labios tan finos que en vez de besar cortan. Paul Charles Bourget (1852-1935) Escritor.
Las pasiones son los viajes del corazón. Paul Morand (1888-1976) Diplomático y escritor.
Nuestro corazón tiene la edad de aquellos que ama. Marcel Proust (1871-1922) Escritor.
El amor es lo único que crece cuando se reparte. Antoine de Saint-Exupery (1900-1944) Escritor.
El día que tú no ardas de amor, muchos morirán de frío. François Mauriac (1905-1970) Escritor.
En los inicios de un amor los amantes hablan del futuro, en sus postrimerías, del pasado. André Maurois (1885-1967) Novelista y ensayista.
El amor es una fuente inagotable de reflexiones: profundas como la eternidad, altas como el cielo y grandiosas como el universo. Alfred Victor de Vigny (1797-1863) Escritor.
El idioma del corazón es universal: sólo se necesita sensibilidad para entenderlo y hablarlo. Charles Pinot Duclós (1704-1772) Escritor.
Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos. Antoine de Saint-Exupery (1900-1944)
Cuando el amor desenfrenado entra en el corazón, va royendo todos los demás sentimientos; vive a expensas del honor, de la fe y de la palabra dada. Alejandro Dumas (1803-1870)
En el amor, todas las cumbres son borrascosas. Marqués de Sade (1740-1814)
El primer beso no se da con la boca, sino con la mirada. Tristan Bernard (1866-1947) Novelista y periodista.
El amor es una tontería hecha por dos. Napoleón I (1769-1821).
El más peligroso de nuestros consejeros es el amor propio. Napoleón.
Stendhal (1783-1842):
Autores de teatro:
Poetas:
Escritoras:
Pensadores y filósofos:
Comodidad e internet:
Filosofía:
El amor según Spinoza:
http://www.eltiempo.com/cultura/gente/relacion-entre-la-filosofia-el-amor-y-el-sexo-119418
Cuanto más se ama a un amante, más cerca se está de odiarle. François de la Rochefoucauld (1613-1680)
Es muy difícil que dos que ya no se aman, riñan de verdad. Rochefoucauld.
El amor propio es el peor de los aduladores. Rochefoucauld.
Nunca se tiene la libertad de amar o de dejar de amar. Rochefoucauld.
El verdadero amor es como los espíritus: todos hablan de ellos, pero pocos los han visto. Rochefoucauld.
No hay disfraz que pueda largo tiempo ocultar el amor donde lo hay, ni fingirlo donde no lo hay. Rochefoucauld.
Si juzgamos el amor por la mayor parte de sus efectos, se parece más al odio que a la amistad. Rochefoucauld.
Lo que hace que los amantes no se aburran nunca de estar juntos es que se pasan el tiempo hablando siempre de sí mismos. Rochefoucauld.
El amor aborrece todo lo que no es amor. Honoré de Balzac (1799-1850)
El amor es la poesía de los sentidos. Balzac.
El amor no es sólo un sentimiento. Es también un arte. Balzac.
¿Es que se acaba de amar alguna vez? Hay gente que ha muerto y que yo siento que aún ama. Balzac.
El amor crea en la mujer, una mujer nueva; la de la víspera ya no existe al día siguiente. Balzac.
Puede uno amar sin ser feliz; puede uno ser feliz sin amar; pero amar y ser feliz es algo prodigioso. Balzac.
Es más fácil quedar bien como amante que como marido; porque es más fácil ser oportuno e ingenioso de vez en cuando que todos los días. Balzac.
Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección. Antoine de Saint-Exupery (1900-1944)
Un beso legal nunca vale tanto como un beso robado. Guy de Maupassant (1850-1893)
La señal de que no amamos a alguien es que no le damos todo lo mejor que hay en nosotros. Paul Claudel (1868-1955) Escritor y diplomático
Un corazón es una riqueza que no se vende ni se compra, pero que se regala. Gustave Flaubert (1821-1880)
Al primer amor se le quiere más, a los otros se les quiere mejor. Antoine de Saint-Exupery (1900-1944)
No existe nada más interesante que la conversación de dos amantes que permanecen callados. Achile Tournier (1847-1906)
Para un amante ya no hay amigos.
Con las pasiones uno no se aburre jamás; sin ellas, se idiotiza.
No hay más uniones legítimas que las que están gobernadas por una verdadera pasión.
El hombre que no ha amado apasionadamente ignora la mitad más hermosa de su vida.
El arte de amar se reduce a decir exactamente lo que el grado de embriaguez del momento requiera.
El amor es una bellísima flor, pero hay que tener el coraje de ir a recogerla al borde de un precipicio.
El amor es como la fiebre: nace y se extingue sin que la voluntad tome en ello la menor parte.
La diferencia de la infidelidad en los dos sexo es tan real que una mujer apasionada puede perdonar una infidelidad, cosa imposible para un hombre.
Ir sin amor por la vida es como ir al combate sin música, como emprender un viaje sin un libro, como ir por el mar sin estrella que nos oriente.
Si esta es vuestra forma de amar, os ruego que me odiéis. Molière (1622-1673)
Cuanto más amamos a alguien menos conviene halagarle. Molière.
Un amante apasionado ama hasta los defectos de la persona a quien ama. Molière.
Jamás se penetra por la fuerza en un corazón. Molière.
Cuando se quiere dar amor, hay un riesgo: el de recibirlo. Molière.
Lo que el amor hace, él mismo lo excusa. Molière.
Es duro, es doloroso, no ser amado cuando se ama todavía, pero es bastante más duro ser todavía amado cuando ya no se ama. Georges Courteline (1858-1929) Dramaturgo y novelista.
Al amor propio se le hiere; no se le mata. Henry de Montherlant (1896-1970) Novelista y dramaturgo francés de origen catalán.
Junta tu frente a la mía y enlaza tu mano, y haz juramentos que mañana ya habrás roto. Paul Verlaine (1844-1895)
El beso es el contacto de dos epidermis y la fusión de dos fantasías. Louis Charles Alfred de Musset (1810-1857)
Se puede amar sin sufrir cuando se ama sin enrojecer. Musset.
Ni la ausencia ni el tiempo son nada cuando se ama. Musset.
El único idioma universal es el beso. Musset.
Si tú me amaras y yo te amase, ¡cómo nos amaríamos!. Paul Géraldy (1885-1983) Poeta y dramaturgo.
Dueño del Universo, yo regulo su fortuna. Puedo nombrar reyes, puedo deponerlos, pero de mi corazón yo no puedo responder. Jean-Baptiste Racine (1639-1699)
Espantoso juego del amor, en el cual es preciso que uno de ambos jugadores pierda el gobierno de sí mismo. Charles Baudelaire (1821-1867) Escritor, poeta y crítico.
Esa necesidad de olvidar su yo en la carne extraña, es lo que el hombre llama noblemente necesidad de amar. Charles Baudelaire.
El amor es un crimen que no puede realizarse sin cómplice. Charles Baudelaire.
Nadie tiene dominio sobre el amor, pero el amor domina todas las cosas. Jean de la Fontaine (1621-1695) Escritor y poeta.
Ama a una nube, ama a una mujer, pero ama. Théophile Gautier (1811-1872) Poeta, crítico y novelista.
El más difícil no es el primer beso sino el último. Paul Géraldy (1885-1983) Poeta y dramaturgo.
En el amor no hay crímenes ni delitos, sólo falta de buen gusto. Paul Géraldy.
El beso es la válvula de escape de la honestidad. Paul Géraldy.
El más bello instante del amor, el único que verdaderamente nos embriaga, es este preludio: el beso. Paul Géraldy.
El verdadero paraíso no esta en el cielo, sino en la boca de la mujer amada. Théophile Gautier (1811-1872) Poeta, crítico y novelista.
Amad. Es el único bien que hay en la vida. George Sand (1804-1876)
El amor que es un necio a los veinte años es un loco del todo a les sesenta. George Sand.
No ames a quien no admires. El amor sin admiración sólo es amistad. George Sand.
¡Ay del hombre que quiere actuar sinceramente en el amor! George Sand.
El beso es una forma de diálogo. George Sand.
El que tiene buen corazón nunca es estúpido. George Sand.
Hay amor propio en el amor como hay interés personal en la amistad. George Sand.
Te amo para amarte y no para ser amado, puesto que nada me place tanto como verte a ti feliz. George Sand.
He leído en alguna parte que para amarse hay que tener principios semejantes, con gustos opuestos. George Sand.
Nos equivocamos a menudo en el amor, a menudo herido, a menudo infeliz, pero soy yo quien vivió, y no un ser ficticio, creado por mi orgullo.
George Sand.
Amar no es solamente querer, es sobre todo comprender. Françoise Sagan (1935-2004)
La capacidad de reír juntos es el amor. Françoise Sagan.
Nada es pequeño en el amor. Aquellos que esperan las grandes ocasiones para probar su ternura no saben amar. Laure Conan (1845-1924) Pseudónimo de Marie-Louise-Félicité Angers.
Cuando se es amado, no se duda de nada. Cuando se ama se duda de todo. Colette (1873-1954)
Soportaría gustosa una docena más de desencantos amorosos, si ello me ayudara a perder un par de kilos. Colette.
El secreto de la felicidad en el amor consiste menos en ser ciego que en cerrar los ojos cuando hace falta. Simone de Beauvoir (1908-1986) Novelista.
El amor es la historia de la vida de las mujeres y un episodio en la de los hombres. Germaine de Staël (1766-1817) Escritora.
El amor nunca muere de hambre; con frecuencia de indigestión. Ninon de Lenclos (1620-1705) Cortesana.
El amor es una comedia en la cual los actos son muy cortos y los entreactos más largos: ¿cómo llenar los intermedios sino mediante el ingenio?. Ninon de Lenclos.
El amor es más bien el dios de las sensaciones que el dios de los sentimientos. Ninon de Lenclos.
Una mujer llega a la convicción de que es amada, más por lo que adivina, que por lo que le dicen. Ninon de Lenclos.
La declaración lisonjera que más agrada al amor no está en lo que se dice, sino en lo que se escapa. Ninon de Lenclos.
Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón. Marguerite Yourcenar (1903-1987)
El corazón tiene razones que la razón ignora. Blaise Pascal (1623-1662)
Cuando no se ama demasiado no se ama lo suficiente. Pascal.
A fuerza de hablar de amor, uno llega a enamorarse. Nada tan fácil. Esta es la pasión más natural del hombre. Pascal.
Se habla sin cesar contra las pasiones. Se las considera la fuente de todo mal humano, pero se olvida que también lo son de todo placer.
Denis Diderot (1713-1784)
El amor priva de espíritu a quienes lo tienen, y se lo da a los que carecen de él. Denis Diderot.
El amor como principio, el orden como base, el progreso como fin. Auguste Comte (1798-1857)
Cuando los hombres prometen a una mujer que la amarán siempre suponen a su vez que ellas les promenten ser siempre amables; si ella falta a su palabra, ellos no se creen obligados por la suya. Montesquieu (1689-1755)
Yo, como don Quijote, me invento pasiones para ejercitarme. Voltaire (1694-1778)
El amor propio, al igual que el mecanismo de reproducción del genero humano, es necesario, nos causa placer y debemos ocultarlo. Voltaire.
Todas las pasiones son buenas mientras uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando nos esclavizan. Jean Jacques Rousseau.
Las cartas de amor se escriben empezando sin saber lo que se va a decir, y se terminan sin saber lo que se ha dicho. Jean Jacques Rousseau (1712-1778)
Ningún poder humano puede jamás violentar el sagrario impenetrable de la libertad del corazón. Fénelon (1651-1715) Escritor y teólogo.
El amor lo toma todo, y todo lo da. Fénelon.
Trata de amar al prójimo. Ya me dirás el resultado. Jean Paul Sartre (1905-1980)
Llegará el día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad; aprovecharemos para Dios las energías del amor. Y ese día por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego. Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) Filósofo y teólogo.
No ser amado es una simple desventura. La verdadera desgracia es no saber amar. Albert Camus (1913-1960)
Amar a alguien es decirle: tú no morirás jamás. Gabriel Marcel (1889-1973) Filósofo católico, dramaturgo y crítico.
Leía hace poco una entrevista en la que Álvaro Delgado-Gal comenta cierta idea expuesta en su libro Buscando el cero;a saber: que eso que conocemos como amor romántico, en el que la persona no actúa guiada por la razón, fue durante mucho tiempo una suerte de privilegio social. También en los sentimientos se actúa muchas veces siguiendo las normas de la elección racional, esas que permiten paliar la escasez de recursos y garantizar la subsistencia propia o de las crías. Desde este punto de vista, el amor, en su acepción romántica, sería una especie de enfermedad o un lujo.
Me llamó la atención esta manera ultrarrealista de abordar una irrefutable evidencia histórica: que en Occidente, al menos, el asunto del amor fue durante mucho tiempo cosa de clases bien situadas, cortesanos, estratos privilegiados o cercanos al privilegio. “Una de las consecuencias de la democracia y la extensión del bienestar”, recuerda Delgado-Gal, “que de facto crecen en paralelo, es el hecho de que mucha gente pueda plantearse oportunidades que habrían sido inimaginables para una o dos generaciones anteriores”. Me preguntaba yo qué había pasado últimamente con esa igualdad de oportunidades sentimentales en el mundo democratizado, y lamenté entonces que ese libro del filósofo, dedicado a la “revolución moderna en la literatura y el arte”, no extendiera su análisis a evidencias más recientes, posmodernas, si se quiere. Porque creo que las nuevas lógicas de nuestra era digital significan también el fin de cierta cultura amorosa.
Miremos alrededor. El primer resultado de la proliferación de los sitios de intercambio sentimental es, por supuesto, un incremento de la oferta. Si antes la gente decidía casarse luego de conciliar la pasión con la pereza —o con la duda: ¿encontraré a alguien que reúna mis requerimientos básicos?—, ahora el compromiso se piensa con más calma, sabiendo que siempre podrán encontrarse nuevas opciones en el casi inagotable semillero del mundo virtual.
Publicidad
Materia de reportajes de todo tipo —desde las llamadas revistas del corazón hasta el periodismo más sesudo—, este “nuevo orden amoroso” se define por la oferta multiplicada a la carta: vale todo menos el riesgo; aquel factor sorpresa que antes parecía inseparable de lo romántico se ha convertido en una mercancía devaluada. Se busca una armonía elemental, a-dramática, donde se intercambian estereotipos y el deseo se reconduce hacia una imagen prevista, lugar cercano o smooth connection: la moda Tinder, así bautizada por la aplicación que encarna ese modo de socialidad erótica, es un buen ejemplo de la “positividad” y el corto plazo que el filósofo Byung-Chul Han considera cualidades inherentes a lo digital. Este medio, al que define como “pobre en mirada”, nos aleja cada vez más del otro, mientras el touchscreen, esa obsesiva necesidad de palpar una pantalla, elimina aquella distancia que constituye al otro en su alteridad. “Se puede palpar la imagen”, dice Han, “tocarla directamente, porque ha perdido ya la mirada, la faz”.
Lejos de la minoría bohemia asociada al malditismo moderno, aquella “gente especial” que decidía cumplir con el “atrévete a ser quien eres”, la nueva “masa sentimental” ha hecho de la seducción una forma de desconocer —y desconocerse—. Una declaración de amor eterno es hoy, sin duda, mucho más transgresora que el sexo itinerante, plebeyo, democratizado. Bajo la máscara de “más oportunidades”, la nueva erótica digital sortea cualquier confesión pasional, cualquier cosa que implique una elección (necesariamente imperfecta e incompleta) por encima de la suma de relaciones virtuales, esa utopía de los amores posibles o perfección imaginaria vestida de oportunidad inagotable.
Según la teoría de la elección racional, en un mundo premoderno el amor no podía ser otra cosa que una enfermedad. Desde el príncipe Genji hasta las heroínas de Downton Abbey, la pasión es desgaste, dispendio, reto y riesgo. Los avatares de este fatum romántico están bien ilustrados en la más célebre de las novelas de amor moderno, Las tribulaciones del joven Werther, de Goethe. Enamorado sin remedio de Carlota, el protagonista no ve otra salida al triángulo asfixiante de su pasión que el suicidio, y su ejemplo se extenderá enseguida por toda la cultura europea.
Stendhal, Tolstói, Proust, Flaubert, Balzac, James… llevan a la novela el drama de la elección racional, la batalla entre el amor romántico, casi siempre frustrado, y los imperativos prácticos. Pero cualquiera que lea las nuevas sagas amorosas posmodernas, a Tao Lin, por ejemplo, o a Bret Easton Ellis, convendrá en que estamos ya muy lejos de aquel proceso imaginario que definía lo erótico: la tensión entre objetividad y deseo. Otras, más inmediatas y simplonas, son ya las lógicas de la passio, y me temo que una literatura sentimentalmente empobrecida y laxa es apenas otra víctima colateral de la era hipster.
Para un nuevo y democratizado @Werther, que se asomara hoy a la disyuntiva de su antepasado y enviara larguísimos e-mails a su mejor amigo contándole sus cuitas, el suicidio sería una opción a competir con Match, Ashley Madison, OKCupid o Luxy, el “Tinder sin gente pobre”. Y lo mismo sucede de la otra parte. Por otro lado, ¿a qué joven se le ocurriría suicidarse por amor sin anunciarlo antes en Facebook o en Instagram? En este mundo, como en tantas otras cosas de nuestra vida actual, impera el ruido. Todo deseo ha sido normalizado y repartido en compartimentos cada vez más accesibles, pero también más frívolos. La pornografía ha devenido el modelo de lo sexual. Todos quieren amar pero nadie quiere complicarse: las relaciones de los más jóvenes tienen la consistencia efímera del link; es menos relación. Tenemos cada vez más tiempo libre para amar, pero nos cuesta hacerlo en profundidad, sin las prótesis de redes sociales.
Hay un célebre poema de Catulo, el Carmen LI, en el que después de describir la pasión amorosa en los mismos términos de su famosa predecesora, Safo, el poeta hace un guiño irónico y se alecciona a sí mismo: “No te conviene, Catulo, este ocio, / con el ocio te exaltas y consumes, / el mismo ocio que arruinara a tantos / reyes y ciudades felices”. Los exégetas explican la contraposición latina entre otium (el tiempo estrictamente personal, dedicado a las emociones y al cuidado de sí) y negotium, los empeños civiles cotidianos, las cosas de la ciudad. De la misma manera que el negotium —o el determinismo económico de la elección racional— no debe regir el mundo del amor y los sentimientos, para Catulo el otium en estado puro favorece otro tipo de malestar, una tentación narcisista y autodestructiva irreconciliable con la felicidad.
Han pasado los siglos, por supuesto. Ni los poetas latinos ni los novelistas modernos habrían podido imaginar la más brutal de las perversiones sentimentales: qué pasa con el amor, y qué perdemos, cuando este se convierte en rehén digital del “negocio del ocio”.
(Ernesto Hernández Busto, 07/11/2015)
El amor es un rasgo universal e incomprensible. Desde luego, puede haber gente que nunca ama o es amada, y eso es terrible. Comparemos las normas morales con las normas de un club social. Una diferencia esencial es que no reaccionamos de igual modo a la violación de unas y otras. La persona que no quiera seguir las normas de un club simplemente no entra en él. Pero la violación de normas morales básicas (como “No se debe torturar”) causa un repudio mucho más intenso y amplio (o así debería ser). Es como si a quienes cometen tales atrocidades quisiéramos excluirlos de la humanidad.
Platón sugirió que el amor es la clave para entender las posibilidades de la naturaleza humana. Pensaba que el mundo que vemos es uno de cosas corruptibles y destinadas a la muerte, pero, al mismo tiempo, algo en nosotros nos dice que esa no puede ser toda la historia. Por eso sugirió que somos inmortales. Pero ¿cómo, estando atrapados en el mundo de las apariencias y el cambio, podemos saber de esa comunidad de almas inmortales? Por el conocimiento y el amor.
Mónica, la heroína que por amor dejó las drogas
El drama de un iraquí que llegó a Colombia para volver a ver su esposa
El fenómeno viral del corto de amor gay ‘In a Heartbeat’
Lo que tienen en común ambas experiencias, aparte de su carácter perturbador, es que nos sacan del flujo privado de pensamientos y sensaciones para instalarnos en un mundo donde hay otros seres. Por eso el desamor y la ignorancia son males terribles: nos dejan solos con el insoportable flujo de nuestras conciencias, en un mundo donde no hay nadie con quien hablar. Quien no ha sido amado es, como si dijéramos, un bastardo de la existencia.
Sócrates parece haber sugerido que el mal no es otra cosa que una forma de ignorancia. El conocimiento y la voluntad van juntos y, por tanto, el malvado solo está engañado: cree estar haciendo algo bueno para sí mismo cuando, en realidad, está dañando su alma.
Y llegó Platón
Platón heredó de su maestro esta extraña visión, y lidió con ella arduamente hasta que tuvo que abandonarla. Al parecer, se dio cuenta de que el alma no es la unidad indivisa que supuso Sócrates.
A lo largo de un forcejeo de décadas llegó a creer que estamos partidos en tres. Primero está la parte instintiva, que es la sede de los deseos más universales y magnéticos de los seres humanos: el sexo, la comida, las borracheras. Esta sección reside en el bajo vientre y todos sabemos lo duro que es lidiar con ella. La virtud de esta parte es la templanza, ya que solo refrenando nuestros instintos podremos elevarnos hasta el amor por lo justo y lo bello; todo lo demás es dicha pagana transitoria y remordimiento.
Luego está la parte correspondiente a la furia, cuya virtud es la valentía y se ubica en el pecho. Como en el caso de los apetitos, solo una ira controlada por la virtud puede encaminarse al bien. Lo demás es odio irracional y destrucción y muerte. Y finalmente está la parte racional, que Platón compara, en uno de sus tantos mitos, con un cochero.
Imagine un coche tirado por dos caballos: uno noble y fuerte; el otro, igualmente fuerte pero depravado e indómito. Imagine que usted debe manejar el coche. Imagine que va por un camino escarpado sobre el filo de una montaña a cuyos lados está el abismo. A menos que tenga el cuidado y conocimiento requeridos, lo más probable es que el caballo sedicioso lo arruine todo. El amor platónico, entonces, no es ese deseo por acostarse con alguien famoso, sino la sabiduría para controlar los apetitos y construir algo bello y justo en común.
Un mal soldado señaló que todos estamos muy solos, todos tenemos mucho miedo, todos estamos muy necesitados de una confirmación externa de que merecemos existir. Esta orfandad básica está en el origen de nuestras ideas y prácticas en el amor. Pensemos, por ejemplo, en el sexo. Freud insistió en algo que es evidente pero que no nos gusta aceptar: el sexo es un campo minado, ya que somos incapaces de hablar de nuestra sexualidad con la misma calma que hablamos, por ejemplo, de nuestros hábitos alimenticios. Hasta los más abiertos a ese respecto experimentan la subida de tensión que ocurre en cuanto surge el tema. Sencillamente, el sexo nos enloquece.
Tomemos el caso de Kant, un filósofo que en cualquiera de esas listas ridículas de los mejores de la historia aparecería en los primeros puestos. Este caso confirma la sentencia del filósofo inglés Eddie Féretro: “Ninguna cantidad de inteligencia te salvará de la estupidez”. Pues Kant dijo, por ejemplo, que masturbarse era un crimen peor que el suicidio (aunque Kant no fue muy alto, ¿habrá tenido unos brazos muy cortos?).
Aunque ciertamente los filósofos han dicho las mismas o peores tonterías que el resto de nosotros acerca de los genitales y el amor y el sexo, la diferencia está en que, en ocasiones, podemos encontrar ideas maravillosas en sus obras. Bertrand Russell escribió que, de entre todos los filósofos occidentales, en cuanto a la ética es Spinoza el más sabio. Quizás por sus ideas sobre el amor, que más parecen obra de un bolerista arrebatado que de un filósofo postrado ante la razón.
La primera vez que pasearon en coche por el Central Park de Nueva York, Celia Cruz y Pedro Knight cantaron a dúo mientras los caballos tiraban en medio de una nevada de película: “Sufro mucho tu ausencia, no te lo niego. Yo no puedo vivir si a mi lado no estás”. El bolero cuenta la historia de un enamorado que no puede dormir por el martirio de no tener a su amante entre sus brazos y solo encuentra consuelo mirando su retrato hasta que los primeros rayos de luz de la mañana entran por la ventana y lo sorprenden en su desvelo de amor. Y pinta la escena sobre el telón de la idea que define el amor como la voluntad del enamorado de unirse a la cosa amada.
Spinoza responde a esta idea advirtiendo que la unión de los enamorados no puede ser la esencia del amor, pues incluso cuando el amante está ausente –y a veces precisamente por su ausencia– se mantiene viva la llama. (Cuentan que el amor que le profesaba Sócrates a su esposa se debe en gran medida a que el filósofo pasaba día y noche en la ciudad discutiendo con cualquiera sobre la justicia, el amor y la belleza, para huir de la mano dura que le esperaba en casa. Una leyenda estúpida, como puede verse, que a Nietzsche le encantaba repetir –adivinen, a Nietzsche también le fue mal con las mujeres).
Spinoza, quien labró su intensa vida intelectual sobre las ruinas de su tusa, define el amor como una alegría provocada por el amado, una alegría que lleva al amante por la vía del florecimiento personal. Hasta ahí no hay nada que no se pueda encontrar en cualquier tarjeta de amor vendida en cualquier semáforo por algún pobre rebuscador para no morirse de hambre.
Para fortuna nuestra, Spinoza abraza la pobreza como un estímulo de la libertad de pensamiento, lo que le permite radicalizar el planteamiento: al amante le importa su amado únicamente como al sediento le importa la piedra de la que brota el agua, pues en nuestra naturaleza tenemos marcado el deseo de saciar la sed de amor.
La alegría del amor
Un amor que no consiste en la unión de los amantes, sino que alcanza su clímax en el simple deseo de unirse. Cuando excedemos ese tope, la alegría del amor deja de ser leña seca que alimenta el fuego y se convierte en pólvora negra que nos desfigura en su estallido.
Todos hemos comprobado amargamente que no podemos controlar a quien amamos o en quien despertamos amor, y Spinoza no fue la feliz excepción: Clara María, la hija de su maestro Francis van den Enden –que dominaba el latín como su padre, además de las matemáticas, la música, la filosofía y la poesía–, fue el epicentro del estremecimiento que desencadenó el deseo y el desarreglo de las pasiones de Spinoza.
Y aunque su filosofía no propone ninguna explicación que descifre el misterio del amor no correspondido, es claro que el caro collar de perlas que recibió Clara María de un compañero de estudios de Baruch (que terminaría casándose con ella) fue fundamental para el filósofo en el momento de buscar respuestas en el fondo de una botella ponzoñosa sobre la mesa más apartada de una taberna.
La resolución final de Spinoza zanja la discusión sobre el amor con un corte de hacha afilada: “El amor es excelso. Y todo lo excelso es tan difícil como raro”.
En nuestro caso, cuando la única respuesta de la botella es el vacío en que retumba nuestra derrota, alcanzamos a notar que desde la barra se acerca una figura femenina (o masculina, elijan ustedes, querida lectora, amable lector) que nos borra de un tajo el recuerdo del sufrimiento que nos arrastró hasta la cantina y, como embrujados por una ráfaga de júbilo, sellamos con unas monedas el pacto de amor fugaz que consumaremos de inmediato escaleras arriba, quiera Dios.
El amor, en lo privado
Si aún nos queda algún chispazo de lucidez, podremos comprobar una tesis filosófica justo después de abrir la puerta y encender la luz de ese templo roñoso de adoración: las cucarachas aman la cochambre, pero corren a esconderse porque, como Hannah Arendt, saben que el amor expuesto a la luz pública corre peligro de muerte.
Para Arendt, la exteriorización del amor es ofensiva porque banaliza algo divino, degradándolo hasta el mundo de las apariencias, los apetitos carnales y los sentimientos humanos. Y el amor, como hasta el más desdichado de nosotros lo habrá vivido al quedar paralizado luego del choque electrizante que nos causa el encuentro fortuito con cualquier desconocido que nos tropezamos por la calle, es un fuego que ningún sentimiento humano puede resistir.
Arendt insiste en que el amor es un golpe de relámpago que destruye el espacio que nos separa de lo que amamos, y que nos concede una lucidez gracias a la cual podemos conocer al amado y a nosotros mismos hasta niveles de profundidad imposibles para quien no padece la ventura de ser alcanzado por ese destello fulminante.
En la filosofía contemporánea, se nos ocurre, quien ha vuelto a mostrar todo esto de forma tremenda y hermosa es Víctor Gaviria. En lugar de leer a Rawls, si se nos permite el consejo, uno debería ver las películas de Gaviria, es decir, la tragedia de un país sin amor.
(Pablo R. Arango y Felipe Cárdenas, 13/08/2017)