Compromisos

Primer Nivel: Ser monógamos

Acuerdos:
  • Acordar que ésta es la única relación íntima que mantendrán por el momento.
  • Comprometerse a dedicar su tiempo y energía a compartirlos el uno con el otro y con nadie más.
  • Acordar que cada uno es la única pareja sexual del otro (incluye desde los besos hasta la plena relación sexual).

Segundo nivel: Trabajar para establecer una asociación

Supuestos:
  • La relación mejora día a día
  • Comparten juntos las mayoría de los aspectos de su tiempo y de su vida
  • Empiezan a pensar los dos como un 'nosotros'.
Acuerdos:
  • Acordar que la relación es especial y vale la pena alimentarla
  • Acordar que la relación tiene el potencial para convertirse en una asociación duradera.
  • Acordar trabajar juntos, comunicarse sinceramente los sentimientos, buscar aquellos elementos que contribuyan a formar la intimidad, y aprender a comprenderse el uno al otro con objeto de crear esa potencial asociación duradera entre ambos.

Tercer nivel: Pasar el futuro juntos

Supuestos:
  • Se ha creado una asociación fuerte y saludable que funciona bien casi todo el tiempo
  • Se siente seguro de querer pasar el futuro juntos, si no el resto de su vida
  • No tiene el menor deseo de investigar a nadie más como posible pareja.
Acuerdos:
  • Acordar que ambos desean pasar juntos el futuro
  • Acordar formalizar su compromiso mediante
    • Prometerse o casarse
    • Planear comprometerse cuando puedan
    • Decidir vivir juntos
  • Acordar continuar trabajando en ellos mismos y en la relación, para eliminar cualquier duda u obstáculo que haya podido quedar para así alcanzar con éxito un compromiso para toda la vida.

Cuarto nivel: Pasar juntos el resto de la vida:

Supuestos:
  • Se ha mantenido durante un tiempo un compromiso de tercer nivel (prometidos o viviendo juntos), y se han superado los obstáculos o cuestiones emocionales que hayan surgido.
  • Se tiene una total confianza y fe en la relación y en la capacidad para que ésta continúe creciendo y sobreviva a las adversidades que encuentre.
  • Se siente animado a explorar niveles más profundos de amor, intimidad y rendición con la pareja.
Acuerdos:
  • Acordar que desean pasar juntos el resto de sus vidas.
  • Acordar que, como miembros de una pareja para toda la vida, la relación se convierte en creación de ambos, en hijo de ambos, y que los dos cuidarán, protegerán y alimentarán a ese hijo.
  • Acordar cualquier clase de compromisos que ambos crean importantes para inaugurar su nuevo nivel de unicidad.

El futuro de los estilos de vida íntimos:

El contacto con los íntimos en el grupo familiar parece proporcionar, en conjunto, considerables beneficios al individuo. Las relaciones significativas son bastante potentes y pueden producirse daños, pero generalmente los beneficios sobrepasan los costes. Se satisfacen muy bien gran variedad de necesidades psicológicas en el contexto de la familia tradicional. El niño que crece en el cuidado de una familia estable puede generalmente desarrollar habilidades y capacidades, y puede lograr una potencialidad para la felicidad más que en cualquier otro hábitat, y el adulto puede satisfacer con su pareja las necesidades de apoyo emocional, liberación de la soledad, el sexo, estabilidad, y la construcción de una realidad social mutuamente confortable. Cuando el patrón de la familia básica se rompe, pueden aparecer graves consecuencias para cada una de las personas implicadas.

No hay un cambio uniforme en la sociedad occidental hacia una arreglo único alternativo de estilo de vida, sino que existe cada vez más una diversidad creciente. Hay ahora menos niños en las familias, más familias de un único padre, más divorcios y separaciones, y hay una gran cantidad de relaciones transitorias y menos contactos entre las generaciones. Varias fuentes de datos sugieren que los niños se valoran menos que en el pasado reciente; que las mujeres, en particular, buscan más fuera de la familia la orientación del rol y sus satisfacciones en la vida; que hay ahora menos sentimiento familiar; y que los deberes y las responsabilidades de la familia inciden menos en las decisiones individuales que hace algunas décadas.

Debemos esperar que esta variedad se incremente más a medida que evolucionen las ideas en relación a los papeles del hombre y la mujer, a medida que los cambios en la tecnología biológica y hard tengan lugar y en la medida en que los patrones de empleo y ocio se alteren. Sería prematuro predecir, en este estado, qué efectos tendrán estos cambios en las relaciones interpersonales y en los estilos de vida personales. Lo que parece cierto, sin embargo, es que tendrá importantes efectos. De alguna forma, éstos se verán afectados por una intervención social directa y pueden prevenirse algunos efectos indeseables. La vida familiar, por tanto, es una tecla variable en la sociedad, y los cambios adversos pueden pasar una factura social enorme. Por esta razón, los efectos sobre los individuos deben controlarse cuidadosamente. Los psicólogos son uno de los grupos que estarán implicados en esta empresa vital e importante. (Martin Herbert)

Estados de amistad:

Es una de las relaciones sociales más importantes: el fracaso en ella es una fuente de gran ansiedad y, por tanto, es una de las principales áreas de entrenamiento en habilidades sociales. Las condiciones bajo las que las personas llegan a gustar a otra ha sido objeto de extensa investigación, lo que ha permitido que ahora se comprendan mejor. Existen varios estado de amistad: a) contactar con el otro a través de la proximidad en el trabajo o en otro lugar; b) una vinculación creciente como resultado de un reforzamiento y del descubrimiento de la semejanza; c) un incremento de la autoapertura y el compromiso, y, algunas veces, d) disolución de la relación. La amistad es la relación dominante entre los adolescentes y en los solteros; los amigos se embarcan en actividades características como hablar, comer, beber, un ocio común, pero por lo general no lo hacen en el trabajo. (Michael Argyle)


Opciones libres:
En 1980, un 65% de las españolas de entre 20 y 34 años estaban casadas y tenían el 80% de los hijos nacidos ese año en España. En 2014 solo están casadas en un 22% y han tenido el 25% de los hijos. El descenso de la proporción de casadas en este grupo de edad viene siendo lineal desde hace 36 años. Actualmente, en la EPA II/2016, solo alcanza el 19%. Si continuase esta tendencia, en 2030 no habría ninguna española casada en estas edades. En 2014, todas las españolas nacidas en España han tenido menos de la mitad de hijos que en 1976 (330.000, frente a 677.000). Los matrimonios celebrados por algún rito religioso son menos del 30% de los contraídos en el año 2015. La desinstitucionalización formal de la convivencia en pareja es un fenómeno de cambio social que pone de manifiesto importantes procesos previos que se vienen dando en nuestras sociedades. Estos incluyen transformaciones en algunos de los elementos básicos de la organización económica y social, en las prioridades vitales y, consecuentemente, en las relaciones de parentesco, tanto en las funciones que están atribuidas a las familias como en su regulación jurídica. La explicación requiere tomar cierta perspectiva temporal y analítica, porque lo característico de ciertos procesos básicos en nuestro país es la tardanza en su comienzo y la rapidez en su desarrollo. El paso progresivo y acelerado desde las redes familiares de dependencia hacia la construcción individual de trayectorias vitales “independientes” ha resultado posible gracias la caída drástica del riesgo empírico de muerte en periodos cada vez más largos de la vida de los humanos. Este alejamiento objetivo de la presencia de la muerte ha sido consecuencia de un conjunto de factores, entre los que destacan los estilos de vida con mejoras en higiene y alimentación, y la extensión progresiva de la sanidad basada en los avances de la ciencia aplicados a la medicina. Los individuos han ido tomando conciencia —con un fundamento empírico sólido— de su alta probabilidad de una esperanza de vida prolongada. Eso ha alejado de sus cálculos vitales el tradicional riesgo inmediato de que el infortunio de una muerte anticipada quebrase su trayectoria, sus actividades presentes, y/o sus proyectos futuros. Hasta hace medio siglo, la continuación de esas trayectorias, actividades y proyectos se encargaba a padrinos, hermanos, esposos o descendientes. A medida que crece la “seguridad altamente probable de seguir vivo” se va volviendo más razonable dedicar los esfuerzos a construir una vida en la que la independencia respecto de los demás (incluso de los parientes) se convierta en el soporte en el que asentar el ejercicio de la libertad concreta. Pero para que esos proyectos vitales individuales sean viables, sin mayores dependencias familiares, se hace imprescindible que el resto de las funciones sociales y las dependencias personales básicas estén cubiertas, de forma que no provoquen la caída en otros tipos de riesgos. Es sabido que una forma estándar de disminuir un riesgo es transferirlo a unidades más grandes. El Estado ha ido asumiendo una serie creciente de funciones familiares y proveyendo unos servicios que absorben esos riesgos (mediante unidades mucho más grandes que la familia) capaces de proporcionar los más diversos tipos de seguridad presente y futura (Seguridad Social, seguridad ciudadana, educación, defensa, rentas, seguridad jurídica en el ejercicio de los derechos…). De esta forma, ha ido sustituyendo a la familia como soporte central de la seguridad —de la objetiva y, progresivamente, también de la subjetiva— de las biografías de los ciudadanos en las sociedades avanzadas. La infancia y la vejez son dos fases de la vida en las que la dependencia humana es ineludible. Parece claro que el Estado está en disposición de financiar prioritariamente la de la vejez. Y que la de los bebés, los niños —y, consecuentemente, la de sus padres—, está tan fuera de las atribuciones estatales que cuando se nombra “la dependencia” se da por supuesto que se trata de la de los mayores. En esta situación, los ancianos —emancipados por el sistema de pensiones— confían en mucha mayor medida en el Estado que en unos improbables cuidados recíprocos de sus tan “independientes” descendientes. Una vez hecha esta transferencia de riesgos como proveedor de bienes y servicios, el Estado, esta vez como regulador, ha podido ir vaciando de derechos específicos al matrimonio como institución fundamental de apoyo a la reproducción, al conferir a las uniones consensuales prácticamente los mismos derechos, de filiación, económicos, fiscales, hereditarios, etcétera. Las escasas ventajas fiscales del “sector de la reproducción” confieren al Estado lo que he denominado (desde 1991) “el control fiscal de la natalidad”. La preponderante valoración de la independencia individual hace que no se reivindique un mayor apoyo a una actividad colectivamente imprescindible, pero personalmente absorbente. En estas condiciones es previsible que el matrimonio pierda atractivo como vía de asunción del compromiso de estabilidad de la convivencia en pareja. Resulta preferible evitar la interferencia judicial en una eventual ruptura, más temida aún si incluye el enfrentamiento por la custodia de los hijos. E, incluso, se intuye que la vida sin convivencia en pareja pueda ser una opción mejor adaptada a la creciente centralidad de la realización personal y profesional. Mientras, el ejercicio de la reproducción continúa encargado a una familia nuclear en la que el afecto se sigue considerando el sistema de incentivos más eficiente para la concepción y la crianza. Y en la que, cada vez en mayor medida, unos cohabitantes sin más vínculo que el de su “relación libremente acordada” puedan optar entre priorizar: o la mutua compañía para su realización personal, o la dedicación a la paternidad-maternidad, o procurar llevar a cabo ambas opciones de forma simultánea o secuencial. Cambian las prioridades dando lugar al desprestigio del amor. Así, se propician biografías en las que se antepone el que las sucesivas relaciones colaboren y acompañen la consolidación profesional, pero que, en ningún caso, los sentimientos amorosos la puedan poner en cuestión. Incluso, se terminan prefiriendo los momentos disjuntos de compañía a las vinculaciones, para no comprometer la libertad vital cotidiana. El emparejamiento, el matrimonio, y más aún, la maternidad, se temen como formas de dependencia abrumadoras y prescindibles. Y se posponen. La soledad va ganando adeptos entre los que tienen los recursos suficientes para llevar una vida acomodada sin ninguna colaboración relacional. (Luis Garrido Medina, 10/10/2016)