Sobrepesca:
¿Cómo se llegó a tamaño desastre? Durante los años cincuenta y sesenta se produjo una explosión de técnicas pesqueras. Se adaptaron algunas militares para las faenas de alta mar. El radar permitía a los barcos navegar entre niebla espesa; gracias al sonar, se detectaban los cardúmenes sitos a gran profundidad bajo la opaca sábana del mar. Medios electrónicos puestos al servicio de la navegación, como el LORAN (Navegación a Gran Distancia), y sistemas de posicionamiento mediante satélite transformaron un mar sin caminos en una retícula; los barcos podían así retornar, dentro de un margen de error de 15 metros, al punto deseado: los lugares donde los peces se congregan y crían. Los barcos reciben, por vía satélite, mapas de los frentes térmicos del agua, que les sirven de orientación para saber por dónde se desplazarán los peces. Algunos barcos faenan auxiliados por aviones que les señalan la formación de bancos. Muchas unidades de la flota pesquera son verdaderas fábricas flotantes. Manejan artes de vastísimas proporciones: palangres de 130 kilómetros de longitud sumergidos con miles de anzuelos cebados, redes de arrastre en forma de saco con capacidad para tragarse el equivalente a 12 aviones de la clase jumbo, y redes de deriva de 65 kilómetros de largo, empleadas todavía por algunos países. La presión que ejerce la pesca industrial es tan intensa, que cada año se extrae del 80 al 90 por ciento de los peces de algunas poblaciones. Así, a lo largo de los últimos 20 años, la industria pesquera ha tenido que habérselas, de forma creciente, con el problema consiguiente, a saber, que la tasa de pesca iba por delante de la capacidad reproductora de las especies. Para contrarrestar las pérdidas de especies demandadas, los pescadores han ido cambiando hacia otras de menor valor, que por lo general se encuentran a un nivel inferior de la red trófica. Pero esta práctica sustrae alimento a peces mayores, mamíferos y aves marinas. Durante los años ochenta, cinco de las especies del grupo menos demandado constituyeron ya cerca del 30 por ciento de la captura pesquera mundial, pero supusieron sólo el 6 por ciento de su valor monetario. Hoy, apenas quedan otras especies que admitan una explotación comercial.


El impacto de la acuicultura:
Con la caída de las especies antaño demandadas, algunas empresas han optado por la acuicultura para compensar el déficit. La cría artificial ha duplicado su producción en los últimos diez años, aumentando en cerca de 10 millones de toneladas desde 1985. En el mercado hay ahora más peces de agua dulce procedentes de granjas que de pesquerías naturales. La cría de salmones marinos en granjas también rivaliza con su pesca; cerca de la mitad de los camarones que se venden hoy se crían en estanques. En su conjunto, la acuicultura proporciona la quinta parte del pescado consumido. Contra lo que cupiera esperar, el desarrollo de la acuicultura no ha relajado la presión sobre las poblaciones naturales. Peor todavía, puede incrementarla. Las granjas de camarones han creado una demanda de capturas que no tienen más sentido que el de alimentarlos; se trata de la novedosa pesca de biomasa. En efecto, los acuicultores camaroneros de ciertos países están invirtiendo ahora en redes de arrastre de malla fina para capturar todo lo que pueden como alimento para los camarones. Buena parte de esta pesca de biomasa está constituida por juveniles de especies valiosas, es decir, antes de que lleguen a la madurez reproductora. Las granjas de peces pueden también dañar a las poblaciones naturales porque la construcción de rediles a lo largo de la costa suele requerir la tala de manglares; las raíces sumergidas de estos árboles tolerantes de la sal proporcionan una guardería natural para camarones y peces. Según estudio de Peter Weber, del Instituto Worldwatch, la acuicultura es una de las principales razones de la destrucción de la mitad de los manglares del mundo. Además, la acuicultura constituye una amenaza contra los peces marinos porque algunos de sus productos más valiosos, como meros, canos o anguilas, no pueden reproducirse en cautividad y se crían a partir de peces acabados de salir del huevo que se capturan en la naturaleza: la captura incesante de alevines diezma todavía más las poblaciones de estas especies. Por otro lado, la acuicultura resulta ser un mal sustituto de la pesca: exige una inversión importante, espacio y gran cantidad de agua limpia. La mayoría de los habitantes de las costas superpobladas del planeta carecen de tales recursos. Tal como se lleva a cabo en muchas naciones del Tercer Mundo, la acuicultura suele limitarse a camarones y especies caras de peces para su exportación a países más ricos, mientras que los lugareños han de subvenir a sus propias necesidades con los recursos menguantes del mar. (Carl Safina, Las pesquerías mundiales, en peligro, 1996)

 

[ Inicio | Criaturas | Monstruos | Paraíso | Antigüedad | Medievo | Nuevo Mundo | Pesca comercial ]