Mapas antiguos:
De los mapas a los beatos: En el Museo Británico se conserva el mapa más antiguo hallado en Occidente. Se trata de un dibujo grabado en una tablilla babilónica de barro, datada en el siglo VI antes de Cristo, en el que aparece la tierra conocida representada de forma plana y atravesada por los ríos Tigris y Éufrates; con el norte en la parte superior y circundada por un mar de nombre Amargo, muestra a Babilonia casi en el centro además de algunas medidas y distancias. En el gráfico figuran externamente las regiones en que no se ve el sol, repletas de seres mitológicos. De la misma época sobre poco más o menos se conocen dos mapas realizados en Mileto, importante puerto comercial griego con una gran flota mercante, los de Anaximandro (siglo VI a. C.) y Hecateo (siglo V a. C.). Estrabón dice que el filósofo fue el primero que dibujó un mapa de la tierra conocida, perfeccionándolo después Hecateo, el cual situó Delfos en el centro y las llamadas Columnas de Hércules como final de la tierra.

Plano urbano de Nippur 1500 a.C.


Gracias a las descripciones del curioso Herodoto, el gran historiador y geógrafo que vivió en el siglo V antes de la era cristiana, es posible recomponer un mapa que él nunca diseñó y, como detalle ínfimo de la sinceridad de sus testimonios, he aquí esta noticia: dijo que no creyó a un fenicio que había hecho a finales del siglo VI a. C. una expedición fuera del Mediterráneo porque le aseguró que, al doblar el cabo de las Tormentas (actual de Buena Esperanza), el sol estaba a la derecha. Ciertamente el fenicio le había dicho la verdad puesto que había viajado por el hemisferio sur. Dicearco de Mesina, (IV-III a. C.) ejecutó su mapa teniendo en cuenta las noticias proporcionadas por Piteas, viajero del que solo quedan fragmentos de su obra, que alrededor del año 325 a. C. había estado en las islas Casitérides, las islas del estaño (actual Inglaterra), y decía que a seis días hacia el norte había llegado a una isla llamada Thule. (Estrabón: “Piteas también habla de las aguas alrededor de Thule y de esos lugares donde la tierra propiamente dicha ya no existe, ni el mar ni el aire”.) La incorporación de tan lejana tierra con su noche de 2 ó 3 horas, con hielos perpetuos a tan solo otro día de navegación, disparó la imaginación que, desenfrenada, estuvo soñando con la mítica Thule durante toda la Edad Media. Eratóstenes (276-194 a. C.), que midió la longitud de la circunferencia terrestre y su radio, perfeccionó la cartografía del momento gracias a los datos aportados por expedicionarios de Alejandro Magno, de modo que dibujó un mapamundi que incluía la India además de una isla que pervivió hasta el Renacimiento,Taprobana. Hiparco de Rodas (190-125 a.C.), el aún desconocido inventor, retomó el sistema sexagesimal de los sumerios y propuso una nueva red de paralelos y meridianos, sin embargo fue Crates de Mallus quien, según Estrabón, construyó el primer globo terráqueo en el siglo II a. C. No solo eso, sino que intuyó que debía de haber más tierra de la conocida por lo que representó tres nuevos continentes de nombre ‘Antoeci’, ‘Antipodes’ y ‘Perioeci’. (Anteco: lugar respecto de otro en distinto hemisferio pero en el mismo meridiano y equidistante del ecuador. Antípodas: lugar diametralmente opuesto a otro dado. Perieco: lugar respecto de otro en el mismo paralelo diametralmente opuesto a él.)

Periplos:
Soslayando de momento la cartografía, conviene hablar también de los llamados en Literatura “Periplos” (‘periplo’, navegar alrededor; viaje con retorno, por lo general, al punto de partida). Son relatos sobre circunnavegación que, si bien contienen partes ficticias, pasan por ser auténticos registros de navegación. El más antiguo es el “Periplo de Escílax”, piloto al servicio del rey persa Darío (VI a. C.) al que, según Elio Dío le dedicó su obra. Llegó a circunnavegar el Peloponeso y el Adriático, entre otros lugares, describió los pasos y peligros del Mediterráneo, los perfiles de sus costas, la manera de ir desde la desembocadura del Nilo a las columnas de Hércules, y, lo que es más importante, los días que se tardaban en el trayecto con tiempo y viento favorables. También alcanzó fama inusitada el “Periplo de Hannón”, conocido por la pretendida versión griega de un texto púnico. La obra, que relata un viaje por África occidental a finales del siglo VI o principios del V a. C. del cartaginés Hannón con propósito colonizador y de descubrimiento, fue citada en el siglo I por Plinio el Viejo y el Pseudo Aristóteles. El Codex Vatopedinus del siglo XIV contuvo el texto hasta que dicho códice se dividió en dos tomos, correspondiendo el apógrafo citado al que se conserva actualmente en la Biblioteca Nacional de París. Es evidente que la información encerrada en los periplos solo podía servir a quienes supieran leer, de ahí que los conocimientos adquiridos se transmitieran de forma oral, siendo secreto de estado, por ejemplo, la ruta más corta entre dos puertos pues significaba la oportunidad de comerciar que enriqueciera a una ciudad.

Posidonio, coetáneo de Pompeyo y Julio César, el mayor polímata de su tiempo, y conocido por sustentar que la atracción lunar era la causa de las mareas, tesis que expuso tras su estancia en Cádiz al observar el Atlántico, postuló que la medida de la circunferencia terrestre era de 32.400 kilómetros, rebajando la dada por Eratóstenes. Esta sería la dimensión, que tan nefastas consecuencias acarreó para la ciencia, que adoptó Ptolomeo en el siglo II.

Plano urbano de Nippur 1500 a.C.



Desde el siglo IV al siglo XIV la tierra conocida siguió representándose por medio de mapamundis que carecían de rigor científico. Hubo dos concepciones geográficas: a) la inspirada en la cosmografía de Macrobio (siglo IV), que sostenía que la tierra era esférica. b) la de San Isidoro de Sevilla (siglo VII), que describía una tierra plana y circular con tres continentes. Un caso singular, sin embargo, lo representa el mapamundi medieval más antiguo que se conoce, pues no sigue los modelos antedichos: el mapa de Albi es de factura merovingia y formato de herradura. Véase un ejemplo de las numerosas interpretaciones gráficas que se hicieron, valiéndose de la obra “Comentarios al sueño de Escipión de Cicerón” de Macrobio, en la que este afirmaba que la tierra era un globo insignificante en el cosmos. Pero durante la Edad Media, según ha sido tradicional, prevaleció la concepción de San Isidoro en las representaciones gráficas, tal como se ve reflejada en el libro XIV de sus “Etimologías”; allí aparece un mapa Orbis Terrarum, “T-O”, en honor a la verdad heredero de dibujos precedentes. Aunque acuñó la denominación ‘mediterráneo’, en medio de la tierra, para el Mare Nostrum, tanta influencia contrajo el mapa con el ideario cristiano que su incidencia podría llamarse un caso de cartografía sincrética, pues el Doctor Egregius construyó tal imagen del mundo entre lo sagrado y lo pagano, y la autoridad de iglesia de Roma era tanta, que fue muy difícil sustraerse a ella en el correr de los siglos. La tierra se representó dividida en tres continentes cruzados por dos cursos de agua formando una T y rodeados por un anillo oceánico en forma, lógicamente, de O. Son los denominados “mapas T-O”. Estos mapas están "orientados", es decir, en la parte superior se encuentra oriente, no solo por la salida del sol sino porque allí se situaba la ciudad santa de Jerusalén. La línea horizontal simboliza la distancia entre el Mar Negro y el Nilo y separa Asia de los otros dos continentes; la vertical corresponde al Mediterráneo con Europa a la izquierda y África a la derecha, habiendo sido los hijos de Noé sus herederos: Sem heredó Asia, Cam África y Jafet Europa. El mapamundi anglosajón de Cotton, conocido como el “Cottonian”, de principios del siglo XI, se aparta de los estilos nombrados hasta ahora: ni sigue los de Macrobio, ni es diagramático como los T-O, ni místico al estilo de los beatos como se verá. Este mapamundi es el primero de la escuela anglonormanda y será prototipo de los grandes discarios del siglo XIII. No obstante, es de reseñar que al – Idrisi, nacido en Ceuta de una noble familia de origen español, confeccionó en 1154 un mapamundi con el sur en la parte superior y el norte en la inferior; es conocido como la Tabula Rogeriana por haber sido Rogelio II de Sicilia quien se lo encargó. Aunque sin interés científico pero de un valor artístico indiscutible, las características de los mapas llamados ‘discarios” son: una concepción simbólico-religiosa, situar el este en la zona superior e inscribir la tierra bajo forma tripartita, ubicando una tierra desconocida con elementos fabulosos en su lado derecho.

Beatos:
La obra de Beato de Liébana, monje del siglo VIII, el “Comentario al Apocalipsis”, fue el origen de los manuscritos iluminados llamados “beatos”. Según se cree, todos los mapas que se muestran en ellos proceden de un mapamundi desaparecido, incluido en el primer ejemplar de los beatos de alrededor de 776. Esta fecha indica que las fuentes africanas que manejó el lebaniego y de donde pudo obtener la imagen llegaron a la Península en época visigoda. Beato utilizó como base para componer su libro todos los escritos que caían en sus manos, los cuales copiaba sin miramiento. De entre ellos destaca para nuestro fin el perdido ‘Comentario al Apocalipsis’ de Ticonio, recogido por Orosio, cuya obra más influyente, “Historiarum Adversus Paganus”, es considerada por Williams el ideal o modelo que encarna el mapa de Albi, porque de sus 47 topónimos solo 2 no aparecen en el texto orosiano. También supone este investigador que un mapa de Orosio tuvo que ser el ejemplo que sirvió al primer artista que realizó el PROTOTIPO DE LOS MAPAMUNDIS, rechazando por tanto la vía isidoriana para su confección. Así pues, siguiendo el supuesto PROTOTIPO nombrado y respondiendo a la concepción cristiana, los mapas de los beatos colocaban en la parte superior a Adán y a Eva, el árbol y la serpiente, aunque no en todos los casos se dibujaban los cuatro ríos que manaban del paraíso y desembocan en el mar circundante. Los teólogos cristianos sostenían que el mundo constaba de seis partes de tierra y una de agua. El Mar Rojo se coloreaba en rojo intenso y bordeaba la península del Sinaí en el extremo sur de Asia. Estos mapas incluían la idea de que en el lejano sur, en el extremo derecho, existía un cauce marino tórrido e intransitable que separaba la ecumene de una tierra inaccesible y habitada por seres prodigiosos. Era la "terra incógnita" de las antípodas.

Silos:
Los monjes silenses, Domingo y Muño, acabaron el manuscrito de Santo Domingo de Silos, según consta, un jueves, 18 de abril de 1091, a la sexta hora del día, siendo iluminado por el prior Pedro entre 1091 y 1109 con 106 miniaturas. A modo de frontispicio se recordaba en los textos:

    “La labor del escriba aprovecha el lector; aquél cansa su cuerpo y éste nutre su mente. Tú, seas quien seas, que te aprovechas de este libro, no te olvides de los escribas, para que el Señor se olvide de tus pecados. Porque quien no sabe escribir no valora este trabajo. Por si quieres saberlo, te lo voy a decir puntualmente: el trabajo de la escritura hace perder la vista, dobla la espalda, rompe las costillas y molesta al vientre, da dolor de riñones y causa fastidio a todo el cuerpo. Por eso tú, lector, vuelve las hojas con cuidado y aleja tus dedos de las letras, porque igual que el pedrisco destroza una cosecha, así el lector inútil borra el texto y destruye el libro.”

(M.L.Arnaiz)