Edad Media             

 

Edad Media:
Término utilizado para referirse a un periodo de la historia europea que transcurrió desde la desintegración del Imperio romano de Occidente, en el siglo V, hasta el siglo XV. No obstante, las fechas anteriores no han de ser tomadas como referencias fijas: nunca ha existido una brusca ruptura en el desarrollo cultural del continente. Parece que el término lo empleó por vez primera el historiador Flavio Biondo de Forlì, en su obra Historiarum ab inclinatione romanorun imperii decades (Décadas de historia desde la decadencia del Imperio romano), publicada en 1438 aunque fue escrita treinta años antes. El término implicó en su origen una parálisis del progreso, considerando que la edad media fue un periodo de estancamiento cultural, ubicado cronológicamente entre la gloria de la antigüedad clásica y el renacimiento. La investigación actual tiende, no obstante, a reconocer este periodo como uno más de los que constituyen la evolución histórica europea, con sus propios procesos críticos y de desarrollo. Se divide generalmente la edad media en tres épocas.

2 INICIOS DE LA EDAD MEDIA:
Ningún evento concreto determina el fin de la antigüedad y el inicio de la edad media: ni el saqueo de Roma por los godos dirigidos por Alarico I en el 410, ni el derrocamiento de Rómulo Augústulo (último emperador romano de Occidente) fueron sucesos que sus contemporáneos consideraran iniciadores de una nueva época. La culminación a finales del siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos la grave dislocación económica y las invasiones y asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio romano, hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes 300 años Europa occidental mantuvo una cultura primitiva aunque instalada sobre la compleja y elaborada cultura del Imperio romano, que nunca llegó a perderse u olvidarse por completo. 2.1 Fragmentación de la autoridad Durante este periodo no existió realmente una maquinaria de gobierno unitaria en las distintas entidades políticas, aunque la poco sólida confederación de tribus permitió la formación de reinos. El desarrollo político y económico era fundamentalmente local y el comercio regular desapareció casi por completo, aunque la economía monetaria nunca dejó de existir de forma absoluta. En la culminación de un proceso iniciado durante el Imperio romano, los campesinos comenzaron a ligarse a la tierra y a depender de los grandes propietarios para obtener su protección y una rudimentaria administración de justicia, en lo que constituyó el germen del régimen señorial. Los principales vínculos entre la aristocracia guerrera fueron los lazos de parentesco aunque también empezaron a surgir las relaciones feudales. Se ha considerado que estos vínculos (que relacionaron la tierra con prestaciones militares y otros servicios) tienen su origen en la antigua relación romana entre patrón y cliente o en la institución germánica denominada comitatus (grupo de compañeros guerreros). Todos estos sistemas de relación impidieron que se produjera una consolidación política efectiva. 2.2 La Iglesia La única institución europea con carácter universal fue la Iglesia, pero incluso en ella se había producido una fragmentación de la autoridad. Todo el poder en el seno de la jerarquía eclesiástica estaba en las manos de los obispos de cada región. El papa tenía una cierta preeminencia basada en el hecho de ser sucesor de san Pedro, primer obispo de Roma, a quien Cristo le había otorgado la máxima autoridad eclesiástica. No obstante, la elaborada maquinaria del gobierno eclesiástico y la idea de una Iglesia encabezada por el papa no se desarrollarían hasta pasados 500 años. La Iglesia se veía a sí misma como una comunidad espiritual de creyentes cristianos, exiliados del reino de Dios, que aguardaba en un mundo hostil el día de la salvación. Los miembros más destacados de esta comunidad se hallaban en los monasterios, diseminados por toda Europa y alejados de la jerarquía eclesiástica. En el seno de la Iglesia hubo tendencias que aspiraban a unificar los rituales, el calendario y las reglas monásticas, opuestas a la desintegración y al desarrollo local. Al lado de estas medidas administrativas se conservaba la tradición cultural del Imperio romano. En el siglo IX, la llegada al poder de la dinastía Carolingia supuso el inicio de una nueva unidad europea basada en el legado romano, puesto que el poder político del emperador Carlomagno dependió de reformas administrativas en las que utilizó materiales, métodos y objetivos del extinto mundo romano.

.3 Vida cultural:
La actividad cultural durante los inicios de la edad media consistió principalmente en la conservación y sistematización del conocimiento del pasado y se copiaron y comentaron las obras de autores clásicos. Se escribieron obras enciclopédicas, como las Etimologías (623) de san Isidoro de Sevilla, en las que su autor pretendía compilar todo el conocimiento de la humanidad. En el centro de cualquier actividad docta estaba la Biblia: todo aprendizaje secular llegó a ser considerado como una mera preparación para la comprensión del Libro Sagrado. Esta primera etapa de la edad media se cierra en el siglo X con las segundas migraciones germánicas e invasiones protagonizadas por los vikingos procedentes del norte y por los magiares de las estepas asiáticas, y la debilidad de todas las fuerzas integradoras y de expansión europeas al desintegrarse el Imperio Carolingio. La violencia y dislocación que sufrió Europa motivaron que las tierras se quedaran sin cultivar, la población disminuyera y los monasterios se convirtieran en los únicos baluartes de la civilización.

LA ALTA EDAD MEDIA:
Hacia mediados del siglo XI Europa se encontraba en un periodo de evolución desconocido hasta ese momento. La época de las grandes invasiones había llegado a su fin y el continente europeo experimentaba el crecimiento dinámico de una población ya asentada. Renacieron la vida urbana y el comercio regular a gran escala y se desarrolló una sociedad y cultura que fueron complejas, dinámicas e innovadoras. Este periodo se ha convertido en centro de atención de la moderna investigación y se le ha dado en llamar el renacimiento del siglo XII. 3.1 El poder papal Durante la alta edad media la Iglesia católica, organizada en torno a una estructurada jerarquía con el papa como indiscutida cúspide, constituyó la más sofisticada institución de gobierno en Europa occidental. El Papado no sólo ejerció un control directo sobre el dominio de las tierras del centro y norte de Italia sino que además lo tuvo sobre toda Europa gracias a la diplomacia y a la administración de justicia (en este caso mediante el extenso sistema de tribunales eclesiásticos). Además las órdenes monásticas crecieron y prosperaron participando de lleno en la vida secular. Los antiguos monasterios benedictinos se imbricaron en la red de alianzas feudales. Los miembros de las nuevas órdenes monásticas, como los cistercienses, desecaron zonas pantanosas y limpiaron bosques; otras, como los franciscanos, entregados voluntariamente a la pobreza, pronto empezaron a participar en la renacida vida urbana. La Iglesia ya no se vería más como una ciudad espiritual en el exilio terrenal, sino como el centro de la existencia. La espiritualidad altomedieval adoptó un carácter individual, centrada ritualmente en el sacramento de la eucaristía y en la identificación subjetiva y emocional del creyente con el sufrimiento humano de Cristo. La creciente importancia del culto a la Virgen María, actitud desconocida en la Iglesia hasta este momento, tenia el mismo carácter emotivo. 3.2 Aspectos intelectuales Dentro del ámbito cultural, hubo un resurgimiento intelectual al prosperar nuevas instituciones educativas como las escuelas catedralicias y monásticas. Se fundaron las primeras universidades, se ofertaron graduaciones superiores en medicina, derecho y teología, ámbitos en los que fue intensa la investigación: se recuperaron y tradujeron escritos médicos de la antigüedad, muchos de los cuales habían sobrevivido gracias a los eruditos árabes y se sistematizó, comentó e investigó la evolución tanto del Derecho canónico como del civil, especialmente en la famosa Universidad de Bolonia. Esta labor tuvo gran influencia en el desarrollo de nuevas metodologías que fructificarían en todos los campos de estudio. El escolasticismo se popularizó, se estudiaron los escritos de la Iglesia, se analizaron las doctrinas teológicas y las prácticas religiosas y se discutieron las cuestiones problemáticas de la tradición cristiana. El siglo XII, por tanto, dio paso a una época dorada de la filosofía en Occidente. 3.3 Innovaciones artísticas También se produjeron innovaciones en el campo de las artes creativas. La escritura dejó de ser una actividad exclusiva del clero y el resultado fue el florecimiento de una nueva literatura, tanto en latín como, por primera vez, en lenguas vernáculas. Estos nuevos textos estaban destinadas a un público letrado que poseía educación y tiempo libre para leer. La lírica amorosa, el romance cortesano y la nueva modalidad de textos históricos expresaban la nueva complejidad de la vida y el compromiso con el mundo secular. En el campo de la pintura se prestó una atención sin precedentes a la representación de emociones extremas, a la vida cotidiana y al mundo de la naturaleza. En la arquitectura, el románico alcanzó su perfección con la edificación de incontables catedrales a lo largo de rutas de peregrinación en el sur de Francia y en España, especialmente el Camino de Santiago, incluso cuando ya comenzaba a abrirse paso el estilo gótico que en los siguientes siglos se convertiría en el estilo artístico predominante. 3.4 La nueva unidad europea Durante el siglo XIII se sintetizaron los logros del siglo anterior. La Iglesia se convirtió en la gran institución europea, las relaciones comerciales integraron a Europa gracias especialmente a las actividades de los banqueros y comerciantes italianos, que extendieron sus actividades por Francia, Inglaterra, Países Bajos y el norte de África, así como por las tierras imperiales germanas. Los viajes, bien por razones de estudio o por motivo de una peregrinación fueron más habituales y cómodos. También fue el siglo de las Cruzadas; estas guerras, iniciadas a finales del siglo XI, fueron predicadas por el Papado para liberar los Santos Lugares cristianos en el Oriente Próximo que estaban en manos de los musulmanes. Concebidas según el Derecho canónico como peregrinaciones militares, los llamamientos no establecían distinciones sociales ni profesionales. Estas expediciones internacionales fueron un ejemplo más de la unidad europea centrada en la Iglesia, aunque también influyó el interés de dominar las rutas comerciales de Oriente. La alta edad media culminó con los grandes logros de la arquitectura gótica, los escritos filosóficos de santo Tomás de Aquino y la visión imaginativa de la totalidad de la vida humana, recogida en la Divina Comedia de Dante Alighieri.

LA BAJA EDAD MEDIA:
Si la alta edad media estuvo caracterizada por la consecución de la unidad institucional y una síntesis intelectual, la baja edad media estuvo marcada por los conflictos y la disolución de dicha unidad. Fue entonces cuando empezó a surgir el Estado moderno —aún cuando éste en ocasiones no era más que un incipiente sentimiento nacional— y la lucha por la hegemonía entre la Iglesia y el Estado se convirtió en un rasgo permanente de la historia de Europa durante algunos siglos posteriores. Pueblos y ciudades continuaron creciendo en tamaño y prosperidad y comenzaron la lucha por la autonomía política. Este conflicto urbano se convirtió además en una lucha interna en la que los diversos grupos sociales quisieron imponer sus respectivos intereses. 4.1 Inicios de la ciencia política Una de las consecuencias de esta pugna, particularmente en las corporaciones señoriales de las ciudades italianas, fue la intensificación del pensamiento político y social que se centró en el Estado secular como tal, independiente de la Iglesia. La independencia del análisis político es sólo uno de los aspectos de una gran corriente del pensamiento bajomedieval y surgió como consecuencia del fracaso del gran proyecto de la filosofía altomedieval que pretendía alcanzar una síntesis de todo el conocimiento y experiencia tanto humano como divino. 4.2 La nueva espiritualidad Aunque este desarrollo filosófico fue importante, la espiritualidad de la baja edad media fue el auténtico indicador de la turbulencia social y cultural de la época. Esta espiritualidad estuvo caracterizada por una intensa búsqueda de la experiencia directa con Dios, bien a través del éxtasis personal de la iluminación mística, o bien mediante el examen personal de la palabra de Dios en la Biblia. En ambos casos, la Iglesia orgánica —tanto en su tradicional función de intérprete de la doctrina como en su papel institucional de guardián de los sacramentos— no estuvo en disposición de combatir ni de prescindir de este fenómeno. Toda la población, laicos o clérigos, hombres o mujeres, letrados o analfabetos, podían disfrutar potencialmente una experiencia mística. Concebida ésta como un don divino de carácter personal, resultaba totalmente independiente del rango social o del nivel de educación pues era indescriptible, irracional y privada. Por otro lado, la lectura devocional de la Biblia produjo una percepción de la Iglesia como institución marcadamente diferente a la de anteriores épocas en las que se la consideraba como algo omnipresente y ligado a los asuntos terrenales. Cristo y los apóstoles representaban una imagen de radical sencillez y al tomar la vida de Cristo como modelo de imitación, hubo personas que comenzaron a organizarse en comunidades apostólicas. En ocasiones se esforzaron por reformar la Iglesia desde su interior para conducirla a la pureza y sencillez apostólica, mientras que en otras ocasiones se desentendieron simplemente de todas las instituciones existentes. En muchos casos estos movimientos adoptaron una postura apocalíptica o mesiánica, en particular entre los sectores más desprotegidos de las ciudades bajomedievales, que vivían en una situación muy difícil. Tras la aparición catastrófica de la peste negra, en la década de 1340, que acabó con la vida de una cuarta parte de la población europea, bandas de penitentes, flagelantes y de seguidores de nuevos mesías recorrieron toda Europa, preparándose para la llegada de la nueva época apostólica. Esta situación de agitación e innovación espiritual desembocaría en la Reforma protestante; las nuevas identidades políticas conducirían al triunfo del Estado nacional moderno y la continua expansión económica y mercantil puso las bases para la transformación revolucionaria de la economía europea. De este modo las raíces de la edad moderna pueden localizarse en medio de la disolución del mundo medieval, en medio de su crisis social y cultural. (Encarta)


La muerte de Arturo de Bretaña:
Posiblemente el nombre de Arturo de Bretaña no resulte familiar para la mayoría de lectores del blog. Sin embargo seguro que resultan mucho más conocidas las figuras de sus abuelos Leonor de Aquitania y Enrique II de Inglaterra y de sus tíos Ricardo Corazón de León y Juan sin Tierra. Precisamente este último tuvo mucho que ver, y no precisamente para bien, con el breve pero importante significativo jugado por Arturo de Bretaña en la historia. De hecho, aquellos que califican a Juan sin Tierra como el peor monarca inglés, se basan entre otros hechos, en lo sucedido entre Juan y su sobrino Arturo. Arturo de Bretaña nació en 1187. Era hijo póstumo de Godofredo de Anjou, uno de los descendientes del matrimonio entre Enrique de Anjou (rey de Inglaterra, duque de Normandía y de Anjou y conquistador de la Bretaña francesa) y de Leonor de Aquitania. Todavía en vida en 1169, Enrique de Anjou decidió cómo repartir sus dominios a su muerte entre los hijos supervivientes de su matrimonio con Leonor (el primogénito Guillermo había fallecido años antes): Inglaterra, Normandía y Anjou (adquiridos por él a su vez en herencia) serían para su hijo mayor Enrique; Aquitania (adquirida por su matrimonio con Leonor) para su segundo hijo, Ricardo, futuro Corazón de León; Bretaña, que Enrique había conquistado en 1166 sería para su tercer hijo, Godofredo. Su hijo más pequeño, Juan, quedaba en principio excluido de esta herencia; de ahí el sobrenombre de Lackland (sin Tierra) con el que ha pasado a la Historia. No es objeto de esta entrada tratar los avatares del reinado de Enrique y de Ricardo Corazón de León (ver las entradas del blog dedicadas a ellos). Baste decir que a la muerte de este último, en 1199, el único hijo superviviente del matrimonio entre Enrique de Anjou y Leonor de Aquitania era aquel que parecía destinado a no heredar ninguna de las posesiones de sus padres y que al final acabaría teniéndolas todas: Juan sin Tierra. Para Juan existía sin embargo una amenaza que podía poner en discusión sus derechos hereditarios a la muerte de su hermano: el hijo de su otro hermano mayor Godofredo, Arturo de Bretaña. El temor de Juan obedecía a dos motivos. En primer lugar, durante el largo periplo de Ricardo en las cruzadas, este había llegado a designar heredero a su sobrino Arturo, aunque parece que lo hizo más como una medida para conseguir para el entonces niño de apenas tres años una ventajosa alianza matrimonial tras la conquista de Chipre por parte de Ricardo y como una advertencia hacia Juan por su intento de hacerse con Inglaterra durante la ausencia de su hermano. En segundo lugar, Juan temía que en el caso de tener que hacer frente a una rebelión de los nobles de sus dominios, el joven Arturo podría ser utilizado como cabeza de dicho movimiento para deponer a Juan. En esto hay que reconocer que no le faltaba razón, porque cuando al final de su reinado Juan sin Tierra tuvo efectivamente que hacer frente a una abierta rebelión de sus nobles, estos llegaron a pedir auxilio para hacerse con el control de Inglaterra a un ejército francés dirigido por el hijo del rey de Francia que llegó a invadir las islas ... pero esa es otra historia. En 1196, a su vuelta de las cruzadas, Ricardo acometió la tarea de recuperar las posesiones en el continente que habían sido ocupadas por el rey de Francia Felipe Augusto aprovechando su estancia en Tierra Santa y su cautiverio posterior. Entre los lugares atacados se encontraba Bretaña. Ricardo intentó hacerse con la custodia del joven Arturo, por entonces ya duque de Bretaña; pero este había sido puesto por su madre y los nobles bretones bajo la custodia del rey de Francia. Ricardo no tenía intención de nombrar heredero a un adolescente que se encontraba bajo la influencia de su peor enemigo. Este hecho, junto con los constantes esfuerzos de su madre Leonor de Aquitania, fue decisivo para que Ricardo designara como heredero a su hermano Juan y no a su sobrino Arturo. Tras el fallecimiento de Ricardo en 1199, salvo Bretaña, Anjou, Maine y Tourine, cuyos nobles juraron obediencia a Arturo como su señor, el resto de posesiones de Ricardo se puso (no sin dificultades) de parte de Juan sin Tierra. Se trataba en realidad de elegir entre un mal menor; el poco popular pero adulto e independiente Juan o el joven e inexperto Arturo, apoyado por el rey de Francia. Pero Juan no se olvidó en ningún momento de la amenaza que suponía su sobrino, tanto en sus posesiones continentales (sobre todo por el apoyo del siempre intrigante Felipe Augusto de Francia) como en las del otro lado del Canal de la Mancha. Arturo, por su parte, podía ser joven pero no era tonto y estaba bien aconsejado (sobre todo por su madre, Constanza). Ya en 1199 y después de firmar un acuerdo de paz con su tío en Le Mans acabó sospechando de las intenciones de Juan y huyó de la plaza hacia Angers. Cuando Arturo cumplió dieciséis años, fue armado caballero por Felipe Augusto y prometido a una de sus hijas, lo que suponía un reconocimiento a su mayoría de edad y su disposición a luchar por su herencia. Felipe puso a su disposición una fuerza de doscientos hombres y Arturo se unió a ellos en Tours, desde donde trataron de hacer prisionera a Leonor de Aquitania, que se refugió en el castillo de Mirabeau y tuvo tiempo de enviar un mensajero informando a Juan, que se encontraba en Le Mans. Juan acudió rápidamente en auxilio de su madre y sorprendió a las fuerzas de Arturo, que fue hecho prisionero el 1 de agosto de 1202. Arturo fue encarcelado en Falaise, mientras el resto de su ejército era distribuido por otras fortalezas tanto en Francia como en Inglaterra, no sin antes ser atados y encadenados y sufrir humillaciones por cada población por la que pasaban. Esta cruel forma de trato y el lamentable estado en que se encontraban los prisioneros creaban pocas esperanzas sobre el futuro que les esperaba a manos de Juan sin Tierra, especialmente en el caso de Arturo de Bretaña. A finales del año 1202 los principales nobles de Bretaña y Anjou se levantaron en armas contra Juan, ante la negativa de este de poner en libertad a su sobrino y los rumores sobre que había mandado ejecutarlo. El efecto que consiguieron fue precisamente el contrario. Aunque evidentemente no existe evidencia por escrito al respecto, las fuentes contemporáneas apuntan a que Juan dio orden primero de cegar y castrar a Arturo en su prisión; aunque finalmente dicha orden no fue llevada a cabo, sí llegó a conocimiento de Arturo. Por eso, cuando en enero de 1203 Juan se desplazó a Falaise y ofreció la libertad a su sobrino a cambio de jurarle fidelidad, apartarse de Felipe de Francia y ordenar a sus súbditos que pusieran fin a la revuelta en Bretaña, Arturo se negó airadamente y reclamó sus derechos hereditarios, amenazando a su tío con no darle un momento de paz. En contestación a ello, Juan ordenó que varios de los seguidores de Arturo que había hecho prisioneros fueran trasladados a prisiones inglesas y que allí se les dejase morir de hambre. Esto hizo que la rebelión en las posesiones francesas de Juan se generalizara y fue lo que decidió la suerte de Arturo, pues Juan decidió poner fin a la rebelión asesinando a su sobrino. Las versiones sobre cómo se llevó a cabo la muerte de Arturo difieren, desde algunos que sugieren que Juan lo asesinó con sus propias manos y lanzó su cadáver a un río hasta otros que señalan a alguno de sus súbditos, William de Briouze o Peter de Maulay, como responsable del crimen. Fuese quien fuese la mano ejecutora, lo cierto es que el responsable de la orden de matar al joven duque de Bretaña procedió sin ninguna duda de Juan sin Tierra. Matar a otro hombre en el campo de batalla era una cosa; asesinar a sangre fría a un sobrino de dieciséis años al que podía haber mantenido simplemente preso bajo su custodia para atajar la amenaza que pudiera suponer, era otra cosa muy diferente. En abril de 1203 ya era pública y notoria la noticia de que Arturo había muerto y que el responsable de su muerte era su tío Juan. Este hecho sería desde entonces utilizado a lo largo de la Historia por los detractores de Juan sin Tierra como uno de los más reprochables de su denostado mandato. (Cristina Segovia)


Historia del Camino:
DESCUBRIMIENTO DE LOS RESTOS DEL APÓSTOL SANTIAGO En el bosque próximo a la residencia de S. Feliz de Sublovio de Galicia, se descubre en la primera mitad del siglo IX un sepulcro que, por la forma extraordinaria en que se presenta y por otras razones tradicionales, la tradición popular atribuyó al apóstol Santiago. Científicamente nunca se podrá demostrar que los restos encontrados corresponden a éste. Lo más que se podrá conseguir es la posibilidad de que sean o la imposibilidad. Siempre dependería de los análisis practicados. Sin embargo ello no fue óbice para que una inseguridad científica sobre esos restos diera una seguridad de aceptación popular por medio de aquellas peregrinaciones que surgían espontáneamente. Pero a partir de un fundamento histórico hay quien dice que los restos descubiertos no son de Santiago, si no del famoso heresiaca Prisciliano, pero lo único que se puede asegurar es que no hay razones firmes en contra del primero y que nadie aportó razones, ni siquiera aproximadas, en favor del segundo. VIDA Y MUERTE DEL APOSTOL Santiago el Mayor, discípulo de Cristo, al igual que su hermano San Juan, fue decapitado por Herodes Agripa hacia el año 42, según narra San Lucas, y su cuerpo fue arrojado fuera de la ciudad como pasto de los perros y de las fieras. Pero sus discípulos regresaron al lugar de noche y se llevaron el cadáver hasta el puerto de Jope, donde apareció una embarcación preparada para navegar, aunque sin tripulación, a bordo de la cual subieron el cuerpo de su maestro y se entregaron al viaje sin mayores preocupaciones. Al séptimo día de navegación, después de haber atravesado felizmente las columnas de Hércules, arribaron al puerto de Iria, en tierras gallegas. En el momento de depositar el cuerpo del maestro en una gruesa roca, a la que habían amarrado la barca, ésta cedió como si fuera de cera hasta convertirse en un sarcófago para el Santo. Llegada la noche, los discípulos se adentraron unas 12 millas en el interior hasta el lugar escogido para el enterramiento, y acudieron luego a la reina Lupa, dueña de los contornos, a la que pidieron una parcela para enterrar el cuerpo del maestro. La mujer los remitió al rey Duyo, declarado enemigo del cristianismo, quien los encarceló. Fueron liberados por un angel, y perseguidos por los hombres de Duyo. El ejército moriría ahogado al ceder milagrosamente el puente por el que intentaban cruzar el río. Volvieron los discípulos con Lupa, quien, aterrada por lo sucedido, quiso deshacerse de ellos. Los envió al monte Illicinus. Les indicó que allí encontrarían unos bueyes mansos para uncir al carro que llevaba los restos del Apostol Santiago. En realidad se trataba de toros salvajes. Al aproximarse los discípulos, les salió al encuentro un horrible dragón que aunyentaba a todos los habitantes de la comarca y que, ante su presencia, se esfumó sin dejar rastro. Acto seguido, se acercaron a los toros, animales que se olvidaron de su natural fiereza, y se dejaron uncir a la carreta sin ningún problema. Con ellos se dirigieron al palacio de la reina Lupa, provocándole tal asombro que se convirtió al cristianismo y ofreció su palacio para iglesia y sepultura del Apóstol.

AYMERIC PICAUD Y EL CÓDEX CALIXTINUS:
Aymeric Picaud escribió hacia el año 1140 una especie de guía del Camino de Santiago, incluida en el libro V del Códex Calixtinus, también llamado "Liber Sancti Jacobi", que es considerada la primera guía turística de la historia. Incluye un pormenorizado y exacto estudio de la Ruta Jacobea, con una visión muy particular, y nada favorable por cierto de los pueblos ibéricos que atravesaba el Camino, reflejada en gran cantidad de detalles anecdóticos, descripciones de pueblos, avisos de peligros, etc., que actualmente son el mejor testimonio para el estudio de aquella etapa histórica. Picaud dividía el itinerario, a través del camino francés, en trece etapas perfectamente delimitadas, cada una de las cuales se hacía en varios días, según el ánimo de cada grupo de peregrinos, a razón de unos 35 kilómetros diarios a pie, o casi el doble si era el caballo el medio de locomoción elegido. Señala las distancias entre pueblos, los santuarios y monumentos del trayecto, e incluye observaciones sobre gastronomía, potabilidad de las aguas, carácter de las gentes y costumbres de los pueblos, así como un interesantísimo pequeño vocabulario vasco, siendo este de gran importancia, al ser el primer testimonio escrito de la lengua de Euskadi. En el año 1139 ó 1140, Aymeric Picaud lleva a Santiago el Códex Calixtinus, que él mismo escribió. Este códice fue atribuido por los monjes de Cluny al Papa Calixto II, fallecido en 1124. Descubrimiento de los restos del Apóstol según el Códex Calixtinus. Hacia el año 813, gobernando Alfonso II el Casto (789-842) en el reino astur y Carlomagno en Occidente, un ermitaño llamado Paio tuvo una revelación angélica de que iba a ser descubierto el cuerpo del Apóstol Santiago. A los pocos días, unos pastores advirtieron una luminosidad extraña sobre el arbolado del monte llamado Libredón, donde más tarde surgiría Compostela, que irradiaba de una estrella. El suceso fue comunicado al obispo de Iria Flavia, más tarde testigo del prodigio y ordenó tres días de ayuno. Comenzaron a desbrozar la maleza sobre la que brillaba la estrella y se descubrió el arca marmórea con los restos que, por una revelación divina, el obispo Teodomiro atribuyó al Apóstol Santiago. Inmediatamente se da cuenta al rey del milagroso hallazgo. El monarca acude con sus nobles y manda erigir la primera iglesia dedicada a Santiago y otras dos dedicadas al Salvador y a San Pedro y a San Pablo, respectivamente. En el lugar, y por orden real, se instala una pequeña comunidad de Agustinos que constituye el primer núcleo de lo que poco después sería Compostela. El mismo Alfonso II da cuenta del hecho a Carlomagno, y la noticia se propaga con rapidez por toda Europa. Hasta aquí la leyenda narrada y popularizada por el Liber Sancti Jacobi y que servirá de explicación al enigma que encierra el descubrimiento del cuerpo de un discípulo de Jesucristo en un confín de la Península Ibérica, en el primer tercio del siglo IX, cuando la invasión musulmana estaba prácticamente consolidada y únicamente los incipientes reinos del norte se resisten a su dominación. Evento que los investigadores más serios sitúan hacia el año 830, dentro del reinado de Alfonso II, pero ya muerto el emperador Carlomagno. Hacía falta una figura que unificase la lucha contra el enemigo común y que, a la vez, sirviese de respaldo moral a esa importante acción histórica. Así surge la figura de un Santiago que de pacífico apóstol de Cristo se convierte en guerrero que aplasta con su caballo los cuerpos de los moros y degüella sus cabezas espada en mano. Un santo que, según la tradición, presidirá las más importantes batallas de la Reconquista, ayudando a superar el complejo de inferioridad que aquejaba a los pueblos cristianos. Estos, poco a poco, van recuperando sus dominios y convierten a Compostela en el principal foco de atracción espiritual del Reino astur-leonés. Un fenómeno que, con el tiempo, sobrepasará en poder de atracción a Roma y Jerusalén, siendo el mayor centro de peregrinaciones de toda la cristiandad.

SITUACIÓN HISTÓRICA DE ESPAÑA EN EL SIGLO IX:
En el siglo IX ya se encontraba plenamente asentada en España la invasión musulmana, y comienzan a formarse los primeros núcleos de resistencia cristianos centro-pirenaicos, ya que los núcleos asturianos se habían formado en el siglo VIII, con la figura semilegendaria de Don Pelayo y su victoria en Covadonga. El núcleo asturiano. Había sido constituido territorialmente por Alfonso I, aprovechando los iniciales conflictos civiles de Al-Ándalus, se afianzó como Estado por obra de Alfonso II, Ordoño I y Alfonso III. El primero, en su largo reinado (791-842) reforzó el poder real ante los nobles, consolidó la frontera al coincidir con las rebeliones muladíes de Toledo y Córdoba, y rompió la dependencia religiosa que aún se mantenía con la sede mozárabe de toledana. El descubrimiento de los supuestos restos de Santiago en Compostela y la aparición de un sentimiento neogótico que reflejan, y posiblemente exageran, las Crónicas, completó la base ideológica del estado astur. Ordoño I y su hijo Alfonso III (866-910) dieron comienzo a una nueva etapa de expansión territorial que fue posible por la existencia de excedentes demográficos en las propias montañas cantábricas, por la llegada de fugitivos mozárabes y por la crisis del Emirato cordobés en la segunda mitad del siglo IX. Los propios monarcas alentaron la política repobladora. La justificación jurídica estaba en la idea romano-visigoda de considerar las tierras abandonadas como propiedad del estado, en este caso del monarca, quien podía disponer de ellas y autorizar a sus súbditos a ocuparlas. El sistema para llevar a cabo esta ocupación era la presura, procedimiento por el que se obtenía la propiedad de un terreno yermo por el mero hecho de roturarlo y ponerlo en cultivo. Se realizaba bien de manera individual (familias de campesinos), bien de manera colectiva (a iniciativa de nobles o monasterios). En total fueron repoblados aproximadamente unos 70.000 km2. El núcleo pirenaico. Los focos de resistencia al Islam que habían surgido en el siglo VIII en el Pirineo, dependientes del Imperio carolingio. Conocemos mal la historia del núcleo de Navarra en el siglo IX; aparece ligada a la familia Arista, que mantuvo su autonomía frente a los carolingios apoyándose en los musulmanes de Tudela y más tarde en los reyes astures, y realizó algunos avances territoriales. Una crisis dinástica a principios del siglo X motivó la sustitución de la dinastía de los Arista por la de los Jimeno, en la figura de Sancho Garcés I, que inició una política expansiva por La Rioja y la ribera de Navarra, que se vio frenada por la derrota de Valdejunquera (920). No hay tampoco muchos datos sobre la evolución de los valles del Pirineo. Aragón, vinculado a los descendientes de Aznar Galindo, prosiguió en el siglo IX la repoblación mediante presura de los valles próximos, pero no fue capaz de mantenerse independiente frente a los avances expansivos de la monarquía navarra, que acabó incorporándolo a su territorio, aunque conservó la autonomía política y la individualidad territorial. En Sobarde, Pallars y Ribagorza los carolingios mantuvieron una influencia más intensa y sólo a finales del siglo IX encontramos dinastías autónomas. Su falta de cohesión les hizo igualmente incapaces de enfrentarse al expansionismo vasco y con Sancho el Mayor quedaron unidos a Navarra. La marca hispánica formaba parte de los dominios carolingios y estaba integrada por condados independientes entre sí, aunque en ocasiones el monarca agrupaba varios bajo el mismo conde para mejor defensa del territorio. Las guerras civiles carolingias por la sucesión de Luis el Piadoso, que acabaron con el Tratado de Verdún (843), fomentaron las aspiraciones autonomistas; y la capitular de Quierçy sur Oise (877), que convirtió en hereditarios los cargos y los dominios nobiliarios en el Imperio, aceleró el proceso. Dos momentos jalonan la lenta independencia: 1. En 897 Wilfredo el Velloso, actuando como si se tratase de bienes patrimoniales, repartió entre sus hijos los condados que había reunido en su poder, aunque mantuvo unidos los de Barcelona, Girona y Vic, que desde ahora formarán el esqueleto de Cataluña. 2. A finales del siglo X, Borrell II, conde de Barcelona, que no había contado con la ayuda carolingia para hacer frente a los ataques de Al-Mansur, se proclamó, de hecho, desligado de los francos. El proceso de independencia de Cataluña fue acompañado de la ocupación efectiva del territorio hasta el Llobregat y el macizo de Montserrat. Durante el siglo IX, en las áreas próximas a la cordillera, el establecimiento de la población se hizo por aprissio, sistema similar a la presura. Así se repobló la zona alta (la Cataluña vieja) y la Plana de Vic. Desde finales del siglo IX, frenados los avances reconquistadores, cobrará mayor importancia la repoblación eclesiástica y señorial con la constitución de grandes dominios, bien por donación directa de los propios condes, o por encomendación de los campesinos que entregan sus bienes a cambio de protección militar.

PEREGRINOS CÉLEBRES:
PEREGRINOS ALEMANES: La peregrinación a Galicia estaba muy enraizada en la vida de Alemania; la famosa Hansa tenía a Santiago como uno de sus patronos, y sus barcos llegaban muy a menudo, en sus navegaciones comerciales, a las costas galaicas. Para los marinos alemanes, como anteriormente para los vikingos, Galicia era "Jacobusland", la tierra de Santiago, y los viajes por mar debían ser tan frecuentes que una crónica de Bremen se refiere a Calais como puerto obligado para quienes iban a Santiago. Además, se establecían relaciones con Flandes, donde tenía antigua tradición la devoción al santo. Una de las más antiguas peregrinaciones de que se tiene noticia fue la del conde del Rhin, Wolfam, y su esposa Guda, a quienes se refiere la abadía renana de Eberbach, en 1203. En 1217 se congregaron en el puerto inglés de Darthmouth unos grupos de cruzados alemanes y holandeses, y se embarcaron rumbo a La Coruña. Desde esa ciudad hicieron a pie el camino a Compostela, durante un día entero. Las agrupaciones de gentes humildes que marchaban pidiendo limosna, "en gran romería", como la que vio llegar el peregrino alemán enfermo del milagro de Villasirga, relatado en las "Cantigas", debían ser frecuentes a comienzos del siglo XIV. En 1377 fue peregrino Hermann von Ruden, de Dantzig, a fin de expiar la pena de destierro a que fue condenado. Una crónica de Dantzig se refiere a Jakob Lubbe, noble prusiano que emprendió el viaje al cumplir sus veinte años, a través del camino más largo y penoso, acompañado por el clérigo Adrino de Mariemborg y la hermana de éste la monja Gertrude. Varias crónicas de Prusia, y entre ellas la de Joham von Posilge, refieren que en 1417 partieron muchas expediciones de aquel país. Un viaje muy interesante fue el de Sebastián Ilsung, que dejó una relación escrita de su viaje por España, y sus impresiones de Santiago, "el sitio a donde los cristianos adonde más peregrinos acuden, si se exceptúa el Santo Sepulcro de Jerusalén". Otra interesante descripción del Camino es la de Sebastián Oertel, que viajó en 1521, por la ruta de Suiza y el sur de Francia, anotando los mismos lugares del itinerario de Künig von Vach. PEREGRINOS BRITÁNICOS Uno de los más antiguos peregrinos ingleses de que se tiene noticia fue Ansgot de Burwell, del condado de Lincoln. Otro de los más antiguos peregrinos ingleses que tocaron puerto español, fue el autor de la guía en verso publicada por Purchas en el siglo XIV. Cada vez fueron más frecuentes las licencias por parte de los reyes ingleses para fletar barcos con peregrinos, y a favor de ellas organizaron expediciones en barco los caballeros Philips de Courtenay y Eduardo, hijo del conde de Devon, y Juan Russel de Fowy En 1386 navegó hacia las costas gallegas el duque de Láncaster, continuando el viaje a caballo y llegando a pie a la catedral, donde oró de rodillas. También fue peregrino el Príncipe Eduardo, príncipe de Gales. En 1472 viajó a Galicia el noble y literato inglés lord Rivers, que regresó con varios textos hispanos que le sirvieron para pergeñar un breve relato del viaje. Otro literato, Andrew Boorde, estuvo dos veces en Santiago, y dejó unas notas descriptivas muy poco lisonjeras para España. PEREGRINOS FRANCESES Quien verdaderamente promovió el fervor peregrino en Francia fue el gran arzobispo Gotescalco, de Puy, quien salió de Aquitania con brillante comitiva camino de Galicia para orar ante el Apóstol. En enero del año 951 regresaba a su patria, realizada la peregrinación. A partir de entonces, en el santuario de Puy fue el punto de partida de una de las rutas que, enlazando santuarios de Francia, que llevaban a la tumba de Galicia. La primera noticia del viaje del prelado de debe aun monje del monasterio de Albelda, en La Rioja, que desapareció misteriosamente después de ser brillante núcleo de la cultura mozárabe. El peregrinar por poder, comprensible en ciertos casos de fuerza mayor, se convierte rápidamente en una forma cómoda de devoción para los que tienen posibles. La campeona parece ser Mahaut, condesa de Artois: El 19 de febrero de 1312, en un mandamiento al recaudador de Artois, ordena que le entreguen diecinueve libras y cuatro sueldos a Jean de Courcelles para dos peregrinos que ella envía a Santiago; Entre los gastos de los funerales de su primogénito, Roberto, en 1317 figuran las cantidades necesarias para dos peregrinos a Galicia; El primero de mayo de 1321, el tesorero de la iglesia de Compostela atestigua que el llamado Yves Lebreton cumplió en todos los términos su peregrinación por la condesa de Artois y que le dio al altar una limosna de cuatro sueldos auténticos; El 17 de marzo de 1326, el corregidor de París de la carta de pago a Laurent el Valiente por el precio de un viaje a Galicia, a donde lo envía la condesa El 3 de abril de 1327, Galerin le Boudenier recibe 9 libras para re presentar a Mahaut en Compostela y 16 sueldos para hacer una ofrenda el su nombre En 1328, muy preocupada por su salud, Mahaut, que moriría al año siguiente, envía a Jean el Borgoñón a rezar por ella en Santiago. En 1417 salió de su castillo de Caumont, sobre el Garona, Nompar II, el señor de Caumont de Castelnau, para verificar el recorrido a Santiago, y escribió después una "relación" que no es más que un breve itinerario en el que describe algunas jornadas. El rey Luis XI de Francia era gran devoto de Santiago, y en prueba de ello hizo donación a la catedral de dos enormes campanas, comprometiéndose en una carta a llevar por mar el metal necesario para que fueran labradas en Compostela. Un noble francés, Antonio Lalaing, señor de Monteigny, que acompañó a Felipe el Hermoso en su viaje a España en 1502, dejó escrita una minuciosa relación, y abandonó la comitiva real en Burgos, a fin de realizar, en compañía de los nobles Saintzelles y Monceaux, la peregrinación a San Salvador, de Oviedo, y a Santiago. (extraído de ciudadfutura.com | offline)


Jacques de Molay:
Sé que muchos de vosotros estáis esperando que un día de estos escriba sobre Jacques de Molay. Supongo que ha sido muy duro ver como en mi muro, cada mañana, no encontrabais el ansiado texto sobre este personaje, hasta que por fin, hoy, habéis respirado de satisfacción porque se verán cumplidas vuestras expectativas. Jacques de Molay murió en el año 1314 y fue el último gran maestre, de la “Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón”, que es el nombre largo de la conocida Orden del Temple, que como bien sabéis era una organización militar y religiosa nacida con el objetivo de proteger a los peregrinos que rendían visita a Jerusalén, aunque terminaron por intervenir activamente en las Cruzadas. El crecimiento de la Orden en términos políticos, militares y religiosos fue brutal y su poder e influencia se dejaba sentir en toda Europa. Esto es algo que a lo largo de la Historia ha puesto muy nervioso a los reyes, y tanto fue así que que el rey de Francia, Felipe IV - conocido como el “Hermoso”, aunque me da a mí en la nariz que este apelativo se concedía con poco rigor -, convenció al papa Clemente V de que tenían que hacer algo para acabar con el poder de la Orden, entre otras cosas de menor importancia porque la corona francesa estaba endeuda hasta las cejas con ellos. El papa, que debía al monarca su tiara, y por propia conveniencia, se apresuró a acusar a los templarios de ritos heréticos en la secreta ceremonia de iniciación de los templarios, de sacrilegio, simonía, herejía e idolatría hacia Lucifer, de adoración a ídolos paganos, de escupir sobre la cruz, renegar de Cristo a través de la práctica de ritos heréticos y de tener contacto homosexual. En 1307 fueron detenidos un gran número de caballeros templarios y entre ellos su gran maestre. Molay fue terriblemente torturado hasta que acabó reconociendo los cargos que le imputaban, y si se lo hubiesen pedido habría firmado que él mató a Manolete 600 años más tarde. El papa se reservó para si mismo la dirección del procesamiento del gran maestre y de sus tres primeros dignatarios, que bajo tortura, habían confesado su culpabilidad y sólo quedaba dar publicidad montando un acto solemne y público en el que los acusados reconociesen sus horribles pecados. Para ello se erigió una plataforma para la lectura de la sentencia delante de la catedral Notre Dame de París. Pero, sorprendentemente Jacques de Molay no solo no confesó ante la multitud, sino que acusó de conspiración para acabar con la Orden al rey y al papa. Supongo que os imagináis lo mal que sentó aquello a los conjurados, y si no lo hacéis, ya os lo digo yo. Pillaron tal cabreo que decidieron quemar allí mismo y sobre la marcha al gran maestre. Molay, entre horribles sufrimientos, porque que te quemen vivo debe molestar lo más grande, pensó en decir algo que dejara preocupados a sus verdugos y se le ocurrió lo siguiente: “Dios sabe quién se equivoca y ha pecado, y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios!... A ti, Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año...”. Estas debieron ser sus últimas palabras, aunque me parecen muchas para estar ardiendo, pronunciadas el 18 de marzo de 1314. Yo no digo nada, que cada uno piense lo que quiera pero el papa falleció el 20 de abril de 1314 y el rey Felipe IV el 29 de noviembre de 1314. (Facebook)


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