Medidas para salir de la crisis:
Gasto público:
Reforma tributaria:
Empleo:
Apoyo al talento:
La tercera reforma tiene que ver con un nuevo modelo de crecimiento que refuerce el talento, el valor añadido, la innovación así como la compatibilidad entre el desarrollo económico y la lucha contra el cambio climático. (Jordi Sevilla octubre 2009)
No podemos continuar sin absorber, mediante una devaluación interna, los efectos perdurables de la crisis sobre nuestro sistema productivo. En lugar de esperar a que se produzca por la vía lenta e injusta del paro y del deterioro del poder adquisitivo, tenemos que asumir una rebaja sustancial de los costes laborales no salariales, es decir, de las cotizaciones sociales, del orden de cuatro o cinco puntos con tres efectos inmediatos: inyectar liquidez empresarial, facilitar la contratación y mejorar la competitividad internacional. Ello obliga a sustituir esa financiación de las pensiones por impuestos generales vinculados a la riqueza global, aproximando nuestro actual modelo de pensiones a otro con ingresos más equitativos.
Hay que diseñar planes de reactivación en, al menos, cuatro sectores con gran capacidad de arrastre y de creación de empleo: construcción, automóvil, turismo y alimentación. Planes articulados que vinculen esfuerzos públicos (de Gobierno central y autonómicos) y privados, para conseguir reactivar la demanda y la producción mediante descensos significativos y perceptibles de los precios finales.
La consolidación presupuestaria no es optativa. Se debe reforzar los mecanismos de control previo del gasto, así como aprobar compromisos vinculantes, transparentes y con sanciones por incumplimiento, para todas las administraciones, pasando de los recortes a las reformas en las principales partidas: personal (prejubilaciones, regulaciones de empleo en laborales e interinos y reducciones en tiempos de trabajo, vinculadas a reducciones de salarios, en funcionarios); sanidad (reforzando el Sistema Nacional de Salud mediante prácticas conjuntas de ahorro y externalizaciones de servicios) e inversiones (con evaluaciones externas sobre su urgencia y sentido económico). Habrá que subir impuestos de manera selectiva, especialmente a las rentas altas eximidas de tributar por IRPF y ampliar las bases tributarias mediante dos decisiones excepcionales: recortar a la mitad los actuales 40.363 millones presupuestados como beneficios fiscales a distintos impuestos y regularizar rentas irregulares mediante la emisión de títulos públicos especiales.
Reactivar el flujo de crédito requiere abordar la reforma del sistema financiero con otra filosofía, trasladando al Fondo de Garantías los activos tóxicos inmobiliarios (suelo), como vengo reclamando desde hace tiempo, a cambio de deuda pública, en condiciones penalizadoras pero que mejoren ratios de solvencia, afectando positivamente a la financiación privada. Por último, el mercado laboral (convenios), el sector energético (tarifa, renovables y nuclear), el comercio (horarios y licencias) así como transportes, deben ser objeto inmediato de decisiones orientadas por dos principios generales: abaratar costes e incrementar la flexibilidad de adaptación ante circunstancias cambiantes.
(21/11/2011)
Lo primordial, sin embargo, son medidas concretas que permitan desbloquear la parálisis en uno de los principales estrangulamientos de nuestra economía y que podemos denominar “el complejo inmobiliario – financiero”. Si mala fue la burbuja especulativa, no es mejor la actual situación, con más de 800.000 viviendas nuevas sin vender, dada la vinculación de este problema con el desempleo (entorno a un 60% del paro español procede de la construcción) y con el sector financiero, a través de la excesiva concentración de riesgos en activos inmobiliarios con minusvalías latentes. Reactivar el sector de la vivienda de primera residencia y acelerar el proceso de reestructuración bancaria y de Cajas de Ahorro, es fundamental para restablecer el flujo normal de crédito al conjunto de la economía, cosa que empieza a ser urgente.
Si nos desplazamos al ámbito de las reformas estructurales, aquellas que deben ayudarnos a reaccionar contra el pesimismo de las previsiones actuales mediante la mejora de nuestras posibilidades de crecimiento futuro y de competitividad, tenemos que hablar, al menos, de tres tareas.
La primera, relacionada con las Administraciones Públicas que gestionan la mitad del PIB, y, en especial, su ámbito presupuestario. Empecemos por constatar que el superávit vivido en los últimos años ha sido, en parte, un espejismo. Es decir, sin aditamentos relacionados con la burbuja inmobiliaria, nuestros ingresos fiscales estables no parecen suficientes para financiar nuestros gastos públicos estructurales.
Necesitamos, por tanto, una profunda reforma tributaria que mejore la equidad en los ingresos: combatir el fraude, aproximar la fiscalidad entre todas las rentas y gravar más los rendimientos no ganados con el esfuerzo personal, combatiendo, en suma, los paraísos fiscales interiores. Y necesitamos también, unos presupuestos de base cero, donde haya que justificar anualmente la totalidad del gasto, a partir del cumplimiento eficaz y demostrable de los objetivos programados.
Crear más empleo depende de la amplitud del conjunto de la oferta agregada, pero modificar las reglas del juego del mercado laboral debe ayudar a mejorar la calidad y productividad del empleo creado. Y hay que hacerlo en tres vectores, al menos: reforzando la causalidad en los contratos temporales para evitar abusos fraudulentos, generalizando el contrato de fomento del trabajo indefinido aprobado en 1997 y reformando la negociación colectiva hacia una mayor centralización, compatible con cláusulas efectivas de descuelgue. Reducir las cotizaciones sociales para los contratos indefinidos reforzaría esa dirección.
Obama y Ben Bernanke
Alan Greenspan
Milton Friedman
Salgado y José Blanco