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El espejo del mar:
El océano tiene el temperamento falto de escrúpulos de un autócrata salvaje malcriado por la mucha adulación. No puede soportar el menor asomo de desafío, y no ha dejado de ser el enemigo irreconciliable de barcos y hombres desde que los barcos y los hombres tuvieron la inaudita osadía de echarse a navegar juntos pese a su ceño. Desde ese día no ha dejado de engullir flotas y hombres sin que su resentimiento se haya visto saciado por el número de víctimas, por tantos barcos naufragados y tantas vidas truncadas.

[...] Un barco anclado en una rada abierta, con gabarras de carga al lado y su propio aparejo de fuerza columpiando el cargamento sobre la regala, está cumpliendo, en libertad, una de sus funciones vitales. No hay reclusión; hay espacio: agua clara alrededor, y un cielo despejado por encima de sus topes, con un paisaje de verdes colinas y encantadoras bahías extendiéndose en torno a su ancladero. No ha sido abandonado por sus propios hombres a las frágiles mercedes de la gente de tierra. Aún ampara a su pequeña banda de devotos, que cuidan de él, y uno siente que de un momento a otro va a deslizarse por entre los promontorios y desaparecer. Es sólo en casa, en la dársena, donde yace abandonado, apartado de la libertad por todos los artificios de los hombres que sólo piensan en una rápida expedición y en fletes lucrativos. Es sólo entonces cuando las odiosas sombras rectangulares de muros y tejados caen sobre sus cubiertas con lluvias de hollín.

[...] Un ancla es una pieza de hierro forjado, adaptada admirablemente a su fin, y el lenguaje técnico es un instrumento pulido hasta la perfección por siglos de experiencia, algo sin tacha para su propósito. Un ancla de antaño (porque en la actualidad existen inventos que parecen champiñones y objetos como garras, sin forma ni expresión concretas, simples ganchos)...un ancla de antaño era, a su modo, un instrumento de lo más eficiente. De su acabamiento da prueba su tamaño, pues no hay otro dispositivo tan pequeño para el importante trabajo que debe realizar. ¡Fijense en las anclas colgando de las serviolas de un gran barco! ¡Cuán minúsculas resultan en comparación con el enorme tamaño del casco! Si fueran de oro parecerían dijes, juguetes decorativos, no mayores en proporción que un precioso pendiente en la oreja de una mujer. Y, sin embargo, de ellas dependerá, en más de una ocasión, la propia vida del barco. Un ancla se forja y se configura buscando fidelidad; dadle fondo que morder, y se aferrará a él hasta romper el cable, y entonces, independientemente de lo que después pueda sucederle a su barco, esa ancla se ha "perdido". Bien, dicha pieza de hierro, honrada, tosca, de tan sencillo aspecto, tiene más partes que miembros el cuerpo humano: el arganeo, el cepo, la cruz, las uñas, las mapas, la caña. Todo esto, según el periodista, se "echa" cuando un barco, al arribar a un ancladero, fondea.

[...] Un barco, en una dársena, rodeado de muelles y de los muros de los almacenes, tiene el aspecto de un preso meditando sobre la libertad con la tristeza propia de un espíritu libre en reclusión. Cables de cadena y sólidas estachas lo mantienen atado a postes de piedra al borde de una orilla pavimentada, y un amarrador, con una chaqueta con botones de latón, se pasea como un carcelero curtido y rubicundo, lanzando celosas, vigilantes miradas a las amarras que engrillan el barco inmóvil, pasivo y silencioso y firme, como perdido en la honda nostalgia de sus días de libertad y peligro en el mar.

[...] Si, un barco quiere que se lo mime con conocimiento de causa. Uno debe tratar con comprensiva consideración los misterios de su naturaleza femenina, y entonces él estará a nuestro lado, fielmente, en nuestra incesante lucha contra fuerzas ante las que no avergüenza salir derrotado. Es una relación seria, aquella en la que un hombre vela celosamente por su barco. Este tiene sus derechos igual que si pudiera respirar y hablar; y de hecho hay barcos que, por el hombre que lo merezca, harán cualquier cosa, como dice el refrán, menos hablar. Un barco no es un esclavo. No hay que forzarlo en una mar gruesa, no hay que olvidar nunca que uno le debe la mayor parte de sus ideas, de su habilidad, de su amor propio. Si uno recuerda esa obligación naturalmente y sin esfuerzo, como si fuera un sentimiento instintivo de su propia vida interior, el barco navegará, aguantará, correrá por uno mientras pueda, o, como un ave marina cuando va a reposar sobre las enfurecidas olas, capeará el temporal más fuerte que jamás le haya hecho a uno dudar de si viviría lo bastante para volver a ver salir el sol.

[...] El amor que se profesa a los barcos es profundamente distinto del que los hombres sienten por cualquier otra obra salida de sus manos -del amor que, por ejemplo, tienen a sus casas-, porque no está manchado por el orgullo de la posesión. Puede darse el orgullo de la destreza, el orgullo de la responsabilidad, el orgullo de la entereza, pero por lo demás se trata de un sentimiento desinteresado. Ningún marino ha querido nunca a un barco, aun cuando le perteneciera, meramente por las ganancias que le llevara al bolsillo. El mar -ésta es una verdad que debe reconocerse- carece de toda generosidad. No se sabe de ningún alarde de cualidades viriles -valor, audacia, entereza, fidelidad- que haya conmovido jamás su irresponsable conciencia de poder. El océano tiene el temperamento falto de escrúpulos de un autócrata salvaje malcriado por la mucha adulación. No puede soportar el menor asomo de desafío, y no ha dejado de ser el enemigo irreconciliable de barcos y hombres desde que los barcos y los hombres tuvieron la inaudita osadía de echarse a navegar juntos pese a su ceño. Desde ese día no ha cesado de engullir flotas y hombres sin que su resentimiento se haya visto saciado por el número de víctimas, por tantos barcos naufragados y tantas vidas truncadas. Hoy, como siempre, está presto a seducir y traicionar, a destruir y a ahogar el incorregible optimismo de los hombres que, respaldados por la fidelidad de los barcos, intentan extraer de él la fortuna de sus casas, el dominio de sus mundos, o tan sólo unas migajas de comida para aplacar su hambre. Si no siempre está de humor tan encendido como para destruir, si está siempre, celadamente, listo para ahogar. El más asombroso prodigio de todo el piélago es su insondable crueldad. (Joseph Conrad)


La vuelta al mundo del Fortuna:
Esta madrugada nos ha entrado una borrasca y el barógrafo ha empezado a bajar. Llevábamos una velocidad de unos 15 nudos, con planeadas de hasta 19. Todo parecía muy bonito cuando empezó a formarse la típica ola de estas latitudes, haciendo que el barco se tambalease hasta provocar la primera orzada. Más tarde tuvimos otra en la que todo parecía que se iba a romper. Y así se rompió la funda de un sable de la mayor. Entonces decidimos arriarla para reparar. Con la mayor arriada, llegó el tercer loof u orzada. A la rueda, empecé a tirar con todas mis fuerzas. Ion me ayudaba. El barco ha acabado casi volcado, y al estar yo a sotavento, toda el agua me arrasó, llegando a creer que estaba fuera del barco. Es decir, que, después de esta guardia, de haber volcado cinco veces, el no haber destrozado todo es casi un milagro. Para mí ha sido la peor guardia de esta etapa. (Isidro Martí)


Mi regata alrededor del mundo:
Al dejar atrás las islas de Diego Ramírez, nos azotó el tiempo típico del cabo de Hornos: la fuerza del viento pasó a ser de temporal y el cielo se cubrió de nubes bajas y grises. El color de la mar cambió espectacularmente del gris azulado al verde pálido y transparente. Lo más notable fue el cambio de su estado: las olas se acortaron y empinaron más, con sus laderas que subían por detrás del barco como paredes de verde hielo. Presentíamos que nos aproximábamos al cabo. Lo primero que distinguí fue la vaga silueta de tierra a través de la bruma, y entonces, mientras permanecía en la proa, apareció la sombra gris de los enormes acantilados, a una cinco millas de distancia. Se interpusieron las nubes y lo perdimos de vista, pero minutos después reaparecieron los acantilados... Cuando un lugar ha sido el tema de tantos mitos y leyendas, resulta difícil de creer que se tiene ante los propios ojos. (Claire Francis)


Vela Contra viento y marea:
Fue la etapa más dura, no por las condiciones metereológicas, sino porque el barco estaba muy zurrado y la tripulación era prácticamente nueva... Las averías se sucedían, las velas se rompían con extraordinaria facilidad y la adaptación de los nuevos tripulantes se hacía francamente difícil, a pesar de su buena voluntad. La parte final la hicimos con un viento completamente invernal, empezamos a navegar viento en popa con sureste de fuerza 8-9, hasta llegar el día 27 de marzo al través del faro de la isla de Ouessant. En aquel momento habíamos cubierto nuestra vuelta al mundo. Durante las últimas millas, la depresión llegó más fuerte y violenta, entrando en el canal de la Mancha con una mar blanca y un frío intenso. El día 28 de marzo, finalmente, avisamos la isla de Wight, y en una navegación de gran precisión, una noche lluviosa de clima británico, cruzamos la línea de llegada a las 23 horas. El sueño se había hecho realidad. De Portsmouth a Portsmouth, cabo de Hornos por babor, era ya parte de nuestra historia. Habíamos dado la vuelta al mundo. (Enrique Vidal)


Hielo flotante:
La visibilidad era muy reducida; el frío, intensísimo. Navegábamos con viento de poniente de 35 a 40 nudos con el génova atangonado. Marco Facca iba al timón. De repente se produjo un estallido: en una orzada se había partido en dos el génova 4. Instintivamente y a toda velocidad me dirigía a proa para tratar de arriar los trozos que quedaban de esa vela. Enrico, el otro tripulante de guardia, bajó al pañol de velas para preparar un foque e izarlo enseguida. En aquel momento le grité: ¡Enrico, mira a proa! Un hielo flotante de cuatro metros de diámetro y uno de altura se hallaba justo en proa. Ya no podía hacer nada, ni había nada que hacer. Íbamos navegando a 7 u 8 nudos, sólo con la mayor y grité fuerte al timonel: ¡Orza violentamente! En aquel momento Marco orzó, agradeciendo que me oyera. Logramos pasar a unos diez metros a barlovento de aquel glowler, o hielo flotante, que son los más peligrosos, ya que apenas se ven. Fue verdaderamente milagroso que Enrico y yo lo lográsemos ver en plena noche. (Enrique Vidal)


Ende:
El viaje de Bastian a Fantasía escrito por Michael Ende nos puede ayudar a reflexionar sobre lo que supone entrar en la política institucional. También sobre el cambio que precisamos a tres meses de las elecciones en un momento trascendental para toda Europa. Un aviso previo: la película no nos sirve, por mucho que su música y la representación que se hizo en ella del dragón blanco de la suerte, Fújur, permanezcan como mitos de toda una generación. Flaco favor hicieron a un gran libro. En España avanza la Nada, los personajes pierden color en cada sondeo y muchos temen ser engullidos tan irremisiblemente como nuestro Estado de bienestar. La imaginación política parece secarse y empezamos a sospechar que el mero deseo de poder no lleva a ninguna parte. Eso es lo que pensé cuando abrí de nuevo este libro, casi treinta años después, para leerlo en voz alta a una niña que saltaba emocionada cuando aparecía Fújur y poco sospecha aún de los males de la política española. No era precisamente esta la Historia Interminable con la que creía que me iba a encontrar. Claro que no la leía desde que tenía ocho o diez años. Compruebo sin embargo que diversos escritos la relacionan con los temas políticos y filosóficos más variados, también con el poder y sus demonios. Sigamos entonces. Bastian Baltasar Bux, el protagonista, pasa de ser el simpático lector de la primera parte, acomplejado y acosado por sus compañeros, encerrado en el desván del colegio, leyendo bajo la luz de su candelabro de siete brazos como leen los grandes lectores, es decir, metiéndose en la historia por entero, a convertirse hacia el final del libro en un flamante tirano capaz de despreciar amistades y buenos consejos mientras se deja encandilar por la envenenada adulación de Xayide. Humillando a Hynreck el Héroe, abandonando a su querida mula Yicha, causando la batalla más sangrienta que conociera Fantasía precisamente contra quien fuera su mejor amigo, el sensato y valiente Atreyu. ¿Cuál ha sido la causa de semejante transformación? Tras salvar a la Emperatriz Infantil dándole un nombre —esa capacidad tan humana que emparenta a los poetas con la creación y cívicamente con la fundación de las ciudades—, Bastian recibe como regalo la Alhaja, Áuryn, que le permite ir cumpliendo aquellos deseos que realmente se instalan en su interior. ¿Qué mayor signo de omnipotencia que el cumplimiento inmediato de nuestros deseos? Por esto lloran desconsolados los bebés… y a veces los adultos. Aprender que no es posible la realización inmediata de todo aquello que queremos, aquí y ahora, es uno de los aprendizajes esenciales de la vida. Pero Bastian, como tantos otros, cae de nuevo en esto que nos marca desde la cuna. A lo que se añade otra dificultad: por cada deseo que ve cumplido se verá recortada su memoria, irá olvidando quién es. Irremediable olvidar, pues nos mantiene sanos. Pero ¿llegar a olvidarnos de nosotros mismos? Así tenemos a Bastian deseando ser alto, guapo y fuerte, poderoso, valiente, magnánimo, admirado por su bondad, sabio, temido por su fuerza, seguido por millones. Y todo lo va logrando. En una sucesión de capítulos admirables, poco a poco, el que fuera un bondadoso e inseguro muchacho se olvida de sí mientras se convierte en el poderoso jefe de millones, que lo siguen por las tierras de Fantasía atentos a sus órdenes. La amistad con Atreyu poco a poco se resquebraja, asomando la competencia, la imposición de fidelidades, la envidia. La melancolía del dragón blanco de la suerte, Fújur, quien con su voz de bronce entona su tristeza en vuelos cada vez más bajos, da cuenta de lo que sucede cuando dejamos atrás a los amigos de verdad cegados por el oropel, la fama o el poder. Bastian será incluso capaz de herir gravemente a Atreyu en su terrible huida hacia adelante. Olvidará por completo que fue un excelente contador de historias y, peor aún, no recordará que tiene a su padre esperándolo más allá de Fantasía. Cuanto más nos ciega el deseo de poder, también de reconocimiento público, más nos perdemos a nosotros mismos. Nos olvidamos de quiénes fuimos. Esta es una de las tantas enseñanzas que acoge el libro de Ende. Hay un capítulo magnífico, el dedicado a la Ciudad de los Antiguos Emperadores. Allí va a parar Bastian tras la última batalla de la Torre de Marfil, habiendo perdido casi todos sus recuerdos mientras persigue a su antiguo amigo Atreyu. La ciudad es absurda, los puentes andan a medio hacer, las pirámides se aguantan sobre su cúspide, las casas tienen puertas en los tejados y se levantan suelos en lugar de muros. Sus habitantes se muestran “febrilmente activos”, pero van de acá para allá sin ningún sentido en sus tareas. Acá uno persigue pompas de jabón para pegarle un sello y allá otro aporrea con su martillo un calcetín. No envejecen, pues sin pasado carecen de porvenir. Tampoco hablan, pues han perdido el lenguaje y con ello la capacidad de narrar, de contarse quiénes son y dónde están. Todos habían sido en el pasado Emperadores de Fantasía, explica el vigilante de la ciudad, el inquietante monito Ártax. O al menos lo habían pretendido. La omnipotencia política, el deseo de triunfar sobre toda Fantasía, ser los únicos y más grandes, superando incluso a aquella que salvaron en un comienzo —la Señora de los Deseos, a quien Bastian llamara Hija de la Luna, la Emperatriz Infantil, en realidad la figura divina del relato—, acarrea esta desquiciante consecuencia. Bastian sale de la ciudad aterrado, dispuesto a no acabar allí sus días. Le restan pocos deseos antes de perder por completo la noción de quién es. Y entre las aventuras que le llevarán a la salvación destaca su estancia —precisamente se llama así— en la Casa del Cambio. Allí descansará, le cuidará doña Aiuola, comerá bien, dialogará sobre sus aventuras, pensará sobre sí y sobre ellas, al final llorará, dormirá. En sus habitaciones el cambio es continuo, siempre hay algo nuevo que descubrir. Es posible transformar la política tanto como reencontrarse con uno mismo. Bastian partirá de la Casa del Cambio dispuesto a encontrar, con el último deseo que le queda, la vuelta a su hogar. Pasará por esa mina de sueños frágiles que es el Pozo Minroud —donde habita el minero ciego Yor y se respetan los silencios— que permite a Bastian volver a vincularse mediante el sentimiento a quien le resulta más cercano, más real, al padre hundido aún por la pérdida de la madre. De ahí pasará a la definitiva prueba de amistad donde Atreyu y Fújur le apoyarán, le traducirán, le salvarán. Y donde finalmente se comprometerán a seguir las historias que, como siempre sucede, han quedado a medio contar en Fantasía. Bastian no solo logrará volver a casa y recordar quién es, también se aceptará, habrá aprendido a modular sus deseos, a ligarse a los suelos reales y las personas cercanas, no a las imposibilidades abstractas del poder. Habrá completado lo que algunos autores llaman viaje teórico, en realidad un viaje muy humano. Quienes se han atrevido a dar el paso en estos meses a la política institucional han podido perderse en los caminos que llevan a la Ciudad de los Antiguos Emperadores. Le pasó hasta a Bastian. Lo importante ahora es que a tres meses de unas elecciones cruciales muchos hayan podido meditar sobre sus recientes aventuras, su relación con el poder y la fama… y sobre todo que tengan muy claro que la Nada avanza. Necesitamos del heroísmo discreto, de la audacia y de la amistad de muchos para dar la vuelta a un panorama electoral que nos puede traer todavía más desgracias a todo el país. Michael Ende se alegraba de que le leyeran los más jóvenes, pero él insistía en que escribía también para los mayores. Lo que se narra en La Historia Interminable no dejará de suceder una vez tras otra, seguro, pues así es en parte la relación que el ser humano puede llegar a entablar con el poder cuando accede a una mínima posición política. Pero tampoco dejemos de resistir para lograr, espero que más pronto que tarde, un final medianamente feliz donde logremos entendernos mejor a nosotros mismos y hacer de verdad política con mayúsculas. (Víctor Alonso Rocafort, 19/09/2015)


Inquisición:
Fue una comparación poco afortunada por parte de Obama. Y es que realmente no es posible remitir las ejecuciones del Califato, la imagen del desdichado piloto jordano en llamas, a las hogueras de la Inquisición española. Y no porque esas hogueras no hayan existido sino porque, exactamente igual que en Valladolid o Sevilla, otras hogueras iluminaban las plazas públicas de cualquier ciudad alemana, francesa, italiana o inglesa, o de cualquier otro rincón de Europa. Ciudad o simple comunidad rural, como sucedía —especialmente en Inglaterra— con las brujas. Si Obama, hubiera leído, por ejemplo, Opus Nigrum,posiblemente la mejor novela de Marguerite Yourcenar, se hubiera hecho una idea de lo que era moneda corriente en las ciudades alemanas con una población enfrentada por motivos religiosos. O en la Francia de la Ilustración, donde se podía acabar en la hoguera rodeado de público y de balcones atestados, por el mero hecho de ser sorprendido llevando un libro prohibido. Algo que sabían de sobra un Voltaire —por lo que evitaba vivir en Francia— o un Rousseau, consciente éste, por otra parte, de que su Ginebra natal no era un lugar mucho más seguro. Allí precisamente ardió Miguel Servet, en Ginebra y no en España, su país de origen. Como Savonarola o Giordano Bruno en Italia; algo que le podría haber sucedido también a Dante de no haber puesto tierra de por medio respecto a su Florencia natal. No, las hogueras no fueron precisamente una peculiaridad española. Para el caso, mucho más acertado hubiera estado Obama al relacionar la muerte del piloto jordano con los linchamientos por motivos raciales propios de su país, algo mucho más próximo así en el tiempo como en el espacio, y a los que Hollywood ha popularizado en diversas películas. Claro que la idea de que la Inquisición y sus hogueras eran una característica poco menos que exclusiva de España no corresponde a una impresión personal de Obama, sino a una creencia ampliamente extendida por el mundo entero. Y lo que es peor: al hablar del mundo entero hay que incluir a España, es decir, a los españoles, que en su gran mayoría dan por buena dicha exclusividad. Sí, la dan por buena pese a los esfuerzos de numerosos historiadores tanto nacionales como extranjeros —especialmente, ingleses y franceses— que, desde diversos puntos de vista, se han esforzado en disipar el equívoco. Esto es: si se tiene tan claro todo lo que se refiere a la actividad de la Inquisición española es por su carácter impecablemente burocrático, puesto que cuando se quemaba o descuartizaba a alguien, todo quedaba registrado, documentado, tanto el dato en sí como las razones que lo suscitaron. Una burocracia inexistente en otros lugares, donde el resplandor de las hogueras caía de inmediato en el olvido. En España, en cambio, ese rigor burocrático se extendía a todos los órdenes de la vida, desde la meticulosidad con que, al recoger los ocho apellidos de cada ciudadano se garantizaba el que una parte de la población pudiese alardear de su pureza de sangre, al sinnúmero de datos concretos relativos a la expansión de los virreinatos americanos recogidos en el Archivo de Indias, sin equivalente en la expansión colonial de otros países. Y uno de sus aspectos principales era el referido al funcionamiento de la Justicia. Colón, sin ir más lejos, tuvo problemas por haber esclavizado a los habitantes del Nuevo Mundo. O el caso de Elcano, que también tuvo sus problemas debido a que el peso de las especias que trajo consigo al completar la vuelta al mundo no se correspondía con el inicialmente declarado; la cuestión sólo quedó zanjada al caer en la cuenta de que tal pérdida de peso era debida a que dichas especias se habían secado en el curso del viaje. Las leyendas negras son así: se destacan los aspectos más negativos de una realidad determinada, ajena a la propia, mientras se pasa por alto los positivos —si es que los hay— y, sobre todo, se silencia en lo posible el hecho de que tales aspectos negativos se dan asimismo en la realidad a la que uno pertenece. Vamos, pura propaganda. Y es que toda leyenda negra es fundamentalmente eso: propaganda. Propaganda contra todo país que amenaza con alcanzar una posición hegemónica. De ahí que, en el caso de España, el principal objetivo fueran sus mejores representantes de tal tendencia hegemónica, reyes como Isabel y Fernando, como Felipe II. Toda una revisión de la Historia a posteriori. Porque en tiempos de Felipe II, por ejemplo, cuando era esposo de Catalina Tudor, la imagen que de los españoles se tenía en Inglaterra era la de gente seria, austera y reservada, en consonancia con su afición a vestir de negro. Una imagen que contrastaba con la propia, un pueblo más bien dado a la improvisación y la buena vida. Ahora bien: lo peor de las leyendas negras no es que se conviertan en poco menos que en artículo de fe ampliamente extendido, sino que sus víctimas, es decir, el pueblo directamente afectado, terminen interiorizándola, dándola por buena, lo que les sitúa en un plano inferior al de la realidad circundante. Ni más ni menos que lo que le sucedió a España a lo largo de unos doscientos años, al entrar en una fase de depresión colectiva tras la pérdida de toda influencia en la Europa de finales del XVII, postración moral de la que sólo empezó a salir a finales del XIX, con la Generación del 98. Perduraron —y aún perduran— eso sí, algunos tópicos y prejuicios, como el hecho de que en ocasiones se siga dando por bueno ante el turista, el extranjero, que somos un pueblo más dado a la fiesta y a la siesta que al pensamiento, al simple hecho de pensar. No hay país que no cargue con un tópico a ojos de sus vecinos: los ingleses y la hipocresía, los franceses por jactanciosos, los alemanes por su cabeza cuadrada, los italianos por fantasiosos, y así siguiendo. Tópicos anodinos en la medida en que no han sido interiorizados, aceptados como rasgo característico por los pueblos a los que les son atribuidos. Pero la falta de autoestima propia de España facilita el que aquí, en cambio —con ayuda de determinados productos cinematográficos y televisivos— sean aceptados sin rechistar por una buena parte de la población. Una actitud muy propia de un país que pasa con la mayor soltura del “¡España no hay más que una!” —en especial cuando se gana algún encuentro internacional de fútbol— al “Este país no tiene remedio”, ante algún tipo de contrariedad, sea individual o colectiva. Una bipolaridad que pasa del triunfalismo al derrotismo sin transición alguna y que conduce, por ejemplo, a hacer extensiva la propia ignorancia —en todas partes hay gente ignorante— a la comunidad, al país entero, convirtiéndola en un rasgo distintivo nacional. Pondré dos ejemplos. El del jardinero de un hotel en animada cháchara con un joven matrimonio alemán que se expresaba en un perfecto español, al que se dirigía comiéndose de vez en cuando las palabras y utilizando los verbos en infinitivo, como si el extranjero fuera él; a unos metros, los hijos del matrimonio, jugando animadamente. “¡Qué niños tan inteligentes!”, dijo el jardinero, “tan pequeños y ya hablan alemán”. El otro se refiere a las aceras de Madrid, perfecto ejemplo de la dejadez e improvisación que, a consecuencia de esa autoconvicción a la que acabo de referirme, es para muchos uno de nuestros principales rasgos distintivos. Se trata de unas aceras tan caras y pretenciosas en su diseño como mal acabadas y peor mantenidas. En ninguna otra ciudad del mundo me he encontrado de bruces en el suelo —afortunadamente sin mayores consecuencias— por no andar mirando dónde ponía los pies, atento a las irregularidades y trampas del pavimento. El caso es que si por una parte resulta irritante comprobar que en el ancho mundo siguen aún vigentes algunos de los tópicos establecidos sobre España, no menos irritante resulta comprobar que, interiorizado el tópico, la realidad cotidiana española siga en parte asumiéndolo como propio. Ante tal panorama, lo mejor es tomar distancias. Cuanto más lejos, menos importancia le damos a todo eso. Recuerdo el sosiego con que, en el curso de un viaje, mientras desayunaba tranquilamente en Macasar, la capital de Isla Célebes, recibí una llamada telefónica en la que, entre otras cosas, se me puso al corriente de algún embrollo de la política española. Todo lo veía objetivado, integrado en los avatares del ancho mundo; mi realidad inmediata era otra. Sí, tomar distancias como remedio. Y ese factor irritativo que resulta de la proximidad se esfuma. Por suerte. Vamos, o por desgracia. (Luis Goytisolo, 04/04/2015) Falsificación catalana Las primeras piedras del nacionalismo se edificaron sobre una invención. La de Próspero de Bofarull i Mascaró, barcelonés y director del Archivo de la Corona de Aragón, que decidió, hacia 1847, tachar y reescribir el Llibre del Repartiment del Regne de València de la Edad Media con el objetivo de engrandecer y magnificar el papel que tuvieron los catalanes en la conquista del reino de Valencia de 1238. Próspero suprimió del histórico volumen apellidos aragoneses, navarros y castellanos para darle más importancia numérica a los catalanes.La burda manipulación, obra para más inri del hombre encargado de garantizar la integridad del archivo, era sólo el comienzo de una cadena de falsificaciones que pronto alimentaría la semilla del nacionalismo y construiría un relato distorsionado de la Historia de Cataluña, ficción que han llegado hasta nuestros días. A las adulteraciones de Próspero de Bofarull se uniría la conveniente desaparición del testamento de Jaime I -legajo 758, según la antigua numeración- que establecía los límites de los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca y del Condado de Barcelona. Y qué decir del Llibre dels Feyts [Hechos] d'Armes de Catalunya, falsamente considerado una joya de la literatura catalana medieval. Su autor, Joan Gaspar Roig i Jalpí (1624-1691), ejecutó un engaño extraordinario al asegurar que la obra, en realidad escrita por él en el siglo XVII, era una copia de un incunable de 1420 firmado por Bernard Boadas. El apócrifo ha sido usado como fuente para narrar la historia de la patria catalana durante siglos, hasta que en 1948 el medievalista y lingüista Miquel Coll y Alentorn descubrió el timo.La manipulación del independentismoEstas y otras manipulaciones ponen en evidencia cómo el independentismo catalán ha torcido la Historia a su antojo y que desde Cataluña pasen de largo sobre los retoques que el admirado archivero Próspero de Bofarull -un enorme retrato suyo decora la sede del Archivo de la Corona de Aragón, en Barcelona- hizo en las páginas del Llibre del Repartiment. Fue el filólogo e historiador Antonio Ubieto quien denunció en los años 80 que Próspero de Bofarull había modificado el Llibre en el que se registraban las donaciones de casas o terrenos hechas por Jaime I a los que participaron en la conquista de Valencia descartando asientos que se referían a repobladores aragoneses, navarros y castellanos. Próspero de Bofarull i Mascaró. "Tras descubrir la manipulación de Bofarull, el historiador Ubieto y sus hijos fueron amenazados" El descubrimiento, que ha pasado prácticamente desapercibido pese a su trascendencia, le supuso a Antonio Ubieto el enfrentamiento con compañeros catalanistas y ser objeto de amenazas que incluyeron pintadas con el nombre de sus hijos en los colegios donde estudiaban.No en vano venía a derribar parte del mito catalán y a cuestionar la labor de quien es recordado como el erudito que reorganizó y puso en valor el archivo tras años de abandono. Próspero de Bofarull inició una saga familiar de renombrado prestigio en Cataluña. Su hijo Manuel Bofarull i de Sartorio (1816-1892), notable historiador, heredaría su cargo de archivero entre 1850 y 1892. Otro ilustre Bofarull es su sobrino Antonio Bofarull i Broca (1821-1892), historiador, poeta, dramaturgo y autor de Confederación catalano-aragonesa (1872), obra que también apuntalaría la senda nacionalista al conferirle al Condado de Cataluña el mismo estatuto que al reino de Aragón. Así, a la manipulación documental de Próspero, explica José Luis Corral Lafuente, profesor y miembro del departamento de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza, se añadió la "tergiversacion de conceptos". Porque este calificativo de "confederación" que lanzaba Antonio Bofarull derivaría pronto en otros de mayor calado. Como el de "Corona Catalano-Aragonesa", término que se justificó por la unión, en 1150, del conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, con Petronila, la heredera del rey de Aragón Ramiro II el Monje. Se trataba de una unión matrimonial y dinástica, pero nunca política, como asevera José Luis Corral Lafuente, autor de Historia contada de Aragón (2010): "El Condado de Barcelona era un estado soberano en el siglo X, con usos y leyes propias, pero nunca un reino". Pese a ello, la ilusión del reino catalán aún sigue vigente en la web de la Generalitat, que sobre el matrimonio de Berenguer IV y Petronila dice: "La unión, aplaudida por los nobles aragoneses, permitió que cada uno de los dos reinos conservara su personalidad política, sus leyes y costumbres...". Del archivero del siglo XIX al nacionalismo del XXI: la extensión de una mentira histórica. "Otro mito es el de la Senyera, en realidad era el emblema medieval de la casa de la Corona de Aragón" Los registros manipulados por Próspero de Bofarull (1777-1859) en el Llibre del Repartiment, no sólo tenían por objeto maquillar que los catalanes fueron minoría en la conquista y repoblación del reino de Valencia por detrás de aragoneses y navarros. Pretendían además cimentar la preeminencia de la lengua catalana sobre el valenciano, dando fuelle a que ésta habría surgido como influencia del catalán, tal y como explica a Crónica la filóloga María Teresa Puerto, alumna de Ubieto y autora de Cronología histórica de la Lengua valenciana (2007).Perpetuar una historia falsaEl siguiente paso del archivero Bofarull fue reproducir los documentos ya sin tachaduras, con sus falsas anotaciones en lugar de las originales, en la obra Colección de Documentos Inéditos de la Corona de Aragón, más conocida como CODOIN, editada entre 1847 y 1852, y un manual que han usado como referencia muchos historiadores.Todas estas manipulaciones del siglo XIX hay que enmarcarlas en el contexto del momento. Surgieron al calor de la Renaixença, movimiento de la recuperación de la lengua catalana, del que la familia Bofarull, sobre todo Antonio Bofarull i Broca, fue protagonista indiscutible. Los Renaxentistas, buscando una grandeza y una identidad nacional, impulsaron leyendas y mitos de la Edad Media como germen del catalanismo. Un ejercicio de "historia presentista", como lo cataloga José Luis Corral Lafuente, consistente en proyectar los deseos del presente en el pasado. Entre las piezas de antaño que se recuperaron está el antes citado Llibre dels Feyts d'armes de Catalunya, una obra que narra la historia de Cataluña desde los tiempos más primitivos hasta el reinado de Alfonso V el Magnánimo (1396-1458) y que se había datado en 1420. Así se creyó hasta que en 1949 los medievalista Miquel Coll i Alentorn y Martí de Riquer desvelaron en Examen Lingüístico del Llibre dels Feyts d'armes de Catalunya que el verdadero autor era Joan Gaspar Roig i Jalpí (1624-1691) y que estaba escrito en el siglo XVII. El falsificador había tratado de emular el lenguaje del siglo XV pero no lo había logrado del todo.El testamento desaparecidoEs una verdadera pena que la desaparición del primer testamento de Jaime I, de 1241. Su importancia reside en que era el único -hubo tres más en 1243, 1248 y 1262- en el que se establecían los límites de cada reino resultante de las conquistas del rey aragonés: los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca y el condado de Barcelona. Se tiene constancia de parte de su contenido porque el historiador Jerónimo Zurita cita su contenido en Anales de la Corona de Aragón (1562 -1580). No está claro cuándo pudo perderse, o sustraerse, pero sí que en él no constaba ninguna intención por parte de Jaime I de otorgar a Cataluña otra consideración que no fuera la de condado feudal. Tras el ultimo testamento (1262), el condado de Barcelona siguió unido al reino de Aragón en la figura de Pedro II, hijo de Jaime I, y rey de Aragón y conde de Barcelona.En paralelo a las manipulaciones se fueron construyendo otros mitos nacionales, como el de la propia senyera, bandera ahora de la comunidad autónoma de Cataluña. La cuatribarrada, propia del reino de Aragón, en tiempos de Jaime I no era ni siquiera una bandera, pues este es un concepto moderno, sino el emblema medieval de la casa de la Corona de Aragón, otorgado por el Papa a sus vasallos: cuatro barras doradas sobre fondo rojo. "Los 'Renaixentistas' del XIX buscando una grandeza y una identidad nacionalimpulsaron leyendas y mitos de la Edad Media" El origen de su vinculación con el Condado Cataluña se atribuyó a la leyenda de Wifredo el velloso (840-897), fundador de la Casa Condal de Barcelona. Este caballero catalán habría sido herido tras socorrer a un emperador Franco en la batalla. Entonces el emperador mojó sus manos en la sangre de Wifredo y trazó sobre su escudo dorado las cuatro franjas. El medievalista catalán Martí de Riquer refutó la leyenda atribuyéndola a la "manía de buscar orígenes místicos en la heráldica" y, en concreto, a una crónica de 1555 del valenciano Pere Antón Beuter, que a su vez se habría inspirado en otro relato del castellano Hernán Mexia.Mas relevante es el sitio de Barcelona en 1714 por parte de las tropas de Felipe V durante la Guerra de Sucesión (1701-1715). El historiador Ricardo García Cárcel cuestiona que el pueblo catalán se alzara en armas contra los castellanos. Lo define como una lucha entre los partidarios del borbón Felipe V y los del archiduque Carlos, de los Austria.Rafael Casanova (1660-1743), un jurista que se erigió como defensor heroico durante ese sitio, fue exaltado también en la Renaixença del siglo XIX, cuando en 1863 se le dedicó una calle y después una estatua en Barcelona, en 1888, durante la Exposición Universal. Casanova, que aparece como figura central en el cuadro de Antoni Estruch i Bros, 11 de septiembre, enarbolando no la senyera sino la bandera de Santa Eulalia que identifica la ciudad Condal, defendió la causa del archiduque Carlos, y sobrevivió a la batalla para seguir ejerciendo como hombre de leyes hasta su muerte, en 1743.Para historiadores como José Luis Corral Lafuente, la cascada de manipulaciones sólo han servido para restar credibilidad al rico legado de un condado que fue soberano e influyente sin necesidad de estas falsificaciones y leyendas más acordes con los anhelos de independencia del sector catalanista.* Publicado en Crónica de El Mundo 8/9/2013 Registro de donaciones del rey El "Llibre del Repartiment del Regne de València", actualmente conservado en el Archivo de la Corona de Aragón, en Barcelona, y que el archivero Próspero de Bofarull falseó el siglo XIX, era el registro en el que los escribas de Jaime I anotaron las donaciones de casas o de tierras que el rey hizo a los aragoneses, catalanes, navarros, ingleses, húngaros italianos y franceses que participaron con él en la conquista de Valencia de 1238. Los bienes repartidos habían sido previamente expropiados a los musulmanes, quienes en su mayoría huyeron hacia el sur. Por aquellas fechas se calcula que en el Reino de Valencia vivían unas 200.000 personas mientras que los repobladores han sido cifrados por los especialistas en unos cuantos miles. El número de habitantes del reino, tras esta inmigración aragonesa y catalana, habría aumentado de esa manera un 5%. En el "Llibre del Repartiment" se puede leer la filiación del receptor de la vivienda o terreno y los bienes que se le asignan. Ante el predominio de apellidos castellanos y navarros, en 1847 Próspero de Bofarull tachó del histórico volumen algunos asientos y los sustituyó por nombres catalanes. Y Colón nació en Cataluña El disparate arranca no sólo de los tiempos del archivero Mascaró, allá por el 1847. Hoy, 166 años después de aquello, otro catalán, Jordi Bilbeny, filólogo e investigador, toma el relevo y se presta a reescribir la Historia. El autor de "El dit d'en Colom: Catalunya, l'Imperi i la primera colonització americana, 1492-1520 [El dedo de Colón: Cataluña, el Imperio y la primera colonización americana]", su último libro, sostiene que el descubridor nació en Cataluña y que partió desde el puerto de Pals, Gerona, en busca de nuevos mundos. Suya es también la teoría de que Santa Teresa fue abadesa del monasterio de Pedralbes y que Cervantes escribió "El Quijote" en catalán. ¿Donde está el texto? Nadie lo sabe. Bilbeny, que se autodenomina historiador, ha admitido a EL MUNDO haber recibido subvención o ayuda para sus conferencias de ayuntamientos y diputaciones de CiU. (JULIO MARTÍN ALARCÓN, 21/09/2015)


De los confines de Asia al Triángulo de las Bermudas. De la búsqueda de la clavícula del Rey Salomón a una expedición hacia el continente perdido de la Atlántida. Los ojos de Corto Maltés han escrutado los más lejanos horizontes en un mundo sin GPS, el de los albores del siglo XX. Un mundo que ya se desmoronaba, en el que los sables aún convivían con las armas de fuego, los caballos con los tanques y las largas travesías marítimas con los coches. Casi 20 años después de la muerte de su creador, el gran Hugo Pratt -que hizo de Maltés una suerte de alter ego suyo, con el que a menudo se confundiría autor y personaje-, el legendario viajero regresa con una nueva aventura que lo llevará hasta Alaska y el Ártico. Son dos españoles, Rubén Pellejero y Juan Díaz Canales, quienes firman el esperado regreso de este Ulises moderno, por cuyas venas corre sangre ibérica: Corto Maltés es hijo de una gitana de Sevilla apodada la niña de Gibraltar (que hasta habría posado como modelo para Ingres) y de un marino de la Royal Navy del Reino Unido.«No me desagrada la idea de que alguien pueda algún día retomar a Corto Maltés», decía Hugo Pratt poco antes de morir, casi como premonición, intuyendo que su personaje, al que dotó de tantos rasgos de su propia personalidad y biografía, aún navegaría por mares lejanos y escenarios que ni siquiera él habría imaginado. España, Italia y Francia, a través de las editoriales Norma, Rizzoli y Casterman, se han aliado en una magna e insólita coproducción europea (al menos en la escala del noveno arte), para resucitar al héroe trotamundos, con el beneplácito de la que fuera colaboradora y colorista de Pratt durante 17 años, Patrizia Zanotti. Zanotti, entre otras cosas, es la directora de la empresa Cong, propietaria de los derechos del personaje. Con un título al más puro estilo Pratt, Bajo el sol de medianoche, Corto Maltés regresa con otra aventura clásica, épica, en la mejor tradición de Joseph Conrad o Robert Louis Stevenson: una historia llena de batallas y traiciones, con el telón de fondo de un tesoro misterioso y salpicada de libros y versos. La literatura actúa como motor de la historia: antes de morir (los autores especulan con la leyenda de si fue un suicidio o una sobredosis de morfina), Jack London deja una carta para Corto en la que le encarga la misión de encontrar a una antigua amante, con la promesa de un tesoro de por medio. Ya en el álbum-precuela La juventud, ambientado en 1904, Hugo Pratt hizo que un jovencísimo Corto conociera a Jack London en Manchuria, donde era corresponsal en la guerra ruso-japonesa. Fue precisamente el escritor quien le presentó a Rasputín, el loco desertor ruso de instintos homicidas que se convertirá en algo así como el mejor amigo de Corto. «Nos importaba que se respirara el ambiente y la atmósfera de Hugo Pratt. No es una copia, nunca ha sido la intención. Queríamos aportar algo nuevo respetando la esencia del personaje», admite Rubén Pellejero, que ha dibujado al viejo Corto de siempre, pero con un aire más contemporáneo. Esa silueta con el petate al hombro, caminando por uno de tantos puertos, con las gaviotas recortadas en el cielo, el fular al viento y el pitillo en la boca, en la que se adivina una sonrisa irónica... Una estampa 100% prattiana que irrumpe en las primeras viñetas del álbum. Pero Pellejero incluso la mejora con unos paisajes más preciosistas y sofisticados, manteniendo esa paleta cromática de tonos pastel que remite a los fondos difuminados de Pratt y a sus acuarelas. La elección de Pellejero, creador del personaje Dieter Lumpen (ese antihéroe aventurero que nació en la revista Cairo en 1986), no ha sido casual: su obra bebe directamente de la influencia y estética de Hugo Pratt. «Corto es más que un personaje de cómic, es un icono», admite Pellejero, que incluso ha potenciado esa elegancia y el porte de dandi rebelde a lo James Dean que convirtió a Corto en modelo de Christian Dior en un perfume llamado Eau Sauvage. Aquí un amigo«Corto es el amigo que todos quisiéramos tener. Es cínico como todos los antihéroes, pero recoge los valores caballerescos del mundo romántico. No piensa matar por grandes ideales, le importan más las personas que las causas. Es un humanista y respeta al enemigo caído», describe el guionista Juan Díaz Canales, autor de Blacksad, que le valió un premio Eisner (los Oscar del cómic) en Estados Unidos. En el siglo de lo digital, Corto Maltés se perfila como el último héroe romántico. «Su figura y todos los valores que representa sigue siendo muy necesarios, especialmente hoy en que ciertos conceptos, como lealtad u honestidad, parecen pasados de moda», añade Canales. La primera historieta de Corto se publicó en la revista italiana Sgt. Kira, en 1967, con la mítica La balada del mar salado, en la que el protagonista aparece a la deriva en alta mar, abandonado por su tripulación, un atajo de piratas buscavidas que lo traicionan. Cronológicamente, la acción de su aventura en Bajo el sol de medianoche se sitúa tan sólo unos meses después de La balada..., en el año 1915. Canales y Pellejero construyen una narrativa exquisita, llena de sutilezas, en la que los gestos, las miradas y los silencios expresan todo lo que es -y todo lo que calla el personaje-, siguiendo el legado de Pratt, que rompió los esquemas de la época con su manera de contar historietas. Aunque hoy ya esté absolutamente normalizado, en los 70 los trazos expresionistas y esquemáticos de Pratt, con un dibujo esencialista y depurado, a veces incluso tosco, que huía de cualquier canon académico, revolucionaron el cómic europeo de la línea clara. Pratt fue un gran maestro del blanco y negro, jugaba con el vacío e imprimía un ritmo cinematográfico y un tempo veloz a esas viñetas sin textos, con paisajes en los que se pierden los pensamientos no formulados de Corto y esa mirada soñadora de quien ha visto atardeceres en Etiopía o Argentina. Desde sus inicios, Pratt admiró profundamente el cómic norteamericano de Will Eisner (el creador de The Spirit) y, sobre todo, de Milton Caniff, el llamado Rembrandt del cómic, al que nunca se cansó de reivindicar. «A veces Pratt ni siquiera ponía fondos, lo que da una fuerza mayor al dibujo. Su trazo era de una modernidad absoluta y evolucionó a lo largo de su carrera. A veces bebía de los códigos de la aventura clásica o se tornaba más detectivesco y policial. No siempre repite el mismo esquema, lo que nos da una libertad creativa enorme», apunta Pellejero. Realidad y ficciónHugo Pratt se movía con habilidad por la fina frontera entre realidad y ficción, con álbumes históricos llenos de datos y documentación que extraía de los más de 20.000 volúmenes de su famosa biblioteca en Suiza. Introducía sin reparos personajes históricos en sus historietas: Corto llegó a conocer a James Joyce en Trieste, al dramaturgo americano Eugene O'Neill en Argentina, al famoso ladrón de bancos Butch Cassidy e incluso a un joven portero de hotel llamado Vissariónovich Dzhugashvili que después dirigiría la URSS con puño de hierro bajo el nombre de Stalin (y que, por cierto, evitará que Corto sea fusilado). La propia vida de Pratt guarda muchas similitudes con la de Corto: vivió en Venecia hasta los 10 años, cuando su padre fue destinado a Etiopía en la II Guerra Mundial tuvo que alistarse contra su voluntad al ejército de Mussolini. Desertó y trabajó como traductor para los aliados, fue prisionero de los alemanes, vivió 10 años en Buenos Aires, también en Londres, París, Italia y Lausana, donde falleció un día de verano de 1995. Una vida de novela que Pratt plasmó en los viajes de Corto. «Hay espacios biográficos de Corto Maltés que no se han desarrollado. Aún quedan muchos vacíos por llenar y muchas historias por contar. El propio Pratt se cuidó mucho de no cerrar la cronología de Corto Maltés», explica Canales. Algunos de esos espacios en blanco son los años 20 y 30, por ejemplo, que podrían situar a Corto «en el incipiente Hollywood o en la República de Weimar», según fantasea Canales, que promete más horizontes para Corto. Pratt también quiso dejar en la bruma el final de Corto: parece ser que desapareció en la Guerra Civil española, mientras luchaba con las Brigadas Internacionales. Pero, ¿qué significa eso de desaparecer? VANESSA GRAELL, 25/09/2015
Carlos V Banqueros:
Los ingresos ordinarios que nutrían las arcas del Emperador fueron insuficientes ante la envergadura política y militar de su dominio. Los recursos corrientes de la Real Hacienda carecían de la liquidez y de la regularidad tan precisas al dinero político con que se pagaba al diplomático, al consejero o al militar, prototipos del siglo. Con posterioridad, se guardará la fama del monarca, pero se reprocharán los empeños económicos en escenarios de combate infructuosos como La Goleta, "gomia o esponja y polilla de la infinidad de dineros que allí sin provecho se gastaban, sin servir de otra cosa que de conservar la memoria de haberla ganado la felicísima del invictísimo Carlos Quinto". También en El Quijote, se menciona a quienes negociaban individualmente o en compañía los asientos, las escrituras de suministro y giro de crédito a los monarcas. El caballero andante quiere ser un Fúcar para remediar los apuros materiales de su señora. Castellanizaba el apellido de la saga de alemanes que había pagado los sobornos para la elección imperial de Carlos y que, en lo sucesivo, financió los agobios de su reinado a cambio de cuantiosas prebendas. Los banqueros aceptan la puja a favor de Carlos y acaban con las opciones de Francisco I No fueron los únicos. Como estos Fugger católicos, los Welser -aunque próximos a las doctrinas protestantes- acudieron en ayuda de las finanzas imperiales. La larga nómina de acreedores refleja nacionalidades variadas: los también germánicos Adler y Hochstátter; pronto, flamencos, florentinos o genoveses; poco a poco, pero efímeramente, castellanos.Los costes que se impusieron a este crédito imperial fueron elevados. Las grandes remesas de plata americana fueron insuficientes y el incremento vertiginoso de los intereses -al 12 por ciento anual reconocido, pero operando en la práctica al 20 ó 30 por ciento cuatrimestral- condujo a situar sus amortizaciones sobre las rentas y derechos de la Corona, en ocasiones mediante la delegación de su total administración en manos de las compañías internacionales. Las tierras de la Venezuela recién descubierta, los Maestrazgos de las Órdenes militares, las recaudaciones de la Bula de la Santa Cruzada, las pagadurías de los Consejos... el régimen fiscal castellano se plegó a lo largo del siglo a los requisitos de la deuda que se disparó: 6.327.000 ducados entre 1520-1532; 6.594.000 entre 1533-1542; 10.737.000 entre 1543-1551; 14.351.000 entre 1552-1556...Préstamos para financiar guerrasCon todo, en época del Emperador, las repercusiones de estas colosales operaciones financieras fueron relativamente positivas para el tejido económico castellano. La prohibición de exportación de los metales preciosos desde Castilla, donde liquidaban sus créditos e intereses los banqueros cosmopolitas, fomentó el comercio de manufacturas y materias primas peninsulares. La mecánica de los créditos animó gran parte de la coyuntura expansiva del Quinientos. La prohibición de exportación de los metales preciosos desde Castilla fomentó el comercio de manufacturas y materias primas peninsulares Todavía en 1551, los Grimaldi concluyeron con el Emperador un contrato que les aseguraba el valioso monopolio de las importaciones a los Países Bajos de alumbre español, mineral básico en la tintura de los paños manufacturados, "tan necesario como el pan para el hombre", escribiría Vannuccio Biringuccio. Se necesitaban nuevos préstamos ante los inminentes conflictos con Francia, y para los banqueros -deseosos de reembolsarse sus anticipos sobre la plata indiana- la inversión de los importes cobrados por sus créditos en mercancías exportables de alto valor estratégico multiplicaba sus beneficios. Con Felipe II, aumentados los estragos de las guerras imperiales sobre la Hacienda, las licencias de saca de metales preciosos menudearon y el drenaje de la plata americana -que duramente había filtrado el César Carlos a sus banqueros- se hizo irremediable sin contraprestaciones en otros sectores productivos. La república internacional del dinero -alemana primero, luego genovesa- fue la auténtica dueña del Imperio y única autoridad indiscutida. Como evidencia palmaria, el motín salvaje de los tercios sin paga: saquearon Amberes durante la furia española de 1576 y sólo se detuvieron ante la sucursal bancaria de los Fúcares, respetada ante el grito alarmado de los capitanes: "¡Alto aquí, que esto es de los alemanes!". (Bernardo Hernandez, 30/09/2015)

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