Ingmar Bergman

 

 

     
 

Ingmar Bergman (1918-2007):
Hijo de un pastor luterano y madre de origen valón, Ingmar Bergman nació en el seno de una familia muy estricta, en la que la buena conducta y la represión de los instintos se consideraban virtudes. No resulta pues extraño que, tanto él como su hermana Margareta, se refugiaran en un universo imaginario: juntos compraban trozos de película para el proyector familiar y construyeron también un teatro de marionetas. Bergman no contaba aún veinte años cuando dejó a sus padres para instalarse en Estocolmo. Desde entonces, se dedicó al teatro universitario y fue en esta época, entre finales de los 30 y comienzos de los 40, cuando entabló amistad con Erland Josephson y Vilgot Sjöman. En 1942, tras el estreno de una de sus obras, La muerte de Punch, Bergman fue invitado a formar parte del equipo de guionistas de la Svensk Filmindustri, donde pasó dos años revisando guiones, mientras seguía escribiendo obras favorablemente acogidas por la crítica. De hecho, nunca dejó de trabajar para el teatro, aunque lo hiciera de forma intermitente. En la década de los 50 montó un promedio de dos obras nuevas cada invierno en el teatro municipal de Mälmo, poniendo en escena autores como Ibsen, Strindberg, Molière, Shakespeare y Tennessee Williams, y reservando los períodos estivales para el rodaje de sus películas. Ingmar Bergman está más marcado por su infancia que ningún otro director. Ya su primer guión, Tortura, llevado a la pantalla por el importante cineasta sueco Alf Sjöberg, se basa en un recuerdo personal: el terror que inspirara a Bergman uno de sus profesores, que le hizo objeto de todo tipo de vejaciones y novatadas en Estocolmo.

Crisis (1945):
Al año siguiente, 1945, la Svensk Filmindustri ofrece a Bergman la oportunidad de dirigir su primera película, Crisis, adaptación de una obra danesa cuyo protagonista, como en casi todos sus primeros trabajos, es un alter ego apenas encubierto del autor, que expresa así sus temores, ansiedades o aversiones o aspiraciones personales. Irremediablemente separado de su entorno, el ser humano se halla constantemente en conflicto con la autoridad en cualquiera de sus manifestaciones, sin tener ni siquiera posibilidad de creer en una fuerza superior. Si Barco hacia la India (1947) y Prisión (1948 ) son perfectamente representativas de este período, las dos últimas obras de esta década, La sed (1949) y Hacia la felicidad (1949), muestran una nueva preocupación en Bergman, que aborda el tema de la pareja enredada en una lucha sin cuartel. Prisioneros el uno del otro, los amantes protagonistas de sus películas se entregan a un combate cuerpo a cuerpo, un torneo oratorio despiadado con evidentes resonancias de Strindberg.

Juegos de Verano (1950) Los años 50 permitieron afianzarse a Bergman. Al principio de la década rodó dos brillantes historias de amor que exaltaban a la vez el esplendor del verano sueco y los fuegos efímeros de la pasión: Juegos de verano (1950) y Un verano con Monika (1952), donde alcanzó su plenitud la sexualidad de Harriet Andersson. A partir de entonces, dos temas se entrecruzan constantemente en su filmografía: el primero, reflexivo y filosófico, analiza la angustia de un mundo que se interroga sobre Dios, la dicotomía Bien/Mal y, de una forma más general, sobre el sentido de la vida; el segundo, cáustico, brillante y satírico, borda sutiles variaciones sobre la incomunicación en el seno de la pareja.

Noche de circo (1953) La carrera de Bergman en Suecia estuvo a punto de verse frenada a causa de la desfavorable recepción crítica de Noche de circo, un análisis mordaz del deseo, el sentimiento de culpa y la vulnerabilidad humana. Pero la obtención por parte de Sonrisa de una noche de verano del Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes de 1955, volvió a situarle en posición privilegiada y le permitió abordar un proyecto que acariciaba desde tiempo atrás.


Persona - 66 Persona La carcoma Sonrisas de una noche

Sonrisas de una noche de verano:
Especie de vaudeville de múltiples personajes, desarrollado en Suecia durante el verano de 1900. Es una de las más desenfadadas escritas y dirigidas por Bergman, la primera de las suyas que gana un premio en un festival internacional y la que le da a conocer fuera de su país. Clara influencia de Shakespeare y en menor medida de Jean Renoir de La regla del juego (La regle du jeu, 1939), que será transmitida a Woody Allen, que hace una especie de parodia en A Misdummer night's sex comedy (1982).


Viaje al castillo Ajedrez Fresas salvajes-56

El séptimo sello (1956):
Alegoría sobre la vida y la muerte donde refleja a la vez su concepción afectiva e intelectual de Dios y su intuición del posible holocausto nuclear.

El clamoroso éxito obtenido por el film ofreció la posibilidad de dirigir, uno tras otro, cuatro importantes títulos: el primero fue Fresas salvajes (1956), con el director de cine Victor Sjöstrom como protagonista. Bergman recurriría nuevamente a sus recuerdos de infancia para efectuar un acercamiento lúcido y benévolo a la vejez, con toda su carga de lamentos y recriminaciones. Rodó después En el umbral de la vida (1957), un ejercicio de apariencia más documental que disecciona las reacciones de tres mujeres ante la maternidad. En El rostro (1958 ), un mago que no es otro que el propio Bergman se gana la vida fascinando al público y exponiéndose a la vez a sus sarcasmos.

El manantial de la doncella (1959) es una cruel historia de violación, asesinato y venganza, basada en una balada medieval.


Fresas salvajes-56 El manantial de la doncella Los comulgantes Los comulgantes

En el transcurso de los años siguientes, el estilo de Bergman experimentaría un cambio sensible. El cineasta aborda una etapa aparentemente austera. Una técnica más depurada, una temática más profunda y un marco infinitamente menos brillante se ponían al servicio de un pensamiento inquieto y desgarrado: el cineasta reconciliaba forma y fondo. La trilogía formada por Como en un espejo (1961), Los comulgantes (1962) y El silencio (1963) le permitió ajustar cuentas definitivamente con su educación religiosa. Dejando a un lado su preocupación por el lugar del hombre en el Universo para considerar el del artista en el seno de la sociedad, Bergman se convirtió en portavoz intelectual de su tiempo, persuadido de que el ser humano había llegado a una fase crítica de su evolución y de que la apatía del mundo moderno era tan sólo el reflejo de un cierto desencanto.


Correrías de Johan Ester y Anna

El Silencio (1963):
[Tysnaden] Sólida obra, que en su momento no tiene graves problemas de censura. Cierra la trilogía sobre el silencio de Dios (integrada por Como un espejo y Los comulgantes), y es una de las más personales escritas y dirigidas por Bergman. Narra con una rara fuerza, y en una atmósfera heredera del expresionismo alemán de los años veinte, la estancia en un hotel de una ciudad desconocida de las hermanss Ester (Ingrid Thulin) y Anna (Gunnel Lindblom), y Johan (Jörgen Linström), hijo de Anna, que regresan a Suecia, la enfermedad de Ester y los problemas sexuales de Anna. Los siete enanos españoles Eduardini que se hospedan en el hotel despiertan la curiosidad infantil de Johan.

Persona (1966):
Obra profundamente marcada por la influencia de Jung y el psicoanálisis, reunió a Bergman, que entonces vivía en la desolada isla de Färo, con la acrtiz noruega Liv Ullman. A su alrededor, el cineasta tejió en los años siguientes una serie de dramas que destacan por su crudeza y violencia, como La hora del lobo (1967), La vergüenza (1968) o Pasión. La carcoma, con Elliot Gould, que supuso un completo fracaso comercial.


Gritos y susurros (1972):
Alucinante estudio en color de los últimos días de vida de una mujer enferma de cáncer y del comportamiento de sus hermanas, es sin duda una de sus obras maestras.

Siempre fue consciente del impacto de la televisión, y desde 1969, año en que realizó El rito para la pequeña pantalla, mantuvo una relación fluida con el medio, también destino original de Secretos de un matrimonio (1973) y la adaptación de La flauta mágica (1974). En 1976, un escándalo fiscal llevó a Begman a exiliarse en Munich, donde dirigió para Dino de Laurentiis El huevo de la serpiente (1977), ambiciosa reconstrucción del Berlín inmediato a la posguerra. La película se hizo eco del desasosiego y las preocupaciones del realizador como ocurrió también en De la vida de las marionetas (1980), donde se reflejan la impotencia y el sentimiento de fracaso de un individuo perseguido por la sociedad.


Sonata de otoño-78 Sonata de otoño Secretos de un matrimonio73 Secretos de un matrimonio


Fanny y Alexander (1982): Anunció que sería su última producción para la pantalla grande. Fuertes connotaciones autobiográficas aclaran retrospectivamente los temas de su obra: la fascinación por el mundo de los actores, el temor a los tabúes religiosos, la complicidad con el universo femenino, el descubrimiento de la muerte... Todo dentro del marco de una gran familia de Upsala a principios del siglo XX, visto a través de los ojos de un niño de doce años que, una vez más, puede considerarse el alter ego de Bergman.

Televisión: A partir de entonces, trabaja regularmente en el medio televisivo, para el que dirige títulos como Después del ensayo (1983), Los dos bienaventurados (1986) o En presencia de un payaso (1997), mientras que sus guiones son llevados al cine por otros cineastas, generalmente cercanos a su entorno, como su hijo Daniel Bergman, firmante de Niños del domingo (1992), el danés Bille August, que trasladó a la pantalla Las mejores intenciones (1992), y su ex-compañera sentimental, la actriz y directora Liv Ullman, realizadora de Confesiones privadas (1997) e Infiel (2000).


Saraband Saraband Saraband Fanny y Alexander


Saraband (2003):
Su último film, una especie de secuela de Secretos de un matrimonio con los mismos actores que en la primera parte, pero con 30 años más. El viejo profesor no desperdicia la ocasión de volver a humillar a su hijo músico que nunca logró su respeto por su mediocre éxito profesional.


El manantial de la doncella (1958):
Despunta poco en los textos y conversaciones sobre Bergman; para sus píos exégetas suele constar como título transitorio, y además supone, junto a su siguiente película, “El ojo del diablo”, un ejemplo de insatisfacción declarado por el propio autor. En segundas lecturas, sin embargo, “El manantial de la doncella” no apunta a un Bergman menor ni menos entregado a sus habituales motivos. Es más, que excepcionalmente el gran realizador sueco optara por reducirlos al bosquejo, insertándolos en una historia sencilla de delito y venganza, contribuyó a que sus mayores virtudes traslucieran con insólita naturalidad. Quizá la injusta devaluación de este relato medieval extraído de una antigua balada escandinava, que el director rodó en la plenitud vital de sus 40 años, haya que buscarla en su mala situación estratégica, entre “Fresas salvajes” o “El rostro”, y la etapa inmediatamente posterior, madrina de pilares como “Los comulgantes” y “Como en un espejo”. Aun así, el conflicto intelectual, de honda raíz sartriana, entre ser y existir; el absurdo, la angustia, la destrucción de la identidad subjetiva y el potencial poético de su amalgama, se encuentran tan presentes en esta película como en aquellas, aglutinando en la figura del padre (Max Von Sydow) la agria contradicción entre la cotidianidad terrenal y la sumisión religiosa propias de la época. De tan adusto y creyente, Töre personifica los ceremoniales de una vida marcada por la trascendencia, que lo reducen a la sombra de un hombre hasta que descubre que su única hija, Karin (Birgitta Petersson), ha sido violada y asesinada en el bosque por los mismos pastores que, al caer la noche, acaba de acoger en su hogar. Nunca esa profundidad inextricable de Bergman, parte mito, parte realidad, quedó tan en solfa como con la funcionalidad y concreción formal que el director empleó para rodar esta historia, incluso a la hora de enunciar su metáfora última, a la que toda la cinta sirve de prólogo. La cámara testimonia la planificación de un continuo tableau de aliento pictórico, cuya dinámica es todo menos arbitraria, y en el que la absorbente sensación de que los personajes son marionetas manejadas desde arriba se flexibiliza a la hora de mostrar por igual la mezquindad (humana, demasiado humana) de cristianos y paganos. La princesa virginal, ahora muerta, en realidad lo era sólo en apariencia; su madre, Märeta (Birgitta Valberg), se culpa de lo sucedido “por amarla a ella más que a Dios”, y otro tanto se apunta la descarriada Ingeri (Gunnel Lindblom), consumida por su condición adoptiva y la disidencia de su culto a Odín, cuando el ente más cercano a la santidad es, claramente, el benjamín de la cuadrilla de asesinos (Ove Porath), cuya infancia e inocencia no obstan para que Töre le quite la vida igual que a sus hermanos mayores. Bergman propone también una extraña sensualidad de los opuestos en las escenas previas a la violación, con una Karin que coadyuva sin querer al fatal desenlace mientras se pierde en sus deleites de niña mimada, y unos pastores libidinosos (Tor Isedal y Axel Düberg) forzando un cortejo imposible mientras los planos se cierran, primero sobre los rostros, y sobre el grupo más tarde. Mientras tanto, Dios, que prefiere divertirse a guardar silencio, deposita en el sapo que la envidiosa Ingeri había introducido en el pan de la joven la revelación del mal que está a punto de acometerse, y que a modo de desquite premonitorio, de negligencia hipócrita, queda a los ojos silenciosos del cuarteto durante el instante previo a la tragedia: “¿Aún no habías visto Mi señal? Pues para ti ya es tarde, hija Mía”, parece excusarse el Creador. En efecto, Dios no calla del todo, pero está sordo y reacciona tarde, y para colmo sólo responde a la voz de los aduladores, de forma que cuando Töre halla el cuerpo de su primogénita y alza sus manos al cielo, prometiendo expiar sus pecados levantando una iglesia en el mismo lugar, el Todopoderoso se despereza con un truco de ilusionista y hace que de allí brote agua, dejando a sus títeres humanos entre el consuelo inútil y el ejercicio de poder implícito en tan inescrutable designio. “El manantial de la doncella” es, en definitiva, la constatación de un desequilibrio, el de de la omnipotencia del Ser Supremo respecto a su ajenidad y sus caprichosas fluctuaciones. (David Fuentefría, 2016)

 

 

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