Internet: Tendencias             

 

Internet: Tendencias:
[La revolución de Internet en la empresa]
De manera callada, Internet penetra en nuestras vidas y negocios. Es una revolución silenciosa y sorda que en los últimos cinco años ha provocado más disrupción en la sociedad y el mundo empresarial que en los anteriores quince. Y los cambios que han llegado de su mano son ya realidades sin vuelta atrás: • Modelo publicitario alrededor del buscador. Si una marca no está en la primera página del buscador, no existe. Para lograrlo existen estrategias de SEO (Search Engine Optimization) para obtener el posicionamiento natural, o de SEM (Search Engine Marketing) para aparecer en los espacios publicitarios de pago. Con un modelo basado en la puja, en el pago por click, escalable y capilar, accesible a cualquier anunciante por pequeño que sea, Google es hoy el principal soporte publicitario del mundo. • Revolución sin paliativos de la industria musical. El CD se ha convertido en un vintage tan romántico como el disco de vinilo. La combinación de iPod y iTunes con descarga de canciones de pago y, posteriormente, el modelo de Spotify de consumo gratuito en streaming a cambio de publicidad, que llegó en 2008, han implantado las bases de un negocio musical completamente distinto y perfectamente legal. Nunca antes se había consumido tanta música. • Consolidación del comercio y consumo electrónico de servicios y productos fácilmente transformables en bits. Hay muchas actividades que ya no nos planteamos realizar fuera del entorno digital, como la compra de billetes de avión, reserva de hoteles, gestión de fotografías o, incluso, servicios de e-government como la declaración del IRPF.

• Acceso a los consumidores mediante las redes sociales. Las hay de todo tamaño o temática. Desde las más generalistas como Facebook, con casi 700 millones de usuarios (que va de camino en convertirse en un Internet dentro de Internet), las redes de profesionales como LinkedIn o los fenómenos de microblogging como Twitter. Están integradas con el móvil y son capaces de proporcionar información y contenidos de carácter local. No sólo son cotidianas en nuestras vidas, sino un canal de marketing con posibilidades aún por descubrir. • Vídeo en Internet como alternativa a la hegemonía de las cadenas de televisión. Tecnologías como Youtube (creada en 2005) han hecho posible un creciente consumo de vídeo en streaming a través de Internet. A esta ventana gratuita se une la impresionante tendencia de los usuarios a generar contenidos y alojarlos en la Red (se cuelgan 40 horas de vídeo cada minuto), con lo que en este lugar se encuentran oferta y demanda audiovisual en magnitudes jamás vistas. • Imparable convergencia digital de la telefonía móvil. En 2007, Apple lanzó el iPhone, el primer smartphone con una buena experiencia de usuario en Internet. Le siguió el sistema Android de Google (el que más crece). Hay ya en el mundo unos 3.000 millones de teléfonos móviles: los primeros mil millones se vendieron en 20 años; los segundos, en unos 4 años; y sólo en el último año se comercializaron otros mil millones. En 2011 habrá más dispositivos móviles (smartphones y tablets) conectados a Internet que ordenadores portátiles conectados a la Red. • Desarrollo y sofisticación del e-commerce de productos físicos. Compramos de forma diferente. Amazon e eBay abrieron el camino, pero en los últimos cinco años han despegado otros modelos como Zappos, basados en generar una buena experiencia de compra; como Alice, en compartir inteligencia de mercado y margen con los fabricantes; o los clubs de compra como BuyVip, Privalia o Vente-Privee. • Couponing y la compra en grupo. Groupon, Lets Bonus, Groupalia, Offerum y muchos otros han creado unas dinámicas de grupo para generar volumen de compra que permiten interesantes descuentos al usuario en una gran variedad de establecimientos. Y, ¡cuidado!, que los grandes ya están entrado en esta liza: se acaban de lanzar Facebook Deals y Google Offers. • Orientación a las tabletas. En 2010, Apple lanzó el iPad, la primera tableta. Podría parecer un móvil con pantalla grande o un PC portátil, pero realmente es una nueva categoría de producto con una rapidísima e intuitiva curva de aprendizaje con múltiples utilidades. Aparece toda una nueva industria de aplicaciones para adaptar el ecosistema digital alrededor de este dispositivo. • Nuevas profesiones digitales. Todo este ecosistema digital necesita de profesionales que sepan gestionarlo. Surgen nuevos oficios como programador de Internet, community manager, experto en mobile marketing, analista web, responsable de marketing digital, blogger o especialista en user experience. La revolución digital es, probablemente, la más potente que se ha vivido en el mundo empresarial en toda la historia. Sin embargo, a pesar de todas estas transformaciones del último lustro, no ha hecho más que empezar. (Nacho de Pinedo, 17/05/2011)


Internet y adaptación de nuevas formas políticas:
No ha llegado el momento de certificar la falta de capacidad transformadora de lo que se mueve en la Red. La democracia digital todavía no es mejor democracia, pero nos puede hacer mejores demócratas El pálpito social se mueve en el acelerado, discontinuo y disruptivo flujo digital La política debe abrazar la inteligencia de las multitudes como nutriente de soluciones El pasado 2 de marzo, Daniel Innerarity escribía el artículo Desenredar una ilusión, en el que cuestionaba “el mito de la democracia digital”. La tesis del filósofo es que los optimistas digitales, a los que denomina cyber-cons (aquellos que han previsto que Internet generaría una mayor participación ciudadana como consecuencia de la libre circulación de información), han fracasado porque “Internet no elimina las relaciones de poder sino que las transforma” en un ejercicio esnob y lampedusiano: que todo cambie para que nada cambie. La Red descentraliza el poder de las ideas, la economía y la sociedad… pero reproduce, finalmente, el poder ya existente, afirma Innerarity. Esta línea de pensamiento se fundamenta en reputadas voces y argumentos sólidos. Pierre Rosanvallon, por ejemplo, en su libro La contrademocracia advierte que la apelación a los ciudadanos, propia de la democracia directa, conduce a la tentación populista. Y que la política vigilada y fiscalizada puede derivar en antipolítica o impolítica, volviéndose irrelevante o materia incendiaria, no ya de los que quieren otra política sino de los que no quieren ninguna. Según el autor, la preocupación por inspeccionar la acción de los Gobiernos se convierte en estigmatización permanente de las autoridades legítimas hasta constituir una potencia negativa. Es la transformación de la original democracia del proyecto hacia una democracia del rechazo. Tzvetan Todorov, otro de los teóricos más destacados de estas corrientes de pensamiento, en su reciente texto Los enemigos íntimos de la democracia, amplía el análisis alertando sobre los enemigos “interiores” de las democracias y pone en el mismo saco el mesianismo democrático, el populismo y la xenofobia. Todos ellos apuntan los déficits y algunos problemas medulares. Tener buena parte de razón es quizás suficiente para emitir un juicio tan concluyente, pero también lo es para medir la fuerza de las palabras y optar por dar una oportunidad a lo imperfecto, porque es, sin duda, portador de un caudal de ilusión democrática (aunque los lados oscuros de la utopía digital nos obliguen a reflexiones y análisis menos fascinados y más realistas). No, todavía no ha llegado el momento de hacer un balance definitivo, de solemnizar y certificar la falta de capacidad transformadora de lo que se mueve en las redes sociales y en Internet. Todo lo contrario. Hay razones para la preocupación, sí. También para el juicio ponderado y crítico respecto a los peligros democráticos a los que nos enfrentamos si nos dejamos arrastrar por la fascinación de la multitud y su estética política. Sobrevalorar es tan equívoco como infravalorar. Y no se puede ignorar que la energía política y cívica, que se expresa en amplísimos sectores de nuestra sociedad a través de la cultura digital —aunque todavía de manera imperfecta, fragmentada y parcial—, representa una profunda corriente de capital político transformador. Esta cultura tecnológica, en su capacidad disruptiva y su penetración global, puede favorecer un ecosistema social en el que las personas pueden reconstruir su identidad individual y colectiva. Es la nueva conciencia del nosotros. Tres son los argumentos para transformar una ilusión no ilusa, aunque compleja. El Primero, los valores. La cultura digital está recreando una nueva escala de valores. Compartir, reconocer, participar son acciones que se convierten en valores de cultura política con nuevos registros y calidades. La democracia digital no es mejor democracia —todavía—, pero nos puede hacer —quizás— mejores demócratas. Más abiertos al diálogo, al debate, a la transversalidad. En Internet no se pregunta a las personas de dónde vienen, sino adónde van. Justo lo contrario que la vieja política analógica, prisionera de identidades excluyentes, de ideologías herméticas, de trincheras partidarias. Segundo, los medios. La politización de muchísimos jóvenes —y no tan jóvenes— empieza a veces por un “me gusta”, un clic o un retuit. ¿Por qué esto va ser menos relevante que cuando pegábamos carteles, o asistíamos a asambleas de palmeros? Que sea fácil activar una acción no significa que sea de peor calidad democrática. Lo relevante es que una nueva generación de ciudadanos globales está tomando conciencia política entre los fracasos del oportunismo digital del modelo Kony 2012 y los éxitos de tantas y tantas luchas que se dan y se ganan con un teclado entre manos. No es una ciudadanía ilusa, y aunque las dificultades y los retos sean abrumadores, no se decanta por el cinismo sino por el compromiso activo. Tercero, los temas. La Red no es tecnología. Es cultura. Es sociedad. Internet se ha convertido en un poderoso sensor social de temas y preocupaciones. Si la política quiere saber por qué se ha alejado, pareciendo irrelevante, de los problemas de la ciudadanía, debe reencontrar el camino conectándose. El pálpito social, con todas sus limitaciones, se mueve en el acelerado, discontinuo y disruptivo flujo digital. La velocidad, la brevedad y lo efímero son un signo de los tiempos, que debe ser complementado —y no negado— con otras prácticas que no impidan razonar, elaborar y organizar con nuevos mimbres y formatos. En vez de enjuiciar con severidad la irrupción de lo emergente, quizás se debería seguir denunciando la incapacidad de la política formal para adecuarse a la sociedad red. Y reconocer, como portadora de esperanza, a una generación política decepcionada pero que, en vez de “pasar de la política”, pasa “de la mayoría de los políticos”, que no es lo mismo. ¿No se merecen, además de reconocimiento, ánimo y confianza? ¿No es la ilusión por otro mundo mejor, otra política y otra cultura del trabajo y de la economía, motivo de esperanza democrática? Y sin ilusión… ¿qué política se ofrece? ¿La que tenemos? ¿La que ha provocado la desafección y la frustración más importante en nuestra corta democracia? La reconfiguración del conocimiento, la capacidad del empoderamiento de las multitudes y la superación del miedo y del individualismo, gracias a la colectividad, dotan a los movimientos sociales de una fuerza especial y mágica. Como afirma Manuel Castells, el sentido utópico de una democracia directa en red no es una tontería, tiene tal capacidad transformadora que hay que valorarla con seriedad. Todos los grandes movimientos sociales empiezan por una utopía. La fuerza del movimiento está ahí. Escuché una vez decir a Innerarity que “los filósofos debemos molestar, quizás es para lo único que servimos”. Pero ¿no deberían molestar, sobre todo, a los que se lo miran y no a los que actúan? Las dificultades de la cultura de la democracia directa para ofrecer una alternativa no son pocas ni pequeñas. Aunque lo profundamente imperfecto no es la alternativa, sino la oferta actual. No nos equivoquemos. Morozov afirma que “la Red genera ilusiones de grandes victorias políticas que son simples arañazos”. Pero hay zarpazos que son la esperanza de la política y de la democracia. El tono paternalista y categórico de algunos análisis no ayudan y rompen los pocos puentes que quedan entre lo establecido y lo utópico. Si la política formal desprecia e ignora la actual denuncia por su incapacidad propositiva en términos convencionales, perderá una oportunidad irrepetible para revitalizarse con el injerto de lo nuevo. La política debe abrazar la inteligencia de las multitudes, el crowdsourcing social, como nutriente de análisis y soluciones diferentes. Y su instrumento, los partidos, debe evolucionar a espacios de coworking político con otros y alternativos protagonistas. Tucídides decía: “Cualquier poder tiende a ir hasta el límite de su poder. ¡Ha llegado la hora de la vigilancia!”. Hagamos de la política vigilada una oportunidad para una democracia vigilante de derechos y deberes, de ciudadanos responsables, de poderes sometidos a la ley y a los valores democráticos, no por encima de ellos. Transformar la ilusión en acción y esta en alternativa. Este es el reto. (Antoni Gutiérrez-Rubí, 22/04/2012)


Privacidad:
Hoy hace exactamente dos años, en una habitación de un hotel de la ciudad de Hong Kong, tres periodistas y yo trabajábamos con nervios mientras esperábamos para comprobar la reacción del mundo ante la revelación de que la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, en sus siglas en inglés) mantenía registros de casi todas las llamadas telefónicas realizadas en Estados Unidos. En los días siguientes, aquellos periodistas y otros publicaron documentos que revelaban que Gobiernos democráticos vigilaban las actividades privadas de ciudadanos corrientes que no habían hecho nada malo. En cuestión de días, el Gobierno de Estados Unidos respondió presentando cargos en mi contra al amparo de leyes sobre el espionaje de la época de la Primera Guerra Mundial. Los periodistas fueron informados por sus abogados de que ellos también corrían el riesgo de ser detenidos o de recibir una citación si regresaban a Estados Unidos. Los políticos se apresuraron a condenar nuestros esfuerzos, por antiamericanos, e incluso por traidores. En mi fuero interno, hubo momentos en que me preocupó la posibilidad de que hubiéramos puesto en peligro nuestras vidas privilegiadas para nada, de que la opinión pública reaccionara con indiferencia, o adoptara una actitud de cinismo ante las revelaciones. Nunca he dado bastante las gracias por estar tan equivocado. Descubrimos de nuevo que un derecho no vale por lo que esconde, sino por lo que protege Y es que dos años después, la diferencia es profunda. En un solo mes, los tribunales estadounidenses declararon ilegal el programa invasivo de seguimiento de llamadas telefónicas de la Agencia Nacional de Seguridad y el Congreso lo desautorizó. Tras una investigación realizada por la Casa Blanca, que concluyó que este programa nunca había detenido ni un solo ataque terrorista, hasta el presidente, que llegó a defender su razón de ser y criticó que fuera revelado, ha ordenado ahora su cierre. Este es el poder de una opinión pública bien informada. Poner fin a la vigilancia masiva de las llamadas telefónicas privadas en aplicación de la Ley Patriótica (Patriot Act) estadounidense es una victoria histórica para los derechos de todos los ciudadanos, pero solo es el último fruto de un cambio en la toma de conciencia global. Desde 2013, instituciones de toda Europa han declarado ilegales otras leyes y operaciones semejantes y han impuesto nuevas restricciones a futuras actividades. Naciones Unidas proclamó que la vigilancia masiva constituía una violación de los derechos humanos sin paliativos. En América Latina, los esfuerzos de ciudadanos de Brasil dieron lugar al Marco Civil, primera Declaración de los Derechos en Internet en todo el mundo. Reconociendo el decisivo papel que desempeña una población bien informada a la hora de corregir los excesos del Gobierno, el Consejo de Europa pidió la promulgación de nuevas leyes que impidan la persecución de aquellos que denuncian irregularidades. Más allá de las fronteras de la ley, los progresos se han producido con mayor rapidez si cabe. Los técnicos han trabajado de modo incansable para rediseñar la seguridad de los dispositivos que nos rodean, junto con el propio lenguaje de Internet. Se han detectado y corregido deficiencias secretas en infraestructuras críticas que los Gobiernos han aprovechado para facilitar la vigilancia masiva. Salvaguardias técnicas básicas como la encriptación —antes considerada esotérica e innecesaria— están habilitadas ahora por defecto en los productos de empresas pioneras como Apple, lo que garantiza que, aun en el caso de que suframos el robo del teléfono, nuestra vida privada sigue siendo privada. Estos cambios estructurales de carácter tecnológico pueden garantizar el acceso a privacidades básicas más allá de las fronteras, aislando a los ciudadanos corrientes de la aprobación arbitraria de leyes contra la privacidad, como las que ahora se abaten sobre Rusia. Aunque hemos recorrido un largo camino, el derecho a la privacidad —fundamento de las libertades consagradas en la Carta de Derechos de Estados Unidos— sigue estando bajo amenaza por parte de otros programas y autoridades. Algunos de los servicios en línea más populares del mundo han sido reclutados como colaboradores en los programas de vigilancia masiva de la Agencia Nacional de Seguridad, y las empresas de tecnología reciben presiones de Gobiernos de todo el mundo para que trabajen en contra de sus clientes en vez de hacerlo en su favor. Se siguen interceptando miles de millones de registros de localización y comunicaciones de teléfonos móviles por orden de otras autoridades, sin tener en cuenta la culpabilidad o inocencia de los afectados. Nos hemos enterado de que nuestro Gobierno debilita de forma intencionada la seguridad fundamental de Internet con “puertas traseras” que transforman las vidas privadas en libros abiertos. Se siguen interceptando y vigilando metadatos que revelan las asociaciones personales y los intereses de usuarios corrientes de Internet en una escala sin precedentes en la historia: mientras usted lee estas líneas, el Gobierno de Estados Unidos está tomando nota. Fuera de Estados Unidos, responsables de espionaje de Australia, Canadá y Francia han aprovechado tragedias recientes para tratar de obtener nuevos poderes intrusivos, a pesar de los abrumadores indicios de que tales autoridades no habrían impedido en modo alguno los ataques. El primer ministro británico, David Cameron, reflexionó recientemente: “¿Queremos permitir que exista un medio de comunicación entre la gente que ni siquiera podemos leer?”. No tardó en encontrar él mismo la respuesta, y proclamó que “durante demasiado tiempo hemos sido una sociedad pasivamente tolerante, en la que decíamos a nuestros ciudadanos: siempre que acates la ley, te dejamos en paz”. Al comenzar el nuevo milenio, pocos imaginaban que los ciudadanos de las democracias desarrolladas no tardarían en verse en la necesidad de defender el concepto de sociedad abierta contra sus propios dirigentes. Pero el equilibrio de poder está empezando a cambiar. Estamos presenciando la aparición de una generación posterior al terror, una generación que rechaza una visión del mundo definida por una tragedia singular. Por primera vez desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, vemos atisbos de una política que se aparta de la reacción y el miedo en favor de la resiliencia y la razón. Con cada victoria en los tribunales, con cada cambio en la ley, estamos demostrando que los hechos son más convincentes que el miedo. Y, como sociedad, estamos descubriendo de nuevo que el valor de un derecho no reside en lo que esconde, sino en lo que protege. (Edward Snowden, 05/06/2015) Existe desde hace tiempo una sutil guerra de posiciones en torno a la privacidad. Por una parte, gobiernos y agencias de inteligencia; por otra, organizaciones de la sociedad civil y de defensa de los derechos humanos. Es una guerra larga, en la que la ventaja inicial de los segundos se convirtió en sonora derrota por KO después de los atentados del 11-S en Nueva York, con una lenta, difícil pero continua recuperación de estos segundos desde que Snowden confirmara públicamente la existencia de un programa de la NSA de vigilancia global de las comunicaciones llamado PRISM. En el último round, los segundos han conseguido limitar los poderes de la NSA y que la ONU se posicione a favor de la encriptación y el anonimato online. Ha llovido mucho ya desde 2001, cuando el Parlamento Europeo inició una investigación sobre la existencia de un sistema global de intercepción de las comunicaciones privadas y comerciales, llamado entonces ECHELON. Las investigaciones habían empezado en el año 2000, con el objetivo de descubrir si Estados Unidos y sus aliados estaban espiando ilegalmente las comunicaciones globales en lo que algunos llamaron un “Gran Hermano sin causa”. En la primavera de 2001 una delegación de la UE viajó a Washington para hacer indagaciones, pero sus contrapartes estadounidenses cancelaron todas las visitas y EE. UU. volvió a negar, a pesar de las evidencias, la existencia del programa. En julio la delegación presentó su informe, que fue aceptado por el Parlamento el 5 de septiembre de 2001. Días después caían las Torres Gemelas. Las consecuencias políticas del ataque de Al-Qaeda son de sobra conocidas: la Patriot Act, PRISM y la creación de “puertas traseras” en los sistemas de comunicación de grandes empresas para acceder a los datos de los usuarios de todo el mundo sin ningún tipo de supervisión judicial. Snowden inauguró en 2013 el tercer round de este combate particular, permitiendo a las organizaciones de defensa de los derechos humanos recuperar la iniciativa y entonar un largamente silenciado “¿lo veis?”. Desde entonces, todos los actores del combate se encuentran en un cuerpo a cuerpo que a menudo ampara el inmovilismo. Los gobiernos europeos quieren explicaciones de EEUU, pero sin romper relaciones. América Latina se posiciona para liderar la iniciativa legislativa en protección de la privacidad, pero Dilma Rousseff anuncia junto a Mark Zuckerberg una controvertida iniciativa para proporcionar wifi gratuito en las favelas en unas condiciones que algunos han denunciado por vulnerar el principio de la neutralidad de la red, la libertad de expresión y la igualdad de oportunidades. Y mientras, el largamente anunciado reglamento europeo de protección de datos se eterniza entre pasillos y presiones inconfesables. El último gancho, no obstante, se lo han apuntado las organizaciones de la sociedad civil. El relator especial de las Naciones Unidas para la promoción y la protección de la libertad de expresión acaba de publicar un informe dedicado exclusivamente a defender el anonimato online y la encriptación como requisitos para el disfrute de la libertad de opinión y expresión. La posición del relator sorprende porque hasta ahora en general se hablaba de la encriptación como algo negativo, propio de quien tiene algo que esconder. Encriptar es el proceso matemático por el que un mensaje o cualquier tipo de información es convertido a un formato que sólo puede leer (desencriptar) la persona a quien va dirigido el mensaje, impidiendo o dificultando la intercepción. Países como Brasil, Venezuela, Rusia, Australia y algunos europeos ponen impedimentos legales a la encriptación, llegando incluso a prohibirla en sus constituciones e ignorando así que la mayor parte de nuestras conversaciones ya son secretas y no utilizables con fines policiales. En esto consiste la democracia, online y offline. Como plantea el informe de Naciones Unidas, la encriptación y el anonimato proporcionan la privacidad y la seguridad necesarias para el ejercicio del derecho a la libertad de expresión en la era digital, posibilitando así el ejercicio de derechos económicos, el derecho de asociación y manifestación, el desarrollo del Estado de derecho y el derecho a la vida y a la integridad física. Son el prerrequisito de la democracia. Deberían tomar nota los de la Ley Mordaza, pero también los que hacen bandera de los derechos humanos: sin tecnologías respetuosas con la privacidad, otras conquistas pueden quedar en papel mojado. (Gemma Galdon, 05/06/2015)


Importancia creciente de las plataformas:
Casi no pasa un día sin que alguna empresa tecnológica proclame el deseo de reinventarse convirtiéndose en una plataforma informática. En marzo, cuando Corea del Sur prohibió Uber, la empresa prometió que permitiría a los taxistas locales utilizar su plataforma, además de sus servicios adjuntos. En mayo, Facebook recurrió a una argucia parecida: después de meterse en un lío con la seudohumanitaria iniciativa de proporcionar acceso gratis a la Red a través de un proyecto llamado Internet.org, también prometió transformarlo en plataforma. De este modo, los usuarios de Internet.org, en su mayoría del mundo en desarrollo, también podrían acceder gratis a aplicaciones, y no solo a las desarrolladas por Facebook. Algunos destacados críticos han llegado incluso a hablar de un “capitalismo de plataforma”: una profunda transformación en la manera de producir, compartir y proporcionar bienes y servicios. En lugar del cansado modelo convencional, en el que diversas empresas compiten por atraer al consumidor, estamos asistiendo al surgimiento de uno nuevo, aparentemente más horizontal y participativo, en el que los consumidores se relacionan directamente entre sí. Con un móvil inteligente, los individuos pueden hacer cosas para las que antes necesitaban un abanico de instituciones. Esa es la transformación a la que estamos asistiendo en muchos sectores: antes las compañías de taxis llevaban a los pasajeros, pero Uber solo los pone en contacto con los conductores. Los hoteles ofrecían servicios basados en la hospitalidad; Airbnb se limita a poner en contacto a anfitriones y huéspedes. Y así sucesivamente: hasta Amazon pone en contacto a los libreros con los compradores de libros usados. Es fácil detectar las diferencias con el antiguo modelo, previo a la plataforma. En primer lugar, esas empresas tienen una extraordinaria valoración, pero su contabilidad es sospechosamente liviana: Uber no necesita dar trabajo a conductores y Airbnb no tiene por qué poseer casas. En segundo lugar, en vez de respetar un código preciso y riguroso que describa los derechos de los consumidores y las obligaciones del proveedor de servicio —piedra angular del Estado regulador moderno—, los operadores de plataformas confían en el conocimientode los participantes en el mercado, esperando que este acabe castigando a los que se porten mal. Según la utopía del libre mercado propugnada por pensadores como Friedrich Hayek, santo patrón de la economía colaborativa, tu reputación también refleja lo que otros participantes en el mercado saben de ti. De este modo, si eres un cliente desagradable o un conductor maleducado, los demás no tardarán en descubrirlo, por lo que no habrá necesidad de leyes que controlen los comportamientos. Ese mercado de la reputación perfectamente líquido y dinámico no se ve por ninguna parte. Su ausencia la pone de relieve una demanda presentada recientemente en EE UU. Resulta que los conductores de Uber discriminan con frecuencia a los discapacitados, ya que se niegan a colocar sus sillas de ruedas en el maletero del coche. Cabría pensar que las leyes contra la discriminación que se aplican al servicio de taxi también se aplicaran a Uber, pero la empresa afirma que no es un servicio de taxi, sino una empresa tecnológica, una plataforma. No existe un mecanismo de reacción fácil que ayude al discapacitado: para eso están las leyes de protección del consumidor. Mientras Uber se sirve de su condición de plataforma para protegerse de las demandas, Facebook la utiliza como ardid publicitario. Hace poco ha defendido que “Internet.org” es una “plataforma abierta”. Pero lo cierto es que de abierta no tiene nada: Facebook es el que decide qué aplicaciones acepta y qué requisitos tienen que cumplir (nada de vídeos, ni de transferencia de archivos, ni de fotografías de alta resolución). En una cultura obsesionada con la innovación, como lo es sin duda la nuestra, tiene sentido que Facebook haga suya la retórica de la plataforma. Puede que los detractores de Internet.org tengan razón al señalar que dicho proyecto se aparta del ideal de neutralidad de la Red, pero, a la larga, a Facebook le gustaría que creyéramos que eso no importa: una plataforma, por lo menos en teoría, es un lugar en el que se producen innovaciones no planificadas e impredecibles, ¿qué más podemos pedir? En la batalla entre la justicia y la innovación, esta siempre gana. En la transición hacia una economía del conocimiento, esos elementos periféricos dejan de ser tales para convertirse en un factor esencial del servicio que se ofrece. Cualquier servicio e incluso cualquier proveedor de contenidos corren el riesgo de convertirse en rehenes del operador de una plataforma, que, al reunir los elementos periféricos y racionalizarlos, pasa de repente de la periferia al centro. Buenas razones explican que en Silicon Valley se ubiquen tantas plataformas: los principales elementos periféricos de hoy en día son cosas como los datos, los algoritmos y la potencia del servidor. Por ello, muchos afamados editores se están poniendo de acuerdo para publicar ahí su información, en una nueva función llamada Instant Articles. La mayoría carece de la pericia y la infraestructura necesarias para ser tan ágil, hábil e impresionante como Facebook cuando se trata de ofrecer a quien corresponde y en el momento adecuado artículos que le interesan, y con más rapidez que cualquier otra plataforma. Pocos sectores se verán libres de la fiebre de las plataformas. La verdad que no se dice es que gran parte de las actuales, controladas por grandes marcas, son monopolios que se aprovechan del efecto red que produce gestionar un servicio cuyo valor aumenta con el número de personas que lo utiliza. Esto explica que puedan reunir tanto poder: una muestra son las constantes luchas de Amazon con los editores, porque no hay otro Amazon al que recurrir. Una buena forma de mantener a raya a las plataformas es impedirles que se apropien de los elementos periféricos adyacentes. Para empezar, estaría bien que pudiéramos trasladar nuestra reputación, así como nuestro historial de uso y el mapa de nuestras conexiones sociales, a otras plataformas. También necesitamos tratar otros elementos técnicos del nuevo paisaje de las plataformas (servicios de verificación de nuestra identidad, nuevos métodos de pago, sensores de geolocalización) como las infraestructuras que son, garantizando así que a ellos pueda acceder todo el mundo y con unas condiciones equiparables, no discriminatorias. La mayoría de las plataformas no son más que parásitos de las relaciones sociales y económicas existentes. No producen nada propio: se limitan a reordenar lo que aquí y allá otros han desarrollado. Teniendo en cuenta los enormes beneficios que obtienen esas grandes empresas, en su mayoría no gravados fiscalmente, el mundo del “capitalismo de plataforma”, a pesar de su embriagadora retórica, no es tan diferente del anterior: lo único que ha cambiado es quien se va a embolsar el dinero. (Evgeny Morozov, 16/08/2015)


Participación y empleos digitales:
Por aquí y por allá vamos comprobando que muchos de los cambios que Internet y la era digital generan, transforman lo que hacíamos, como lo hacíamos y con quién lo hacíamos. Es una alteración mucho más profunda que la que supuso la implantación de la producción de masas a principios del siglo XX de la mano de Taylor y Ford. Es más profunda ya que va más allá del campo de la producción de bienes (a la que también afecta), para adentrarse sin escrúpulos en el ámbito de los servicios, de las labores intelectuales repetitivas y también, aceleradamente, en las no repetitivas. Sustituye cualquier proceso, ámbito, empresa, entidad o profesión cuyo valor de intermediación, es decir, lo que ingresa por lo que hace, no está suficientemente justificado. En los márgenes de esa actividad intermediada irán surgiendo iniciativas digitales que ofrecerán hacer lo mismo, mejor, más rápido y sobre todo más barato. Mejor, ya que en muchos casos utilizan el saber (y trabajo) acumulado disponible en la red, y mejor también ya que pueden llamar e incorporar el saber de muchas otras personas o espacios que sin estar físicamente cercanos, pueden complementar, mejorar o enriquecer el asunto de que se trate. Más rápidamente, ya que es ese el punto de partido de la ventaja digital. Y más barato ya que, de momento, una de las grandes ventajas del asunto es que el saber no es un bien rival. No se agota o se deteriora usándolo, sino que, al revés, permite multiplicarse e incluso mejorar y crecer si se comparte y se colabora. Hemos comprobado ya como han cambiado los sistemas de financiamiento de proyectos a través del crowdfunding. Se está alterando asimismo el mercado financiero de pequeñas y medianas empresas a través de iniciativas vinculadas a lo que ya se denomina crowdlending. Y no olvidemos el gran espacio del crowdsourcing, en el que se consigue incorporar en ejercicios de creatividad e innovación a toda suerte de personas y profesionales, muchas veces arriesgando lo mínimo desde el punto de vista de costes. En todos estos casos, la hipótesis es la capacidad colectiva de generar valor, pero el problema es, como siempre, como se distribuyen costes y beneficios. Quién gana y quién pierde en cada uno de esas nuevas dinámicas. El problema de muchas de estas innovaciones es que reducen puestos de trabajo. Cada vez hay menos empleos que podamos considerar protegidos de la innovación tecnológica. Esas dinámicas de utilizar “la multitud” para que con su participación en la generación de conocimiento y de innovación, se generen proyectos o se avance en la búsqueda de nuevas soluciones, está poniendo en peligro intermediadores y profesiones que eran remunerados por su trabajo y por su conocimiento experto. Tenemos ejemplos cada vez más numerosos de profesionales, de trabajadores, de creadores, que participan en concursos abiertos, en que compiten y aportan sus ideas, y en los que solo uno o unos pocos consiguen alcanzar una cierta retribución o premio por su labor. No es del todo nuevo, pero sí que lo es la dimensión y el alcance de los convocados. Se trata en definitiva de un sistema de precariado organizado, en el que los trabajadores son una especie de postulantes sin derechos ni seguridad alguna. El magma en el que opera esta “comunidad líquida” de trabajadores crece sin cesar. No hay relación contractual. No hay de hecho empleador y empleado, y por tanto tampoco convenio o negociación sindical posible. Podríamos decir que se trata de una relación “lúdica” en el sentido que toma la forma de divertimento: colabora, participa en el “concurso” y propone si quieres, si te mola. Pasaríamos así, como dice Domenico Tambasco, del trabajo/salario al trabajo/premio. Estamos pues en el reverso de la medalla de un futuro lleno de innovación basado en la capacidad colectiva de compartir conocimiento y de distribuir riqueza, más sobre la base de la cooperación que de la competitividad. He aquí un tema en el que convendría empezar a encontrar una nueva arquitectura de intervención público-institucional que, sin tratar de detener la innovación, busque redistribuir costes y beneficios, de manera socialmente más justa. Aprovechando el hecho que esos nuevos filones de creatividad usan estructuras de bienes públicos ya existentes, sin que sus beneficios contribuyan adecuadamente a su mantenimiento. He ahí un elemento más para reclamar nueva política, nueva concepción de lo público. (Joan Subirats, 16/08/2015)


Ramsonware:
Es tan viejo como el mundo: alguien diseña una cabeza de flecha capaz de atravesar cualquier escudo de cuero y enfrente alguien inventa una coraza de bronce para hacerse invulnerable a ella, lo cual provoca el desarrollo de una ballesta capaz de perforarla, que lleva a adoptar una armadura de acero, y así sucesivamente. Cada nueva defensa genera un nuevo ataque. Y el universo digital no iba a ser menos: a cada antivirus le corresponde un virus, o quizá sea al revés; ya nadie se acuerda de quién tiró la primera piedra. Recientemente hemos tenido un bonito recordatorio de la mano de los creadores del ramsonware conocido como CryptXXX y la afamada empresa antivirus Kaspersky, quienes se han enzarzado en una hermosa batalla intelectual que por el momento ganan los 'hackers' de sombreros blancos. Por el momento. Todo empezó en abril, cuando investigadores de malware y otras plagas del ciberespacio de la empresa Proofpoint descubrieron la presencia de una nueva variante de ramsonware que bautizaron como CryptXXX. El ramsonware son programas maliciosos que se descargan en el ordenador a través de diferentes técnicas como anuncios infectados o enlaces comprometidos: una vez instalados en el ordenador proceden a encriptar todo el contenido del disco duro haciéndolo ilegible. Para recuperar los archivos "secuestrados", el programa malicioso proporciona a la víctima un método de identificación y otro de pago; a veces este último exige la adquisición de Bitcoins, ciberdivisa que resulta imposible de localizar. Una vez pagado el rescate, se recibe la clave que permite desencriptar, y por tanto volver a hacer legibles, los ficheros. Algo más molesto y más caro que las usuales infecciones maliciosas que instalan anuncios o esclavizan el ordenador como parte de una red zombie. En el caso de CryptXXX había dos aspectos interesantes: por una parte llevaba el sello de un grupo conocido por perpetrar este tipo de ciberestafas y vinculado a una plaga anterior conocida como Reveton. Por otra, pedía 500 dólares por el rescate. Además, el programa malicioso estaba siendo diseminado a través de un conocido exploit kit (caja de herramientas de vulnerabilidades) llamado Angler/Bedep, muy extendido y contagioso. Pronto, millones de ordenadores de todo el mundo estaban infectados, incluyendo muchos españoles. Uno sabe que está infectado por CryptXXX cuando se le aparece una página html con instrucciones de que sus archivos han sido encriptados con RSA4096, un sistema endiablado de codificación muy difícil de romper. El propio ramsomware también proporciona las direcciones para conectar con ellos, incluso en la red TOR si es necesario. Los archivos permanecen en el disco duro con sus nombres originales, pero todos ellos adquieren la extensión .crypt a modo de burla. El software también roba los bitcoins que pueda tener el ordenador y algunos datos personales. Como ocurriera en anteriores epidemias, muchos miles de usuarios se encontraron con que todo el contenido de sus discos duros había sido secuestrado y que debían pagar un rescate por recuperarlo. Los crackers o hackers blackhat ( sombrero negro; los malos) que habían creado CryptXXX, que se cree están vinculados con mafias rusas, parecían tener la sartén por el mango. Pero esta vez ocurrió un pequeño milagro: otro grupo de hackers, esta vez bienintencionados, vino en ayuda de los afectados. A finales de abril la conocida empresa de antivirus Kaspersky Lab liberó una herramienta que permitía a los afectados recuperar sus archivos, siempre que dispusieran al menos de un archivo no infectado (por ejemplo, en un usb externo). Y de modo completamente gratuito. La herramienta está basada en otra anterior construida para lidiar con el ramsonware Rannoh y ha conservado el nombre RannohDecryptor. Los técnicos de Kaspersky la modificaron para que fuese capaz de desencriptar los archivos atacados por CryptXXX. Y todo fueron regocijos, al menos durante un rato. Un rato muy corto: a principios de mayo se anunció el descubrimiento de una nueva versión de CryptXXX modificada de tal modo que era inmune a RannohDecryptor. Punto y set para los malos. Pero no partido, por el momento: la semana pasada otra vez los sombreros blancos de Kaspersky fueron capaces de modificar su herramienta para que pudiera descerrajar la nueva versión mejorada de CryptXXX. De modo que, por el momento, ganan los buenos: si no toma usted las adecuadas precauciones y se agarra esta molesta ciberinfección es posible que tenga suerte y que salga con buen pie del apuro gracias a ellos. Pero lo mejor sería que ejercite la mayor de las precauciones y evite cometer errores que puedan causarle problemas, sobre todo si trabaja con alguna versión de Windows y si navega con Internet Explorer (cosa que no debería hacer). Para evitar el ramsonware y el malware en general, es vital mantener el sistema operativo al día, usar un navegador reciente y tener un antivirus adecuado, lo que puede salvarle de muchos problemas. Porque la próxima vuelta de tuerca le corresponde a los malos. (02/07/2016)


Snowden:
Se acuerdan de aquel magnífico filme alemán, La vida de los otros? Teníamos el corazón en un puño y la indignación a flor de piel ante aquellos espías de la Alemania Oriental que lo controlaban todo. No sólo las conversaciones, sino hasta los actos más íntimos, para que nada quedara fuera del control del Estado. Era la profecía de George Orwell que predijo en un libro, 1984, y que evocaba los países comunistas del este de Europa. El Gran Hermano que lo controla todo, que lo sabe todo de todos, que maneja la información privilegiada hasta imbuir la cobardía absoluta. Vayan a ver un filme extraordinario de Oliver Stone. Lleva por título el nombre del protagonista, Snowden, un niñato de 29 años que sólo tiene una inclinación, los­ ­ordenadores. Ni siquiera terminó el ba­chillerato, la gente como él no necesita planes de estudios. Lo descubrieron los servicios de información norteamericanos porque tenía las piernas jodidas y no podía ser un buen “G.I.”. Un mirlo blanco para ser mayordomo del nuevo Gran Hermano. Hasta su familia tenía pedigrí de soldados patriotas defendiendo la civilización occidental; es decir, la suya. Una novia con tendencia a la simplicidad, cuyas tetas acabarán convirtiéndose en objetivo de la seguridad nacional de Estados Unidos, y que demostrará ese valor y ese talento que no sé por qué razón las películas gringas tratan de ocultar tras las patatas fritas, las hamburguesas y las barbacoas. Si me atuviera a los filmes que salen de Hollywood –este no es el caso–, las familias blancas de Estados Unidos se reúnen más en barbacoas humeantes que en los parques, los bares o los clubs. Esta es una historia de jóvenes casi treintañeros, superdotados en las altas tecnologías de ordenadores encriptados, dirigidos por asesinos de Estado con una barriguita que no ha conseguido evitar sus horas de golf. Así de sencillo. Pero dominan el mundo. No el mundo en general, que es la aspiración de todo imperio, sino el mundo absoluto. Los ordenadores que sirven para avanzar la tecnología, las relaciones humanas, son para estos individuos –sería ofensivo llamarles caballeros– un objetivo bélico. Conseguir matar al adversario antes de que se dé cuenta de que le van a matar. La magistral película de Oliver Stone puede contemplarse pasivamente como un filme con momentos de caída del ritmo, obsesivamente minuciosa. Por supuesto, sobre todo si usted la visiona sentado en un sofá y de vez en cuando se levanta para ayudarse con un whisky, un hielo y un poco de soda. Pero le recuerdo, imbécil, que si tiene abierto el móvil le están contemplando mientras hace sus necesidades más perentorias, orinar por ejemplo. Detectarán hasta sus problemas de próstata. Hasta para hacer el amor y para evitar que la central registre cualquier inclinación o gusto erótico, lo mejor es apagar el televisor, apagar el móvil que se ha dejado encima de la mesita de noche y cubrirlos con una manta. ¡Añorado Orwell, jamás habrías soñado que los tuyos, los que defendían la libertad del individuo frente al adocenamiento de las masas rojas, irían tan lejos! Pero existe algo que se llama la conciencia, en casos muy puntuales, que está por encima de religiones, credos y salarios ­desbordantes. Y un día este gilipollas, con aspecto de no romper un huevo y menos aún freírlo, empieza a detenerse en los mensajes encriptados que se van cruzando por el mundo, empezando por el suyo, los Estados Unidos de América. Y descubre que la mayoría de los materiales que maneja no son más que juegos de guerra, para matar o para organizar y justificar las matanzas. Que no se trata de seguridad nacional alguna sino de tener a la ciudadanía, valga la expresión, bajo el control ni siquiera del Estado, o de las instituciones, sino de unos tipejos formados para el crimen y sobre todo para servir a los poderes intocables. La añagaza del terrorismo islámico es la coartada perfecta para construir un Estado invulnerable, consciente de que no lo conseguirán jamás. “Nunca nos volverá a pasar lo de las Torres Gemelas”. ¡No sean cínicos! La mayoría de los participantes, ­colaboradores y ejecutores del acto terrorista más importante de la historia, el que inició el siglo XXI en Nueva York, estaba formada por colaboradores suyos, los pagaba un Estado que era su principal aliado en Oriente Medio, y para mayor ludibrio imperial, los sacaron en aviones apenas terminadas las matanzas por las repercusiones geopolíticas que pudieran tener para la economía y la relación de fuerzas de Estados Unidos, entonces dirigidos por un deficiente mental con serios problemas para distinguir dónde estaba Afganistán y dónde Arabia Saudí, un Bush, probablemente el más tonto de la familia, por más que haya otro aspirante que se lo disputa. ¿Qué mejor para los grandes emporios económicos de las armas y las letras de cambio, si tal figura existe aún, que tener un presidente idiota? De esto sabemos nosotros bastante. Evito narrar por lo menudo la odisea de este profesional llamado Snowden desde el momento que decide tirar de la manta y llevarse hasta la cama. ¡Él sí que es el héroe de nuestro tiempo! Llegará un día que nadie se acuerde de las mentiras de Obama, competidor adelantado de aquel Richard Nixon al que llamaban El mentiroso, pero que hizo con China lo mismo que hoy Obama hace con Cuba. No se escandalicen. Los estados no tienen amigos, ya lo dijo alguien que tenía experiencia en el asunto, los estados sólo tienen intereses. Ahora bien, cómo es posible que este país inmenso y riquísimo, con una de las tasas de pobreza más altas del mundo, donde la Seguridad Social se considera una reivindicación comunista, sea capaz de mantener una cárcel en condiciones inauditas, la de Guantánamo, sin acusaciones ni penas para los reos. Hay una secuencia en el filme, que podría pasar desapercibida y que protagoniza ese chaval, que no debe de ser experto en historia pero que tiene la cultura del listo que no lee. Recuerda al Tribunal de Nuremberg. Ni uno solo de esos caballeros bien peinados, mejor casados, amantes en sus últimos golpes de gloria con damas a mil dólares, podrá evitar pensar, cosa infrecuente en ese tipo de oficios, que ninguno de ellos se salvaría de sentarse en Nuremberg. Nuestro mundo ha cambiado, frase eufemística para decir que nuestro mundo está hecho una mierda y que los poderosos vuelven a tener el aire del siglo XVIII, resumido en la amante de Luis XVI en vísperas de la Revolución: “Si no tienen pan, por qué no comen rosquillas”. Incluso en aquel tiempo había dónde esconderse, aunque fuera discretamente, pero que Snowden tuviera que escapar a Rusia porque ninguno de los países democráticos que el viejo George Orwell consideraba su referente lo acogiera, y que al final tras múltiples peripecias tuviera que asentarse en el lugar-símbolo de todo lo que detestaba Orwell, esa es la paradoja más asombrosa que un analista, o un ciudadano, no digamos un demócrata, hubiera podido imaginar. Que un hombre que ha demostrado su ca­pacidad heroica en defensa de la verdad, que no es otra cosa que la manifestación esencial de la democracia, tenga que huir de todo el mundo para asentarse en el ­aeropuerto de Moscú, bajo la protección de un individuo como Vladímir Putin, va mucho más allá de lo que nuestra imaginación podía calcular. ¿Y qué me dicen de Julian Assange, refugiado en la embajada londinense de Ecuador, país donde el periodismo no goza precisamente de buena salud democrática, y al que el señor John Kerry, secretario de Estado norteamericano, ha exigido, como en la época de las cañoneras, que le corten la línea de internet porque afecta con sus informaciones veraces y brutales a la campaña de Hillary Clinton. Y así se ha hecho. Confío que si gana Hillary, le repongan la línea. Uno en Moscú y el otro en la embajada de Ecuador. ¡Voltaire ha vuelto, pero carece de ­fondos! (Gregorio Morán, 29/10/2016)


Libertad de insultar:
La condena a la tuitera Cassandra, por unos antiguos y desconocidos comentarios sobre el asesinato de Carrero Blanco, nos sitúa de nuevo ante un preocupante incremento de la persecución y castigo penal de opiniones, comentarios o ideas, expresadas a través de los medios de comunicación tradicionales o en las llamadas redes sociales. En este caso, los mensajes, hubieran permanecido prácticamente en el anonimato, si no hubiera sido, según se puede leer en la Sentencia, porque un Servicio de la Guardia Civil, perteneciente a la Jefatura de Información, con la misión de salvaguardar el contenido público de las páginas web, detectaron unos mensajes en los que se hacían comentarios irónicos, sarcásticos e incluso desafortunados o carentes de sentido del humor, en relación con el atentado que sufrió el entonces Presidente del Gobierno de Franco que murió víctima de un atentado de ETA. El legislador penal, en el año 2000, cuando todavía no se habían producido los atentados del 11-S y del 11-M, se lanzó por una vertiente peligrosa, penalizando la humillación a las víctimas del terrorismo o a sus familiares. Cualquier estudiante de Derecho, aprende en la Facultad que los instrumento sancionadores, deben utilizarse con carácter restrictivo, cuando se decide castigar aquellas conductas que resultan merecedoras de un reproche penal por haber lesionado bienes jurídicos, comúnmente asumidos por el cuerpo social, como sustanciales para la convivencia. Recientemente en el año 2015 ha incrementado las penas, agravándolas cuando la humillación se produce por Internet o servicios de comunicación electrónica. Nunca se ha discutido la justificación de las sanciones penales para defender bienes jurídicos individuales, como la vida, la libertad, la propiedad e incluso bienes e intereses colectivos, imprescindibles para el funcionamiento armónico de una sociedad, como son las Instituciones del Estado, la Administración de Justicia, o delitos económicos tributarios y medioambientales. La técnica legislativa debe ser rigurosa y proporcionar una cierta seguridad, claridad y certeza, sobre lo que se quiere castigar y sobre la necesidad de su castigo. El derecho penal de una sociedad democrática debe evitar las conminaciones penales frente a posiciones ideológicas, sentimentales o las meras inmoralidades que, en ningún caso, pueden ser objeto de sanción penal, sin el peligro de caer en la arbitrariedad y la inseguridad, lesionando libertades individuales imprescindibles para el desarrollo del la persona, en el marco de una sociedad democrática. Nuestro texto constitucional establece que la certeza y legalidad, la jerarquía, la publicidad y la interdicción de la arbitrariedad, son la base de la seguridad jurídica que permiten promover el orden jurídico, la justicia y la igualdad en libertad. En una de las muchas modificaciones de nuestro código Penal de 1995, conocido como código Penal de la democracia, se introducen nuevos tipos penales, entre ellos el que se ha aplicado a Cassandra, dentro del epígrafe dedicado a los delitos de terrorismo, en los que se castiga, la justificación, por cualquier medio de expresión pública o difusión, de los delitos de terrorismo o de quienes hayan participado en su ejecución o la realización de actos entrañen descrédito, menosprecio o humillación de las víctimas de los delitos terroristas y de sus familiares. El legislador parece que se encuentra incómodo ante este nuevo delito y tiene que curarse en salud, advirtiendo que no se trata, con toda evidencia, de prohibir el elogio o la defensa de ideas o doctrinas, por más que éstas se alejen o incluso pongan en cuestión el marco constitucional, y, menos aún de prohibir la expresión de opiniones subjetivas sobre acontecimientos históricos o de actualidad. Por el contrario se trata de algo tan sencillo como perseguir la exaltación de los métodos terroristas, radicalmente ilegítimos desde cualquier perspectiva constitucional o de los autores de estos delitos, así como las conductas especialmente perversas de quienes calumnian o humillan a las víctimas al tiempo que incrementa el horror de sus familiares. Actos todos ellos que producen perplejidad e indignación en la sociedad y que merecen un claro reproche penal. La Sentencia de la Audiencia Nacional es consciente del conflicto que puede suscitar la punición de estos delitos con la libertad de expresión y apoyándose en sentencias genéricas del Tribunal Supremo, sostiene que la libertad ideológica o de expresión no pueden ofrecer cobijo a la exteriorización de expresiones que encierran un injustificable desprecio hacia las víctimas del terrorismo hasta conllevar su humillación Sin embargo, admite dialécticamente que la humillación o menosprecio de las víctimas podría quedar amparada por la figura de las injurias,, pero se adhiere a la tesis del legislador que, sin sólidos argumentos, da un salto en el vacío, e incluye determinadas opiniones como constitutivas de un delito de terrorismo. Las anomalías interpretativas y la confusión de bienes jurídicos en litigio es evidente si se leen los argumentos de la sentencia. Da por sentado, por pura declaración de voluntad que la persona que enviaba estos comentarios conocía perfectamente que eran delictivos, lo cual no deja de sorprender, porque la intencionalidad o el ánimo delictivo, cuando se trata de delitos de expresión, debe ser tratada e interpretada muy restrictivamente y que, cuando entra en colisión con derechos tan fundamentales y esenciales para una democracia como es la libertad de palabra y de expresión, deben ponderarse los bienes en conflicto y decantarse preferentemente hacia la protección de los valores constitucionales. Este permanente conflicto entre la libertad de expresión y los delitos de opinión no es exclusivo de nuestro sistema jurídico y ha sido tratado en la mayoría de los sistemas jurídicos de los países democráticos. Como seguidor de la jurisprudencia del Tribunal Supremo norteamericano, he seguido muy atentamente las sentencias del juez Oliver W Holmes. En una ocasión dijo que con respecto al derecho a la libre expresión es preciso decantarse radicalmente en favor de la libertad, pues a su juicio en democracia el mejor criterio para comprobar la veracidad o falsedad de las ideas y opiniones es su competencia con otras ideas u opiniones en lo que el juez Holmes llamó “el mercado de las ideas”. Sostenía también que estaba firmemente convencido de que el acuerdo o desacuerdo, en relación con el derecho de la mayoría de los ciudadanos a ver sus opiniones liberales amparadas por las leyes, no debía verse afectada por leyes inoportunas o tiránicas. El delito que han atribuido a la persona que redactó los twitters, utiliza como base de la justificación de su castigo dos conceptos abstractos, moldeables y sometidos al debate y a la discusión, como son el enaltecimiento y la humillación. El enaltecimiento, según el diccionario de María Moliner, consiste en glorificar, alabar o ensalzar o bien hablar de algo o atribuyendo a alguien un mérito o valor. Como sinónimos de enaltecer se encuentra expresiones como honrar, ensalzar, bendecir, elogiar, engrandecer, glorificar o bien preconizar conductas semejantes, todo lo cual está muy lejos de poder derivarse o extraerse del contenido de los tweets. La tendencia a cercenar la expresión de las ideas es una deriva y una constante en todos los regímenes autoritarios y antidemocráticos que sitúan su ideología y sus valores por encima del ejercicio de las libertades. Podemos poner ejemplos de regímenes autoritarios; el régimen nazi castigaba, fiel a su ideología racista, las conductas dirigidas a perturbar o lesionar “el mantenimiento de la pureza de la sangre alemana”, de modo semejante el régimen perfectamente homologable de nuestra dictadura proclamó la inmutabilidad y la verdad absoluta de los Principios Fundamentales del Movimiento, lo que le llevó a castigar no solamente las conductas encaminadas a negar esta afirmación cuasi teológica, sino también y así se recogió en el Código Penal, las ofensas proferidas contra el Movimiento Nacional o contra quien ostente su máxima Jefatura, y los insultos o especies lanzados contra sus héroes, sus caídos, sus banderas o emblemas. Introducir en el ámbito del derecho penal el castigo de expresiones o sentimientos de odio o de alabanza, de ira o de venganza, de burla o humillación, nos desliza hacia la posibilidad de utilizar torticeramente el derecho penal para hacer frente a ideas que, por muy aberrantes que se consideren, nunca podrían ser catalogadas como delictivas. En todo caso el ánimo o la intención tienen que estar, expresa y nítidamente contenida en el mensaje y no cabe inducirlo o construirlo con interpretaciones meramente subjetivas, ideológicas, inseguras y proclives a caer en la arbitrariedad. Un aviso a navegantes, puede llegar el momento en que alguno de los exaltados defensores de sentencias como la que estamos comentando, se conviertan en reos de conductas semejantes. Nos adentramos en un terreno pantanoso en el que alguna vez, a lo mejor, se vean atrapados aquellos que con tanta facilidad e irresponsabilidad como oportunismo político, se dedican a legislar con la idea de que determinadas expresiones se conviertan en figuras delictivas. Algunos políticos ya se han manifestado de forma nítida con expresiones, inequívocamente humillantes para las familias de las víctimas de la guerra civil. Pero que no se preocupen, por qué ningún defensor de la libertad de expresión, con convicciones democráticas, va a poner en marcha los mecanismos sancionadores, es más, humildemente, por si se ve inmerso en una situación semejante, le ofrezco desinteresadamente mi ayuda y defensa jurídica, si es que la considera conveniente. En mi opinión sólo se despertará del letargo cuando algunos de los panegiristas exaltados se vean atrapados en su sutil tela de araña y se den cuenta que se han dado un disparo en el pie. Afortunadamente, otras sentencias de la Audiencia Nacional, se pronuncian en un sentido radicalmente contrario, lo que nos abre un espacio de debate y nos debe poner en guardia. Los tribunales encargados de velar por la defensa de los valores constitucionales, tienen el deber de colocar la balanza en su punto justo de equilibrio. Seguir por este camino solo nos llevaría a la humillación, en el sentido sinónimo de degradación, del derecho y a una oportunista e intolerable apropiación del dolor de unas víctimas, generalizándola a todo el conjunto de personas que han sufrido las consecuencias de los actos terroristas. De manera discriminatoria, se banaliza el dolor que puede sufrir, con igual intensidad, la madre que ha visto cómo toda la familia de su hijo ha muerto víctima de un conductor ebrio que invade la calzada contraria o a las víctimas de la violencia de género o doméstica, que quedan fuera de las preocupaciones del legislador penal. Esta discriminación constituye una clara muestra del oportunismo y del aprovechamiento del impacto evidente sobre la sociedad de los actos terroristas para extender, de manera absolutamente intolerable para Derecho Penal, los efectos sancionadores de conductas de opinión o de expresión. En todo caso, si siguen empecinados en mantener estas figuras delictivas, reprochándonos a los críticos, una cierta condescendencia con el terrorismo, les pido, por pura coherencia, que incluyan también, como delito, el abandono económico y personal de las víctimas del terrorismo, cuya responsabilidad recae exclusivamente, sobre los dirigentes políticos. (José Antonio Martín Pallín, 01/04/2017)


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