Tenerife: Agricultura de exportación
Azúcar:
El azúcar siempre gozó del favor de los conquistadores que dieron las mejores tierras para su plantación. Fue uno de los productos más codiciados en Europa y América. El negocio del azúcar estaba en manos de genoveses y flamencos, quienes se encargaban de su distribución a los puertos de Barcelona, Marsella, Génova y Amberes. Como constituía el primer y principal producto de exportación, permitió obtener, en contrapartida, tejidos, hierro y objetos ornamentales. Los ingenios, complejos formados por molinos para triturar la caña, junto con las calderas y almacenes, abundaron en el Norte de Tenerife, Güímar y Taganana. En 1575, el Xarife poseía catorce ingenios en el barrio de los Molinos, en Santa Cruz. El azúcar fue llevado a América en el segundo viaje de Colón y con ella comenzaron a emigrar los maestros del azúcar, por lo que nuestra producción comenzó a resentirse a partir de 1554.

Vino:
La vid sustituyó al primer monocultivo (azúcar) en decadencia. Los vinos comenzaron a exportarse, en cantidades considerables, en la segunda mitad del siglo XVI. Santa Cruz fue el centro de las exportaciones de vinos más importante de la época. En los aledaños del muelle se fabricaron grandes bodegas. Las rutas comerciales, abiertas a consecuencia de los privilegios indianos, fueron una de las bases que explican el interés de los mercaderes británicos por mantener un intercambio con Tenerife. Los comerciantes ingleses destinaban sus importaciones hacia la Isla porque se beneficiaban de la plata acuñada en Indias y de los géneros que de allí venían en el viaje de retorno. El desarrollo de un atractivo comercio de importación de productos ingleses (paños, tejidos, carne salada, libros, medicamentos, quincallería, instrumentos de laboratorio, etc…). El vino tinerfeño llegó a conocer un triple mercado: la América Hispana, Norteamérica y las colonias británicas instaladas en ese continente. Debido a las limitaciones impuestas por el Consejo de Indias y la Casa de Contratación de Sevilla al tráfico con el nuevo continente, el vino sufrió su primera crisis en la década 1620-1630. En la segunda mitad del siglo XVII el trueque se efectuó con Francia, pues Santa Cruz fue puerto de escala para sus navíos y escuadras que viajaban a las Antillas e Indias Orientales. Sus paños y lienzos se intercambiaron por vino, azúcar, sangre de drago, palillos de dientes (tabaiba) y pájaros canarios. Asimismo, los holandeses traían hierro y cobre a cambio del vino (vidueño). A principios del siglo XVIII, desaparece el comercio del vino con Inglaterra, debido a los conflictos bélicos entre la Monarquía española y la británica. Esta fase decadente coincide con la falta de atención a la calidad de nuestros caldos y a las mezclas a que se habían habituado los viticultores; por ello, el Malvasía se destina a la farmacopea o para el consumo de lujo, mientras que el vidueño pasa a ser el preferido de las flotas que nos visitaban. En la fase alcista (1775-1790) los viñedos tinerfeños produjeron más de 22.000 pipas anuales. La recuperación en la demanda de vino y aguardiente canario, se realizaba gracias a los navíos del corso anglo-americano en su ruta hacia el Caribe; de esta manera, continuaron enviándose remesas a las Antillas Británicas, las cuales se convirtieron en intermediarias entre España y sus ex-colonias. Cuando las relaciones comerciales con Inglaterra se interrumpieron, debido al déficit acumulado en la balanza de pagos, favorable a nuestro Archipiélago, los británicos aumentaron los aranceles de entrada del Malvasía y permitieron la importación de vinos peninsulares y portugueses. Sin embargo, cuando el bloqueo napoleónico cerró los puertos europeos, Gran Bretaña volvió a ser nuestro principal consumidor. Las plagas de Oldium, en 1853 y de Mildium, en 1874, a punto estuvieron de terminar con los viñedos isleños, por lo que este quedó reducido al consumo local. La barrilla, planta de la que se obtiene un álcali, cuyas cenizas fueron utilizadas para la fabricación de sosa y jabón, llegó a ser el segundo producto de exportación a principios del siglo XIX. En 1830, la presión arancelaria británica y la fabricación de sosa artificial arruinaron su demanda, no obstante, en ese año, se exportaron 95.000 quintales.

Tintóreos:
La cochinilla es un insecto parasito de la tunera, en cuyas hojas se desarrolla y se alimenta del que se obtiene un color rojo inalterable y apreciado para teñir tejidos de grana y carmín, razón por la que era muy bien pagada por los fabricantes europeos. Los primeros ocho nopales o pencas, cargados del insecto llamado cochinilla, llegaron de Méjico en 1820, las favorables condiciones climáticas y la vertiginosa expansión del parásito, posibilitaron una rápida y copiosa productividad en las extensiones de tuneras. La cochinilla llegó a alcanzar el 90 por ciento de las exportaciones. El negocio de la grana estaba vinculado a la consignación de buques y al carboneo, pues los barcos británicos que hacían escala en Santa Cruz, en su viaje de vuelta aprovechaban su estadía para cargarla. Los mejores años de producción fueron desde 1845 a 1866, pues solo en este último, se exportaron al mercado británico más de tres millones de libras. Cuando en la Exposición Internacional de Londres (1862) se presentaron los avances de la Química en relación a los colorantes artificiales obtenidos a partir de la hulla (Magenta y Solferino) se aceleró el proceso de crisis en la exportación de la grana; no obstante, durante las dos décadas siguientes las ventas permitieron compensar el volumen de las importaciones. La hierba pastel es una planta cuyo principio activo de la planta es la isatina, de la cual se extrae un pigmento azul-añil con el que se teñían ciertos tejidos confeccionados en Inglaterra y Flandes, a cuyos lugares se exportaba desde el puerto tinerfeño. La orchilla, liquen tintóreo que crece en los acantilados, confundiendo su color con el de las rocas, se utilizaba para teñir costosas telas de lana y seda. En el siglo XVIII fue el tercer producto de exportación.

El plátano lo empezó a exportarse a Inglaterra, en 1882, a través de la multinacional Fyffe Ltd que dirigía Enrique Wolfson, Su mayor auge en los mercados europeos tuvo lugar entre los años 1950 y 1960, obtieendose la cifra récord de producción e importación con 450.000 toneladas. Hoy, por falta de competitividad, sólo se comercializa en el mercado español El tomate es el segundo cultivo de exportación de nuestra Isla, tanto por la producción como por los ingresos que proporciona. Las primeras plantaciones de tomates las establecieron firmas inglesas en el año 1880, iniciando de esta manera los envíos al Reino Unido; en la actualidad, Southampton -Gran Bretaña- y Rotterdam -Países Bajos- son los puertos a los que se dirigen seis barcos semanales en la temporada de zafra -octubre-mayo-, en una época que contrasta con sus rígidas condiciones climáticas. (José Manuel Ledesma)