Gibraltar:
El problema en el momento actual:
Desde que estas palabras se escribieron han pasado muchas cosas, muchísimas cosas por el mundo, y estas cosas han influido en el planteamiento de los problemas, matizándolos, colocándolos sobre una plataforma distinta o arrojando sobre ellos una luz nueva y diferente que los perfila de un modo distinto. Hoy está claro que Gibraltar ha perdido, para Inglaterra, dos valores fundamentales. Comercial y militarmente, Gibraltar significa muy poco. En efecto, si Gibraltar era una de las posiciones básicas de Inglaterra en su camino hacia Oriente, jalonado por Malta, Chipre, Alejandría y Port Said, es lógico que, desaparecido el Imperio y convertidos en países independientes la India, el Pakistán y Egipto, nación en cuyas manos y bajo cuya soberanía plena se halla el canal de Suez, Gibraltar ya no es el vigía de la ruta comercial inglesa. De otro lado, y a pesar de que la roca está horadada y perforada por obras de defensa, y de que como aseguraba The Sunday Expres, de Londres, correspondiente al 15 de diciembre de 1963, en un túnel de 22 millas se almacenan toda clase de armamento pesado e incluso aviones dispuestos para emplear la bomba H, es evidente que dada el progreso balístico, la artillería moderna puede alcanzar al Peñón desde la Sierra Carbonera y desde las plazas españolas del Norte de África y que dada la capacidad incrementada de bombardeo por parte de la aviación, Gibraltar puede ser inutilizado con rapidez. Aun suponiendo que no pusiera el pie la infantería, su misión como base aeronaval y como plaza fuerte quedaría inutilizada por completo. Más aún, desde la guerra de 1914 a 1918, está demostrado que en las mejores circunstancias para Inglaterra, el estrecho, como llave del Mediterráneo, funciona sólo con respecto a la superficie, pero nunca o con tremendas dificultades para la navegación submarina. Por si aún fuera poco, el Peñón es una roca de caliza jurásica y pizarra silúrica que se haría pedazos al estallar las bombas explosivas. Si tal es el nuevo planteamiento del tema de Gibraltar, desde el punto de vista mercantil y desde el punto de vista estratégico, facetas coda vez más nítidas presenta al contemplarlo no ya como usurpación del territorio nacional, como una ofensa permanente a nuestro pueblo y como una afrenta a la soberanía española, sino, además, como un cáncer para la economía del país, como un centro de corrupción, fraude fiscal y de narcotráfico. Poco importan nuestro plan de desarrollo, nuestros polos de crecimiento y nuestra reforma fiscal, si en el extremo Sur del país, una especie de succión, protegida de un lado y tolerada de otro, absorbe una parte de nuestra riqueza, canalizándola hacia los bolsillos y las cuentas corrientes, no de los modestos y humildes contrabandistas, que salen y entran en la plaza por tierra o por mar, llevando pequeñas cantidades de mercancías, sino de los grandes logreros que utilizan a esa manada de hombres, y que desde Gibraltar, y al amparo de una bandera extraña, han instalado uno de los más pingües y de los más grandes negocios ilícitos que nunca jamás haya conocido la Historia. Desde este ángulo económico, Gibraltar, en manos no españolas, puerto franco donde todo se vende y almacena, es una fístula que detrae y desangra al Tesoro, que destruye el comercio honrado, que dificulta el desarrollo industrial. La guerra al contrabando, a través del Peñón, debía ser una consigna nacional, difundida y alentada con espíritu patriótico, servida por un cuerpo especial de represión numeroso, eficaz en la vigilancia y rápido en la persecución, expeditivo y enérgico en las sanciones y aún , por qué no, estimulado de alguna manera con cargo a los propios alijos y a las sanciones a los bancos intermediarios. Ahora bien, si como afirmaba, quizá con alguna razón, Mr. Geoffrey Adam, del Foreing Office: "si los españoles se resienten por prácticas ilegales de comercio que puedan perjudicar a sus intereses, es asunto de ellos el impedirlo", sigamos su consejo. Más aún, si se sanciona a quienes dentro del territorio nacional no cumplen con las leyes fiscales, ¿no será un incentivo para evadirse de tales sanciones y vivir en la más alegre impunidad, una política transigente para el contrabando que realizan quienes han montado su ilícito negocio al amparo del pabellón que cubre la vergüenza de Gibraltar? Con ello, todavía, el problema de Gibraltar no se perfila del todo en la nueva situación. A ello puede añadirse otro dato, y éste de suma importancia. La cuestión de Gibraltar se ha internacionalizado. Y se ha internacionalizado porque, de conformidad con lo dispuesto en la Resolución 1.514, punto 6.°, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas: "Todo intento conducente a la desintegración total o parcial de la Unidad Nacional o de la integridad territorial de un país es incompatible con los objetivos y principios de la Carta de las Naciones Unidas." Como decía un editorial de A B C, "la bandera británica izada en el extremo meridional de la Península, ya no es tanto una provocación a nuestra soberanía, cuanto un atentado a los principios de la Carta y al espíritu descolonizador que tan impetuosamente anima a la comunidad internacional". Alberto Martín Artajo, al que alguien llamó con acierto el canciller de la resistencia, es decir, el canciller del tiempo duro y difícil, en 1952, apuntaba ya, en este orden de ideas y tratando de hacer viable la discusión amistosa con Inglaterra: "Hemos distinguido sabiamente entre la soberanía del territorio y el uso de sus instalaciones marítimas. Lo que nos interesa a los españoles es la reintegración de la Plaza a la soberanía nacional, que ondee sobre ella la bandera bicolor y que sea regida por su legítimo Ayuntamiento. Lo demás, es decir, las instalaciones marítimas, son bienes cuya explotación acaso conjunta o bien arrendada por un tiempo puede ser negociado con Inglaterra." En 1957, ya en la O. N. U., Martín Artajo decía en su discurso ante la Asamblea General:

    "La punta Sur de la Península ofrece ejemplo de una de esas anacrónicas supervivencias a la que nuestro país presto dolorida atención. El gobierno español, celoso tanto de su derecho imprescriptible como de la paz y el equilibrio universales, confía en el sentido jurídico de la otra parte, que ha de facilitar la solución por vía bilateral de este permanente conflicto, sin verse obligada a acudir ante las Naciones Unidas para buscar en ellas el apoyo moral y jurídico que le ofrecen las disposiciones de la Carta."

Desgraciadamente, esta instancia a las Naciones Unidas se ha producido ya, y ello como consecuencia del planteamiento ex officio del problema ante la famosa Comisión de los 24, que se ocupa de los asuntos referentes a territorios no autónomos. Fernando María Castiella, en su discurso ante la XVIII Asamblea General, de 24 de septiembre de 1963, decía: "Tenemos un problema colonial limitado, pero grave... (un) cáncer que perturba la economía de nuestra región Sur y se nutre exclusivamente a su costa." Por su parte, Jaime de Piniés, en su informe ante la mencionada Comisión, afirmaba que la misma incluyó en su agenda de trabajo el tema de Gibraltar, no porque España lo reivindicara, sino porque la Roca es un territorio colonial, reconocido expresamente por Inglaterra, que ha venido enviando a la Secretaría General de las Naciones Unidas la documentación pertinente que se exige a los Estados miembros cuando de tal clase de territorios se trata. Piniés, en su brillante informe, ponía de relieve cómo Gibraltar no puede vivir sin su Campo, compuesto por los municipios de La Línea, Tarifa, Algeciras, los Barrios y San Roque, de los cuales se lleva hasta el agua que los 26.000 habitantes del Peñón necesitan y ni que decir tiene, su población obrera. En Gibraltar no hay prácticamente industria, ni pesca, ni agricultura, no hay más que la nómina de la Administración militar inglesa, el tráfico ilegal de divisas y el negocio ilícito a través de las ciudades vecinas. En Gibraltar la vida es imposible; la claustrofobia asfixia a los que allí moran y necesitan biológicamente salir a la zona circundante para desentumecer las piernas. Creo que la postura española podría sintetizarse así: Devolución de Gibraltar a la soberanía española; declaración de puerto franco y arrendamiento a Inglaterra por un plazo a convenir de las instalaciones navales. Para un diálogo en cuestión tan espinosa no puede pedirse mejor postura de arranque. Pero, ¿cuál ha sido la actitud de los otros, de la otra nación interesada en el problema ? Yo os lo diré: con alguna excepción, silencio o sorna. Con alguna excepción, como la de Cobden que clamaba: "Inglaterra tomó posesión del peñón sin hallarse efectivamente en guerra con España, y lo retiene actualmente contra todos los principios de la moral." Pero con éstas y otras, muy pocos, excepciones, el silencio o la negativa. Para el pueblo inglés, ha escrito Thomas Gibson, fuera de las islas británicas no existe territorio alguno en todo el planeta que tenga más importancia ni sea tan valioso como Gibraltar (pues) representa a la vez que la gloria del pasado, su fuerza del presente y la seguridad del porvenir. Su pérdida, dice Ablot (en Introduction to the documents relating to the international status of Gibraltar, Nueva York, 1934), representaría un golpe tal para la moral y el prestigio de la nación que pocos o ningún gobierno podrían resistirlo. En idéntico sentido, pero ahora con tono oficial, las propuestas españolas han merecido estas sencillas y categóricas contestaciones: En 1959 (17 de abril) ante una interpelación hecha en el Parlamento, sobre Gibraltar, replica el Subsecretario de Colonias, Julián Amery: "No se trata de que consideremos ninguna modificación en el Estatuto de Gibraltar"; en 1961, en el curso de otro debate, el diputado laborista Wyat se expresó así: "Creo que el general Franco tiene pleno derecho a Gibraltar, pero tengo confianza en nuestra fuerza para oponernos a su pretensión". Con más desparpajo lo había dicho ya Sir Alexandre Godley: "De España no tiene Gibraltar nada que temer." Ya lo sabéis, españoles. Mientras, Inglaterra no ha dejado de moverse en el interior de Gibraltar, modificando ligeramente su status jurídico-administrativo. Sin dejar nunca de ser Crown Colony, se la dotó de Ayuntamiento en 1921, y en 1950, ascendiéndola un grado en la rigurosa Jerarquía colonial, y equiparando el Peñón a Tanganika, se estableció un Comité Ejecutivo y otro legislativo. Más recientemente, y con ocasión del debate en las Naciones Unidas, se ha solicitado por los ingleses un plebiscito, olvidando que el tema del Peñón no puede sustraerse a su Campo, que los que pernoctan en Gibraltar, salvo las fuerzas armadas, son ingleses de pasaporte y de última categoría a los ojos de la propia Inglaterra, y que de admitirse la petición se incitaría, para ganar las votaciones, a expulsar a los naturales -como se hizo con los linajes del Gibraltar auténtico, refugiados en San Roque- para poblar la zona con extraños. ¡Bonita manera de cosechar votos e inhumar la vida !

Pero, ¿qué hacer ante el silencio, la sorna o la negativa? Castiella, que en 1941 escribía: "quizá no haya a estas alturas solución pacífica viable para el problema de Gibraltar", vislumbra esa posible solución pacífica cuando ya investido canciller ha proclamado ante la O. N. U. que para resolver la cuestión "solamente nos hemos cerrado un camino: el de la violencia", sin duda, porque como ya había dicho el Jefe del Estado, "Gibraltar no vale una guerra". Ahora bien, si Gibraltar, ciertamente, no vale una guerra, es decir, la violencia armada para recuperar lo que es nuestro, lo que nos pertenece y nos fue arrebatado, no hay razón alguna que nos impida tolerar la situación de coloniaje en que viva, en cierto modo, la zona del Campo de Gibraltar y la nación entera. Si en aras de la buena voluntad -decía Piniés en su informe- el gobierno español ha tratado de poner sordina a la justa irritación de nuestro pueblo, la verdad es que este acogotamiento de la indignación nacional no ha conducido ni ha servido para nada, como no sea que se intente aguar nuestra rebeldía y nuestro patriotismo.

Se recuerda aquella manifestación universitaria de proporciones gigantescas en Madrid, Recoletos y Castellana arriba, pidiendo y exigiendo la devolución de Gibraltar, y recuerdo también a la policía armada disolviendo a los manifestantes ante la embajada inglesa. Aquello no ha vuelto a producirse. Había demasiado temor y demasiados intereses en juego. Pero os aseguro que la juventud universitaria española, que estaba dispuesta y que había sido predispuesta, sufrió una decepción muy amarga; y es que hay sentimientos sagrados con los cuales no se puede jugar con infantil alegría. La situación, ha dicho Piniés -fijaros que utilizo textos oficiales- no puede continuar. El Sindicato de trabajadores españoles de Gibraltar, la posibilidad de instalar un puerto franco en Algeciras, la acción de nuestra juventud necesitada como nunca de horizontes e ideales, la restitución del famoso día de Gibraltar, que celebraron nuestras Organizaciones Juveniles, la represión del contrabando a que antes hicimos referencia ¿no serían armas que sin llegar a la guerra y que respaldando la acción diplomática de nuestro gobierno, obligarían al usurpador a devolver lo que hace tiempo nos debe? Esta es nuestra política, nuestra gran política, a la que tendríamos que supeditar muchas cosas accidentales y superfluas .

Nuestra Reina católica, ante el Notario don Gaspar de Gricio y los siete testigos que entonces exigía la Ley para otorgar testamento abierto o nuncupativo y que, simbólicamente, como dice mi ilustre compañero Francisco Gómez Mercado, representaban al pueblo español de todos los tiempos, expresó su voluntad decidida y solemne: "mando a ... mi hija ... e al ... Príncipe ... e a los Reyes que después de ella sucederán en estos mis reinos, que siempre tengan en la Corona e Patrimonio real dellos, a la ... ciudad de Gibraltar, con todo lo que le pertenece y no lo den ni enajenen, ni consientan dar ni enajenar, ni cosa alguna della". Si el hecho de que poseyera esa Plaza un grande de España -agrega Gómez Mercado- era ya un menoscabo de la nacionalidad, ¿cómo consentir que se halle en poder de un pueblo extraño? Tal ha sido la línea del pensamiento tradicional y revolucionario. Tal es nuestra historia, nuestra pequeña y a la vez grande historia de Gibraltar. Os la he contado apasionadamente porque este tipo de historias sólo pueden contarse así. La única historia fría, aseguraban Areilza y Castiella, no hace mucho, al ocuparse del Peñón, es la historia natural; y aquí hablamos no de historia natural, sino de la historia de España. Yo os he hablado en español, sintiendo hasta la médula los versos de Rubén: "Yo siempre fui por obra y por cabeza español de conciencia, obra y deseo y yo, nada concibo, ni nada veo, sino español por mi naturaleza. Con la España que acaba y con la que empieza canto y auguro, profetizo y creo." Por otro lado, creo que es llegada la hora de romper la sordina y de que pongamos en práctica y en acción aquello de nuestro ilustre polígrafo don Francisco de Quevedo: "No he de callar por más que con el dedo ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo. ¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente? Son casi 300 años de espera. La paciencia ha sido larga. Ha llegado el momento de la decisión. Castiella decía en la 0. N. U.: "Solamente nos hemos cerrado a nosotros mismos un camino: el de la violencia. Pero nadie entienda por ello que ni en la reivindicación de Gibraltar ni en ninguna otra cuestión que como ésta afecte a los intereses nacionales, vamos a tener debilidad." La aclaración era obligada y urgente. Ya el marqués de Pozobueno, el encargado por Felipe V de gestionar en Londres la devolución de la plaza, advertía:

    "No les usemos un trato tan obligante y halagüeño como hasta ahora, pares siempre lo interpretarían como un obsequio y sumisión", (por ello) sin deponer la afabilidad de buenos amigos, la acompañaremos siempre con un estilo y con los modos de lo que puede llamarse gravedad española."

Si Gibraltar, la roca, el peñón, sigue siendo, como decía Manuel Aznar, honor y deber de los españoles España, en frase de Fernando María Castiella, silenciosa, compacta, firma, erguida, espera liquidar esta vieja cuenta que tiene pendiente con el Reino Unido. Nunca se les deparará a dos hombres la posibilidad de poner en ejercicio, desde los altos puestos que hoy ocupan, embajador de España en las Naciones Unidas, y ministro español de Asuntos Exteriores, lo que predicaron y exigieron como simples españoles. Pero no es solamente España la que confina con Gibraltar, es decir, con una vergüenza, es todo el mundo hispánico el que tiene en sus entrañas quistes semejantes; como si para hacer más patente la unidad, la solidaridad, la identidad de nuestros pueblos, lleváramos en nuestra carne los mismos infamantes estigmas: la isla de Guam y el Norte de Borneo, en Filipinas; Belice, en Honduras; las Guayanas., en Venezuela y Brasil; las islas Malvinas, llamadas Falkland por los ingleses, en la República Argentina; un trozo de la Antártida, en Chile, y en la propia Argentina; Guantánamo, en Cuba, y la zona del Canal, en la nación panameña. He aquí uno de los argumentos básicos para urgir la unidad de acción de las naciones hispánicas. Nada conseguiremos en este orden -ni por supuesto en ninguno- mientras permanezcamos divididos, atomizados, comidos por querellas intestinas, a merced de los otros más inteligentes o más sagaces que nos uncen al yugo de su voluntad, de su interés o de su ideología. Para ocupar el puesto que en el mundo nos corresponde, lo primero es afirmarnos en nosotros mismos, reconocernos en nuestra historia, dar fe de nuestra conciencia nacional y trazarnos un quehacer para el futuro, un plan de acuerdo con nuestra propia idiosincrasia, con nuestra vocación y nuestro estilo. Como dijo Ganivet, que Gibraltar es un hecho de fuerza para Inglaterra, mientras España sea débil, porque sólo sobre los países débiles se puede ejercer impunemente la alta piratería política.

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