Cartas: Personajes griegos             

 

Pericles Grecia: Personajes:
47. A PERICLES:
Admirado Pericles. Decía Voltaire, que sólo leyendo cuatros siglos de la humanidad lograríamos entender los logros reales alcanzados por el hombre. El filósofo francés situaba su siglo, Pericles (el V AE), el siglo de Augusto (I DE ), el siglo de los Médicis (Renacimiento) y los días de Luis XIV de Francia, en los que el viejo cínico vivió, gozó, sufrió y rabió. Si hubiera vivido en nuestros días, se habría inclinado también por los primeros años de Walter Benjamin, donde la burguesía crea su estética, y por los conceptos de Bauhaus. Y esto que decía Voltaire, el tolerante-intolerante, tiene su razón de ser: fue el momento en que el ser humano se preocupó por la dignidad. En términos de los jesuitas, a los que el autor de Cándido odiaba, hablaríamos de aseo, orden y disciplina.

Las ciudades, querido Pericles, son el logro de la inteligencia de sus ciudadanos. Así, la ciudad no es un desborde de objetos y sujetos sino un ordenamiento de actitudes y aptitudes que se convocan en torno a una construcción segura, amable y con posibilidades de generar futuro. Y en esta construcción debe evidenciarse el gusto a la vista, el tacto y el espíritu. Así, la ciudad no es una suma de actos y rutinarios ni de acontecimientos programados sino un acontecimiento colectivo que lleva a pensar y sentirse bien participando del espacio público y de lo que allí se debate para bien de todos. La ciudad entonces, es un centro de participación, construcción y carácter de ciudadano libre.

Querido Pericles, su siglo fue el de la gran Atenas, el de la creación del pensamiento y la magnificación del arte, el de la creación de ciudadanía y el de los grandes debates en torno a la creación de ciudad. Y el de la concepción de política como el gobierno debido de la ciudad y de los ciudadanos, donde la norma clara y los beneficios de ciudadanía estaban manifiestos en los conceptos de comunicación permanente y clara y la participación con logros colectivos e individuales. De aquí el asombro de Voltaire, que vio en su siglo, Pericles, la oportunidad de sentir la vida como un espacio ordenado, digno y creador de oportunidades nacidas de una educación (paideia, como dice Werner Jaeger) enaltecedora.

Acrópolis 54. A ARQUÍMEDES:
Recordado y comprobado Arquímedes, hoy vuelvo a su principio o teoría de la gravedad específica: todo cuerpo sumergido en agua desborda su peso en líquido. Esta prueba, que la hizo usted para comprobar si la corona de Hierón, rey de Siracusa, era de oro o no, ahora me sirve como analogía para ver la guerra que vivimos. O sea que si para acabar con el terrorismo se mete en el asunto una dosis igual de él, lo que entra terminará desbordando la misma cantidad de eso que se buscaba erradicar. Sería algo así como la razón del equilibrio de la que hablan algunos especialistas que, con sus desmesuras armadas y propagandísticas terminan siendo tan terroristas como aquellos que acusan del hecho. Asistimos a clases de terrorismo, querido Arquímedes.

Cuando los psiquiatras dan un perfil del terrorista, los datos son: desadaptación, odio incremental contra algo (a veces contra la madre), inteligencia destructiva, paranoia (miedo permanente), complejo de inferioridad y posibles fallas en el ejercicio amatorio. Un cuadro lamentable, por cierto, y muy difícil de acreditar como un don de D’s. Pues bien, desde la prensa y la televisión no hemos leído y visto más que terrorismo planificado y como resultado niños mutilados, periodistas muertos, mujeres en desbandada, animales destrozados, gran cantidad de chatarra y ladrillos y soldados disparando como locos a todo lo que se mueva. Cosa de gravedad específica, querido Arquímedes.

Lo triste de todo esto, Arquímedes siracusano, es el papel que la ciencia cumple este cometido destructivo: bombas inteligentes, mísiles teleguiados, la informática al servicio de la destrucción sistemática etcétera. Incluso la imaginación puesta en el lugar de la razón. Recuerdo las tesis utópicas de Francis Bacon, que decía que los hechos científicos no podían llevar más que al progreso y al bienestar humano. Bueno, querido amigo, ya no son los tiempos de las poleas para levantar barcos con una mano y causar el asombro de la multitud. No, hoy son los días de las estrategias y los avances tecnológicos aplicados al ejercicio del horror. Y el héroe ha cambiado de papel.

62. A DÉDALO:
Admirado y asombroso Dédalo, quizás haya sido usted el primer técnico e ingeniero de la historia (o al menos de la leyenda) y esto ya es aval suficiente para escribirle. Es que en los días que corren, las artes desaparecen y son reemplazadas por la palabrería histérica y boba. Quizás todo se deba al efecto invernadero y a que no todos los maquillajes funcionan. Pero no es del caso hablar de gente fea y de mal hablar sino de cómo los oficios son despreciados y, como consecuencia de no querer ser más homo faber, las manos (Kant decía que eran el filo del cerebro) son tiesas y enfermizas y no ya esas herramientas maravillosas con las que construimos el mundo. Seguro que por esto (por no usar las manos) vemos más rabias, paranoias y obsesiones.

Dédalo, a usted se le debe el laberinto donde Pasifae, la Mujer de Minos el cretense, guardó el nefando fruto de su zoofilia, el Minotauro. También hizo usted el primer vuelo, dice el mito, desde Grecia hasta Italia y el Norte de África, acompañado de su hijo Ícaro, a quien el sol derretiría la cera de las alas para castigarle su soberbia. Así mismo se cuenta que un sobrino suyo, Talo, inventó la sierra y el compás, herramientas éstas de mucha utilidad. Pero, como le decía, esto de los oficios decrece en credibilidad y le damos más valor a la palabrería que confunde, mal interpreta y carcome como la broma en los cascos de los galeones..

Antes un hombre digno tenía un arte (Baruj Spinoza, pulía lentes) y como consecuencia de sentirse útil hablaba, proponía y hacía. En la Torá (el Pentateuco) se lee que se debe tener un oficio y que saberlo es lo que le da sentido al entendimiento y a D’s. Lo mismo creía José Martí, cuando decía que un hombre sólo se siente útil cuando ha construido algo con sus manos. Pero, en nuestros días, el hacer significa poco y, como en la utopía de Paul Lafargué, hemos dejado a un lado el trabajo manual para, presuntamente, pensar. Sólo que lo que pensamos es tan confuso y desordenado que dan ganas de cubrirse los ojos y las orejas. Pero las manos no obedecen.

677. A PROMETEO:
Recordado Prometeo, no sé si todavía su hígado siga siendo roído diariamente por dos buitres (otros dicen que dos águilas) como castigo, entre otros, por haber dado el fuego a los hombres. Según la mitología griega, usted fue atado a una piedra de las montañas del Cáucaso, tierras de por si ventosas y cargadoras de muchos gritos y allí, como Ladrillo el del tango, sigue sumido en la incertidumbre de cuándo terminará todo. Pero el motivo de ésta no es acompañarlo en su dolor y soledad (y eternidad de su juicio y sumario) sino hablar de los males que usted mismo se provocó y, como consecuencia, legitiman o al menos explican el estado en el que se encuentra. Y en el que se encuentran muchos que trataron de emularlo y hoy lloran igual.

Usted Prometeo, que según el mito heleno creó a los hombres, fue uno de los primeros traidores de los que da cuenta la historia. Presintiendo que Zeus (Theos, de donde viene la palabra Dios) iba a vencer a los titanes, usted se pasó al lado del dios principal del Olimpo y no se hizo ascos para traicionar a Atlas, su propio hermano, que terminó sosteniendo el mundo sobre sus espaldas. Luego, quizás porque le sacó gusto a esto de traicionar, traicionó al mismo Zeus y provocó que éste creara a Pandora y la dotara con una temible caja cargada de vejez, enfermedades, locuras, vicios y pasiones, que al fin abrió Epimeteo, otro hermano suyo, para peste sobre la tierra.

Vivimos tiempos escatológicos, pero no como castigo de D-s sino como consecuencia de los que se parecen a usted, Prometeo, que usan el fuego (la ilustración, en términos metafóricos) como anzuelo y, cuando se apaga (sea a causa de algún referendo o cosa similar) provocan una estampida de todos los males y la aparición de Pan que, con sus chillidos, genera pánico o al menos susto. De esta manera no se dan explicaciones ni se admiten errores y a la vez cunden las traiciones y por todos lados lloran las plañideras. Y no sé, amigo Prometeo, si esto sea tragedia o comedia. Nos hemos vuelto gente de mito y de deus ex machina.

99. A POLIFEMO:
Recordado, mítico y mal herido cíclope, vivimos tiempos de un solo ojo. Pero no de un ojo como el suyo, que le valió para transitar por el mito griego y los viajes de Simbad, mirar el paisaje marino sembrado de trirremes con suculentos marinos a bordo y cuidar de las ovejas que pastaban en su isla hasta que Ulises le quemó el ojo (otras versiones aseguran que hubo más mala leche y se lo atravesó con una estaca que tenía brea encendida en la punta). Un ojo así, de esa calidad y propio de un gaviero, ya no existe. Hablo entonces del ojo solo de nuestros gobernantes, asesores y tanta del común que no sólo tiene un ojo sino una oreja, una mano, un pie, la lengua alborotada y quizás un solo hueco en la nariz. Y mejor no seguir con el inventario.

Cuando yo era un muchachito conocí una versión de D-s representada por un ojo metido dentro de un triángulo. Ya mayor, supe que D-s no mira a nadie, que sólo está presente de manera inefable (sin posibilidad de definición), quizás riéndose de la gente de un ojo, a la cual los alemanes le inventaron el monóculo. Pero esta lente no le sirve a nuestros mono-ójicos que sólo ven en una dirección, oyen una sola cosa y dan (regalan) la única mano mientras se sostienen en un sólo pie. Y así, alucinando, opinan y venden el país en nombre de tratados abusivos que, vistos desde esa única visión, se promueven como maravillosos y no como realmente son: saqueo de recursos naturales.

Por los tiempos de la colonia hubo un tal Juan de la Cosa al que le faltaba una prenda de cada dos. Dice la historia que este señor defendió a Cartagena de ser saqueada por otros piratas como él (o sea que defendió el botín). Y don Juan, como usted Polifemo, tenía un ojo. Es posible que de él desciendan nuestros cíclopes locales, que sólo ven sus intereses, no sueltan lo que tocan y saltan en el mismo punto. Y la oreja, supongo, se les llena de pelos y cera para no escuchar. Pero, bueno, vivimos tiempos de un solo ojo, un pensamiento único legal y un modelo democrático esencial: obedecer para que no nos pase lo de Irak. Vea Ud.

107. A MIDAS:
Conocido y mitológico rey, los tiempos de aquello que se tocaba y se convertía en oro, como dice su mito, ya no existen ni siquiera a nivel de fantasía. Y es que ahora la imaginación no da para eso en un mundo en el que, para la mayoría, deber y convivir con la pobreza (o algo peor, con el miedo a ser más pobre) es una constante, una obligación comercial y una condición ciudadana. Y no es que el hombre se haya enseñado a deber dinero o a carecer de conocimientos amplios sino que el sistema económico y político lo ha obligado a caer en esta situación infame. Y así, Midas, lo que toca el sistema en lugar de convertirlo en riqueza lo transforma en peores niveles de vida. Hablaríamos, entonces, de un sistema que contagia, enferma y, si es del caso, mata.

En América Latina, donde el fracaso es una constante (he ahí una razón fundamental de la violencia y de las trovas), los sistemas políticos (todos en un congelado estado de subdesarrollo) se encargan de empobrecer sistemática y violentamente (a punta de alcabala) a sus ciudadanos, tanto económica, saludable como mentalmente. Es que si no hay futuro se piensa mal, crecen las psicopatologías y abundan los iluminados. Eso del talento en la pobreza, como soñaban los románticos, ya no lo creen ni los que persisten en encontrar en las doctrinas del Buda la manera secreta de respirar para obtener vitaminas y proteínas del aire y la energía de la tierra.

Cuando el sistema toca lo que queda (porque no se detiene ni ante los restos) y en ese toque máfico genera desespero, los deberes y los derechos humanos desaparecen, se alienta a la subversión y se legitiman todas las formas de corrupción. Nunca ha estado la solución en quitar sino en gobernar, pero el gobierno, como la ética, sólo funciona cuando las necesidades básicas están cubiertas. Es interesante, rey Midas, esto de tocar para transformar. Pero en nuestro medio es terrible, porque el toque, como el de los malos futbolistas, produce goles en contra, silbidos desde la tribuna y una creciente desobediencia. Y no es cosa del diablo, que quede claro.

49. A KAZANTZAKIS:
Apreciado y leído Nikos. En la sociedad consumista en que vivimos, ya la materia está por encima de la sensibilidad. Y esto es terrible porque dependemos de lo finito, de lo que se acaba y genera dolor, de lo que estorba y hay que cargar. Y si bien lo sensible (lo espiritual) no se come ni alimenta en términos orgánicos, al menos si hace la vida más agradable y con mayor capacidad de aprovechar lo que tenemos. Como dice Spinoza en el Tratado de la reforma del entendimiento, hemos convertidos los medios en fines y esto, en lugar de procurar tranquilidad, genera pasiones insanas, cortedad en las apreciaciones, estados lamentables, sueños desordenados y citas donde el psicólogo sí no donde el especialista en úlceras y gastralgias.

En su novela Alexis Zorba el griego, que tuvo también una maravillosa versión cinematográfica, las pasiones cortas y por su cortedad desmesuradas y dementes, se mueven marginales al personaje inglés y a Georgius Zorba, hombre de buena comida y bebida, gustador de señoras y llevador de la vida por el lado bueno que tiene, que es lo que D’s ha dado a cada uno para goce del cuerpo y del alma. Y de los días que aparecen cada uno con su afán. En esta novela, la riqueza es la sensibilidad, la espiritualidad del Pireo, el estar vivos. Y si algún desastre pasa, si algo se derrumba, la vida se recupera en la danza, en el ejercicio del movimiento en el espacio.

Claudio Magris, en Desencanto y utopía, hace una propuesta: hay que volver a creer para no dejar que las voces solas se aprovechen del escepticismo de la mayoría, del temor a pensar y tomar decisiones. Hay que asumir la inconformidad como equilibrio necesario. Es que se hace necesario ir más allá, aún cometiendo errores. Y esa inconformidad está en no dar nada por terminado ni preso en una verdad absoluta. Hay que asumir entonces la utopía, esa danza que no se detiene, que lleva a sentir y luego a pensar. Y como usted dice, Nikos Kazantzakis, en ese pequeño libro que se llama Simposium, hay que renacer para protestar tanta muerte. (Cartas dispersas, José Guillermo Anjel R.)

[ Home | Menú Principal | Indice Documentos | Clásicos | Zeus | Atenea ]