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Luis Antonio de Villena:
Andaluz No me di cuenta al principio, me fijé después porque le hablabas. Y se iba y volvía, llevando cosas, sonriéndote, con gracia desusada... Vi entonces sus bellos ojos negros, sobre la piel oscura, y la sonrisa, que mostraba los dientes como flores blancas. Y empecé a pensar: ¡Qué dulce aquello...! Y daba vueltas por ese cuerpo justo, oscuro, fino y joven: como silvestres cañas. Y oía la voz al responderte, alada, cantarina, inconsciente en su magia. Después, ya abajo, en la soleada plaza, pensé en los garzos ojos negros, y me vi enamorado de un acento del sur: Vivo, grácil, musical. Igual que quien hablaba. Balada de un joven canallita Anoche, dando vueltas como siempre, camino de la alta madrugada (bares y discotecas, calle estrecha, negros que venden hasta el alma blanca) pensé que al encontrarte era mi suerte recorriendo el burdel que nos ampara. Y te miré la cara dulcemente pensando que mi hora en ti empezaba. Aunque sé que te echan del trabajo pues te aburre la vida rutinaria, y haces de camello cuando puedes recorriendo el burdel que nos ampara. En Marruecos saliste de un mal paso y usaron y abusaste de la tranca. Modelo, chulo, amante para cenas, sabes el lujo de la gente cara y camas cutres, feas y con chinches recorriendo el burdel que nos ampara. ¡Que estupenda la noche los dos juntos! Riendo, colocados, mente alzada... Ojalá que el ritmo nos llevase unidos tahúres del vivir y camaradas. Pero la luz del alba rompe sueños recorriendo el burdel que nos ampara. Y aunque eres santo como el pan bendito tu futuro es el orden o la nada. Mal papel al zángano le espera: no hay porvenir que a tu lucero valga. Nos mira ya acechante una galerna recorriendo el burdel que nos ampara. Tampoco es convincente mi futuro: Viejo verde en tugurios del mañana o figurón de eventos literarios ajeno a la Academia y a sus maulas. Aunque bien puede el viento darme un viaje recorriendo el burdel que nos ampara. Juntos somos dos pájaros muy raros, solo el presente nos pone su medalla. Amigo de la noche, adiós, hermano. Ya ves que casi todo nos separa. Pero golfos y ninchis seguiremos recorriendo el burdel que nos ampara. Brillos del otoño ido Era el centro elegante. El lugar de las perfumerías con sillas delante del mostrador, el lugar de los sastres y de las sederías donde te tomaban medida para un abrigo... ¿Te acuerdas mamá, de aquellas tardes? En los autobuses azules de dos pisos yo siempre quería ir arriba, en el asiento delantero, que era como un panorámico ventanal al mundo. O abajo, en el asiento más cerca de la puerta, con su aislada barra blanca, asidero y columpio de quienes entraban y salían, como se entra y se sale en la beatitud del mundo... Con mi abrigo azul cruzado y una boina también azul. Tú y yo, elegantes, camino del médico o de las tiendas caras. Camino del que querías que fuera nuestro mundo, pues lo sentías tuyo... Yo dichoso sin saberlo y tú íntimamente desdichada. Yo entretanto, como de juego, al mundo perfecto, y tú en serio, jugando a que nunca hubieses salido... Mucho tiempo después, llorando, me dijiste una tarde que ninguno de los dos habíamos sido felices. Tan cierto y tan falso como es todo. Tan falso y tan cierto como que aquel mundo de señores dejó de existir, tan cierto como que lo traicioné después que me escupiera o que tú nunca hallaste, mamá, al hombre de tus sueños, al caballero que reinase en aquel mundo contigo. Y sin embargo estuvimos allí, tu con tus pieles y yo con mi abrigo azul cruzado, comprando perfumes y merendando tortitas con nata, cuando los taxistas llevaban uniforme y se dirían charolados los azules autobuses de dos pisos, un Madrid tan sofisticado que tú y yo -y casi todos los demás- nos lo creímos. O quizás a ti no te hizo falta creértelo, pues lo tuviste. Yo me lo creí. Yo, que llegué una tarde en autobús de dos pisos... Celebración mediterránea Dicen los maldicientes: ¡Qué poco le queda a Miguelito! Fue rey -como tantos- de unas horas: Cinco o seis primaveras. Poca cosa. El tiempo se lo lleva. ¿Quién recordará su edad maravillosa? También yo tuve envidia de tu belleza pura. Y de tu alegre vida, sobre todo, negada a la tragedia. Favorita del dios. Sin angustia ni sombra. ¡Qué hermoso verte riendo por las noches! Sábado o lunes: la vida es perfecta. Yo en ti pensé mi vida coronada. Pero un símbolo no vale a la vida. Te imaginé en amor, en dicha, en compañía. Curándome la soledad inhabitada. ¡Qué vano fui! Tu corazón no tiene corazón. Eres el sol radiante a mediodía. No hagas caso de las malas lenguas. Tú eres solo presente, sólo ahora. El tiempo en tu sonrisa se va por la cloaca. Cuando sea viejo de intención ya lo soy- pensaré en ti: Minuto de luz divina, entre la nada. Celebrando delicia y ternura Para A. Y aquel círculo sacro cerró entorno nuestro. Todo era oscuridad y atmósfera callada. Un centro nos unía y una emoción muy cálida. Los cuerpos se rozaban exactos y encendidos, y la piel profería su lenguaje perfecto. Una dulce pasión en un círculo negro, mientras la hoguera llena de sentidos el tiempo y me cuenta tu mano la maravilla toda. Si algún día he de hablar en favor de la vida, no olvidaré esa noche en el círculo ciego, ni a ti, que me enseñabas minucioso lo eterno. De "Como a lugar extraño" Cipariso Hemos venido a verte al sórdido escenario donde hombres y mujeres agradecidos adulan tu belleza. .. Adolescente en el filo del reino, tu cuerpo tiene la hermosura blanca de rosas tropicales y el vigor del muchacho en el cuerpo de guardia. Tu fruta, oscura y larga, llama a una sed prohibida. Tus muslos son de seda, de agua femenina. Tus ojos muy, muy dulces, desfallecientes, húmedos, pero tus músculos sin pelo golpean cuando miran. Tú te vas desnudando lentamente entre una música arábiga de rai y rock folklórico. y deslumbras de blanco como el niño secreto que se viste de blanco las bragas de su hermana. y también ruedas en el sucio suelo como un joven guerrero montando a los leopardos. Te miramos con envidia tranquila y un furioso deseo de desdén y codicia... Eres un lirio hermoso de viril temperanza y la blanda violeta de una virgen enferma. He soñado, de pronto, con tu carne en mi cama. y he sentido las sábanas teñidas de colonia. Pero cuando tu culo era la gloria de una hoguera y tu fruta pendía bajo el pelo revuelto, los aplausos de un público delicado y abyecto me han recordado que el sueño terminaba. El dueño ha dicho: Unas quince mil pelas... Y el dios, sudando, pide ginebra y coca. El mundo se ha tornado de peltre y de tornado, y ya sabemos todos que no existe la vida. Corsario Piernas tensas. Tacones sonoros. Revuelto el cabello negro... Era o había sido, hasta que la noche descubrió su cuerpo largo, fibroso, duro. La magnífica belleza angular de su rostro, la piel tan fina como el agua dulce, chispazos de fósforo. En sus ojos - turbadores, negros - alguien ha escrito un día una palabra soez, maravillosa: Vicio. ¿Qué significa? ¿Albas largas, cocaína, mujeres muy ardientes besándole los pies? ¿Hombres que han alabado su terso viril joven? Tirado, sentado en las ergástulas de la sauna, entre toallas húmedas y aleteantes aves de silente deseo, basta contemplar la seda de sus muslos ágiles para olvidarlo todo. Llama es galán su cuerpo. Ansia, cobra... La deja ver como un reptil perfecto entre lo oscuro. Apasionado, alarmante, vicioso. ¿Él o tú? ¡Pero qué importa! Cortesanía Tumbado en una suite de lujo: Hermoso, delicado, con la piel canela y el negro cabello en amado desorden, lentamente desnudo en entresueño giras, y se curvan los brazos y las piernas muy largas conformas... A tu lado, con el índice solo de la mano derecha, recorro yo tu espalda, sobrevuelo las ingles, apenas me demoro en una oreja, vuelvo a tus tobillos leves, y miro como giras, curvas los brazos, conformas a mi deseo tuyo las piernas... Me digo, a veces, que nada más querría. Que tu impecable desnudo me bastase, imposible precioso, dulce sometido. Querría en ti, Miguel, que la carne muriese para siempre, su grito infame, y eternamente a una vida con límites correspondiese este tocable amor, diré, hecho de límites sin límite... Costura propia He ido muchas veces ataviado de tristeza, hundiéndoseme el mundo a cada rato, fingiendo entre los amigos que me interesaba algo... Me da miedo quien me mirase, y angustia me producía no ser perfecto, tener que competir, luchar por el oficio, por la vida, el nombre... Y pensaba: la tragedia de todos consiste en no ser Dios. Todos quisiéramos ser un pequeño Dios omnipotente.. Y hacíamos bromas sobre la muerte, chistes sobre la soledad, Pequeños disparates sobre el amor comprado. (Y yo soñaba en ti, mamá, como lo único seguro). Me daba miedo la autoridad, la ley, el mundo, el futuro. Pensaba: Incluso si alguna vez me creí libre. Y la noche engañaba -como los amigos- con cierto parecido a bondad o indiferencia. Y yo iba ataviado de tristeza y hubiera querido llorar -no podía- o simplemente hundirme lentamente. Y me veía en una barca negra (acaso en una gruta) navegando hacia un negro horizonte... la tristeza me llena la cabeza de plomo, los bolsillos de piedras, las manos de artrosis dura y tira de mí tanto hacia abajo que me vuelve imagen verticalizada, estirada, de un espejo deformante. Dame la tristeza, échamela -gira la soledad. -Lánzame la pelota -repite el miedo. Aquí, aquí, centra -reclama la angustia, chútame a mí- y no sé qué agobio extraño lo sugiere. Sólo sé que cuando voy ataviado de tristeza quiero enraizarme en el sueño, bogar en un río de calma y susurrar junto al silencio: Dame la mano, mamá, ya he vuelto... Cuarto de duchas No, no me gusta. En realidad detesto la crápula de las saunas: Cópulas en la tristeza del anonimato. .. ¿Pero las líneas de los poemas mejores, sus ritmos, su ceniza, su carmín, no conducen a la belleza del amor? Me siento aquí -un viejo es invisible para la juventud- y observo los cuerpos bajo el agua. Glúteos, suaves ascensiones del vello: El torso reluciente. y todos juntos, como si fuese posible un orgasmo de espadas. ¿Lo entiende? La limpieza de la juventud que mancha. Alguna vez, siguiendo sus piernas, su mirada, o su sexo, voy a la oscura y húmeda cabina. Extraigo de la funda de las gafas una barra de labios, y pintado, asumo su eminencia. ¿Qué pensará de ese viejo sucio? ¿Qué pensará algún día de los versos de la vida, planos, difíciles a la felicidad, llenos de líquen? Benevolencia. El agua, al caer, arrastra los sentidos... Dominio de la noche El cabello se esparce suavemente en el lino, como un mar que es el oro si despacio amanece. Suavemente se pliegan las pestañas, y los besos se duermen en los labios y respiran flores. Ignora la cintura que es sagrada la mano que recorre las piernas y sus bahías dulces, la extensión marina del lino que se tuerce, las playas invisibles de la espalda. Todo ignora. Y otra mano se expande así, muy quedamente, y al moverse, el impulso descubre más ocultas dulzuras, Besos. Deseos. Amor. Ignoradas bahías. Duérmese. Y yo miro dormir tu joven negligencia. El ciruelo blanco y el ciruelo rojo Museo Atami Fue afortunado, en verdad, Ogata Korin. Gozó del esplendor de la juventud en los barrios de licencia, frecuentó el paladar sagrado del deseo. Ordenó sus kimonos en la seda más fina; pintó un fondo de oro para lirios azules. Refinado y altivo, no olvidó sin embargo (artista como era) la melancolía fugaz del tiempo que transcurre. En su madurez, con audaz virtuosisimo, se dedicó sobre todo a la búsqueda estilística. Creó lacas y biombos. Le hizo célebre la perfección, el refinamiento de su arte -lirios, ciruelos, dioses- decorativo. Debió morir fascinado en la belleza, rodeado por una seda extraña, tranquilo. Fue afortunado, en verdad, Ogata Korin; su vida fue un culto a la efímera sensación de la belleza. Al placer y al arte. Y la vida le concedió sentir, ser traspasado por el dardo febril de la hiperestesia. Le llamaron excéntrico, dandy o esteta. Pero no pidió más. Sensación por sensación. Vivir, sentir, gozar. Sin más problemas. De "Hymnica" 1979 El desterrado El cuerpo envuelto en un gabán azul, muy ancho; la corbata cuidada, y alborotado el pelo por el viento de tarde, pasea el hombre solo, por una gris ciudad, hurgando en sus bolsillos cigarrillos rubios y cerillas malas. Se sienta en los cafés, y bebe mucho; acaso lee un periódico sin ganas, mientras mira y le rondan ideas, casi siempre extrañas. Habla, quizá, con alguien, un momento, pero semeja ausente la sonrisa forzada. Se va deprisa, y caminando, llega a tabernas o clubs de peor laya, donde de nuevo bebe, y entre una torpe música, un instante le embriaga una piel inmadura, que la vista descansa. (Dulce cuerpo floral, incipiencia suave donde habita la gracia.) Unas palabras luego. Y medio ocultas citas, ahora o mañana. Entrada ya la noche, con demasiado alcohol y el humo del tabaco pegado entre las manos, abrirá la puerta de un piso frío, vacilante, con libros y papeles en desorden y botellas gastadas. y allí, tumbado en un sofá antes del sueño -escuchando las violas de Rameau en el aire -sentirá ese hombre solo brotar lágrimas. Ha visto aproximarse al fin (hoy también) el Angel imposible que le salva. "El viaje a Bizancio" 1972 - 1974 El joven de los pendientes de plata Llevaba días viéndole en el bar, apoyado en la barra y bebiendo cerveza. Jamás respondió a mis miradas (que probablemente no viese) y cuando pregunté a los parroquianos si sabían de él, ninguno -ni los camareros- pudieron darme nuevas. Apenas hablaba, y aunque joven de cierto, parecía perdida su mente en lejanías, como si algo le arrastrase hacia un remoto tiempo. Moreno, con botas negras y chaquetón azul, llevaba en coleta el pelo, y pendientes de plata. Pero eran sus ojos sobre todo, sus profundos y grandes ojos garzos, lo que más me impresionaba en aquel hermoso y triste solitario de la barra. No: La gente siguió sin saber nada. Y entonces me decidí (suelo ser muy osado) y me acerqué y le pregunté, invitándole a la par a otra cerveza. Me miró sonriendo -sin sorpresa- y tuvo la actitud del que concede, aunque apenas dijera una palabra. Tras ciertos circunloquios vanos, contestó que su oficio era el mar. Que había viajado mucho, cambiado también de empresa, y que en fin, estaba muy cansado. Hablaba un español con acento entre holandés y brasileño, y mientras decía y bebía (cordial siempre) perseveraba su dejo de añorante distancia. Le propuse si quería acompañarme a casa, y beberse conmigo -oyendo música- la última cerveza. Sonrió como quien ya supiera, y me hizo otro gesto indicando la puerta. Mis amigos me vieron salir, amedrentados, con aquel extranjero de pendientes argénteos. Y cuando concluimos la cama y las cervezas, y hablamos de aventuras y pasiones, y del amor al riesgo, mientras se vestía (cuerpo delgado y duro, cálido y cobrizo) torné a preguntarle quién era y cómo se llamaba, pues nunca dijo el nombre. Con un leve desdén en la boca perfecta, me pidió dinero para pasar la noche y replicó (abrochándose el cinturón y francamente hilarante): Ya ves, tío, yo soy el último pirata del mar los Sargazos. Le contesté riendo: ¿Pero aún queda alguno? Nosotros ya creíamos que todos habíais muerto.Y entonces, con tristeza, tras tomar el billete, y a punto de largarse, me miró suavemente: Pequé con delirio en los mares de España. Adiós, chico. No me permiten todavía que muera. Y escuché el ascensor el sonido del viento que en la calle silbaba. El invierno de la edad media Desaté tus sandalias y te besé los pies. Fríos, estaban fríos y hermosamente rojos de la nieve. Tumbados junto a un fuego de encina, entre ese olor vegetal y cálido del mundo, oíamos a los monjes cantar salmos, muy oscuramente... ¡Tu cuerpo hermoso! ¡Cómo besé tu cuerpo, tan blanco, dulce y fuerte, mientras te entredormías! Tragué tu sexo entero. No podía olvidar que caminábamos juntos, flagelantes, hacia el perdón y hacia la penitencia... El silencio parecía un gigante y el rezo de los monjes el retumbe de un barco en la galerna. No sé si me decías: ¿Estamos cerca ya del final de los tiempos? Tu cuerpo de tan recio me parecía dulce. Dulces fríos tus pies. Dulce tu axila. Tu cuerpo, con el sayal subido. Tu cuerpo erecto allí. No sé adónde íbamos. Era el más duro invierno. La nieve más profunda. y la voz de los monjes retumbaba en la piedra. La música -dijiste- la música... Tus labios eran rosas, suavemente rojos como tu dulce cuerpo... Hermano mío de tiempo y penitencia. ¿Qué hacemos los dos juntos? ¿Dónde vamos? ¿Dónde nos lleva el miedo? No es la peste, no el hambre. El viento ruge en el claustro de piedra. Los monjes cantan en plegaria de sombra. Estamos solos, tú y yo, hermano. Solos... Es una Edad media interminable. Fuego ahí, en la noche oscura. El nombre de la desesperanza Los viejos pederastas lloran por la noche. No es extraño. Entre el riesgo y el milagro su vida toda, dudan de si es el Bien o el Mal quien los posee. Soñaron siempre una Hélade turbia. Una paternidad erótica. Una hermandad de goce primigenio. Soñaron un mundo solar. Pero las horas fueron, con frecuencia, temor y desventura. Bajaron a los fondos de las cuevas. Volaron sobre praderas dulces. Su sueño -tan palpable- se deshacía en sueño. Los viejos pederastas, ya muy viejos, bajan al Metro por las tardes. Los ojos les lloran por el humo. Un cantautor les llamó sapos del subway. Están más que habituados al desprecio. Los viejos pederastas -humillados, heridos, torpes, sin futuro- lloran solitarios por las noches. Rezan al Ángel de la Guarda. Piensan en el Niño Dios. No saben si abrirse las venas (el rojo es un color muy hermoso). Los viejos pederastas sienten que la vida se les va de las manos, y la nada sucede a la nada. Los viejos pederastas leen a Voltaire, y escriben su epitafio: Si no pudiera ser un joven guerrero sioux, Señor del Universo, no volver. Sólo pido no volver, de nuevo... El perfumista Quiero darte mis señas, por si vuelves, y sospecho que seguramente vas a hacerlo. Mi tienda está (ya ves) bien dentro del zoco, muy cerca de las paredes de la Gran Mezquita que se llama Az-Zituma, y vendo y hago perfumes: rosa-cristal, benjuí, ámbar, jazmines... En los perfumes ya es un aroma el nombre; y hay que haber leído y ser sensible para inventar alguno. Vivo algo más allá, muy cerca. Pero si no es aquí, podrás hallarme sobre todo en los Baños, al caer la tarde. Allí discretamente se glorifica el cuerpo, y una música tenue se mezcla con vapor y juventud: Ahmed domina el masaje, y el negro es también muy diestro. Acércate algún día, cuando vuelvas. Por la noche, en la casa, bebemos café turco y nos reunimos (esos chicos y yo) contando lances de medida y hazañas con turistas, o calibrando las gracias y modos de esa vieja palabra (la diré) que casi nadie usa, a pesar de su imagen: zorrotroco. Sí, es exactamente para reírse un poco. Algún día, después, se leen poemas o se fuma kifi, y alguna vez (más rara) se va al burdel muy tarde. El día siempre es esto: los perfumes. Y este olor también a carne, cuero y especias que son ¿por qué no? otros raros perfumes. Llevo siempre estas dos sortijas puestas, y me preocupo muy poco del futuro. Ya sabes dónde estoy. Bien dentro del zoco, junto a la Mezquita. Y, en fin, si cuando vuelvas quieres hacerme un especial regalo, no busques mucho. Hazte acompañar del mocito aquel del aeropuerto, o del esbelto servidor del Café, con ojos y tersura de gacela. (Es una imagen de los antiguos poetas). La música y los dulces los pondré yo. Y que la noche nos relate el resto. El viaje infinito del arte moderno Dicen que se quedaba en silencio. Largas horas. En silencio. Se llama sufrir. No es agua muerta. Un pantano en silencio. Hay vértigos adentro. Una sierra eléctrica, brutal, que zumba a veces. Y no lo sé. Sufrir. Y de repente Las piernas del Idilio de Fortuny. Como voz de vida. Y hablaban interminablemente después. ¿Quién dijo la palabra motriz? ¿Qué dices cuando dices, etc...? Te juro que me tiene sin cuidado. Lo que quiero es ser feliz, solo algo más que mantenerme en pie. ¿Saber? También saber. Y joder. Y mirar cuadros. Pero apenas nunca ocurre. ¿Hablo? ¿Digo? Largas horas. Fatiga. Dijo: El Estado, nos está masacrando el Estado... Y ella le miró delicadamente, anochecía: Creo que esa luz rojiza está intentando decirnos lago. De "Asuntos de delirio" Emblema sobre un tópico antiguo Me gustaría invitarte una noche (y aún lo espero) a charlar, para que te vieran, y a tomar una copa juntos. (Porque es emocionante discurrir junto a un cuerpo tan hermoso y tan joven, y verlo con deleite, sin prisa, y que lo crean tuyo.) Y cuando el camarero nos tendiese la copa, exuberante, grata, y colmada de algún licor entre el hielo y el oro, a la luz íntima y brillante de las lámparas, Vitucho, te diría: ¿La ves? Fulge el cristal, y el licor rebosa. Tras un breve rato, aún en plena noche, estará vacía y sucia. Las huellas de los dedos pegadas al vidrio. Ida. Y te diría que tu adolescencia es, ahora, como esa copa rebosante. Te lo diría, y te miraría y esperaría que entendieras. "El viaje a Bizancio" 1972 - 1974 En la noche perdida (Else Lasker-Schüler) Esta es la dama rara. Ojos de tizne negro y pelo negro tinto... ¿Cuántos años tiene la dama rara? Vieja es y eternamente joven... Los abalorios, el turbante, los anillos, su extrañeza... ¿Porqué desprende estupor la dama rara? Óyela hablar. Cuanto tú has sido la esquina de la vida... Sus palabras dislocadas, sus manos perturbantes, sus amores sin final... Un judío es uno que ha sufrido. Una amante loca fue una niña herida. Un maya el habitante de un pozo. Esta es la dama rara. Te mira provocativa, inteligente, seductora, absurda. Su brillo oculta el llanto del Talmud. Su fulgor, carreras por la callejita del odio. Porque me despreciaron, nunca he querido ser más. Esta es la dama rara. Expresionista, ultramoderna, más allá del mundo. Vieja es y enormemente joven. Paladina de todo lo perdido. Mariscala de las bambalinas. Luz crepuscular, cristales hindúes, pulseras de Cachemira... Un ser brillante y absurdo. Perdida en la cabellera de la Destrucción me alojo en la alcoba de la Vida... Ya no le importa qué dirás. Esta es la dama rara. Tadeus Aludra (que la conoció) la soñaba caminar por el futuro... Epinicio Salta al aire, y arde al sol en un brillo encendido. El músculo se estira victorioso. Ondea el pelo rubio, y bailan sedas de agua sobre una piel de oro. Bulle un río, y el cuerpo es la sed de una batalla. Los brazos se alargan, y las piernas armoniosas y brillantes. Se cierra un bosque al cerrar los ojos. Cantan las manos. El cuerpo adolescente reta al aire. Como un himno se eleva la figura, y se ondula. El pelo nada, la piel seduce al ámbar, y el impulso se transforma en joven música encendida. Salta ahora. Y es todo victoria. Quien saltó y quien baja es otro distinto. Y va más allá el milagro porque es otro el que mira. Filósofo de Cirene enamorado del amor Y es que la belleza, en efecto, promete un infinito. ¿Qué ves en el hermoso cuerpo joven? Como un día al comienzo del verano - contestó - cuando todo es brillo y delicia. Y la carne vibra en éxtasis dorado, y se balancea el pelo juvenil como las ramas más altas de los árboles, y semeja que el minuto aquél no tendrá fin. ¿Pero no hay más? ¿No notas acaso tú, como si el cuerpo bello fuese la frontera de otro reino? Es eterno, te dices. Y promete además un mundo donde la perfección será costumbre. Y le ves brincando en la dulce alegría de sí mismo, como un quimérico país donde el sol más benigno y la hierba y el río jamás terminasen... ¿Ves solamente la belleza del cuerpo? ¿La armonía del torso, la flor de la cintura? Miras también tus deseos eternamente vivos, tu antiguo cuerpo joven siempre igual a sí mismo, la amistad perdurable con nobles camaradas en inmóviles días de luz y primavera, y el continuo torrente de la sangre detenido con él, en el momento álgido en que pasión de piel, espasmo entre los brazos, significa también felicidad, amor, perfección de lo exacto, inmutable placer en que vive la mente su carne como espíritu... El cuerpo juvenil es mucho más que él mismo. Permanente promesa que se cumple en promesa, mundo de plenitud vivido en luz del mundo, júbilo de su tacto, oro, sed, perfumes, como si el aspirar, el palpar, la bebida, el vuelo portentoso no concluyesen nunca... Y es que la belleza -repitió- promete, en efecto, un infinito. Hécate divina Es un sueño. Y en el sueño (que es despertar abrupto) hay un amigo antiguo, ahora ilustre, con gran batón barroco en barcas que figuran el río del adiós o del olvido... Ese amigo ha traicionado la moral que quiso. Ha traicionado, en el altar del sol, los fuegos de la luna que quisimos, fuegos fríos de dioses antinormativos, dioses del no, del nunca, dioses rebeldes, vivos... ¿No fue nunca mi amigo en su verdad lunar? ¿Fue sólo ocasional su luna? ¿O es la traición -incluso la más simple- corrientísima moneda de la vida?. Éramos, no somos. Sólo un trecho caminamos con alguien. El camino, frecuentemente, se hace sólo, y cambian, mudan las fugaces y dulces compañías... ¿Traición o imposible? Yo no sé si existe la amistad y muchas veces dudo del camino y la meta... Pero nunca he dudado de la luna y la noche. De sus dioses salvajes, rebeldes, juveniles... (Incluso cuando no sabía). Sólo he querido la ley contra la Ley. Sólo he querido rehacer el mundo. Sólo la radical desobediencia. (Pese al río que pasa y que es constante olvido). Infancias y suicidios Sí, claro que pensé en el suicidio. Tenía dieciséis años y habían logrado -tras un aparente primera felicidad- mancharme de mí mismo hasta lo abyecto... Ser como era me condenaba, me hundía. La verdad es que antes, cuatro años atrás, ya podría, consecuentemente, haber pensado en desaparecer. ¿Me salvaron los libros, la fantasía, los sueños? ¿La falsa maravilla acaso con que pensaba edificar mi vida? Todo me condenaba. ¿Lo sabías? Pese al silencio, pese a las ofensas, pese a la oscuridad tan sola, llegué a pensar en el suicidio. Es extraño que lograra sobrevivir. Lo pienso ahora, lejos. Insólito haber llegado acá, Si bien se mira. Algunos también como yo, se ahogaron casi en sus islas. Alguien me dio el nombre y la seña salvadora: los proscritos tenemos también un reino. La seña de Caín. Algo parecido. Los deshauciados por el infame reino del Bien. En los ojos un vago nublo de melancolía... Acaso me lo dijo el decadente, sólida y rotunda efigie. Somos tu mundo. No estás solo. El reino de los réprobos. La raza de los acusados. ¿Te acuerdas? Saberme en el mal me devolvió entonces a la bondad de la vida. Del suicidio no quedó, lógicamente, más que una notoria disposición a la bruma y la fraternal nostalgia hacia todas las caídas. Inténtalo, sensitivo Si me lo hubieran descrito, hubiese dicho no, no se puede vivir ahí. La oscuridad que hay dentro quiere destruirte. Y el desprecio, la desgana, la fatalidad buscan la muerte. Claro que tampoco quieres morir, o no exactamente morir, cesar acaso. Porque es muy difícil vivir ahí. Los pensamientos te tambalean. Se despeñan. Gesticulan. Golpean contra ti. Buscan herirte fingiendo otras destrucciones. Tu pensamiento se vuelve violento, paria, obtuso, y quiere, quiere morir, o no exactamente, cesar. No se puede vivir ahí. Un yermo. Ajeno al aire. Poca la luz. Ajeno al movimiento. Sin gozo, sin voz casi, con luces agrias. Si te lo describo con imágenes de delirio y pesantez: No, no se puede vivir ahí. El dolor es un país inhabitable, que está habitado. Y cuantos recorren ese país -por un mismo camino- viajan solos... No se puede vivir. Voy caminando. La tarde dichosa Era una edad de libros y de escasos placeres. Yo no pude, por tanto, haber sido uno de ellos, y es otra cosa más que el Tiempo me adeuda. * * * En el extremo mismo de la juventud, uno es frágil y esbelto con algo de pétalo y foscor en los ojos. Y el otro un leve atleta, con los músculos tensos, y alguna gallardía, rondando los dieciocho. En el rincón penúltimo de un bar de esos, sentados, la espalda se acarician y se besan después, muy lentamente. La historia que hay detrás no es difícil saberla. Días con sol y trenes sin nombre hacia el futuro, y el mundo (ya lo ves) erguido en realidad perfecta. "Huir del invierno" 1977 -1981 Labios bellos, ámbar suave Con sólo verte una vez te otorgué un nombre, para ti levanté una bella historia humana. Una casa entre árboles y amor a media noche, un deseo y un libro, las rosas del placer y la desidia. Imaginé tu cuerpo tan dulce en el estío, bañado entre las viñas, un beso fugitivo y aquel -"Espera, no te vayas aún, aún es temprano". Te llegué a ver totalmente a mi lado. El aire oreaba tu cabello, y fue sólo pasar, apenas un minuto y ya dejarte. Todo un amor, jazmín de un solo instante. Mas es grato saber que nos tuvo un deseo, y que no hubo futuro ni presente ni pasado. "El viaje a Bizancio" 1972 - 1974 Las rosas Entonces hubiera gritado: ¡Señor, salva a Juan! He visto deshacerse muchas bellezas; sería bueno que quedase una como emblema de nuestro tiempo, un licor joven que -contra el uso- no envejeciera nunca... Aún es hoy como monda de naranja, y sonríe, y un aroma delgado aún llena el aire... Pero no, tampoco mi oración obtuvo respuesta. Los monasterios más ocultos Aludra dejó aquel inédito: Viajes solares... ¿Era un sueño ese sur sarraceno y sarraceno? ¿Guardaba un mundo acre la íntima piel del durazno? En compañía de aquel pintor mexicano penetramos los vastos reinos ilimítrofes del Sahel... Y aunque aquel mundo de sol y serpientes se volvía en la noche corzo de agua y caricioso tigre, el pintor insistía en el fondo del viaje: Llegar -aún muy brevemente- al centro del desierto, donde Aludra situó la plenitud. Marún y Hasim dispusieron tiendas, fruta, música, y los viejos ciegos, guiadores... Aún parecía que el primitivo regazo del placer alargaría sus manos y sus piernas dulces, desveladas... Y aquella noche antigua (porque hacia el interior las estrellas fulgen tan cerca) un líquido amoroso nos impregnó los dedos y los labios en sedas de aquellos oscuros Marún y Hasim, azules, cuando el cuerpo perfecciona la música... El pintor dijo a Gustavo Sendón: Es extraño, siento que morir no importaría, no se sentiría en este momento... La amanecida -naranja y rosa- parecía blanda. El esplendor llegó más tarde. La luz del sol, la perfección de la luz, lo vuelven piedra cuarzo, y es tan geométrico el rayo, tan exacta la caída y tan sublime el transparente poliedro ígneo y puro, que la vida deja de existir. Desaparece enteramente. Porque en la perfección -narró el profesor- nunca hay vida. Apenas podíamos movernos. El sol mataba el agua y agrietaba los labios; la perfección -que es de un solo color- genera un laberinto. La luz da a la luz y el cristal al cristal: Monumentos de vidrio. Marún y Hasim -de húmeda cintura- murieron sin llegar a Tombuctú. Y al pintor y a mí, casi exhaustos, cubiertos de llagas, nos recogió un cuerpo de la Legión Extranjera, no supimos adónde... La perfección está justo antes de la perfección. Igual que el placer y la dicha brotan, maravillosos, la víspera del festivo. Pues nunca vemos, amigo, lo que no está profundamente oculto. Magia en verano Me recreo ante tu cuerpo como ante un paisaje imprevisto. Me sorprende verte en la desnudez juvenil, y ansío recorrerlo, como una anhelada geografía. Me ves pensando en la umbría vegetal de algunas grutas, o en el agua del muslo donde brillan las venas. Me perderé en un bosque que cruzo con mis manos, y pediré una larga estepa donde los labios hablen. Me ves sorprendido, anonadado, pensando en habitarte. Y tú, mientras, te abandonas al cálido primor del aire. Te dejas en la luz, que te navega; y si miro tus ojos vuelvo al jardín oscuro donde es verano el verde. Te miro otra vez y casi no te creo posible. Fulges, encantas, guarda tu cuerpo el hechizo insabido de la tierra. Y despacio sonríes al irme yo acercando, atónito, hacia ti mientras el sol nos cubre con su luz, nos desdibuja, y nos va metiendo en la calma inmensa y rubia de la tarde. Martas cibelinas Yo, señor, salí de Rusia por Crimea. Era en 1919. Hacía diseños vanguardistas para los ballets. Pintaba colores infames, excesivos, caucásicos, y vestía con delicado exotismo... En Estambul, primero, viví la miseria de amores sin dueño. Era fácil. Divinamente fácil. La tela blanca, fresca, sienta lujos en la piel oscura. Pero también llegó al desorden. Fui a Londres -vía Plymouth- y luego a París (el inevitable París, toldos de perla) donde pasaba tardes cansinas en un restaurant y noches desgalichadas, obtusas, moradas de lujo, con vodka barato y blinis mal hechos, y caballeros a la antigua usanza que pedían a ese mínimo lujo -y mi cintura- el dulce perdón de los pecados... Pecadores cuantos vivimos -decía el viejo pope- sólo en la caridad hay salvación. Soñábamos en la patria lejos. En días de nieve y oro. Días de troikas y pieles blancas, amores de armiño, adolescentes, isbas, sones de la melancolía vuelta perspectivas neoclásicas, cúpulas bulbosas... Han pasado -querido señor- más de setenta años. Casi todos han muerto. Son nietos, sobrinos, otros, lejos, nadie. Yo no he cambiado apenas. He perdido la cuenta. Casi no sé mis años. Vivo en España. Estuve en Porto. Volví a Berlín. Ya sólo sé que todo es exilio. Sólo que mi patria no existe. Que la patria -si es- está muy lejos. Sólo sé que todo es provisión. Esperanza, futuro, nada. Sólo sé que cambiaré de pisos y ciudades, siempre con recibos de la luz pendientes, con viejas botellas de vodka en los rincones, periódicos sin fecha, libros gastados, húmedos, palabras de una lengua ausente... Siempre sin fe, aguardando, sin esperanza, atentos. Sólo sé que hay pisos estrechos, nombres falsos, oscuros uniformes, títulos vanos, inventos de aquel reino, frases falsas del Emperador. Recuerdo de orgías que no existieron nunca. Música en palacios de deshielo, violines sin cuerdas... Sólo que no volveré nunca. Sólo que no soy de ningún sitio. Que nunca estuve donde creí estar. Que nada sé, y que la ilusa patria no existió ni existirá, ni es posible. En un perpetuo otoño, los quinqués dan una luz muy tibia. Crees en una casa. Pero toda casa está vacía. Mercedes Aunque el tiempo nos haya separado (no es el tiempo sino la vida quien aleja) no debo, no sería lícito olvidarte y ser injusto contigo. Porque si tu presente de mujer burguesa está tan lejos de lo que creo y siento, a la muchachita que fuiste, junto a mí la amé hasta ese natural punto que no precisa palabras, ni declaración ni sexo. Era la amistad el calor, más allá de otros lazos. Jugaba contigo y me reía contigo y te buscaba cuando estaba solo (tantas veces) sin que tú nunca me fallaras ni mostrases extrañeza. ¿Te acuerdas de cómo nos reíamos? Jugábamos a chicas y hablábamos del mundo. Íbamos al cine y me contabas, por fin, los chicos que te gustaban, los actores, los sueños de lo que ambos seríamos huyendo de aquella adolescencia en el opaco, hosco Madrid cerrado a la libertad, de los mediados sesenta. Adiós, amiga mía, nunca será como antes y nunca hablaremos como hablábamos entonces. Tú vas en tu avión y yo vuelo -no sé cómo- en dirección contraria. Pero te recuerdo y te doy las gracias. Única amiga de mi infancia. Por ti no estuve solo del todo. Por ti sentí que la vida podría ser amable. Para ti fui un niño normal y corriente, al que quisiste -creo- y te quería. Otro amigo. Jamás sentí que me mirases con extrañeza. Pocos -poquísimos- me vieron tan real, tan cerca. De "Herejías privadas" Morboso Los ojos eran extremadamente hermosos. Los labios de una carne muy dulce. No era, en fin, tan joven como su belleza. Gemía, se turbaba, descendía a los sótanos más húmedos del cuerpo, usaba su saliva como miel, simulaba trances de pequeña muerte, indudablemente efímeros y ciertos. .. Algo en él era terriblemente delicado, algo semejaba un perfume muy oscuro de jazmines enfermos. Era la suavidad de un lecho de agua, la escurridiza obsesión de las ojeras, la blanca piel, suntuosamente condenada. La sexualidad más sórdida se le volvía azul. Era el fin del mundo en filo de primavera. Sabes que no era amor, ni amistad; sólo un placer que se mira en espejos de noche. Únicamente esperaba deshacer tu sensualidad en sus muslos. Cada amanecer deseaba el horror del amor romántico. Como húmeda flora, putrefacción, y hermosura. Luz lunar en un valle de caricias. Era la belleza extremadamente turbia. Su sexo descansaba, magnífico, como un león satisfecho... Ni memoria ni olvido Yo quise olvidar, estoy seguro. Incluso aceleré tanto los caballos lujosos de mi vida que pude haber llegado más allá del olvido. Pero si hay arte en olvidar, cuando el recuerdo vuelve, no como nostalgia sino cual boca viva, también ha de haber arte en no sucumbir a esa trepidación de odio, tristeza y futuro que es el recuerdo no deseado, aquel garfio que resultó, a la postre, más potente que la fantasía. Quise olvidar. Quise tapar al niño negro que fui, a esas tardes tan tristes, a los días violentos, al extraño odio de unos camaradas de piedra... Quise habitar un palacio de olvido. Y no pude. Afortunadamente, dioses, no he podido. Pues si es un arte olvidar, también lo es (y terrible) volver virgen a morder aquella gruta podrida. Oratio amatoria Fueron dos o tres tardes de verano. Y esa noche la primera casa prestada que recuerdo. Si alguien me hubiese dicho entonces si te amaba, ¿qué habría contestado? Quería tus ojos negros, el río oscuro y casi niño de tu hermoso cuerpo... * * * Otro año después, era casi el otoño. Un calor opaco y dorado con sabor de merienda... Y otra casa prestada a la hora de la siesta. ¿Te amaba? Me incendiaban tus ojos de africana luna, y tu piel que enseñaba a mis manos delicia. Y me acuerdo también de tu postura aquella, y del fruto pequeño, escondido; y tu risa... Te besaba. Yo hubiera querido allí morir contigo. * * * Pasó tiempo de nuevo. Y la casa prestada era al menos la quinta. Yo te bañé de noche y te unté de colonia (era invierno) y tus ojos inmensos me querían. Hablábamos. Me contaste (y vi) lo de las purgaciones. ¿Era el amor aquello? Un nombre que sentaba muy bien a tu belleza. * * * Estés donde estés. Te suceda lo que te suceda, yo te deseo el bien mayor, la bondad imposible en este mundo. Te deseo el antiguo verano y su agua dulce. El oro que mereces, un bonancible viaje, y el amor que sé ya (inútilmente ahora) que entonces te tenía. "Huir del invierno" 1977 -1981 Piscina Con un ligero impulso la palanca palpita, y el desnudo se goza un instante en el aire, para astillar después en vibraciones verdes el oro y el azul y la espuma que canta. Desciendes un momento. Y riela en los visos del cristal transparente el fuego que galopa entre las ramas verdes, y es túnica de seda que amorosa recoge la selva de tu cuerpo. Te detienes y nadas. El fondo es tu capricho. Como un solaz de algas que amase tu cabello te complaces en verte por grutas submarinas. Y al regresar al sol, nos miras en la orilla, mientras, toda codicias sexuales, el agua deseosa, se goza solitaria en tu cintura. Quimeras Mi perfecto, mi ídolo de noche, provocación de mis gozos solitarios mentales... Te pienso, déjame que te piense. Me dirán inmaduro, idealista, incapaz de amor. Déjame suponerme entre tus piernas (qué bien nos veo) coronarte de hiedras africanas en idilios fingidos, con agua de rosas rociarte los pies, pintarte un corazón sobre la cama revuelta, con el pelo mojado y los ojos ardientes, encendidos de sexo. En realidad te alabo solo el perfil, me olvidaré del mundo luego. Tiraré a la letrina todo, hecho un rebuño. Inmaduro, del amor incapaz, te he amado por encima del mundo, más allá de cualquiera... Vino el amor mental. Siempre viene. Perdona. Satélite del amor The moon is the mother of pathos and pity Wallace Stevens Es hermoso y sagrado el reino de la noche, lo pueblan suaves seres que maquillan sus ojos y mezclan la tristeza con el sabor del júbilo. Seres agrestes para quienes el amor tiene todos los nombres del peligro. Las lámparas dejan su ámbar por la noche. La lluvia su dulzura. Los inmaduros cuerpos el delicado olor de su erotismo. Rugen las motos. Cada puerta es un viaje sin destino. Entonces tu cabello, como la piel suave de los hombros desnudos, abunda más en bronce, se abandona a los tactos. Son más dulces los labios. Más cálido de luna el río esbelto y bello de tus piernas. Somos de ese reino, donde como en Chuang-tsé, el filósofo, se mezcla sueño y vida. Donde amar es provocación y goce, y un cuerpo el misticismo. "El viaje a Bizancio" 1972 - 1974 Sed pagana Yo miraba aquella noche arder la maravilla. Os veía abrazándoos, bebidos, tan jóvenes los dos, bailando entrelazados, alegres, entre la música festiva y la entibidada luz de un lugar clandestino. Observaba los ojos cariñosos, el biselado exacto de los cuerpos tersos -serían apenas diecisiete años- el fogoso frescor de pestañas y labios. En ambos la hermosura. La indolencia natural de lo perfecto. Y pensaba, mirándoos, que mi placer de belleza y de ginebra no iba desinteresado con la envidia. Que debía sufrir, claro, por no participar en ese reino. Pero miraba y era deleite sólo vuestra danza, deseo vuestras ondas de euritmia jovencísima. Y pensé: No buscamos el logro, anhelamos deseo. Que no es la fuente sólo, sino la sed que invita. De pie en el antro penumbroso, sumido entre la música, yo miraba aquella noche arder la maravilla. Tractatus de amore I No digas nunca: Ya está aquí el amor. El amor es siempre un paso más, el amor es el peldaño ulterior de la escalera, el amor es continua apetencia, y si no estás insatisfecho, no hay amor. El amor es la fruta en la mano, aún no mordida. El amor es un perpetuo aguijón, y un deseo que debe crecer sin valladar. No digas nunca: Ya está aquí el amor. El verdadero amor es un no ha llegado todavía... II Y es que el verdadero amor -nos dicen- nunca jamás se parece a su imagen. Disociadas la forma y la materia, se nos obliga a elegir, considerando en más a la anterior morada. (¡Pequeña traición, dulce retaguardia, muy humana!) Porque el verdadero amor coincide con sí mismo, y dice bien Novalis que todo será cuerpo un día que anhelamos. Columna de oro y niño de azul, el tetractys entregado en la mirada, tú fuiste al tiempo unísono el amor y su imagen y sólo la realidad trastocó nuestros cuerpos o confundió con falsa voz nuestra amistad equivocada. Porque no siempre es posible el encuentro y hostil es, a menudo, el bosque y su carcoma, y se cubren los senderos de hojas malas... Mas el verdadero amor, el alto amor, -lo sé y te vi- coincide, inevitablemente, con su alta representación afortunada. III ¿Será el amor vencer tan sólo al cuerpo con el cuerpo? Porque el ansia de beldad empuja hacia dentro, para alcanzar un alma confundida con las formas mismas de la materia... Y al succionar los labios bebes alma, y al estrechar el pecho tocas otro jardín cuyas ramas te alcanzan. Queremos romper el cuerpo para encontrar el cuerpo, bañarnos en el pozo acuático de adentro con la imagen misma que la luz nos muestra. Posesionar el cuerpo para tocar un alma que es el mismo cuerpo. Pues al ver y palpar el dorado desierto de tu cuerpo, saltaba el alma en mis labios deseando entrar en ti, restregarse a ti, ser en ti, chupando tus axilas y tus nalgas y tu cuello, ebria de ti, la absurda, la infame, la degenerada... IV Ya que el más alto amor es imposible. Ya que no existe el alma pura convertida en cuerpo. Ya que el instante detenido (¡oh, párate un momento, eres tan bello!) no es más que un grato sueño de la literatura. Ya que se muda el dios de un día y el tiempo torna falaz toda imagen armónica. Ya que el eterno muchacho es sólo mito y fugaz representación que solemniza el arte; cuando alguien nos provoca amor, cuando sentimos el ansia irreprimible de estar con fuertemente, y de abrasarnos, cuando creemos que aquel ser es toda la dorada plenitud, sin dudar nos engañamos. (Una magia y un deseo nos embaucan.) No existe el sumo amor. Es tan sólo un impulso del alma, y unas horas o unos meses, ciegos, felices, burlados... V Aunque quizá todo esto es mentira. Y el único amor posible (entiéndase, pues el Amor con mayúscula) sea un ansia poderosa y humilde de estar juntos, de compartir problemas, de darse calor bajo los cubrecamas... Reír con la misma frase del mismo libro o ir a servirse el vino a la par, cruzando las miradas. Deseo de relación, de compartir, de comprender tocando, de entrar en otro ser, que tampoco es luz, ni extraordinario, pero que es ardor, y delicadeza y dulzura... No la búsqueda del sol, sino la calma día a día encontrada. El montón de libros sobre la mesa, tachaduras y tintas en horarios de clase, el programa de un concierto, un papel con datos sobre Ophuls y la escuela de Viena... Quizá es feliz tal Amor, lleno de excepcionales minutos y de mucha, mucha vulgaridad cotidiana... Amor de igual a igual, con arrebato y zanjas, pero siempre amor, un ansia poderosa, pobre, de estar unidos, juntos, acariciar su pelo mientras suena la música y hablamos de las clases, de los libros, de los pantalones vaqueros, o simplemente de los corazones... Aunque quizá todo esto es mentira. Y es la elección, elegir, lo que finalmente nos desgarra. VI Pero no utilices la palabra desprecio si no aceptan el amor que regalas. Si es un amor de palabras dulces, de comprensión, de afecto, de ternura, sabrás bien que el obsequio que ofreces no lo has de dar tú solo... Y si es pasión tu amor, si es un arrebatamiento que desborda y desdeña la vida cotidiana, entonces el regalo recae sobre ti propio. Desprecio no habrá en ningún caso. Sólo carencia. Echar algo en falta. Pero es que todo gran amor, el poderoso amor, el importante amor, el que llenaría plenamente un vivir, ése es siempre ausencia, hay un foso siempre; lo ves y no lo alcanzas... VII Eres, al fin, el nombre de todos los deseos. No importa sin en ti buscamos la solicitud o la amistad. No importa si es el río dorado de la carne, o el alma, el inasible alma, siempre la última frontera. Son tuyos todos esos nombres, y en ellos te vemos pero nunca, jamás te acercas. No eres el codiciado calor de la leña que temen perder quienes tienen morada y compañero. No eres el brillo acuático, ni la piel del ídolo solar que buscan paseantes solitarios. Tampoco la marcha alada, el cendal bello, la plática antigua del que desea la corpórea forma (aunque espiritual) del ángel... Sombrío dios sin devotos, les prestas tu mirar a todos ellos, pero ninguno eres. Estás siempre más allá, más lejos. Y no te adornan aljabas ni rosas. Ni proteges en tu seno a quienes nombran la palabra amor, o dicen cumplirla, célibes y familiares. Sobre tus largas uñas pones frío oro molido, y en tus ojos oscuros dejas entrar la luna... ¿Qué nombre darte? ¿Amor Hipólito, Cupido? Eres un dios de muertos. El dios, por excelencia. Y pues que nada te cumple, ni rosas te sirven ni anacreónticas imágenes. Frío cuerpo de oro, las rojas amapolas te coronan y las plantas del largo sueño eterno. Un arte de vivir Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa, tu corbata de tarde, la carta que le escribes a un amigo, la opinión sobre un lienzo, que dirás en la charla, pero que no tendrás el torpe gusto de pretender escrita. Beber, que es un placer efímero. Amar el sol y desear veranos, y el invierno lentísimo que invita a la nostalgia (¿de dónde esa nostalgia?). Salir todas las noches, arreglarte el foulard con cariño esmerado ante el espejo, embriagarte en belleza cuanto puedas, perseguir y anhelar jóvenes cuerpos, llanuras prodigiosas, todo el mundo que cabe en tanta euritmia. Dejar de amanecida tan fantásticos lechos, y olerte las manos mientras buscas taxi, gozando en la memoria, porque hablan de vellos y delicias y escondidos lugares, y perfumes sin nombre, dulces como los cuerpos. ¡Qué frío amanecer entonces, qué triste es, qué bello! Las sábanas te acogerán después un tanto yermas, y esperarás el sueño. Del día que vendrá no sabes .nada. (No consultas oráculos). Te quemarán hastíos y emociones, tertulias y bellezas, las rosas de un banquete suntuario, y las viejas callejas, donde se siente todo, en el verano, como un aroma intenso. Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa. y si todo va mal, si al final todo es duro, como Verlaine, saber ser el rey de un palacio de invierno. "El viaje a Bizancio" 1972 - 1974 Un cuento en azul Seguramente estaba sola. Llevaba los ojos muy cercados de negro. Era mayor, vieja, con ropas gastadas. Por la noche -más aún en invierno- se acercaba a los jardines del convento o del parque con su bolsa de plástico llena de despojos para gatos. Junto a las verjas, entre las plantas, por las aceras nocturnas, la vieja dama de los ojos negros, más sola que el más solo de la tierra, buscaba a los gatos. Bonito ven. Ven, mi rey. Para ti también, mimosa. Toma, linda. Ay, qué bueno, tesoro... y los gatos callejeros, los gatos atigrados del jardín, la iban rodeando zalameros, altivos, dulces, formando una Piedad extraña de una madre y sus hijos, en el fin de los tiempos. Mira a la gatera (oí decir otra noche a unos que pasaban) vaya vieja loca... Pero la vieja dama de los ojos negros, con su bolsita de plástico y despojos, ya no oía. Nunca oía. Porque el mundo -desde hacía mucho tiempo- no era afortunadamente real para ella. Por ello nos sorprendió saber que una noche de aquellas, un hermoso muchacho con uniforme azul se acercase a la dama y le dijese: Soy el Rey de los Gatos, madame. Y se cruzaron sus miradas. Y el muchacho de los ojos gatunos la besó en la boca. Los gatos se restregaban en sus piernas. Y tomó de la mano a la dama. Y se fueron hacia un mundo perfecto, un maravilloso mundo de luz que un benévolo dios creó para las viejas locas, donde los gatos son chicos y los chicos son gatos que tienen siete almas, y no envejecen nunca, como quiso aquel Rey del Día Primero del Antiguo Mundo Bien Hecho. Una escena del mundo flotante Fue, en cierto modo, una historia trivial. Yo tuve, hace años, algunas parecidas. Si acaso, aquí no era común su insólita belleza, ni tampoco su bondad, su grata camaradería. Lo había mirado varias veces, en ese tiempo en que la noche era para mí como una caja de sorpresas. Alguien -no sé cómo- nos acercó un día en un barito de esos, en calleja pobre y mal estilo inglés... (Un lugar, incluso hoy, para el desdén absoluto de la burguesía.) Y todo fue fácil y en seguida. Tomamos una copa, repasamos los sitios en que sin duda, días atrás, nos habríamos visto, y un rato después entrábamos en una cama fría. Pero era tanta su belleza, había tanta perfección y calor en su joven cuerpo colmado de delicia, que recuerdo que al meterme en sus brazos, al besarnos, y sentir el tacto de su piel total por vez primera, me estremecí absolutamente, y me dije que sí, que era verdad, que estaba allí, y que su boca, su cálida boca, buscaba la mía...

 

 

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