Documentos | Sociedad | Economía | Historia | Letras | Ciencia | Ser

 

 

     
 

José Angel Valente:
Ahora, amiga mía... Ahora, amiga mía que una flor de papel preside el aire, que el aire se deshace en dulces pétalos de jadeante miel en tus rodillas, ahora que no hablamos del otoño ya nunca más para no tropezar con tu mirada, ahora que te adentras por la vida, ligera, según dices, desposeída al fin de prejuicios, ideas recibidas, tiempo estéril, incomprensibles normas y principios, ay -ahora que la virginidad navega todavía como un barco vacío por oscuros telares, por intactos desvanes y sueños sin sentido, qué hacer en medio de la tarde, cómo entregarse sin terror de pronto y cómo confesar que detrás de tu lecho odiosa la inocencia, inservibles los claros pensamientos, traicionan palabras aprendidas en revistas de moda, tópicos de vanguardia, digo, tópicos que tan libre te hacen, aunque no de ti misma, aunque no de tu vientre inopinado donde súbito baja, feroz y sofocante, el duro golpe del corazón. Qué tierna insensatez la de estar solos, la del estremecimiento vergonzoso ante la voz del hombre Y el no estar a la altura de las propias palabras con esfuerzo aprendidas, pues ahora bien sencillo sería el acto del amor sin aquel eco soez de sumergidas tradiciones no expurgadas a tiempo, ahora que la misma indiferencia de las frases audaces y ante oídas del loro varonil tan propicia parece, si la conversación no fuera ya pretexto, argumento de un miedo mal oculto a no saber qué hacer en este trance. Demasiado tarde vuelves a recaer en frases y agudezas, mientras escondes el temblor que sube, absurdamente provinciano y burdo, de niña de agua dulce, desusada y antigua, hasta tus labios, mientras repites al pic-up la misma canción francesa que nos gusta tanto, que nos hace sentir más al corriente, casi no necios ni burgueses tristes. Qué fácil fuera ahora desnudarse, dejar caer el velo simplemente sin el terror oscuro que te ata a los núbiles senos, qué fácil fuera acaso si no fuera por la flor jadeante de papel amarillo que preside la tarde, por el desasosiego súbito que oprime hasta el dolor tu tímida cintura por la imposible confesión aciaga de tu añeja inocencia, por el urbano gesto de loro aclimatado a otras regiones con que el varón disfraza su animal procedencia, por los pasos de alguien que se acerca, por el timbre que suena como un ángel guardián ( te ruboriza sin poder evitarlo el pensamiento ) y la ocasión disuelve, mientras tú más segura recuperas ingenio y frases hechas, piensas que, al fin y al cabo, volverá a repetirse, prefabricada como es, y entonces no dudarás en entregarte, entonces- es decir, sin que llegue el deseo a pasión ni la pasión a amor ni el hálito terrible del amor al abrasado borde de tu cuerpo. Ahora no tienes, corazón, el vuelo... Ahora no tienes, corazón, el vuelo que te llevaba a las más altas cumbres. Lates, reptante, entre las hojas secas del amarillo otoño. ¿Y hasta cuándo en la secreta larva de ti? ¿ Volverás a nacer en la mañana, a respirar la frialdad del aire donde hay un pájaro? ¿Lo oyes? Canta arriba, en las cimas, como tú, como entonces. Tú eres sólo latir cobijado en lo oscuro. Al pájaro que fuiste dedicas este canto. (El vuelo) Análisis del vientre Aquel vientre era para ser observado con lupa, pues bajo el cristal cada pequeño pliegue, cada rugosidad se hacía multiplicado labio. El amor, demasiado brutal, jamás repararía, el petulante de la viril pasión que el aire agota de un solo trago inútil jamás repararía. Mas nosotros, mi amiga, analicemos con la frialdad habitual a la que sólo el poema se presta la difícil pasión de lo menos visible. Anónimo: versión Cima del canto. El ruiseñor y tú ya sois lo mismo. Cae la noche Cae la noche. El corazón desciende infinitos peldaños, enormes galerías, hasta encontrar la pena. Allí descansa, yace, allí, vencido, yace su propio ser. El hombre puede cargarlo a sus espaldas para ascender de nuevo hacia la luz penosamente: puede caminar para siempre, caminar... ¡Tú que puedes, danos nuestra resurrección de cada día! "Poemas a Lázaro" 1960 Cerqué, cercaste.... Cerqué, cercaste, cercamos tu cuerpo, el mío, el tuyo, como si fueran sólo un solo cuerpo. Lo cercamos en la noche. Alzose al alba la voz del hombre que rezaba. Tierra ajena y más nuestra, allende, en lo lejano. Oí la voz. Bajé sobre tu cuerpo. Se abrió, almendra. bajé a lo alto de ti, subí a lo hondo. Oí la voz en el nacer del sol, en el acercamiento y en la inseparación, en el eje del día y de la noche, de ti y de mí. Quedé, fui tú. Y tú quedaste como eres tú, para siempre encendida. Cómo se abría el cuerpo del amor herido... Cómo se abría el cuerpo del amor herido como si fuera un pájaro de fuego que entre las manos ciegas se incendiara. No supe el límite. Las aguas podían descender de tu cintura hasta el terrible borde de la sed, las aguas. De "Material memoria" Cuando te veo así, mi cuerpo, tan caído... Cuando te veo así, mi cuerpo, tan caído por todos los rincones más oscuros del alma, en ti me miro, igual que en un espejo de infinitas imágenes, sin acertar cuál de entre ellas somos más tú y yo que las restantes. Morir. Tal vez morir no sea más que esto, volver suavemente, cuerpo, el perfil de tu rostro en los espejos hacia el lado más puro de la sombra. El adiós Entró y se inclinó hasta besarla porque de ella recibía la fuerza. (La mujer lo miraba sin respuesta.) Había un espejo humedecido que imitaba la vida vagamente. Se apretó la corbata, el corazón, sorbió un café desvanecido y turbio, explicó sus proyectos para hoy, sus sueños para ayer y sus deseos para nunca jamás. (Ella lo contemplaba silenciosa.) Habló de nuevo. Recordó la lucha de tantos días y el amor pasado. La vida es algo inesperado, dijo. (Más frágiles que nunca las palabras. Al fin calló con el silencio de ella, se acercó hasta sus labios y lloró simplemente sobre aquellos labios ya para siempre sin respuesta. "A modo de esperanza" 1955 El amor está en lo que tendemos... El amor está en lo que tendemos (puentes, palabras ). El amor está en todo lo que izamos (risas, banderas). Y en lo que combatimos (noche, vacío) por verdadero amor. El amor está en cuanto levantamos (torres, promesas). En cuanto recogemos y sembramos (hijos, futuro). Y en las ruinas de lo que abatimos (desposesión, mentira) por verdadero amor. "Breve son" 1968 El ángel Al amanecer, cuando la dureza del día es aún extraña vuelvo a encontrarte en la precisa línea desde la que la noche retrocede. Reconozco tu oscura transparencia, tu rostro no visible, el ala o filo con el que he luchado. Estás o vuelves o reapareces en el extremo límite, señor de lo indistinto. No separes la sombra de la luz que ella ha engendrado. El círculo Estaba la mujer con sus dos senos, su única cabeza giratoria, la longitud de su sonrisa, el aire de estar y de alejarse sabiamente fingido. Estaba rodeada de sí misma, de admiración opaca y compartida, bajo la oscura luz de las miradas. La complacencia del estar henchía de estólida ternura los objetos cercanos. Estaba en pie sumándose a su cuerpo. Las palabras sonaban conllevando sentidos superfluos y crasos. Giraba la mujer. Rebasaba su órbita como un pronunciamiento de todo lo que es bello, vacío, ritual, sonoro, triste. El deseo era un punto inmóvil... Los cuerpos se quedaban del lado solitario del amor como si uno a otro se negasen sin negar el deseo y en esa negación un nudo más fuerte que ellos mismos indefinidamente los uniera. ¿Qué sabían los ojos y las manos, qué sabía la piel, qué retenía un cuerpo de la respiración del otro, quién hacía nacer aquella lenta luz inmóvil como única forma del deseo? El fulgor XXVI Con las manos se forman las palabras, con las manos y en su concavidad se forman corporales las palabras que no podíamos decir. XXXIII Ya te acercas otoño con caballos heridos, con ríos que rebasan el caudal de sus aguas, con sumergidos párpados y vientres sumergidos, con jardines que bajan descalzos hasta el mar. Ya llegas con tambores enormes de tiniebla, con largos lienzos húmedos y manos olvidadas, con hilos que deshacen en aire la mañana, con lentas galerías y espejos empañados, con ecos que aún ocultan lo que ha de ser voz. Y de sí desatado el cuerpo envuelto en oros desciende oscuro al fondo oscuro de tu luz. XXXVI Y todo lo que existe en esta hora de absoluto fulgor se abrasa, arde contigo, cuerpo, en la incendiada boca de la noche. El pecado El pecado nacía como de negra nieve y plumas misteriosas que apagaban el rechinar sombrío de la ocasión y del lugar. Goteaba exprimido con un jadeo triste en la pared del arrepentimiento, entre turbias caricias de homosexualidad o de perdón. El pecado era el único objeto de la vida. Tutor inicuo de ojerosas manos y adolescentes húmedos colgando en el desván de la memoria muerta. El temblor La lluvia como una lengua de prensiles musgos parece recorrerme, buscarme la cerviz, bajar, lamer el eje vertical, contar el número de vértebras que me separan de tu cuerpo ausente. Busco ahora despacio con mi lengua la demorada huella de tu lengua hundida en mis salivas. Bebo, te bebo en las mansiones líquidas del paladar y en la humedad radiante de tus ingles, mientras tu propia lengua me recorre y baja, retráctil y prensil, como la lengua oscura de la lluvia. La raíz del temblor llena tu boca, tiembla, se vierte en ti y canta germinal en tu garganta. En muchos tiempos... En muchos tiempos tu cabeza clara. En muchas luces tu cintura tibia. En muchos siempres tu respuesta súbita. Tu cuerpo se prolonga sumergido hasta esta noche seca, hasta esta sombra. Esta imagen de ti Estabas a mi lado y más próxima a mí que mis sentidos. Hablabas desde dentro del amor, armada de su luz. Nunca palabras de amor más puras respirara. Estaba tu cabeza suavemente inclinada hacia mí. Tu largo pelo y tu alegre cintura. Hablabas desde el centro del amor, armada de su luz, en una tarde gris de cualquier día. Memoria de tu voz y de tu cuerpo mi juventud y mis palabras sean y esta imagen de ti me sobreviva. Estabas desleída en la dulzura... Estabas desleída en la dulzura de los secretos jugos de tu cuerpo y te llevaba el agua como a una larga cabellera verde engendrada en los limas obstinados del fondo. Era tu forma ese deshacimiento. Brotar. Fluir. Abandonarse. Bajaba el aire hasta los límites perfectos de tu piel. Blancura. Y ya oblicuo, el poniente la encendía para nacer de ti aquella tarde de qué lugar, qué tiempo, qué memoria. (Orillas del Sar) Graal Respiración oscura de la vulva. En su latir latía el pez del légamo y yo latía en ti. Me respiraste en tu vacío lleno y yo latía en ti y en ti latían la vulva, el verbo, el vértigo y el centro. Hay una leve luz caída... Hay una leve luz caída entre las hojas de la tarde. Dame tu mano y cruza de puntillas conmigo para nunca pisarla, para no arder tan tenue en sus dormidas brasas y consumirte lenta en el perfil del aire. (Octubre) Hoy andaba debajo de mí mismo... Hoy andaba debajo de mí mismo sin saber lo que hacía. Hoy andaba debajo de la pena con risa inexplicable. Hoy andaba debajo de la risa con todo el llanto a cuestas. Hoy andaba debajo de las aguas sin que fuese milagro comparable. Hoy andaba debajo de la muerte y no reconocía sus cimientos. Andaba a la deriva por debajo del cuerpo confundiendo los dedos con los ojos. Hoy andaba debajo de mí mismo sin poder contenerme. "Breve son"1968 Iluminación Cómo podría aquí cuando la tarde baja con fina piel de leopardo hacia tu demorado cuerpo no ver tu transparencia. Enciende sobre el aire mortal que nos rodea tu luminosa sombra. En lo recóndito te das sin terminar de darte y quedo encendido de ti como respuesta engendrada de ti desde mi centro. Quién eres tú, quién soy, dónde terminan, dime, las fronteras y en qué extremo de tu respiración o tu materia no me respiro dentro de tu aliento. Que tus manos me hagan para siempre, que las mías te hagan para siempre y pueda el tenue soplo de un dios hacer volar al pajarillo de arcilla para siempre. La adolescente Ya baja mucha luz por tus orillas, nadie recuerda la invasión del frío. Ya los sueños no bastan para darle razón de ser a todos los suspiros. Tú cantas por el aire. Ya se ponen de verde los vestidos. Ya nadie sabe nada. Nadie sabe ni cómo ni por qué ni cuándo ha sido. La blanca anatomía de tu cuello... La blanca anatomía de tu cuello. Subí a la transparencia. Tallo de soberana luz, tu cuello. Podría estar exento, ser sólo así en la naturaleza, tallo de una cabeza no existente. Cuello. Tallo de luz. Exento. Para inventar de nuevo tu mirada y tu irrealidad. Para soñar de nuevo el mismo sueño. La mujer estaba desnuda... La mujer estaba desnuda. Llegó un hombre, descendió a su sexo. Desde allí la llamaba a voces cóncavas, a empozados lamentos. Pero ella no podía bajar y asomada a los bordes sollozaba. Después, la voz, más tenue cada día, ya se iba perdiendo en remotos vellones. La mujer sollozaba. Tendió grandes pañuelos en las lámparas rotas. Vino la noche. Y la mujer abrió de par en par sus inexhaustas puertas. La víspera El hombre despojóse de sí mismo, también del cinturón, del brazo izquierdo, de su propia estatura. Resbaló la mujer sus largas medias, largas como los ríos o el cansancio. Nublóse el sueño de deseo. Vino ciego el amor batiendo un cuerpo anónimo. De nadie eran la hora ni el lugar ni el tiempo de los besos. Sólo el deseo de entregarse daba sentido al acto del amor, pero nunca respuesta. El humo gris. El abandono. El alba como una inmensa retirada. Restos de vida oscura en un rincón caídos. y lo demás vulgar, ocioso. El hombre púsose en orden natural, alzóse y tosió humanamente. Aquella hora de soledad. Vestirse de la víspera. Sentir duros los límites. Y al cabo no saber, no poder reconocerse. Latitud No quiero más que estar sobre tu cuerpo como lagarto al sol los días de tristeza. Se disuelve en el aire el llanto roto, al pie de las estatuas recupera la hiedra y tu mano me busca por la piel de tu vientre donde duermo extendido. El pensamiento melancólico se tiende, cuerpo, a tus orillas, bajo el temblor del párpado, el delgado fluir de las arterias, la duración nocturna del latido, la luminosa latitud del vientre, a tu costado, cuerpo, a tus orillas, como animal que vuelve a sus orígenes. Luego del despertar.... Luego del despertar y mientras aún estabas en las lindes del día yo escribía palabras sobre todo tu cuerpo. Luego vino la noche y las borró. Tú me reconociste sin embargo. Entonces dije con el aliento sólo de mi voz idénticas palabras sobre tu mismo cuerpo y nunca nadie pudo más tocarlas sin quemarse en el halo de fuego. Mandorla Estás oscura en tu concavidad y en tu secreta sombra contenida, inscrita en ti. Acaricié tu sangre. Me entraste al fondo de tu noche ebrio de claridad. Material, memoria, III El encuentro fugaz de los amantes en las furtivas camas del atardecer y ya el adiós como de antes casi de empezar el amor y el jadeante amor bebiendo entre tus ingles el vientre azul de tu primer desnudo, tus párpados y el súbito pulso roto de un tiempo inmemorial largando amarras hacia adentro del tiempo. Tú decías será de noche, amor. Y ya caía la luz, mas era igual, como era igual igual a igual y nunca a siempre, jamás a todavía en la sola estación solar de tu mirada. Muerte y resurrección No estabas tú, estaban tus despojos. Luego y después de tanto morir no estaba el cuerpo de la muerte. Morir no tiene cuerpo. Estaba traslúcido el lugar donde tu cuerpo estuvo. La piedra había sido removida. No estabas tú, tu cuerpo, estaba sobrevivida al fin la transparencia. No amanece el cantor El cuerpo del amor se vuelve transparente, usado como fuera por las manos. Tiene capas de tiempo y húmedos, demorados depósitos de luz. Su espejo es la memoria donde ardía. Venir a ti, cuerpo, mi cuerpo, donde mi cuerpo está dormido en todas tus salivas. En esta noche, cuerpo, iluminada hacia el centro de ti, no busca el alba, no amanece el cantor. No dejéis morir a los viejos profetas pues alzaron su voz contra la usura que ciega nuestros ojos con óxidos oscuros, la voz que viene del desierto, el animal desnudo que sale de las aguas para fundar un reino de inocencia, la ira que despliega el mundo en alas, el pájaro abrasado de los apocalipsis, las antiguas palabras, las ciudades perdidas, el despertar del sol como dádiva cierta en la mano del hombre. La paciencia del sur. Sus enormes lagartos extendidos. El caparazón oscuro de la noche mordido por la sal. No llega la pregunta a convertirse en signo. Interrogar, ¿por qué? ¿Quién nos respondería desde la plenitud solar sin destruirnos? Tenía el mar fragmentos laminares de noche. Los arrojaba al día. Para que el ave tendida de la tarde no pudiera olvidar su origen en los terribles pozos anegados del fondo. Y tú, ¿de qué lado de mi cuerpo estabas, alma, que no me socorrías? Inmersión de la voz. Las aguas. Entraste en el origen. Cabeza decapitada junto al mar. Después no quedan más silencios. Veo, veo. Y tú ¿qué ves? No veo. ¿De qué color? No veo. El problema no es lo que se ve, sino el ver mismo. La mirada, no el ojo. Antepupila. El no color, no el color. No ver. La transparencia. El centro es un lugar desierto. El centro es un espejo donde busco mi rostro sin poder encontrarlo. Para eso has venido hasta aquí? ¿Con quién era la cita? El centro es como un círculo, como un tiovivo de pintados caballos. Entre las crines verdes y amarillas, el viento hace volar tu infancia. -Detenla, dices.Nadie puede escucharte. Músicas y banderas. El centro se ha borrado. Estaba aquí, en donde tú estuviste. Veloz el dardo hace blanco en su centro. Queda la vibración. ¿La sientes todavía? Los muslos de la mujer eran largos y húmedos. El fino vello brillaba dorado al sol. Interminable profundidad sin fondo de la piel. Cuando reía, parecía su risa estremecerle el sexo y desatar bandadas por el aire de indeclinables pájaros. Brotaba allí, me dije, como otras tantas cosas de la naturaleza. (Jardín botánico) What killed the dinosaurios?, preguntas mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿O quién? ¿Tú misma, un meteoro, una erupción volcánica? ¿Murieron uno a uno apuñalados o fueron víctimas tempranas de una súbita y calculada exterminación? (Anotación para un fin de siglo) El oro fatigado envuelto en sangre de las tierras del sur. Los perros vagabundos llegaban hasta el límite frío de los vientos para morir. Nadie habitaba ya el lugar incierto. Óxidos. Nadie. Los luminosos cuarzos amarillos incendiaba en su rápido descenso el sol. Después, la sombra como una antorcha helada en todos los caminos que llevan al vacío. La soledad hambrienta devora las figuras. Sube el silencio contra el cielo, enorme, como un grande alarido. a rogelio Dedos sobre el tambor, la piel tendida, el aire que se llena de un susurro de huellas dactilares, de comienzos de oír, de oídos o silencios súbitos, plenitud del sonido, el silencio es la pura plenitud del sonido. Acelerada percusión. Los dedos. La llamada del dios. Los dedos solos sobre el puro temblor. Quería escribir Unter den Linden. Escribir las palabras en el mismo lugar al que designan. Igual que los graffiti. Decir ante un simbólico público alemán Der Tod ist ein Meister aus Deutschland. Como si yo mismo fuese un campesino de esa tierra. Decirlo con amor y con tristeza. El día dos de noviembre, un día de difuntos, de mil novecientos noventa, ya casi al término del siglo, el aire es tenue aquí y frío y luminoso. Una niña cruza en bicicleta, haciendo largas eses descuidadas, los vestigios del límite aún visibles. (Berlín) No me dejes vivir No me dejes vivir. Ahógame en lo alto. Sobre tu cuerpo enfurecido. No me dejes vivir... Hay navíos que abaten en el largo descenso su arboladura amarga. Octubre Hay una leve luz caída entre las hojas de la tarde. Dame tu mano y cruza de puntillas conmigo para nunca pisarla, para no arder tan tenue en sus dormidas brasas y consumirte lenta en el perfil del aire. Oda a la soledad Ah soledad, Mi vieja y sola compañera, Salud. Escúchame tú ahora Cuando el amor Como por negra magia de la mano izquierda Cayó desde su cielo, Cada vez más radiante, igual que lluvia De pájaros quemados, apaleado hasta el quebranto, y quebrantaron Al fin todos sus huesos, Por una diosa adversa y amarilla Y tú, oh alma, Considera o medita cuántas veces Hemos pecado en vano contra nadie Y una vez más aquí fuimos juzgados, Una vez más, oh dios, en el banquillo De la infidelidad y las irreverencias. Así pues, considera, Considérate, oh alma, Para que un día seas perdonada, Mientras ahora escuchas impasible O desasida al cabo De tu mortal miseria La caída infinita De la sonata opus Ciento veintiséis De Mozart Que apaga en tan insólita Suspensión de los tiempos La sucesiva imagen de tu culpa Ah soledad, Mi soledad amiga, lávame, como a quien nace, en tus aguas australes y pueda yo encontrarte, descender de tu mano, bajar en esta noche, en esta noche séptuple del llanto, los mismos siete círculos que guardan en el centro del aire tu recinto sellado. Pájaro del olvido Pájaro del olvido jamás te tuve más cierto en mi memoria. Vuelvo ahora desde no sé qué sombra al día helado del otoño en esta ciudad no mía, pero al fin tan próxima, donde el sol de noviembre tiene la última dureza de lo que ya debiera morir. ¿Y es éste el día de mi resurrección? Las hojas arrastradas por el viento apagan nuestros pasos. Llego y ni siquiera sé muy bien quién llega ni por qué fue llamado a este convite tantos años después. (Comparición) Pero tú, única Soledad, sí pero tú nunca. Ausencia, pero tú nunca: inmóvil luz sin término bajo la luna fría de la falta de amor. Poema Sentí real el pálpito de tu oscura impresencia. Supe que estabas. Te busqué. Ardía lento el fuego en los rincones más secretos del ciego laberinto. No busqué la salida, la imposible salida. Te buscaba. Manifiéstate, dije, sintiendo repentino que ya lo habías hecho en el latido de lo no manifiesto. (el dios) 1° de mayo de 1997 Por debajo del agua... Por debajo del agua te busco el pelo, por debajo del agua, pero no llego. Por debajo del agua de tu cintura: tú me llamas arriba para que suba. Para que suba al aire de tu mirada; mi corazón me enciende, luego se apaga. Te busco el pelo por debajo del agua, pero no llego. Prohibición del incesto Piedra cuadrangular. El búho reposa en la lubricidad del pensamiento. Igual en el secreto envoltorio del vientre. El cuerpo de la mujer se quiebra así en dos formas sangrientas. Recuerdo el parto al amanecer como lleno de aire salino y la fatiga de haber corrido mucho por los arenales. Piedra cuadrangular. El tiempo roto en cuerpos que eran antes y que serán después, mientras el amante recién engendrado entra en el cuerpo de la mujer madre con el alarido de la posesión. Y el mismo rito. Y el mismo cuerpo. Y la prohibición solar de amar lo que hemos engendrado. Sé tú mi límite Tu cuerpo puede llenar mi vida, como puede tu risa volar el muro opaco de la tristeza. Una sola palabra tuya quiebra la ciega soledad en mil pedazos. Si tu acercas tu boca inagotable hasta la mía, bebo sin cesar la raíz de mi propia existencia. Pero tú ignoras cuánto la cercanía de tu cuerpo me hace vivir o cuánto su distancia me aleja de mí mismo me reduce a la sombra. Tú estás, ligera y encendida, como una antorcha ardiente en la mitad del mundo. No te alejes jamás: Los hondos movimientos de tu naturaleza son mi sola ley. Retenme. Sé tú mi límite. Y yo la imagen de mí feliz, que tú me has dado. «Serán ceniza...» Cruzo un desierto y su secreta desolación sin nombre. El corazón tiene la sequedad de la piedra y los estallidos nocturnos de su materia o de su nada. Hay una luz remota, sin embargo, y sé que no estoy solo; aunque después de tanto y tanto no haya ni un solo pensamiento capaz contra la muerte, no estoy solo. Toco esta mano al fin que comparte mi vida y en ella me confirmo y tiento cuanto amo, lo levanto hacia el cielo y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza. Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora, cuanto se me ha tendido a modo de esperanza. Siete cantigas del más allá I Amarillea amargo el tiempo y no hay tiempo para más desdecir la muerte. Marinero que llevas la barca del pasar, el pájaro en la jarcia dice aún su cantar. Lo escucho más allá del tiempo. II Anhelo. El verbo crea el movimiento de la luz en el fondo de las amargas aguas. Mañana, no poses todavía tus pájaros dorados sobre mi pecho herido. III Escucha, madre, he vuelto. Estoy en el atrio donde aquel día el gran cuerpo de mi abuelo quedó. Aún oigo el llanto. Volví. Nunca había partido. Alejarme tan sólo fue el modo de quedar para siempre. IV El verbo. Recomponer el mundo para ir añadiendo sobre una muerte otra hasta alcanzar el tiempo que se va por el ojo de la luz del puente. Banderas sumergidas. Noche y soledad. Palpita el verbo. V Cerqué, cercaste, cercamos tu cuerpo, el mío, el tuyo, como si fueran sólo un solo cuerpo. Lo cercamos en la noche. alzose al alba la voz del hombre que rezaba. Tierra ajena y más nuestra, allende, en lo lejano. Oí la voz. Bajé sobre tu cuerpo. Se abrió, almendra. Bajé a lo alto de ti, subí a lo hondo. Oí la voz en el nacer del sol, en el acercamiento y en la inseparación, en el eje del día y de la noche, de ti y de mí. Quedé, fui tú. Y tú quedaste como eres tú, para siempre encendida. VI Fomos ficando sós o Mar o barco e mais nós. Manoel Atonio. Despiértate en la tarde. Fuimos un modesto fenómeno de antaño. Ahora se echa el viento, hermano. No sé si fuimos. Pues así quedamos olvidados de nosotros, vacíos ya enteramente de nosotros y sea éste al fin para nosotros el solo tiempo de la verdad. VII Palidecen los sueños, cae la noche en la noche. Ya no hay luz que no sea la blancura de tus senos. Aíslame en el hálito. Que pueda oír aún, como Alexander Blok, el chillido de las galaxias cuando brille en el cielo la encendida cola del cometa Halley y cuando todas las señales del fin hayan sido juntadas. Vamos hacia la tarde, amor, del siglo sin saber si aún habrá ventura saecula o si el rostro del enigma no será nuestro rostro en el espejo y si todas las palabras no se habrán, sin saberlo nosotros, por sí mismas cumplido. De "Siete cantigas de más allá" Sólo el amor Cuando el amor es gesto del amor y queda vacío un signo sólo. Cuando está el leño en el hogar, mas no la llama viva. Cuando es el rito más que el hombre. Cuando acaso empezamos a repetir palabras que no pueden conjurar lo perdido. Cuando tú y yo estamos frente a frente y una extensión desierta nos separa. Cuando la noche cae. Cuando nos damos desesperadamente a la esperanza de que sólo el amor abra tus labios a la luz del día. Toda la noche me alumbres... Toda la noche me alumbres redonda en el silencio. Toda la noche, luna, alúmbresme en el cielo. Toda la noche me alumbres, escudo de mi pecho, escudo de verdad firme en el cielo negro. Toda la noche me alumbres desnudo contra el sueño: con la luz que reluces hazme más verdadero. Con la luz que reluces toda la noche me alumbres.

 

 

[ Inicio | | SOC | Economía | Historia | Letras | SER | DOCS | CLAS | FIL | Africa ]