Documentos | Sociedad | Economía | Historia | Letras | Ciencia | Ser

 

 

     
 

José Hierro:
A orillas del East River I En esta encrucijada, flagelada por vientos de dos ríos que despeinan la calle y la avenida, pisoteada su negrura por gaviotas de luz, descienden las palabras a mi mano, picotean los granos de rocío, buscan entre mis dedos las migajas de lágrimas. Siempre aspiré a que mis palabras, las que llevo al papel, continuasen llorando -de pena, de felicidad, de desesperanza, al fin, todo es lo mismo-, porque yo las había llorado antes; antes de que desembocasen en el papel blanquísimo, en el papel deshabitado, que es el morir. Dejarían en él los ecos asordados, empañados, de lo que tuvo vida. Alguien advertiría la humedad de las lágrimas, lloraría por seres que jamás conoció, que acaso no es posible que existieran aunque estuvieron vivos en el recuerdo o en la imaginación. Lloraríamos todos por los desconocidos, los -para mí -difuminados en la magia del tiempo. Contra las estructuras de metal y de vidrio nocturno rebotan las palabras aún sin forma, consagradas en el torbellino helado, y no me hacen llorar. Yo ya no sé llorar. ¡Y mira que he llorado! II Yo ya no lloro, excepto por aquello que algún día me hizo llorar: los aviones que proclamaban que todo había terminado; la estación amarilla diluida en la noche en la que coincidían, tan sólo unos instantes, el tren que partía hacia el norte y el que partía hacia el oeste y jamás volverían a encontrarse; y la voz de Juan Rulfo: «diles que no me maten»; y la malagueña canaria; y la niña mendiga de Lisboa que me pidió un «besiño». Yo ya no lloro. Ni siquiera cuando recuerdo lo que aún me queda por llorar. De "Cuaderno de Nueva York" 1998 Acelerando Aquí, en este momento, termina todo, se detiene la vida. Han florecido luces amarillas a nuestros pies, no sé si estrellas. Silenciosa cae la lluvia sobre el amor, sobre el remordimiento. Nos besamos en carne viva. Bendita lluvia en la noche, jadeando en la hierba, trayendo en hilos aroma de las nubes, poniendo en nuestra carne su dentadura fresca. Y el mar sonaba. Tal vez fuera su espectro porque eran miles de kilómetros los que nos separaban de las olas, y lo peor, miles de días pasados y futuros nos separaban. Descendían en la sombra las escaleras. Dios sabe a dónde conducían. Qué más daba. «Ya es hora -dije yo-, ya es hora de volver a tu casa.» Ya es hora. En el portal, «Espera», me dijo. Regresó vestida de otro modo, con flores en el pelo. Nos esperaban en la iglesia. «Mujer te doy.» Bajamos las gradas del altar. El armonio sonaba. Y un violín que rizaba su melodía empalagosa. Y el mar estaba allí. Olvidado y apetecido tanto tiempo. Allí estaba. Azul y prodigioso. Y ella y yo solos, con harapos de sol y de humedad. «¿Dónde, dónde la noche aquella, la de ayer...?», preguntábamos al subir a la casa, abrir la puerta, oír al niño que salía con su poco de sombra con estrellas, su agua de luces navegantes, sus cerezas de fuego. Y yo puse mis labios una vez más en la mejilla de ella. Besé hondamente. Los gusanos labraron tercamente su piel. Al retirarme lo vi. Qué importa, corazón. La música encendida, y nosotros girando. No: inmóviles. El cáliz de una flor gris que giraba en torno vertiginosa. Dónde la noche, dónde el mar azul, las hojas de la lluvia. Los niños -quiénes son, que hace un instante no estaban-, los niños aplaudieron, muertos de risa: «Qué ridículos, papá, mamá». «A la cama», les dije con ira y pena. Silencio. Yo besé la frente de ella, los ojos con arrugas cada vez más profundas. ¿Dónde la noche aquella, en qué lugar del universo se halla? «Has sido duro con los niños.» Abrí la habitación de los pequeños, volaron pétalos de lluvia. Ellos estaban afeitándose. Ellas salían con sus trajes de novia. Se marcharon los niños -¿por qué digo los niños?- con su amor, con sus noches de estrellas, con sus mares azules, con sus remordimientos, con sus cuchillos de buscar bajo la carne. Dónde, dónde la noche aquella, dónde el mar... Qué ridículo todo: este momento detenido, este disco que gira y gira en el silencio, consumida su música... De "Libro de las alucinaciones" 1964 Alegría Llegué por el dolor a la alegría. Supe por el dolor que el alma existe. Por el dolor, allá en mi reino triste, un misterioso sol amanecía. Era alegría la mañana fría y el viento loco y cálido que embiste. ( Alma que verdes primaveras viste maravillosamente se rompía. ) Así la siento más. Al cielo apunto y me responde cuando le pregunto con dolor tras dolor para mi herida. Y mientras se ilumina mi cabeza ruego por el que he sido en la tristeza a las divinidades de la vida. De "Alegría" 1947 Alegría interior En mí la siento aunque se esconde. Moja mis oscuros caminos interiores. Quién sabe cuántos mágicos rumores sobre el sombrío corazón deshoja. A veces alza en mí su luna roja o me reclina sobre extrañas flores. Dicen que ha muerto, que de sus verdores el árbol de mi vida se despoja. Sé que no ha muerto, porque vivo. Tomo, en el oculto reino en que se esconde, la espiga de su mano verdadera. Dirán que he muerto, y yo no muero.¿Cómo podría ser así, decidme, dónde podría ella reinar si yo muriera? De "Alegría" 1947 Alma dormida Me tendí sobre la hierba entre los troncos que hoja a hoja desnudaban su belleza. Dejé el alma que soñase: volvería a despertar en primavera. Nuevamente nace el mundo, nuevamente naces, alma (estabas muerta). Yo no sé lo que ha pasado en este tiempo: tú dormías, esperando ser eterna. Y por mucho que te cante la alta música de las nubes, y por mucho que te quieran explicar las criaturas por qué evocan aquel tiempo negro y frío, aunque pretendas hacer tuya tanta vida derramada (era vida, y tú dormías), ya no llegas a alcanzar la plenitud de su alegría: tú dormías cuando todo estaba en vela. Tierra nuestra, vida nuestra, tiempo nuestro... (Alma mía, ¡quién te dijo que durmieras!) De "Agenda" 1991 Amanecer Imagínate tú... Imagínatelo tú por un momento. R. A. La estrella aún flotaba en las aguas. Río abajo, a la noche del mar, la llevó la corriente. Y de pronto la mágica música errante en la sombra se apagó, sin dolor, en el fresco silencio silvestre. Imagínate tú, piensa sólo un instante, piensa sólo un instante que el alma comienza a caerse. (Las hojas, el canto del agua que sólo tú escuchas: maravilloso silencio que pone en las tuyas su mano evidente.) Piensa sólo un instante que has roto los diques y flotas sin tiempo en la noche, que eres carne de sombra, recuerdo de sombra; que sombra tan sólo te envuelve. Piensa conmigo «¡tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo, antes que todo se desvaneciese!» Imagínate tú que hace siglos que has muerto. No te preguntan las cosas, si pasas, quién eres. Procura un instante pensar que tus brazos no pesan. Son nada más que dos cañas, dos gotas de lluvia, dos humos calientes. (¡Tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo!) Y cuando creas que todo ante ti perfecciona su muerte, abre los ojos: El trágico hachero saltaba los montes, llevaba una antorcha en la mano, incendiaba los bosques nacientes. El río volvía a mojar las orillas que dan a tu vida. El prodigio era tuyo y te hacías así vencedor de la muerte. De "Agenda" 1991 Apagamos las manos. Dejamos encima del mar marchitarse la luna... Apagamos las manos. Dejamos encima del mar marchitarse la luna y nos pusimos a andar por la tierra cumplida de sombra. Ahora ya es tarde. Las albas vendrán a ofrecernos sus húmedas flores. Ciegos iremos. Callados iremos, mirando algo nuestro que escapa hacia su patria remota. (Nuestro espíritu debe de ser, que cabalga sobre las olas.) Ahora ya es tarde. Apagamos las manos felices y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra. Hemos caído en un pozo que ahoga los sueños. Hemos sentido la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca. Antes, entonces, con qué gozo ardiente, con qué prodigioso encenderse de aurora modelamos en nieblas efímeras, en pasto de brisas ligeras, nuestra cálida hora. Y cómo apretamos las ubres calientes. Y cómo era hermoso pensar que no había ni ayer, ni mañana, ni historia. Ahora ya es tarde; apagamos las manos felices y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra. Cómo errar por los años, como astros gemelos, sin fuego, como astros sin luz que se ignoran. Cómo andar, sin nostalgia, el camino, soñando dos sueños distintos mientras en torno el amor se desploma. Ahora ya es tarde. Sabemos. Pensamos. (Buscábamos almas.) Ahora sabemos que el alma no es piedra ni flor que se toca. Como astros gemelos y ajenos pasamos, sabiendo que el alma se niega si el cuerpo se niega. Que nunca se logra si el cuerpo se logra. Dejamos encima del mar marchitarse la luna. Cómo errar, por los años, sin gloria. Cómo aceptar que las almas son vagos ensueños que en sueños tan sólo se dan, y despiertos se borran. Qué consuelo ha de haber, si lograr una gota de un alma es pretender apresar el latir de la tierra, desnuda y redonda. Estamos despiertos. Sabemos. Como astros soberbios, caídos, sentimos la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca. De "Con las piedras, con el viento" 1950 Así era Canta, me dices. Y yo canto. ¿Cómo callar? Mi boca es tuya. Rompo contento mis amarras, dejo que el mundo se me funda. Sueña, me dices. Y yo sueño. ¡Ojalá no soñara nunca! No recordarte, no mirarte, no nadar por aguas profundas, no saltar los puentes del tiempo hacia un pasado que me abruma, no desgarrar ya más mi carne por los zarzales, en tu busca. Canta, me dices. Yo te canto a ti, dormida, fresca y única, con tus ciudades en racimos, como palomas sucias, como gaviotas perezosas que hacen sus nidos en la lluvia, con nuestros cuerpos que a ti vuelven como a una madre verde y húmeda. Eras de vientos y de otoños, eras de agrio sabor a frutas, eras de playas y de nieblas, de mar reposando en la bruma, de campos y albas ciudades, con un gran corazón de música. De "Alegría" 1947 Cae el sol Perdóname. No volverá a ocurrir. Ahora quisiera meditar, recogerme, olvidar: ser hoja de olvido y soledad. Hubiera sido necesario el viento que esparce las escamas del otoño con rumor y color. Hubiera sido necesario el viento. Hablo con humildad, con la desilusión, la gratitud de quien vivió de la limosna de la vida. Con la tristeza de quien busca una pobre verdad en que apoyarse y descansar. La limosna fue hermosa -seres, sueños, sucesos, amor-, don gratuito, porque nada merecí. ¡Y la verdad! ¡Y la verdad! Buscada a golpes, en los seres, hiriéndolos e hiriéndome; hurgada en las palabras; cavada en lo profundo de los hechos -mínimos, gigantescos, qué más da: después de todo, nadie sabe qué es lo pequeño y qué lo enorme; grande puede llamarse a una cereza ( "hoy se caen solas las cerezas", me dijeron un día, y yo sé por qué fue ), pequeño puede ser un monte, el universo y el amor. Se me había olvidado algo que había sucedido. Algo de lo que yo me arrepentía o, tal vez, me jactaba. Algo que debió ser de otra manera. Algo que era importante porque pertenecía a mi vida: era mi vida. (Perdóname si considero importante mi vida: es todo lo que tengo, lo que tuve; hace ya mucho tiempo, yo la habría vivido a oscuras, sin lengua, sin oídos, sin manos, colgado en el vacío, sin esperanza.) Pero se me ha borrado la historia (la nostalgia) y no tengo proyectos para mañana, ni siquiera creo que exista ese mañana (la esperanza). Ando por el presente y no vivo el presente (la plenitud en el dolor y la alegría). Parezco un desterrado que ha olvidado hasta el nombre de su patria, su situación precisa, los caminos que conducen a ella. Perdóname que necesite averiguar su sitio exacto. Y cuando sepa dónde la perdí, quiero ofrecerte mi destierro, lo que vale tanto como la vida para mí, que es su sentido. Y entonces, triste, pero firme, perdóname, te ofreceré una vida ya sin demonio ni alucinaciones. De "Libro de las alucinaciones" 1964 Canción de cuna para dormir a un preso La gaviota sobre el pinar. (La mar resuena.) Se acerca el sueño. Dormirás, soñarás, aunque no lo quieras. La gaviota sobre el pinar goteado todo de estrellas. Duerme. Ya tienes en tus manos el azul de la noche inmensa. No hay más que sombra. Arriba, luna. Peter Pan por las alamedas. Sobre ciervos de lomo verde la niña ciega. Ya tú eres hombre, ya te duermes, mi amigo, ea... Duerme, mi amigo. Vuela un cuervo sobre la luna, y la degüella. La mar está cerca de ti, muerde tus piernas. No es verdad que tú seas hombre; eres un niño que no sueña. No es verdad que tú hayas sufrido: son cuentos tristes que te cuentan. Duerme. La sombra toda es tuya, mi amigo, ea... Eres un niño que está serio. Perdió la risa y no la encuentra. Será que habrá caído al mar, la habrá comido una ballena. Duerme, mi amigo, que te acunen campanillas y panderetas, flautas de caña de son vago amanecidas en la niebla. No es verdad que te pese el alma. El alma es aire y humo y seda. La noche es vasta. Tiene espacios para volar por donde quieras, para llegar al alba y ver las aguas frías que despiertan, las rocas grises, como el casco que tú llevabas a la guerra. La noche es amplia, duerme, amigo, mi amigo, ea... La noche es bella, está desnuda, no tiene límites ni rejas. No es verdad que tú hayas sufrido, son cuentos tristes que te cuentan. Tú eres un niño que está triste, eres un niño que no sueña. Y la gaviota está esperando para venir cuando te duermas. Duerme, ya tienes en tus manos el azul de la noche inmensa. Duerme, mi amigo... Ya se duerme mi amigo, ea... De "Tierra sin nosotr0s" 1947 Como la rosa: nunca... Como la rosa: nunca te empañe un pensamiento. No es para ti la vida que te nace de dentro. Hermosura que tenga su ayer en su momento. Que en sólo tu apariencia se guarde tu secreto. Pasados no te brinden su inquietante misterio. Recuerdos no te nublen el cristal de tus sueños. Cómo puede ser bella flor que tiene recuerdos. De "Con las piedras, con el viento" 1950 Coplilla después del 5º Bourbon Pensaba que sólo habría sombra, silencio, vacío. Y murió. Estaba en lo cierto. El mismo Dios se lo dijo. De "Cuaderno de Nueva York" 1998 Con las piedras, con el viento... Con las piedras, con el viento hablo de mi reino. Mi reino vivirá mientras estén verdes mis recuerdos. Cómo se pueden venir nuestras murallas al suelo. Cómo se puede no hablar de todo aquello. El viento no escucha. No escuchan las piedras, pero hay que hablar, comunicar, con las piedras, con el viento. Hay que no sentirse solo. Compañía presta el eco. El atormentado grita su amargura en el desierto. Hay que desendemoniarse, liberarse de su peso. Quien no responde, parece que nos entiende, con las piedras, con el viento. Se exprime así el alma. Así se libra de su veneno. Descansa, comunicando con las piedras, con el viento. De "Con las piedras, con el viento" 1950 Corazón que te hiere Corazón que te hieren con una rama verde. Llegó a mi lado. Era el momento más fuerte que el recuerdo. Es hoy todo inolvidable. El verde de los álamos es vida. Los cielos tienen azul de amor sereno que aún ignora la muerte. Llega a mi lado. Trae una rama. (Parece la verde primavera que entre sus manos duerme.) Oh, qué felicidad. Las brisas, cómo mecen. Ella saca a las flores de su encanto silvestre. Ella toca de gracia el áspero presente. Llega a mi lado. Trae una rama. (Se mueve irreal: su elemento es la música. Viene quebrando los silencios maravillosamente. ) Entre sus manos es la rama una serpiente de luz, un río frágil, bandera transparente que pone en este ensueño su alegría evidente. (Por la rama comprendo que estamos vivos. Este instante no es un sueño que pasa y no nos mueve.) Es un látigo frágil, una llama en que beben nuestros ojos. ¿Por qué la ceñiste a mis sienes 40 como si fuera el único dios a quien perteneces? ¡Por qué te he preguntado si ceñiste otras sienes! Corazón, te han herido con una rama verde. De "Con las piedras, con el viento" 1950 Cumbre Firme, bajo mi pie, cierta y segura, de piedra y música te tengo; no como entonces, cuando a cada instante te levantabas de mi sueño. Ahora puedo tocar tus lomas tiernas, el verde fresco de tus aguas. Ahora estamos, de nuevo, frente a frente como dos viejos camaradas. Nueva canción con nuevos instrumentos. Cantas, me duermes y me acunas. Haces eternidad de mi pasado. Y luego el tiempo se desnuda. ¡Cantarte, abrir la cárcel donde espera tanta pasión acumulada! Y ver perderse nuestra antigua imagen arrebatada por el agua. Firme, bajo mi pie, cierta y segura, de piedra y música te tengo. Señor, Señor, Señor: todo lo mismo. Pero, ¿qué has hecho de mi tiempo? De "Tierra sin nosotros" 1947 Desaliento «No quiero que pienses», dices Tú sabes que sólo en ello puedo pensar. Pasarán los días, las noches. Tiempos vendrán sin nosotros. soles brillarán en cielos nuevos. Ecos de campana harán más misterioso el silencio. («No quiero que pienses».) Yo seguiré pensando en ello. Quisiera hablarte de hermosas fábulas, de pensamientos luminosos, de jornadas soñadas, de flores, vientos, caricias, ternuras, gracias, secretos; pero en la boca me nacen palabras de fuego. Como llamas silenciosas me abrasan por dentro. Debiera decirte «amor», «fantasía», «sueño». Yo sólo pregunto cómo fue posible aquello. Seguiría, paso a paso, la huella de tu andar. Dentro de tu vida escondería la vida que muero. «No quiero que pienses». Yo digo que no pienso en ello. (Cómo podría olvidarlo sin haberme muerto.) De "Con las piedras, con el viento" 1950 Despedida del mar Por más que intente al despedirme guardarte entero en mi recinto de soledad, por más que quiera beber tus ojos infinitos, tus largas tardes plateadas, tu vasto gesto, gris y frío, sé que al volver a tus orillas nos sentiremos muy distintos. Nunca jamás volveré a verte con estos ojos que hoy te miro. Este perfume de manzanas, ¿de dónde viene? ¡Oh sueño mío, mar mío! ¡Fúndeme, despójame de mi carne, de mi vestido mortal! ¡Olvídame en la arena, y sea yo también un hijo más, un caudal de agua serena que vuelve a ti, a su salino nacimiento, a vivir tu vida como el más triste de los ríos! Ramos frescos de espuma... Barcas soñolientas y vagas... Niños rebañando la miel poniente del sol... ¡Qué nuevo y fresco y limpio el mundo...! Nace cada día del mar, recorre los caminos que rodean mi alma, y corre a esconderse bajo el sombrío, lúgubre aceite de la noche; vuelve a su origen y principio. ¡Y que ahora tenga que dejarte para emprender otro camino!... Por más que intente al despedirme llevar tu imagen, mar, conmigo; por más que quiera traspasarte, fijarte, exacto, en mis sentidos; por más que busque tus cadenas para negarme a mi destino, yo sé que pronto estará rota tu malla gris de tenues hilos. Nunca jamás volveré a verte con estos ojos que hoy te miro. De "Tierra sin nosotros" 1947 Destino alegre Nos han abandonado en medio del camino. Entre la luz íbamos ciegos. Somos aves de paso, nubes altas de estío, vagabundos eternos. Mala gente que pasa cantando por los campos. Aunque el camino es áspero y son duros los tiempos, cantamos con el alma. Y no hay un hombre solo que comprenda la viva razón del canto nuestro. Vivimos y morimos muertes y vidas de otros. Sobre nuestras espaldas pesan mucho los muertos. Su hondo grito nos pide que muramos un poco, como murieron todos ellos, que vivamos deprisa, quemando locamente la vida que ellos no vivieron. Ríos furiosos, ríos turbios, ríos veloces, (Pero nadie nos mide lo hondo, sino lo estrecho.) Mordemos las orillas, derribamos los puentes. Dicen que vamos ciegos. Pero vivimos. Llevan nuestras ,aguas la esencia de las muertes y vidas de vivos y de muertos. Ya veis si es bien alegre saber a ciencia cierta que hemos nacido para esto. De "Tierra sin nosotros" 1947 Dos fábulas para tiempos sombríos Segunda fábula (El amor) 1. Génesis En el principio era el amor. Cuando el alba buscaba un dueño. Cuando todas las criaturas llevaban sus cuerpos desiertos. En el principio era el amor. En todo tenía su reino. La noche entera era el latido de tan hondo enamoramiento. El amor y las almas, juntos fueron creando el Universo. Las almas fueron su metal. El amor su mágico fuego. En el principio era el amor. Los cuerpos estaban desiertos, y cada cuerpo buscó un alma que lo tuviera prisionero. Para el cuerpo, recién nacido de la noche, todo fue nuevo. Ignoró, por no entristecerse, que el alma tenía recuerdos. En el principio era el amor. 2. Sin saberlo Alguna vez, un alma halló el alma que la completaba. Cuando los cuerpos se tuvieron, olvidaron que había alma. No llegaron a lo que dura, y gozaron de lo que pasa. Luego se fueron, dividieron el caudal de su única agua. 3. Segundo amor En el principio era el amor. Sin el amor nada existía. El alma que una vez amó, nunca jamás se apagaría. Volver a amar era intentar tornar al punto de partida, apresar humo, tocar cielos, poseer la luz infinita. Volver a amar era querer revivir las flores marchitas. Era escuchar la voz del alma que llamaba al alma perdida. Volver a amar era llorar por la dicha desvanecida. Era encontrar con quien partir el pan y el vino de otros días. Pero -de sobra lo sabemos- sólo una vez se ama en la vida. Volver a amar, es evocar el amor que colmó la dicha. Es, sin querer, hacer sufrir. Sentir la rueda detenida. Que si el espejo sufre, es porque la vieja imagen está viva. En el principio era el amor. De "Con las piedras, con el viento" 1950 El buen momento Aquel momento que flota nos toca de su misterio. Tendremos siempre el presente roto por aquel momento. Toca la vida sus palmas y tañe sus instrumentos. Acaso encienda su música sólo para que olvidemos. Pero hay cosas que no mueren y otras que nunca vivieron y las hay que llenan todo nuestro universo. Y no es posible librarse de su recuerdo. De "Alegría" 1947 El enemigo Nos mira. Nos está acechando. Dentro de ti, dentro de mí, nos mira. Clama sin voz, a pleno corazón. Su llama se ha encarnizado en nuestro oscuro centro. Vive en nosotros. Quiere herirnos. Entro dentro de ti. Aúlla, ruge, brama. Huyo, y su negra sombra se derrama, noche total que sale a nuestro encuentro. Y crece sin parar. Nos arrebata como a escamas de octubre el viento. Mata más que el olvido. Abrasa con carbones inextinguibles. Deja devastados días de sueños. Malaventurados los que le abrimos nuestros corazones. De "Cuanto sé de mí" 1957 El héroe Oí latir el corazón del mar unido al de otras músicas -el vals, la polka, el tango, el chárleston, el pasodoble, la rumba, el twist, el mádison-, lo eterno y la que pasa, mano a mano. La vida. El mar. Y las ciudades: hermosa Viena, desasosegadora Nueva York, pasando por París y por Madrid. Músicas muertas en los tocadiscos de los muchachos, como antaño en pianolas y organillos. Música viva, como un mar que transcurre para los soñadores -Bach, Schumann, Brahms o Debussy-; señales de otras músicas futuras, de otras vidas, de otros tiempos -Boulez, Berio, Stockhausen, Luis de Pablo-, viejos probablemente cuando leáis estas palabras viejas también, que ahora arrojo al olvido. Entonces lo vi allí, al héroe, indiferente, con su uniforme de guardarropía, anacrónico. El pecho cubierto de medallas y de nobles cintajos, maravillas de seda y cobre. Vi al héroe, descansando sobre el banco de piedra. Los jóvenes que pasan, navegan por la música. Otros, ya con arrugas, oyen el canto de las olas. Yo sólo, aquí, entre ellos, el más viejo de todos, oigo música y mar al mismo tiempo. Es la armonía de quien nació y ha muerto muchas veces. No es frecuente que sea así, pero sucede, como ahora: de súbito se encienden mar y música; estallan tiempo, espacio, fuera y dentro; giran deslumbradores vida de ayer y sangre fresca: es como un huracán irresistible. Es como un fuego. Yo iba andando con la felicidad de adentro y la felicidad de afuera, suma de aquella humanidad entre la que pasaba. Y vi al hombre: «Qué harás aquí -le dije-, descorazonadora criatura, carcomiendo la plenitud. Qué se habrá muerto dentro de ti». Y yo, que oía todos los sones, sólo oí el silencio, su silencio, el silencio del héroe, sordo al mar, a la música, a sus recuerdos y proyectos. Nueve décimas partes de su vida debieron de pasar sin acercarse al mar, sin sospechar siquiera qué paciencia salada, qué artesanía de olas y de días son necesarias para producirse el prodigio de un árbol de coral, la fantasía helicoidal de un caracol. Era un héroe deshabitado, sin corona de roble que le ciña de días gloriosos. Despojad un instante a esta palabra -héroe- de tantas adherencias literarias. Borrad las iconografías consabidas: Grecia y piedra rosada, cara al mar, héroes ecuestres del Renacimiento... Era otra cosa el hombre que yo vi. Nació en alguna aldea del interior de España- La piel endurecida, impasibles los ojos que nada vieron nunca si no fue la llanura circundada de encinas, donde nació y vivió. (Donde vivió esperando su tren de muerte, como yo ahora espero, mientras nerviosamente escribo estos recuerdos, al tren que ha de llegar a Medina del Campo casi al amanecer. Estos sucesos ocurrieron lejos de aquí, y en mí vivían solicitando forma, para no ser pura nostalgia. Sólo esta noche pude hallarles la palabra.) Allí vivió veinte años. Un día, le hizo hombre la guerra: le dio fe, lejanías y llamas. Llegó hasta el mar; el mar le hizo sentirse libre; mojó en el mar su cuerpo, conquistó tierras, hizo prisioneros, bebió vino de muerte, sintió tristeza y sintió ira; tal vez fuera marcado por la metralla. Estuvo vivo como nunca lo estuvo ni volvería a estarlo. Dio razón y entusiasmo a su vida: se la jugó con alegría a una carta tapada. Luego, volvió a su pueblo a ensartar días y cosechas, a dorar con melancolías su estatua coronada de olas. Y he aquí que al cabo de los años llega otra vez junto al mar luminoso. Donde dejó entusiasmo, vida y fe, ha encontrado el silencio, el mismo de las eras de su aldea, mas ya sin esperanza. Ha desfilado entre banderas, entre cánticos; resucitaron las palabras en la garganta joven; ha bebido el vino de antaño y paseado su embriaguez gloriosa. Desde las doce a la una y media ha durado el desfile de estos supervivientes, nostálgicos representantes de un drama, escrito hace quién sabe cuántos años. Después de la comida y los discursos cayó el telón. Y oyó el silencio de los espectadores. Y el silencio del mar. Y el de su vida. Dijeron: «A las nueve al autobús; hay que llegar temprano a casa.» Oyó el silencio de su vida. Desconocido entre desconocidos, anduvo por las calles, sin rumbo. Se sentó enfrente de las olas. Volvió el naipe y no había figura pintada en él. Y oyó el silencio. ¿Comprendéis? El nordeste cesa al atardecer. Ya ni siquiera hace temblar la ropa de este hombre. No le deja en la mano el aroma del arma con que mató a la muerte hace ya tiempo. Van los muchachos por su lado, destruyen la muerte con la música, como ayer con la pólvora. Destruyen con la música la vida. Con la música crean un inmenso silencio. De "Libro de las alucinaciones" 1964 El muerto Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca. Yo lo veo muy claro en mi noche completa. Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo, muchos siglos de olvido y de sombra constante, muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido a la hierba que encima de mí balancea su fresca verdura. Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos, será azul. Temblará estremecido, rompiéndose, desgarrado su vidrio oloroso por claras campanas, por el curvo volar de los gorriones, por las flores doradas y blancas de esencias frutales. (Yo una vez hice un ramo con ellas. Puede ser que después arrojara las flores al agua, puede ser que le diera las flores a un niño pequeño, que llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo, que a mi madre llevara las flores: yo quería poner primavera en sus manos.) ¡Será ya primavera allá arriba! Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría no podré morir nunca. Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino no podré morir nunca. Morirán los que nunca jamás sorprendieron aquel vago pasar de la loca alegría. Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos no podré morir nunca. Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí. De "Alegría" 1947 Inauguración de monumento A Vicente Aleixandre Los hombres graves desaparecieron después de haber clavado al mediodía su bastón de solemnidad. Quedó sola la estatua. y quedó el niño a su sombra, riendo. Era evidente s como la hoja verde; inexplicable también como la hoja verde. ¿Qué hacía el niño aquel? ¿Quién era? ¿Cómo vino hasta allí? y ¿por qué? Súbitamente el niño desapareció. Y no como los hombres de antes, esos del canto llano del discurso. No: como un ángel o una melodía; así fue: como el viento o el amor. La estatua aquella señalaba hacia el lugar justo del hombre, el que rompía sus cadenas, lágrima a lágrima. Y su exvoto era la propia estatua, cincelada verso a verso, imán para el recuerdo, testimonio liberador, inmortalizador. Allí, donde indicaba el brazo. Allí estaría el poeta, el hombre, oculto, acechando su gloria, imaginando lo por venir. Detrás de los arriates estaría su vida clara, sin peso. Entré... Allí estaba el niño. Y comprendí. Interior Tu piel me devolvía algo remoto. (¿Es esto un poema de amor? ¿Es un canto de duelo o de esperanza? Un himno triunfal o una nostalgia acariciada sobre la realidad?) No había nadie, sino nosotros. (Los demás no existían.) Una botella, un libro, un cenicero. Ahora la vida es de cristal, de metal, de papel. Ahora es la botella más bella que una flor. El cenicero tiene el sonámbulo brillo de las olas. El libro es una roca... (¿Es esto un poema de amor?) En una habitación en penumbra, entre el humo que nos aleja... (¿Es esto un Poema de amor?) ...sin hablar...(nada está dicho aún...). Olvidaba otra cosa: la música frutal, el corazón errante de los siglos, suena para nosotros. Toqué tu frente como si me fuera a morir un instante después. Igual que si me anclases a la verdad. (¿Es esto un poema de amor? ¿Fuimos sus criatura melancólicas...?) Libro, botella, cenicero. (No flor, ni ola, ni rocas.) He llamado a las cosas por su nombre, aunque el nombre rompa el hechizo. Quiero todo aquello que ha sido el instante, su carne y su alma (no sólo su alma), lo que el tiempo roe (no lo que el tiempo purifica). Al contacto de tu frente, los días volaban desprendidos de la copa. Pensé que los días... ¿Amor es eso que devuelve el tiempo huido? ¿Eras entonces el amor? ¿Me estoy cantando a mí, recobrado y perdido? ¿Al amor, al que duerme bajo tu piel, la pobre criatura del cielo destinada a morir sin haber conocido sus imposibles padres. De "Cuanto sé de mí" 1957-1959 La impasible María con erres, eles y eses Para Tacha Una esfinge pigmea. Se diría que no está aquí: no ve, ni oye, ni huele. Esta no es una Marta que currele, sino María de la fantasía. Susurra. Hormiga china, todavía no distingue la erre de la ele. Posiblemente un día se rebele su Marta agazapada en su María. Entonces, cara y cruz por siempre unidas, sin eses de costuras descocidas, Martamaría cantará su dúo. Pero mientras no ocurra tal encuentro es un búho que mira desde dentro de un búho que está dentro de otro búho. El abuelo Pepe De "Divertimentos. Poemas Humorísticos y varios" La mano es la que recuerda... La mano es la que recuerda Viaja a través de los años, desemboca en el presente siempre recordando. Apunta, nerviosamente, lo que vivía olvidado. la mano de la memoria, siempre rescatándolo. Las fantasmales imágenes se irán solidificando, irán diciendo quién eran, por qué regresaron. Por qué eran carne de sueño, puro material nostálgico. La mano va rescatándolas de su limbo mágico. De "Cuaderno de Nueva York" 1998 La sombra ¿Todo en Él es presente: el futuro, el pasado? Lo que será y ha sido ¿es actual en sus manos? ¿A un tiempo toca la semilla y el árbol? ¿En el brote ve el tronco talado y abrasado? Nos contempla y ¿tan solo puede llorar, llorarnos? ¿Nos tiene ya en su gloria? ¿Nos tiene condenados? ¿Ve en nuestros pobres huesos el alba y el ocaso? ¿No puede detenernos ni puede apresurarnos? ¿Llora por lo que tiene que pasar (y ha pasado)? ¿Llora por lo que ha sido (por lo que aún no ha llegado)? ¿Nos arranca del tiempo para que no suframos nosotros, sus heridas criaturas, esclavos sombríos? ¿Nos ve ciegos y no puede guiarnos? De "Cuanto sé de mí" 1957-1959 Las nubes Inútilmente interrogas. Tus ojos miran al cielo. Buscas detrás de las nubes, huellas que se llevó el viento. Buscas las manos calientes, los rostros de los que fueron, el círculo donde yerran tocando sus instrumentos. Nubes que eran ritmo, canto sin final y sin comienzo, campanas de espumas pálidas volteando su secreto, palmas de mármol, criaturas girando al compás del tiempo, imitándole la vida su perpetuo movimiento. Inútilmente interrogas desde tus párpados ciegos. ¿Qué haces mirando a las nubes, José Hierro? De "Cuanto sé de mí" 1957-1959 Lear King en los claustros Di que me amas. Di: «te amo», dímelo por primera y por última vez. Sólo: «te amo». No me digas cuánto. Son suficientes esas dos palabras. «Más que a mi salvación», dijo Regania. «Más que a la primavera», dijo Gonerila. (No sospechaba que mentían.) Di que me amas. Di: «te amo», Cordelia, aunque me mientas, aunque no sepas que te mientes. Todo se ha diluido ya en el sueño. La nave en que pasé la mar, fustigada por los relámpagos, era un sueño del que aún no he despertado. Vivo brezado por un sueño, inerme en su viscosa telaraña, para toda la eternidad, si es que la eternidad no es un sueño también. La tempestad me arrebató al Bufón, al pícaro azotado, deslenguado, insolente, que era mi compañero, era yo mismo, reflejo mío en los espejos cóncavos y convexos, que inventó Valle-Inclán. Los brazos de las olas me estrellaron contra el acantilado y un buen día, ya no recuerdo cuándo, desperté y hallé sobre la arena piedras labradas con primor, sillares corroídos, lamidos y arañados por los dientes y garras de las algas. Entonces, desatado del sueño, comencé a rehacer el mundo mío, que se desperezaba bajo un sol diferente. Y aquí está, al fin, delante de mis ojos. Oigo como jadea con la disnea del agonizante, del sobremuriente. Espera a que tú llegues y me digas «te amo». Conservo aquí los cielos que viajaron conmigo: grises torcaces de Bretaña, cobaltos de Provenza, índigos de Castilla. Sólo tú eres capaz de devolverles la transparencia, la luminosidad y la palpitación que los hacían únicos. Aquí están aguardándote. Quiero oírte decir, Cordelia, «te amo». Son las mismas palabras que salieron de labios de Regania y Gonerila, no de su corazón. Más tarde se deshicieron de mis caballeros, hijos del huracán, bravucones, borrachos, lascivos, pendencieros... Regresaron al silencio y a la nada. La niebla disolvió sus armaduras, sus yelmos, sus escudos cincelados, aquel hervor y desvarío de águilas, quimeras, unicornios, efigies, delfines, grifos. ¿Por qué reino cabalgan hoy sus sombras? Mi reino por un «te amo», sangrándote en la boca. Mi eternidad por sólo dos palabras: susúrralas o cántalas sobre un fondo real, -agua de manantial sobre los guijos, saetas que desgarran con su zumbido el aire- así la realidad hará que sean reales las palabras que nunca pronunciaste -¡por qué nunca las pronunciaste!- y que ultrasuenan en un punto del tiempo y del espacio del que tengo que rescatarlas antes de que me vaya. Ven a decirme «te amo»; no me importa que duren tus palabras lo que la humedad de una lágrima sobre una seda ajada. En esa paz reconstruida -sé que es tan sólo un decorado-, represento mi papel, es decir, finjo, porque ya he despertado. Ya no confundo el canto de la alondra con el del ruiseñor. Y aquí vivo esperándote contando días y horas y estaciones. Y cuando llegues, anunciada por el sonido de las trompas de mis fantasmales cazadores, sé que me reconocerás por mi corona de oro (a la que han arrancado sus gemas las urracas ladronas), por la escudilla de madera que me legó el bufón en la que robles y arces depositan su limosna encendida, su diezmo volandero, el parpadeo del otoño. Ven pronto, el plazo ya está a punto de cumplirse. Y no me traigas flores como si hubiese muerto. Ven antes de que me hunda en el torbellino del sueño, ven a decirme «te amo» y desvanécete en seguida. Desaparece antes de que te vea nadando en un licor trémulo y turbio, como a través de un vidrio esmerilado, antes de que te diga: «Yo sé que te he querido mucho, pero no recuerdo quién eres». De "Cuaderno de Nueva York" 1998 Llegada al mar Cuando salí de ti, a mí mismo me prometí que volvería. Y he vuelto. Quiebro con mis piernas tu serena cristalería. Es como ahondar en los principios, como embriagarse con la vida, como sentir crecer muy hondo un árbol de hojas amarillas y enloquecer con el sabor de sus frutas más encendidas. Como sentirse con las manos en flor, palpando la alegría. Como escuchar el grave acorde de la resaca y de la brisa. Cuando salí de ti, a mí mismo me prometí que volvería. Era en otoño, y en otoño llego, otra vez, a tus orillas. ( De entre tus ondas el otoño nace más bello cada día. ) Y ahora que yo pensaba en ti constantemente, que creía... ( Las montañas que te rodean tienen hogueras encendidas.) Y ahora que yo quería hablarte, saturarme de tu alegría... ( Eres un pájaro de niebla que picotea mis mejillas. ) Y ahora que yo quería darte toda mi sangre, que quería... (Qué bello, mar, morir en ti cuando no pueda con mi vida.) De "Tierra sin nosotros" 1947 Lope. La noche. Marta He abierto la ventana. Entra sin hacer ruido (afuera deja sus constelaciones). «Buenas noches, Noche». Pasa las páginas de sombra en las que todo está ya escrito. Viene a pedirme cuentas. «Salí al rayar el alba -digo-. Lamía el sol las paredes leprosas. Olía a vino, a miel, a jara» (Deslumbrada por tanta claridad ha entornado los ojos). La llevan mis palabras por calles, ascuas, no lo sé: oye la plata de las campanadas. Ante la puerta de la iglesia me callo, me detengo -entraría conmigo si yo no me callase, si no me detuviera-; yo sé bien lo que quiere la Noche; lo de todas las noches; si no, por qué habría venido. Ya mi memoria no es lo que era. En la misa del alba no dije Agnus Dei qui tollis peccata mundi, sino que dije Marta Dei (ella es también cordero de Dios que quita mis pecados del mundo). La Noche no podría comprenderlo, y qué decirle, y cómo, para que lo entendiese. No me pregunta nada la Noche, no me pregunta nada. Ella lo sabe todo antes que yo lo diga, antes que yo lo sepa. Ella ha oído esos versos que se escupen de boca en boca, versos de un malaleche del Andalucía -al que otro malaleche de solar montañés llamara «capellán del rey de bastos»- en los que se hace mofa de mí y de Marta, amor mío, resumen de todos mis amores: Dicho me han por una carta que es tu cómica persona sobre los manteles, mona y entre las sábanas, Marta. qué sabrá ese tahúr, ese amargado lo que es amor. La Noche trae entre los pliegues de su toga un polvillo de música, como el del ala de la mariposa. Una música hilada en la vihuela del maestro del danzar, nuestro vecino. En la cocina la estará escuchando Marta; danzará, mientras barre el suelo que no ve, manchado de ceniza, de aroma, de trigo candeal, de jazmines, de estrellas, de papeles rompidos. Danza y barre Marta. Pido a la Noche que se vaya. Hasta mañana, Noche. Déjame que descanse. Cuando amanezca regaré el jardín, saldré después a decir misa -Deus meus, Deus meus, quare tristis est anima mea- luego volveré a casa, terminaré una epístola en tercetos, escribiré unas hojas de la comedia que encargaron unos representantes. Que las cosas no marchan bien en el teatro, y uno no puede dormirse en los laureles. Hasta mañana, Noche. Tengo que dar la cena a Marta, asearla, peinarla (ella no vive ya en el mundo nuestro), cuidar que no alborote mis papeles, que no apuñale las paredes con mis plumas -mis bien cortadas plumas-, tengo que confesarla. «Padre, vivo en pecado» (no sabe que el pecado es de los dos), y dirá luego: «Lope, quiero morirme» (y qué sucedería si yo muriese antes que ella). Ego te absolvo. Y luego, sosegada, le contaré, para dormirla, aventuras de olas, de galeones, de arcabuces, de rumbos marinos, de lugares vividos y soñados: de lo que fue y que no fue y que pudo ser mi vida. Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar. De "Agenda" 1991 Luz de tarde Me da pena pensar que algún día querré ver de nuevo este espacio, tornar a este instante. Me da pena soñarme rompiendo mis alas contra muros que se alzan e impiden que pueda volver a encontrarme. Estas ramas en flor que palpitan y rompen alegres la apariencia tranquila del aire, esas olas que mojan mis pies de crujiente hermosura, el muchacho que guarda en su frente la luz de la tarde, ese blanco pañuelo caído tal vez de unas manos, cuando ya no esperaban que un beso de amor las rozase... Me da pena mirar estas cosas, querer estas cosas, guardar estas cosas. Me da pena soñarme volviendo a buscarlas, volviendo a buscarme, poblando otra tarde como ésta de ramas que guarde en mi alma, aprendiendo en mí mismo que un sueño no puede volver otra vez a soñarse. De "Alegría" 1947 Madrigal Lo más hermoso, aquello que no puede comprarse, que vale, frente a un copo de tu espuma, si se sabe mirar, frente a una pluma de tormenta, rota sobre tu orilla, frente a tus platas y azules, metales y cristales, si se los sabe oler, gustar, tocar, oír... Qué vale nada lo que tú. Rebosa la eternidad tu vaso, llueve su vino sobre nuestra carne. Una concha roída por los gusanos de tu mar, un poco, de cal, y bruma, y nácar, pude hacernos llorar, ensancha las fronteras del alma, desmorona los muros negros de la realidad. Qué vale nada, todo, lo que tú, playa mía, lirio de arena, selva de círculos de oro, túnica ardiente, pálida campana, palacio sumergido, inolvidable... De "Cuanto sé de mí" 1957-1959 Marina impasible Por primera vez, o por última, soy libre... Arbustos con espuelas de marfil. Rocas oxidadas. El otoño pliega sus tonos frente al crujido de las olas. Por primera vez, o por última. Las gaviotas tocan sus oboes de tormenta. Unos dedos verdes hunden la luna en luz marina, la tienden al pie del silencio. Se ha desnudado una mujer y muestra sus luces mellizas; al huir, dispersa su paso luminosa arena de estrellas. Por primera vez, o por última. Tijeras de oro en el poniente. Se enciende un violín ruiseñor en el esqueleto del mar. Garras de nubes estrangulan el azul, y lo hacen gemir. Ojos fijos en su tesoro, presente inmóvil -sin recuerdos, sin propósitos-, soy ahora. todo está sometido a un orden que yo no entiendo. Pero embarco en la nave, y el marinero me dirá su cantar, más tarde, desde el éxtasis... Por primera, o por única vez, soy libre. De "Libro de las alucinaciones" 1964 Noche Salió desnuda el alma a quemarse en la hoguera. ¡Qué claras dan la sombra las estrellas! Se enredaba la noche azul, entre las piernas. Ocultas en los chopos bailaban las doncellas. ¡Qué anunciación, qué víspera de deshojar las nieblas de dos en dos. Las brisas de tres en tres! Estrellas, ¡Qué claras dan la sombra las estrellas! De "Prehistoria literaria" 1936-1944 Otoño Otoño de manos de oro. Ceniza de oro tus manos dejaron caer al camino. Ya vuelves a andar por los viejos paisajes desiertos. Ceñido tu cuerpo por todos los vientos de todos los siglos. Otoño, de manos de oro: con el canto del mar retumbando en tu pecho infinito, sin espigas ni espinas que puedan herir la mañana, con el alba que moja su cielo en las flores del vino, para dar alegría al que sabe que vive de nuevo has venido. Con el humo y el viento y el canto y la ola temblando, en tu gran corazón encendido. De "Quinta del 42" 1952 Para un esteta Tú que hueles la flor de la bella palabra acaso no comprendas las mías sin aroma. Tú que buscas el agua transparente no has de beber mis aguas rojas. Tú que sigues el vuelo de la belleza, acaso nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda ni cómo vida y muerte -agua y fuego- hermanadas van socavando nuestra roca. Perfección de la vida que nos talla y dispone para la perfección de la muerte remota. Y lo demás, palabras, palabras, y palabras, ¡ay, palabras maravillosas! Tú que bebes el vino en la copa de plata no sabes el camino de la fuente que brota en la piedra. No sacias tu sed en agua pura con tus dos manos como copa. Lo has olvidado todo porque lo sabes todo. Te crees dueño, no hermano menor de cuanto nombras. Y olvidas las raíces ( «Mi Obra», dices ), olvidas que vida y muerte son tu obra. No has venido a la tierra a poner diques y orden en el maravilloso desorden de las cosas. Has venido a nombrarlas, a comulgar con ellas sin alzar vallas a su gloria. Nada te pertenece. todo es afluente, arroyo. Sus aguas en tu cauce temporal desembocan. Y hechos un solo río os vertéis en el mar «que es el morir», dicen las coplas. No has venido a poner orden, dique. Has venido a hacer moler la muela con tu agua transitoria. Tu fin no está en ti mismo ( «Mi Obra», dices ), olvidas que vida y muerte son tu obra. Y que el cantar que hoy cantas será apagado un día por la música de otras olas. De "Quinta del 42" 1952 Paseo Sin ternuras, que entre nosotros sin ternuras nos entendemos. Sin hablarnos, que las palabras nos desaroman el secreto. ¡Tantas cosas nos hemos dicho cuando no era posible vernos! ¡Tantas cosas vulgares, tantas cosas prosaicas, tantos ecos desvanecidos en los años, en la oscura entraña del tiempo! Son esas fábulas lejanas en las que ahora no creemos. Es octubre. Anochece. Un banco solitario. Desde él te veo eternamente joven, mientras nosotros nos vamos muriendo. Mil novecientos treinta y ocho. La Magdalena. Soles. Sueños. Mil novecientos treinta y nueve, ¡comenzar a vivir de nuevo! Y luego ya toda la vida. Y los años que no veremos. Y esta gente que va a sus casas, a sus trabajos, a sus sueños. Y amigos nuestros muy queridos, que no entrarán en el invierno. Y todo ahogándonos, borrándonos. Y todo hiriéndonos, rompiéndonos. Así te he visto: sin ternuras, que sin ellas nos entendemos. Pensando en ti como no eres, como tan solo yo te veo. Intermedio prosaico para soñar una tarde de invierno. De "Quinta del 42" 1952 Pecios de sombra Hablaban con bocas de sombra, susurraban sucesos mágicos, historias de herrumbre y de musgo (no sabían que estaban muertos, y yo no quería apenarlos). Fui reconstruyendo sonidos que en el sueño significaban para interpretarlos despierto y atribuirlos a unos labios. (Quería conocer el nombre de quienes me hablaban en sueños: la rosa no olería igual si su nombre no .fuese rosa.) Rescaté, lúcido y sonámbulo, los vestigios que la marea llevó a mi playa de despierto; con ellos construiría un puente desde el soñar hasta el velar: así tendrían consistencia las palabras impronunciables que yo escuché cuando dormía, fantasmal materia de sueño. De "Cuaderno de Nueva York" 1998 Pensamiento de amor Dejé un instante de pensarte. Había sucedido algo en ti cuando volviste. Venías más nostálgico, más triste, seco tu sol que iluminó mi día. Alguien -sé quién- que yo no conocía, alguien que calza sueños de oro, y viste almas dolientes, te pensó. Caíste al pozo donde muere la alegría. ¿Por qué fuiste pensado, malherido, pensamiento de amor? ¿Cómo han podido pasarte el corazón de parte a parte? ¿Por qué volviste a mí, sufriendo, a herirme? ¿No recuerdas que tengo que ser firme? ¿Es que no ves que tengo que matarte? De "Cuanto sé de mí" 1957 Preludio Después de miles, de millones de años, mucho después de que los dinosaurios se extinguieran, llegaba a este lugar. Lo acompañaban otros como él, erguidos como él (como él, probablemente, algo encorvados). A partir de onomatopeyas , de monosílabos, gruñidos, desarrolló un sistema de secuencias sonoras. Podría así memorizar sucesos del pasado, articular sus adivinaciones, pues el presente -él lo intuía- no comienza ni finaliza en sí mismo, sino que es punto de intersección entre lo sucedido y lo por suceder, llama entre la madera y la ceniza. Los sonidos domesticados decían mucho más de lo que decían (originaban círculos concéntricos -como la piedra arrojada al agua- que se multiplicaban, se expandían, se atenuaban hasta regresar a la lisura y el sosiego): y todos percibían su esencia misteriosa que no sabían descifrar. Con reverencia temerosa escuchaban mensajes tan incomprensibles como los de la llama, la ola, el trueno (tal vez con la misma inquietud con que escuchamos al doctor que diagnostica nuestro mal utilizando tecnicismos nunca oídos, de manera que no sabemos si -impasible y profesional- es nuestra muerte lo que anuncia o es la vida). Nadie comprendió entonces sus palabras. Por eso andan, ahora, las palabras pasando por los vientos, ávidas de que alguno las recoja siglos después de pronunciadas. Y aquí están aguardando que alguno las escuche, aquí en el lugar mismo en donde fueron pronunciadas, aquí donde confluyen Broadway y la Séptima Avenida. Fue aquí donde él me vio, donde narró la crónica de este instante en que estoy evocándolo. Aquí, entre anuncios luminosos, en la ciudad de Nueva York. De "Cuaderno de Nueva York" 1998 Presto De todos los que vi (se sucedían fatalmente), de todos los que vi, todos aquellos que solicitaron -de quienes yo solicité- ternura, calor, ensueño, olvido o lágrimas... De todos esos en los que viví, por qué tenias que ser tú, retama matinal, estival, voz derruida, perro sin amo, espuma levantada hacia las noches, agua de recuerdo, gota de sombra, dedos que sostienen un pétalo de sol... por qué tenías, ciega, precisamente que ser tú... De todos los que vi, por qué tenías que ser tú, leño que sobrenadabas... Por qué tenías que ser tú, muralla de ceniza, madera del olvido... Por qué tenías que ser tú, precisa- mente tú, con el nombre diluido, con los ojos borrados, con la boca carcomida, lo mismo que una estatua limada por los siglos y las lluvias... De todos los que vi, desenterrados de las mañanas y los cielos grises... De todos, todos, todos, por qué habías de ser tú sólo quien me entristeciese, quien se me levantase, puño de ola, me golpease el corazón, con esos instantes sin nosotros, caracolas duras, vacías, donde suena el mar de otros planetas... Modelada en sombra y en olvido, tenias que ser tú, melancolía, quien resucitase... De "Quinta del 42" 1952 Razones No vives ya de ainrazones. ¿Tan sola estabas, alma mía? El alba nueva no traía, para acunarte, sus canciones. Llega la luz de otras regiones sin la hermosura que solía. Mala alegría es la alegría que nos abrasa los corazones. ¿Dentro de ti la buscas? ¿Llevas dentro de ti su llama? ¿Elevas de tu noche su mediodía? ¿Has de matar todas las cosas? ¿Cortar, para olerlas, las rosas? ¿Tan sola estabas, alma mía? De "Alegría" 1948 Recuerdo del mar ¡Cómo te agitas bajo nubes grises, lámina fina de metal de infancia! ¡Cómo tu rabia, corazón de niebla, rompe la brida! Cómo te miro con mis pobres ojos! ¡Qué imagen tuya la que inventa el sueño! ¡Qué lentamente te deshace el aire, roto en pedazos! Tú que guardabas en cristal salado vivos retratos que ondulaba el viento; tú que arrancabas en el alba fina sones al alma, tú que nutrías con tu amarga leche sombras de playas, olvidados pasos, ansia de ser sobre tu vientre verde, locos piratas, has ido ahogando temblorosamente sombras que hundieron en tu paz sus ojos. Hoy tu recuerdo, como lluvia fresca, moja mi frente. Si ahora volviera a recorrer tu orilla, si ahora en tu cuerpo me volcara todo, si ahora tu cuerpo le prestara al mío frescos harapos, si yo desnudo, si cansado, ahora, más hijo tuyo, ahora, si el otoño vuelto a mi lado me trajera el tibio pan en el pico. -lámina fina de metal de infancia-, todo olvidado quedaría, todo: látigos, cuerdas con que me azotabas, vientos que mugen. Todo sería nuevamente hermoso, aunque tu garra me arañase el cuerpo, aunque al tornar tuvieran tus mañanas soles más negros. De "Tierra sin nosotros" 1947 Recuerdos Aquello era hermoso. ¿ Te acuerdas de como las flores nacían? ¿De cómo traía el ocaso su rojo clavel en la boca? ¿De un hombre que todas las tardes tocaba el violín a la puerta? ¿Del soñar cotidiano que daba sus llamas al alma en la sombra? ¿Te acuerdas de aquello? Aquello era hermoso. Yo no sé si tú vuelves conmigo y conmigo lo evocas. ¡Tan alegre pasar, desgarrando el eterno momento, pisoteando, sin verlas, las rosas! Hay un instante que todo lo puede, que salta los días y vive presente en el cielo dorado de nuestra memoria. ¿Por qué no ha de ser ese instante el que ya para siempre te colme las horas? ¿Te acuerdas de aquello? Aquello era hermoso. Todas las cosas que son, son hermosas aunque sepamos de fijo que acaban y mueren un día, que pasan rozando las vidas y nunca retornan. ¿Te acuerdas de aquello? La juventud nos cantaba, nos canta, su canto de gloria. Aquello era hermoso: pasar sin pensar, y soñar sin llegar, aceptar sin jamás preguntar por la mano que dio la limosna. Y yo te pregunto. Y acaso esta brisa que mueve la hierba me da tu respuesta, me dice la oscura palabra que nunca se nombra. De "Alegría" 1947 Respuesta Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras. Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente. Que tú me entendieras a mí sin palabras como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un álamo verde. Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte, hace ya mucho tiempo aprendí hondas razones que tú no comprendes. Revelarlas quisiera, poniendo en mis ojos el sol invisible, la pasión con que dora la tierra sus frutos calientes. Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte. Siento arder una loca alegría en la luz que me envuelve. Yo quisiera que tú la sintieras también inundándote el alma, yo quisiera que a ti, en lo más hondo, también te quemase y te hiriese. Criatura también de alegría quisiera que fueras, criatura que llega por fin a vencer la tristeza y la muerte. Si ahora yo te dijera que había que andar por ciudades perdidas y llorar en sus calles oscuras sintiéndote débil, y cantar bajo un árbol de estío tus sueños oscuros, y sentirte hecho de aire y de nube y de hierba muy verde... Si ahora yo te dijera que es tu vida esa roca en que rompe la ola, la flor misma que vibra y se llena de azul bajo el claro nordeste, aquel hombre que va por el campo nocturno llevando una antorcha, aquel niño que azota la mar con su mano inocente... Si yo te dijera estas cosas, amigo, ¿qué fuego pondría en mi boca, qué hierro candente, qué olores, colores, sabores, contactos, sonidos? Y ¿cómo saber si me entiendes? ¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos? ¿Cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte? ¿Cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna, poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste? Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras como tú me entendieses. De "Alegría" 1947 Segundo amor No quiero que desgranes tu pasado en mis manos, porque sólo el presente ofrece carne viva. Sería, recordar, sentir dolores de otros doliendo en nuestras vidas. Serenidad. Se siente el otoño en el alma caer, con la tristeza de su razón cumplida. A qué mirar adentro, a la espalda, pensar en la luz que declina. Quisiera preguntarte; pero yo me someto. Contengo la pregunta con la mano en la herida. No quiero que desgranes tu pasado, que tornes a lo que no se olvida. De "Libro de las alucinaciones" 1964 Serenidad (Lectura de madrugada) Serenidad, tú para el muerto, que yo estoy vivo y pido lucha. Otros habrá que te deseen: ésos no saben lo que buscan. Si se durmieran nuestras almas, si las tuviéramos maduras para mirar inconmovibles, para aceptar sin amargura, para no ver la vida en torno apasionadamente nunca, duros y fríos, como piedra que sopla el viento y no la muda... Almas claras. Ojos despiertos. Oídos llenos de la música del dolor. Los dedos felices, aunque los hieran las agudas espinas. Todo el sabor agrio de la vida, en la lengua. «Nunca podrás mojar tu pie en el río en que ayer lo mojaste. Busca la eternidad, vive en la alta contemplación de su figura.» Palabrería de los libros de la que deja el alma turbia. Serenidad que se nos vende por librarnos de la tortura, por llenarnos de sueño el alma y rodeárnosla de bruma. Serenidad, tú para el muerto. El hombre es hombre, y no le asusta saber que el viento que hoy le canta no volverá a cantarle nunca. Serenidad, no te me entregues ni te des nunca, aunque te pida de rodillas que me libertes de mi angustia. Será que vivo sin saberlo o que deserto de la lucha. Tú no me escuches, no me eleves hasta tu cumbre de luz única. Palabrería de los libros de la que deja el alma turbia. Yo también me hago un poco libro, me duermo el alma... Luz difusa. La madrugada se desgaja agria y azul, como una fruta. Cantan los pinos a lo lejos. Un niño llora. Las desnudas mujeres y hombres silenciosos salen despacio de las últimas sombras. Los pájaros me esperan. Se alzan las olas. (Me preguntan por qué.) Campanas... (Ayer niebla, hoy claro sol y luego lluvia...) ¿Por qué? Las hojas se estremecen... Voy inundándome de música. De "Tierra sin nosotros" 1947 Si soñaras siempre, si amaras... Si soñaras siempre, si amaras olvidándote, abandonándote... Pensaría por ti las cosas dejando que me las soñases. Con mi velar y tu soñar el camino sería fácil. Yo daría los nombres justos a los sueños que deshojases. Encontraría para ellos la voz que los encadenase, la forma exacta, la palabra que los llena de claridades. Me acercaría hasta ti como si fueses una orilla madre. Y qué descanso dar al alma sombras que el alma apenas sabe. Yo no diría de ti: era blanca y hermosa y joven y ágil; tenía bellos ojos tristes abiertos sólo a realidades Yo diría de ti: es mi fresca raíz que de los sueños nace, la música de mis palabras, el hondo canto inexplicable, la prodigiosa primavera que en las hojas recientes arde, el corazón caliente que ama olvidándose, abandonándose. Tú lo sabrás un día. Entonces será demasiado tarde. De "Alegría" 1947 Sólo materia de sombras... Sólo materia de sombras, criaturas de la noche, nubes espectrales, seres dolorosamente informes, visiones o pesadillas llegadas no sé de dónde, ráfagas resucitadas que fueron mujeres y hombres, que tuvieron carne y sueños donde anidaban los soles y ahora son sólo penumbra, ríos de negros acordes, tristezas desenterradas, pesadillas o visiones, llamando siempre a la puerta de quienes no los conocen. De "Cuaderno de Nueva York" 1998 Soneto Para Paula Es una rubia furia desatada, gatea, sube y baja, embiste, grita. Cléndula que araña, uñas de pita, torito bravo, más: una manada. Comedora de flores desmadrada, Vesubio en miniatura. Es la rayita que no cesa, pimienta y dinamita, torbellinita desencadenada. ¿La imagináis durmiendo una muñeca? La Bubu es domadora, es carateca, pulgón y filoxera de la vida. ¡Ay madre mía, cuando tenga dientes! Prepárense sus deudos y parientes. (Y aún creen sus padres que esto es una niña!) Güelu De "Divertimentos. Poemas Humorísticos y varios" Teoría y alucinación de Doublin I. Teoría Un instante vacío de acción puede poblarse solamente de nostalgia o de vino. Hay quien lo llena de palabras vivas, de poesía (acción de espectros, vino con remordimiento). Cuando la vida se detiene, se escribe lo pasado o lo imposible para que los demás vivan aquello que ya vivió (o que no vivió) el poeta. Él no puede dar vino, nostalgia a los demás: sólo palabras. Si les pudiese dar acción... La poesía es como el viento, o como el fuego, o como el mar. Hace vibrar árboles, ropas, abrasa espigas, hojas secas, acuna en su oleaje los objetos que duermen en la playa. La poesía es como el viento, o como el fuego, o como el mar: da apariencia de vida a lo inmóvil, a lo paralizado. Y el leño que arde, las conchas que las olas traen o llevan, el papel que arrebata el viento, destellan una vida momentánea entre dos inmovilidades. Pero los que están vivos, los henchidos de acción, los palpitantes de nostalgia o vino, esos... felices, bienaventurados, porque no necesitan las palabras, como el caballo corre, aunque no sople el viento, y vuela la gaviota, aunque esté seco el mar, y el hombre llora, y canta, proyecta y edifica, aun sin el fuego. II. Alucinación Me acuerdo de los árboles de Dublín. (Imaginar y recordar se superponen y confunden; pueblan, entrelazados, un instante vacío con idéntica emoción. Imaginar y recordar...) Me acuerdo de los árboles de Dublín... Alguien los vive y los recuerdo yo. De los árboles caen hojas doradas sobre el asfalto de Madrid. Crujen bajo mis pies, sobre mis hombros, acarician mis manos, quisieran exprimirme el corazón. No sé si lo consiguen... Imaginar y recordar... Hay un momento que no es mío, no sé si en el pasado, en el futuro, si en lo imposible... Y lo acaricio, lo hago presente, ardiente, con la poesía. No sé si lo recuerdo o lo imagino. (Imaginar y recordar me llenan el instante vacío.) Me asomo a la ventana. Fuera no es Dublín lo que veo, sino Madrid. Y, dentro, un hombre sin nostalgia, sin vino, sin acción, golpeando la puerta. Es un espectro que persigue a otro espectro del pasado: el espectro del viento, de la mar, del fuego -ya sabéis de qué hablo-, espectro que pueda hacer que cante, hacer que vibre su corazón, para sentirse vivo. De "Libro de las alucinaciones" 1964 Variaciones sobre el instante eterno Por qué te olvidas y por qué te alejas del instante que hiere con su lanza. Por qué te ciñes de desesperanza si eres muy joven, y las cosas viejas. Las orillas que cruzas las reflejas; pero tu soledad de río avanza. Bendita forma que en tus aguas danza y que en olvido para siempre dejas. Por qué vas ciego, rompes, quemas, pisas, ignoras cielos, manos, piedras, risas. Por qué imaginas que tu luz se apaga. Por qué no apresas el dolor errante. Por qué no perpetúas el instante antes de que en tus manos se deshaga. De "Alegría" 1947 Vida A Paula Romero Después de todo, todo ha sido nada, a pesar de que un día lo fue todo. Después de nada, o después de todo supe que todo no era más que nada. Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!» Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!» Ahora sé que la nada lo era todo. y todo era ceniza de la nada. No queda nada de lo que fue nada. (Era ilusión lo que creía todo y que, en definitiva, era la nada.) Qué más da que la nada fuera nada si más nada será, después de todo, después de tanto todo para nada. De "Cuaderno de Nueva York" 1998 Villancico en Central Park Mañanicas floridas del frío invierno recordad a mi niño que duerme al hilo. Lope de Vega Vistió la noche, copo a copo, pluma a pluma, lo que fue llama y oro, cota de malla del guerrero otoño y ahora es reino de la blancura. ¿Qué hago yo, profanando, pisando tan fragilísimo plumaje? Y arranco con mis manos un puñado, un pichón de nieve, y con amor, y con delicadeza y con ternura lo acaricio, lo acuno, lo protejo. Para que no llore de frío. De "Cuaderno de Nueva York" 1998 Yepes cocktail Juan de la Cruz, dime si merecía la pena descolgarte, por la noche, de tu prisión al Tajo, ser herido por las palabras y las disciplinas, soportar corazones, bocas, ojos rigurosos, beber la soledad... -¡Otro whisky? ... La pelirroja -caderas anchas, ojos verdes- ofrece ginebra a un amigo. hombros y pechos le palpitan en el reír. ¡Oh llama de amor viva, que dulcemente hieres!... Junto al embajador de China. detrás de la cantante sueca, del agregado militar de Estados Unidos de América. Juan de la Cruz bebe un licor de luz de miel... (Dime si merecía la pena, Juan de Yepes, vadear 20 noches, llagas, olvidos, hielos, hierros, adentrar en la nada el cuerpo, hacer que de él nacieran las palabras vivas, en silencio y tristeza, Juan de Yepes... Amor, llama, palabras: poesía, tiempo abolido... Di si merecía la pena para esto...) El aplaudido autor con el puro del éxito, la amiguita del productor velando su pudor de nylon. las mejillas que se aproximan femeninamente: «Mi rouge mancha, preciosa...» (Mancha amor cuando en las bocas no hay amor.) (Juan de la Cruz, dime si merecía la pena padecer con fuego y sombra, beber los zumos de la pesadumbre, batir la carne contra el yunque, Juan de Yepes, para esto... Vagabundo por el amor, y huérfano de amor...) De "Libro de las alucinaciones" 1964

 

 

[ Inicio | | SOC | Economía | Historia | Letras | SER | DOCS | CLAS | FIL | Africa ]